23 de julio de 2015

La voltereta de Macri

Analizando la voltereta que está intentando pegar el PRO y su candidato Mauricio Macri me vino al recuerdo una vieja discusión que se daba en los finales de los años 60 y principios de los 70. 


El tema, entonces, era el de la democracia en un estado socialista y en la posibilidad de una oposición y de un régimen de partidos. El régimen de partido único y la prohibición de fracciones internas en el partido Comunista Ruso, impuesta por Lenin durante los terribles años de la guerra civil y el asedio imperialista al naciente estado obrero, se había convertido, a la muerte de aquel, en una terrible dictadura en la que toda oposición era brutal y criminalmente reprimida. 50 años después de Octubre de 1917 ese régimen era una caricatura de aquella hipotética democracia obrera y campesina y la izquierda no stalinista de todo el mundo, y en especial de los países semicoloniales, se preguntaban si era posible la convivencia de un régimen de propiedad estatal de los medios de producción, de gestión obrera y popular de la economía con un sistema de partidos que disputaran periódicamente el acceso al gobierno y a la gestión política del estado. Recuerdo haber leído entonces algunos textos que intentaban explicar que ello era posible si el conjunto de esos partidos aceptaban el modelo socialista imperante, reconocían la ventaja de la economía planificada sobre la economía de mercado y dentro de ella discutían y disputaban por una mejor administración pública, por una mayor eficiencia o una más profunda democratización del sistema político y económico, de los derechos y garantías, de los derechos de las minorías, etc. 

Así como la revolución burguesa, una vez consolidada en países como Inglaterra, Francia o los EE.UU, dio origen a diversos partidos, más conservadores unos o más radicales otros, pero que aceptaban el régimen democrático y republicano y no intentaban volver al Ancien Regime o restaurar la esclavitud, la revolución obrera socialista, una vez afirmada y considerada por el conjunto social como el único régimen posible y asegurada la imposibilidad de una restauración capitalista, podía dar lugar a diversos partidos o expresiones políticas que asumiesen una multiplicidad de puntos de vista, opiniones, tradiciones y valores que convivían armónicamente en el conjunto social. Seguramente en algún lugar de mi biblioteca deben estar esos textos y esos debates, pero es tarde y no viene al caso resucitarlos. 

Trasladando aquella, hoy lejana, discusión a nuestro continente y más precisamente a nuestro país y, sobre todo, a nuestros días, algo parecido, con un matiz mucho menos radical, pareció surgir en el debate público. 

La gran crítica que la oposición a los gobiernos peronistas kirchneristas ha generado -junto con una pertinaz irritación y violencia verbal- es su negativa, desde el principio y en su totalidad, a reconocer y aceptar la vigencia de una política autocentrada e independiente de industrialización del país, bajo criterios de justicia social, inclusión y democratización económica. Cuando repudiamos la actitud opositora de no reconocer una sola de las medidas adoptadas en estos doce años, de ignorar los notables avances -aún cuando parciales- logrados en diversos campos como el del aumento del pleno empleo, la vigencia de las convenciones colectivas de trabajo, la asistencia de los sectores más postergados a través de la AUH y demás políticas sociales, el control estatal de sectores claves como YPF, Aerolíneas, ferrocarriles, inversión científica y tecnológica, la creación de nuevas universidades, el proyecto de integración política, económica, social y cultural con el resto de los países latinoamericanos y, en especial, suramericanos, etc., estamos, en realidad, proponiendo la aparición de una oposición que asuma este proyecto como un nuevo estadio de desarrollo de nuestra sociedad y, a partir del mismo, intente mejorarlo, introducirle nuevas perspectivas o puntos de vista, que podrán ser más conservadores o más radicales, pero que reconocen la vigencia a largo plazo de un nuevo paradigma político social. 

Por el contrario, la oposición al gobierno se ha caracterizado por un permanente intento de restaurar -bajo distintos ropajes y maneras- el paradigma neoliberal, la hegemonía del capital financiero, el reendeudamiento de nuestra economía, la sumisión a los controles y criterios de los organismos multinacionales de crédito y a los dictados políticos y económicos de los EE.UU y de la UE. 

Una manifestación del triunfo de nuestro proyecto y de la creación de una nueva Argentina en un nuevo esquema continental sería, justamente, la aparición de partidos y tendencias que, sin cuestionar esas bases, discutan y luchen electoralmente por recambios políticos administrativos, expresando cada uno de ellos la riqueza de tradiciones políticas y culturales de una democracia multicolor. 

Lo que hemos visto en estos días, con la voltereta que intenta dar el PRO sobre sus puntos de vista y opiniones, reconociendo y aceptando algunos de nuestros principales logros que, a su vez, son pilares de las políticas de estado llevadas adelante durante estos años, es, en cierta manera, un intento tardío e insincero de establecer una oposición del tipo que describimos más arriba. Alguien, bastante sagaz y con una mirada política profunda, descubrió que el proyecto era victorioso. Que, por ahora, el pueblo argentino no estaba dispuesto a cuestionar las políticas de estado de los doce años kirchneristas y que cualquier política restauradora sufriría una apabullante derrota.

Esto, por falaz y manipuladora que sea la intención de quienes la proponen, significa un paso enorme, de una magnitud que la Argentina nunca conoció anteriormente. Los opositores a Yrigoyen en 1930 y a Perón en 1955 y 1976, no es necesario extenderse mucho al respecto, fueron frenéticamente restauradores. Su intención explícita fue volver a las condiciones del país agroexportador, para pocos habitantes, convertidos en consumidores de artículos importados, sin industria nacional ni valor agregado en las exportaciones. Hasta hace muy pocos días, el discurso homogéneo de la oposición política y mediática fue ese. Había que borrar de la experiencia histórica, como un monstruoso error, estos doce años. Había que volver a entrar en la espiral de la deuda y someterse a los requerimientos del FMI y los acreedores externos, convertido hoy en los repudiados buitres encabezados por Paul Singer. Había que volver a reducir el papel del estado para que la copa rebalsada jamás llegase a las sedientas bocas de las grandes mayorías. El control estatal de las empresas estratégicas -como YPF o Aerolíneas- debía desaparecer y de alguna manera el capital financiero debía volver a hacerse cargo de las jubilaciones de nuestros asalariados.

La voltereta que está intentando Mauricio Macri ha provocado una autómática asociación con la ocurrencia de Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”. Pero, lo que para él es peor, puede dejarlo en Pampa y la vía. El lugar que hasta ahora ha ocupado Macri en la política está determinado por las opiniones explícitas e implícitas que él y su partido sostienen. Modificar, repentinamente y a un mes de las PASO, aunque más no sea sus opiniones explícitas lo deja sin nicho ecológico, que deberá ser rápidamente llenado por algún otro, sin que esa modificación sea capaz de conmover al electorado que viene sosteniendo al gobierno. Ni la corporación mediática, ni la SRA, ni la embajada yanqui quieren un candidato que diga que va a actuar con los fondos buitres como Kicillof, aunque sea mentira, porque se pone en duda una cuestión de principios. Sostener que Kicillof tiene razón es hacer propaganda a Cristina y al FpV. Macri, por este camino, puede llegar a quedarse sin financiación privada, tal como le pasó a Massa,con su paulatino eclipse y definitivo ocaso. ¿Cómo qué Massa? El marido de Malena Galmarini. 

Aunque bajo las condiciones antes descriptas las declaraciones de Mauricio Macri constituyen un hito en la historia política argentina. 

Más allá de la imposible credibilidad en sus palabras -intenta una canción de la que no conoce ni la letra ni la música- es un hecho histórico que estos doce años han impactado profundamente en la conciencia política argentina a punto de que quien quiera aspirar a la presidencia de la República en las próximas elecciones no tiene más remedio que partir aceptando este nuevo paradigma que inició Néstor Kirchner, cuando afirmó no dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada, y que Cristina ha convertido en un nuevo punto de partida al futuro. 

No es poca cosa.

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