18 de agosto de 2015

San Martín y su mausoleo de plástico

De alguna manera, José de San Martín ha comenzado a ser conocido, discutido y admirado -en la extensa amplitud de sus méritos- recién a partir del sesquicentenario de su muerte, en Francia, ignorado y falseado por los rioplatenses que después intentarán convertirlo en el santo que nunca fue.
En efecto, en aquel hoy lejano 17 de agosto de 2000 fueron escasos los homenajes y recuerdos a su memoria. Su proeza suramericana, su firmeza estoica, su enfrentamiento nunca perdonado con la venal burguesía comercial porteña expresada por Rivadavia, su mirada continental y su destierro europeo no resultaban temas de interés para un país que se debatía en la agonía paralizante de la deuda externa, la desocupación y la pobreza.
Se necesitó el estallido oxigenante del 19 y 20 de diciembre de 2001, se necesitó que el país profundo rompiese, con su mera presencia física, la red de sofismas y mentiras que hasta ese momento encorsetaban la expresión de su voluntad, para que la figura de aquel augusto guerrero y empecinado político despertase con una nueva luz en la conciencia de nuestros paisanos.


En 1950, al cumplirse los cien años de su desaparición, el gobierno de Juan Domingo Perón declaró el Año Sanmartiniano y puso a su disposición todo el aparato comunicacional de su gobierno, el primero en incorporar esa actividad, hoy imprescindible, a la acción estatal. La imagen del Libertador se multiplicó en estampillas -cuando el correo postal era de uso cotidiano en todas las relaciones humanas-, en concursos literarios, en obras de teatro, en referencias retóricas, en publicaciones, en revistas y diarios. Los manuales de lectura infantiles se iniciaban con el retrato de San Martín envuelto en la bandera argentina, ese cuadro tan familia y que nadie a ciencia cierta puede afirmar quien es su autor. Julio Perceval dirigía en el Cerro de la Gloria, en Mendoza, El Canto de San Martín de Leopoldo Marechal, donde el elenco del Teatro Colón cantaba:
“CORO 1°
                “Y era guerra de amor
                la que traía el hombre
                del Atlántico verde.
CORO 2°                             
                 ¡Y era guerra de amor!”
Detrás de todo ese despliegue no había solamente una intención hagiográfica. El presidente Perón preparaba, además, el terreno espiritual para el lanzamiento de lo que sería su más ambicioso proyecto estratégico: la actualización de los ideales sanmartinianos de unidad continental en la propuesta de alianza estratégica con el Brasil, proyecto que el propio Perón llamó “el Nuevo ABC”.
Era imprescindible, en aquellos años, traer al presente la epopeya suramericana de San Martín -y obviamente de Bolívar- para que una invitación al Brasil para conformar una alianza estratégica destinada a unificar el subcontinente no fuese considerada un delirio expansionista, como de hecho lo fue por parte de los tradicionales sectores oligárquicos de los países involucrados, Brasil y Chile.
En el nuevo siglo nuestro Libertador encontró nuevamente un terreno propicio para su vieja concepción que no era otra que la Unidad y la Independencia. Habían logrado, entre su acción y la de Simón Bolívar, asegurarnos la segunda, pero las fuerzas centrífugas de los puertos y sus burguesías comerciales, ávidas de la quincalla europea, habían hecho fracasar la primera. Doscientos años después, Caracas, Buenos Aires y Quito, los mismos pueblos de los versos no cantados de nuestro himno patrio, volvían por la tarea inconclusa.
Y entonces don José de San Martín volvió a brillar con la luz que siempre había merecido. Volvió a escribirse su biografía. Su nombre volvió a cabalgar, junto con el caraqueño y el del oriental José Artigas, en la imaginación de nuestros pueblos y sus gobernantes. Se hicieron nuevas películas. Su marcial exigencia, “Seamos libres, lo demás no importa nada”, volvió a imponerse como imperativo moral a las nuevas generaciones.
Mientras quienes fueron sus enemigos políticos y atentaron contra su empresa se hundían en el olvido y, muchas veces, en el desprecio populares, el correntino no ha hecho otra cosa que agigantarse, hasta convertirse en el ideal de las nuevas generaciones que se han incorporado a la política.
Aquel hombre fue descripto por Mary Graham, la amante del aventurero inglés Cochrane, con los siguientes rasgos: “Es alto y bien constituido, tiene una apuesta e inteligente prestancia pero sus ojos oscuros y grandes tienen una expresión muy singular, quizás debiera decir siniestra. Son oscuros y bellos, pero inquietos; nunca se fijan en un objeto más de un momento, pero en ese momento expresan mil cosas. Su rostro es verdaderamente hermoso, animado, inteligente; pero no abierto. Su modo de expresarse, rápido, suele adolecer de oscuridad; sazona a veces su lenguaje con dichos maliciosos y refranes. Tiene grande afluencia de palabras y facilidad para discurrir sobre cualquier materia”. Curiosamente, es el retrato más cercano y preciso que tenemos del General, pero como se aleja del retrato piadoso y ñoño que nos ofreció Mitre, ha sido ocultado por la historia oficial.
Ojos siniestros, inquietos y que expresan mil cosas, un rostro hermético, palabra fácil, pero oscura, maliciosa y abundosa en refranes, capacidad para opinar sobre cualquier tema dan la idea de un hombre astuto, que no confía a nadie todos sus pensamientos, seductor y calculador. Dan la idea vulgar de un político, algo que la lavandina mitrista quiso sacar de la memoria de nuestro héroe.
El renacer de los tiempos históricos, el nuevo impulso continental de nuestros pueblos han desenterrado este José de San Martín del mausoleo plástico con que recubrieron su acción y su pensamiento los herederos de Rivadavia y el partido directorial. Su voluntad política adamantina para independizar y unir a estas tierras es el legado sanmartiniano que hoy resplandece.

Buenos Aires, 16 de agosto de 2015

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