22 de enero de 2018

Conviviendo con el imperialismo

Un año de Trump

El imperialismo es una enorme acumulación en unos pocos países de un capital monetario que, como hemos visto, alcanza en valores un monto de 100.000 a 150.000 millones de francos. De ahí el incremento extraordinario de una clase o, mejor dicho, de una capa rentista, es decir, los individuos que viven del “corte de cupón”, que no participan en ninguna empresa y cuya profesión es la ociosidad.
Vladimir Lenín, El Imperialismo, etapa superior del capitalismo.

Hace un par de días se cumplió un año de la asunción del presidente norteamericano Donald Trump. Como sabemos, los EE.UU. es un país imperialista que desde, por lo menos, 1890 no ha dejado de intervenir en la política de los países latinoamericanos, asiáticos y africanos. Y ese imperialismo está basado en la naturaleza imperialista de sus grandes empresas monopólicas, con un mecanismo cuya descripción fue realizada para siempre por el líder de la revolución rusa, Vladimir Lenin, en su célebre trabajo “El Imperialismo, etapa superior del capitalismo”. Con esto queremos dejar en claro que el carácter imperialista del estado norteamericano no está determinado, tan sólo, por cuestiones político-territoriales, al modo de los viejos imperios europeos, sino fundamentalmente por la permanente extracción de la plusvalía generada en los países semicoloniales, la apropiación de esas empresas de sus mercados internos, el drenaje de sus recursos naturales, económicos y financieros y su acumulación en los centros financieros imperiales. Ese mecanismo, que ya a principios del siglo XX era evidente, se consolidó, al finalizar la Segunda Guerra Mundial con la creación de los organismos internacionales de crédito, como el FMI y el Banco Mundial, que bajo diversas formas se encargaron de imponer sus políticas económicas en el mundo periférico, convirtiendo el interés del centro imperialista en la ciencia económica, en el “leal saber y entender”, en el sentido común del cual es imposible apartarse.
Esto está dicho para dejar en claro, antes de entrar en tema, que toda política del estado norteamericano, que no sea la expropiación de sus grandes monopolios, la liquidación de su parasitaria clase financiera, el desmantelamiento de su gigantesco poderío militar y una radical democratización de su vida política y económica, estará determinada por el carácter imperialista de su economía.
Dicho esto, analicemos el significado de Trump, de su triunfo, de lo ocurrido durante este año y la acerba, virulenta, brutal y falaz oposición que ha generado, no solo en los sectores norteamericanos dominados por la edulcorada visión del partido Demócrata y Wall Street, sino, lo que es más grave, en el buen pensar progresista del mundo semicolonial y, en particular, de nuestro país.
Escribimos hace un año, sobre este mismo tema:
Lentamente, los trabajadores norteamericanos comenzaron a sufrir un proceso de empobrecimiento, pero, además, de desclasamiento. Pasaron de ser trabajadores industriales, con altos salarios y poderosos sindicatos, a desocupados subsidiados, en condiciones de enorme precariedad, en barriadas en decadencia, sin porvenir, sin salud pública y sin educación ni cultura. Los hijos de aquellos obreros de Illinois, que en la década del 50 y del 60 habían protagonizado históricas huelgas, que alcanzaron ocupaciones de fábricas reprimidas por la Guardia Nacional, vegetan en empleos de repositores de Wall Mart o vendedores de McDonald's”1.
Y sosteníamos, entonces, que el triunfo de Trump expresaba esos sectores y que el intento de reindustrializar a los EE.UU. era, para nosotros, los argentinos, un mejoramiento sustancial de las condiciones en las cuales tenemos que convivir con ese gigantesco poder político, económico y militar. No abríamos juicio acerca de la tosquedad y la torpeza del nuevo presidente, ni sobre su primitivismo acerca de las relaciones sexuales, el papel de las mujeres en la sociedad moderna o su opinión acerca de la inmigración o de los, para él, países “del orto”, por considerar que no era, ni es ese el punto esencial de su presidencia y su política. En general, la opinión del establishment político norteamericano, con pequeños matices, no difiere sustancialmente de esta escatológica definición, aunque la mayoría de ellos se reserva hipócritamente esta opinión para reuniones privadas.
A un año de estos hechos, he leído varios artículos sobre el año de la presidencia de Trump. Ninguno de ellos hace un análisis desde nuestra perspectiva nacional. La inmensa mayoría de ellos, a excepción de los firmados por amigos y compañeros que sabemos coinciden con el sentido de lo que aquí estamos diciendo, asume como propias las críticas, muchas de ellas falaces, de la oposición demócrata expresadas en la revista “Foreign Policy”, banco de ideas y expresión presuntamente progresista del capital financiero. Tanto Macri y sus corifeos, como Cecilia Nahón (ex embajadora en los EE.UU. durante el gobierno de CFK) y Leandro Morgenfeld (de la UNSAM), prefieren, en sus reflexiones, que hubiera ganado Hillary Clinton las elecciones de los EE.UU. Es curiosa esa coincidencia. Lo hacen por distintos motivos, obviamente, pero lo hacen. Pero si encaramos el análisis desde nuestra propia perspectiva vamos a encontrar que la presidencia de Donald Trump, con sus extemporáneas ocurrencias de mal gusto, con sus bravuconadas y su desparpajo grosero y muchas veces tabernario, ha significado un relativo mejoramiento de nuestra relación con los EE.UU., en el sentido de generar espacios de mayor independencia, aún cuando el estólido gobierno de Macri sea incapaz, conceptual y prácticamente, de aprovecharlo.
Desde hace un año no hay embajador yanqui en la Argentina. Recién ahora acaban de proponer como embajador a un ignoto juez del sur norteamericano. Esto tiene dos implicancias. Una evidente es que la Argentina no está en el centro del interés político o económico de los EE.UU. Quiero recordar que la última vez que pasó una cosa igual fue en la segunda mitad de los '80, cuando la inminente caída de la Unión Soviética concentraba todo el interés de la política norteamericana. Fue en ese momento, y gracias a esa, digamos, distracción que pudimos firmar y crear el Mercosur, nuestro principal proyecto de integración, todavía vigente.
La otra ventaja, de consecuencias aún no sabidas, es que todos nuestros cipayos, chupamedias, frecuentadores de cocktails y besamanos en la “Embajada” no tienen con quien hablar, nadie aún tiene el contacto eficaz con el centro del poder yanqui.
Por otra parte, el proteccionismo de Trump ha quitado toda posibilidad a nuestros productos (que son dos y solo dos: limones y biodiesel) por lo que no hay posibilidad de una integración económica. Como sabemos, la Argentina tiene una imposibilidad material de lograr con EE.UU. La situación de semicolonia de lujo que logró con el Reino Unido. Aquello sí era “un roto para un descosido”. Nosotros teníamos lo que ellos necesitaban, lana, carne y trigo, producidos a muy bajo costo, y le ofrecíamos lo que ellos requerían, un mercado para sus manufacturas. Este machimbrado perfecto nunca pudo existir con los EE.UU. Ellos también tenían una gigantesca producción agraria que competía con la nuestra y la mayoría de nuestros enfrentamientos y tensiones han tenido origen en ese hecho fundamental, desde la Doctrina Drago hasta la pelea con el embajador Braden. Esta protección yanqui a sus productores de limones y de maíz destinado a la producción de biodiesel, repite las viejas discordias con el vicepresidente Wallace, representante de los farmers del Medio Oeste, de finales de la Segunda Guerra.
El proteccionismo de Trump fue una de las razones por la cual la reunión del G20 en Buenos Aires, con la presidencia de Macri, fue un verdadero fracaso. El gobierno argentino se vistió para la boda, pero la novia no vino a la cita. Todo el despliegue de ministros de economía, power points, punteros laser y periodistas del mundo entero no fue otra cosa que una costosa reunión social sin resultado alguno.
Todo esto ha generado que la OMC, la todopoderosa cofradía que pretende erigirse en un gobierno mundial, se encuentre en una verdadera crisis. Esto, obviamente, no puede ser recibido por los países periféricos, y en particular por el nuestro, más que como una bendición. La OMC y su intento de convertirse en un tribunal global de derecho internacional comercial ha sido, desde su creación, uno de las principales amenazas a la soberanía de los estados.
Por otra parte, se disolvieron el Acuerdo del Pacífico y el Acuerdo Transpacífico. Ahí han quedado, a los gritos, Chile, Perú, Colombia y México. Sus gobiernos cipayos, que pretendían confrontar su alianza con los EE.UU. con nuestro Mercosur, se han quedado sin política internacional, sobre todo en materia comercial y tienen que volver a plantearse su inserción en el mundo.
China y Rusia se han convertido en nuestros principales interlocutores comerciales. Toda la hipócrita e ideologizada campaña del PRO, mientras era oposición, en contra del acercamiento a estos dos grandes países, se ha convertido en memes y chistes en las redes sociales, en el momento mismo en que el presidente Macri resuelve, en medio del inevitable sofocón, viajar a Rusia en pleno invierno para reunirse con Vladimir Putin, a quien le propone “campos de cooperación”, sea lo que fuere que esto quiere decir en la parvularia habla del presidente.
Por otra parte y simultáneamente se ha consolidado la multilateralidad. Soy de la opinión que el triunfo militar del presidente sirio, contra el ISIS, y la ayuda recibida por Rusia e Irán forman parte de ese nuevo aislamiento que, con fanfarronerías, chistes verdes y machistas, Trump quiere imponerle al establishment político yanqui. No lo puedo demostrar, pero todo el despliegue histriónico, el vocabulario, los desplantes y los avances y retrocesos de Trump son más el resultado de un manejo inteligente de su debilidad relativa que producto de una falta de discernimiento, como pretenden sus críticos mundialistas.
Hace un año finalizábamos nuestro artículo afirmando:
Es momento de reflexionar en términos estratégicos con el convencimiento de que el mundo ha cambiado”.
Que este miserable gobierno no reflexione es simplemente el agradable espectáculo de ver que tu enemigo se equivoca y, como sabemos, no hay que avisarle.
Pero que se equivoquen algunos de nuestros analistas, estudiosos y académicos es un espectáculo que tenemos la obligación de evitar. Las mujeres y los trans norteamericanos es muy posible que se sientan relativamente perjudicados por el gobierno de Trump. Pero, sinceramente, ese no es nuestro problema.
Nuestro problema, nuestra preocupación son los argentinos, los latinoamericanos, a los que, sin proponérselo, la política de Trump nos da un mayor margen de negociación con el sistema que el preside, el imperialismo.
22 de enero de 2018

1http://www.xn--lasealmedios-dhb.com.ar/2016/11/22/ee-uu-trump-o-el-discreto-encanto-de-una-criminal-serial/

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