Pese a que Tierra del Fuego es la última región del país que se convirtió en provincia, Formosa, la provincia que se creó a partir de "la vuelta fermosa" del río Paraguay, ha sido hasta no hace mucho algo como la hermana entenada de nuestro federalismo.
Fue tierra altiva de tobas montaraces a los que no pudieron someter los españoles. Fue también tierra paraguaya trabajada y poblada por hombres y mujeres que venían de la otra orilla del río común. Fue tierra de refugio para criollos escapados de nuestros conflictos civiles y escenario de la terrible guerra que mitristas argentinos, esclavistas brasileños y colorados uruguayos le hicieron al país heroico que construyeron guaraníes y criollos dignos y justos.
El teniente coronel Luis Jorge Fontana, el patagónico que integró estas tierras al territorio nacional, que clasificó sus especies y conoció y describió a sus hombres del monte, ese militar estudioso, emprendedor y positivista -como correspondía a su época- fundó la villa de Formosa en 1879. Se adentró en la región y, con el apoyo del estado central que recién comenzaba a organizarse, se inició la historia argentina de toda esa región. En estos días acaba de estrenarse en Buenos Aires una película sobre este gran argentino, que contribuyó como pocos a garantizar nuestra extensión territorial, en una época en donde todavía regía la zoncera sarmientina de que “el mal que aqueja al país es su extensión”.
Sin la riqueza algodonera del Chaco, a cuya administración había pertenecido, sin la llanura hirsuta y ganadera de La Pampa, sin el petróleo de Chubut -también fundada por Fontana-, Formosa era hasta no hace mucho un diamante escondido en la profundidad del manto terrestre argentino. Viejas familias criollas anteriores a la llegada de Fontana, una gran población aborigen olvidada por años, paraguayos afincados desde hace tiempo y algunos pocos europeos, dedicados casi todos ellos a las actividades agrarias, conforman la población de esa provincia, laboriosa y tenaz como pocas.
No conocía Formosa. No había tenido la oportunidad de visitarla, pese a muchos formoseños queridos. La política, que es, la mayoría de las veces, la razón de mis viajes, no me había llevado a aquella tierra verde. Y por fin pude conocerla a fines de septiembre de este año, acompañando a Jorge Coscia, quien presentaba su libro La Encrucijada del Bicentenario.
Tenía una idea general, basada en anticuerpos muy sensibles al gorilismo progresista y de izquierda, de que las cosas que se escribían en la prensa porteña, las que se decían en la radio o se comunicaban en la televisión sobre las maldades congénitas de sus gobernantes debían ser, por lo menos, una exageración. Me fui convencido de que las enormidades proferidas por algunas figuras públicas de nuestro propio campo, como la diputada (mandato por cumplirse) Silvia Vázquez o el ex funcionario Claudio Morgado, tenían mucho de ignorancia y otro tanto de mala fe antiperonista. Formosa superó aquellas prevenciones.
Contrariamente a otras provincias de la región, la soja no es un cultivo principal en Formosa. La ingeniería genética aplicada a la ganadería ha convertido a la provincia en ganadera y engorda con sus pasturas razas como Aberdeen Angus y Heresford que antes estaban circunscriptas a la pampa húmeda. Contra todas las tonterías ambientalistas forjadas en círculos citadinos, Formosa cuida su ecología, su flora y su fauna. La cría del yacaré, cuya deliciosa carne ya se exporta, así como la del ñandú -otro manjar formoseño-, ha logrado aumentar la existencia de ejemplares en estado salvaje.
Después del olvido en que la provincia se encontró bajo los distintos gobiernos posteriores a su provincialización, dictada por el general Juan Domingo Perón unos meses antes de su derrocamiento, la labor llevada adelante por el gobernador formoseño Gildo Insfrán y su equipo debe ser una de las más progresistas y pujantes de todo el interior argentino.
Con la inestimable ayuda del gobierno nacional, y con recursos propios, la obra pública es, en Formosa, casi inmensurable. Más de 600 escuelas, primarias, secundarias y técnicas, en toda la provincia; permanente construcción de viviendas que ha logrado erradicar las villas y los barrios marginales; hospitales de alta complejidad; un hospital odontológico; centros polideportivos en todas las ciudades y pueblos de la provincia; respeto permanente, tanto en lo económico como en lo cultural, a su población aborigen; todo ello desmiente de manera incontrastable la calumniosa campaña desplegada no se sabe bien con que finalidad, por sectores capitalinos y ONGs financiadas desde el exterior.
Formosa era, hasta principios de este siglo, la provincia más pobre, en el medio de la crisis de un sistema que sumió al país en una horrible desesperanza. Hoy, con la modestia de sus condiciones materiales, con una economía que recién ha comenzado a dar significativos pasos hacia la industrialización de sus producciones, Formosa es una sociedad justa y equitativa.
Equidad es la palabra que más suena en la política formoseña, incluso por encima de igualdad. La igualdad es una virtud pública que propone la igualdad jurídica y material de todos los ciudadanos. La equidad es un valor anterior a la igualdad. Propone, como decía Jauretche, “emparejemos y larguemos”. Es función del estado imponer equidad en la sociedad, sobre todo económicamente, para plantear desde ahí, desde ese nuevo nivel, el respeto y la promoción de la igualdad ciudadana.
La presidenta Cristina obtuvo un 78,16 % de los votos en la provincia de Formosa. El gobernador Gildo Insfrán obtuvo el 75,58 %. Las razones de estos resultados no son otros que el extraordinario mejoramiento de las condiciones de vida de todos los formoseños, durante estos ocho años.
Para dar un sólo ejemplo de la pelea que ha debido dar la provincia mencionamos el siguiente caso. Durante años la provincia había reclamado ante el gobierno nacional y los organismos internacionales de crédito fondos y préstamos para la pavimentación de la carretera 81, que recorre todo el largo de la provincia, une la capital con Salta y permite la integración de toda la región con la ruta nacional 11, la ruta Juan de Garay, que llega hasta el puerto de Rosario. Durante años la respuesta que las autoridades provinciales recibían a ese pedido era que la inversión no se justificaba por el bajo grado de desarrollo económico de la región. Uno de los tópicos insistentemente argumentados por el gobernador Gildo Insfrán fue, justamente, que la pavimentación de esa ruta era la condición determinante para un desarrollo y consiguiente inversión en la provincia.
En el 2008, en el año de la insolencia sojera, Cristina completó la pavimentación de la ruta. Y, como lo sospechaba el gobernador, la integración de su provincia al conjunto del sistema económico nacional fue la causa, y no la consecuencia, del florecimiento que hoy vive Formosa.
El pueblo formoseño se ha encontrado, por fin, con la necesaria solidaridad del resto del país, que es la base del pacto federal. No ha logrado, aún, vencer la tonta resistencia basada en falsos relatos, en prejuicios y oscuros complejos de culpa de algunos comunicadores. Pero estos ocho años han hecho realidad lo que los formoseños soñaban cuando el territorio nacional se convirtió en provincia, hace nada menos que 57 años.
Buenos Aires, 2 de noviembre de 2011
Silvia Vázquez tiene más prejuicios que pelos en la cabeza, y en la cabeza tiene sólo eso: pelos y prejuicios.
ResponderBorrarHace un par de años atrás armó todo un batifondo (que ella supuso revolucionario) para regalarle a los Tobas del Chaco un órgano electrónico, en el que quiso interpretarles, el día de la entrega del obsequio, con la canción Imagina, de John Lennon.
Por supuesto que exculpo a John Lennon de semejante atrocidad (en realidad, una verdadera y auténtica boludez).
Los indigenistas son indigenistas porque los indígenas son minoría, y como los indigenistas también son minoría, los indigenistas pueden hablarle a los indígenas sin sucumbir en el intento que significaría tratar de comunicarse con millones de indígenas habiendo tan pocos indigenistas, cuestión que se resuelve cuando un par de indigenistas compran un órgano electrónico y se lo obsequian a un par de indígenas, que escuchan azorados cómo una rubia diputada indigenista les toca y canta Imagina, de John Lennon, que no era indigenista, y luego los indígenas se emocionan con la bella música pero, siempre hay un pero, cuando la rubia diputada indigenista se vuelve a su departamento de Puerto Madero, los indígenas arman una festichola de polca y chamamés que hace transpirar al órgano electrónico porque, si bien estaba buena la de Lennon, pa´bailar y divertirse no hay nada mejor que la polca y el chamamé.
Moraleja: los indígenas, para los indigenistas, son extraordinarios sobre todo porque viven a 1.500 km. de casa, si no serían unos villeros de mierda.
Salute
El Dragón del Sur
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