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25 de diciembre de 2011

En la solidez del frente nacional y popular está la garantía del triunfo de Cristina

El 23 de octubre la presidenta Cristina fue reelegida con el 54,11 de los votos y con una diferencia de 38 puntos sobre el segundo candidato más votado. Desde la muerte del general Perón, ningún candidato había logrado triunfar con semejantes guarismos. Ese día, la voluntad popular y los intereses nacionales habían encontrado una expresión incontrastable. Este es el primer dato con el que queremos terminar este 2011 victorioso y comenzar el nuevo año.

Mientras tanto, Europa no termina de salir de su marasmo. Sus países periféricos, como Grecia, Irlanda, Italia y España, son la parte visible de un iceberg que amenaza colisionar con el Estado de Bienestar alcanzado después de la Segunda Guerra Mundial. La desocupación en España alcanza el 25% entre los jóvenes y es un drama político, económico y social que los hombres y mujeres del Tercer Mundo conocemos de sobra. Es más, se pensaba que sólo lo sufriríamos los países de África, Asia, Suramérica y el Caribe, donde los trabajadores, el campesinado y las clases medias menos acomodadas -que conforman la mayoría de sus poblaciones- eran sacrificadas por la acción predadora del capitalismo financiero. Esta depredación no constituye un exceso o una situación puntual que pueda ser corregida, sino que es la propia lógica del imperialismo, que no ha perdido las garras y que ha demostrado que no duda en movilizar a sus tropas y arrojar toneladas de bombas ante cualquier acto de independencia proveniente de los países llamados, generosamente, “emergentes”. Irak, Libia, Afganistán, Irán son una prueba dolorosa y sangrienta de lo que está dispuesto a hacer para mantener su hegemonía planetaria.

La crisis desatada en el norte industrial, en sociedades que se creían de progreso indefinido, es un fenómeno de alcance internacional, con epicentro en el llamado primer mundo, el mundo imperialista, y con desenlace y consecuencias imprevisibles.

Es en ese contexto que el gobierno nacional, ni bien comenzó su nuevo mandato, adoptó una serie de medidas tendientes a garantizar el crecimiento económico y la política distributiva en medio de una posible caída de la demanda internacional de nuestros productos, la de sus precios o de ambos. Las compañías de seguros deberán repatriar sus inversiones y disponibilidades radicadas en el extranjero; las petroleras y mineras tienen la obligación de liquidar las divisas de sus exportaciones en el mercado local; la nueva ley de entidades financieras viene a preservar la estabilidad del sistema financiero y proteger a los usuarios sobre los usureros; la ley contra la fuga de capitales y el lavado de dinero, considera esas maniobras delitos penales contra el orden económico; el proyecto de modificación de la Carta Orgánica del Banco Central esta pensado para que sea el gobierno quien fije la política monetaria y no el mercado; etc. Es la actividad del Estado concebido como el mecanismo más legítimo en defensa del interés nacional.

Resultan tan legítimos -en este marco de crisis y recesión en las metrópolis imperialistas- las presiones que ejercen los empresarios argentinos para lograr medidas que tiendan a mejorar su situación (créditos más blandos, medidas proteccionistas, etc.), como los reclamos del movimiento obrero destinados a que no se ponga techo en las paritarias o para que el gobierno suba el mínimo no imponible que pesa sobre los salarios de los trabajadores mejores pagos. Es la pugna de intereses dentro de un gobierno que debe velar por los de todos los que forman parte de la estrategia de crecimiento y desarrollo con justicia social. Ese ha sido, desde 1945, el rasgo característico del frente nacional y popular. La voluntad del conjunto del pueblo es representada por un líder -lamentablemente no hay femenino para este sustantivo- independiente de cada una de las clases sociales y sectores que conforman el movimiento. A su vez, estas clases y sectores, expresión de los distintos intereses de una sociedad capitalista, discuten, entre sí y con el gobierno, su participación económica, social y política. Dice Jorge Abelardo Ramos, en Revolución y Contrarrevolución en la Argentina: “El bonapartismo (expresión derivada del papel desempeñado por Napoleón I y su sobrino Luis Napoleón en la historia de Francia) es el poder personal que se ejerce 'por encima' de las clases en pugna; hace el papel de árbitro entre ellas. Pero en un país semicolonial como la Argentina, la lucha fundamental no se plantea solamente entre las clases sociales del país sino que sume un doble carácter: el imperialismo extranjero interviene decisivamente en la política interior y tiene a su servicio a partidos políticos nativos y a clases interesadas en la colonización nacional”.

El gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no es ni de la UIA ni de la CGT, aunque muchas veces expresa el interés de una burguesía nacional débily otras defiende y sostiene los intereses de los trabajadores restituyéndoles plenamente sus derechos.

Se trata de un sistema de equilibrio relativo entre las clases y sectores nacionales y populares, enfrentados al imperialismo. Ni burgués ni proletario. Es decir, no hay lugar para un partido peronista exclusivo de los empresarios -o de la burguesía nacional-, como tampoco para un partido peronista obrero. Ambos serían la antítesis de un frente nacional. Por cierto, todas las clases o sectores tienen sobrados derechos para conformar la organización política que crean que mejor los representa, pero esto sólo sería comprensible o justificable si el peronismo hubiese agotado su espíritu revolucionario. El triunfo aplastante de Cristina y los logros y alcances de su política parecen desmentir esto último.

Es en este contexto que hace a la historia misma del movimiento nacional que debe ser interpretada la tensión surgida entre la CGT y el gobierno nacional. Más allá de algún exabrupto formulado al calor de la improvisación en un acto de masas, lo dicho por el diputado Facundo Moyano al terminar el acto de Huracán, expresan con claridad la naturaleza de la tensión: La contradicción principal es entre el proyecto financiero neoliberal y el proyecto nacional popular y latinoamericano, y eso se expresa en la antinomia política kirchnerismo-antikirchnerismo. Nosotros sabemos de qué lado estamos!”

Si esta certeza se impone, y el movimiento obrero como nadie ha conocido en carne propia los resultados de apartarse de ella, el 2012 permitirá consolidar el proyecto en medio de un mundo que se derrumba y que, por ello, es estruendoso.

Editorial de Caminopropio, N° 6

Buenos Aires, enero de 2012

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