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3 de febrero de 2012

Venezuela o el derrumbe del proyecto colonial

El comandante Hugo Chávez Frías habla en el Centro Arturo Jauretche en 1995, a poco de salir de prisión después del intento de febrero de 1992. En la foto se ven, entre otros, a Jorge Enea Spilimbergo, Norberto Acerbi y, de espaldas en el centro, Fermín Chávez

El siguiente texto apareció publicado en el periódico partidario Acción Popular para la Liberación, en marzo de 1992, a pocos días del levantamiento militar en Venezuela encabezado por el Comandante Hugo Chávez Frías. Podemos decir, no sin orgullo, que fue el único artículo de toda la prensa política en saludar con entusiasmo ese levantamiento y en anunciar el inicio de un nuevo período revolucionario en Suramérica. Tanto la prensa comercial y su estolidez desinformativa como la llamada prensa de izquierda progresista vieron en el levantamiento de Chávez una réplica de las rebeliones carapintadas argentinas y, sobre todo, de su reaccionarismo ideológico. Este solitario artículo, escrito con la información recogida en la prensa comercial y sin otro conocimiento sobre los protagonistas del alzamiento de Chávez, logró anticipar, en parte, el desarrollo de lo que hoy es la República Bolivariana de Venezuela.
En nuestro número anterior, a propósito del triunfo electoral en Bolivia de fuerzas de claro contenido nacional, popular y antiimperialista afirmábamos que dichos resultados daban por tierra con la presunta simpatía de las grandes mayorías hacia sus verdugos y aseguraba que una nueva hora de los pueblos se avecinaba en nuestros países. Los acontecimientos político militares que se viven en Venezuela a partir del pronunciamiento y la rebelión militar encabezada por el coronel Hugo Chávez revelan que nuestra afirmación no era tan sólo una expresión de deseos.
El actual presidente venezolano, Carlos Andrés Pérez, subió al poder elegido por el voto popular hace tan sólo tres años. Candidato del partido Acción Democrática, miembro de la Internacional Socialista, Pérez gozaba entonces de una gran popularidad, como producto de una cierta democratización de los ingresos provenientes del petróleo realizada en su anterior presidencia. En aquella época, Venezuela se había beneficiado con la suba del precio internacional de petróleo y se había lanzado a una política de industrialización del país y de distribución de la renta petrolera. Cuando asume la presidencia por segunda vez, han cambiado las condiciones internacionales. La deuda externa pesa sobre la economía venezolana de la misma manera en que lo hace sobre todos los países latinoamericanos. Estados Unidos se ha lanzado a la política exterior de equiparar democracia política con libertad de los mercados y utilizar el chantaje de la deuda como medio para desnacionalizar nuestras estructuras económicas. Ante ello, el actual presidente venezolano hace una voltereta que los argentinos conocemos muy bien. El mismo día en que, con bombos y platillos, asume su segunda presidencia, renuncia al programa de gobierno que había ofrecido a la ciudadanía durante la campaña electoral y se lanza a la política de ajuste y entrega de las empresas estatales que le exige el imperialismo. Poco después firma un acuerdo con el fondo Monetario Internacional, produce un aumento descomunal del precio de los combustibles e inicia una política recesiva y hambreadora que ha llevado a una situación tal que, según estadísticas reveladas en estos días, el 57 % de las familias pueden permitirse tan sólo una comida al día. Un periodista norteamericano sostiene en el diario The Baltimore Sun –en una nota aparecida en la prensa local- que la pobreza había aumentado de un 37% en 1981 a un 65% en 1989 y que el desempleo entre los jóvenes de entre 15 y 24 años rondaba el 20%. A estas cifras –cuya vigencia puede en más o en menos aplicarse a todos los países de América Latina- debe agregarse una descontrolada corrupción administrativa. Los funcionarios del gobierno de Carlos Andrés Pérez y el propio Pérez son sospechosos de un ilimitado enriquecimiento a través de negociados, coimas y otros ilícitos. La prosperidad de la época petrolera generó en la burguesía venezolana una imitación del estilo de vida norteamericano con su culto al automóvil y las autopistas. Todas las grandes obras de infraestructura realizadas por el gobierno generaban el enriquecimiento de los miembros del círculo cercano al poder y con la aplicación de las políticas dictadas por el FMI se produjo un brutal empobrecimiento del país, pese al aumento del producto bruto interno, lo que en los hechos ha significado una redistribución del ingreso, expropiando a los sectores de menores recursos para entregárselo a los más ricos.
La estructura política del país está caracterizada por el reparto periódico del poder entre los dos partidos tradicionales, la AD actualmente gobernante, y el COPEI, vinculado a la Democracia Cristiana Internacional. El Movimiento al Socialismo (MAS), el tercer partido en importancia, surgió como producto de la integración a la actividad política de los movimiento guerrilleros de la década del ’60 y ha mantenido una permanente presencia electoral y parlamentaria, sin llegar a constituirse en una verdadera alternativa de poder frente al bipartidismo tradicional. En esas condiciones y en este marco político aparece como un rayo en una noche serena el pronunciamiento militar encabezado por el coronel Hugo Chávez, que adoptó el sugestivo nombre de Movimiento Revolucionario Bolivariano.
Los manes de Simón Bolívar y Simón Rodríguez
La prensa comercial de todas las tendencias ha ocultado algunas de las características distintivas de este movimiento. En primer lugar, se intentó esconder el llamado a “los estudiantes y curas progresistas” que los militares formularon el mismo día de su sublevación. En segundo lugar, no se explicita la filiación claramente democrática, patriótica y latinoamericanista expresada en su apelación a Bolívar y “su preclaro mentor Simón Rodríguez”. Y esto merece una explicación.
Quien se pone bajo la advocación del Libertador y, sobre todo, del maestro Rodríguez queda libre de toda sospecha de reaccionarismo. Ambos fueron fervientes revolucionarios formados en el ambiente intelectual y moral de la Europa posterior a la toma de la Bastilla. Si Bolívar, heredero de una de las familias más ricas del reino de Nueva Granada, renunció a su clase y entregó su fortuna a la causa de la Independencia y la Unidad Latinoamericana, el plebeyo Simón Rodríguez fue una de las cabezas más geniales, transgresoras y proféticas del siglo XIX en el Nuevo Mundo. Pedagogo, filósofo, pensador político, fundador de escuelas y de métodos de enseñanza, Simón Rodríguez o Samuel Robinson, como gustaba hacerse llamar, fue el enemigo declarado de las oligarquías oscurantistas y de la clerecía goda. Precursor de las modernas teorías educativas, defendió y puso en práctica principios docentes que intentaban reunificar la actividad manual y física con la intelectual. Expuso en su obra una arraigada defensa de la libertad individual y, discípulo de Juan Jacobo Rousseau, argumentó –en las primeras décadas del siglo XIX-a favor de la educación sexual para niños y niñas y de la creación de escuelas para ambos sexos. Recorrió toda la extensión de Suramérica y de su cabeza visionaria surgió la propuesta y la bandera de la unidad política y económica de las antiguas posesiones hispánicas. Ministro de Educación de la recién creada República de Bolivia, Simón Rodríguez debió renunciar a su cargo por las presiones de los sectores oligárquicos que rápidamente rodean al Mariscal Sucre y se marcha hacia Chile, donde vivió el resto de su larga vida, después de haber iniciado varias empresas educativas. Este es el hombre, en apretada síntesis, que los militares venezolanos evocan en su proclama.
La espada y el escapulario
Este hecho merece, quizás, una digresión más. Resulta, para un observador argentino, por demás llamativa la diferencia de lenguaje y de referencias ideológicas entre los documentos de los militares de Venezuela y los de los militares nacionalistas argentinos, vinculados a lo que ellos mismo definen como “el carapintadismo”.
A excepción de la mención al general San Martín, que a veces toma un carácter meramente litúrgico, es notoria, en el discurso de los militares rebeldes argentinos, la ausencia de menciones a la tradición revolucionaria que integró el ciclo de la Independencia Nacional. Se cita la memoria de San Martín, pero se olvida la de su secretario en el Perú, el revolucionario jacobino Bernardo de Monteagudo, el ideólogo de la incorporación de los pueblos indios a la epopeya emancipadora, asesinado en misteriosas circunstancias en la Lima de los marqueses godos. No aparece en los textos de los venezolanos ese tono de sacristía que, a veces, impregna los documentos y declaraciones de los militares argentinos enfrentados al gobierno y a la cúpula castrense. Tono que, por otra parte, ha contribuido grandemente a aislar a los militares nacionalistas de nuestro país de otros sectores sociales y políticos imprescindibles para la construcción de un gran frente patriótico. Quizás sea tan sólo un detalle, pero a veces son los detalles los que permiten ver la virtud o el defecto de una obra. El coronel Seineldín, jefe del levantamiento de diciembre de 1990, hizo conocer una declaración ante los hechos de Venezuela. En ella sostiene, con razón, que “hay un común denominador” entre el levantamiento venezolano y el carapintada. Sostiene, además, que “luchamos por la Independencia, pero para resistirnos a un Imperio Anglo Sajón que, utilizando como instrumento al Fondo Monetario Internacional, busca someter a nuestros pueblos a la peor de las dependencias, la del Hambre, la Miseria y la Cultura, pretendiendo que renunciemos a todo por lo que han luchado nuestros Padres”. Una excelente declaración, como se ve. El detalle al que nos referimos y que carecería de importancia si no fuera por el tono beato que mencionamos más arriba, es que, al pie de su documento, el coronel Seineldín lo fecha en “Santa María Magdalena”, es decir, en la cárcel de Magdalena, que es como todo el mundo conoce a ese lugar. Poner el desconocido nombre de la pecadora arrepentida a los pies de Jesús es simplemente un gesto de inútil y contraproducente esencialismo religioso que espanta más de lo que atrae.
Lo cierto es que existe en los militares venezolanos una tradición de lucha democrática y popular de la que carecen los argentinos, herederos, en muchos casos involuntariamente, del golpe reaccionario contra el general Perón en 1955. En Venezuela, en 1958, una insurrección popular, con activa participación de núcleos militares, de orientación izquierdista, derrocó al dictador Pérez Jiménez e inauguró un período de vigencia de la soberanía popular, casi singular en América Latina. Las Fuerzas Armadas de aquel país han sido formadas en un consecuente espíritu democrático y sin los resabios aristocratizantes de sus pares argentinos.
Por otra parte, Venezuela es el país de América Latina en donde con mayor vigor se han mantenido vivas las ideas nutricias del pensamiento bolivariano. La casi totalidad de la clase política venezolana participa de la tradición intelectual e ideológica de la Gran Colombia fundada por el Libertador. La misma idea de la unidad latinoamericana ha sido una constante en casi todas las fuerzas políticas de aquel país, más allá de la sinceridad o de la voluntad que pusieran en su realización. Esto también impregna el discurso militar, que no se reduce entonces a un patriotismo provinciano, sino que se asume como latinoamericano.
Los ejércitos y el Nuevo Orden Mundial
La propuesta hegemónica imperialista que con este nombre de reminiscencias hitlerianas es asumida por la mayoría de los gobiernos de América Latina, condenando a su población a un destino de ilotas, ha comenzado, como se ve, a generar respuestas. Para los EE.UU. los ejércitos nacionales han dejado de tener significación ni utilidad. Establecida la fórmula de la democracia colonial, legalizando el despojo en formas institucionales, los ejércitos no tienen ningún papel que cumplir. La soberanía nacional y territorial ha caducado y la crisis irremediable del antiguo bloque soviético hace innecesaria la doctrina de la seguridad nacional. Para las fuerzas armadas queda tan sólo el papel policial de represión al narcotráfico, en defensa de la salud y la economía norteamericanas, o el de comparsa en guerras imperialistas como la de Iraq o en intervenciones militares bajo la égida del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, como ahora en Yugoslavia. Por supuesto, este tipo de policía no requiere industrias para la defensa o estructura productiva de ningún tipo. De ahí el desmantelamiento que se inició bajo el gobierno de Alfonsín y hoy se complementa con el de Menem, bajo la mirada vigilante del embajador Todman y la diligencia de Cavallo y Di Tella.
Lo ocurrido en Venezuela ha puesto en movimiento a fuerzas que son indetenibles. El gobierno proimperialista de Carlos Andrés Pérez está jaqueado y ha tenido que retroceder frente a las presiones populares. Los militares rebeldes de Venezuela cuentan, según todas las informaciones, con un amplio apoyo en el seno de la población civil que no hizo ningún gesto en defensa del gobierno. A este respecto son por demás elocuentes las declaraciones, publicadas en Página 12, de Douglas Bravo, el antiguo jefe de las guerrillas venezolanas y actual dirigente del Frente Patriótico: “En realidad no los conozco (a los jefes militares rebeldes), pero si juzgamos por todos sus documentos, proclamas y declaración de principios, nos colocamos en el terreno de apoyarlos”. Y ante la pregunta de cómo explicaba el nacionalismo de los rebeldes, el antiguo jefe guerrillero sostuvo: “Cuando en América Latina se plantea un proyecto nacionalista puede causar resquemor porque del nacionalismo nació el fascismo y el nazismo en Europa, mientras que aquí de una política nacionalista avanzada va a brotar la soberanía de estas naciones y va a nacer la emancipación integral. No tenemos por qué depender de EE.UU.”. Y terminó sus declaraciones afirmando: (a los militares) “la mayoría del país los va a sacar de la cárcel”.
Los nuevos tiempos son ya una escuela de política revolucionaria para las nuevas generaciones civiles y militares. Algo comenzó en Venezuela, que empalma vigorosamente con otras manifestaciones político-sociales en diversos países latinoamericanos, reflejo de una reacción de nuestros pueblos ante los bárbaros colonizadores. Han comenzado los tiempos de la segunda liberación de la Patria Grande.
Acción Popular para la Liberación, Buenos Aires, febrero de 1992

En la senda de Bolívar y Artigas
Decíamos en Acción Popular para la Liberación, a propósito del levantamiento de posmilitares bolivarianos en 1992, que existía una diferencia ideológico-conceptual muy grande entre los militares alzados en Venezuela y nuestros carapintadas. En primer lugar, era evidente el punto de partida democrático y popular de los bolivarianos. Lejos de levantarse a partir de una reivindicación castrense gremial, como lo hicieron los argentinos, los militares venezolanos partieron de cuestionar el centro de la política de sometimiento al imperialismo, los planes de ajuste y, con ello, la corrupción generalizada del régimen de Pérez. De esa forma, no se presentaron ante el conjunto de los sectores populares de su país como reivindicando cuestiones sectoriales, sino encarnando las aspiraciones y preocupaciones de los oprimidos.
En segundo lugar, buscaron antecedentes y base conceptual en uno de los momentos culminantes del proceso emancipador latinoamericano, el proyecto de Bolívar de la Gran Colombia. Mientras que el coronel Seineldín y sus hombres apelaron a confusas conceptualizaciones religiosas, abstractas y metafísicas, los venezolanos buscaron sus raíces en el proceso histórico latinoamericano y en la conciencia popular del mismo. Posiblemente, las razones de esta diferencia haya que buscarlas en la historia, sobre todo reciente, de ambos ejércitos. Mientras que el actual ejército de Venezuela tiene su raíz y conformación en la revuelta popular y antiimperialista contra el dictador Pérez Jiménez, el argentino se nutre de la alianza clerical-liberal contra el gobierno del general Perón en 1955.
Por otra parte, el pensamiento y la acción de Bolívar tienen en su tierra una vitalidad de la que carece nuestro Libertador General San Martín, convertido en un santo laico, inodoro, incoloro e insípido, por las vestales liberales del mitrismo y del Instituto Nacional Sanmartiniano. Nada de su pensamiento y sus proyectos políticos forman parte de la verdad oficial y, fuerza es decirlo, sólo la Izquierda Nacional ha indagado y hecho conocer la hermandad de ideales con el Libertador del Norte.
La reivindicación misma de Simón Rodríguez da indicios de la osadía de las propuestas de Chávez. Simón Rodríguez, el filósofo maestro de Bolívar, es una de las personalidades más extraordinarias de la historia latinoamericana. De su cabeza salieron las ideas más avanzadas, transformadoras y precisas del siglo XIX, en nuestra Patria Grande. Pedagogo y escritor, tuvo en las oligarquías hispanocriollas un enemigo encarnizado que logró sepultarlo en el olvido y la pobreza, sin lograr por ello hacerlo claudicar en su convicción. Emparentado con la tradición libertaria de la Revolución Francesa, encarnó en tierra criolla las aspiraciones de unidad nacional, de soberanía popular y de reivindicación social de los pueblos en lucha por la Independencia. Mencionar su nombre es apelar a los elementos más revolucionarios, antioligárquicos e independentistas de nuestra historia común. El coronel Hugo Chávez, por sus palabras, se ha puesto en ese lugar. No está solo. Millones de latinoamericanos hartos de la nueva opresión imperialista se aprestan a nuevos combates liberadores.
Publicado en Acción Popular para la Liberación, Diciembre de 1994

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