A
50 años de la fundación del PSIN
El compañero Luis Alberto Rodríguez ha hecho circular el siguiente artículo, seguido de la proclama con la cual se dio a conocer la primera organización política de la Izquierda Nacional, hace 50 años. La trascendencia que en la política argentina han tenido las ideas ahí planteadas me convencen de la necesidad de dar a conocer este aporte. Asimismo significa un homenaje a todos aquellos compañeros reunidos en esa oportunidad, muchos de los cuales quedaron en el camino y otros continúan en la lucha por la liberación del pueblo argentino y la unidad de América Latina.
Luis M. Cabral, Blas Alberti, Luis Alberto Rodríguez, Jorge Abelardo Ramos, Fernando Carpio, Jorge Enea Spilimbergo, Alberto Converti, entrando a la Casa Rosada en 1974
JFB
EL
PARTIDO DE LA IZQUIERDA NACIONAL
Luis
Alberto Rodríguez
No fueron mil, ni cien,
sino algo más de una treintena de compañeros en todo el país,
algunos de los cuales nos reunimos y fundamos
en 1962 el
Partido
Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN).1
Ese encuentro ocurrió en
Buenos Aires, los días 15 y 16 de Junio,
en la parte del frente de una casona de bajos, que alquilamos en la
calle Soler 3847 del viejo barrio de Palermo.
La circunstancia
política de entonces estaba dada por la crisis, tanto de la sociedad
argentina como la de los exangües
partidos
tradicionales, en los que se encontraba la izquierda portuaria,
desvinculada del proceso histórico de las masas argentinas.
La
concreción
en una organización militante de la corriente ideológica conocida
como Izquierda Nacional, tuvo en Jorge Abelardo Ramos a su inspirador
y nervio.
Este pertenecía al grupo originario constituido por Aurelio Narvaja,
Adolfo Perelman y Enrique Rivera (sin que ello signifique olvidarnos
de otros destacados compañeros), grupo que había sentado las bases
de dicho pensamiento. Sin duda que a Abelardo le cabía lo que
Castelnuovo dijera sobre Víctor Serge: “No pensaba para seguir
pensando y hacer un oficio del pensar. Pensaba para poner en práctica
su pensamiento”.2
Esos forjadores dejaron
una huella profunda porque no
fueron hombres de nadie, sino leales a una causa.
A este respecto es pertinente recordar la confesión hecha por Perón
al periodista Esteban Peicovich: “Me
pregunta usted qué epitafio desearía para mi tumba, me gustaría
que dijera únicamente: “Aquí yace un hombre que vivió y cumplió
una causa…
Y esa
gran causa fue la que me hizo grande”.3
El núcleo duro que
acompañaba al Colorado lo constituía el tándem conformado por
Jorge Enea Spilimbergo y el metalúrgico Manuel Fernando Carpio. En
tanto que la plataforma operativa para el mencionado encuentro era la
“Librería del Mar Dulce”, donde también funcionaba la
“Editorial Coyoacán”. En dicho lugar, salpicado por la simpatía
de la querible Faby Carvallo, se lo solía ubicar a Ramos, motivo por
el cual era un caedero de amigos y desconocidos. Ello sucedía por la
vorágine de los acontecimientos políticos del país y también por
la característica de la personalidad de aquel, que lo llevaba a
relacionarse con infinidad de seres, pero fundamentalmente con
personajes poseedores de aristas singulares, los que marcaban con su
sello el paso de su tiempo histórico.
Allí conocí y traté,
entre otros, a Arturo Jauretche, los mencionados Carpio y
Spilimbergo, Ricardo Carpani, el Tucho
Methol
Ferré, Fermín Chávez, José María Rosa, Luis Alberto Murray,
Enrique Oliva (François
Lepot),
Pajarito
García Lupo, Enrique Pavón Pereyra, Ángel Pérelman, Alfredo
Terzaga, Carlos Díaz y Alberto Converti (estos cuatro últimos ya
venían de la Izquierda Nacional).
En los albores de los
‘60 -rebotando aún los desgraciados ecos del golpe de Estado
contra el gobierno peronista-, la cultura y la revolución iban del
brazo, causa por la cual los siguientes acontecimientos atrajeron la
atención de amplios sectores de argentinos: los libros Los
Profetas del Odio,
de Arturo Jauretche, y Revolución
y Contrarrevolución en la Argentina,
del Colorado
Ramos; la novela Sobre
Héroes y Tumbas,
de Ernesto Sábato;
la exposición pública del Grupo Espartaco (orientado por el pintor
Ricardo Carpani) y la música de Astor Piazzolla, con su emblemático
Adiós
Nonino.
Pero, ¿de dónde
provenían la mayoría de aquellos delegados que le dieron vida al
PSIN, esos que se reunieron ante un
gran mural realizado por Carpani y cuya figura central era un
magnífico centauro gaucho?
Ellos constituían una muy pequeña representación de lo que, con
posterioridad, se conocerá como la “nacionalización de la clase
media”. Esos jóvenes militantes, que conformaban dos grupos,
venían de una gran decepción, tan grande como la ilusión que los
había llevado a la acción política.
El núcleo más
importante provenía del “socialismo de vanguardia” -sector que
era un desgajamiento de las múltiples escisiones sufridas por el
esclerosado tronco del Partido Socialista-, que influenciado
por la incomprensión hacia el peronismo y por la triunfante
revolución cubana, terminará quedando
a medio camino en el entendimiento de la cuestión nacional.
El otro grupo
estaba integrado por universitarios derivados de la frustrante
experiencia frondizista. A partir de 1957, el Dr. Frondizi había
concitado el apoyo de importantes estamentos de la clase media al
hacer eje en una salida política nacional y en una economía al
servicio del país, con
democracia y sin proscripciones. Toda
la actividad política estaba a flor de piel, en un vertiginoso y
confuso conglomerado de causas y efectos. Es por eso que, en búsqueda
de orientación, muchos de nosotros empezamos a seguir los análisis
y posiciones políticas que Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz
explicitaban desde la revista Que,
de gran influencia en aquellos tiempos.
La labor desarrollada
por Don Arturo y Scalabrini no solo dio contenido a la batalla
electoral que se avecinaba, sino que, por la continuidad de la
prédica, llegaron a constituirse en los auténticos “formadores de
la conciencia nacional en la Argentina contemporánea”.
Como es sabido, el
proceso frondizista desembocó en la traición al acuerdo con Perón,
la sumisión al imperialismo, la burla al estudiantado al implantarse
la enseñanza libre, el despojo al triunfo electoral del peronismo,
la entrega del petróleo y el comienzo del desguace ferroviario. Así,
en marzo de 1960, frente a las sucesivas huelgas obreras y protestas
estudiantiles, se declaraba al país en “estado de conmoción
interna”. Ello posibilitó la detención de cientos de activistas
estudiantiles y sindicales -entre los que se encontraban Andrés
Framini y José Rucci- y la intervención a varios gremios. Como era
previsible, en 1962, Frondizi terminará siendo derrocado por el
mismo ejército del general Aramburu.
Volviendo a ese año y
al PSIN, digamos que no había nada más, salvo lo más importante:
la
esperanza y la militancia para luchar por las banderas históricas
del movimiento nacional en la perspectiva revolucionaria del
socialismo criollo.
A la finalización de
los debates de aquel encuentro, se eligió la primera
Mesa
Ejecutiva Nacional
del nuevo partido, la que quedó integrada por Fernando Carpio, como
Secretario General, Abelardo Ramos, Jorge E. Spilimbergo, Luis A.
Rodríguez, Osvaldo Soraires, Isidro L. Zanelli, Juan C. Medina y
Augusto Despréz. También fue elegido el Comité
Ejecutivo,
siendo su Secretario General el mismo Carpio, y como Vocales Carlos
Díaz y Jaime Zapata (del Chaco), Oscar Aramburu y Luis A. Gargiulo
(de Necochea), Rubén Bortnik (de Bahía Blanca), Ramos, Spilimbergo,
Rodríguez, Soraires, Medina, Zanelli, Despréz, Ángel Perelman
(obrero metalúrgico, uno de los fundadores de la U.O.M. y autor de
“Como hicimos el 17 de Octubre”), y Alberto Belloni (dirigente
obrero de A.T.E. y autor “Del anarquismo al peronismo” y de
“Peronismo y Socialismo Nacional”).
Una segunda oleada –un
poco más extensa que la anterior- se hizo presente apenas el Partido
comenzó a entreverarse en la política nacional: Alberto Guerberof,
Rodolfo Balmaceda, Jorge Raventos, Jorge Beinstein, Juan Barat y
Leopoldo Markus, en Buenos Aires; Silvio Mondazzi, Roberto Ferrero y
Roberto Reyna, en Córdoba; Hipólito Bolcato, Juan A. Geobergia,
Pericles Dentesano y Mario Lacava, en Santa Fe; Mario Bernich,
Osvaldo Pérez y Clarise Pasmanter, en Chaco; Bailón Gerez, Raúl
Dargoltz y Carlos Zurita, en Santiago del Estero; Adolfo Marengo y
Marcelo Palero, en Mendoza; Gregorio Caro Figueroa y Ana María
Giacosa, en Salta; Simón Gómez en Catamarca.
Así, de a poco y con
mucho sacrificio, aquel partido fue tomando encarnadura y abarcando
con su influencia política y organización a casi todo el país.
Años más tarde, en 1971, se transformará en el Frente de Izquierda
Popular (FIP), y en 1987, en el Frente Patriótico de Liberación
(MPL). Vaya, entonces, en este aniversario del PSIN, nuestro recuerdo
fraterno para los miles de abnegados compañeros que hicieron -y los
que aún siguen haciendo- camino al andar. Y vaya también nuestro
homenaje a quienes ya no están físicamente entre nosotros, pero
perduran en nuestro recuerdo por la persistencia de sus esfuerzos y
sus ideales.
Como escribiera Van
Gogh: “Los
molinos ya no están, pero el viento sigue todavía”.
Buenos Aires, Junio de
2012.-
A
P É N D I C E
LA
IZQUIERDA NACIONAL YA TIENE SU PARTIDO
|
Trabajadores
y Ciudadanos:
DELEGADOS de todo el país, en junio de este año, han fundado el Partido Socialista de la Izquierda Nacional. Sus cuadros se integran con hombres provenientes del llamado "socialismo de vanguardia" (Secretaría Tieffenberg), con militantes del Partido Socialista de la Revolución Nacional (disuelto por la Revolución Libertadora) y con numerosos núcleos obreros y estudiantiles independientes embanderados en el programa de la Izquierda Nacional.
Jóvenes
revolucionarios sin compromisos con el pasado, y militantes más
experimentados del socialismo revolucionario, se han unido para
echar las bases de un movimiento político, independiente del
imperialismo, de la burguesía nacional y de la burocracia
soviética. En todo el país, los sostenedores de estas ideas eran
conocidos como partidarios de la Izquierda Nacional. Era hasta hoy
un movimiento puramente ideológico; se ha transformado en partido
político precisamente en el momento que los partidos clásicos de
la oligarquía, de la clase media y de las "izquierdas
cipayas" atraviesan su crisis más profunda. Los partidos
tradicionales de izquierda y de derecha expresan en sus
convulsiones la decadencia general de la vieja sociedad Argentina.
El
Partido Socialista de la Izquierda Nacional aspira a poner orden
en este caos y a trazar las líneas de una política proletaria
independiente en la Revolución Nacional. Si la oligarquía
demuestra su total impotencia para resolver los problemas
argentinos, y si la burguesía ya ha hecho su prueba, el
proletariado aún no ha dicho su última palabra.
¿Qué
es la Izquierda Nacional?
Pero antes de examinar las clases y los partidos de la Argentina, corresponde decir quiénes somos y que títulos podemos exhibir ante los trabajadores para justificar nuestra existencia.
Todos
los obreros recordarán que antes del 17 de octubre de 1945 el
país estaba dividido entre los partidarios del ingreso argentino
en la guerra imperialista mundial y aquellos que se oponían a la
infame matanza.
La cipayería acusaba de "nazis" a los neutralistas de la pequeña burguesía y a los marxistas revolucionarios que condenaban la guerra. Entre estos últimos estábamos nosotros, desde 1939.
Los
mismos cipayos de esos años -radicales, conservadores,
socialistas y comunistas- serán los que formaron luego la Unión
Democrática contra el peronismo. Y cuando en 1945 las masas
populares imprimieron un nuevo rumbo a los destinos del país, los
socialistas revolucionarios, un puñado tan solo, estuvieron junto
al pueblo y recibieron con el pueblo el mote de "nazi-peronistas".
En 1945 también nosotros éramos "nazi-peronistas",
únicamente porque, sin ser peronistas, apoyábamos la lucha
contra el imperialismo y las grandes realizaciones del gobierno de
Perón. Las condiciones políticas de la pequeña burguesía,
polarizada en el antiperonismo mas ciego, y de la clase obrera,
polarizada en el peronismo como su primera etapa de lucha
política, impidieron que la ideología socialista revolucionaria
cristalizase en partido.
Hubo
una tentativa, suprimida por los gorilas de la revolución
libertadora, que fue el Partido Socialista de la Revolución
Nacional. Precisamente en ese agrupamiento, con la edición del
periódico "Lucha Obrera", aparecido al caer Perón,
centenares de miles de trabajadores aprendieron que podía haber
en el país un socialismo realmente argentino y revolucionario,
aliado al peronismo, capaz de señalar el camino en las horas más
difíciles y dolorosas del país.
Es
en ese momento, en abril de 1955, que lanzamos la idea de la
Izquierda Nacional, como contrafigura de la izquierda cipaya
tradicional, y cuyo contenido no podía ser sino socialista. En
una resolución política del 14 de abril de 1955, formulamos en
estos términos la consigna: "Por una nueva Izquierda
Nacional y Latinoamericana! Por un poderoso partido de la clase
trabajadora! Por la lucha irreconciliable contra el imperialismo y
sus aliados nativos!". La reacción oligárquica de ese
momento nos excluyó de la acción
|
política
por muchos años, y desde entonces libramos la batalla en el frente
ideológico para educar a la nueva generación en los principios de
la política proletaria, del método marxista en la cuestión
nacional y de un movimiento socialista que fuese capaz de interpretar
al país tal cual es.
Precisamente
cuando el Socialismo de la Revolución Nacional era disuelto por los
gorilas, Alfredo Palacios era nombrado embajador libertador en el
Uruguay, Américo Ghioldi aullaba que se había "acabado la
leche de la clemencia", Tieffemberg condenaba a la "barbarie
peronista" postulándose a los libertadores para una cátedra en
la Facultad de Derecho, y Codovila asaltaba los sindicatos peronistas
con la ayuda de la policía. Estos simples hechos, conocidos por todo
el mundo, permiten comprender el panorama de la izquierda cipaya en
1955, y también la posición invariable de la izquierda nacional
revolucionaria.
Pero
la nueva generación socialista no ha podido ser confundida. La
inmensa mayoría de las juventudes del "socialismo de
vanguardia" ha roto sus vínculos con ese grupo bajo la enseña
de la Izquierda Nacional. Jóvenes y veteranos estamos juntos hoy
para acometer una gran empresa, digna de los tiempos borrascosos que
vivimos. El Partido Socialista de la Izquierda Nacional es el
instrumento militante para realizarla. Ese es nuestro pasado. Podemos
mirar hacia atrás porque estamos orgullosos del él. Sin jactancia
desafiamos a las izquierdas cipayas a que hagan lo mismo, si
pueden.Del
yrigoyenismo al peronismo
Don Hipólito Irigoyen encabezó un gran movimiento nacional en la época que el proletariado estaba en formación. Fue la primera tentativa en el siglo XX para restringir la influencia política y económica de la oligarquía agropecuaria. Las clases que lo componían, la inmadurez del país, su inconsecuencia, determinaron la frustración de su lucha. El saldo de sus dos gobiernos puede resumirse en los lineamientos de una política nacional burguesa progresiva que no logró verificarse sino en el papel. El factor fundamental que abre nuevas perspectivas para el desarrollo de la revolución nacional es el proceso de industrialización abierto con la primera guerra mundial, con la crisis de 1929 y con la segunda hecatombe imperialista de 1939.
A
partir de 1930 aparece un nuevo proletariado, que ya no procedía,
como a principios de siglo, de la inmigración, sino del crecimiento
vegetativo del interior y de la crisis agraria que empuja a los
peones a las ciudades industriales en crecimiento. Esos cuadros de
obreros criollos irrumpieron en la ciudad cosmopolita de Buenos Aires
y transformaron su composición nacional y su destino político. La
nueva clase obrera así formada saldrá a la calle el 17 de Octubre y
hará sus primeras armas sindicales y políticas con el peronismo. El
movimiento nacional iniciado por Irigoyen trasladará su eje a partir
de 1945 y el elemento predominante en el peronismo será la clase
trabajadora. El radicalismo será desde entonces un movimiento mixto,
de clase media, de burguesía nacional, de agentes de la burguesía
comercial, cipayos y nacionales reunidos.
La
aparición del peronismo es inexplicable sin la formación del frente
de clases que lo constituyó. Ese Frente Nacional estaba formado nos
solo por los trabajadores, sino particularmente por el Ejército, por
sectores de la burguesía nacional, por la Iglesia, por sectores de
la clase media urbana y rural y por la burocracia del estado. El
verdadero espíritu revolucionario de ese Frente Nacional estaba
refugiado en las masas obreras. En el Ejército existía un sentido
nacional muy acentuado, aunque limitado por el temor a la clase
trabajadora.
En
cuanto la burguesía nacional, solo la presencia de Perón, como
regulador y arbitro supremo del movimiento, contenía el odio de
clase hacia los obreros. Para la burguesía nacional, el movimiento
peronista debía estar al servicio de su lucro, y practicar un
antiimperialismo estatal sin sindicatos y sin ideología, sin
porvenir y sin grandeza. Los elementos burgueses y burocráticos de
ese Frente no pudieron impedir que Perón imprimiese a su movimiento
un amplio carácter popular, que es la garantía verdadera de su
fuerza; pero lograron suprimir de él todo vestigio de ideología
revolucionaria.
Diese
así la paradoja de que un movimiento nacional apoyado por las masas
obreras tuviese una expresión ideológica reaccionaria,
proporcionada por los elementos nacionalistas de derecha, mientras
que, por el contrario, los sectores de la izquierda cipaya
antiperonista, ostentasen fórmulas ideológicas democráticas y
"avanzadas", para ocultar el contenido ultrarreaccionario
de su prédica. A través de esta contradicción de hierro- que alejó
del peronismo a grandes sectores de la juventud pequeño burguesa-
transcurrieron diez años de régimen peronista. Instintivamente, las
masas populares rechazaban el partido peronista, prefiriendo apoyar
directamente a Perón, pues sospechaban que los elementos
reaccionarios de la burocracia y de la burguesía estaban más cerca
de la contrarrevolución que de la revolución.
La
lucha contra el imperialismo, por otra parte, no suprime la
contradicción de clases dentro del Frente Nacional; por el
contrario, la acentúa y permite medir la consecuencia, la resolución
y el espíritu revolucionario de cada una de ellas frente al enemigo
del país. De ahí la importancia decisiva que en la revolución
nacional actúe un partido obrero independiente, formado por los
elementos más decididos y esclarecidos de la clase trabajadora,
capaces de impulsar la revolución hacia delante y de condenar todas
las vacilaciones e inconsecuencias de las otras clases del Frente
Nacional.
Ahogar
esta tentativa en nombre de la "unidad nacional" solo puede
servir a los intereses de la burguesía, capaz de llegar a cualquier
acuerdo con las potencias mundiales (Kennedy, Mac Millan o...
Kruschev) antes de permitir que la clase obrera se convierta en el
sector conductor y en el cerebro dirigente de la Revolución. Virajes
a derecha o a izquierda de este género ya los hemos visto, y los
volveremos a ver, pero a no hacerse ilusiones. Solo un partido
revolucionario con raíces profundas en el país será el mejor
correctivo para estas maniobras circunstanciales de la burguesía,
destinadas a mantener su control sobre la clase obrera y el
movimiento nacional.
Perón
intentó realizar las tareas de industrialización requeridas por el
país con la ayuda del ejército y la clase obrera, sus dos fuerzas
fundamentales. Pero los elementos burgueses y conservadores de su
movimiento impidieron esa industrialización alcanzase su necesario
vuelo. Esto solo podía lograrse económica y políticamente, con la
expropiación de la oligarquía terrateniente, de la burguesía
comercial, de los frigoríficos y de otras inversiones extranjeras
que ahogan al país. Al dejar en pie esos pilares de la reacción,
Perón fue derribado en 1955.
La
oligarquía, que había sido políticamente expropiada, pero a la que
restaba intacta toda su base económica, reconstituyo sus fuerzas y
siete años después de la caída de Perón, continua en la plenitud
de su poderío.
El
triunfo electoral de Frondizi reflejo la debilidad fundamental del
país en 1958. Aniquilados los sectores del ejército que habían
sostenido el régimen peronista, replegada la clase obrera a sus
reductos sindicales, desmantelados los sistemas defensivos de la
economía nacional creados por el peronismo, Frondizi subió al poder
condicionado por tales limitaciones. Representante de la pequeña
burguesía democrática y de los nuevos sectores de la burguesía
industrial creados bajo el régimen peronista, toda su política
consistió en evitar un enfrentamiento con el imperialismo; por el
contrario, y demostrando que la pequeña burguesía posee un alto
respeto por la gran burguesía, intentó "persuadir" a los
Estados Unidos que la industrialización argentina era un
contrafuerte ante el avance del "comunismo" hemisférico.
Su
buena voluntad se demostró accediendo a todas las exigencias
imperialistas: sin prensa propia, sin banca nacionalizada, sin IAPI,
sin control de cambios, sin capitalismo de estado, no le quedó más
remedio que comprender al fin de su ciclo que el imperialismo había
aprovechado esas concesiones para reintroducirse en la economía
argentina sin dar nada en cambio. El frondizismo- esto es, la
burguesía nacional- intentó gobernar fundado en dos clases: la
oligarquía y la burguesía. El resultado está a la vista y las
contradicciones hirvientes de su gobierno respondían a la quimérica
tentativa de buscar la estabilidad financiera para la oligarquía y
el desarrollo para la burguesía. Con lo cual no podía satisfacer
plenamente ni a la una ni a la otra.
El
papel desempeñado por los "planteos" militares en ese
tumultuoso proceso revelaba por un lado que las fuerzas armadas
habían quedado enfeudadas desde 1955 a la influencia ideológica del
imperialismo y por el otro que a Frondizi y a su clase le faltó la
audacia y resolución necesaria para impulsar una abierta política
nacional capaz de reeducar a los cuadros de oficiales en la lucha
misma. El carácter semicolonial de la Argentina quedaría
suplementariamente demostrado por estos hechos, reveladores en
definitiva que solo la clase obrera a permanecido fiel a las banderas
de la liberación nacional y que no ha podido ser jamás confundida
en medio del caos político de los últimos años.
Esta
conciencia profunda de las masas populares resulta más patética a
la luz de los teóricos que el frondizismo ha producido en el curso
de sus cuatro años de gobierno. Frigerio es uno de ellos y en sus
lastimosas tesis puede medirse toda la impotencia de nuestra
burguesía nacional. Incapaz de salvarse a sí misma del abrazo
estrangulador de la oligarquía, mal podría pretender salvar al
país. Al idealizar el papel económico del imperialismo, la
burguesía y Frigerio dicen bien a las claras que han renunciado a
conducir la defensa de los intereses nacionales y aun de su propia
existencia.
Mientras
que la oligarquía y sus partidos sostienen la necesidad de volver a
la prosperidad del Centenario y hacer emigrar a los diez millones de
argentinos que la economía agropecuaria no puede alimentar, los
partidos de la pequeña burguesía como el radicalismo sostienen que
la salvación radica en la Alianza para el Progreso. Si no podemos
industrializarnos desde adentro, busquemos la industrialización por
afuera! A esto se reduce su ideología meteca.
Los
elementos de la izquierda cipaya, a su vez, proponen como suprema
panacea, "negociar" con la cortina de hierro. Cipayos de
izquierda y derecha, olvidan todos a nuestra América Latina, la
reserva del imperialismo y la base de nuestra verdadera unidad,
independencia y grandeza. Ninguno de estos partidos a planteado el
problema de la unidad latinoamericana, de establecer íntimas
relaciones con los pueblos hermanos y de crear un comercio
Inter-Latinoamericano capaz de oponer al comprador y vendedor único,
un monopolio latinoamericano de productos para defender ante el
imperialismo una gran patria dividida.
Esto
no significa que el socialismo de la Izquierda Nacional ponga en un
mismo plano al bloque socialista y al imperialismo. En el campo del
socialismo, sean cuales fueran sus deformaciones burocráticas y sus
errores, flamea la bandera de toda la humanidad. Pero los caminos que
conducen al socialismo no han sido trazados en ninguna parte. Y menos
que nadie por la burocracia soviética, especialista en estrangular
revoluciones. Tan solo nosotros, y solo nosotros, determinaremos las
ideas y la conducción de nuestra lucha en América Latina. Y
solamente así nuestra revolución no se expondrá a ser negociada en
las chancillerías por Kruschev como hizo Stalin en su tiempo con los
movimientos nacionales y coloniales.
Nuestros
países deben negociar con Estados Unidos, con la Unión Soviética y
con todos los estados del mundo, sin ninguna clase de restricciones
ni de intimidaciones. En cuanto a los escépticos que niegan la
posibilidad de un
desarrollo
económico sin ayudas del imperialismo y a los izquierdistas
cipayos que ven solo en el comercio con la Unión Soviética en la
"coexistencia pacífica" la clave de nuestro progreso,
respondemos: no hay desarrollo sin revolución, y no puede haber
real liberación argentina sin revolución latinoamericana.
La
grandiosa revolución cubana, por el retraso del movimiento en
América Latina, está confinada a una isla. Nada mejor puede
pedir el imperialismo que insularizar nuestras revoluciones, que
aislar a Bolivia en el altiplano o a Cuba en el Caribe. Tampoco
puede inquietar a la burocracia soviética esta dramática
situación. Pero a nosotros, los latinoamericanos, el destino de
Cuba o Bolivia, sus avances o desfallecimientos, aluden a nuestro
propio destino. Dejemos que esas revoluciones den motivo a los
cipayos de izquierda a un "cubanismo" frenético,
destinado a ocultar la verdadera naturaleza de nuestra propia
revolución. Dejemos que los "cubanistas" sean
revolucionarios en la Habana y cipayos en su propio país. No
hemos de juzgar a los heroicos cubanos por sus deplorables
epígonos de Buenos Aires, sino por sus propios actos, y aun por
sus errores. Tenemos autoridad suficiente para hablar de ellos sin
que la cipayería adicta a todas las revoluciones triunfantes
pueda conmovernos.
¡Compañeros y Trabajadores! Nos hemos lanzado a la acción política porque abrigamos la profunda convicción que la clase obrera necesita un partido de clase independiente. Estamos en el vasto escenario de la revolución nacional y pretendemos ser la autoconciencia del proletariado en esa lucha gigantesca. Un partido realmente revolucionario es "el factor consciente del inconsciente proceso histórico" pero no puede operar maravillas. Tan solo si la clase trabajadora necesita del socialismo, se hará socialista. Pero esa exigencia está en la naturaleza misma del régimen capitalista; ese régimen, sufre una agonía mortal en el mundo entero.
Las
particularidades del proceso argentino han determinado, por el
contrario, cierto desarrollo capitalista moderno, producido
gracias a la ruina general del sistema en escala internacional.
Esa es la razón por la cual el empuje de la industrialización
está detenido y las primeras manifestaciones de la crisis
industrial aparecen en nuestro país. Surgidos a la vida histórica
como factoría inglesa exportadora la crisis del imperialismo nos
permitió industrializarnos.
La
expresión política de ese intento fue el ‘45 y el peronismo.
Su derrocamiento fue la señal de parálisis, lo que debe
llevarnos a la conclusión que no habrá para nuestro país, ni
para ninguna otra semicolonia del siglo veinte otro camino para
industrializarse que no sea la revolución. Dicho en otros
términos estamos condenados al estancamiento a la degradación
económica y a la miseria si no reconstruimos un país industrial.
Toda
la cuestión se resume en la respuesta a esta pregunta: ¿Qué
clase dirigirá el proceso? Nosotros creemos que lo hará el
pueblo argentino, con su clase obrera al frente, verdadera
personificación de toda su historia. Y contra ella estarán los
eternos rivadavianos, mitristas y cipayos de 150 años de guerras
civiles. Pues si los obreros son los montoneros de ayer, el
socialismo revolucionario es el nuevo movimiento para las viejas
tareas irresueltas que América Latina reclama.
¡Compañeros, trabajadores!. El socialismo de la Izquierda Nacional ofrece a la nueva generación una nueva bandera! ¡Hacia la segunda revolución de Octubre, hacia un Octubre definitivo e invencible! ¡Por la liberación nacional y social del pueblo argentino! ¡Por la unidad de América Latina! ¡VIVA EL SOCIALISMO REVOLUCIONARIO! |
COMITÉ
EJECUTIVO
PARTIDO
SOCIALISTA DE LA IZQUIERDA NACIONAL
|
1
Hubo
un valioso antecedente en el Partido
Socialista de la Revolución Nacional,
fundado en 1953
como ala izquierda del movimiento
peronista.
Inmediatamente de producido el derrocamiento de Perón apareció, en
noviembre de 1955, el semanario Lucha
Obrera
dirigido por Esteban Rey. Esta publicación continuó hasta
comienzos del ’56, siendo con El
Líder,
la última defensa de la revolución nacional.
22
Elías
Castelnuovo, militante y destacado escritor anarquista, accede a
prologar en 1954, a pedido de Spilimbergo, Vida
y muerte de Trotsky,
en donde narra sus valiosos encuentros con Serge. Ese libro fue
publicado por Indoamérica, una de las tantas editoriales fundadas
por Ramos.
3
Pavón Pereyra, Enrique: Los
últimos días de Perón,
Ediciones La Campana; Buenos Aires, 1981, p. 228.
felicitaciones
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