La difícil
colonia española
El primer
español que llegó al actual territorio de lo que hoy es Chile fue
Diego de Almagro, en 1536. Fue Almagro el primero en concebir al país
como un todo orgánico. Fue Almagro quien le puso a la región el
nombre de Chile y generó el gentilicio "chileno". Incluso,
la etiqueta de "rotos", como se conoce a los pobres en ese
país, deriva de la condición andrajosa de las tropas de Almagro.
Los
quinientos hombres que salieron de Lima bajaron en búsqueda del oro
del que hablaban los Incas del Perú. Esta información no era más
que una trampa que los Incas preparaban a los españoles, ya que
planeaban un levantamiento y buscaban de esa manera disminuir la
cantidad de tropas españolas en el Perú.
Almagro
cruzó el actual territorio de Salta y desde allí atravesó los
Andes por el hoy llamado paso de San Francisco. Llegó por fin al
Valle de Copiapó con una legión de 240 españoles, un millar de
indios yanaconas y un centenar de esclavos negros. Después de varios
enfrentamientos con los nativos, lograron llegar hasta la zona del
Aconcagua, donde, según noticias, algunas tribus de indios querían
negociar con los españoles.
Es en todo
este territorio, al norte del río Itata, donde se produjo el
originario mestizaje de españoles y aborígenes que caracterizó, en
general, a la colonización española. Será recién el extremeño
Don Pedro de Valdivia quien logra establecer, después de enormes
vicisitudes, la Capitanía General de Nueva Extremadura o Chile.
La llamada
guerra del Arauco, entre los conquistadores españoles, acompañados
por los grupos indígenas del norte, y los mapuches y picunches se
extendió durante varios siglos. El propio Pedro de Valdivia murió
en una de sus batallas.
La
colonización española en Surámerica se extendía a través del
Pacífico. Solo mucho más tarde, con el puerto de Montevideo y el de
Buenos Aires habría una vinculación por el Atlántico.
Hasta
fines del siglo XVIII, las autoridades radicadas en Santiago de Chile
dependieron del Virreinato del Perú, tanto en lo administrativo y
militar, como en lo comercial. La particular ubicación de Chile,
lejano de lo que entonces eran las principales rutas marítimas y con
un gran aislamiento debido a las dificultades de comunicación
terrestre, constituyó, desde el principio la principal dificultad de
los colonizadores españoles. El permanente estado de guerra que
vivía la región hicieron de Chile uno de los lugares más pobres de
las posesiones españolas de ultramar. Si bien en un principio, como
se ha dicho, el comercio se estableció exclusivamente con Lima,
lentamente la Capitanía General establecería una vía comercial, si
bien prohibida por la ley, regular e intensa con el puerto de
Buenos Aires. Justamente esta vía relacionó a Chile con la región
cuyana de este lado de la Cordillera, conformando una suerte de
unidad económica y social.
La Junta
Nacional de Gobierno
La ola de
las juntas locales que se inicia en el continente en 1810 también
toca Chile. En septiembre de 1810 se crea una Junta Nacional de
Gobierno, presidida por quien hasta ese momento se había desempeñado
como Gobernador, Mateo de Toro y Zambrano. Un estudiante porteño que
participó activamente en el clima político que desembocó en la
Junta tuvo posteriormente una intensa actividad en su país: Manuel
Dorrego. Los diversos sectores sociales que conformaban los criollos,
como en todo el continente, encontraron en la prisión del rey
español en Bayona la excusa para sus pujos de autonomía, algunos, y
de independencia, otros.
El
historiador argentino-chileno Luis Vitale establece cuatro etapas
para estos años iniciales de la independencia:
a) De
septiembre de 1810 al golpe de estado que dio José Miguel Carrera en
noviembre de 1811. La figura más destacada de ese período fue el
mendocino Juan Martínez de Rozas. Su posición era la de acercar la
Junta chilena a la que había surgido en Buenos Aires. La ayuda
recíproca era vital para hacer frente a los ejércitos que el virrey
enviaría desde el Perú y la región oriental de la actual
Bolivia. La posición que triunfa en estas jornadas es la de los
criollos moderados -y muchos españoles europeos- que sostenían a la
Junta ante la prisión de los reyes españoles, pero que no aspiraban
a la independencia. Eran llamados por sus enemigos como “los
pelucones”, una forma irónica de aludir a la continuidad de la
monarquía. Quienes militaban en el bando más independentista
recibían el mote de “pipiolos”, despectiva forma de aludir a su
juventud, su irreflexión y entusiasmo por las nuevas ideas. Eran en
última instancia lo que luego se conocería como conservadores y
liberales. Los primeros expresaban los intereses latifundistas del
campo y los comerciantes de la ciudad. Unían a su hispanismo y
conservatismo social, un profundo espíritu localista y provinciano.
Los llamados “estanqueros”, el grupo de comerciantes que maneja
el monopolio fiscal sobre licores, yerba y naipes es el núcleo de
esa burguesía comercial, que veremos más adelante.
b) Desde
el golpe de Carreras al desastre de Rancagua, el 1 y 2 de octubre de
1814. En ese período se destacan las personalidades enfrentadas de
Carreras, caudillo militar de Santiago y de Bernardo de O'Higgins, el
caudillo de Concepción. Dice sobre ello Jorge Abelardo Ramos “Los
Carrera pertenecían a lo que Segall llama la "fracción
burguesa más progresista" de la época, pues, curiosamente, en
Chile existía una burguesía minera de importancia, interesada en el
comercio con el Pacífico y cuyas relaciones con el pujante
capitalismo norteamericano constituyen el telón de fondo de la
política chilena en la primera década revolucionaria. La lucha
entre Carrera y O'Higgins, vinculado este último a la Logia Lautaro
de San Martín, respaldada a su vez por los intereses británicos, se
explica a la luz de las íntimas relaciones mantenidas entre José
Miguel Carrera y el agente diplomático norteamericano Joel Robert
Poinsett. Este último contribuye a la redacción de la Constitución
de la Patria Vieja y resulta un pilar del partido carrerista.
O'Higgins, por su parte, que ante la amenaza española disputa el
poder con Carrera, formaba parte del sistema terrateniente-liberal
interesado en la relación con el Imperio Británico y en su apoyo al
movimiento de la Independencia”. Con la derrota de Rancagua termina
el período que se conoce como Patria Vieja.
c) De
Rancagua a la victoria militar patriota de Chacabuco. Entre 1814 y
1819, llegaron a América más de 30.000 soldados. Hacia 1815 estaba
restablecido el dominio español en casi toda Hispanoamérica. Las
tropas de Mariano Ossorio restablecieron el poder monárquico en
Chile y tanto su gobierno como el de su sucesor Marcó del Pont
reprimieron con violencia y sin misericordia al movimiento criollo.
Este período de reacción conocido como “La Reconquista” logró
unificar las fracciones criollas con el objetivo de echar a los
españoles. Carrerinos y o'higginistas aunaron fuerzas en el interior
del país y, desde Mendoza, colaboraron en la formación del Ejército
de los Andes.
Bernardo
O'Higgins fue, en esta etapa, la expresión más decidida de las
ideas independentistas. A su vez, el abuso cometido por los españoles
engrosó las tropas patrióticas con sectores populares que hasta
entonces habían permanecido indiferentes a los hechos. En la zona
central de Chile fue, justamente, el respaldo campesino lo que
explicar el exitoso desarrollo de la guerrilla de Manuel Rodríguez.
d) La
consolidación de la Independencia durante el gobierno de O’Higgins.
Hacia 1817 Bernardo de O'Higgins ya se había convertido en el jefe
militar y líder político capaz de afianzar la independencia, tarea
en la que fue decisiva la participación del Ejército de los Andes
al mando del correntino José de San Martín. Los triunfos de
Chacabuco y Maipú ponen punto final al dominio español en Chile y
el 12 de febrero de 1812 fue declarada la Independencia.
Bajo el
gobierno de Bernardo O'Higgins, “los que no pudieran acreditar su
patriotismo quedarían inhabilitados para el desempeño de cualquier
empleo. Igualmente decretó el secuestro de todos los bienes de los
realistas prófugos”, según relata el historiador chileno Sergio
Villalobos. La fuerza política de O'Higgins residía, no tanto en
los sectores políticos civiles, sino en la de su ejército y en la
Logia Lautaro. La fuerte oposición a su gobierno de características
bonapartistas estuvo encabezada por los sectores terratenientes,
quienes comenzaron a endilgarle el mote despectivo de “huacho”.
Comenzaron a presionar a O'Higgins para apurar el alejamiento del
Ejército de los Andes al Perú, por un lado, para disminuir la
presión impositiva de su mantenimiento, pero por la otra con el
deseo de que la caída de Perú les permitiera reconquistar el
mercado peruano de trigo que había perdido con la suspensión de las
importaciones chilenas decididas por el virrey Abascal.
Afirma
Luis Vitale: “Durante este período, una vez más, los productos
mineros salvaron al país de la crisis. La minería financió las
guerras de la Independencia. El oro, la plata y el cobre fueron la
base económica de los gobiernos surgidos de la revolución de 1810.
José Miguel Carrera pudo comprar armas a los comerciantes
norteamericanos en 1815 porque tenía como respaldo la producción
minera. En el proyecto que Carrera presentó al gobierno argentino el
8 de mayo de 1815 para expulsar a los españoles de Chile,
recomendaba invadir por Coquimbo porque la expedición podría
costearse con la riqueza minera del Huasco. La mina de plata Agua
Amarga financió parte de la expedición al Perú. El minero José
Antonio de Zavala contribuyó a costear los gastos del Ejército
Libertador de los Andes (...). El hecho de que las guerras de la
independencia hayan sido financiadas por la minería nacional
reafirma nuestra caracterización de Chile como país esencialmente
minero”.
La Guerra
a Muerte
Entre 1818
y 1827 se desarrolla un período de la historia chilena con
características parecidas a otros ocurridos en el continente
suramericano. Benjamín Vicuña Mackenna llamó al período “La
Guerra a Muerte”, el mismo nombre como se conoció una dramática
situación similar en Venezuela después del fracaso de la primera
república. El intento de contraofensiva por parte de los españoles
logró durar tantos años como consecuencia de la participación que
tuvieron los grupos indígenas mapuches, en el sur del país, a favor
de los realistas, sobre todo en Chillán, Concepción y La Frontera.
Un chileno desertor, Vicente Benavídez, se convierte en caudillo de
este proceso contrarrevolucionario, sumando a estas tribus indígenas
para las que la independencia de los españoles no tenía
significación alguna, en la medida que no respondieran a sus únicos
objetivos: la recuperación de sus tierras y el reconocimiento de sus
derechos a la autodeterminación. Tomás Guevara fue el primer
chileno que se introdujo en el mundo mapuche, desde una perspectiva
etnográfica, escribe que “los iniciadores de la revolución
chilena cometieron un grave error descuidando desde el principio la
propaganda entre los araucanos, el trato amistoso y cordial con ellos
y, sobre todo, dejando armada a sus espaldas una poderosa máquina de
guerra que pertenecía a los realistas (...) Todo este cuerpo de
empleados (capitanes de amigos y lenguaraces) se manifestaba
profundamente adicto al rey. Suspendidos los sueldos de muchos por
las necesidades del nuevo orden de cosas y el descuido de los
servicios de la frontera, creían y propalaban que el antiguo
gobierno español disponía de mayores recursos y cumplía mejor sus
compromisos (...) Entre los agentes realistas, ejercían un influjo
directo y decisivo en la opinión del indio los capitanes de amigos y
los lenguaraces”. Para entender mejor el párrafo, se llamaba
capitán de amigos a un funcionario colonial chileno mediador entre
las autoridades españolas y los mapuches durante la Guerra de
Arauco.
En octubre
de 1824 fue aplastado el ejército español, por las fuerzas del
General José Joaquín Prieto, y se puso fin a esta primera etapa de
la Guerra a Muerte. Sobrevendría por varios años más, la llamada
“Guerra de los Pincheiras”, una constante acción de pillaje y
predación por parte de la hermanos Pincheira, al frente de fuerzas
integradas en su mayoría por indios pehuenches. Su acción alcanzó,
no solo el sur de Chile, sino que se extendió hasta las provincias
argentinas de San Luis, Córdoba y Santa Fe y llegaron a atacar Bahía
Blanca y la Sierra de la Ventana. En 1829, Juan Manuel de Rosas firmó
un acuerdo con un grupo de tribus mapuches conocidas como boroanos a
través de su emisario Eugenio del Busto, sustrayéndolos del bando
pincheirino. Las fuerzas de los hermanos Pincheira se refugiaron,
entonces, en el norte de Neuquén. Los Pincheira se mantuvieron como
el último bastión realista de Sudamérica. Recién en 1832, el
general chileno Manuel Bulnes, logró desbaratar la banda de los
Pincheira, fusilando al cabecilla Pablo Pincheira y a varios de sus
subordinados. El último de ellos, José Antonio, murió como peón
de la estancia del presidente José Joaquín Prieto, siendo ya un
legendario anciano.
La Guerra
Civil y el establecimiento de la República Oligárquica
En 1831,
Inglaterra reconoció la independencia de Chile. Desde 1825, cuando
ya era evidente que el continente no necesitaba de la ayuda británica
para lograrla, el Reino Unido comenzó a reconocer a los nuevos
países. Según el primer ministro Lord Castlereagh, ese
reconocimiento tenía como objetivo evitar que fuesen los EE.UU. con
su nueva república, quienes lograran quedarse con el mercado del
mundo hispanoamericano. George Canning llevará esta política hasta
su perfeccionamiento por medio del fraccionamiento que conocemos como
balcanización.
El período
caracterizado por la guerra civil transcurrió desde 1823 hasta 1830.
El período se caracterizó por un enfrentamiento entre los
“pelucones”, conservadores terratenientes y comerciantes, y los
“pipiolos”, liberales democráticos que pugnaban por el
establecimiento de una república constitucional. Mientras aquellos
expresaban a los sectores más retardatarios y aislacionistas de la
sociedad chilena, estos, pese a sus devaneos ideológicos,
representaban, como dice el chileno Pedro Godoy, “un matiz de
continentalidad”. Detrás de sus filas se expresaba, a veces, la
burguesía minera y, otras, el artesanado y los campesinos, sacudidos
todos por la crisis económica que sobrevino a las Guerras de la
Independencia. Los intereses de las provincias, que en Argentina se
conoció como federalismo, dieron lugar a un gobierno federalista en
1826. Basta decir que la Aduana de Chile tenía su asiento en
Santiago, que no es una ciudad costera, para entender los reclamos
que la región minera de Coquimbo y la región triguera de Concepción
le formulaba al centralismo santiaguino. Según afirma Luis Vitale:
“En cifras comparativas, Chile fue una de las naciones de América
latina a la cual ingresaron mayor cantidad de mercaderías inglesas,
francesas y norteamericanas durante la década 1820-30. Hacia 1827,
Inglaterra vendía anualmente a Chile por un valor superior a los
tres millones de pesos; le seguía Estados Unidos con un millón y
luego Francia”.
La
Constitución de 1828 fue el resultado de una negociación entre
federales y unitarias tendiente a terminar con la guerra civil, pero
que implicó, según Vitale, “la derrota definitiva de la rebelión
de las provincias”. Es necesario mencionar que las tendencias
federales, liberales y plebeyas continuaron la lucha iniciada por
Carrera y O’Higgins contra los privilegios, sobre todo como
latifundistas, de la Iglesia Católica.
Esta
tensión, tan parecida a la ocurrida de este lado de los Andes,
provocó el enfrentamiento entre Bernardo O'Higgins, un centralista,
y Ramón Freire, un federal, ambos guerreros de la Independencia a
las ordenes de José de San Martín. El resultado fue que de la
guerra civil de 1829-30, promovida y financiada por los
terratenientes y la burguesía comercial santiaguina aplastó todos
los pujos liberales y continentalistas, imponiendo la hegemonía de
Diego Portales, la expresión acabada del partido del “estanco”,
la burguesía comercial, conservadora y aislacionista que conformó a
la República de Chile, blanca, lejana y distante del resto del
continente.
Esa guerra
tuvo su punto final en la batalla de Lircay que es el momento inicial
del Chile conservador, proinglés, aislacionista que la oligarquía
chilena adoptó como propio y del que no ha logrado desprenderse en
gran parte el sistema político del país trasandino.
Este
período, que sucede a la derrota de los “pipiolos”, es conocido
formalmente como “la República autocrática o autoritaria”,
mientras otros historiadores menos formalista proponen denominarla
“los decenios de la burguesía comercial y terrateniente”.
Joaquín Prieto, Manuel Bulnes, y Manuel Montt gobernaron entre 1831
y 1861 y consolidaron el poder hegemónico del “portalismo” y su
acérrimo aislamiento del continente suramericano.
La guerra
de Chile contra la Confederación Perú-Boliviana
La guerra
contra la Confederación Peruano Boliviana, del Mariscal Santa Cruz,
fue el acontecimiento más importante del período, en relación al
continente. Los viejos enemigos O'Higgins y Prieto se opusieron al
conflicto y apoyaron el último intento bolivariano antes de la total
balcanización. Diego Portales, el administrador detrás de las
bambalinas -a quien apoyó Juan Manuel de Rosas en su lucha contra el
Mariscal Santa Cruz- logró imponer a través de la guerra al Puerto
de Valparaíso como el más importante para el comercio inglés en
nuestras costas del Pacífico. Los tres gobiernos “portalinos”
consiguieron establecer a Chile como un país exportador de materias
primas agrarias y mineras, incorporándolo a la división
internacional del trabajo determinada por el Reino Unido. El
tradicional anglicismo de las clases dominantes chilenas tuvo su
consolidación en este período, así como su también tradicional
visión de país cercado. El “portalismo” es, de alguna manera,
lo que el “rivadavismo” ha sido para el pensamiento oligárquico
en nuestro país, la base ideológica de un país oligárquico,
anglodependiente y antilatinoamericano.
Citamos
aquí a Luis Vitale pues coincidimos en su juicio: “Esta guerra
formó parte del proceso de división o "balcanización" de
nuestro continente. Inglaterra, Francia y Estados Unidos,
aprovecharon las contradicciones entre las burguesías criollas para
ahondar la división de América Latina, alentando guerras entre los
países limítrofes. La guerra entre Argentina y Brasil en 1826 y la
segregación de la Banda Oriental -hoy Uruguay- de las Provincias
Unidas del Río de la Plata, constituyeron los primeros triunfos de
la diplomacia inglesa para quebrar el ideario bolivariano de unidad
latinoamericana”.
Diego
Portales, como se ha dicho, vio la posibilidad de convertir al puerto
de Valparaíso en el principal para el comercio a través del
Pacífico, desplazando al de El Callao que era, hasta ese momento, el
más importante. Su pensamiento geopolítico, provinciano y
portuario, veía con recelo la confederación de los dos países
andinos bajo la conducción del mejor heredero de Simón Bolívar, el
mestizo Andrés Santa Cruz. Como Rivadavia en Buenos Aires, Portales
despreció con firmeza y convicción la naturaleza mestiza y criolla
de su país. Su carta sobre la Confederación Peruano Boliviana deja
en claro su pensamiento: “La posición de Chile frente a la
Confederación Perú-boliviana es insostenible. No puede ser tolerada
ni por el pueblo ni por el gobierno, porque ello equivaldría a su
suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, la
existencia de dos pueblos confederados y que, a la larga, por la
comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres,
formarán, como es natural, un solo núcleo (...) La Confederación
debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América (...)
Debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su
máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre”.
Fue en
esta “era portalina” cuando el ejército se transformó en uno de
los principales factores de poder, sobre todo después del triunfo
sobre la Confederación Peruano Boliviana. Tanto el general Joaquín
Prieto como el triunfador en la guerra, Manuel Bulnes, fueron
elegidos presidentes por los sectores terratenientes debido a que
contaban con el apoyo del ejército, que daba respaldo al rígido
control político y social del estado, garantizando los planes
económicos de la oligarquía.
Fue en
este país, consolidado bajo la dominación de una burguesía
comercial en estrecha relación con el Reino Unido y con control
sobre todo el país, que vivieron y discutieron dos talentosos
argentinos: Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi.
Escribe
Jorge Abelardo Ramos: “Era perfectamente natural que semejante
clase social encontrase su gran hombre político en un comerciante de
Valparaíso, el puerto extranjero por excelencia de Chile, el Buenos
Aires del Pacífico. Ese hombre fue Diego Portales. Es el pequeño
burócrata práctico que aparece en todos los Estados balcanizados y
aborrece las quimeras. Organiza la administración pública, pone
orden en las finanzas, somete el ejército al poder civil
oligárquico, gobierna con mano de hierro y aspira a una República
chiquita y centralizada, una especie de Estado comercial más
próspero que sus propios negocios privados, siempre ruinosos”.
Las formas
despóticas de los gobiernos portalinos pueden ser descriptos con las
palabras de un testigo: “La obra de Portales consistió en
quebrantar en el país todos los resortes de la máquina popular
representativa y en sustituir a ellos, como único elemento de
gobierno, lo que se ha llamado el principio de autoridad (...) Se
desplegaba un verdadero lujo de crueldad y barbarie contra los reos
de delitos políticos y hasta contra los jueces que procedían en
esos casos con benignidad. La fuerza y el miedo eran los instrumentos
favoritos” (Sergio Villalobos).
La guerra
tuvo en los generales chilenos Bernardo O'Higgins y Ramón Freire sus
grandes críticos, a punto tal que el primero vivía exiliado en el
Perú durante su transcurso y manifestó claramente su opinión
contra la misma. La burguesía comercial mapochina no estaba
interesada en proyectos continentales. Le bastaba su supervivencia
como clase dominante en su pequeña provincia.
El
conflicto bélico tendría posteriormente su prolongación en la
Guerra del Pacífico o Guerra del Guano en 1879.
La Guerra
Civil de 1851
Las
tendencias liberales de la sociedad chilena fueron, como se ha dicho,
reprimidas durante los decenios oligárquicos. No obstante, la
burguesía minera, enfrentada al conservadorismo terrateniente
intentó durante esos años constituirse en una tendencia política
orgánica. La Sociedad Literaria fue el centro inicial del
liberalismo político chileno. Benjamín Vicuña Mackenna, Francisco
y Manuel Bilbao y Manuel Guerrero -fundador de la Sociedad
Caupoulicán, que agrupó a sectores plebeyos vinculados al
artesanado- fueron las figuras más importantes hacia las décadas
del 40 y el 50 del siglo XIX. Después de varias rebeliones y
desórdenes provocados por el descontento social contra la dictadura
conservadora, en 1850 se crea la Sociedad de la Igualdad. Su promotor
fue Santiago Arcos, un afrancesado que pretendió desarrollar en
Chile las ideas de la Revolución de 1848 en Francia, que al ser
exiliado en la Argentina colaboró con Valentín Alsina, terminó sus
días apoyando en Paris la posición mitrista sobre la Guerra del
Paraguay. A Arcos se sumó la figura de Francisco Bilbao, un
introductor del pensamiento social cristiano de Lamennais, que tuvo
un fuerte impacto, a juzgar por la reacción de la jerarquía
eclesiástica como por el apoyo logrado en algunas órdenes
religiosas y muchos curas seglares.
En este
ambiente intelectual y político se produjo el inicio de la Guerra
Civil de 1851. El presidente Bulnes montó un gran fraude para
garantizar el ascenso de Pedro Montt a la presidencia y hacer
fracasar la tentativa electoral de los liberales. En septiembre de
1851, desde el interior del país y encabezados por la burguesía
minera liberal, los opositores se levantaron en armas. El llamado
Norte Chico, con las ciudades de La Serena y Copiapó, se convirtió
en el centro del levantamiento. El nuevo intendente de La Serena no
era otro que José Miguel Carrera, el hijo del caudillo
revolucionario de la Patria Vieja. Al extenderse hacia el sur, el
movimiento revolucionario sumó el apoyo de las tribus mapuches que
nuevamente encontraban un cauce a sus ancestrales reclamos de
tierras.
Es
necesario incluir en este relato que, mientras Domingo Faustino
Sarmiento apoyaba desde la prensa la candidatura de Montt, su
contendiente Juan Bautista Alberdi inspiraba con su pensamiento a los
grupos liberales de Concepción, donde había sido secretario de la
Intendencia.
Después
de intensos enfrentamientos y reiteradas intervenciones de la
escuadra inglesa a favor del presidente Montt, la guerra terminó con
la derrota completa de los liberales. Luis Vitale ha escrito sobre la
intervención británica: “En Chile, la escuadra inglesa apoyó al
gobierno de Montt porque su política de 'orden y progreso' daba
garantías al desarrollo de los negocios mercantiles y financieros de
la City, que podían ser trastornados por la 'anarquía' de los
'revoltosos' de 1851”
El 8 de
diciembre, fue derrotado el general Cruz en Loncomilla, que con sus
2.000 muertos y unos 1.500 heridos se convirtió en una de las más
sangrientas de la historia chilena.
La Guerra
Civil de 1859
Ocho años
después, las mismas razones que habían determinado el alzamiento de
1851 vuelven a producir un nuevo movimiento de rebeldía. La tensión
entre la capital -y su puerto- y las provincias seguía siendo, como
en el Plata, el principal motivo de conflicto. Los intereses de la
burguesía minera del Norte Chico y de los productores agrarios
trigueros y sus molinos en el sur confrontaban con los de la
oligarquía comercial y latifundista de la zona santiaguina, que
gobernó el país durante los decenios que se iniciaron con la
presidencia de Joaquín Prieto.
La
sociedad chilena se transformaba y el régimen conservador,
aislacionista y despótico no lograba ya superar las profundas
contradicciones postergadas durante treinta años. El sector liberal
encabezado por José Miguel Carrera, hijo, y Benjamín Vicuña
Mackenna, junto a la burguesía minera, expresada por los Matta y los
Gallo; la mayoría de la intelectualidad orientada por Lastarria,
Barros Arana e Isidoro Errázuriz; los terratenientes e industriales
molineros del sur y el sector de conservadores ultramontanos -que
había roto con el gobierno por sus medidas contra la Iglesia-
formaban el poderoso núcleo social que enfrentaba el régimen
portalino.
Entre
enero y mayo de 1859, en el Norte Chico -las provincias mineras- y
durante todo el año hacia el sur, en la frontera mapuche, la Guerra
Civil volvió a teñir de sangre la política chilena.
La
República Liberal o el ascenso de la burguesía minera
Las
presidencias de José Joaquín Pérez, Federico Errázuriz, Aníbal
Pinto, Domingo Santa María y José Manuel Balmaceda ocupan el
período que va desde 1861 hasta 1891.
Fue un
período de mayor auge económico que el anterior, ya que al aumento
de las exportaciones de origen estrictamente agrario se sumaron el
crecimiento de la extracción salitrera y el aumento de la producción
de cobre.
Uno de los
hechos más trascendentes, pues sus efectos alcanzan aún a nuestro
siglo, fue la llamada Guerra del Pacífico o Guerra del Salitre que
permitió a Chile incorporar las provincias de Tarapacá y
Antofagasta, hecho que dejó a Bolivia sin salida al mar. El control
definitivo de la Patagonia chilena, con la ocupación de Llanquihue y
Magallanes, así como la jurisdicción estatal chilena sobre las
tierras ocupadas por los mapuches, establecieron el mapa definitivo
de Chile.
La
presidencia de José Joaquín Pérez fue el resultado de la Guerra
Civil de 1859, con el acuerdo entre la oligarquía terrateniente y la
burguesía comercial exportadora con la burguesía minera que había
impulsado el levantamiento. Vitale afirma, en este sentido: “Se
continuó fomentando la economía de exportación y el librecambio,
reforzándose los lazos de dependencia respecto de la metrópolis.
Los gobiernos liberales no tomaron ninguna medida fundamental que
afectara los intereses económicos de los terratenientes. Por el
contrario, mantuvieron los privilegios de los latifundistas al
ratificar la exención de derechos de exportación de trigo y otros
productos agropecuarios”.
No
obstante, como ocurrió en la Argentina en 1880, se afianzó el
aparato del Estado con las leyes de sobre matrimonio civil,
cementerios laicos y ampliación del derecho a sufragio. El período
significó también el aumento y consolidación de una clase media
urbana en ciudades, como Santiago, Valparaíso y Concepción,
compuesta, entre otros sectores, por comerciantes minoristas y dueños
de talleres artesanales. Hay también un crecimiento del artesanado
que da origen a movimientos mutualistas, de raíz masónica que darán
origen al Partido Radical. Sobre el final del período apareció
también un fuerte aumento en la clase trabajadora minera del cobre y
el salitre, portuaria y ferroviaria y la aparición de las primeras
organizaciones políticas proletarias socialistas.
La
candidatura presidencial, en 1875, de Benjamín Vicuña Mackenna, un
intelectual y político liberal de los alzamientos de 1851 y 1859,
además de defensor y propagandista de la unidad latinoamericana,
atrajo, por su propaganda antioligárquica a muchos de estos sectores
populares, robustecidos con la incorporación plena de Chile al
mercado mundial.
La Unión
Latinoamericana
En 1864,
España llevó a cabo una brutal agresión a los países del Pacífico
liberados de su coloniaje. Con su flota ocupó las islas Chinchas de
Perú, muy ricas en guano. El argumento colonial e inicuo de la
decadente potencia fue cobrarse la deuda por los gastos ocasionados
por las Guerras de la Independencia. El presidente de ese momento
Juan Antonio Pezet tuvo una actitud muy vacilante y se comprometió a
pagar parte de la deuda. Ante ello, el coronel Mariano Prado se
levanta en armas, depone a Pezet y se prepara para la defensa
nacional. La agresión española generó un repudio popular masivo en
Chile quien se comprometió a enviar ayuda material y a no vender
carbón a los españoles. España reaccionó acusando a Chile de
violar las normas del derecho internacional. Después de un
entredicho diplomático, Chile terminó declarando la guerra a
España. La flota española bombardeó el puerto de Valparaíso
provocando importantes daños materiales y dos muertos por el ataque.
Por fin, las escuadras chilena y peruana unieron sus fuerzas y
finalmente el invasor debió abandonar las costas suramericanas del
Pacífico.
Este fue
un momento de gran resurgimiento de los sentimientos
latinoamericanistas en todo el continente. En 1862 se había creado
en Santiago “La Unión Americana”, una sociedad política que
proponía la confederación de los países hispanoamericanos. A ella
perteneció el caudillo Catamarqueño Felipe Varela, quien en su
levantamiento contra Mitre y la Guerra del Paraguay, levantó la
consigna de la Unión Americana. Fueron los miembros de esta sociedad
quienes dieron refugió en Copiapó al derrotado Varela, quien
falleció en aquella ciudad del norte de Chile.
En octubre
de 1864 se reunió en Lima, Perú, el Congreso Americano, al que
concurrieron delegaciones de Chile, Perú, Bolivia, Ecuador,
Venezuela y Guatemala. Oficiosamente concurrió Domingo F. Sarmiento,
quien fue desautorizado por el presidente Bartolomé Mitre, en un
documento en el que sostenía que “Argentina no cometería la
necedad de sacrificar las realidades nacionales a idealismos
continentales”. Esta era la opinión de la estrecha burguesía
comercial porteña sobre todo intento de unión americana.
La Guerra
del Pacífico
Este es,
como hemos dicho, el principal conflicto de la República Liberal.
Según la opinión interesada y falaz del historiador oficial de la
oligarquía chilena, Francisco Encina, “si entre las guerras que
han estallado en la América Española hay alguna que haya surgido
del subconsciente colectivo ajena a todo móvil económico, es
precisamente la guerra del Pacífico por lo que respecta al pueblo
chileno”. Nada más alejado de la verdad. La casi exclusiva causa
de esta guerra fue el control de los yacimientos de salitre de
Tarapacá y Antofagasta, razón por la que los historiadores la
conocen como “la Guerra del Salitre”.
Hay que
volver a citar a Encina, el Mitre de Chile: “La mayor cantidad de
sangre goda que circulaba por las venas del pueblo chileno, en
relación con sus hermanos, y la mayor suma de energía vital
acumulada durante una dura y prolongada selección, lo impulsaron
hacia las aventuras lejanas... ajenas a todo espíritu de conquista o
de predominio político”. Esta mitología racista es todavía la
causa del desprecio de las clases dominantes chilenas y sus políticos
hacia “los cholos traicioneros” como llaman a bolivianos y
peruanos. Pero tampoco fueron ajenos a esta guerra fratricida los
intereses imperialistas ingleses y norteamericanos. Para esa época,
el salitre se había generalizado en la agricultura como
fertilizante. Su uso en la industria química y de explosivos amplió
su importancia económica. La burguesía comercial de Valparaíso
monopolizaba el comercio salitrero, lo que permitió una paulatina
penetración de estos intereses en su producción, de la mano del
capital inglés. Una serie de tratados muy desventajosos para Bolivia
pusieron en manos de los chilenos la totalidad de los yacimientos en
la costa de este país. Dice el chileno González Bulnes: “el
privilegio era tan extremado, las concesiones tan vastas, que el
pueblo boliviano protestó, con razón, enérgicamente contra ellas”.
El
presidente peruano Manuel Pardo nacionalizó virtualmente en 1875 los
yacimientos, obligando a las empresas a vender al estado las
salitreras. El siguiente presidente del Perú, general Mariano Prado,
terminó de nacionalizar todas las empresas vinculadas a la
explotación del salitre. Para Vitale: “A nuestro juicio, las leyes
de Pardo y Prado sobre el salitre han sido las medidas nacionalistas
más importantes realizadas por un gobierno burgués de América
Latina en el siglo pasado”.
El 14 de
febrero, el ejército chileno invade y ocupa Antofagasta y al mes
siguiente declara la guerra al Perú, que habían firmado un tratado
secreta con Bolivia. Se inició entonces la guerra. En la
confrontación Bolivia perdió Antofagasta, quedando privada de su
salida al mar. El Perú, además de soportar cuatro años de
ocupación militar, fue obligado a ceder Tarapacá, mientras que
Arica y Tacna quedan bajo jurisdicción chilena, sujetas a un
referendum posterior. Dice el chileno Pedro Godoy, a quien seguimos
en muchas de sus opiniones: “La situación genera olas de
'revanchismo' en Perú y de 'triunfalismo' en Chile. Muros de rencor
y altanería se edifican en ambos países. La Moneda juzga improbable
ganar el plebiscito y opta por la chilenización compulsiva. Tacneños
y ariqueños son objeto de asesinatos y vejámenes. No pocos son
deportados vía marítima. La paliza y la pedrada atemorizan a los
votantes peruanos. Se les clausura escuelas y boicotea tiendas. Hay
prohibición para los chilenos de cultivar amistad con 'los enemigos
de la patria'”.
A lo largo
de todo el conflicto Estados Unidos respaldó abiertamente al
gobierno peruano, mientras que Inglaterra se alineó con el de Chile,
que pasó a ser uno de sus principales y más permanentes aliados en
la región.
Ascenso y
caída de José Manuel Balmaceda, “Varón de una sola agua”
En la
década del 80 del siglo XIX Chile se convirtió en una semicolonia
inglesa. La penetración del capital británico en la minería
significó una paulatina declinación de la antigua burguesía local,
mientras el conjunto de los recursos naturales pasaron a ser
explotados por intereses extranjeros. Esta dependencia tuvo un
correlato en el plano cultural y de la vida cotidiana. Las ideas, las
costumbres, las corrientes literarias y artísticas, los planes
educaciones eran calcos de los de Europa y parecían destinados a
alumnos de aquel origen. Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar,
que vivió en Chile muchos años se quejaba de que se estudiaba más
a los griegos que a los compatriotas indígenas que vivían en el
país.
Todo esto
provocó el nacimiento de un reverdecido nacionalismo, que será
liderado a partir de 1890 por el presidente José Manuel Balmaceda.
Hijo de
una familia de terratenientes que, según dicen sus biógrafos,
administraban sus fundos con modernos criterios capitalistas,
Balmaceda, nacido en 1838, fue embajador en Buenos Aires durante la
Guerra del Pacífico, Ministro de Relaciones Exteriores, Ministro del
Interior y en 1886 era el candidato a suceder al presidente Santa
María. No obstante su adscripción al Partido Liberal y a la
influencia que tenía entre sus filas, su presidencia se caracterizó
por una reformulación del papel que el Estado nacional debía jugar
en el desarrollo económico del país. En su discurso de campaña
sostuvo: “Si hacemos concurrir al Estado con su capital y sus leyes
económicas y concurrimos todos, individual o colectivamente, a
producir más y mejor y a consumir lo que producimos, una savia más
fecunda circulará por el organismo industrial de la República y un
mayor grado de riqueza nos dará este bien supremo de un pueblo
trabajador y honrado. Vivir y vestirnos por nosotros mismos”.
Por
primera vez en la historia chilena un presidente formulaba estos
elementales principios de nacionalismo económico, quebrando una
tradición basada en el librecambio impuesto por los ingleses. Asume
la presidencia, a los 48 años, con una alianza entre el partido
Liberal, el Radical y el Nacional y forma un gabinete multicolor. Con
las ingentes entradas del negocio salitrero, el gobierno se lanza a
una vasta obra de infraestructura. Con ello tendía, a su vez, a la
reactivación del país. Bajo su gobierno, la tradicional influencia
francesa en las fuerzas armadas fue reemplazada por la más moderna
en la época, la alemana.
En la
segunda mitad de su gobierno, a partir de 1886, Balmaceda se lanza a
una audaz política de intervención estatal en la industria del
salitre, que lo llevará a enfrentarse con el imperialismo inglés y
con las clases dominantes tradicionales de Chile. Esta nueva política
encontró de inmediato fuertes críticas en la prensa probritánica.
El “The Chilian Times”, editado en Valparaíso, atacó al
gobierno por su posición “estrecha de espíritu” cuando el
principal empresario salitrero John T. North viajaba de Inglaterra a
Chile. Un periodista que acompañaba al magnate explicaba en la presa
que el presidente Balmaceda “ha pronunciado discursos que pueden
ser considerados como la enunciación de una nueva política: "Chile
para los chilenos”.
El otro
aspecto al que se abocó su política nacionalista fue el de los
ferrocarriles, también en manos del capital inglés, sobre todo
vinculado a la explotación de salitre. También enfrentó a los
bancos privados, culpables en gran medida del proceso inflacionario
que afectaba al país.
La
oposición a Balmaceda reunió a todos los sectores oligárquicos del
país, cuya sobrevivencia dependía de la dominación inglesa. Al
salir en defensa de ella, salió a defender el tipo de país y de
dominación que se había establecido a partir de 1830 con la
conducción de Diego Portales. El nacionalismo de Balmaceda ponía
patas para arriba la alianza con el Reino Unido.
“El
señor José Manuel Balmaceda es un liberal rojo. Su voz es vibradora
y dominante; su figura llena de distinción; la cabeza erguida,
adornada por una poblada melena, el cuerpo delgado e imponente, su
trato irreprochable, de hombre de corte y de salón, que indica a la
vez al diplomático de tacto y al hombre culto. Es el hombre
moderno”, escribió sobre este patriota chileno el gran Rubén
Darío, quien lo visitó en plena crisis política.
La campaña
de la oposición, con intensa participación inglesa, tuvo las
características que luego tendrían todas las políticas de
debilitamiento y derrocamiento de los gobiernos que defienden los
intereses nacionales y populares. Tuvo su epicentro en el Parlamento,
movilizó a los estudiantes, todos hijos de familias oligárquicas,
que se convirtieron en violentos grupos de choque de la oposición,
en nombre, como no podía ser de otra manera, de “la libertad”.
Se comenzaron a organizar comités revolucionarios que daban
instrucción militar a sus miembros, reclutados en las clases altas y
en los sectores de clase media bajo su influencia. Parte del clero
también formó parte de la campaña contra Balmaceda, tratando de
influir sobre los sectores más populares, acusando a Balmaceda de
“diabólico”. En 1890, el diario El Mercurio pedía la
intervención de los militares, junto con toda la prensa de la época.
Recién en ese año el gobierno logró tener un diario favorable, La
Nación.
Casi la
única base de sustentación de Balmaceda fue el ejército y algunos
sectores del partido Liberal y el Democrático, un partido de clase
media. La clase trabajadora minera y del salitre, como ha ocurrido
otras veces en nuestra historia, con sus huelgas ayudó a debilitar
el gobierno nacionalista burgués de Balmaceda.
La guerra
civil de 1891
En enero
de 1891, el capitán de navío Jorge Montt subleva a la marina y se
de inició al movimiento tendiente a destituir al presidente.
Balmaceda, ya planteada la guerra civil, comenzó a golpear a los
sectores oligárquicos de la oposición en sus propiedades. Ordenó
la intervención de bancos ‘y cerró las cuentas bancarias de los
opositores. Clausuró la casa comercial Besa y expropió ganados y
miles de toneladas de trigo a los latifundistas sediciosos. Debido a
la actitud facciosa del alto tribunal del país, Balmaceda resolvió
desconocer los acuerdos de la Corte Suprema y de Apelaciones y ordenó
la clausura de los Tribunales de Justicia.
Finalmente
el ejército logró ser dividido por los insurrectos y el 20 de
agosto de ese mismo año, la oligarquía chilena y el imperialismo
inglés lograron derrocar al presidente Balmaceda, el más
nacionalista y patriota del siglo XIX. Balmaceda se refugió en la
legación argentina, donde se suicidó el 19 de septiembre, día en
que finalizaba su mandato presidencial. El derrocamiento de Balmaceda
fue la más sangrienta guerra civil de los chilenos: más de 10.000
hombres quedaron en los campos de batalla.
Con esto
terminaba el intento de liberar a Chile de la estructura agro-minero
exportadora, dependiente del Imperio Británico, y generar las
condiciones para una desarrollo burgués capitalista autónomo. Chile
entró al siglo XX con el mismo paso y en la misma senda que los
demás países de la región. Su particular inserción en el mercado
mundial y la solidez de su clase social dominante le dieron una
estabilidad singular en la región. A su vez, su apertura al Pacífico
y su particular aislamiento la hicieron esa “isla” de la que
hablaba Alberto Methol Ferré.
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