Discurso pronunciado en el
205 aniversario del 19 de abril de 1810, fecha que da inicio a la lucha por la
independencia venezolana.
El 19 de abril del año 10, las clases
decentes de Caracas destituyen al Gobernador y Capitán General de la provincia
de Venezuela, Vicente Emparán, e instauran una Junta de Gobierno que desconoce
al Consejo de Regencia establecido en Cádiz y asume la representación de la
autoridad en nombre del rey Fernando VII, a la sazón, como se sabe, en manos de
los franceses. Los protagonistas principales de ese histórico Jueves Santo son
entre otros: Francisco Salia, quien obliga al gobernador y Capitán General,
tomándolo fuertemente del brazo, a volver al Cabildo Abierto del cual se había
retirado para ilegitimar su sesión; el ignoto jefe de la guardia del Capitán
General, que ordena a su tropa a no repeler la agresión física sobre la máxima
autoridad; José Felix Ribas, el agitador que se arrogaba la representación de
todos los partidos; el cura chileno Cortés de Madariaga, cuyo discurso llevó al
Capital General, Vicente Emparán, a la renuncia final.
La historia ha inmortalizado un momento
que, como en una fotografía, se condensa la complejidad de los hechos. Rojo de
ira, por el discurso del canónigo chileno, Emparán declaró que si no lo querían
estaba dispuesto a abandonar inmediatamente el cargo. Y mientras hablaba, se
dirigió al balcón del cabildo y no se sabe si por audacia o por desconcierto,
preguntó a la gente que se había reunido a las puertas del edificio si estaban
o no conformes con su gobierno. Al parecer, el pícaro y rebelde chileno, como
un moderno productor de televisión, dudando sobre la lealtad de los presentes
–muchos de ellos sirvientes y esclavos de los cabildantes- hizo, detrás de
Emparán, con su dedo índice la seña de la negación dirigida a algunos de los
que pertenecían a la conjura. Un tumultuoso
“¡No!” respondió a la retórica pregunta del Capitán General, quien se
retiró del recinto, exclamando: “¡Pues yo
tampoco quiero seguir mandando” .
Los mantuanos –la clase social de
propietarios criollos cuyas mujeres tenían derecho exclusivo al uso del manto-
habían logrado ese día, y bajo la máscara
de Fernando VI –artificio político que se expandió como un reguero de
pólvora por todos los cabildos hispanoamericanos- lo que sus anteriores
pronunciamientos y rebeliones no habían obtenido.
“El
ejemplo que Caracas dio”
En 1810, ese año crucial para
Hispanoamérica, los criollos lograron imponer una autoridad de origen local por
un tiempo más largo y convocando a hacerlo a todos los cabildos del país que,
ya en el mismo mes de abril, comienzan a formar sus propias Juntas. Cumaná,
Margarita, Barinas, Trujillo y Mérida serán los cabildos que responden
afirmativamente a la convocatoria de Caracas.
Y un poco más de un mes después, en la
lejana Buenos Aires, en el confín de la América española, una sociedad menos
estamental y racista que la venezolana de entonces, siguió el ejemplo de
Caracas.
La Junta porteña, la Primera Junta, tenía
en su seno españoles europeos y españoles americanos, y su presidente era un
gran hijo del Alto Perú.
Ni la de Caracas, ni la de Buenos Aires,
se pensaban a sí mismas como embriones de pequeñas e indefensas naciones.
Ambas, y todas las que surgieron en ese glorioso año de 1810, eran
manifestaciones de la misma nación que asomaba, con brutales contradicciones y
enormes dificultades, a la faz de la tierra.
Por eso es que, cuando la Asamblea del año
13 convierte la marcha de López y Planes en himno de guerra de las provincias
del Sur, y cuando el dominio español había aplastado a sangre y a fuego la
independencia venezolana, el fervor patriótico del autor pregunta indignado:
¿No los véis sobre el triste Caracas
luto , llantos y muerte esparcir?
¿No los veis devorando cual fieras
todo pueblo que logran rendir?
Es que el poema que Vicente Salia le
hiciera a las jornadas del 19 de abril, al calor mismo de los hechos, dejaban a
las claras que la lucha no era de parroquia, sino continental.
Decía el caraqueño:
Unida con lazos
que el cielo formó,
la América toda
existe en Nación;
y si el despotismo
levanta la voz,
seguid el ejemplo
que Caracas dio.
Y en eso andamos los suramericanos
últimamente, junto a Caracas, a Quito, a La Paz, a la Habana, a Panamá.
Las nuevas amenazas que “devorando cual
fieras / todo pueblo que logran rendir” nos vuelve a encontrar juntos como
nunca lo habíamos estado desde aquel año glorioso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario