La voltereta que está intentando Mauricio Macri ha provocado una autómática asociación con la ocurrencia de Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”. Pero, lo que para él es peor, puede dejarlo en Pampa y la vía. El lugar que hasta ahora ha ocupado Macri en la política está determinado por las opiniones explícitas e implícitas que él y su partido sostienen. Modificar, repentinamente y a un mes de las PASO, aunque más no sea sus opiniones explícitas lo deja sin nicho ecológico, que deberá ser rápidamente llenado por algún otro, sin que esa modificación sea capaz de conmover al electorado que viene sosteniendo al gobierno. Ni la corporación mediática, ni la SRA, ni la embajada yanqui quieren un candidato que diga que va a actuar con los fondos buitres como Kicillof, aunque sea mentira, porque se pone en duda una cuestión de principios. Sostener que Kicillof tiene razón es hacer propaganda a Cristina y al FpV. Macri, por este camino, puede llegar a quedarse sin financiación privada, tal como le pasó a Massa,con su paulatino eclipse y definitivo ocaso. ¿Cómo qué Massa? El marido de Malena Galmarini.
En esta página publico los artículos escritos por mí en los últimos años, sobre política argentina, política latinoamericana y política internacional, que considero más interesantes y de actualidad. Visite mi blog con temas periodísticos y literarios http://jfernandezbaraibar.blogspot.com
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23 de julio de 2015
La voltereta de Macri
La voltereta que está intentando Mauricio Macri ha provocado una autómática asociación con la ocurrencia de Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”. Pero, lo que para él es peor, puede dejarlo en Pampa y la vía. El lugar que hasta ahora ha ocupado Macri en la política está determinado por las opiniones explícitas e implícitas que él y su partido sostienen. Modificar, repentinamente y a un mes de las PASO, aunque más no sea sus opiniones explícitas lo deja sin nicho ecológico, que deberá ser rápidamente llenado por algún otro, sin que esa modificación sea capaz de conmover al electorado que viene sosteniendo al gobierno. Ni la corporación mediática, ni la SRA, ni la embajada yanqui quieren un candidato que diga que va a actuar con los fondos buitres como Kicillof, aunque sea mentira, porque se pone en duda una cuestión de principios. Sostener que Kicillof tiene razón es hacer propaganda a Cristina y al FpV. Macri, por este camino, puede llegar a quedarse sin financiación privada, tal como le pasó a Massa,con su paulatino eclipse y definitivo ocaso. ¿Cómo qué Massa? El marido de Malena Galmarini.
20 de julio de 2015
Una noche de sorpresas y cambios inesperados
La primera vuelta electoral para elegir jefe de gobierno en la Capital Federal -sigámosla llamando así que es un mejor nombre, es de todos, es federal, es orgullo de los argentinos- tuvo una distribución de votos más o menos así: un 46% para el candidato oficialista del PRO, el compinche y “consigliero” del actual jefe de gobierno y candidato a presidente de la República Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta; un 26% a favor de su socio en la alianza electoral por la presidencia y candidato de Elisa Carrió, Sanz y Stolbizer -todos a la sombra del gran titiritero el Coti Nosiglia-, Martín Lousteau; el candidato del Frente para la Victoria, Mariano Recalde, 22 % y un 6% repartido en las dos alternativas llamadas de izquierda.
La cifra obtenida por el PRO era muy alta. Solo 4 puntos le faltaban para la mayoría absoluta. Un triunfo del candidato macrista en la Capital Federal, donde el jefe del partido habían gobernado durante ocho años, era el empujón necesario para consolidar su carrera a la presidencia como el mejor y más exitoso candidato de la oposición antikirchnerista. El resultado final de las elecciones en Santa Fe, con la milimétrica derrota del artista de varieté Miguel del Sel y su pésimo resultado en las elecciones legislativas en dicha provincia, habían dejado al PRO fuera de juego en la tierra de Carlos Reuteman -el eternamente relegado candidato presidencial conservador y punto de contacto con el viejo menemismo hoy en desbande-. De manera que demostrar un poderoso caudal electoral en la Capital Federal constituía para el macrismo una pieza esencial en su arquitectura táctica, en rumbo a octubre.
Quince días antes del comicio el ex candidato del FpV, Mariano Recalde, anunció, en conferencia de prensa, que su fuerza no se manifestaría por ninguna de las dos opciones del balotaje, por considerarlas dos caras de la misma política y del mismo proyecto. Pero tampoco, públicamente, llamó a los votantes del FpV a no votar o votar en blanco. La declaración fue, a mi entender, correcta puesto que no correspondía el apoyo público a un candidato y a una fuerza que se declaraba profundamente opositora a la presidenta de la República y a las políticas desarrolladas en sus mandatos. Tampoco correspondía, como se verá, llamar a votar en blanco, puesto que el resultado de ese voto en blanco dejaría expuesta la capacidad de conducción del FpV sobre sus electores. No obstante, y pese a no ser sostenido públicamente, circuló entre distintos grupos militantes del FpV de Capital, la orden o sugerencia de votar en blanco. Circulaba un argumento acerca de no permitir el crecimiento de Lousteau, habida cuenta que el PRO ya estaba virtualmente derrotado en las elecciones nacionales y algunas otras consideraciones tacticistas de diferente importancia y criterio.
La constitución de la Capital Federal establece que para la obtención de la mayoría absoluta no se computan los votos en blanco o nulos. Al ciudadano y a la ciudadana de nuestro país, cualquiera sea su filiación política -a excepción del pequeño y recalcitrante grupito de nostálgicos de la dictadura militar- no les gusta votar en blanco. Ha costado mucho el derecho a votar para no utilizarlo positivamente. Y al votante peronista kirchnerista mucho menos. El voto en blanco está asociado, en su memoria histórica, a las duras épocas de la proscripción del general Perón, de la prohibición de cantar la Marcha Peronista y la dura persecución policial. Votar en blanco mientras están vigentes las más amplias libertades públicas y la plena vigencia del sistema constitucional es considerado una especie de dilapidación de un instrumento útil en tiempos duros de restricción de los derechos democráticos.
Y esta suma de causales provocó una sorpresa inesperada, por lo menos para Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, el PRO y el núcleo duro de la oposición, la corporación mediática y su CEO, Héctor Magnetto.
El candidato Martín Lousteau estuvo a un paso de derrotar al candidato del PRO, quien sólo logró crecer su caudal electoral en 28.180 votos, mientras que Lousteau lograba arrastrar tras su candidatura nada menos que 341.500 ciudadanos que no lo habían votado en la primera vuelta. La inmensa mayoría de quienes no votaron ni a Larreta ni a Lousteau en la primera vuelta, consideraron oportuno volcar su apoyo a este último, como modo de expresar su disconformidad con la gestión macrista. Esta gestión, como se sabe pese al cerco informativo, se ha caracterizado por irregularidades tipificadas en el Código Penal, desde el espionaje por el cual está procesado el jefe de gobierno y candidato presidencial hasta la represión en el Hospital Borda, en el Indoamericano y la muerte de diez bomberos en el incendio intencional de la empresa Iron Mountain y de dos niños en otro incendio en un taller clandestino que trabajaba para la firma de la esposa de Mauricio Macri.
A todo esto, el PRO, y los encuestadores contratados por esta fuerza política, aseguraban un triunfo por una cifra mayor a los 10 puntos. El voto en blanco jugaba a favor del PRO, ya que al no ser considerado en la totalidad de los votos, aumentaba el porcentaje de quien iba adelante. Si todos los ciudadano que no habían votado ni a Rodríguez Larreta ni a Lousteau, en la primera vuelta, hubiesen votado en blanco o anulado su voto, el porcentaje del primero hubiera pasado de 46 a 64 %, mientras que el de Lousteau hubiese aumentado de 26 a 36, con lo que la diferencia hubiera sido de 28 puntos.
Un sólido triunfo del PRO en su ciudad consagraba a Macri como el candidato indiscutible de la oposición y lo proyectaba a las PASO presidenciales de Cambiemos -la alianza PRO, UCR, ARI y otros- como el preferido frente a Sanz o a la señora Elisa Carrió -quien ya tiene preparado su velorio, según informó a la prensa-.
Este resultado además consolidaría el esponsoreo del que goza el intendente porteño de parte de la corporación mediática, quien ha ocultado todos sus enormes desaguisados y delitos y ha intentado presentarlo -con éxito discutible- como un hombre capaz e inteligente.
La miserable diferencia de 2,28 puntos a favor de Rodríguez Larreta, su incapacidad en atraer más votantes, terminó con todas estas expectativas. El electorado porteño -tantas veces injuriado- desbarató todas estas expectativas. Macri es candidato de un partido comunal que a duras penas ha logrado mantener su mayoría y carece de representatividad territorial en el resto del país. Esto ha significado un golpe mortal a su candidatura presidencial. Ya no es, ni mucho menos, un “primus inter pares”, un solvente administrador que de taquito obtiene una continuidad en el gobierno para su colaborador inmediato. Sus posibilidades de ganar en las PASO de Cambiemos -su alianza electoral- han quedado seriamente afectadas.
Su discurso en el bunker del PRO fue un reconocimiento explícito a las ventajas y beneficios del programa llevado adelante por el kirchnerismo en estos doce años. Se plegó y ratificó cada uno de sus logros: Aerolíneas, la AUH, YPF. Y, lo que es más significativo, cada una de estas afirmaciones era recibida con un abucheo por parte de sus seguidores. Uno de los objetivos tácticos centrales, generar desorientación en el enemigo, se había logrado. El periodista Roberto Navarro, de C5N, comentaba, casi al mismo momento, que el publicista ecuatoriano Durán Barba, responsable de la campaña electoral de Macri, consideraba inevitable la victoria de Daniel Scioli y que había aconsejado abandonar toda referencia al cambio, para manifestar un discurso lo más cercano posible al del oficialismo nacional.
De la misma manera ocurrió con la deferencia con que Macri ha sido permanentemente tratado por Clarín, Canal 13, TN y sus plumíferos. En la noche misma del menguado triunfo, TN tituló “Macri ya no baila; el ridículo tambaleo de Mauri”. En un par de horas Magnetto le había soltado la mano. De ahora en más tendrá que arreglarse como pueda, sin contar con la protección y el silencio del monopolio mediático. Sus entuertos, sus trapisondas, sus crímenes iran saliendo a la luz cuando sea necesario.
Por otra parte, es evidente, como muy bien lo puntualizó en un twitter el siempre inteligente Mario Paulela, “Vamos a presenciar cambios dramáticos en la táctica de Clarín en estos días. Pero dramáticos, eh”. Por de pronto, unas horas después del cierre del comicio, era suspendido el programa de Lanata y en TN no era Mauricio Macri quien conversaba con los periodistas, sino el candidato presidencial del FpV, Daniel Scioli.
La alianza integrada por la UCR y Elisa Carrió ha experimentado la sensación de un nuevo impulso que durará lo que la complicidad mediática disponga. No son ellos los articuladores de su estrategia electoral, sino que son simples marionetas del establishment, que ha encontrado en Clarín y La Nación un notable titiritero y el verdadero jefe de campaña.
Lousteau, por su parte, sin una fuerte organización partidaria y sin un destino electoral inmediato, pasará rápidamente al olvido, hasta el momento en que vuelva a ser necesario, si lo llegase a ser.
También, con toda seguridad, tanto Massa -cuyo nombre ha empezado también a entrar en un oscuro cono amnésico- como De la Sota -cuyas aspiraciones a trascender su ámbito provincial han sido siempre burladas- deben refregarse las manos pensando que la victoria pírrica de Larreta les allana el camino al apoyo del establishment y al ansiado premio presidencial.
Los votos de quienes votaron al FpV en la primera vuelta porteña lograron esta maravillosa sorpresa a “pura intuición de pensamiento”, como hubiera dicho don Hipólito Yrigoyen. Y demostraron que quizás lo erróneo de nuestro dificil resultado electoral en la Capital Federal no radique en los votantes sino en las respuestas y ofertas electorales que hemos ofrecido durante todos estos años. Por lo pronto, los dirigentes que consideraron que la táctica acertada era votar en blanco y así lo bajaron a la militancia, tendrán que reconocer que, por lo menos, no fueron obedecidos.
Buenos Aires, 20 de julio de 2015
13 de julio de 2015
Francisco y las ideologías
El concepto ideología se introduce en el pensamiento moderno de la mano de Antoine Destutt, marqués de Tracy. Era un aristócrata parisino, que adhirió a las ideas de la Enciclopedia, la Ilustración y participó activamente en la Revolución Francesa.
A principios del siglo XIX, será la cabeza de los llamados “Idéologues”, un movimiento intelectual que intentaba establecer las condiciones de todo el conocimiento humano y, a partir de ello, reorganizar la sociedad. Fue autor de cuatro volúmenes, titulado “Éléments d’Idéologie”, a los que consideró “un tratado completo sobre el origen de todos nuestros conocimientos”.
En 1795, la llamada Convención del Termidor, ya caído el régimen jacobino, había creado el Instituto Nacional, nuevo organismo destinado a reemplazar las academias del antiguo régimen y pensado como centro irradial de las concepciones pedagógicas de educación obligatoria y gratuita, con que la nueva etapa revolucionaria intentaba institucionalizar la Francia burguesa. Antonio Destutt de Tracy y de los “Ideólogos” se constituyeron en el eje de la llamada Segunda Clase de Moral y Ciencias Políticas, una rama de la nueva institución. Desde allí intentaron influir con su empirismo gnoseológico y su liberalismo político. Estos puntos de vista entraron en contradicción con la conducción de Napoleón, quien, en 1803, disolvió la Deuxième Classe.
Vale la pena exponer aquí el juicio que Bonaparte tenía sobre los “Ideólogos”: “Es a la ideología, a esta metafísica oscura, que, mirando sutilmente las causas primeras, quiere sobre estas bases, fundar la legislación de los pueblos, en lugar de adecuar las leyes al conocimiento del corazón humano y las lecciones de la historia, que debemos atribuir todas las desgracias que ha demostrado nuestra hermosa Francia. Estos errores debieron, y de hecho han traído el régimen de hombres sanguinarios”.
Fue este pensamiento de la Francia girondina el que influyó, en aquellos años, sobre algunos españoles como el ex sacerdote Juan Antonio Llorente. Este teólogo y jurista, nacido en La Rioja, España, se convierte, siendo muy joven en un exitoso cortesano que llega a ser Comisario del Santo Oficio y Secretario de la Inquisición. Con la abdicación de Carlos IV se vincula al partido de los “afrancesados” y propone a Bonaparte una reforma general de la iglesia española y de disolución de las órdenes monacales, lo que le valió el mote de “regalista”. Escribió una “Historia de la Inquisición Española”.
Es este Juan Antonio Llorente quien influyó en las ideas de Bernardino Rivadavia, el jefe de nuestros “ideólogos”, durante los primeros 20 años de nuestra Revolución. Nuestros “ideólogos” importaron de Europa, especialmente de Francia e Inglaterra, un sistema de ideas y valores, creados y producidos por el desarrollo histórico social de esas sociedades. Asumidos como paradigma de la humanidad, deshistorizados y universalizados, el cruce del Atlántico tuvo en ellos el supuesto efecto de Coriolis. Si en aquellas sociedades permitieron y fueron resultado del movimiento de la historia y expresión de nuevas clases y concepciones de la política y la economía, su adopción a macha martillo, contra la voluntad y los intereses de los pueblos que pretendía representar, significó un extraordinario proceso de alienación, desmantelamiento cultural y dependencia económica y política.
El Iluminismo, el liberalismo, el socialismo, el marxismo y hasta el nacionalismo, al ser considerados como puros productos ideológicos, mercancías espirituales compradas por nuestros puertos, como construcciones ideológicas “llave en mano”, solo sirvieron para aherrojar la libre creatividad de nuestros pueblos; fueron un lecho de Procusto en donde lo que no entraba se recortaba y lo que faltaba se estiraba. Ese fue el aspecto gnoseológico de nuestras guerras civiles del siglo XIX: el exterminio de aquello que no entraba, que sobraba en la cama que nos tendieron las burguesías portuarias, los grandes terratenientes exportadores y el imperio británico, con su doctrinarismo importado, su civilización extranjera y su ideología aplanadora.
La palabra “ideología” a partir de su aparición en la ciencia política adquirió diversos significados, asumiendo una particular relevancia en el pensamiento de Carlos Marx, donde adquiere una doble significación. Por un lado, la falsa conciencia, la falsa explicación de la realidad, determinada por el modo de producción y el sistema de ideas, mitos y representaciones subjetivas que el mismo genera en el pensamiento de los hombres. Ideológico quiere decir, en este sentido, falso, erróneo, prejuicioso, donde no existe una correcta relación entre el sujeto y el objeto del conocimiento.
Por el otro, en otras partes, se remite a la más común significación de sistema de ideas, valores y convicciones que conforman un pensamiento político determinado.
Este concepto, que hasta los años 30 o 40 del siglo pasado, tenía un sentido peyorativo, aludiendo a una visión donde el concepto o la doctrina antecede a la realidad, fue adquiriendo posteriormente un sentido elogioso, intentando expresar algo vinculado a las convicciones y los principios. Así tener una ideología se convirtió en algo superior a quien no se preocupa por las cuestiones sociales o políticas y, por lo tanto, carece de ella.
Por lo tanto, ¿a qué se refiere el Papa Francisco cuando sostiene, en su discurso de Asunción: “Las ideologías terminan mal, no tienen en cuenta al pueblo. Fíjense lo que ocurrió con las ideologías del siglo pasado, terminaron siempre en dictaduras”(...) “Las ideologías no sirven. No asumen al pueblo”?
Hay dos grandes movimientos políticos y sociales del siglo XX que han sido considerados como “ideológicos”: el nazismo y el comunismo. ¿Es justa esa caracterización? En mi opinión, lo es, ya que en ambos es más determinante el aspecto doctrinario apriorístico de las visiones de la realidad que cada uno de ellos expresa, que las respuestas realistas y concretas que una política democráticamente gestada intenta dar a la realidad en un momento determinado. Mientras en el nazismo, las ideas de pureza racial, supremacía germana, idealismo lingüístico y función señorial alemana eran previas y determinaban todas las respuestas políticas ante la realidad, en el comunismo ese papel lo cumplían las ideas de clase, de despliegue de un programa determinado por la condición de clase, de transformación utópica de la sociedad a partir de una determinada y excluyente visión del mundo.
En ambos desarrollos se trató más de conformar la sociedad a los parámetros que el esquema ideológico determinaba que a la inversa, es decir, generar las respuestas conceptuales a partir de las necesidades de transformación social que cada pueblo reclamaba. Solo a través de una fría y sistemática dictadura pudieron ambas concepciones ideológicas sostenerse. El pueblo, como sujeto creativo y vivo de la historia, estuvo fuera de ambos proyectos.
Esos dos experimentos fracasaron de una manera estruendosa. Si el fracaso del primero fue el resultado de una espantosa carnicería en la Segunda Guerra Mundial, el fracaso del segundo -el comunismo soviético de raíz stalinista- fue el resultado de un estado de no guerra -la llamada Guerra Fría-, en la que quedó como triunfador el bando en mejores condiciones de adaptación y plasticidad en su intención estratégica de dominar el mundo. La implosión del bloque soviético y su desaparición como alternativa política en el escenario mundial implicó el fracaso de un sistema en el que la ideología -la visión doctrinaria de la realidad- se imponía sobre el realismo popular.
A su vez, en nuestro continente, esa Guerra Fría significó la sumisión de los esfuerzos liberadores de toda una generación a uno de los bandos de la misma. Si la Cuba de Fidel Castro ha logrado atravesar toda la tormenta de la segunda mitad del siglo XX y ha entrado en el siglo XXI para sentar en la mesa de negociación a la principal potencia militar de la historia de la humanidad, no ha sido por su adscripción a una visión doctrinaria, sino por un indoblegable patriotismo de su pueblo sostenido con una espartana decisión de defender su isla. Los años '60 y principios de los '70 vivieron de manera dramática esta ideologización de nuestra lucha por la liberación. Más allá del heroísmo personal de tantos latinoamericanos muertos en desigual combate, la elevación a principio doctrinario (ideológico) de un mero dispositivo táctico, como es la “lucha armada” fue el resultado de esa ideologización, esa generalización abstracta de una experiencia concreta que, si fue victoriosa en un caso, significó una dolorosa -pero previsible- derrota en el resto de las situaciones concretas.
Creo que a eso se está refiriendo Francisco en su discurso de Asunción. Lo que hace es poner, como lo han hecho nuestros grandes pensadores nacionales y populares, al pueblo en el centro de la escena como protagonista real y concreto, no ideal y abstracto, de toda actividad política transformadora. En palabras de nuestro gran intelectual decimonónico, recuperado de todo ideologismo, Juan Bautista Alberdi: “(…) sólo el pueblo es legítimo revolucionario; lo que el pueblo no pide, no es necesario”.
Lo que el jefe espiritual del catolicismo propone es lisa y llanamente ese sana, abierta y desprejuiciada concepción de la democracia que, orgullosamente, llamamos populismo. Y que se ha convertido en la más poderosa arma de transformación con que cuenta este nuevo mundo del siglo XXI.
Buenos Aires, 13 de julio de 2015