El domingo, como ha escrito Enrique Lacolla en su sitio web, se ha producido “un terremoto político: Una opinión pública voluble, la saturación mediática y un oscuro tramado de intrigas en el seno del FpV, han puesto en tela de juicio el futuro del modelo”.
No se puede negar la importancia del traspié que ha sufrido el proyecto de independencia nacional, justicia social e integración latinoamericana iniciado con la presidencia de Néstor Kirchner, en el 2003 y de cuyo fallecimiento hoy se cumplen cinco años. La provincia de Buenos Aires, la más rica y populosa del país, ha quedado en manos del partido que expresa los intereses del capital financiero, los grandes productores agrarios, el monopolio mediático, el ajuste y la devaluación del dólar. Buenos Aires se suma así a Mendoza, Córdoba y Santa Fe al bloque de provincia gobernadas por los partidos de la Argentina agroexportadora y dependiente, los partidos del endeudamiento externo, el achique del Estado, la exclusión social y el alineamiento automático con los EE.UU. Ello implica que la franja central del país que concentra la mayor parte del Producto Bruto Interno ha quedado en manos de la oposición.
A esto debe agregarse un resultado muy exiguo para nuestro candidato Daniel Scioli con una escasa diferencia a favor sobre el candidato del establishment económico Mauricio Macri.
El impacto de estos resultados, a los que debe sumarse triunfos como el del candidato Arroyo, en Mar del Plata -un confeso admirador de la dictadura, xenófobo y homofóbico declarado-, han producido en los círculos militantes del Frente para la Victoria un juicio negativo sobre la conducta del electorado, sobre su supuesta desmemoria, su frivolidad política o la hegemonía de los peores sentimientos.
En el pueblo anidan siempre, cuando ganamos y cuando perdemos, los peores y los mejores sentimientos. Ellos se mezclan en el proceso electoral en el que las razones por las cuales se vota a una candidatura son siempre, desde la perspectiva individual, heterogéneas y confusas. Pero eso es políticamente irrelevante.
La política consiste, justamente, en conquistar la voluntad popular tal como ha sido generada por la historia, negociar con la realidad, y ganar elecciones. Cuando el resultado nos es adverso, la responsabilidad es siempre nuestra. Porque no gobernamos tan bien como para que sus resultados fuesen incontrovertibles, porque pecamos de soberbia o triunfalismo, porque ideologizamos el mensaje sin preocuparnos por los problemas cotidianos. El pecado de ideologismo ha estado permanentemente presente en nuestras filas, haciéndonos alejar, muchas veces, del sentir popular profundo. Creer que denunciar a algún candidato racista alcanza para destruirlo es un pecado típico de ideologismo. Si ganó Arroyo es porque nuestro candidato fue considerado peor por una importante mayoría popular. Mar del Plata es una plaza muy conservadora, como Bahía Blanca. Horrorizarse porque un candidato desprecia a los bolivianos -con todo lo perverso que tiene- no alcanza operatividad política alguna.
Las sociedades, en general, son conservadoras y no soportan durante mucho tiempo la controversia y la tensión políticas, menos cuando la situación favorable comienza a retroceder y aparecen turbulencias económicas. Hay que aceptar, por duro que sea, el mensaje de las urnas. Hacer recaer la culpa en el electorado es escupir al cielo. Es hacer algo parecido a lo que hace la derecha económica. Y, lo que es peor, no sirve para corregir nada.
De modo que toda reflexión política debe centrarse en revertir los errores, mezquindades, pruritos y desaciertos cometidos y las heridas -voluntarias o involuntarias- que han sangrado durante la jornada electoral, para convertir el exiguo triunfo del 25 de octubre en un contundente triunfo el próximo 22 de noviembre.
La fórmula presidencial Daniel Scioli-Carlos Zannini es, en estas condiciones, más que nunca la respuesta para mantener los logros nacionales y populares alcanzados durante estos doce esforzados años, en los cuales, no solo logramos sacar al país del infierno y el empobrecimiento material y espiritual en que lo dejó la dictadura del capital financiero, los organismos internacionales de crédito, la desindustrialización y el darwinismo social.
Está en la capacidad de energía estratégica y negociación táctica de nuestro candidato presidencial y del Frente para la Victoria restañar heridas y resentimientos, reunificar las fuerzas centrales y determinantes del movimiento nacional, ratificar y fortalecer el voto popular por un proyecto de desarrollo industrial y productivo, de inclusión social y de soberanía la clave del triunfo en la segunda vuelta. Una derrota en estas elecciones implicaría una derrota no solo de nuestro país, sino de la gran esperanza abierta en las históricas jornadas de la Cumbre de Mar del Plata en el 2005, pondría en graves dificultades a los gobiernos populares latinoamericanos, incluído al Brasil.
Pero también amenazaría, y esto no es ninguna exageración, la notable y solitaria campaña en contra de la globalización dictada por el capital financiero y la destrucción del medio ambiente para la vida humana en el planeta, llevada adelante por nuestro compatriota, el Papa Francisco. La historia ha hecho que nuestro país y nuestro continente sean la retaguardia y la base territorial de su prédica a favor del mundo periférico y los más pobres y desheredados de todos los pueblos. Un triunfo en su país de nacimiento de las políticas que Francisco combate a escala global va a debilitar, de una u otra manera, su inclaudicable prédica.
Scioli-Zannini es el único voto posible para todos aquellos compatriotas a los que la Argentina no es solo un dato en el pasaporte sino el único lugar posible para su realización personal y social.
No puede haber vacilaciones, mezquindades o pruritos ideológicos. Doscientos años de una historia repleta de sacrificios sin límite reclaman de nuestra generación poner punto final al ciclo de revoluciones y contrarrevoluciones que han puesto grilletes a nuestro futuro.
Scioli-Zannini es la fórmula del país económicamente independiente, socialmente justo y políticamente soberano.
Buenos Aires, 27 de octubre de 2015.
En esta página publico los artículos escritos por mí en los últimos años, sobre política argentina, política latinoamericana y política internacional, que considero más interesantes y de actualidad. Visite mi blog con temas periodísticos y literarios http://jfernandezbaraibar.blogspot.com
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27 de octubre de 2015
8 de octubre de 2015
El discurso de Perón en la Escuela Superior de Guerra
En un nuevo aniversario del nacimiento del General Juan Domingo Perón, publico aquí el capítulo de mi libro "Un Solo Impulso Americano, El Mercosur de Perón", como homenaje y actualización de uno de los más trascendentales legados de su singular genio político: la unidad suramericana. En este discurso, nuestro tres veces presidente y creador del más influyente movimiento político de este continente entrega a sus contemporáneos y a la posteridad la visión estratégica que el siglo XXI comenzó a hacer realidad, con todas las dificultades, marchas y contramarchas que la creación de un nuevo mundo impone a los hombres.
El
discurso de Perón en la Escuela Superior de Guerra
El 11 de noviembre de
1953, el general Perón pronunció una conferencia en la Escuela Nacional de
Guerra ante oficiales de alta graduación. La misma tuvo un carácter
especialmente reservado, dado el tema sobre el cual hablaría el presidente y el
clima que se vivía en ese momento, tal como ya tenemos contado. Fue
posteriormente editada por el Ministerio de Defensa, con carátula de reservado
y se tomaron especiales recaudos para entregar ejemplares a los oficiales participantes.
“Un ejemplar del fascículo, probablemente
merced a los buenos oficios de los servicios de informaciones de Estados
Unidos, logró ser conocido por algunos políticos opositores emigrados en
Montevideo y difundido en esa capital por medio de copias mimeográficas, como
prueba del ‘imperialismo argentino’”[1]. Más adelante veremos con qué consecuencias.
Esta conferencia es a la
vez la síntesis y el cuerpo doctrinario del pensamiento continental de Perón,
que a lo largo de todos esos años había tratado de ir formulando, a la par que
poniendo en práctica, con esa virtud que Methol Ferré atribuye a los “políticos intelectuales”.
Perón comienza
formulando cuál es su visión histórica sobre la vida social humana[2]. “Las
organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han dio,
indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la
familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de
agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y
los grupos de naciones, y hay quien se aventura
ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los
continentes”. Nada más lejos del general Perón que un nacionalismo
esencialista, abstracto e ideologizante. Los estados nacionales son para él, momentos
de “la natural y fatal evolución de la
humanidad” y su integración en unidades superiores no es lejana.
Después de exponer a la
concurrencia su punto de vista acerca de lo que consideraba los dos problemas
centrales con que se enfrentaba el mundo “superindustrializado
y superpoblado”: el de la alimentación y el de las materias primas. “Es indudable que nuestro continente, en
especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta
de población y de su falta de explotación, extractiva está la mayor reserva de
materia prima del mundo”.
A partir de estas
premisas expone lo que considera nuestro principal peligro: “nosotros estamos amenazados a que un día
los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimento ni
de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder, jueguen ese poder
para despojarnos de los elementos que nosotros disponemos en demasía con
relación a nuestra población y a nuestras necesidades”.
Es a partir de estas
consideraciones que Perón presenta el tema de la unidad latinoamericana.
Después de una breve consideración histórica, el presidente argentino expone su
preocupación: “Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos
fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y
sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente”.
Desde los tiempos de
Bolívar no se oía en América Latina la voz de un militar y jefe de Estado que
con más convicción y firmeza comprometiese su paso por la historia con la tarea
unificadora. Y agrega: ”Pienso yo que el
año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados”. Este concepto se
convertirá, a partir de esta fecha, en leit motiv dominante en la política y el
pensamiento del general Perón. "Unidos
o Dominados" será la consigna
con la que volverá en 1973 y la que presidirá toda su política internacional,
tanto en el exilio como después del regreso al poder.
”En 1946, cuando yo me hice cargo del gobierno, la política
internacional argentina no tenía ninguna definición”.
”No encontramos allí ningún plan de acción, como no existía tampoco en
los ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los
militares pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de
Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la
política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la
orientación, por lo menos, que regía sus decisiones o designios”.
”Vale decir, que nosotros habíamos vivido, en política internacional,
respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros. (…)
Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que
tomasen los demás países. Nosotros no teníamos la iniciativa”.
Es esta descripción casi
una definición del estado semicolonial de un país. Existe una independencia
formal, una constitución, independencia de poder, ejército y hasta un lugar en
las Naciones Unidas. Pero carece de política internacional propia. Pero
inmediatamente, el general Perón trata de dar una explicación a esto: ”No es tan criticable el procedimiento,
porque también suele ser una forma de proceder, quizá explicable, pues los
pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional
objetivos muy activos ni muy grandes, pero tienen que tener algún objetivo”.
Respecto a esta última
consideración, Methol Ferré hace una interesante reflexión personal: ”Recuerdo que en mi juventud, cuando leí por
primera vez el discurso, publicado enseguida por el diario ‘El Plata’ del
doctor Juan Andrés Ramírez, bajo el título ‘El imperialismo argentino’ –así se
formaban en mi país el clima contra Perón– lo que más me llamó la atención fue
la insistencia de Perón en ubicar a la Argentina como ‘pequeño país’, cuando lo
creíamos ‘grande’. Me dejaron asombrados tanto Perón como Juan Andrés Ramírez,
por razones inversas”[3]. Perón quería, justamente, dejar establecido con
esto su absoluta renuncia a cualquier política hegemónica, pues, como ya hemos
visto, sabía que justamente éste era el argumento dado por quienes no
reconocían la existencia del imperialismo norteamericano y alertaban sobre el
imperialismo argentino.
”Por eso, bien claramente entendido, –continúa Perón– como lo he hecho en toda circunstancia para
nosotros: primero la República Argentina, luego el Continente y después el
mundo. (…) Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores, en
la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del Continente”.
Es necesario acudir
nuevamente al punto de vista de Methol Ferré para dejar aclarado que ”en el contexto del discurso, cuando Perón
se refiere a ‘parte del continente’ y a veces a ‘Continente’ significa casi
siempre América del Sur”[4].
Sigue Perón: “La historia nos demuestra que ningún país
se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tienen en sí una
completa, diremos, unidad económica”. Es la teoría clásica de la aparición
del Estado nacional. La unidad económica es el antecedente y requisito
necesarios para la aparición de los estados nacionales europeos. Justamente el
retardo en la constitución del estado alemán estuvo dado por la dificultad en
establecer esa unidad económica. Las barreras aduaneras entre los pequeños
principados que constituían el viejo imperio fueron el impedimento central a la
realización de la unidad alemana. El "Zollverein"
– unión aduanera– primero, y la unidad política después, fueron las tareas
que realizó el mariscal Bismarck y que le permitieron introducir a Alemania en
el siglo XIX[5].
Y a continuación expone
el general Perón el centro crítico de su propuesta: “La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo,
no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica;
pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad
económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro,
porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. (…) Esto es lo
que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y
Argentina”.
“Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás
países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo
agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separado,
o juntos, sino en pequeñas unidades”.
“Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos.
Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los seis años del primer
gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la
opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser
presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio
Vargas y el general Ibáñez”.
“Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea,
y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno. Ibáñez me hizo
exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo
mismo”.
Efectivamente, a
comienzos de 1950 Perón recibió a João Goulart, enviado personal de Getulio
Vargas, y hubo un fructífero intercambio de ideas sobres las posibilidades de
iniciar una complementación económica entre los dos países. Fue justamente la
visita de Goulart lo que usó la prensa brasileña como prueba de que estaba en
marcha, desde mucho tiempo antes, un plan político conjunto entre Vargas y
Perón. Se habló incluso de que el gobierno argentino había financiado la
campaña electoral de Getulio[6]. Una cuestión que muy bien pudo ser cierta y
debe ser mirada sin moralina alguna, ya que estaba en juego un plan político de
gran alcance con vistas a la unidad de los países.
Lo cierto es que Perón
respondió a Vargas con una carta que demuestra su satisfacción por los
contactos iniciados: "Con mucho
gusto he recibido la visita del señor João Goulart, con quien nos hemos puesto
perfectamente de acuerdo. Quiero hacerle notar que de continuo ayudo a mucha
gente que recurre solicitando distintas clases de favores, invocando la
situación de ser amigos de usted. Deseo dejar expresa constancia de que
trabajaré con ellos para lograr que se pongan incondicionalmente a sus órdenes
y al que así no lo hiciere, le retiraré de inmediato toda clase de atenciones…”[7].
“Estoy perfectamente de acuerdo
en que la persona indicada por usted sirva de enlace entre usted y yo y me
parece oportuno advertirle que es necesario ponernos a cubierto en cuanto se
refiere a las muchas personas que le verán, arguyendo representación mía. Para
evitarlo le hago llegar mi deseo de que solamente reconozca carácter de tal, a
quien sea portador de carta mía autógrafa y de esa manera eliminaremos el
peligro de los ‘comedidos’ que eligen el pretexto de servir a los demás para
servirse a si mismo”.
Y no pierde la
oportunidad de agregar: “Comparto
plenamente la opinión acerca del brillante porvenir de nuestro Continente, si
logramos unificar los esfuerzos de todos los países que lo formamos, en cuyo
favor no habremos de omitir ningún sacrificio realizable. Tengo invariablemente
confianza en el efectivismo de la fraternidad americana y hacia él estará
dirigido nuestro mayor empeño”[8].
Pero volvamos al texto
de la conferencia de 1953.
“Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieren prometido esto, para
dar el hecho por cumplido, porque bien sabía que eran hombres que iban al
gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran sino lo que pudieran”. Y
continúa Perón: “(…) sé también que el
Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: es Itamaraty, que
constituye una organización supergubernamental. Itamaraty ha soñado desde la
época de su emperador hasta nuestros días con una política que se ha prolongado
a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en Brasil. (…)
Debe desmontarse todo el sistema de Itamaraty y deben desaparecer esas
excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los
principales obstáculos para que el Brasil entre a una, diremos, unión verdadera con la Argentina”.
Una breve digresión. En
carta fechada el 2 de setiembre de 1953, el embajador argentino en Río, doctor
Juan Cooke, expone ante su ministro, Jerónimo Remorino algunas consideraciones
sobre este tema: “Itamaraty siempre ha
contemplado con recelo cualquier acto de nuestro país que signifique un
acercamiento con las demás naciones del Continente. (…) La geopolítica de
Itamaraty se basa en estimar como lesiva para los intereses del Brasil
cualquier unión entre otras naciones del Hemisferio. (…) En consecuencia, la
reacción ante la unidad económica argentino–chilena consistió en tratar de
estrechar los vínculos de todo orden brasileño–peruanos. (…) Por fortuna, señor
ministro, la articulación entre Lima y Río de Janeiro es tan artificial, y se
ha edificado sobre cimientos tan relativos, que puede pronosticarse que, en su
forma política actual, no ha de ser muy duradera”.
“(…) la política de Itamaraty obedece al planteo histórico –que ha
heredado del reino de Portugal en sus luchas contra España por el predomino en
América, de un encauzamiento en sentido de intentar y desear el debilitamiento
argentino en el hemisferio, ante la estimación de que, a la larga, será el
único enemigo con potencial suficiente en cualquier plano que podrá enfrentar a
Brasil en Sudamérica. (…) Desde luego, cabe destacar que, mientras la
formulación de la política exterior argentina está basada como las principales
premisas de su gobierno, en la voluntad y tendencias populares, la conducción
internacional de la posición brasileña depende completamente del pensamiento de
una minoría que dirige Itamaraty y que se forma dentro de las concepciones del
Barón de Río Branco, modificándolas muy levemente y sin seguir el compás de los
acontecimientos modernos”[9]. La
concepción de Perón no era una ocurrencia personal. Existía todo un sistema de
cuadros políticos, militares y diplomáticos que, o bien habían colaborado en
gestar ese pensamiento estratégico, o bien coincidían plenamente con sus
postulados. El excelente informe del doctor Cooke, que acabamos de leer, lo
testimonian. Nótese la coincidencia, incluso terminológica, con el discurso de
Perón , en lo referido a Itamaraty.
A continuación de esta
franca exposición de las dificultades que encuentra su proyecto Perón dice una
frase reveladora: “Nosotros con ellos no
tenemos ningún problema, como no sea es sueño de la hegemonía, en el que
estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que
nosotros; no tenemos ningún inconveniente”. De nuevo la hipérbole como
recurso retórico para convencer. Y siempre el mismo mensaje: no importa de qué
manera, en qué condiciones, lo que importa es la unidad. No tenemos que poner
ninguna traba, tenemos que aceptar lo que sea, porque, en su concepción, lo
peor es la atomización. “Nosotros
renunciamos a todo eso, de manera que ése tampoco va a ser un inconveniente”,
termina diciendo Perón.
“Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mí que nos reuniríamos
en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez
después: el mismo tratado. Ese fue un propósito formal que nos habíamos
trazado. Más aún, dijimos: Vamos a suprimir las fronteras si es preciso. Yo
‘agarraba’ cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía
y de lo que yo creía que era necesario y conveniente”. Nuevamente el mismo
recurso. Y recordemos que estaba hablando ante altos jefes militares cuya
misión, según la concepción de la patria pequeña, ha sido el cuidar nuestras
fronteras. Pero quería dejar establecido para siempre la idea de que cuando se
sabe el "qué", el "cómo" no importa.
Esta es, por así decir,
la parte teórica o doctrinaria de la
conferencia. A continuación de ella, Perón cuenta a sus entorchados oyentes los
detalles y las dificultades de las negociaciones que en ese sentido puso en
marcha. Claro que en un pensamiento, como el de Perón, tan ligado a la práctica
concreta, a la experiencia, toda situación particular lo lleva a una reflexión
de orden general.
“Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan
pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las
Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso
en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son
puntos de vista, son distintas maneras de pensar”[10]. “El
siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir,
nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros
eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a
los del gobierno”. Se refiere Perón
al gabinete que Getulio formó al asumir su gobierno. Como ya vimos, Getulio
intentó con ello aliviar a su gobierno de la presión opositora, cosa que no
logró.
“Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución,
pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes.
Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su parlamento y
frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los
pantalones y jugarse una carta decisiva frente a la política internacional
mundial; a su pueblo, a su parlamento y a los intereses que había que vencer”.
Narra a continuación el
acuerdo con Ibáñez, que ya hemos visto y aclara: “Pero antes de hacerlo, como tenía un compromiso con Vargas, le escribí
una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien
llamé y dije: ‘Vea, usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que
explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos
realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no
puede venir. Yo le pido autorización a él para que me libere de ese compromiso
de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que
estos tres países son los que deben realizar la unión’” (el subrayado
es nuestro).
“El Embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente,
que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso,
sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en
Chile. Naturalmente ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la
autorización, pero no la representación”'.
Después de relatar la
firma de los acuerdos con el general Ibáñez del Campo, dice Perón: “Al día siguiente llegan las noticias de Río
de Janeiro, donde el Ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas
declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago; ‘que estaba en contra de
los pactos regionales, que esa era la
destrucción de la unidad panamericana’ Imagínense la cara que tendría yo al día
siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez. Al darle los buenos
días, me preguntó ‘¿qué me dice de los amigos brasileños?’”.
Como ha dicho Methol
Ferré, en la conferencia ya citada: “La
preocupación básica es la alianza con Brasil, las dificultades que encuentra
Vargas”[11].
Y concluye Perón: “Bien señores. Yo quería contarles esto, que
probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son
todos los documentos para la Historia, porque yo no quiero pasar a la Historia
como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo
menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido cretinos,
no he sido yo solo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos
en el ‘baile del cretinismo’”. De nuevo ese tono de ira, casi desesperado,
ante las dificultades de la tarea que considera impostergable. Considera que
toda su labor, su paso por la vida, depende de intentar, por todos los medios,
realizar la unión sudamericana. Insisto, hay que retroceder hasta San Martín o
Bolívar para encontrar un tono semejante. Pero vuelve a la finalidad de su
mensaje: “Pero lo que yo no quería dejar de afirmar, como lo haré públicamente
en alguna circunstancia, es que todo la política argentina en el orden
internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión” (el subrayado es nuestro).
[1]
Perón, Juan Domingo, op.cit. pág. 71,
nota al pie. El autor de esa nota es Jorge Abelardo Ramos, editor del libro de
Perón, durante su gestión como embajador argentino en México.
[2]
Todas las citas de esta famosa conferencia son tomadas del libro mencionado en
la nota anterior.
[3] Methol Ferré, Alberto, Perón y la novedad de la alianza argentino–brasileña, Cuadernos de Marcha, diciembre de 1995, Montevideo. Curiosamente este texto es una conferencia dada por el pensador oriental en Buenos Aires, a miembros del partido Justicialista con motivo del cincuentenario del 17 de Octubre. La curiosidad radica en que ninguna editorial argentina, ni los propios organizadores de la misma, la hayan hecho conocer en su forma impresa.
[4] Ibídem.
[5] Conf. Hobswaun, Eric J., Las
Revoluciones Burguesas.
[6]
El plumífero Lacerda, en agosto de 1956, lanzó en “Tribuna de Imprensa” la
acusación de que el entonces vicepresidente João Goulart había recibido setenta
mil dólares del gobierno de Perón para
financiar la campaña de Getulio en 1950. A ese respecto, el embajador argentino
en Río en ese entonces, Felipe Espil, declaró al periodismo que: “Los documentos publicados no son oficiales,
no fueron entregados por funcionarios del gobierno argentino y el simple hecho
de aparecer papel timbrado de la vicepresidencia de la Nación Argentina, no
otorga autenticidad a ningún documento”. Según Lacerda el pago se había
hecho por Vicente Carlos Aloé, como parte de una transacción en el monopolio de
importación de madera. Conf. recorte periodístico, La Razón, Buenos Aires, 18 de agosto de 1956.
[7]
La propuesta política es obvia: Perón solamente ayudará a aquellos que ayuden a
Getulio.
[8]
La carta de Perón a Vargas aparece reproducida en Hirst, Mónica, op. cit., pág. 33.
[9] Cooke, Juan, Nota al Ministerio de
Relaciones Exteriores, 2 de setiembre de 1953.
[10] Es esta afirmación de Perón un interesante
punto de partida para analizar su concepción del poder y de la relación de
fuerzas. Coincide con uno de sus famosos aforismos: “Puente de plata al enemigo que huye”. Pero primero hay que hacerlo
huir.
[11] Methol Ferré, Alberto, op. cit.
5 de octubre de 2015
Ha comenzado la ofensiva contra Francisco
La respuesta a
la poderosa ofensiva del Papa Francisco contra el capital financiero, contra la
destrucción de los hombres y mujeres y del medio ambiente capaz de sostener la
vida -y la humana principalmente-, así como su reivindicación de los más pobres,
los más explotados de los hombres y pueblos que viven en la periferia, no se ha
demorado.
A menos de una
semana de sus históricos y trascendentales discursos en Cuba, el Congreso
norteamericano y las Naciones Unidas, la prensa del régimen imperialista y
globalizador, ha puesto en el centro de la escena una pasajera expresión papal -referida
a una denuncia no comprobada ante la justicia penal- y la cesantía de un alto
clérigo del Vaticano por manifestar, no solo su homosexualidad, sino su
cohabitación marital con otro hombre, para atacar e intentar desmerecer la
figura y el accionar de Francisco.
En primer lugar,
Francisco, nuestro compatriota Jorge Bergoglio, dio a conocer dos documentos en
los que ha desarrollado la más aguda crítica a las consecuencias producidas en
la humanidad por la hegemonía del capital financiero, esta agónica versión del
capitalismo que amenaza la subsistencia de la vida en el planeta. Evangelii
Gaudium y Laudato Si no son solo dos textos doctrinarios teológicos y
pastorales -tema en el que somos declarada y concientemente ignaros- sino que,
en mi modesta opinión constituyen los dos más importantes documentos políticos
y sociales del siglo XXI, siglo hasta ahora escaso de grandes y universales
propuestas transformadoras. El desafío ético social e individual que ambos
textos proponen -aun cuando su sustentación filosófica se remonte a los
orígenes mismos del pensamiento cristiano- son el más totalizador y provocativo
cuestionamiento al rumbo que ha adquirido la humanidad bajo la hegemonía
europea y norteamericana.
Valga como
ejemplo de lo que digo estos dos estruendosos parágrafos tomados de su Carta
Apostólica Evangelii Gaudium:
“No a una economía de la
exclusión
53. Así como el mandamiento de
«no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy
tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa
economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en
situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es
exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa
hambre.
Eso es inequidad. Hoy todo entra
dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el
poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes
masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes,
sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que
se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que,
además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación
y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su
misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está
en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los
excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».
54. En este contexto, algunos
todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento
económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo
mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido
confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad
de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del
sistema
económico imperante. Mientras
tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida
que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha
desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos
volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no
lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo
fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar
nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos
comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos
parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.
No a la nueva idolatría del
dinero
55. Una de las causas de esta
situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya
que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades.
La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una
profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!
Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex
32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del
dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente
humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de
manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su
orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus
necesidades: el consumo.
56. Mientras las ganancias de
unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más
lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de
ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la
especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los
Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía
invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus
leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las
posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo
real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal
egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no
conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar
beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda
indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla
absoluta.”
Quien no vea la
naturaleza revolucionaria y transformadora que estas palabras encierran y el
impacto que ellas han tenido en el mundo contemporáneo y en aquellas
conciencias conmovidas por las atrocidades que sufre el mundo periférico, del
cual formamos parte, solo puede ser atribuido a una contumaz ceguera, a un
interés personal con la realidad que se denuncia o, sencillamente, a una irremediable
incomprensión de la lecto escritura, rayana con la imbecilidad.
En segundo
lugar, el papel que ha jugado Francisco desde su asunción como obispo de Roma en
la política internacional está en coincidencia con este conmovedor texto ético.
El éxito diplomático en el restablecimiento de las relaciones entre nuestra hermana
Cuba y los EE.UU., después de décadas de ruptura, el aval moral a los reclamos
de nuestra hermana Bolivia por una salida al mar y el establecimiento de
relaciones decorosas con Chile, el huracán social que significó su visita a
Bolivia y Paraguay y, sobre todo, su memorable discurso ante los movimientos
sociales del continente, han convertido a Francisco en un adalid de la lucha de
la Patria Grande por su unidad y bienestar popular. El conjunto de los pueblos
sumergidos y excluidos de nuestro continente vio en sus palabras, no aquel “opio”
adormecedor y tranquilizador que una errónea lectura le ha atribuido a la
religión, sino un llamado a la lucha política y social por sus derechos
largamente conculcados, un reconocimiento del sentido transformador de sus
organizaciones y un aliento a continuar con la tarea de cuestionar y cambiar
los mecanismos de dominación.
En tercer lugar,
la acción diplomática de este peculiar jefe de Estado, sin divisiones de
tanques ni portaaviones, impidió un criminal bombardeo sobre el pueblo sirio y
modificó el panorama y la relación de fuerzas en el Medio Oriente que, desde la
desaparición de la Unión Soviética, se había convertido en escenario de la más
brutal intervención imperialista norteamericana y europea.
Lo dicho, pese a
su brevedad, alcanza para comprender el programa y la tarea emprendida por
Bergoglio, así como la enemistad que ello le ha valido del establishment
financiero internacional, de sus gobiernos, de sus empresarios, de sus
políticos y funcionarios. La hostilidad manifestada por los representantes
parlamentarios de esa utopía ultrarreaccionaria, criminal e irresponsable,
llamada Tea Party, durante su exposición en el Capitolio, muestra a las claras
el efecto que este bombardeo estratégico de orden moral ha producido en el
núcleo del poder mundial.
Ahora bien,
ninguna de las grandes religiones monoteístas aceptan la homosexualidad y todas
ellas han creado a lo largo de los siglos un sistema normativo de la sexualidad
humana, en el que la procreación ocupa un lugar central. La Iglesia Católica,
como guardiana de la doctrina y la moral católicas, ha establecido a lo largo
de varios siglos, un corpus doctrinario vinculado, entre otras cosas, al
matrimonio y la sexualidad.
Para ella, todo
acto sexual fuera del matrimonio -incluida la masturbación- constituye una
violación a la ley de Dios. Sus clérigos -esto sí a diferencia de otras
religiones monoteístas- hacen voto de castidad, es decir prometen solemne y
voluntariamente un compromiso de no tener relaciones sexuales de ningún tipo, a
partir de su consagración como sacerdotes.
Todo esto puede
ser un interesante y hasta impostergable tema de discusión para los creyentes
católicos, pero carece de trascendencia social. Las condiciones de explotación
del mundo periférico, el agotamiento del medio ambiente necesario para la vida
humana, no sufrirían la menor modificación por el hecho de que la Iglesia
Católica aceptase las relaciones pre o extramatrimoniales, despecaminase la
vida sexual, tanto sea heterosexual, como homosexual, o permitiese que
contrayentes del mismo sexo fuesen consagrados en matrimonio religioso, cuya
función litúrgica es sacralizar la continuidad de la especie humana.
Respecto a la
castidad de los clérigos, es un tema ajeno a la política y solo preocupa
socialmente en la medida en que la misma sea usada por los mismos como tapadera
de graves conflictos psicológicos, tendencias perversas ocultas, soterradas o
mal disimuladas. Y, en última instancia, es una cuestión que en sí misma solo
puede interesar a aquellos que se consideran bajo la jurisdicción del derecho
canónico.
Este tópico, el
del celibato clerical, se ha convertido en los últimos cincuenta años en un verdadero
problema para la iglesia. Por un lado, cada vez más sacerdotes terminan en
pareja -pública o secreta- y existe un movimiento muy amplio de religiosos casados
que exigen a sus autoridades un cambio en la materia. Por el otro, la jerarquía
eclesiástica, en los más altos niveles, ha ocultado, soslayado o hasta excusado
las numerosas y reiteradas violaciones al código penal realizada por clérigos
en el mundo entero, lo que ha producido por un lado, un pernicioso escándalo,
innumerables y millonarias sentencias penales y un flanco fácil de atacar políticamente-la
hipocresía suele escandalizarse- por quienes sienten atacados sus intereses. Es
sorprendente que haya sido en los EE.UU. y en el Reino Unido, donde con mayor cantidad
y virulencia hayan aparecido las denuncias.
Francisco ha
tomado este toro por las astas y ha iniciado una profunda depuración y sanción
hacia la jerarquía que ha actuado como cómplice de estos delitos y ha llegado a
denunciar la existencia de una “rosca” gay en el seno del Vaticano, que oculta,
tolera o excusa la pedofilia y el acoso sexual a varones, menores o adultos.
Y ha sido justamente
este aspecto no resuelto dentro de la iglesia el que está siendo usado para
atacar, no la pedofilia o la hipocresía, sino la posición de enfrentamiento al régimen
opresor de EE.UU. y Europa sobre el conjunto de la humanidad a través de esta
versión financierizada del capitalismo.
Quienes no
entiendan esto, quienes crean que el punto de vista de Francisco sobre el
matrimonio homosexual -punto de vista con jurisdicción sólo sobre los
católicos- es más importante o decisivo que su cuestionamiento al actual
régimen político, social, militar y cultural que sufre la humanidad, se
convierten en cómplices bienpensantes, ingenuos y bienintencionados -en el
mejor de los casos- del sistema hipócrita y criminal que constituye la
principal amenaza a la totalidad de la raza humana.
Buenos Aires, 5 de octubre de 2015
1 de octubre de 2015
La relación entre el ARSAT y la pobreza
La zoncera
presuntamente bienintencionada y caritativa con que la oposición critica el
lanzamiento de los ARSAT, según la cual
nuestro país no podría abocarse a tales empresas ya que todavía tiene
compatriotas en estado de pobreza, entre otras muchas cosas ignora que,
justamente, el desarrollo tecnológico de punta constituye uno de los caminos
para que el conjunto de la sociedad salga de la pobreza.
La sociedad sueca en 1600 era un mundo campesino, cubierto por la nieve, con tres meses de actividad agraria al año, en la que los pobres diseminados en el campo se morían literalmente de hambre. Una monarquía semibárbara, hegemonizada por una aristocracia castrense, se lanzó a la guerra de los Treinta Años, asolando la tierra tudesca (Deutchsland). Para ello, convirtió a las unidades productivas agrarias (el gård), ociosas durante el invierno, en fundiciones para los cañones y demás instrumentos bélicos, transformando durante unos meses, a los peones y campesinos en obreros siderúrgicos. Ese fue el origen del industrialismo sueco y de su peculiar capitalismo, que funda el primer banco central del mundo en 1668.
Trescientos años después no había logrado superar la miseria y las hambrunas de su campesinado, lo que dio lugar a que el 25% de su población rural (un millón de súbditos) debieran emigrar, principalmente a los EE.UU. Pero, ese país pobre producía y exportaba ya hierro y acero, especializándose en maquinarias agrícolas -la empresa Alfa Laval es característica de esto- y estableciendo la enseñanza estatal obligatoria -fue el primer país europeo en hacerlo-. La especialización en la industria eléctrica, en la ingeniería mecánica y en el papel, a fines del siglo XIX produjo nuevamente un salto productivo.
Toda esa acumulación recién se convirtió en un beneficio para los sectores más débiles de la sociedad a partir de 1930, al ser el primer país que, bajo el gobierno del socialdemócrata Per Albin Hansson, aplica los criterios económicos planteados por Keynes, para convertirse, merced a su neutralismo, en la Suecia equitativa y distribucionista que se hizo famosa en el mundo entero después de la Segunda Guerra Mundial.
El dato histórico vale simplemente como ejemplo de que el desarrollo científico tecnológico es el único camino capaz de sacar a un país del estancamiento agrario y de la economía agroexportadora.
La sociedad sueca en 1600 era un mundo campesino, cubierto por la nieve, con tres meses de actividad agraria al año, en la que los pobres diseminados en el campo se morían literalmente de hambre. Una monarquía semibárbara, hegemonizada por una aristocracia castrense, se lanzó a la guerra de los Treinta Años, asolando la tierra tudesca (Deutchsland). Para ello, convirtió a las unidades productivas agrarias (el gård), ociosas durante el invierno, en fundiciones para los cañones y demás instrumentos bélicos, transformando durante unos meses, a los peones y campesinos en obreros siderúrgicos. Ese fue el origen del industrialismo sueco y de su peculiar capitalismo, que funda el primer banco central del mundo en 1668.
Trescientos años después no había logrado superar la miseria y las hambrunas de su campesinado, lo que dio lugar a que el 25% de su población rural (un millón de súbditos) debieran emigrar, principalmente a los EE.UU. Pero, ese país pobre producía y exportaba ya hierro y acero, especializándose en maquinarias agrícolas -la empresa Alfa Laval es característica de esto- y estableciendo la enseñanza estatal obligatoria -fue el primer país europeo en hacerlo-. La especialización en la industria eléctrica, en la ingeniería mecánica y en el papel, a fines del siglo XIX produjo nuevamente un salto productivo.
Toda esa acumulación recién se convirtió en un beneficio para los sectores más débiles de la sociedad a partir de 1930, al ser el primer país que, bajo el gobierno del socialdemócrata Per Albin Hansson, aplica los criterios económicos planteados por Keynes, para convertirse, merced a su neutralismo, en la Suecia equitativa y distribucionista que se hizo famosa en el mundo entero después de la Segunda Guerra Mundial.
El dato histórico vale simplemente como ejemplo de que el desarrollo científico tecnológico es el único camino capaz de sacar a un país del estancamiento agrario y de la economía agroexportadora.