24 de febrero de 2015

El escaso encanto de la burguesía


Es fácil, y no quiero entusiasmarme, llegar a la conclusión de que el kirchnerismo en la Ciudad de Buenos Aires está expresado por gente buena, pero incapaz de comprender las condiciones de vida en una sociedad burguesa, que es el tipo de sociedad que, desde el gobierno central, se intenta generar. El resultado es que esos valores quedan en manos de un partido que repudia esa sociedad y sólo pretende restablecer los propios de la vieja sociedad oligárquica.
Néstor y Cristina lo dijeron varias veces. El objetivo de este proyecto es establecer definitivamente en la Argentina una sociedad capitalista autónoma, es decir, burguesa. Todo lo que se ha hecho desde el gobierno es en ese sentido: la AUH, la jubilación universal, las paritarias, el desarrollo científico tecnológico, etc. han apuntado a ese objetivo. Pero resulta que la moral media de muchos de nuestros compañeros es un repudio a la sociedad burguesa y una reivindicación de cierta anarquía de naturaleza pequeño burguesa, de clase media, que reivindica o manifiesta tolerancia hacia la ocupación del espacio público por sectores marginales o la venta callejera sin control del estado ni inscripciones en la AFIP.
Esa moral no es revolucionaria, generadora de una nueva sociedad, sino la incrustación de la vieja sociedad oligárquica, refinada y parásita, pero en la cabeza de quienes deberían impulsar esos nuevos valores, los propios de la burguesía en ascenso. Hay una moralina aristocrática, individualista y esteticista en muchos de quienes apoyan a este gobierno, por entender erróneamente que su lucha es contra la ramplonería burguesa.Y ahí tenemos nuestro propio límite.
Hoy hablaba de eso con Gabirel Fernández en su programa radial.
Franco Macri es, posiblemente, nuestro mejor burgués, de la misma manera que, en otro sector, lo es Alberto Samid. A muchos de nuestros compañeros no les gusta ni uno ni otro, porque ven en ellos un oportunismo y una tendencia a convertir sus opiniones políticas en éxitos empresariales. Pero resulta que eso, y no otra cosa, ha sido la burguesía, una clase social que se ha aprovechado del estado, y muy pocas veces ha ejercido directamente su poder, para hacer negocios, para ganar plata.
Nuestro problema no es que don Franco Macri quiera ganar plata. Nuestro problema es que no haya más “tycoons” como Franco Macri o Alberto Samid, dispuestos a ganar plata invirtiendo, produciendo y no parasitando al modo como lo hacía la vieja oligarquía.
Nuestro problema es que Méndez, el presidente de la UIA, sólo esté preocupado por la parte que le toca en el negocio con China, que armó el gobierno por su cuenta, y no en sostener el mercado interno y darle más plata a la gente para que compre las chafalonías que produce. Ahí es donde me saco el sombrero ante Franco Macri y Alberto Samid.
Resulta, por lo menos paradójico, que un tipo que en toda su vida adulta ha luchado por el socialismo, aparezca haciendo un elogio de la burguesía. Pero resulta que esa clase y, sobre todo, la autoconciencia de esa clase es un bien más escaso que el agua en el desierto. Cuando Franco Macri, desde su piso en Shangai, dice que le gustaría que el próximo presidente sea de la Cámpora, lo que hace es pegarle una bofetada pública a la moralidad del establishment. Les dice “ustedes son unos pacatos, apretados por la moral de sus esposas, a las que tienen que soportar y pagar fortunas en pavadas, en lugar de lanzarse a la aventura de multiplicar los bienes que hemos recibido bajo la forma de invertir, pagar salarios, producir y vender. La Cámpora les hará entender cómo son las cosas”, agrega sin estar convencido.

Sabe que su hijo es una consecuencia del precio que tuvo que pagar ante el establishment para ser reconocido: casarse con una mujer de la oligarquía y mandar a su hijo al Cardenal Newman, donde toda la vida lo llamaron “el hijo del tanito con plata”. Tampoco va a decir que no lo voten. Simplemente dice que no tiene "corazón de presidente". Ese viejo, a su modo, es un genio.
Claro que, “digo es un decir si España cae”, si ganase contra su propio pronóstico, su hijo, trataría de hacer negocios con su gobierno. Pero eso es como en el cuento del alacrán, está en el carácter. Carácter que, por diversas razones, en nuestros países, suele ser muy poco frecuente. 
Buenos Aires, 24 de febrero de 2015.

20 de febrero de 2015

La marcha espectral

La vieja Argentina, la que sigue pensando que en el país sobran 30 millones de habitantes, la que aún vive en el mundo de la Guerra Fría y la lucha contra el comunismo, la que afirma en voz baja que “con los militares había más respeto hacia la gente decente”, ha tenido su manifestación.

La lluvia permitió ver el desfile de señores y señoras mayoritariamente grandes, con sus espléndidos impermeables Burberrys y sus admirables paraguas Brigg, hechos a mano, llevados de las narices por un grupo de fiscales cuyos prontuarios rivalizan con el de “la Garza” Sosa. 

Se los vio caminar, airados y adustos, acompañados por algunos dirigentes gremiales, a los que desprecian, y por la comparsa de pordioseros dirigentes de la oposición que, como en las procesiones medievales, mendigaba, si no monedas, sus preciados votos.

Llegaron al altar de una justicia que consideran mancillada, sin entender que los autores del ultraje se encontraban a la cabeza de la peregrinación, elevaron un minuto de silencio por el suicida y se volvieron a las Cinco Esquinas, a Quintana y Callao, a la plaza Vicente López y al llegar descubrieron, empapados y eufóricos, que nada había cambiado, que su sacrifico republicano había sido tan estéril como ellos mismos.

La promocionada marcha del 18F no fue más que eso, los últimos fuegos fatuos de una Argentina del privilegio que no quiere morir, o por lo menos no quiere hacerlo sin su privilegio.

Como ha dicho la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el mundo -el mundo de la posguerra y la Guerra Fría- ha cambiado, no existe más. Y nuestro país está intentando con dignidad y soberanía insertarse en ese nuevo mundo, para la grandeza de la Argentina y el bienestar de nuestro pueblo.

Y eso ha sido todo.


Dentro de ocho meses volveremos a elegir presidente y en esas elecciones sepultaremos, con la voluntad popular, la vieja Argentina que hoy, agónicamente y bajo una lluvia agorera, mostró su vetusto rostro.

7 de febrero de 2015

La Ley y el Orden

¿Se puede saber por qué demonios es secreto el día y la hora de la citación del canalla Stiusso? Si la citación fuera a Boudou o -“digo, es un decir, si España cae”- a la presidenta ¿sería también entre gallos y medianoches? ¿O los citarían a Comodoro Py justo a la hora en que puedan entrar en los noticieros de la tarde y la noche? Esa fiscal, después de esta decisión, ¿representa al Estado Nacional o a la corporación judicial?
Todo mi conocimiento del mundo criminalístico son profusas lecturas de novelas policiales e igualmente profusas asistencias a series policíacas. Sobre la base de ese conocimiento ¿alguien me puede aclarar por qué el tipo que le dio el arma al ¿suicida?, el hacker, contratado por la fiscalía con un sueldo de $40.000 y amigo íntimo del óbito, no está procesado, aunque sea bajo la figura de no imputado?
Otra sensación que tengo -hoy es una noche sensacional- es que la fiscal y todos sus colaboradores ven Friends, la divertida serie americana sobre un grupo de amigos de clase media y de distintas predilecciones sexuales, pero jamás ha puesto un ojo en ninguna de las tres o cuatro alternativas que ofrece la excelente CSI. Ni hablar La Ley y el Orden, porque ahí los fiscales son unos verdaderos leones.
Yo quiero fiscales como los del Estado de New York. Que se meten con los ricos, que defienden a los inmigrantes, que hacen caer a los jueces coimeros. Yo quiero vivir en La Ley y el Orden que esos fiscales y su policía investigativa hacen valer y defienden.
Lorena García, que lee estas cosas que escribo, me aviva de que en mi utópico lugar “La Ley y el Orden”, a los fiscales los eligen por voto popular. Bueno, insisto, a mi me gustaría vivir ahí, sin tener que pagar los espantosos alquileres de New York.
¿Uds. no se emocionan cuando los fiscales de “La Ley y el Orden” meten en cana a ricos wasps que traen niños de Haití para abusar de ellos? ¿No se siente identificados cuando se meten con personajes influyentes que tienen una red de prostitución de lujo? ¿Cuando acusan a un tipo de la CIA por coacción, amenaza o violación de los derechos humanos? A mi esos fiscales me encantan.
Yo estaría chocho con fiscales como los de “La Ley y el Orden”.
Entonces, ¿por qué tengo que vivir en un país donde los fiscales y los jueces defienden los monopolios de prensa, apañan a proxenetas de lujo, defienden a espías descontrolados y hacen marchas por más justicia como si su función por la que reciben un sueldo importante no fuese, justamente, obtener justicia?
¿No deja todo esto la sensación -insisto, es una noche sensacional- que el sistema judicial, los fiscales y los jueces, en estas procelosas playas, no forman parte de “La Ley y el Orden”, sino de otra serie que se llamaría “El Delito y la Anomia”?
En los '80, Federico Luppi, Norberto Díaz, Rubén Stella y Emilia Mazer interpretaron una maravillosa serie argentina, Hombres de Ley, con guión de Gerardo Taratuto, un abogado, militante político y gran guionista. Oponera estos hombres de ley, abogados bien plantados, respetuosos del derecho y de la Ley, a la runfla maffiosa que pretende manifestar a fin de mes, acompañada por un obeso y decadente dirigente sindical de cada vez menos empleados judiciales, es un buen ejercicio de la pasión política.
Es interesante, entonces, puntualizar la ausencia de una mirada crítica de la literatura y el arte en general sobre la putrefacción del sistema judicial, no solo en relación a sus funciones específicas, sino también en su enfrentamiento corporativo con el poder político -democrático- del estado. En aquellos años de un reciente ejercicio de los derechos ciudadanos, los “hombres de ley” se presentaban como la alternativa a la abrumadora ilegalidad de la dictadura oligárquico imperialista. Expresaban, sin duda, la ambición de una gran parte de la ciudadanía de que el estado de Derecho, la Ley y el orden democrático estableciesen sus reales y terminasen con los años de horror, de crimen e ilegitimidad. Por supuesto, no era suficiente con la honradez de esos abogados de distinta generación. Pero el deseo ciudadano estaba ahí expresado y su éxito tuvo directa relación con esto.
Pero hoy, cuando se hace evidente que la continuidad de la soberanía popular y de la democracia basada en el voto popular es abierta, desembozada y cínicamente enfrentada por una banda de funcionarios estatales, bien pagos, exentos de impuestos y con prerrogativas casi nobiliarias, como es la casta judicial, el arte no ha encontrado aún la pluma, el ojo o la inteligencia que convierta en valores universales el drama, la tensión que estamos viviendo: la soberanía popular acosada por un cerrado, exclusivista y clasista privilegio de casta burocrática.
Pero la gravedad del problema no puede esperar la inspiración de los artistas. Nuestro sistema judicial está en grave, profunda e irreversible crisis. La misma puede arrastrar - “digo, es un decir, si España cae”- a nuestro sistema basado en la voluntad popular. “La Ley y el Orden”, basados en la soberanía del pueblo expresada en las urnas, es, finalmente, el único sistema capaz de mantener la paz social y la unidad de la nación.