En esta página publico los artículos escritos por mí en los últimos años, sobre política argentina, política latinoamericana y política internacional, que considero más interesantes y de actualidad. Visite mi blog con temas periodísticos y literarios http://jfernandezbaraibar.blogspot.com
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26 de enero de 2018
22 de enero de 2018
Conviviendo con el imperialismo
Un
año de Trump
El
imperialismo es una enorme acumulación en unos pocos países de un
capital monetario que, como hemos visto, alcanza en valores un monto
de 100.000 a 150.000 millones de francos. De ahí el incremento
extraordinario de una clase o, mejor dicho, de una capa rentista, es
decir, los individuos que viven del “corte de cupón”, que no
participan en ninguna empresa y cuya profesión es la ociosidad.
Vladimir
Lenín, El Imperialismo, etapa superior del capitalismo.
Hace
un par de días se cumplió un año de la asunción del presidente
norteamericano Donald Trump. Como sabemos, los EE.UU. es un país
imperialista que desde, por lo menos, 1890 no ha dejado de intervenir
en la política de los países latinoamericanos, asiáticos y
africanos. Y ese imperialismo está basado en la naturaleza
imperialista de sus grandes empresas monopólicas, con un mecanismo
cuya descripción fue realizada para siempre por el líder de la
revolución rusa, Vladimir Lenin, en su célebre trabajo “El
Imperialismo, etapa superior del capitalismo”. Con esto queremos
dejar en claro que el carácter imperialista del estado
norteamericano no está determinado, tan sólo, por cuestiones
político-territoriales, al modo de los viejos imperios europeos,
sino fundamentalmente por la permanente extracción de la plusvalía
generada en los países semicoloniales, la apropiación de esas
empresas de sus mercados internos, el drenaje de sus recursos
naturales, económicos y financieros y su acumulación en los centros
financieros imperiales. Ese mecanismo, que ya a principios del siglo
XX era evidente, se consolidó, al finalizar la Segunda Guerra
Mundial con la creación de los organismos internacionales de
crédito, como el FMI y el Banco Mundial, que bajo diversas formas se
encargaron de imponer sus políticas económicas en el mundo
periférico, convirtiendo el interés del centro imperialista en la
ciencia económica, en el “leal saber y entender”, en el sentido
común del cual es imposible apartarse.
Esto
está dicho para dejar en claro, antes de entrar en tema, que toda
política del estado norteamericano, que no sea la expropiación de
sus grandes monopolios, la liquidación de su parasitaria clase
financiera, el desmantelamiento de su gigantesco poderío militar y
una radical democratización de su vida política y económica,
estará determinada por el carácter imperialista de su economía.
Dicho
esto, analicemos el significado de Trump, de su triunfo, de lo
ocurrido durante este año y la acerba, virulenta, brutal y falaz
oposición que ha generado, no solo en los sectores norteamericanos
dominados por la edulcorada visión del partido Demócrata y Wall
Street, sino, lo que es más grave, en el buen pensar progresista del
mundo semicolonial y, en particular, de nuestro país.
Escribimos
hace un año, sobre este mismo tema:
“Lentamente,
los trabajadores norteamericanos comenzaron a sufrir un proceso de
empobrecimiento, pero, además, de desclasamiento. Pasaron de ser
trabajadores industriales, con altos salarios y poderosos sindicatos,
a desocupados subsidiados, en condiciones de enorme precariedad, en
barriadas en decadencia, sin porvenir, sin salud pública y sin
educación ni cultura. Los hijos de aquellos obreros de Illinois, que
en la década del 50 y del 60 habían protagonizado históricas
huelgas, que alcanzaron ocupaciones de fábricas reprimidas por la
Guardia Nacional, vegetan en empleos de repositores de Wall Mart o
vendedores de McDonald's”1.
Y
sosteníamos, entonces, que el triunfo de Trump expresaba esos
sectores y que el intento de reindustrializar a los EE.UU. era, para
nosotros, los argentinos, un mejoramiento sustancial de las
condiciones en las cuales tenemos que convivir con ese gigantesco
poder político, económico y militar. No abríamos juicio acerca de
la tosquedad y la torpeza del nuevo presidente, ni sobre su
primitivismo acerca de las relaciones sexuales, el papel de las
mujeres en la sociedad moderna o su opinión acerca de la inmigración
o de los, para él, países “del orto”, por considerar que no
era, ni es ese el punto esencial de su presidencia y su política. En
general, la opinión del establishment político norteamericano, con
pequeños matices, no difiere sustancialmente de esta escatológica
definición, aunque la mayoría de ellos se reserva hipócritamente
esta opinión para reuniones privadas.
A
un año de estos hechos, he leído varios artículos sobre el año de
la presidencia de Trump. Ninguno de ellos hace un análisis desde
nuestra perspectiva nacional. La inmensa mayoría de ellos, a
excepción de los firmados por amigos y compañeros que sabemos
coinciden con el sentido de lo que aquí estamos diciendo, asume como
propias las críticas, muchas de ellas falaces, de la oposición
demócrata expresadas en la revista “Foreign Policy”, banco de
ideas y expresión presuntamente progresista del capital financiero.
Tanto Macri y sus corifeos, como Cecilia Nahón (ex embajadora en los
EE.UU. durante el gobierno de CFK) y Leandro Morgenfeld (de la
UNSAM), prefieren, en sus reflexiones, que hubiera ganado Hillary
Clinton las elecciones de los EE.UU. Es curiosa esa coincidencia. Lo
hacen por distintos motivos, obviamente, pero lo hacen.
Pero si encaramos el análisis desde nuestra propia perspectiva vamos
a encontrar que la presidencia de Donald Trump, con sus extemporáneas
ocurrencias de mal gusto, con sus bravuconadas y su desparpajo
grosero y muchas veces tabernario, ha significado un relativo
mejoramiento de nuestra relación con los EE.UU., en el sentido de
generar espacios de mayor independencia, aún cuando el estólido
gobierno de Macri sea incapaz, conceptual y prácticamente, de
aprovecharlo.
Desde
hace un año no hay embajador yanqui en la Argentina. Recién ahora
acaban de proponer como embajador a un ignoto juez del sur
norteamericano. Esto tiene dos implicancias. Una evidente es que la
Argentina no está en el centro del interés político o económico
de los EE.UU. Quiero recordar que la última vez que pasó una cosa
igual fue en la segunda mitad de los '80, cuando la inminente caída
de la Unión Soviética concentraba todo el interés de la política
norteamericana. Fue en ese momento, y gracias a esa, digamos,
distracción que pudimos firmar y crear el Mercosur, nuestro
principal proyecto de integración, todavía vigente.
La
otra ventaja, de consecuencias aún no sabidas, es que todos nuestros
cipayos, chupamedias, frecuentadores de cocktails y besamanos en la
“Embajada” no tienen con quien hablar, nadie aún tiene el
contacto eficaz con el centro del poder yanqui.
Por
otra parte, el proteccionismo de Trump ha quitado toda posibilidad a
nuestros productos (que son dos y solo dos: limones y biodiesel) por
lo que no hay posibilidad de una integración económica. Como
sabemos, la Argentina tiene una imposibilidad material de lograr con
EE.UU. La situación de semicolonia de lujo que logró con el Reino
Unido. Aquello sí era “un roto para un descosido”. Nosotros
teníamos lo que ellos necesitaban, lana, carne y trigo, producidos a
muy bajo costo, y le ofrecíamos lo que ellos requerían, un mercado
para sus manufacturas. Este machimbrado perfecto nunca pudo existir
con los EE.UU. Ellos también tenían una gigantesca producción
agraria que competía con la nuestra y la mayoría de nuestros
enfrentamientos y tensiones han tenido origen en ese hecho
fundamental, desde la Doctrina Drago hasta la pelea con el embajador
Braden. Esta protección yanqui a sus productores de limones y de
maíz destinado a la producción de biodiesel, repite las viejas
discordias con el vicepresidente Wallace, representante de los
farmers del Medio Oeste, de finales de la Segunda Guerra.
El
proteccionismo de Trump fue una de las razones por la cual la reunión
del G20 en Buenos Aires, con la presidencia de Macri, fue un
verdadero fracaso. El gobierno argentino se vistió para la boda,
pero la novia no vino a la cita. Todo el despliegue de ministros de
economía, power points, punteros laser y periodistas del mundo
entero no fue otra cosa que una costosa reunión social sin resultado
alguno.
Todo
esto ha generado que la OMC, la todopoderosa cofradía que pretende
erigirse en un gobierno mundial, se encuentre en una verdadera
crisis. Esto, obviamente, no puede ser recibido por los países
periféricos, y en particular por el nuestro, más que como una
bendición.
La OMC y su intento de convertirse en un tribunal global de derecho
internacional comercial ha sido, desde su creación, uno de las
principales amenazas a la soberanía de los estados.
Por
otra parte, se disolvieron el Acuerdo del Pacífico y el Acuerdo
Transpacífico. Ahí han quedado, a los gritos, Chile, Perú,
Colombia y México. Sus gobiernos cipayos, que pretendían confrontar
su alianza con los EE.UU. con nuestro Mercosur, se han quedado sin
política internacional, sobre todo en materia comercial y tienen que
volver a plantearse su inserción en el mundo.
China
y Rusia se han convertido en nuestros principales interlocutores
comerciales. Toda la hipócrita e ideologizada campaña del PRO,
mientras era oposición, en contra del acercamiento a estos dos
grandes países, se ha convertido en memes y chistes en las redes
sociales, en el momento mismo en que el presidente Macri resuelve, en
medio del inevitable sofocón, viajar a Rusia en pleno invierno para
reunirse con Vladimir Putin, a quien le propone “campos de
cooperación”, sea lo que fuere que esto quiere decir en la
parvularia habla del presidente.
Por
otra parte y simultáneamente se ha consolidado la multilateralidad.
Soy de la opinión que el triunfo militar del presidente sirio,
contra el ISIS, y la ayuda recibida por Rusia e Irán forman parte de
ese nuevo aislamiento que, con fanfarronerías, chistes verdes y
machistas, Trump quiere imponerle al establishment político yanqui.
No lo puedo demostrar, pero todo el despliegue histriónico, el
vocabulario, los desplantes y los avances y retrocesos de Trump son
más el resultado de un manejo inteligente de su debilidad relativa
que producto de una falta de discernimiento, como pretenden sus
críticos mundialistas.
Hace un año
finalizábamos nuestro artículo afirmando:
“Es momento de
reflexionar en términos estratégicos con el convencimiento de que
el mundo ha cambiado”.
Que este miserable
gobierno no reflexione es simplemente el agradable espectáculo de
ver que tu enemigo se equivoca y, como sabemos, no hay que avisarle.
Pero que se
equivoquen algunos de nuestros analistas, estudiosos y académicos es
un espectáculo que tenemos la obligación de evitar. Las mujeres y
los trans norteamericanos es muy posible que se sientan relativamente
perjudicados por el gobierno de Trump. Pero, sinceramente, ese no es
nuestro problema.
Nuestro problema,
nuestra preocupación son los argentinos, los latinoamericanos, a los
que, sin proponérselo, la política de Trump nos da un mayor margen
de negociación con el sistema que el preside, el imperialismo.
22
de enero de 2018
1http://www.xn--lasealmedios-dhb.com.ar/2016/11/22/ee-uu-trump-o-el-discreto-encanto-de-una-criminal-serial/