En esta página publico los artículos escritos por mí en los últimos años, sobre política argentina, política latinoamericana y política internacional, que considero más interesantes y de actualidad. Visite mi blog con temas periodísticos y literarios http://jfernandezbaraibar.blogspot.com
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20 de diciembre de 2018
19 de diciembre de 2018
27 de noviembre de 2018
13 de noviembre de 2018
La integración suramericana en tiempos difíciles
La
entrada en el siglo XXI introdujo definitivamente en la experiencia y
el pensamiento doctrinario del peronismo el objetivo estratégico que
planteara el general Juan Domingo Perón en la década del '50, con
el lanzamiento del “Nuevo ABC” y que, posteriormente, en los '60
sintetizara en la consigna “El
siglo XXI nos encontrara unidos o dominados”.
Efectivamente, fue a partir del año 2000, con la
paulatina aparición de gobiernos de claro origen popular y definida
vocación integradora, que el peronismo, desde el gobierno, se
planteó estratégicamente el objetivo de la Patria Grande, de la
integración suramericana, en su política de gobierno.
El último antecedente había sido el breve tercer
gobierno peronista, entre 1973 y 1974, cuando en condiciones
difíciles internacionales, el general Perón desplegó su política
latinoamericana. Hasta el encuentro con el dictador Augusto Pinochet,
en el aeropuerto de Mendoza, estuvo dictado por su concepción
estratégica de integración continental. La visita del presidente
panameño Omar Torrijos, la venta de automóviles a la Cuba bloqueada
por el imperialismo norteamericano y el dramático viaje al Paraguay
-que de alguna manera signó su posterior fallecimiento- fueron los
momentos más altos de esa política.
Hay que reconocer que Néstor Kirchner tuvo cierta
reticencia, en el principio de su gobierno, a comprometerse con la
política latinoamericana. Su ausencia a la reunión de Cusco, Perú,
el 7, 8 y 9 de diciembre de 2004, donde se creó la Comunidad
Sudamericana de Naciones, argumentando razones de salud, hizo
evidente que el tema no estaba en el centro de sus preocupacion que,
por cierto, eran muy acuciantes en el plano interno. Hay
coincidencia, en testigos y testimonios, en que fue la gestión
personal del presidente de la República Bolivariana de Venezuela,
Hugo Chávez, y las facilidades financieras que le ofreciera al país
las razones que comenzaron a comprometer a Kirchner en la cuestión
nacional latinoamericana. Este compromiso se hizo evidente y
operativo en la IV Cumbre de las Américas realizada en Mar del
Plata, el 4 y 5 de noviembre de 2005, un año después. Vale la pena
recordar que dicha Cumbre puso fin al intento norteamericano del
ALCA, que hubiera significado la capitulación completa del
continente frente a los intereses económicos norteamericanos. El
presidente norteamericano George W. Bush y el presidente mexicano
Vicente Fox, cabezas de la ofensiva imperialista, fueron los grandes
derrotados en dicha reunión. La acción conjunto de Néstor
Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva, más algunos presidentes
centroamericanos como Leonel Fernández de la República Dominicana,
terminaron sepultando al ALCA.
A partir de esas históricas jornadas -que, dicho sea de
paso, han dejado la sangre en el ojo del imperialismo yanqui y son
posiblemente la razón última del odio al llamado “kirchnerismo”
expresado por el establishment local y norteamericano- el compromiso,
tanto de Néstor, como, posteriormente, de Cristina con la política
latinoamericana fue creciente.
No es el objetivo de este artículo hacer un análisis
exhaustivo de esa política, pero la creación de la UNASUR y la CELAC, la pérdida de peso específico de la OEA y la incorporación
al Mercosur de Venezuela, así como la creación de la Comisión de
Defensa de la UNASUR fueron algunos de los puntos más importantes de
todo ese período.
A partir de la asunción de Mauricio Macri a la
presidencia y en consonancia con su errática, pero coherentemente
claudicante, política internacional la cuestión latinoamericana
desapareció, no solo de los titulares periodísticos, sino, lo que
es mucho más grave, de la agenda política de la oposición. Lo
ocurrido en Ecuador, con la capitulación de Lenin Moreno, y en
Brasil, con el golpe contra Dilma, la prisión de Lula y el triunfo
electoral de Bolsonaro, más las enormes dificultades políticas y
económicas por las que atraviesa Venezuela parece que han quitado
actualidad a la unidad latinoamericana. No existe en el Justicialismo
una comisión de asuntos latinoamericanos, han dejado de aparecer
artículos, reflexiones o propuestas en el sentido de la integración
y, en el mejor de los casos, lo que aparece es una especie de
solidaridad ideológica con los derrotados y el sistema de
pensamiento académico progresista de la región. Pero no ha existido
ninguna política explícita de replanteo de la cuestión, sobre cómo
debe seguir una política de Patria Grande en tiempos de repliegue
contrarrevolucionario.
Y eso, estimo, es un error. Evo Morales sigue gobernando
exitosamente Bolivia, el único país de la región que ha visto
crecer su PBI en los últimos años y vive una pujanza económica y
una estabilidad política que parece pasar desapercibida entre
nosotros.
De la misma manera, parecería que se ha vuelto
vergonzoso preocuparse por el destino de Venezuela y el asedio
económico y las provocaciones políticas y militares que dificultan
la marcha de su economía, mientras el gobierno de Maduro permanece
sólido y estable, enfrentando las permanentes amenazas imperialistas
y de una oposición que solo quiere la intervención extranjera.
Creo que es necesario reabrir el debate sobre la
necesaria integración continental, sin la cual todo esfuerzo que
hagamos aisladamente será en vano. No se ha sabido entender, por
ejemplo y en mi humilde opinión, la naturaleza corrosiva de la
campaña continental contra la “corrupción” de empresas como
Odebrecht o, incluso, Techint, detrás de la cual se movía la mano
de las grandes corporaciones norteamericanas dispuestas a aplastar
cualquier competencia de las burguesías latinoamericanas, cuya
debilidad política e ideológica es innegable, pero cuyos intereses
forman parte del gran frente nacional continental.
Es evidente que el gobierno de Macri no tiene la menor
idea acerca de estos temas y su visión es la de un capital
financiero desterritorializado para el cual los estados nacionales
son meros escenarios de su saqueo. Pero el movimiento nacional
tampoco ha mostrado una política capaz de comprender y actuar sobre
una realidad adversa, en cierto sentido, pero donde la opinión y la
acción del peronismo sigue siendo respetada y hasta esperanzadora.
Siempre hemos insistido que la integración continental
no puede ser planteada en términos puramente ideológicos, que una
integración basada solo en la coincidencia de algunos gobiernos, por
importantes que sean, solo puede durar lo que esos gobiernos duren.
Frente a un cambio en la situación política de cualquiera de
nuestros países, los pujos integradores se dispersan y esterilizan.
Fijémosnos lo difícil que le resulta al Reino Unido, después de un
plebiscito en el cual la ciudadanía le pide salir de la Unión
Europea, cumplimentar ese mandato. Nuestra integración y,
obviamente, nuestras políticas integradoras tienen que abocarse a
tareas estructurales, económicas, de infraestructura, científicas,
técnicas, militares e institucionales que hagan, si no imposible,
muy difícil quebrar ese gran acuerdo estratégico, fundador de un
nuevo agente en la política internacional.
Solo a modo de ejemplo, hoy Bolivia está clamando por
un acuerdo con la Argentina para la extracción e industrialización
del litio. Saben los hermanos bolivianos que sin la asociación con
nuestro país, los logros que se puedan sacar de tan estratégica
reserva serán pocos y difíciles. Ha habido reiteradas señales del
gobierno de Evo Morales. Y, sinceramente, ha sido muy modesta la
respuesta de nuestra parte, no sólo de Macri, de quien nada podemos
esperar, sino de nuestro propio campo.
La bandera de la Patria Grande no es un saludo a la
bandera los días de escarapela. Es junto con la Independencia
Económica, la Soberanía Política y la Justicia Social, el programa
histórico del peronismo.
Buenos Aires 13 de noviembre de 2018
9 de noviembre de 2018
4 de noviembre de 2018
¿Qué pasará con la Argentina después de la reunión del G20?
El
viernes pasado -2 de noviembre, Día de los Muertos-, después de
algunas entrevistas personales y conversaciones telefónicas, escribí
en las redes algunos posteos que, si bien escuetos y bastante poco
explícitos, traducían el clima que mis amigos y conocidos de
ambientes políticos y empresariales reflejaban.
El
primero, en Facebook, afirmaba: “En realidad, este
gobierno está nada más que para garantizar la reunión del G20. Una
vez realizada, que Dios te ayude”.
El
segundo, en Twitter, decía:
Con
esa información había comenzado una de las conversaciones. El
detonante de este estado de ánimo era el papelón cometido por el
presidente de la República con su inconsulta y fracasada propuesta,
hecha conocer por las redes sociales, de que la final de la Copa
Libertadores, en el estadio Monumental de River Plate, se jugase con
público del equipo visitante. El primero en reacciónar con
estupefacción y profundo desagrado fue, obviamente, el Jefe de
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. La
eventualidad de hacerse cargo de un enfrentamiento entre barras
bravas, con consecuencias impredecibles, ante la impotencia de su
Policía Metropolitana, fue un golpe demasiado fuerte. No había sido
consultado, ni siquiera avisado de antemano, y el presidente de la
Nación, de su propio partido, le entregaba un presente griego en las
vísperas de la reunión del G20. Una llamada telefónica a los
dirigentes de los clubes puso fin, unas horas después, al ex abrupto
de Mauricio Macri. Eran las autoridades de los clubes involucrados
quienes se encargaban de hacer evidente el dislate, salvando así el
pellejo del Jefe de Gobierno porteño, al evitar una discusión
pública con su presidente. Pero lo que no se pudo evitar fue la
conclusión política a la que se llegó: la autoridad presidencial
ya no regía en la Ciudad Autónoma, un distrito en el que la alianza
Cambiemos ganó hace menos de un año por el 50% de los votos.
A
eso se le suma el distanciamiento notorio que ha establecido la
gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal,
con el gobierno nacional, como consecuencia del gigantesco peso que
el ajuste decretado por el FMI hace recaer sobre su distrito. Al
parecer -y una visita a Roma estaría atrás de esta decisión- la
gobernadora, con la ayuda de su Jefe de Gabinete Federico Salvai y
su esposa, la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, solo
se dedica a intentar paliar los efectos del desastre económico en
los sectores social y económicamente más vulnerables de su
distrito. Y nada más. Ninguna orden o sugerencia emanada de Olivos o
del Palacio de Hacienda de la Nación preocupa a la vecina de la Base
Aérea de Morón. Decidida a no ser arrollada por la tempestad que
amenaza ese gigantesco páramo en que se ha convertido el conurbano
porteño, la ayuda social es su única preocupación.
Sin
respuesta en la Ciudad de Buenos Aires, ni en la Provincia de Buenos
Aires, la situción del presidente de la República permite
preguntarse en qué parte del país gobierna verdaderamente Mauricio
Macri.
El
tema, casi excluyente, de esas conversaciones del Día de los
Muertos, era algo que también publiqué en otro tweet:
Las
sociedades, conciente o inconcientemente, no se suicidan, se resisten
a desaparecer. No son un pequeño islote en el medio del océano al
que un maremoto devora en una oleada voraz e instantánea. Pero la
economía, el motor de toda sociedad humana, en nuestro país ha
dejado de funcionar. El diario Página 12, en su sección Cash,
publica, este domingo 4 de noviembre, un iluminado artículo del
periodista económico Claudio Scaletta. Allí podemos leer:
“Según
muestran los indicadores privados y los encuestadores, la confianza
de los consumidores se encuentra en sus mínimos históricos y la
paciencia social declina rápidamente junto con la imagen del
gobierno. En la segunda mitad del año, la economía pasó del freno
a, directamente, una etapa de destrucción de riqueza. Mientras cae
el Producto y se deteriora aceleradamente el empleo, con una
desocupación que ya llega a los dos dígitos, con cierres de
empresas y despidos cotidianos, las verdaderas fuentes de la
inflación permanecen intactas.
Es
decir, la economía argentina ha dejado de funcionar. Y de esto han
tomado conciencia tanto importantes sectores empresariales, que
confiaban hasta no hace poco en el gobierno que habían votado, como
economistas de formación liberal que descubren que la impericia, la
improvisación, la ignorancia y la ausencia total de reflexión
patriótica está tirando por el desagüe al agua y y al chico que se
pretendía bañar.
Es
en este punto donde se rompen todas las fronteras políticas e
ideológicas. En el seno del Partido Justicialista funciona, desde
hace varios meses, una Mesa Económica del Justicialismo. En ella se
reúnen semanalmente técnicos y políticos vinculados a la economía
y que expresan todas las distintas opiniones que conviven en el
amplio espacio peronista. Desde Roberto Feletti hasta Guillermo
Nielsen, pasando por Guillermo Moreno -que funciona como responsable
de la Mesa- cada uno de sus integrantes, a su vez, conversa con
distintos sectores políticos no peronistas y con especialistas
económicos definidos como liberales y vinculados al mundo de las
grandes empresas. Y en esos corrillos y mesas de discusión ya
comienzan a pensarse alternativas. Esto es lo que expresa Scaletta,
en su artículo ya citado:
“Mientras
tanto el dato nuevo es que se abre un frente inesperado por el
oficialismo: la perplejidad al interior de las clases dominantes. Los
empresarios advierten que sólo le va bien a un núcleo muy pequeño:
el sector financiero, unas pocas exportadoras y las energéticas
amigas del gobierno (o propiedad a través de terceros). En el resto
de la economía reina la paz de los cementerios. El modelo fracasó
rotundamente”.
Con
una desconfianza profunda por parte del FMI -el que se quema con
leche, cuando ve una vaca llora-, con unas finanzas públicas atadas
al suicidio financiero de las Leliq, cuya deuda pasó de 432
mil millones en octubre a 584 mil millones de pesos a principios de
este mes, aumentando en un 35%, con una parálisis total de la
economía real y un muy poco comprometido apoyo internacional, el
gobierno da la impresión de existir solo para garantizar la
realización de la reunión del G20. Lo que ocurra después que se
retiren los visitantes presidenciales es objeto de intensa
preocupación.
La
idea de un gobierno de muy amplia coalición, involucrando a todos
los sectores políticos y económicos, excluídos los representantes
más conspicuos del actual régimen -financiero, exportador y
energético- comienza a ser pronunciada en círculos que, hasta no
hace mucho, celebraban con globos amarillos. Incluso, los más osados
elucubran la posibilidad de usar al juez Bonadío para que haga con
Mauricio Macri lo que no ha podido hacer con Cristina Fernández de
Kirchner. Las denuncias, ratificadas en sede judicial, de Hugo
Alconada Mon sobre los pedidos de dinero en negro del actual
presidente a las más grandes empresas del país para solventar su
campaña electoral, dan base a estos, por ahora, devaneos
primaverales.
Buenos
Aires, 4 de noviembre de 2018
2 de noviembre de 2018
27 de octubre de 2018
17 de octubre de 2018
12 de octubre de 2018
5 de octubre de 2018
26 de septiembre de 2018
20 de septiembre de 2018
16 de septiembre de 2018
En la puerta de Gaspar Campos
El 5 de diciembre de 1972 -¡cuán presto se va el placer!- una delegación del Frente de Izquierda Popular se entrevistó con el general Juan Domingo Perón en su residencia de la calle Gaspar Campos. Encabezada por Jorge Abelardo Ramos y Jorge Enea Spilimbergo, la delegación estaba integrada, entre otros que quizás la memoria olvida, por Blas Alberti, Fernando Carpio, Alberto Converti y quien esto escribe.
Muy temprano, algo así como a las ocho y media de la mañana, estábamos esperando en la puerta de la casa, rodeada de periodistas y manifestantes, que el general nos recibiese.
En un momento se abre la puerta del garage y vemos que Perón despide al grupo que acababa de entrevistarlo. Se trataba de José María Rosa, Luis Alberto Murray y un muchacho algo más joven que yo -veinticinco años tenía yo en ese momento-, peinado para atrás con gomina de blazer azul y pantalones grises.
Ramos, que era muy amigo de Murray y, obviamente conocía a Pepe Rosa, se acerca para saludarlos y, junto con él, nos acercamos todos. En el momento de los apretones de manos, José María Rosa presenta al joven que lo acompaña.
-El compañero José Manuel de la Sota, del nacionalismo de Córdoba, dijo don Pepe.
Ahí, en la puerta de Gaspar Campos, conocimos al Gallego de la Sota, el gran político peronista cordobés que acaba de fallecer.
Muy temprano, algo así como a las ocho y media de la mañana, estábamos esperando en la puerta de la casa, rodeada de periodistas y manifestantes, que el general nos recibiese.
En un momento se abre la puerta del garage y vemos que Perón despide al grupo que acababa de entrevistarlo. Se trataba de José María Rosa, Luis Alberto Murray y un muchacho algo más joven que yo -veinticinco años tenía yo en ese momento-, peinado para atrás con gomina de blazer azul y pantalones grises.
Ramos, que era muy amigo de Murray y, obviamente conocía a Pepe Rosa, se acerca para saludarlos y, junto con él, nos acercamos todos. En el momento de los apretones de manos, José María Rosa presenta al joven que lo acompaña.
-El compañero José Manuel de la Sota, del nacionalismo de Córdoba, dijo don Pepe.
Ahí, en la puerta de Gaspar Campos, conocimos al Gallego de la Sota, el gran político peronista cordobés que acaba de fallecer.
11 de septiembre de 2018
6 de septiembre de 2018
28 de agosto de 2018
17 de agosto de 2018
7 de agosto de 2018
31 de julio de 2018
¿Tiene hoy el peronismo una política de Defensa y hacia las FF.AA.? *
La sanción por
parte del presidente Mauricio Macri de su decreto 683/18, que
modifica, entre otras cosas, la prohibición de las FF.AA. para
actuar en cuestiones de seguridad interna ha tenido, en mi opinión,
dos efectos principales.
Uno de ellos era
esperado y casi obvio: una inmensa mayoría de la ciudadanía y la
casi totalidad del espectro político opositor, incluido el
movimiento obrero, ha reaccionado rechazando de plano toda
posibilidad de que las FF.AA. actúen en la seguridad interior,
incluso como apoyo logístico a la gendarmería y la prefectura. El
nefasto papel que los sectores económicos hegemónicos hicieron
jugar a las FF.AA. durante la dictadura cívico-militar entre 1976 y
1983, con su carga luctuosa en la sociedad argentina y cuyas
cicatrices no acaban de cerrarse, apareció como un espectro en la
conciencia de los argentinos. El repudio a los crímenes de lesa
humanidad, al terrorismo de Estado y a la conculcación de los más
elementales derechos democráticos y constitucionales actuó como un
sano reflejo condicionado en la sociedad argentina. Esa decisión
presidencial, contrariamente a lo que piensa quien la tomó, no
cuenta con el apoyo mayoritario de los argentinos, ni de sus
instituciones políticas, gremiales y sociales representativas.
Ha
habido una gran coincidencia en definir la naturaleza ideológica y
política del decreto macrista. El Instituto Independencia, que reúne
a un importante grupo de dirigentes y referentes peronistas que han
actuado en distintas áreas en los gobiernos de Néstor y Cristina,
publicó una declaración en la que afirmaba: “La
decisión se encuadra en la concepción ideológica que Macri y el
gobierno de CEOs tienen del mundo y de nuestro país, una colonia de
intereses transnacionales y una base de operaciones del capital
financiero. La redefinición de las funciones de las FFAA es el
correlato geoestratégico, en el campo militar, de la subordinación
económica al capital financiero global”1.
Palabras más, palabras menos, esa ha sido la definición acerca del
carácter claudicante de la soberanía nacional que implica la
reforma.
El
otro efecto, en este caso más preocupante, es la constatación de
que el peronismo, en las condiciones de la Argentina y el mundo de
hoy, carece de una política de Defensa Nacional y, por lo tanto,
sobre el papel de las FF.AA. sólida, debatida y asumida por el
conjunto del movimiento. Y esto es particularmente grave en un
movimiento cuyo inspirador, el Teniente General Juan Domingo Perón,
no solo fue, obviamente un militar de notoria erudición estratégica
e histórica, sino que fue, justamente el apoyo coincidente de la
mayoría popular y de las FF.AA. el garante de los años más
exitosos de su primero y segundo gobierno.
La
cuestión en este caso, si se me permite, se agrava por el hecho de
que las distintas expresiones peronistas suelen argumentar sobre el
tema con citas de Perón, sin intentar en ningún momento confrontar
ese bagaje doctrinario y teórico con la actualidad, con los nuevos
escenarios mundiales, con la relación de fuerzas a escala global y
con la propia sociedad argentina e, incluso, con los hombres y
mujeres de uniforme -sí, hoy las FF.AA. también están formadas por
mujeres-.
Durante
más de cuarenta años se ha hecho hincapié, casi hasta el
agotamiento, en la teoría de que lo que estos hombres -y mujeres-
necesitaban era lecciones de DD.HH., reconocimiento y subordinación
a las autoridades civiles democráticamente electas. Se llegó,
durante nuestro gobierno, al extremo de poner como viceministra de
Defensa a una antropóloga, como si los uniformados fuesen algún
tipo de extraña civilización ajena a la sociedad argentina, como si
se tratase de una lejana tribu de ritos, prácticas y costumbres
totalmente desconocidas.
A
su vez, a lo largo de estos cuarenta años, y con los diversos
gobiernos, las FF.AA. sufrieron un proceso de empobrecimiento, por un
lado, y desarme y obsolecencia, por el otro, careciendo, en general,
de un claro objetivo estratégico.
Un
proyecto de país y de Estado requiere un tipo determinado de FF.AA.
Un país autocentrado y con voluntad soberana deberá contar,
entonces, con FF.AA. al servicio de estos objetivos, como última
instancia de la defensa de la soberanía e independencia nacional
ante una amenaza externa y teniendo en cuenta que la Argentina cuenta
con un territorio ocupado por una potencia europea. Esto es para los
peronistas una verdad de perogrullo, pero es muy poco lo que esta
afirmación y sus consecuencias han sido debatidas, tanto en las
instancias internas del movimiento, como en el debate público y
parlamentario.
Este
hecho se hace particularmente grave ante la evidencia de que el
gobierno de Macri concibe a las FF.AA. como una especie de guardia
nacional destinada a fortalecer la acción de las distintas fuerzas
de seguridad, las que, a su vez, han sido notoria y onerosamente
dotadas de material y equipamiento, junto con significativas mejoras
salariales.
El
peronismo tiene en su seno hombres y mujeres, civiles y militares,
que se han dedicado a estudiar y analizar la cuestión de la Defensa
y el pensamiento, no solo de Perón, sino de los grandes pensadores,
militares y civiles, que elaboraron una doctrina nacional para
nuestras FF.AA.
Estamos
convencidos que en el 2019 nos tocará nuevamente hacernos cargo de
un país esquilmado por estos duros cuatro años de interregno
liberal y cipayo. Llegar al gobierno con una clara concepción acerca
del papel, el lugar y las necesidades de nuestro Ejército, nuestra
Aeronáutica y nuestra Marina es tan necesario como saber los
mecanismos y alianzas necesarias para encarrilar nuevamente al país
en el rumbo de la soberanía, la independencia, la justicia social y
la unidad de la Patria Grande.
Buenos
Aires, 30 de julio de 2018
*
Publicada en la revista Movimiento
1http://www.independenciaideas.com/ffaa-o-guardia-nacional/
30 de julio de 2018
Multilateralismo o gendarme global
Carlos Pérez
Llana es uno de esos típicos embajadores argentinos llamados “de
carrera”, no porque estén preparados para alguna exigente
competencia de velocidad, sino porque han sabido abrirse paso en la
selva de relamidos y perfumados intrigantes, de estólidos burócratas
y cotilleos diversos que es “La Casa”, como todos ellos, y sólo
ellos, llaman a nuestra Cancillería. Experto en el arte de hacerse
el nudo de la corbata y en combinar la misma con el traje, así como
en el uso de los cubiertos en recepciones protocolares, Pérez Llana
suele expresar los más vulgares puntos de vista del establishment
imperialista y de la banca internacional con la prosa plúmbea y
soporífera de los editoriales de La Nación.
Justo hoy ha publicado en Clarín una nota que, bajo
el título “Trump,
el modelo europeo y ¿el fin del multilateralismo?”, pretende
hacer creer a los lectores que el multilateralismo consiste en
“una
diplomacia de organismos internacionales, en una práctica de reglas
y consensos, en acuerdos comerciales y en la cooperación en espacios
más restringidos”
y que la torpeza del vaquero millonario de Donald Trump ha venido a
desbaratar tan fino como sutil entramado. En realidad, lo que el
atildado ex embajador en París hace es un juego de birlibirloque por
el cual la hegemonía del capital financiero en la escena mundial, a
través de esos organismos, como la OMC, con los EE.UU. como policía
mundial a su servicio es llamado multilateralismo, y el
reconocimiento concreto del multilateralismo realizado por Donald
Trump es llamado populismo.
Y
digo que justo hoy ha publicado ese artículo, porque justo hoy el
presidente Donald Trump ha hecho una declaración que nuevamente
perturba, confunde y enrieda tanto a los defensores del status quo
financiero global como a sus sedicentes críticos. Como ya circula en
los medios, Trump ha invitado al presidente de Irán, Hassan Rohani,
a sentarse a conversar sobre sus problemas comunes. Obviamente, sus
palabras han caído como un balde frío despues de haber desconocido
formalmente el acuerdo firmado por el presidente Obama y haber
intercambiado todo tipo de amenazas.
El
mecanismo es muy parecido al que se puso en práctica para llegar a
la reunión con el presidente de Corea del Norte Kim Il-jong: aguzar
el enfrentamiento, llegar al borde de la ruptura definitiva, dejar
establecido que ambos contendientes son bravíos y firmes, para,
desde ahí, sentarse a conversar de modo pacífico, dejando a los,
hasta ese momento, aliados -la UE, es decir Francia y Alemania- con
un palmo de narices. La gambeta le permite desmarcarse de unos
aliados que, según su propia visión, han sido los únicos
beneficiarios de la alianza, y terminar con el contrato de agencia de
seguridad global de Soros y Bildenberg que, desde Reagan en adelante
-con gobiernos republicanos y demócratas-, asumieron los EE.UU.
La
propuesta de conversar lanzada al presidente de Irán ha vuelto a
sorprender a quienes solo ven en Donald Trump los aspectos más
exteriores, superficiales y frívolos de su accionar y de su
personalidad política. No es que esos aspectos no existan, sino que
no son significativos en todo este gigantesco replanteo del papel
norteamericano en la política y la economía mundiales. La ruptura
del pacto nuclear firmado por Obama, beneficiaba fundamentalmente a
la UE, Rusia y China que podían volver a comprar el petróleo iraní.
Trump parecería estar dispuesto a firmar otro acuerdo, pero
independientemente de los intereses europeos, rusos o chinos. Eso es
la multilateralidad, el sistema poligonal de distintas fuerzas e
intereses, algunos enfrentados, algunos compartidos.
Por otra parte, el aliado al que la propuesta de diálogo con Irán debe dejar muy preocupado es, obviamente, a Israel. Una Siria pacificada, en la que el gobierno ha logrado recuperar la casi totalidad de su territorio atacado por mercenarios sostenidos por la CIA y Arabia Saudita, con la ayuda de Rusia y el visto bueno de EE.UU, y un Irán que se sienta a conversar con el presidente norteamericano tal como ya lo hicieron Xi Ping, Kim Il-jong y Vladimir Putin, dejaría al principal enemigo de la paz en Medio Oriente en una estremecedora soledad y en un amenazante aislamiento.
Por otra parte, el aliado al que la propuesta de diálogo con Irán debe dejar muy preocupado es, obviamente, a Israel. Una Siria pacificada, en la que el gobierno ha logrado recuperar la casi totalidad de su territorio atacado por mercenarios sostenidos por la CIA y Arabia Saudita, con la ayuda de Rusia y el visto bueno de EE.UU, y un Irán que se sienta a conversar con el presidente norteamericano tal como ya lo hicieron Xi Ping, Kim Il-jong y Vladimir Putin, dejaría al principal enemigo de la paz en Medio Oriente en una estremecedora soledad y en un amenazante aislamiento.
Si,
como creemos, están dadas las condiciones para un encuentro futuro
entre Trump y López Obrador, el nuevo presidente mexicano aún no
asumido, es hora de que los gobiernos nacionalistas latinoamericanos
-incluído Cuba- comiencen a pensar la política internacional y su
relación con EE.UU. en términos distintos a los heredados de la
Guerra Fría y del unilateralismo yanqui. Nadie dice que sería un
camino fácil, pero sorprende que Trump no deje conforme ni a esos
gobiernos ni a los distintos gobiernos liberales y pro
norteamericanos de Perú, Ecuador, Chile, Brasil, Colombia y
Argentina. Quizás algo de osadía y transgresión ideológica podría
ayudar a salir del laberinto.
Buenos
Aires, 30 de agosto de 2018
24 de julio de 2018
20 de julio de 2018
13 de julio de 2018
Objetos de cristal y porcelana
El próximo 14 de
julio se cumplirán 100 años del nacimiento del duende que, en la
segunda mitad del siglo XX, convirtió el cine, su cine, en un buceo
en las simas inmensurables del alma humana: el hijo del pastor
luterano de Uppsala, Ingmar Bergman. Ya he escrito algo sobre lo que
sus filmes han significado, tanto en la cultura universal, como en la
región mucho más reducida de lo personal.
Pero hoy
celebramos ese centenario en la Sala Lugones del Teatro General San
Martín. Ahí estuvimos, en una función organizada por la Embajada
de Suecia y la Cinemateca Argentina, para ver su primera película,
su irrupción avasalladora en la historia universal: “Sommmaren med
Monika”, Un verano con Mónica.
Era el año 1953.
Bergman era un hombre joven de 35 años con una importante carrera en
la dirección teatral, un célebre guión que no pudo dirigir,
“Hets”, y un par de películas. Bergman era, como digo, un hombre
joven y su preocupación estaba cerca de los hombres y mujeres
jóvenes de una Suecia que no era, aún, el publicitado edén de la
sociedad de bienestar con que se haría famosa años después. Era
una sociedad rígidamente estamental, donde los humildes tenían la
obligación de saber cuál era su lugar, con explotación patronal,
con abuso contra las mujeres, sobre todo jóvenes y pobres, con
hacinamiento urbano, con castigos corporales y represión sexual. Y
“Un verano con Mónica” -la he vuelto a ver después de más de
cuarenta años- es simplemente la historia de dos jóvenes con malos
trabajos, como muy bien explica el propio Bergman en un reportaje,
ya en su vejez, que la programación tuvo el buen gusto de presentar.
Hay en ese Bergman
juvenil una llama de protesta, una identificación con los más
jóvenes, los más pobres, los más vulnerables. Y hay, ya
desarrollado, esa capacidad demiúrgica de ser implacable con la
fragilidad, la escasa persistencia, la fugacidad y el abismo del
sentimiento humano. No tiene compasión el hijo del pastor luterano.
Ama tiernamente a sus criaturas, pero no las considera perfectas, ni
mucho menos admirables. Son maravillosas cuando se dejan llevar por
la dulce embriaguez de ese verano salvaje en el archipiélago -el
desnudo de la muchacha obrera Harriet Andersson fue uno de los
grandes escándalos conversados en voz baja por los adultos, durante
mi niñez-. Son despreciables, miserables y egoístas cuando la
pasión se acaba, el verano termina y comienza el largo y oscuro
parentesis del invierno septentrional.
En esta
oportunidad encontré algo que no había visto hace cuarenta años,
quizás porque no conocía entonces el idioma que me dio el exilio:
al final, cuando Harry Lund vuelve, con su hermosa hijita en brazos
al viejo barrio obrero ,se refleja en un espejo que es del taller
donde había trabajado antes de conocer a Mónica y de donde se
arrancó para pasar ese verano apocalíptico. Alrededor del espejo
puede leerse “Glass och porslin varu”, objetos de cristal y
porcelana.
Eso hemos sido, para el centenario maestro, los seres humanos, objetos de cristal y
porcelana, frágiles y quebradizos.
Buenos Aires, 13
de julio de 2018
https://archive.org/details/BergmanUnVeranoConMonica
7 de julio de 2018
23 de junio de 2018
4 de junio de 2018
25 de mayo de 2018
23 de mayo de 2018
Todo lo explicaba con una vaina
Estábamos en el lobby del Hotel Eurobuilding, Gustavo y yo, conversando sobre estos dos o tres días pasados en Caracas, acompañando la elección presidencial. Hasta este encuentro no nos conocíamos Gustavo y yo, aunque habíamos transcurrido los últimos treinta años por andariveles comunes en la política. Repasábamos estos días venezolanos, la recorrida por los centros electorales, algunas situaciones y anécdotas que habíamos presenciado y vivido y, sobre todo, la visita al Cuartel de la Montaña, donde descansan, bajo un oscuro mármol, los restos de uno de los tipos más vitales, jodedores, desafiantes, osados, inteligentes y conchisumadre que conoció mi generación, la generación de mis hijas y mis nietos, Hugo Chávez.
Habíamos estado juntos en ese hermoso cuartel de principios del siglo XX, construído por el “cabito” Cipriano Castro, a quien socorrió el siempre calumniado Julio Argentino Roca, con su ministro Luis María Drago, salvándolo del bloqueo militar marítimo dispuesto por las grandes potencias de la época. La Doctrina Drago, según la cual los países no pueden acudir al recurso militar para obligar al pago de la deuda soberana de los estados, salvó a la Venezuela de entonces y convirtió al ministro de Relaciones Exteriores de Roca y a su inspirador Carlos Calvo en adalides de los países periféricos de aquellas lejanas épocas, amparados por el bill de indemnidad que sobre la semicolonia próspera del Plata, ponía el Imperio Británico.
El ahora habitante del Cuartel de la Montaña tenía siempre palabras de agradecimiento a aquel lejano militar político que gobernaba en las pampas platinas y a su muy conservador ministro.
De eso estábamos hablando cuando se acerca a la mesa un hombre mayor, enjuto, de piel cobriza, de finas facciones, vestido con un traje azul, un poco largo de mangas, y con una corbata colorada con un gran nudo corazón.
-- ¿Los señores están por irse? ¿Han venido por las elecciones?, pregunta con corrección.
-- Así es, responde uno de nosotros. Hemos sido acompañantes internacionales.
-- ¿Y que impresión se llevan?, pregunta con extrema corrección.
Le contamos lo que hemos visto, algunos centros con mucha gente, otros con poca gente, una gran tranquilidad en las calles y en las mesas electorales. Y le mencionamos nuestra visita al Cuartel de la Montaña.
Ahí, el hombre se puso más serio aún.
-- Yo fui miembro de la escolta del Comandante Chávez, nos dice. -- Viví con él diariamente.
Debe haber visto un cambio en nuestros rostros, algo de admiración y respeto ante lo que nos acababa de decir, porque nos explica:
-- Yo he sido sargento de la Guardia Nacional.
Lleva su mano al bolsillo interior del saco y extrae una billetera en la que nos muestra un documento. Con los colores nacionales venezolanos, la cédula comprueba que, efectivamente, Enrique.......... ha sido sargento de la Guardia Nacional.
Le devuelvo la billetera.
-- Yo conviví diariamente con el Comandante. Era un hombre extraordinario. Teníamos una relación de camaradas. Todo lo que tenía para decirnos, lo hacía echando vainas, nos dice Enrique, con seriedad y evocando en su memoria.
-- A ver, cuente Don Enrique, le digo apelando al don como un signo de respeto, de mucha vigencia todavía en Venezuela. Ser tratado de “don” es todavía hoy, como en los tiempos de la colonia, una manifestación de distancia que dignifica, de reconocimiento a la edad como fuente de experiencia y sabiduría.
-- Era un hombre único. Hablaba con nosotros, su escolta, como un padre, como un hermano. Yo formaba parte del primer círculo de su seguridad personal. Se acostaba a las dos de la mañana y nosotros hasta esa hora debíamos acompañarlo. Se levantaba a las cuatro y venía hasta la cuadra donde dormíamos y nos despertaba con palabras amistosas, de padre. ¡Arriba, soldados!, nos decía sin violencia, sin gritos, con camaradería.
Y ahí se le desencadenan los recuerdos a Don Enrique.
-- Todo lo decía siempre con una vaina, con un chiste, con humor. Hablaba con nosotros y nos explicaba, nos enseñaba, pero siempre echando vainas.
Un amigo me ha dicho que quien entienda la conjugación del verbo vaina entenderá el alma venezolana. Le hemos dedicado muchas horas a entender la polisemia vertiginosa de esa bendita palabra.
Y continúa don Enrique con sus recuerdos:
-- Hablábamos con él de todo lo que nos pasaba. Él sabía de nuestras familias, de la carrera de nuestros hijos, de la salud de nuestras esposas. Y nos explicaba lo que estaba pasando, lo que le pasaba a Venezuela.
Y de repente su rostro se oscurece, una nube parace estacionarse sobre su cabeza:
-- El día que el Comandante murió yo ya no pude seguir en la Guardia Nacional. Ya nada sería lo mismo que yo había vivido. No pude, no quise, me negué. Chávez había muerto, yo ya no tenía nada que hacer.
Y se queda serio Don Enrique, mirando hacia adentro los fantasmas que lo asolaron esos días.
En ese momento me pasa por la memoria la devoción que sus soldados tenían por Napoleón Bonaparte, el contacto personal que el Emperador establecía con cada uno de esos campesinos franceses a los que el ejército les había dado dignidad y les aseguraba la tierra. Me pasó por la cabeza el regreso del Gran Corso desde Elba y el modo en que sus viejos soldados acudían a formar su nuevo ejército a medida que se desplazaba rumbo a París.
-- Y pedí el retiro. Treinta y cinco años había servido a la Guardia Nacional. Era toda mi vida. Pero ¿qué iba a hacer yo, sin ese hombre? Me despertaba a las cuatro de la mañana para ponerme el uniforme. Buscaba con desesperación los borceguíes, para no llegar tarde. Soñaba, saben ustedes, soñaba que tenía que ir a la Guardia Nacional y no encontraba el uniforme. Mi mujer me decía ¿qué estás haciendo? Si ya no tienes que ir a trabajar.
Don Enrique nos contó de ese personal descenso al infierno del no tener ya nada más que hacer en la vida. También nos contó que era un andino, del estado de Trujillo -su morfología corporal así lo indicaba-. Trujillo es una tierra constitutiva de Venezuela. Trujillano fue el gran Enrique Picón Salas y su universidad fue un faro intelectual en la chatura de la semicolonia de principios del siglo XX.
-- Tuve una depresión, termina por confesar Don Enrique. Y tuve que hacer terapia, reconoce no sin cierta vergüenza. La pérdida del Comandante, de su confianza y amistad, más la sensación de que mi vida se había terminado, era demasiado fuerte. Pero logré superarlo.
Poco tenemos para decirle mi amigo y yo. Su relato nos ha permitido entrever la magnitud, el tamaño de los sentimientos individuales y las fuerzas sociales que el gran ausente de Venezuela puso en movimiento. Hay algo de la camaradería castrense generada en el vivac, la noche antes de la batalla, algo del afecto paterno del oficial superior hacia sus subordinados, algo del soldado dispuesto a formar un ejército de hombre libres y liberados para enfrentar al opresor en los sentimientos de Don Enrique.
Llega otro amigo a la mesa y Don Enrique se repliega. Me acerco a darle la mano. He podido conocer a uno de los hombres que hubieran dado la vida por el Comandante Eterno, como han dado en llamarlo sus compatriotas.
Buenos Aires, 23 de Mayo de 2018.
El ahora habitante del Cuartel de la Montaña tenía siempre palabras de agradecimiento a aquel lejano militar político que gobernaba en las pampas platinas y a su muy conservador ministro.
De eso estábamos hablando cuando se acerca a la mesa un hombre mayor, enjuto, de piel cobriza, de finas facciones, vestido con un traje azul, un poco largo de mangas, y con una corbata colorada con un gran nudo corazón.
-- ¿Los señores están por irse? ¿Han venido por las elecciones?, pregunta con corrección.
-- Así es, responde uno de nosotros. Hemos sido acompañantes internacionales.
-- ¿Y que impresión se llevan?, pregunta con extrema corrección.
Le contamos lo que hemos visto, algunos centros con mucha gente, otros con poca gente, una gran tranquilidad en las calles y en las mesas electorales. Y le mencionamos nuestra visita al Cuartel de la Montaña.
Ahí, el hombre se puso más serio aún.
-- Yo fui miembro de la escolta del Comandante Chávez, nos dice. -- Viví con él diariamente.
Debe haber visto un cambio en nuestros rostros, algo de admiración y respeto ante lo que nos acababa de decir, porque nos explica:
-- Yo he sido sargento de la Guardia Nacional.
Lleva su mano al bolsillo interior del saco y extrae una billetera en la que nos muestra un documento. Con los colores nacionales venezolanos, la cédula comprueba que, efectivamente, Enrique.......... ha sido sargento de la Guardia Nacional.
Le devuelvo la billetera.
-- Yo conviví diariamente con el Comandante. Era un hombre extraordinario. Teníamos una relación de camaradas. Todo lo que tenía para decirnos, lo hacía echando vainas, nos dice Enrique, con seriedad y evocando en su memoria.
-- A ver, cuente Don Enrique, le digo apelando al don como un signo de respeto, de mucha vigencia todavía en Venezuela. Ser tratado de “don” es todavía hoy, como en los tiempos de la colonia, una manifestación de distancia que dignifica, de reconocimiento a la edad como fuente de experiencia y sabiduría.
-- Era un hombre único. Hablaba con nosotros, su escolta, como un padre, como un hermano. Yo formaba parte del primer círculo de su seguridad personal. Se acostaba a las dos de la mañana y nosotros hasta esa hora debíamos acompañarlo. Se levantaba a las cuatro y venía hasta la cuadra donde dormíamos y nos despertaba con palabras amistosas, de padre. ¡Arriba, soldados!, nos decía sin violencia, sin gritos, con camaradería.
Y ahí se le desencadenan los recuerdos a Don Enrique.
-- Todo lo decía siempre con una vaina, con un chiste, con humor. Hablaba con nosotros y nos explicaba, nos enseñaba, pero siempre echando vainas.
Un amigo me ha dicho que quien entienda la conjugación del verbo vaina entenderá el alma venezolana. Le hemos dedicado muchas horas a entender la polisemia vertiginosa de esa bendita palabra.
Y continúa don Enrique con sus recuerdos:
-- Hablábamos con él de todo lo que nos pasaba. Él sabía de nuestras familias, de la carrera de nuestros hijos, de la salud de nuestras esposas. Y nos explicaba lo que estaba pasando, lo que le pasaba a Venezuela.
Y de repente su rostro se oscurece, una nube parace estacionarse sobre su cabeza:
-- El día que el Comandante murió yo ya no pude seguir en la Guardia Nacional. Ya nada sería lo mismo que yo había vivido. No pude, no quise, me negué. Chávez había muerto, yo ya no tenía nada que hacer.
Y se queda serio Don Enrique, mirando hacia adentro los fantasmas que lo asolaron esos días.
En ese momento me pasa por la memoria la devoción que sus soldados tenían por Napoleón Bonaparte, el contacto personal que el Emperador establecía con cada uno de esos campesinos franceses a los que el ejército les había dado dignidad y les aseguraba la tierra. Me pasó por la cabeza el regreso del Gran Corso desde Elba y el modo en que sus viejos soldados acudían a formar su nuevo ejército a medida que se desplazaba rumbo a París.
-- Y pedí el retiro. Treinta y cinco años había servido a la Guardia Nacional. Era toda mi vida. Pero ¿qué iba a hacer yo, sin ese hombre? Me despertaba a las cuatro de la mañana para ponerme el uniforme. Buscaba con desesperación los borceguíes, para no llegar tarde. Soñaba, saben ustedes, soñaba que tenía que ir a la Guardia Nacional y no encontraba el uniforme. Mi mujer me decía ¿qué estás haciendo? Si ya no tienes que ir a trabajar.
Don Enrique nos contó de ese personal descenso al infierno del no tener ya nada más que hacer en la vida. También nos contó que era un andino, del estado de Trujillo -su morfología corporal así lo indicaba-. Trujillo es una tierra constitutiva de Venezuela. Trujillano fue el gran Enrique Picón Salas y su universidad fue un faro intelectual en la chatura de la semicolonia de principios del siglo XX.
-- Tuve una depresión, termina por confesar Don Enrique. Y tuve que hacer terapia, reconoce no sin cierta vergüenza. La pérdida del Comandante, de su confianza y amistad, más la sensación de que mi vida se había terminado, era demasiado fuerte. Pero logré superarlo.
Poco tenemos para decirle mi amigo y yo. Su relato nos ha permitido entrever la magnitud, el tamaño de los sentimientos individuales y las fuerzas sociales que el gran ausente de Venezuela puso en movimiento. Hay algo de la camaradería castrense generada en el vivac, la noche antes de la batalla, algo del afecto paterno del oficial superior hacia sus subordinados, algo del soldado dispuesto a formar un ejército de hombre libres y liberados para enfrentar al opresor en los sentimientos de Don Enrique.
Llega otro amigo a la mesa y Don Enrique se repliega. Me acerco a darle la mano. He podido conocer a uno de los hombres que hubieran dado la vida por el Comandante Eterno, como han dado en llamarlo sus compatriotas.
Buenos Aires, 23 de Mayo de 2018.
19 de mayo de 2018
12 de mayo de 2018
Una elección por la paz y la ratificación del rumbo de Hugo Chávez
El
próximo domingo 20 de mayo se realizarán, en Venezuela, elecciones
para elegir Presidente de la República, diputados en los Consejos
Legislativos estaduales y miembros de los Concejos Municipales. Las
elecciones han sido el resultado de un intenso proceso de negociación
con distintos sectores de la oposición al oficialismo chavista,
negociación de la que se autoexcluyeron los dirigentes y partidos
que conformaban la MUD y que, en su gran mayoría, se han exilado en
Colombia, desde donde lanzan pedidos de intervención militar contra
el gobierno. Los argentinos memoriosos recordarán, sin duda, los
llamados realizados, en 1951, por el abogado Walter Beveraggi
Allende, un notorio y declarado antisemita, solicitando, desde
Montevideo, la intervención militar norteamericana contra el
gobierno de Juan Domingo Perón. La indignidad manifiesta de la
proclama motivó que el Congreso de la Nación le quitara al
provocador su ciudadanía argentina, lo que significó el primero y
único caso de medida semejante contra una persona nacida en el país.
Venezuela
enfrenta estas elecciones en una difícil y complicada situación
económica. Más allá de ciertos errores que puedan haberse
realizado en materia de política económica desde el gobierno
nacional, el país está siendo atacado económicamente por agencias
imperialistas, con la complicidad de sectores de su burguesía
compradora. El congelamiento de sus depósitos en bancos extranjeros,
la imposibilidad consiguiente de realizar las transferencias
necesarias para el pago de sus importaciones -Venezuela ha tenido
tradicionalmente una gran dependencia del sector externo para sus
consumos más elementales-, una permanente y orquestada campaña
financiera contra el bolívar, la moneda nacional, y a favor del
dólar, ha depreciado la divisa venezolana y ha significado
permanentes problemas en la entrega de dinero efectivo en los cajeros
y ventanillas bancarias. Simultáneamente, las dificultades en la
importación han generado escasez en los remedios, importados en su
gran mayoría, con el consecuente desabastecimiento en farmacias y
centros de salud.
El
gobierno de Nicolás Maduro ha logrado, en ese marco, mantener, con
un esfuerzo organizativo y económico muy grande, un continuo
abastecimiento de alimentos indispensables a su población, a la vez
que, con una intensa prédica, se ha logrado aumentar la propia
producción agrícola, cosa que no se había logrado ni aún bajo la
prosperidad de los gobiernos del comandante Hugo Chávez.
A
su vez, con la ayuda técnica de Rusia, Maduro lanzó semanas atrás
un dinero virtual, el Petro, destinado a solucionar en el plazo
mediato, sus dificultades de pagos internacionales. Sobre la
tecnología de Blockchain, han creado una moneda virtual o
electrónica, cuyo respaldo son los recursos naturales de Venezuela.
Para Rusia, por su parte, el experimento adquiere la función de una
prueba piloto para una eventual implementación ulterior que
desplazaría al dólar como medio internacional de pago.
La
agencia Misión Verdad, desde Caracas, ha publicado recientemente:
“Esta
es la única elección de la historia de Venezuela en que una de las
partes (el fascismo proempresarial) sabe que va a perder y no está
dispuesto tan siquiera a intentar capturar unos votos, como lo
hicieron cuando enfrentaron a Chávez y como lo hicieron cuando
lograron la mayoría parlamentaria en 2015. La maquinaria electoral
con sello adeco y financiamiento transnacional que suele activarse en
este tipo de eventos está desmovilizada. Esos elementos, que
renunciaron a capitalizar electoralmente las rabias e inconformidades
de la población, y ni tan siquiera serán capaces de intentarlo,
andan invirtiendo tiempo y energía en otras tareas; por ejemplo, en
la búsqueda y negociación de otro tipo de fuerzas, distintas a la
electoral, para intentar un derrocamiento violento del Gobierno de
Venezuela”.
Henri
Falcón, un antiguo colaborador de los tiempos iniciales del
chavismo, es el principal candidato opositor, al que la oposición en
el “exilio”, principalmente en Colombia, ha boicoteado
sistemáticamente, sin ofrecer alternativa alguna.
La
periodista argentina Stella Calloni ha denunciado en estos días un
plan militar tendiente a derrocar al presidente Maduro con la
intervención de una fuerza militar integrada por Colombia, Panamá y
Brasil, conducida por los EE.UU. En mi opinión, más allá de lo que
algunos sectores del aparato de defensa norteamericano piensen, el
presidente Trump, cada vez que se ha tocado el tema, ha proferido sus
consabidos improperios pero no ha tomado medida alguna en el sentido
solicitado por la oposición belicista.
Las
encuestas predicen un triunfo de Maduro en las elecciones
presidenciales y una normal distribución de cargos en las
Legislaturas estaduales y los concejos municipales. Pero el suspenso
está puesto en la reacción de los grupos golpistas y
prointervencionistas que han boicoteado la elección.
Todo
ello lo podré observar personalmente, ya que el gobierno venezolano
me ha invitado a presenciar los comicios en carácter de veedor
internacional, por lo que, desde el sábado 19 estaré en tierra
venezolana.
Es
de destacar que Maduro sigue contando con el apoyo de dos sectores
esenciales: por un lado, la unidad de las Fuerzas Armadas
Bolivarianas alrededor del proyecto y programa enunciado por Hugo
Chávez y de la legalidad institucional de Venezuela. Y por el otro,
un sólido apoyo, pese a las enormes dificultades de una inmensa
mayoría de la sociedad, tanto en sectores populares como en sectores
medios, dotados de una singular conciencia política que les ha
permitido entender la gravedad de la hora y lo que está en juego.
Hay
que dejarlo claro: un triunfo de los partidos de la MUD en el exilio
significará inevitablemente un espantoso baño de sangre y una
salvaje revancha sobre los venezolanos de pata al suelo.
10 de mayo de 2018
1 de mayo de 2018
28 de abril de 2018
En el Paralelo 38 terminó el siglo XX
En
el año 1593, casi cien años después de la llegada de Colón a
América, un discípulo de Iñaki de Loyola, el jesuita español
Gregorio de Céspedes, escribe cuatro cartas a sus superiores
informándoles que está en Busan, en el sur de la península de
Corea. Ha llegado hasta allí acompañando
a un “kirishitan
damyō”,
un señor feudal japonés cristiano a las ordenes de Toyotomi
Hideyoshi, el prominente samurai que se ha convertido en el hombre
fuerte del Japón. El padre Gregorio había logrado convencer al
propio jefe de la expedición y a algunos de sus soldados sobre el
misterio de la encarnación del hijo de Dios, por lo menos lo
suficiente como para que lo aceptasen en la expedición
conquistadora.
Se
ignora si logró realizar alguna tarea evangélica entre el pueblo
ocupado por las mesnadas japonesas, pero se supone que no, ya que su
paso por la península no dejó ningún otro rastro más que esas
cuatro cartas.
No
obstante, el padre Gregorio de Céspedes se convirtió en el primer
occidental en tomar contacto con el antiguo reino de Goryeo, un
monarca del siglo X del que deriva el actual nombre de Corea.
Toyotomi Hideyoshi, el samurai japonés, continuó su conquista,
arrasando la península en su camino hacia China. No fue la última
vez que los japoneses conquistaron la tierra de Goryeo,
convirtiendola en uno de sus “han”,
como llamaban a las colonias del Celeste Imperio.
Porque
ese ha sido el sino de ese pequeño apéndice del gigantesco bloque
euroasiático, la península de Corea: ser disputado por su gigante
vecino del continente o su ambicioso vecino del archipiélago
cercano. Resistió secularmente a la colonización japonesa. Su
pueblo fue despreciado y considerado esclavo por el miserable código
Bushido,
practicado
por esa casta de bandoleros y mercenarios que eran los samurai,
a los que Akiro Kurosawa idealizó en su célebre película. Los
coreanos estuvieron condenados por décadas a producir arroz para sus
amos japoneses, aún cuando ellos mismo carecían del alimento
suficiente para sobrevivir.
Primero
el budismo y varios siglos después el confucianismo, esa rígida
ética estamental, reglamentarista de administración del estado,
conformaron su cultura dominante. Pero, justamente su estructura
social resistió con tenacidad toda forma de modernización. A la
invasión manchú, desde el norte, sucedió una nueva invasión
japonesa que duraría hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Corea ni siquiera formaba parte del llamado Manchukuo, el estado
títere creado por los japoneses en el noroeste de China. Era una
simple posesión colonial japonesa y sus habitantes eran tratados
como esclavos.
El
siglo XX y el nacionalismo coreano
Es
en esas condiciones que resurge un fuerte movimiento nacionalista
coreano. El 1° de marzo de 1919, un pequeño grupo se reunió en el
parque Tagpol , en Seúl, y declaró la independencia. El movimiento
se extendió velozmente por todo el país y fue brutalmente reprimido
por los ocupantes japoneses. Estos respondieron además con un
intento de niponizar culturalmente a los coreanos, imponiendo
obligatoriamente su idioma, obviamente su escritura y hasta su
vestimenta.
Ya
sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético,
entrando por el norte, desaloja a los japoneses de la península y
consigue su control definitivo. Con el Ejército Rojo, entró en
Corea Kim Il Sung, un antiguo dirigente guerrillero antijaponés,
quien, refugiado en China, se había incorporado a las unidades
guerrilleras del Partido Comunista Chino y, posteriormente, había
hecho una carrera militar en el Ejército Rojo, donde había
ascendido a comandante.
Mientras
tanto, en el sur del país el movimiento nacionalista era liderado
por Syngman
Lee. Este era un hombre de una generación anterior a Kim il Sung y
formado, después de su educación confuciana en Seúl, por los
norteamericanos. Syngman había constituído un gobierno coreano en
el exilio, ya bajo la influencia de los EE.UU. y logró establecer
fluídas relaciones con el presidente Wilson y, luego, con Franklin
Delano Roosevelt. Ni bien los japoneses se retiran de la península,
Syngman voló a Tokio y de la mano del general Douglas Mac Arthur se
instaló en Seúl. Sobre la base de su furibundo anticomunismo, se
convirtió en el hombre de los norteamericanos en la región.
De
hecho, los soviéticos y los norteamericanos establecieron dos claras
zonas de influencia separadas por el paralelo 38°, lo que dio
nacimiento a los dos estados que hoy conocemos: Corea del Norte y
Corea del Sur. La solución, como toda solución establecida por un
poder extranjero no satisfizo a ningún coreano, ni a los dirigidos
por Kim il Sung y su Partido del Trabajo, convertido
en líder de la República Popular de Corea,
ni a Syngman Lee quien
en 1948 se convierte en presidente de la República de Corea del Sur.
Una
vez más, las aspiraciones por constituir una sola Corea habían sido
abortadas por la injerencia extranjera. Pero esas aspiraciones
nacionales se mantenían vivas.
La
Guerra de Corea
El
25 de junio de 1950 las tropas de Kim il Sung cruzaron el paralelo 38
e iniciaron una ofensiva que casí llegó hasta la ocupación de la
totalidad de la península. Philip Short, el biógrafo inglés de Mao
Zedong, cuenta cómo se gestó esa decisión y los dolores de cabeza
que le acarreó al Secretario General del Partido Comunista Chino.
“El
lider de Corea del Norte, Kim il Sung, había acudido a Pekín para
comunicarle que Moscú había aprobado una iniciativa militar para
reunificar la península. Stalin, tan astuto como siempre, había
impuesto una condición: Kim debía obtener primero el visto bueno de
Mao. «Si
te pega una patada en el culo», le dijo el dirigente soviético, «no
moveré ni un dedo». Ello implicaba que Mao tendría que hacer de
valedor de los coreanos. Durante sus encuentros en China, Kim omitió
esa parte de la conversación con Stalin”1.
A
regañadientes y previa consulta con Moscú, para corroborar la
versión de Kim, los chinos, que estaban preparando su invasión a
Taiwan, debieron resignar esta y aceptar la propuesta coreana. El
peso de los cien mil compatriotas de Kim il Sung que habían luchado
en la liberación del Manchukuo pesaron como plomo en la decisión de
Mao. Este nunca quedó conforme con el casi fait accompli que le
impuso el dirigente coreano. Entre otras cosas, por el alivio que le
significó a Chiang Kai-shek. Este ya había sido anoticiado por
Truman que EE.UU. no intervendría para proteger a los nacionalistas.
Ese
mismo año, George Orwell había hecho conocer su concepto de “Guerra
Fría”. En Corea, había comenzado un cruentísimo enfrentamiento
bélico en el que las potencias vencedoras de la Segunda Guerra
Mundial, divididas por aparentes motivos ideológicos, se enfrentaban
a través de una guerra civil en un país periférico. Para la
República Popular de Corea la guerra significó el exterminio del 15
% de su población civil, una total devastación de su territorio a
consecuencia de los bombardeos norteamericanos y una casi regresión
a las condiciones del reino de Goryeo en el siglo X de nuestra era.
La intervención de China Popular impidió que los norteamericanos se
hiciesen de la totalidad de la península y las tropas
norteamericanas, amparadas equívocamente bajo la bandera de las
Naciones Unidas, sufrieron un duro revés.
La
situación se prolongó durante más de dos años hasta que
finalizaron las hostilidades sin firmarse nunca la paz entre ambos
estados coreanos.
A
las tropas norteamericanas se sumaron algunas tropas
latinoamericanas, principalmente de Colombia y de Puerto Rico. Fue
esto último lo que lo llevó al poeta cubano Nicolás Guillén a
escribir:
¿Cómo
estás Puerto Rico,
tú
de socio
asociado en sociedad
(...)
de
un empujón te hundieron en Corea,
sin que supieras por quién ibas a pelear.
sin que supieras por quién ibas a pelear.
En
el Río de la Plata es de destacar la gran campaña llevada adelante
por el jefe del Partido Nacional uruguayo, el partido Blanco, Don Luis Alberto de Herrera, contra
la adhesión de su país a la Guerra de Corea, a la que el
oficialismo de Luis Batlle pretendía meterlo. El gobierno de Juan
Domingo Perón, en nuestro país, garantizaba la no injerencia
argentina en una guerra imperial.
La
construcción de una nación
La
historia posterior de las dos Coreas constituye un claro ejemplo de
una voluntad en construir una nación, incluso bajo las condiciones
internacionales más difíciles.
Si
Kim il Sung logró mantenerse independiente tanto de los designios de
Moscú como de Pekín, pese a la importancia militar y económica que
ese respaldo le significaba, no es menos cierto que la conducción de
Seúl supo explotar para beneficio de su país la importancia
geoestratégica que significaba para los EE.UU. El sucesor de Syngman
Lee, Park Chung-hee logró que esa dependencia política se
convirtiera en factor de desarrollo, modernización e
industrialización de su país, que, hasta su llegada al poder,
sobrevívía de los aportes de las agencias yanquis para el
desarrollo. Con métodos cercanos a los de una dictadura militar,
Park creó la prodigiosa Corea que hoy conocemos, la de Hyundai, LG,
Samsung y la del nuevo cine coreano. Bajo su régimen, hubo
reiterados intentos de acercamiento con la otra parte de la nación
dividida, frustrados en la mayoría de los casos por la injerencia
imperialista y las tensiones generadas por la Guerra Fría.
El
régimen de Kim il Sung logró estabilizarse y encontró en su hijo,
primero, y en su nieto, actualmente, una continuidad de criterios y
objetivos. Acuñó su idea de un socialismo independiente tanto de
China como de la entonces Unión Soviética, al que llamó “la idea
Juche” que se ha traducido como de autoconfianza. Logró atravesar
incólume, pero no sin grandes esfuerzos, la caída de la Unión
Soviética y la transformación de China Popular en una gran potencia
económica, sobre la base de un gran ejército, un estado permanente
de amenaza de guerra y una gran unidad política de su pueblo.
Hoy,
el nieto del guerrero de la Manchuria, Kim
Jong-un
y
el presidente Moon
Jae-in se han convertido en dos estadistas que están construyendo
una nueva historia. Con su encuentro en el paralelo 38 han cerrado el
siglo XX. Y al hacerlo han dado inicio a la construcción de una
poderosa nación asiática, que, por primera vez en su historia, ha
alcanzado semejante nivel de desarrollo. La integración definitiva
de una Corea industrial, con una gran organización estatal, con un
poderoso ejército y con capacidad nuclear modifica el mapa mundial y
contribuye decisivamente a ese desplazamiento del centro del mundo
que comenzó a manifestarse en el nuevo siglo XXI.
Kim
Jong-un y Donald Trump, como dos jugadores fulleros, gesticularon, se
insultaron, se hicieron bromas pesadas, se amenazaron recíprocamente
con la hecatombe final. Seguramente ambos sabían que el final del
juego sería algo parecido a esto.
Lo
hemos dicho varias veces en los últimos años. La conducción
política de los EE.UU. está decidida a un repliegue de sus fuerzas.
Sabe que es un gigante con grandes pies de barro amenazado, ya no por
el fantasma del comunismo, sino por el espectro del capital
financiero, ante el que están sucumbiendo las principales economías
industriales de Occidente. Es casi seguro que esto presente a nuestro
continente nuevos problemas, nuevas dificultades y desafíos. Pero el
nuevo mundo que se está construyendo ofrece también, si sabemos
aprovecharlo creativamente, grandes oportunidades para nuestra
integración continental y nuestra impostergable e imprescindible
industrialización en las condiciones del gran salto civilizatorio
que vive el género humano.
Buenos
Aires, 28 de abril de 2018
1Mao,
Philip Short, página 587 y ss. Crítica, Barcelona, 1999.
21 de abril de 2018
Hoy somos aún más débiles y sometidos
Como no podía ser
de otra forma, la ola de gobiernos contrarrevolucionarios en una
parte muy significativa de América Latina ha producido una muy
lamentable escisión en la UNASUR, la primera institución regional
que logró reunir a los países del área sin la presencia, siempre
amenazante y extorsiva de los EE.UU.
La decisión
anunciada ayer, aunque no hay precisiones acerca de su
implementación, por parte de Argentina, Brasil, Colombia, Chile,
Paraguay y Perú, de retirarse de la UNASUR significa un enorme golpe
a esta organización y un retorno al protagonismo de la OEA y su
lacayuna obediencia a los dictados del Departamento de Estado yanqui.
Desde nuestra
perspectiva de la Unidad Continental, la decisión es manifestación
de un enorme fracaso. La UNASUR fue el producto de la marea
transformadora e integradora que maduró a fines del siglo XX y se
desarrolló durante los primeros quince años del nuevo siglo. Un
impulso, que venía de la historia y que era encarnadado por los
pueblos de la región, puso en el orden del día la necesidad de
reconstituir la unidad perdida después de las guerras de la
Independencia. El Mercosur, que había surgido durante la hegemonía
neoliberal en el continente, en los '80, se había convertido, en
estos años, en un motor de la integración.
Pero, con todo lo
alcanzado en estos años, prevaleció siempre un criterio ideológico
por sobre las imprescindibles medidas estructurales que consolidaran
y dieran carnadura y sostén a esos acuerdos de principio y objetivos
que cada uno de los gobiernos de la región encarnaban. Fue casi
imposible, por mezquindades regionales, por presión imperialista,
por voracidad de las burguesías y oligarquías locales, avanzar
sobre transformaciones estructurales -Banco del Sur, moneda propia
para el intercambio comercial en la región, grandes proyectos
viales, ferroviarios y fluviales que consolidasen el hinterland
suramericano, creación de grandes entidades regionales que unifiquen
las políticas de energía y recursos naturales, etc.- que hubieran
hecho mucho más difícil esta nueva ola balcanizadora. Con solo
comparar las dificultades que tiene el Reino Unido para llevar a cabo
lo que fue una decisión brotada de un proceso electoral, el Brexit,
y la facilidad con que estos nuevos y viejos gobiernos
proimperialistas rompen esas instituciones y desmontan quince años
de esfuerzos políticos, diplomáticos y económicos, se hace
evidente la debilidad de nuestros logros.
El imperialismo
yanqui, vuelto sobre sí mismo para reconstruir su poder económico
perdido, enfrentado a una guerra comercial con China y en un ajedrez
fatal con la Federación Rusa, que busca vías de salida del pantano
del Medio Oriente, ante la ya evidente derrota, necesita, como es
obvio, ordenar su patio trasero, Latinoamérica. Ha encontrado
gobiernos mercenarios dispuestos a cumplir esa vil tarea. La cumbre
de Lima dejó en evidencia esta situación. Peleles de un amo que ni
siquiera vino a la cita, Mauricio Macri, Michel Temer, Juan Manuel
Santos y el desconocido presidente del Perú, Martín Vizcarra,
pretendieron acorralar a los gobiernos de Venezuela y Bolivia, los
únicos que expresan y sostienen la voluntad de Patria Grande.
Lo que está en
juego no es tan solo una cuestión diplomática. Estas miserables
oligarquías carecen de un proyecto para el conjunto de nuestros
pueblos y su idea es el desvencijado panamericanismo de la
entreguerra en el siglo pasado. Walt Disney dio representación
simbólica a esa política: Pepe Carioca, ese lorito simpático y
charlatán pretendía representar al pueblo brasileño, los cuervos
haraganes y dormilones expresaban al pueblo mexicano y un Goofy
disfrazado de peón de campo saludaban alegres la llegada de Mr.
Ponsomby, como Methol Ferré llamaba a los nuevos colonizadores
yanquis.
Es necesario tomar
en cuenta los errores cometidos para evitarlos en el nuevo ciclo
integrador que, más temprano que tarde, volverá a recorrer el
continente.
Más Perón que Che Guevara, más ATLAS (Agrupación
de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalizados) que
Foro de San Pablo, más Methol Ferré y Francisco que
István
Mészáros.
Porque
hay una cosa que es insoslayable: o nuestros pueblos se unen y
constituyen el gran bloque continental que llamamos Patria Grande o
nuestros hijos y nietos serán ilotas, esclavos, material de descarte
del mundo que hoy se está constituyendo.
Buenos
Aires, 21 de abril de 2018