Vigencia y sentido actual
del Encuentro de Guayaquil
El 29 de noviembre
pxmo. pdo. se realizó la mesa redonda “Bolívar
y San Martín nos unen para siempre”, organizada por la Embajada de
la República Bolivariana de Venezuela, en el marco del Foro
Latinoamericano por la Identidad y la Integración, convocado
por el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República
Argentina. La misma se llevó a cabo en el auditorio Manuel Belgrano
de la Cancillería. Participaron también el embajador venezolano,
General de Brigada Carlos Martínez Mendoza, y el primer secretario
de la Embajada, Juan Eduardo Romero. Esta fue mi participación:
Señoras,
señores, amigas y amigos:
Ha sido poco lo que el
embajador historiador nos ha dejado para agregar, pero algunas
reflexiones creo que se pueden hacer.
Lo primero que se me ocurre, y que se me viene ocurriendo desde hace ya un tiempo,
-participé hace unos veinte días en una reunión similar aquí en
la Cancillería con la presencia del embajador del Ecuador, doctor
Wellington Sandoval Córdoba, quien también
expuso de manera erudita y con gran fineza de análisis sobre el
Encuentro de Guayaquil-, la reflexión, digo, sobre lo que ha
ocurrido en nuestra patria y en nuestro continente en los últimos
veinte o veinticinco años. Hemos empezado a juntarnos embajadores,
políticos, historiadores, intelectuales y encontramos enormes
coincidencias. Descubrimos que lo que cada uno de nosotros venía
pensando, estudiando, analizando, discutiendo, peleando muchas veces,
y creía que lo hacía de una forma aislada, individual, que era un
fenómeno que pasaba aquí -en la Argentina con el revisionismo
histórico- y que teníamos todo el sistema académico oficial en
contra y resistiendo, era un fenómeno que venía pasando en toda
América Latina, en cada uno de sus pueblos, en cada uno de sus
países. Y de pronto, con esa dosis de sorpresa que tiene la
historia, aparecemos en el escenario personas que, con distinto
nivel, con distinta capacidad, con distinta elocuencia, están
pensando, juntamente, los mismos problemas, las mismas cuestiones que
habíamos pensado individualmente cada uno de nosotros durante todos
estos años, y hoy lo hacemos colectivamente.
Las diferencias entre San
Martín y Bolívar, que las había como hay diferencias entre Hugo
Chávez y Pepe Mujica, entre Cristina Fernández de Kirchner y Dilma
Roussef, como hay diferencias entre todos los seres humanos, fueron,
en realidad, exacerbadas, caricaturizadas, en muchos casos, a partir
del fracaso de eso que mencionaba el embajador Carlos Martínez
Mendoza: el proyecto de la unidad.
Ha dicho Alberto Methol
Ferré muchas veces -nos lo ha dicho personalmente, lo ha escrito-
que las guerras de la Independencia tenían una doble finalidad. Por
un lado, lograr la libertad, la independencia de la corona española
y, por otro lado, la unidad política de este continente. Y lo que la
fuerza de las armas patriotas lograron en Ayacucho fue la
independencia. Y a partir de ese momento comenzó a fracasar el
proyecto de la unidad. En la misma noche de Ayacucho las tendencias
centrípetas de los puertos de América Latina, de sus oligarquías
regionales, comenzaron ese lento pero efectivo proceso de división,
de balcanización, como ha sido llamado en el siglo XX. Con ese
proceso de balcanización aparecieron los así llamados “héroes
nacionales”. Cada uno de ellos correspondía, de una manera
platónica, a las virtudes y excelencias de cada uno de esos pueblos.
Así los argentinos
teníamos un San Martín austero, enjuto, prudente, de costumbres
espartanas. Desinterado -según la historiografía oficial- de la
política y sus bajezas. Los venezolanos tenían a un Bolívar
enamorado del baile y las mujeres, dicharachero. Los chilenos tenían
un O'Higgins de gran patriotismo chileno. Cada uno de nosotros, cada
uno de nuestros pueblos elaboró un héroe en el que, abstractamente,
sus virtudes correspondían a las virtudes que cada uno de esos
pueblos se adjudicaba y los defectos de los otros correspondían a
los defectos que cada uno de los pueblos le adjudicaba a los otros
pueblos de América Latina.
Ricardo Rojas, que fue un
gran historiador y una descollante personalidad de nuestra cultura,
escribió un gran libro que tiene, lamentablemente, un título un
poco ñoño, que es El Santo de la Espada. Es un libro cuyo contenido
es mucho mejor, mucho más rico que su título. Rojas imagina en esta
historia de San Martín una especie de obsesión del Libertador,
quien en sus reflexiones le dice a Simón Bolívar: “Hagámosnos
simultáneos”. Actuemos de conjunto, imagina Ricardo Rojas que
era el desvelo de don José de San Martín. Porque si actuamos de
conjunto, en un gran movimiento de pinzas, vamos a derrotar al
ejército español.
En una película que, hace
ya muchos años hicimos Jorge Coscia y yo, imaginamos un encuentro
onírico entre San Martín y Bolívar, en el cual lo primero que le
dice nuestro Libertador al caraqueño es: “Dichoso usted, Simón,
que conoció a su tierra. Usted nació allá, usted vivió allá y
conoció sus playas doradas y sus montes de esmeralda. Yo no. Yo nací
en estas tierras, pero no tengo más que un vago recuerdo de la
infancia”.
Esto marca, desde la
historia personal de cada uno de ellos, dos personalidades, dos
figuras, de distinto carácter, de distinta formación. Bolívar, un
político apasionado, raptado por la fuerza que emanaba de la
Revolución Francesa, con ese juramente en el Monte Sacro para
cumplir los ideales formulados por la Revolución Francesa, junto a
su amigo y maestro Simón Rodríguez.
Y un San Martín que es un
militar formado en los rigores de las academias españolas, que a los
trece o catorce años sufre en el norte de África un sitio por
hambre. Es decir que, desde los catorce años, vive una dura y
sacrificada vida de militar sin fortuna, y cuya concepción del mundo
no corresponde exactamente a la de Simón Bolívar. Si la
personalidad política de Bolívar correspondía a la de un jacobino,
la personalidad política de San Martín correspondía más bien a la
de un girondino, a la de un hombre que le tenía cierta desconfianza
a las multitudes y un gran temor, fundamentalmente, a la anarquía.
La grave amenaza que San Martín veía sobrevolar sobre la
independencia y la unidad era, justamente, la de la anarquía.
Pero no son estas razones
-políticas, ideológicas, de formación intelectual- las que
determinan el Encuentro de Guayaquil. Como tan bien lo ha explicado
el embajador Martínez Mendoza, y me ahorra toda otra explicación,
San Martín carecía en absoluto de un apoyo político estratégico
que le permitiese sostener hasta las últimas consecuencias la tarea
de la liberación. Buenos Aires no lo apoyaba, y no sólo eso sino
que conspiraba contra él. Rivadavia era el gran enemigo de San
Martín y el que impedía que pudiese desarrollar su proyecto
suramericano. Esa burguesía comercial porteña se desinteraba del
hinterland continental, preocupada solamente en la
administración de sus almacenes y su puerto.
Pero estas diferencias son
las que hicieron que, durante los siglos XIX y XX, los historiadores
enfrentaran a esas dos personalidades decisivas de nuestra
independencia. Ese enfrentamiento no era más que la expresión
ideológica del proceso de balcanización, del proceso de creación
de esos pequeños países que no pudieron constituir -como era el
deseo y la voluntad de San Martín y Bolívar- una gran nación
latinoamericana.
Aún hoy, en un país
hermano y tan cercano a la Argentina como es el Perú, se siguen
contraponiendo ambas figuras. Se sigue teniendo a San Martín como el
gran libertador y a Bolívar como una amenaza tiránica sobre los
peruanos. En realidad, ambas concepciones faltan a la verdad. Ni San
Martín era un desinterado del poder político como lo quieren pintar
los historiadores peruanos, ni Bolívar era el déspota que aparece
en esos libros. Ambos tenían una distinta visión política, ambos
tenían un distinto modo de manejar y expresar el poder político del
estado. Pero estas diferencias, que hoy llamaríamos ideológicas,
nunca constituyeron un elemento que disociara la acción libertadora
y unificadora de ambos hombres.
No fueron diferencias
ideológicas, no fueron diferencias personales. En Guayaquil, el
Libertador José de San Martín entrega el mando del ejército
patriota a Simón Bolívar, porque éste es, como decía el
embajador, el que coyunturalmente estaba en mejores condiciones de
llevar adelante la tarea. Y esto era lo que se imponía por encima de
toda otra aspiración personal.
Creo yo que la reflexión
sobre Guayaquil, sobre Bolívar y San Martín, en estos inicios del
siglo XXI, no puede estar separada de lo que fue la epopeya y el
intento unificador de ambos héroes y el intento unificador que en el
siglo XXI están llevando adelante la inmensa mayoría, si no la
totalidad, de los gobiernos y los pueblos de nuestro continente.
Mientras el continente
americano estaba, entonces, dividido en dos grandes bloques, uno
dependiente de España y el otro, no ya dependiente, sino cabeza de
un imperio europeo, como era el Brasil, necesariamente toda la
estrategia libertadora se hacía a lo largo de los Andes, sobre la
costa del Pacífico. La gran costa del Atlántico no estaba al
alcance de las fuerzas libertadoras, porque el enorme bloque
brasileño-portugués impedía que este espacio integrase la
estrategia patriota. Toda la estrategia de Bolívar y de San Martín
converge sobre la costa del Pacífico y los Andes.
El siglo XXI, por el
contrario -y esto, creo, es una de las grandes decisiones
geopolíticas tomadas por el presidente Hugo Chávez en su
oportunidad-, asume la herencia bolivariana, ya no desplegándola por
la costa del Pacífico, sino incorporando al conjunto de la costa
atlántica y, sobre todo, al Brasil, como eje estructurador de ese
nuevo proyecto unificador suramericano del siglo XXI.
De ahí la importancia
trascendental que para este proyecto tiene y ha tenido la
incorporación de la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur.
En los años 50 el general Perón planteó en un famoso discurso el
proyecto estratégico entre Argentina y Brasil. Si estos dos países
que, en ese momento, constituían el peso específico político,
económico, social y poblacional más importante del continente,
establecían una alianza estratégica, el resto de los países del
continente, a consecuencia de la enorme gravitación de este bloque,
irían sumándose y adecuándose a esa situación geopolítica,
sumándose así a un proceso unificador.
Ese proyecto planteado en
1950 por el general Perón fue prematuro para los tiempos que se
vivían. Toda esa visión de Perón fue considerada por Brasil, por
Chile y sus oligarquías locales, como un intento imperialista,
expansionista de la Argentina. Pero la idea del Brasil y Argentina
como núcleo orgánico capaz de generar y hacer renacer en las
condiciones del siglo XXI el proyecto de San Martín y Bolívar
reaparece con viva luz y con enorme fuerza ya a fines del siglo XX.
El Mercosur se convierte en el motor esencial capaz de atraer al
conjunto de los pueblos suramericanos.
Lo que Chávez, a mi modo
de ver, tiene de lucidez y visión estratégica, desde el principio
de su llegada al poder en Venezuela, son dos cosas. Una, bautizar a
Venezuela como República Bolivariana, es decir, darle desde su misma
denominación la función unificadora que tuvo Bolívar en el siglo
XIX. En segundo lugar, girar la cabeza estratégica de Venezuela
desde la costa del Pacífico y de los Andes hacia ese
gran vecino que tiene en el Sur, que es Brasil. Para Venezuela, hasta
el fin del siglo XX, Brasil era un enorme desconocido. Para la
cancillería venezolana el Brasil carecía de significación
estratégica. Es Chávez el que incorpora a Brasil a ese proyecto.
Y
lo hace de una manera ingeniosa y creativa. Si algo es muy difícil
de “vender” en Brasil de manera masiva es Bolívar. Porque
Bolívar no formó parte de la historia brasileña. Los brasileños
han podido hacer todos los niveles de su educación y no han oído
hablar nunca de Bolívar, porque no integró el ciclo histórico del
Brasil, como tampoco lo integró San Martín. La manera de meter a
Bolívar y a estas ideas bolivarianas y sanmartinianas de integración
suramericana por parte del gobierno venezolano fue poner una
gigantesca estatua de papier maché de Bolívar en una scola do samba
en el carnaval carioca. Fue la Scola do Samba Santa Isabel que, ese
año, logra obtener con esa estatua de Bolívar y un tema de
integración suramericana, el premio a la mejor scola do samba de ese
Carnaval. Y, de paso, haciendo conocer a Bolívar al conjunto del
pueblo brasileño.
Toda
esta tarea cultural de la que estamos participando en este ciclo es,
a mi modo de ver, la tarea más importante que tiene nuestra
generación o lo que queda de nuestra generación. Aprender a
conocernos cada uno de los latinoamericanos, a conocernos los unos a
los otros, porque solamente se puede amar, se puede respetar, se
puede querer ser amigo de aquello que se conoce.
Guayaquil
significó, por así decir, la apoteosis de Bolívar, en cuanto a sus
capacidades políticas y militares. Guayaquil significó también la
apoteosis de San Martín en cuanto a su responsabilidad y visión
estratégica sobre las grandes responsabilidades que pesaban sobre
sus hombros. Hoy, San Martín y Bolívar, y esto es lo que tiene de
importante hablar de historia, poder venir al presente, han
incorporado a Abreu de Lima nuevamente a sus filas. Brasil no es ya
aquel imperio esclavista y europeo implantado en el continente.
Venezuela,
Brasil y el Río de la Plata están logrando forjar, en las
condiciones del siglo XXI, ese afán, esa lucha por la unidad que
expresaron los protagonistas del Encuentro en Guayaquil.
¡Muy bueno, Julio! Felicitaciones. Esta comparaciòn es lo mejor que he visto sobre la relaciòn entre ambos libertadores. Un abrazo. Roberto A. Ferrero
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