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8 de mayo de 2014

De Avenida Alvear a Avenida Iriarte



El 29 de julio de 2009 estuve en el acto de asunción del gabinete del, en ese momento, flamante secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia. Como se sabe la sede de la Secretaría de Cultura de la Nación era, entonces, un petit hotel ubicado en la avenida Alvear y Rodríguez Peña, uno de los lugares históricamente más oligárquicos de Buenos Aires, conocido como Palacio Casey. Fue construido en 1889, en plena eclosión de la especulación financiera que terminó con la célebre crisis del 90. Teodolina Lezica Alvear de Uriburu lo compró en 1911. Cuando, en plena Década Infame, la oligarquía en el poder se aprestaba a recibir al Cardenal Eugenio Pacelli, la residencia es comprada por doña Adelina Harilaos de Olmos para alojar en ella al purpurado huésped, quien después sería Pío XII.

La “segunda dictadura” compró el edificio en 1948, seguramente para aliviar a sus dueños del ya oneroso elefante blanco, sin lograr por ello generar en ellos mayor simpatía. Finalmente, en 1960 se convirtió en Casa Nacional de la Cultura. El salón principal de la planta baja se llama Miguel Cané, en homenaje al autor de Juvenilia y de la Ley de Residencia que permitía expulsar a inmigrantes, sin juicio previo, y bajo la mera sospecha de ser socialistas o anarquistas. Esa noche, en esa sala, Jorge Coscia improvisó un excelente discurso, exponiendo su ideario político y su compromiso con la cultura nacional. En una primera parte enumeró la lista de pensadores nacionales que formaron su pensamiento: Manzi, Jauretche, Perón, Scalabrini, Hernández Arregui, Discépolo.

En el momento de referirse a la importancia que a su gestión le asignará a la integración continental, Jorge dijo expresamente que debía su concepción de la Patria Grande "a mis maestros Jorge Abelardo Ramos, Jorge Enea Spilimbergo, Blas Manuel Alberti y Norberto Galasso". Después de esas palabras, Jorge Coscia invitó a los presentes a cantar la Marcha Peronista.

A los pocos días, el guardaespaldas de Bartolomé Mitre convocó a sus plumíferos para denunciar el ultraje a la República. Los ojos de Beatriz Sarlo se pusieron en blanco y mostró su virginidad institucional manoseada. “Los cantores de la marcha seguramente pensaron que estas diferencias entre partido y gobierno son viejas manías del formalismo republicano”, escribió con su característica dispepsia literaria. Sobre este punto escribimos en aquella oportunidad: “La señora Sarlo no entiende que hoy, después de más de sesenta años, la marcha peronista no es tan sólo una marcha partidaria, sino el himno que expresa al conjunto de los argentinos enfrentados al bloque oligárquico que intenta recuperar el manejo del Estado. Es mucho más que una canción partidaria. Es la marsellesa argentina, la conjunción, a nivel simbólico, de la Argentina de los héroes de la Independencia, de los caudillos federales, de los obreros del 17 de octubre y de los desocupados del 2001”.

Pero lo central es que en ese lugar y de esa forma se iniciaron los cinco años de gestión de Jorge Coscia al frente de la Secretaría de Cultura de la Nación, por decisión de la presidenta de la República.

De esto me acordaba hoy, en la Casa de la Cultura de la Villa 21-24 de Barracas, durante la ceremonia en la cual Jorge Coscia se despidió de sus colaboradores y Teresa Parodi, la flamante Ministra de Cultura, se hacía cargo de sus funciones. El calor popular con el que hombres, mujeres, jóvenes y niños del barrio más pobre de la ciudad más rica de Argentina recibieron a los dos funcionarios, el saliente y la entrante, el agradecimiento, expresado en sonrisas, abrazos, saludos, chistes y hasta lágrimas, a Jorge Coscia y la bienvenida abierta, a puro corazón y esperanza, dirigida a Teresa Parodi, conformaban un clima muy distinto a la sensación de sapo de otro pozo, de involuntario usurpador, que tenía aquella concurrencia de hace cuatro años en el Palacio Casey.

Y la Marcha Peronista que se cantó en la Casa de la Cultura, con los cuadros proletarios de Quinquela Martín en sus paredes y la bendición villera del Padre Toto, sonaba más digna, triunfal y desafiante que nunca. No había preocupación sobre las instituciones en esa multitud feliz. Había orgullo y gratitud porque se sabían protagonistas, sujetos activos de la cultura y de la Cultura.

Jorge Coscia inició su gestión en el Palacio Casey, en la Avenida Alvear, comprometiéndose con sus maestros y la terminó, con el corazón satisfecho, en la Villa 21, en la Avenida Iriarte, cumpliendo los sueños de sus maestros y del pueblo profundo de la Patria.

Tiene todo el derecho a sentirse orgulloso de estos cinco años.

Buenos Aires, 8 de mayo de 2014

1 comentario:

  1. Brindo por el futuro de la 21, pido al universo todo lo necesario para que Parodi la guie hacia la justicia social y tambien brindo por mi abuelo que me enseño a que para dormir, con una cama está bien, cuando se tienen dos hay problema.

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