El foro Emancipación e Igualdad convocado por el Ministerio de
Cultura ha sido un notable éxito de participantes y de público.
Quienes militamos desde hace décadas en la tradición que se ha
dado en llamar nacional y popular, en oposición a la tradición que
también se ha dado en llamar progresismo, ambas con sus izquierdas y
derechas, nos sentimos en principio un tanto marginados, en la medida
en qué ninguno de los panelistas participantes nos representó. No
incluyo, obviamente, como panelista, aun cuando su filiación a esta
corriente es notoria, al dr. Aníbal Fernández, en la medida en que
su participación tuvo un carácter protocolar en cuanto Jefe de
Gabinete del gobierno nacional y no como intelectual expositor.
Pero este sentimiento de marginalidad, por lo menos en mi caso,
cedió a una extraordinaria satisfacción cuando, junto a Leonardo
Boff, Gianni Vattimo, Jorge Alemán y Horacio González se sentó el
actual Canciller de la Pontificia Academia de Ciencias y de la
Pontificia Academia de Ciencias Sociales, monseñor Marcelo Sánchez
Sorondo. Posiblemente en pocas oportunidades el capricho de Clío ha
sido más justo y equitativo.
Yo también considero pertenecer a una tradición caracterizada
por el agnosticismo religioso. No soy creyente y mis convicciones
están empapadas de un escepticismo religioso impregnado de ateísmo,
si bien este no tiene una impronta militante de intolerancia
religiosa. Pero la presencia de Marcelo Sánchez Sorondo en ese foro
me equilibró los tantos. El hombre es argentino e hijo del pensador
y político del nacionalismo argentino de igual nombre y hermano del
escritor Fernando Sánchez Sorondo, poeta y novelista, autor de una
de las más vibrantes novelas sobre las experiencias de un drogadito,
“Ampolla”. Su padre, fallecido en el año 2012 a los 99 años de
edad era hijo de un político conservador y Ministro de Interior de
José Felix Uriburu, Matías Sánchez Sorondo. Fue uno de los más
destacados voceros del nacionalismo posterior a la Revolución
Libertadora. Por su periódico Azul y Blanco pasaron todas las plumas
de esta corriente de pensamiento y a fines de la década del 60 fue
secretario de redacción delmismo Juan Manuel Abal Medina, padre,
quien en 1973 fuera Secretario General del Movimiento Nacional
Justicialista y, en tal carácter, encargado de recibir, junto con
José Ignacio Rucci, a Juan Domingo Perón en su regreso a la Patria.
Marcelo Sánchez Sorondo, padre, fue, en las elecciones de aquel
año, candidato a senador nacional por el FREJULI, el frente que
encabezaba el justicialismo, y debió enfrentar en un ballotage al
candidato al mismo cargo por la UCR, el balbinista Fernando de la
Rúa, quien finalmente resultó electo.
Un hombre perteneciente a esta tradición
política y familiar fue, entonces, el encargado de traer al
encuentro la representación y el mensaje de Francisco. El autor de
la iniciativa no fue otro que el embajador argentino ante la Santa
Sede, Eduardo Valdez, un hombre clave en la política tanto de
Francisco, como de Cristina Fernández de Kirchner.
La presencia de monseñor Sánchez Sorondo y su discurso puso en
la exitosa reunión -exitosa tanto políticamente como de público y
de impacto en los sectores vinculados a la elaboración
simbólico-intelectual- una perspectiva político-religiosa
institucional, que expresaba la visión que el Papado hoy pretende
desarrollar, tanto hacia adentro como hacia afuera de la Iglesia
Católica, Apostólica y Romana. La presencia y la exposición del
brasileño Leonardo Boff, notorio teólogo de la Liberación, trajo
al foro la expresión de los movimiento de base eclesiales del
Brasil y de América Latina. La del pensador, también católico, de
inspiración marxista, Gianni Vattimo, aportó las preocupaciones más
libertarias y antiinstitucionales de un sector del pensamiento
europeo. Pero Sánchez Sorondo estaba ahí en nombre de la más
antigua institución política de Occidente, que desde su propia
definición -como con acierto lo observó Horacio González en su
participación- disputa y se anticipó a la idea misma de
globalización, de universalización. “Católica” es en griego,
como se sabe, “Universal”, dirigida a todos los hombres,
cualquiera sea su pertenencia étnica, lingüística o cultural. Lo
de “Romana” es algo que también el propio Francisco ha puesto,
de alguna manera en cuestión, al lanzar su “teología de las
periferias”, que Sánchez Sorondo mencionó en su exposición.
En su breve exposición, improvisada, Sánchez Sorondo -quien,
dicho sea de paso, vive en el Vaticano desde 1971- mencionó su
relación con Juan Domingo Perón en el 73, cuando como consecuencia
del triunfo electoral de Cámpora, y dispuesto a volver a la
Argentina pidió una entrevista con Paulo VI, que no le fue acordada.
Al pasar, el orador mencionó que Paulo VI no era muy simpatizante de
los militares, dejando entrever una falta de interés en la reunión.
Lo que sí mencionó Sánchez Sorondo fue su conversación con Perón,
quien le manifestó con pasión y energía el maravilloso porvenir
que veía para su patria y le profetizó el futuro de grandeza que
avizoraba. “Lo que no pudo profetizar, dijo el prelado, es que
habría un Papa que sería argentino” .
¿Por qué considero de tanta importancia la participación de
este hombre en este foro? ¿Un hombre que ha vivido los últimos 43
años en la diplomacia vaticana? ¿Cuyos modales y estilo están tan
alejados del espíritu jacobino de la tradición progresista
académica argentina? ¿Un hombre que se preguntó, al empezar su
discurso qué hacía acá? Porque su presencia, con su prosa cuidada,
con su estilo carente de adjetivos y su elegancia clerical, es el
testimonio más claro de una política, la de CFK y la de Francisco,
que asume al pueblo de nuestro continente, sin ideologismos a priori,
sin abstracciones deshumanizantes, con su larga tradición
religoso-cultural como el protagonista de esa preocupación por “las
periferias” que ha permitido un compromiso latinoamericanista con
vocación universal que no tiene precedentes en nuestra historia.
Nos hubiera gustado escuchar a Norberto Galasso en ese ámbito,
nos hubiéramos sentido contenidos con la presencia de Osvaldo
Guglielmino. Pero este singular, extraordinario debate, que integra
las dos grandes vertientes ideológicas de nuestra emancipación, me
ha dejado la convicción de que estamos en una marcha grande que nos
incluye a todos. Y que no nos equivocamos cuando salimos a sostener,
incluso contra algunos amigos, a Jorge Bergoglio.
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