Es fácil, y no quiero entusiasmarme, llegar a la conclusión de que el kirchnerismo en la Ciudad de Buenos Aires está expresado por gente buena, pero incapaz de comprender las condiciones de vida en una sociedad burguesa, que es el tipo de sociedad que, desde el gobierno central, se intenta generar. El resultado es que esos valores quedan en manos de un partido que repudia esa sociedad y sólo pretende restablecer los propios de la vieja sociedad oligárquica.
Néstor
y Cristina lo dijeron varias veces. El objetivo de este proyecto es
establecer definitivamente en la Argentina una sociedad capitalista
autónoma, es decir, burguesa. Todo lo que se ha hecho desde el
gobierno es en ese sentido: la AUH, la jubilación universal, las
paritarias, el desarrollo científico tecnológico, etc. han apuntado
a ese objetivo. Pero resulta que la moral media de muchos de nuestros
compañeros es un repudio a la sociedad burguesa y una reivindicación
de cierta anarquía de naturaleza pequeño burguesa, de clase media,
que reivindica o manifiesta tolerancia hacia la ocupación del
espacio público por sectores marginales o la venta callejera sin
control del estado ni inscripciones en la AFIP.
Esa
moral no es revolucionaria, generadora de una nueva sociedad, sino la
incrustación de la vieja sociedad oligárquica, refinada y parásita,
pero en la cabeza de quienes deberían impulsar esos nuevos valores,
los propios de la burguesía en ascenso. Hay una moralina
aristocrática, individualista y esteticista en muchos de quienes
apoyan a este gobierno, por entender erróneamente que su lucha es
contra la ramplonería burguesa.Y ahí tenemos nuestro propio límite.
Hoy
hablaba de eso con Gabirel Fernández en su programa radial.
Franco
Macri es, posiblemente, nuestro mejor burgués, de la misma manera
que, en otro sector, lo es Alberto Samid. A muchos de nuestros
compañeros no les gusta ni uno ni otro, porque ven en ellos un
oportunismo y una tendencia a convertir sus opiniones políticas en
éxitos empresariales. Pero resulta que eso, y no otra cosa, ha sido
la burguesía, una clase social que se ha aprovechado del estado, y
muy pocas veces ha ejercido directamente su poder, para hacer
negocios, para ganar plata.
Nuestro
problema no es que don Franco Macri quiera ganar plata. Nuestro
problema es que no haya más “tycoons” como Franco Macri o
Alberto Samid, dispuestos a ganar plata invirtiendo, produciendo y no
parasitando al modo como lo hacía la vieja oligarquía.
Nuestro
problema es que Méndez, el presidente de la UIA, sólo esté
preocupado por la parte que le toca en el negocio con China, que armó
el gobierno por su cuenta, y no en sostener el mercado interno y
darle más plata a la gente para que compre las chafalonías que
produce. Ahí es donde me saco el sombrero ante Franco Macri y
Alberto Samid.
Resulta,
por lo menos paradójico, que un tipo que en toda su vida adulta ha
luchado por el socialismo, aparezca haciendo un elogio de la
burguesía. Pero resulta que esa clase y, sobre todo, la
autoconciencia de esa clase es un bien más escaso que el agua en el
desierto. Cuando Franco Macri, desde su piso en Shangai, dice que le
gustaría que el próximo presidente sea de la Cámpora, lo que hace
es pegarle una bofetada pública a la moralidad del establishment.
Les dice “ustedes son unos pacatos, apretados por la moral de sus
esposas, a las que tienen que soportar y pagar fortunas en pavadas,
en lugar de lanzarse a la aventura de multiplicar los bienes que
hemos recibido bajo la forma de invertir, pagar salarios, producir y
vender. La Cámpora les hará entender cómo son las cosas”, agrega
sin estar convencido.
Sabe
que su hijo es una consecuencia del precio que tuvo que pagar ante el
establishment para ser reconocido: casarse con una mujer de la
oligarquía y mandar a su hijo al Cardenal Newman, donde toda la vida
lo llamaron “el hijo del tanito con plata”. Tampoco va a decir
que no lo voten. Simplemente dice que no tiene "corazón de
presidente". Ese viejo, a su modo, es un genio.
Claro que, “digo es un decir si España cae”, si ganase contra su propio pronóstico, su hijo, trataría de hacer negocios con su gobierno. Pero eso es como en el cuento del alacrán, está en el carácter. Carácter que, por diversas razones, en nuestros países, suele ser muy poco frecuente.
Claro que, “digo es un decir si España cae”, si ganase contra su propio pronóstico, su hijo, trataría de hacer negocios con su gobierno. Pero eso es como en el cuento del alacrán, está en el carácter. Carácter que, por diversas razones, en nuestros países, suele ser muy poco frecuente.
Buenos Aires, 24 de febrero de 2015.
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