La
vieja Argentina, la que sigue pensando que en el país sobran 30
millones de habitantes, la que aún vive en el mundo de la Guerra
Fría y la lucha contra el comunismo, la que afirma en voz baja que
“con los militares había más respeto hacia la gente decente”,
ha tenido su manifestación.
La
lluvia permitió ver el desfile de señores y señoras
mayoritariamente grandes, con sus espléndidos impermeables Burberrys
y sus admirables paraguas Brigg, hechos a mano, llevados de las
narices por un grupo de fiscales cuyos prontuarios rivalizan con el
de “la Garza” Sosa.
Se los vio caminar, airados y adustos,
acompañados por algunos dirigentes gremiales, a los que desprecian,
y por la comparsa de pordioseros dirigentes de la oposición que,
como en las procesiones medievales, mendigaba, si no monedas, sus
preciados votos.
Llegaron
al altar de una justicia que consideran mancillada, sin entender que
los autores del ultraje se encontraban a la cabeza de la
peregrinación, elevaron un minuto de silencio por el suicida y se
volvieron a las Cinco Esquinas, a Quintana y Callao, a la plaza
Vicente López y al llegar descubrieron, empapados y eufóricos, que
nada había cambiado, que su sacrifico republicano había sido tan
estéril como ellos mismos.
La
promocionada marcha del 18F no fue más que eso, los últimos fuegos
fatuos de una Argentina del privilegio que no quiere morir, o por lo
menos no quiere hacerlo sin su privilegio.
Como
ha dicho la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el mundo -el
mundo de la posguerra y la Guerra Fría- ha cambiado, no existe más.
Y nuestro país está intentando con dignidad y soberanía insertarse
en ese nuevo mundo, para la grandeza de la Argentina y el bienestar
de nuestro pueblo.
Y
eso ha sido todo.
Dentro
de ocho meses volveremos a elegir presidente y en esas elecciones
sepultaremos, con la voluntad popular, la vieja Argentina que hoy,
agónicamente y bajo una lluvia agorera, mostró su vetusto rostro.
¡¡Aplauso de pie!!
ResponderBorrarPor una Patria Justa, Libre y Soberana.