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20 de febrero de 2015

La marcha espectral

La vieja Argentina, la que sigue pensando que en el país sobran 30 millones de habitantes, la que aún vive en el mundo de la Guerra Fría y la lucha contra el comunismo, la que afirma en voz baja que “con los militares había más respeto hacia la gente decente”, ha tenido su manifestación.

La lluvia permitió ver el desfile de señores y señoras mayoritariamente grandes, con sus espléndidos impermeables Burberrys y sus admirables paraguas Brigg, hechos a mano, llevados de las narices por un grupo de fiscales cuyos prontuarios rivalizan con el de “la Garza” Sosa. 

Se los vio caminar, airados y adustos, acompañados por algunos dirigentes gremiales, a los que desprecian, y por la comparsa de pordioseros dirigentes de la oposición que, como en las procesiones medievales, mendigaba, si no monedas, sus preciados votos.

Llegaron al altar de una justicia que consideran mancillada, sin entender que los autores del ultraje se encontraban a la cabeza de la peregrinación, elevaron un minuto de silencio por el suicida y se volvieron a las Cinco Esquinas, a Quintana y Callao, a la plaza Vicente López y al llegar descubrieron, empapados y eufóricos, que nada había cambiado, que su sacrifico republicano había sido tan estéril como ellos mismos.

La promocionada marcha del 18F no fue más que eso, los últimos fuegos fatuos de una Argentina del privilegio que no quiere morir, o por lo menos no quiere hacerlo sin su privilegio.

Como ha dicho la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el mundo -el mundo de la posguerra y la Guerra Fría- ha cambiado, no existe más. Y nuestro país está intentando con dignidad y soberanía insertarse en ese nuevo mundo, para la grandeza de la Argentina y el bienestar de nuestro pueblo.

Y eso ha sido todo.


Dentro de ocho meses volveremos a elegir presidente y en esas elecciones sepultaremos, con la voluntad popular, la vieja Argentina que hoy, agónicamente y bajo una lluvia agorera, mostró su vetusto rostro.

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