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7 de febrero de 2015

La Ley y el Orden

¿Se puede saber por qué demonios es secreto el día y la hora de la citación del canalla Stiusso? Si la citación fuera a Boudou o -“digo, es un decir, si España cae”- a la presidenta ¿sería también entre gallos y medianoches? ¿O los citarían a Comodoro Py justo a la hora en que puedan entrar en los noticieros de la tarde y la noche? Esa fiscal, después de esta decisión, ¿representa al Estado Nacional o a la corporación judicial?
Todo mi conocimiento del mundo criminalístico son profusas lecturas de novelas policiales e igualmente profusas asistencias a series policíacas. Sobre la base de ese conocimiento ¿alguien me puede aclarar por qué el tipo que le dio el arma al ¿suicida?, el hacker, contratado por la fiscalía con un sueldo de $40.000 y amigo íntimo del óbito, no está procesado, aunque sea bajo la figura de no imputado?
Otra sensación que tengo -hoy es una noche sensacional- es que la fiscal y todos sus colaboradores ven Friends, la divertida serie americana sobre un grupo de amigos de clase media y de distintas predilecciones sexuales, pero jamás ha puesto un ojo en ninguna de las tres o cuatro alternativas que ofrece la excelente CSI. Ni hablar La Ley y el Orden, porque ahí los fiscales son unos verdaderos leones.
Yo quiero fiscales como los del Estado de New York. Que se meten con los ricos, que defienden a los inmigrantes, que hacen caer a los jueces coimeros. Yo quiero vivir en La Ley y el Orden que esos fiscales y su policía investigativa hacen valer y defienden.
Lorena García, que lee estas cosas que escribo, me aviva de que en mi utópico lugar “La Ley y el Orden”, a los fiscales los eligen por voto popular. Bueno, insisto, a mi me gustaría vivir ahí, sin tener que pagar los espantosos alquileres de New York.
¿Uds. no se emocionan cuando los fiscales de “La Ley y el Orden” meten en cana a ricos wasps que traen niños de Haití para abusar de ellos? ¿No se siente identificados cuando se meten con personajes influyentes que tienen una red de prostitución de lujo? ¿Cuando acusan a un tipo de la CIA por coacción, amenaza o violación de los derechos humanos? A mi esos fiscales me encantan.
Yo estaría chocho con fiscales como los de “La Ley y el Orden”.
Entonces, ¿por qué tengo que vivir en un país donde los fiscales y los jueces defienden los monopolios de prensa, apañan a proxenetas de lujo, defienden a espías descontrolados y hacen marchas por más justicia como si su función por la que reciben un sueldo importante no fuese, justamente, obtener justicia?
¿No deja todo esto la sensación -insisto, es una noche sensacional- que el sistema judicial, los fiscales y los jueces, en estas procelosas playas, no forman parte de “La Ley y el Orden”, sino de otra serie que se llamaría “El Delito y la Anomia”?
En los '80, Federico Luppi, Norberto Díaz, Rubén Stella y Emilia Mazer interpretaron una maravillosa serie argentina, Hombres de Ley, con guión de Gerardo Taratuto, un abogado, militante político y gran guionista. Oponera estos hombres de ley, abogados bien plantados, respetuosos del derecho y de la Ley, a la runfla maffiosa que pretende manifestar a fin de mes, acompañada por un obeso y decadente dirigente sindical de cada vez menos empleados judiciales, es un buen ejercicio de la pasión política.
Es interesante, entonces, puntualizar la ausencia de una mirada crítica de la literatura y el arte en general sobre la putrefacción del sistema judicial, no solo en relación a sus funciones específicas, sino también en su enfrentamiento corporativo con el poder político -democrático- del estado. En aquellos años de un reciente ejercicio de los derechos ciudadanos, los “hombres de ley” se presentaban como la alternativa a la abrumadora ilegalidad de la dictadura oligárquico imperialista. Expresaban, sin duda, la ambición de una gran parte de la ciudadanía de que el estado de Derecho, la Ley y el orden democrático estableciesen sus reales y terminasen con los años de horror, de crimen e ilegitimidad. Por supuesto, no era suficiente con la honradez de esos abogados de distinta generación. Pero el deseo ciudadano estaba ahí expresado y su éxito tuvo directa relación con esto.
Pero hoy, cuando se hace evidente que la continuidad de la soberanía popular y de la democracia basada en el voto popular es abierta, desembozada y cínicamente enfrentada por una banda de funcionarios estatales, bien pagos, exentos de impuestos y con prerrogativas casi nobiliarias, como es la casta judicial, el arte no ha encontrado aún la pluma, el ojo o la inteligencia que convierta en valores universales el drama, la tensión que estamos viviendo: la soberanía popular acosada por un cerrado, exclusivista y clasista privilegio de casta burocrática.
Pero la gravedad del problema no puede esperar la inspiración de los artistas. Nuestro sistema judicial está en grave, profunda e irreversible crisis. La misma puede arrastrar - “digo, es un decir, si España cae”- a nuestro sistema basado en la voluntad popular. “La Ley y el Orden”, basados en la soberanía del pueblo expresada en las urnas, es, finalmente, el único sistema capaz de mantener la paz social y la unidad de la nación.



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