El
14 de marzo del año pasado, al día siguiente de la elección del
arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio como jefe de la Iglesia
Católica, los compañeros agrupados en la Corriente Causa Popular
hicimos conocer una declaración que titulamos “Gozo
y esperanza para el pueblo latinoamericano”.
En ella decíamos: “No
nos mueve a este júbilo otra cosa que compartir con millones de
compatriotas del continente esta extraordinaria oportunidad que se
presenta para que los graves problemas económicos y sociales de
nuestra Patria Grande tengan expresión en uno de los sitiales más
prestigiosos e influyentes del mundo. Más allá de toda cuestión
religiosa, confesional o corporativa, es auspicioso que el primer
Papa de la Iglesia Católica no europeo sea un latinoamericano, hijo
de esta ciudad de Buenos Aires, conocedor de sus barrios humildes y
comprometido con los intereses y expectativas de los más pobres de
nuestra patria”.
También
sosteníamos que “La
elección del primer Papa no europeo, del primer Papa
latinoamericano, del primer Papa jesuita y del primer Papa en elegir
el nombre de Il Poveretto, Francisco de Asís, el enemigo declarado
de la corrupción y el lujo de la curia romana, abre una enorme
expectativa. La
Iglesia, acosada por la corrupción y sumergida en una crisis
carismática se enfrenta a cambios culturales y sociales que gran
parte de la grey católica siente necesarios”.
Al
pronunciarnos de esa manera no ignorábamos que una buena parte de la
opinión caracterizada como “progresista” vinculada al gobierno
repudiaba el nombramiento y llegaba a sostener que el mismo era una
herramienta del imperialismo para destruir los avances logrados por
nuestro continente a partir de la entrada en el nuevo siglo.
Conocíamos la opinión de algún periodista considerado influyente
en las decisiones de gobierno y tuvimos oportunidad de escuchar el
sermón laicista con que un grupo de intelectuales y universitarios
oficialistas recibió la noticia. Sabíamos también, como no podía
ser de otra manera, que había habido rispideces en la relación
entre el Arzobispo de Buenos Aires y el presidente argentino Néstor
Kirchner. Pero también conocíamos, directa e indirectamente, sus
convicciones latinoamericanistas, su dedicación a los más
desposeidos y sus ideas políticas inspiradas en el pensamiento
nacional y popular del peronismo.
Y
estábamos convencidos que ni Monseñor Jorge Bergoglio, ni la
doctora Cristina Fernández de Kirchner llevarían sus rencillas
parroquiales al más alto y amplio plano de la política
internacional y el nivel de universalidad que es jurisdicción del
obispo de Roma. Las peleas y riñas entre don Peppone y don Camilo
-de las populares películas italianas de posguerra, inspiradas en la
novela de
Giovanni
Guareschi- no podían ser llevadas al Vaticano o a las Naciones
Unidas. El castigo era el ridículo.
A
un año y medio de esa declaración no podemos menos que celebrar el
haber confiado en que el profundo sentido nacional de ambos
argentinos y sus firmes principios de justicia social y de condena al
régimen del imperialismo -militar, político, económico y
financiero- los iba a sentar juntos para encarar, a nivel mundial,
los problemas generados por éste.
La
publicación de la carta apostólica Evangelii Gaudium
confirmó el sentido que tendría el papado de Francisco. Sus
planteos de justicia universal y sus denuncias al flagelo del
capitalismo financiero sobre los pueblos del mundo, la convirtieron
en el principal texto en contra del establishment mundial del siglo
XXI. Jorge Bergoglio, como tampoco lo había hecho Néstor Kirchner,
no dejó sus convicciones en las murallas del Vaticano.
Lo
ocurrido en estos últimos días ha coronado estos puntos de vista.
La digna política internacional de nuestro país respecto a los
fondos buitres y la resolución adoptada por la Asamblea General de
la ONU, la sanción de la ley destinada a cambiar el domicilio de
pago de los deudores reestructurados culminó con la invitación
papal a almorzar dirigida a la presidenta argentina aprovechando su
viaje a Nueva York -como si fuese de paso-.
Mientras
los sectores sedicentemente católicos de Recoleta y Pilar eran
engañados por Clarín y La Nación – con la colaboración de
expertos vaticanólogos como Felipe Solá y Lilita Carrió- con la
mentira de que Francisco sólo estaba preocupado por la
gobernabilidad y quería que Cristina pudiese llegar al fin de su
mandato, una jovial, numerosa y afable delegación de 32 argentinos
con distintas responsabilidades de gobierno entraba a Santa Marta y
entregaba “souvenirs”, más que presentes, al Papa. Una remera de
la Villa 21-24 (la Villa que frecuentaba el padre Jorge) firmada por
La Cámpora, un cuadro de Evita Perón, un retrato del padre Carlos
Mujica, el cura villero mártir por sus convicciones sociales, y
hasta salamines de la provincia de Buenos Aires convirtieron el
encuentro en una reunión que, mejor que nadie, definió el amargado
columnista de La Nación, Mariano Obarrio, en un “twitter”:
“El
Gobierno logró la escena perfecta. La foto de Francisco, CFK, La
Cámpora y dos cuadros de fondo: Eva Perón y el Papa. Todo muy
partidario”.
El
resultado ha sido que Francisco apoya y sostiene con todo el peso de
su autoridad espiritual la campaña argentina contra los fondos
buitres y nuestra presidente viajó a Nueva York con el texto del
parágrafo 56 de la Evangelii Gaudium en su carpeta:
“Mientras
las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la
mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría
feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la
autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De
ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de
velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a
veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus
leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los
países de las posibilidades viables de su economía y a los
ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una
corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han
asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce
límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a
acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio
ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado,
convertidos en regla absoluta. No a un dinero que gobierna en lugar
de servir”.
Dijimos
hace un año y medio: “Cuando
Europa se desbarranca en una crisis espiritual, social, económica,
cultural y política el continente de los tucanes y las orquídeas,
el continente de Bolívar y San Martín ha proyectado a uno de sus
hijos a un sitial de honor y tremenda responsabilidad”.
Hoy,
con la misma alegría y esperanza que entonces, podemos ratificarlo e
incluso precisarlo. Este Papa porteño que vive en Roma,
contrariamente a la canción de Los Quilapayún, no le
están degollando a su paloma. Se
ha lanzado a luchar por los pobres del mundo, por la soberanía de
los pueblos contra la predación del capital financiero. Y el
gobierno de Cristina, así como los gobiernos populares del
continente, han encontrado un aliado confiable y seguro.
La
oposición mediática le seguirá dictando mentiras a sus seguidores
y la oposición política se enredará aún más en su desconcierto y
desasosiego. Es evidente que hay una nueva relación de fuerzas, que
no está dicha la última palabra y que la agenda presidencial, que
es la que continúa rigiendo en la vida política del país, nos va a
dar muchas nuevas sorpresas.
Buenos
Aires, 23 de septiembre de 2014
Que buenas reflexiones compañero Julio, me hace bien leer a quien no tiene pelos en la lengua, pero no para decir vulgaridades, sino, para profundizar el análisis político y sobre todo, sin intereses oscuros,sin mezquindades, con el corazón junto al Pueblo y tratando de llevar luz a la cotidiana discusión en que nos solemos entrada los militantes que apoyamos este Proyecto Nacional. Gracias, Norma Martinez de Ushuaia
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