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13 de octubre de 2014

Un revolucionario que sigue combatiendo en las nuevas generaciones

En el año 1967 llegó a mis manos, como un regalo de cumpleaños, Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, una edición de Plus Ultra en dos tomos que conformaban una especie de el Gordo y el Flaco del mundo de los libros. El primer tomo, en color azul, era delgado, mientras que el segundo, en color amarillo, redondeaba las 500 páginas. Leer ese libro a los 20 años, en un país gobernado por un estulto general de Remonta, fue una revelación.
Por primera vez la historia argentina, las luchas políticas y militares que surcieron a sablazos y lanzazos la Patria Vieja, la riqueza ostentosa del Centenario, los hombres de pañuelo al cuello de don Hipólito y esos obreros peronistas que seguían llenando las plazas y las urnas, compartían la calidad que Francisco de Quevedo había hallado en el Amor Constante: “Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado”.
Esos espectros imponentes y heroicos, esos huesos blanqueados en los campos de batalla de todo el continente eran polvo enamorado que impregnaba de sentido el presente e iluminaba con luz trémula, pero brillante los días por venir.
Devoré al Gordo y al Flaco en semanas y me convertí en un predicador de sus certezas y visiones. Una legión de amigos y amigas de aquellos años contribuyeron, por mi insistencia, a convertir el libro en un “best seller” juvenil.
Conocí a su autor, Jorge Abelardo Ramos, un año después, en plena agitación de la CGT de los Argentinos. Acababa de llegar de un viaje a España y una visita a varios países latinoamericanos. Era entonces un hombre de 47 años, con el cabello aún más ígneo que el que lucía en la década del 80, cuando ya comenzaba a encanecer. Su conferencia de hora y media, en el Sindicato de Obreros Navales, terminó por deslumbrarme por completo. Su voz, sus gestos de tribuno, el uso irónico de adjetivos y adverbios, la capacidad epigramática de describir personajes y situaciones y un indoblegable optimismo sobre los históricos acontecimientos políticos y sociales cuyas vísperas estábamos viviendo, tuvieron, tanto en mi razón como en mis sentimientos un efecto que aún hoy, a 20 años del fallecimiento de ese hombre talentoso, soberbio y seguro de sí mismo, ejerce su influencia en mis convicciones políticas, literarias y estéticas.
Comprender al peronismo y a Latinoamérica
Creo que el principal aporte de Ramos al pensamiento argentino, y que fue la causa del impacto que tuvo sobre aquella juventud de los años '60 fue su comprensión del principal y excluyente tema de nuestra política: el peronismo. La explicación de cómo y por qué los trabajadores argentinos se encolumnaron detrás de un coronel y desarrollaron juntos un gran movimiento cuya tarea histórica fue la creación de un capitalismo autárquico e independiente, en un país soberano, con justicia social y proyección continental. El uso libre y creativo que Ramos hizo del instrumental marxista aplicado a un país semicolonial y su permanente vigilancia para no caer en el lecho de Procusto del marxismo extranjerizante, permitió que ese gran movimiento, el más importante y trascendental que ha generado el pueblo argentino, pudiese ser incorporado al análisis teórico político, sin caer en las categorías lombrosianas y descalificatorias con que la inteligencia académica argentina pretendía reducirlo a un fenómeno patológico.
En 1806, las tropas napoleónicas ocupaban el territorio alemán, dividido en una miríada de miserables principados, ducados y baronías, impotentes y con una población empobrecida y sin horizonte. Mientras Francia ponía en marcha su revolución burguesa y el Reino Unido se lanzaba ya a una industrialización fundada en el saqueo colonial, el antiguo imperio Romano Germánico dormía una bucólica siesta agraria, sus sembradíos eran hollados por tropas extranjeras y su sórdida aristocracia cazaba ciervos y acosaba rubias doncellas campesinas. En ese momento, un humilde e inteligente hijo de la Sajonia, en el límite oriental de la tierra tudesca, Johann Gottlieb Fichte, publicaba sus célebres “Discursos a la Nación Alemana”. Con los instrumentos ideológicos de su época propuso a sus contemporáneos la creación de un estado nacional para los alemanes. Apeló a los sentimientos patrióticos de sus contemporáneos e intentó movilizar a su pueblo para poder irrumpir en la historia moderna. Y cuando se inició la guerra de liberación del yugo francés, no vaciló en unirse a la milicia para sostener con la bayoneta lo afirmado con la pluma. Pasarían, no obstante, más de cincuenta años, hasta que el privilegio aristocrático y el miserable aislamiento de los príncipes fuese aplastado con puño de hierro por Bismarck.

Hace cuarenta y tres años, Historia de la Nación Latinoamericana de Jorge Abelardo Ramos propuso a sus contemporáneos -los jóvenes que en aquella época nos iniciábamos en la lucha política- la reconstrucción de un gran estado continental, apelando a la historia de nuestra emancipación y al imperativo que exigía, ya entonces, el futuro.
Como Fichte, Ramos no pudo ver la victoria de su llamamiento. El nuevo siglo, nuevos y extraordinarios dirigentes políticos, nuevas generaciones han comenzado a reconocer el mandato.
Y cuando volvemos a vivir tiempos históricos, en los que el pueblo reasume su soberanía y la ejerce, Jorge Abelardo Ramos ha encontrado, desde sus libros y artículos, a la nueva juventud que ha retomado el mandato de independencia, dignidad y unidad latinoamericana. Su prosa, su verbo y su estilo, filosos como sables, siguen dando combate.
Publicado en Miradas al Sur.
Buenos Aires, 5 de octubre de 2014



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