En el año 1967 llegó a mis manos,
como un regalo de cumpleaños, Revolución y Contrarrevolución en la
Argentina, una edición de Plus Ultra en dos tomos que conformaban
una especie de el Gordo y el Flaco del mundo de los libros. El primer
tomo, en color azul, era delgado, mientras que el segundo, en color
amarillo, redondeaba las 500 páginas. Leer ese libro a los 20 años,
en un país gobernado por un estulto general de Remonta, fue una
revelación.
Por primera vez la historia
argentina, las luchas políticas y militares que surcieron a sablazos
y lanzazos la Patria Vieja, la riqueza ostentosa del Centenario, los
hombres de pañuelo al cuello de don Hipólito y esos obreros
peronistas que seguían llenando las plazas y las urnas, compartían
la calidad que Francisco de Quevedo había hallado en el Amor
Constante: “Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas
polvo enamorado”.
Esos espectros imponentes y heroicos,
esos huesos blanqueados en los campos de batalla de todo el
continente eran polvo enamorado que impregnaba de sentido el presente
e iluminaba con luz trémula, pero brillante los días por venir.
Devoré al Gordo y al Flaco en
semanas y me convertí en un predicador de sus certezas y visiones.
Una legión de amigos y amigas de aquellos años contribuyeron, por
mi insistencia, a convertir el libro en un “best seller” juvenil.
Conocí a su autor, Jorge Abelardo
Ramos, un año después, en plena agitación de la CGT de los
Argentinos. Acababa de llegar de un viaje a España y una visita a
varios países latinoamericanos. Era entonces un hombre de 47 años,
con el cabello aún más ígneo que el que lucía en la década del
80, cuando ya comenzaba a encanecer. Su conferencia de hora y media,
en el Sindicato de Obreros Navales, terminó por deslumbrarme por
completo. Su voz, sus gestos de tribuno, el uso irónico de adjetivos
y adverbios, la capacidad epigramática de describir personajes y
situaciones y un indoblegable optimismo sobre los históricos
acontecimientos políticos y sociales cuyas vísperas estábamos
viviendo, tuvieron, tanto en mi razón como en mis sentimientos un
efecto que aún hoy, a 20 años del fallecimiento de ese hombre
talentoso, soberbio y seguro de sí mismo, ejerce su influencia en
mis convicciones políticas, literarias y estéticas.
Comprender al peronismo y a
Latinoamérica
Creo que el principal aporte de Ramos
al pensamiento argentino, y que fue la causa del impacto que tuvo
sobre aquella juventud de los años '60 fue su comprensión del
principal y excluyente tema de nuestra política: el peronismo. La
explicación de cómo y por qué los trabajadores argentinos se
encolumnaron detrás de un coronel y desarrollaron juntos un gran
movimiento cuya tarea histórica fue la creación de un capitalismo
autárquico e independiente, en un país soberano, con justicia
social y proyección continental. El uso libre y creativo que Ramos
hizo del instrumental marxista aplicado a un país semicolonial y su
permanente vigilancia para no caer en el lecho de Procusto del
marxismo extranjerizante, permitió que ese gran movimiento, el más
importante y trascendental que ha generado el pueblo argentino,
pudiese ser incorporado al análisis teórico político, sin caer en
las categorías lombrosianas y descalificatorias con que la
inteligencia académica argentina pretendía reducirlo a un fenómeno
patológico.
En 1806, las tropas napoleónicas
ocupaban el territorio alemán, dividido en una miríada de
miserables principados, ducados y baronías, impotentes y con una
población empobrecida y sin horizonte. Mientras Francia ponía en
marcha su revolución burguesa y el Reino Unido se lanzaba ya a una
industrialización fundada en el saqueo colonial, el antiguo imperio
Romano Germánico dormía una bucólica siesta agraria, sus
sembradíos eran hollados por tropas extranjeras y su sórdida
aristocracia cazaba ciervos y acosaba rubias doncellas campesinas. En
ese momento, un humilde e inteligente hijo de la Sajonia, en el
límite oriental de la tierra tudesca, Johann Gottlieb Fichte,
publicaba sus célebres “Discursos a la Nación Alemana”. Con
los instrumentos ideológicos de su época propuso a sus
contemporáneos la creación de un estado nacional para los alemanes.
Apeló a los sentimientos patrióticos de sus contemporáneos e
intentó movilizar a su pueblo para poder irrumpir en la historia
moderna. Y cuando se inició la guerra de liberación del yugo
francés, no vaciló en unirse a la milicia para sostener con la
bayoneta lo afirmado con la pluma. Pasarían, no obstante, más de
cincuenta años, hasta que el privilegio aristocrático y el
miserable aislamiento de los príncipes fuese aplastado con puño de
hierro por Bismarck.
Hace cuarenta y tres años, Historia
de la Nación Latinoamericana de Jorge Abelardo Ramos propuso a sus
contemporáneos -los jóvenes que en aquella época nos iniciábamos
en la lucha política- la reconstrucción de un gran estado
continental, apelando a la historia de nuestra emancipación y al
imperativo que exigía, ya entonces, el futuro.
Como Fichte, Ramos no pudo ver la
victoria de su llamamiento. El nuevo siglo, nuevos y extraordinarios
dirigentes políticos, nuevas generaciones han comenzado a reconocer
el mandato.
Y cuando volvemos a vivir tiempos
históricos, en los que el pueblo reasume su soberanía y la ejerce,
Jorge Abelardo Ramos ha encontrado, desde sus libros y artículos, a
la nueva juventud que ha retomado el mandato de independencia,
dignidad y unidad latinoamericana. Su prosa, su verbo y su estilo,
filosos como sables, siguen dando combate.
Publicado en Miradas al Sur.
Buenos Aires, 5 de octubre de 2014
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