15 de febrero de 2021

Reflexiones sobre “la traición” de Carlos Menem

 Mientras la aristocracia financiera hacía las leyes, regenteaba la administración del Estado, disponía de todos los poderes públicos organizados y dominaba a la opinión mediante la fuerza de los hechos, y mediante la prensa, se repetía en todas las esferas, desde la corte hasta el cafetín de mala nota la misma prostitución, el mismo fraude descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de riqueza ajena ya creada. Y señaladamente en la cumbres de la sociedad burguesa salía a la superficie el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía; desenfreno en el cual, por ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en el que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, tanto en sus métodos de adquisición, como en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpen proletariado en las cumbres de la sociedad burguesa.

Carlos Marx, Las luchas de clases en Francia, 1850



La muerte de Carlos Menem, a los 90 años de edad, ha enterrado, sin pena ni gloria, ese desalentador período que el pueblo argentino cerró, en lo político, en las históricas movilizaciones del 19 y 20 de diciembre del 2001. La cita que encabeza esta nota está puesta no tanto por el principio de autoridad que pudiera emanar de su autor, sino porque, como ninguna otra que haya encontrado, describe con mayor precisión el clima político, económico, cultural y moral que prevaleció en Argentina durante el decenio en el que Carlos Menem presidió la República.

En realidad, aquellas jornadas del principios del nuevo siglo pusieron fin a un ciclo de 25 años iniciado el 24 de marzo de 1976, que, que a su vez, había sido una continuación ampliada de la contrarrevolución del 16 de septiembre de 1955. Cuarenta y seis años se necesitaron para que la Argentina erigida entre 1943 y 1955 fuese sistemática y rigurosamente desmantelada.

La energía anticolonial surgida al finalizar la guerra había llegado a su agotamiento y ya poco y nada quedaba de aquellos movimientos que habían dado lugar a la Indonesia de Sukarno, al panislamismo de Gammal Abdel Nasser o al panafricanismo de Lumumba, Kwame Nkrumah y Jomo Kenyatta. Para 1989, todos los movimientos nacionales latinoamericanos, previos o posteriores a la Segunda Guerra Mundial, habían claudicado. Tanto el viejo APRA, creado en los años 20 por Haya de la Torre, como el PRI, heredero de la revolución mexicana, como el MNR boliviano o la Acción Democrática venezolana, se habían sometido y expresaban en sus políticas de gobierno la supremacía del capital financiero en el centro del imperialismo y el neoliberalismo friedmaniano como su expresión intelectual. Todos esos intentos de construir nacionalmente alguna forma de capitalismo autónomo, encabezados por las clases medias agrarias, en algún caso, y urbanas universitarias, en otros, habían sucumbido y los embriones de burguesías nacionales que se expresaban en su seno habían decidido convertirse en correas de transmisión del interés imperialista. En ninguno de esos casos se trataba de una traición individual o de un grupo de individuos a inamovibles y sagrados principios o a imprecisos mandatos populares. Se trataba de una transformación molecular de cada una de esas sociedades y la paulatina integración de sus burguesías y parte de sus sectores populares al orden imperialista.

El mundo en 1989

En 1989, es elegido presidente Carlos Menem, al ganarle las elecciones a Eduardo Angeloz, un turbio gobernador radical cordobés, que en su campaña había explicitado un proyecto de corte liberal. Por su parte, Menem se había cuidado muy bien de explicitar las políticas que pondría en ejecución tras un discurso eufónico pero sin ninguna precisión. Tras el resultado electoral -donde el FREJUPO obtiene el el 47, 5 % de los votos-, se desencadena en el país la primera hiperinflación que conocimos. De la noche a la mañana la gente se encuentra con que el dinero que ha ganado ya no le alcanza para las compras más básicas y necesarias. Las mujeres dedicadas al servicio doméstico cobran sus horas trabajadas y cuando llegan a su casa esa plata ya ha perdido la mitad de su capacidad de compra. La situación que se generó en esos días fue de pánico social. El conjunto del país que vivía de un salario sintió que el piso se convertía en arena movediza o en agua y que inexorablemente se hundía en el más absoluto desamparo. Los sectores más humildes de la sociedad argentina se vieron lanzados a algo que aborrecían moralmente, algo que consideraban que no se debía hacer: el saqueo, es decir, el aprovisionamiento de comestibles a como diese lugar. La incapacidad del alfonsinismo, su ineptitud en materia económica, sus idas y venidas y el aislamiento en el que había caído caía sobre los desposeídos argentinos como un castigo bíblico.

Simultáneamente, ocurre en el mundo el hecho más importante y trascendente del siglo XX después de la Revolución Rusa: el desmoronamiento, la implosión y caída de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS). De pronto, el mundo tal como estaba conformado desde 1945, desde los acuerdos de Yalta, con el reparto de esferas de influencia, Guerra Fría, coexistencia pacífica, carrera espacial, armamentismo nucleas y balance entre dos grandes superpotencias, había desaparecido. El mundo tenía una sola superpotencia, EE.UU., y la base fáctica de la Tercera Posición -la existencia de dos campos, sobre los cuales negociar- era un recuerdo.

En esas condiciones, con un presidente que ya no es un “pato rengo”, sino un “pato sin patas”, Menem debe asumir la presidencia antes de tiempo.

Todo esto determinó el inicio del ciclo menemista. Y en esas condiciones, Carlos Menem, a poco de comenzar a gobernar y después de varios intentos fallidos, decidió abierta y decididamente jugar la carta que le proporcionaba el imperialismo y un importante y representativo sector de la burguesía nacional. Y la casi totalidad de la conducción del justicialismo, que lo había llevado al triunfo, lo acompañó en su política.

La falsa idea de la “traición”

En estos días se ha podido leer hasta el cansancio la idea de “la traición” de Menem. Estoy convencido que esta caracterización es absolutamente irrelevante para el análisis político. Se basa en el peso que la virtud de “la lealtad” tiene en el imaginario colectivo y el repudio que “la traición” genera en el mismo imaginario. Pero la política no es cuestión de virtudes morales, sino de resultados y, sobre todo, de resultados a largo plazo.

Menem fue el gobernante más nefasto del período democrático porque en 1989, gran parte de la burguesía nacional que, de una u otra manera, se sentía representada en el justicialismo y sus aliados, había perdido vitalidad y energía para enfrentar al establishment imperialista-oligárquico y la clase obrera había sido debilitada estructuralmente por las políticas de Martínez de Hoz y los desaguisados radicales. La idea de una alianza con la potencia supérstite, la apertura del país al capital financiero y un proceso de modernización de la mano de las privatizaciones y el desguace del estado se convirtió en la utopía reaccionaria que, en 1995, le permitiría volver a ganar las elecciones, ahora por el 49,94% de los votos.

En cierta medida -medida que solo podría apreciarse 12 o 13 años después- el peronismo comenzaba a vivir el mismo recorrido entrópico que habían experimentado las corrientes políticas similares en el continente. La paridad con el dólar, la entrada masiva de dólares a través de las privatizaciones -brutales y salvajes-, la aparición de la telefonía celular, la explosión de los instrumentos digitales -computadora, internet, etc.- generaron una ilusión que arrastró, no solo a una mayoría de dirigentes, sino a una mayoría del pueblo argentino que creía haber entrado en la modernidad que, hasta ese momento, se le había negado.

David Ricardo había observado, unos 150 años antes que: “La misma causa que puede acrecentar el rédito neto del país, puede al mismo tiempo hacer que la población se vuelva sobrante y deteriorar la condición del trabajador”. Solo a partir del nuevo siglo ese fenómeno comenzó a perforar la euforia que los viajes a Miami habían producido en amplios sectores, hasta entonces populares en cuanto a su definición política.

La caracterización de “traidor” a Menem hace perder toda la complejidad social de lo ocurrido en aquellos años y tranquiliza, en cierto sentido, la conciencia del observador, al convertirlo en un pecado moral individual. La realidad fue otra y ahí es donde, de alguna manera, nos salpica a todos. Durante unos quince años, la sociedad argentina, presidida por un aprendiz de brujo que ignoraba las fuerzas que pretendía manejar, se ilusionó con la posibilidad de “enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de riqueza ajena ya creada”.

La soledad que acompañó los restos de Menem, camino a la tumba, deja la sensación de que, conciente o inconcientemente, los argentinos queremos desandar esos errores que nos signaron duramente el presente y el futuro.

Buenos Aires, 15 de febrero de 2021.


5 de febrero de 2021

Ecuador: entre la dolarización y la atomización del poder político



El domingo hay elecciones presidenciales en Ecuador. Su resultado tendrá un importante efecto no solo en el país sino en el conjunto del bloque de países de Suramérica.

Ecuador es un país sobre el cual tenemos un enorme desconocimiento, tanto de su historia política, como de su realidad político-social. No vamos a intentar aquí resumir esos doscientos o trescientos años de historia, pero la balcanización que tuvo lugar a partir de la muerte de Bolívar no terminó de construir un estado al modo como Roca lo hizo en la Argentina o Guzmán Blanco en Venezuela.

El país se divide en tres zonas geográficas con muy distintas características sociales y económicas: la costa, la zona andina donde está ubicada su capital Quito y la llanura amazónica, cada una de ella con sus oligarquías locales y sus caciquismos políticos. La oligarquía costeña, vinculada al puerto de Guayaquil, ha sido siempre la que más vinculada a estado a los intereses extranjeros, tal como ocurre con todos los puertos de nuestro continente. Allí radica el sector más ferzomente enfrentado a cada uno de los gobiernos que intentaron superar ese acuerdo de las clases dominantes. Tradicionalmente la administración del poder central fue una negociación entre las tres oligarquías correspondientes a las tres regiones mencionadas. De alguna manera, la situación tiene características comunes con lo que en Brasil se llamó la República Velha (Vieja), a la que el régimen de Getulio Vargas puso fin.

A ello debe sumarse, en las últimas décadas la presencia de una importante organización político-social indígena como el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, cuyo papel ha sido intentar sumarse a la mesa de esa distribución oligárquica del poder. Inclusive la izquierda participa de ese reparto quedándose tradicionalmente con la universidad en la que discute e investiga tanto sobre la explotación del trabajo infantil en las minas alemanas en el siglo XIV, como el papel jugado por la Segunda Guerra Mundial en la incorporación de la mujer al mercado laboral inglés.

Rafael Correa pretendió disolver el poder de estas oligarquías, construir un estado por encima de ellas y sobre la totalidad del territorio nacional, recortando el poder político de las mismas, algo del poder económico, sobre todo en el área del petróleo e intentando superar el arcaico enfrentamiento entre liberales y conservadores. El final de su gobierno y el brutal cambio de bando de su sucesor, Lenin Moreno, dejó a las claras que no había logrado realizar totalmente su tarea.

Es necesario agregar que la moneda de curso legal en el Ecuador es el dólar, impuesto durante el gobierno del presidente Jamil Mahuad, con asesoramiento de nuestro conocido Domingo Cavallo. Es decir que Ecuador carece de moneda propia, no puede emitir y depende totalmente de sus exportaciones y de los créditos tanto privados como del FMI.

Los Candidatos

Es en este país donde el domingo habrá elecciones en las que se enfrentarán con posibilidades tres candidatos.

Andrés Arauz, de 35 años, es el candidato que lleva adelante el conjunto de sectores que se definen como correístas, ante la proscripción impuesta por el regimen de Moreno al expresidente, quien, por su parte, ha jugado un papel importante en la campaña electoral desde su exilio belga. Arauz es un economista con títulos en la Flacso, en la Universidad Autónoma de México y, esto es muy importante para su imagen en el país, en la Universidad de Michigan. Fue ministro coordinador de Conocimiento y Talento Humano de Correa, cualquiera hayan sido las funciones de este ministerio, en un país donde existe una clase media y media alta con títulos universitarios altamente sofisticados y carece de industria en la que poner esos conocimientos. Hoy Arauz encabeza todas las encuestas de opinión en el Ecuador

Guillermo Lasso, antiguo presidente del Banco de Guayaquil y uno de sus principales accionistas. Es un hombre que representa directa y casi exclusivamente al capital financiero, está asociado a 49 empresas offshore en paraísos fiscales y acumuló entre 1999 y 2000 una riqueza de 30 millones de dólares, según publicara Página 12 hace unos años. Fue ministro de Economía del presidente Jamil Mahuad, que terminó su gobierno arrastrado por la crisis financiera de enero del 2000. Fundó el Movimiento Creando Oportunidades (CREO) con un rejuntado de grupos y partidos liberales. Es supernumerario del Opus Dei sostenedor de la falacia de “las dos vidas” y ha sido el principal opositor al gobierno de Rafael Correa. Ya se presentó y perdió en las anteriores elecciones presidenciales y, si bien es el candidato que según las encuestas va en segundo término en la preferencia de los electores, su recalcitrante conservadorismo político y su liberalismo económico no lo hacen capaz de sumar votos para enfrentar a Arauz en una segunda vuelta.

Y ahí es donde aparece la candidatura de Yaku Sacha Pérez Guartambel, inscrito al nacer con los nombres de Carlos Ranulfo. Este abogado recibido en la Universidad Católica de Cuenca, especializado en justicia indígen y derecho ambiental, es desde hace varios años miembro de Pachakutik y la CONAIE (la organización nacional de pueblos indígenas del Ecuador), fundador de ECUARUNARI (la Confederación de Pueblos de la Nacionalidad Kichwa), la organización indígena quichua de la Sierra, que constituye la fuerza más importante dentro de la CONAIE. Es hijo de madre quichua cañari y declara dirigir una organización latinoamericana de pueblos indígenas, que en realidad es un sello inventado por él. Su figura creció como referente de la lucha antiminera en esa provincia, en defensa del agua y los páramos, convirtiéndose en referente también y muy especialmente del anticorreísmo. En los ambientes académicos que este dirigente indígena frecuenta desde siempre ha recibido el mote de “brichero”, que en la jerga estudiantil significa algo así como “levanta gringas”. Está en pareja, unido en matrimonio ancestral, con Manuela Picq, una PHD en Derecho Internacional, franco-brasileña y ecofeminista de Flacso, que encabezó una fuerte campaña contra Correa por el tema minero. Correa cometió el grave error de expulsarla del país por participar, como extranjera, en protestas, convirtiéndola, en la prensa europea, en la principal denunciante de “la dictadura de Correa”. Este Yaku Pérez pertenece al ala más vinculada a las ONG y el financiamiento de la cooperación internacional, como ocurre con buena parte de la dirigencia de Pachakutik. Fue, sorpresivamente, la apuesta ganadora dentro de Pachakutik, cuando se pensaba en Leónidas Iza, el líder de las poderosas movilizaciones de octubre del 2019 contra Moreno y gobierno. En realidad, la designación de Yaku como candidato respondió al interés de la burocracia de Pachakutik por bloquear a Iza y su línea de enfrentamiento al régimen oligárquico. Dentro del correísmo, donde hay puentes tendidos con Iza, se piensa que éste hubiera sido un mejor candidato para el desempeño electoral de Pachakutik, aunque el hecho de tener unos contornos étnicos y regionales más subrayados y la memoria de la insurrección de octubre le habrían representado un techo mucho más bajo e infranqueable.

Yaku Pérez está logrando que por primera vez un candidato propio de Pachakutik sea tenido en cuenta al momento de considerar escenarios de ballotage. De hecho, su campaña polariza ahora con Lasso, para ver si logra entrar en la segunda vuelta. Por esta razón y en clara evidencia del oportunismo que caracteriza su política se mostró a favor de la independencia del Banco Central, de la derogación del Impuesto a la Salida de Divisas y está abierto a considerar un TLC con Estados Unidos, eso sí, “si es bueno para el Ecuador”.

Para el correísmo es muy importante ganar en la primera vuelta. Tal como ocurrió en nuestro país, la posibilidad de que los votos que resisten a una vuelta de Rafael Correa al país y a su influencia en el gobierno puedan sumarse en un ballotaje pone en riesgo su triunfo.

En Ecuador sobreviven el sistema político creado por las oligarquías regionales y la burocracia indígena y un gobierno de Arauz sería, en el mejor de los casos, una transición para futuros cambios en un país, atomizado, dolarizado y sometido de manera sistemática a la alianza de los sectores exportadores y el capital financiero. Lo que sigue siendo una duda que circula con voz en sordina es sí ese régimen aceptará los resultados de las urnas o apelará, como lo hicieran en Bolivia, al recurso de la OEA y su servicial secretario general Luis Almagro.

Para la Argentina y el proyecto histórico del movimiento nacional respecto a la integración regional, Arauz es el candidato que más expectativas genera y así lo ha hecho evidenciar el gobierno de Alberto Fernández.

El domingo se juega, nuevamente, una baza importante para el conjunto suramericano.

Buenos Aires, 5 de febrero de 2020

2 de febrero de 2021

El “Gran Juego” en el Mar Índico



Posiblemente el recuerdo más remoto que mi generación pueda tener sobre Birmania son las dolorosas imágenes en blanco y negro de El Arpa Birmana, la magistral película de Kon Ichikawa, que hablaba de la profunda crisis que significó para el alma japonesa la derrota sufrida en la Segunda Guerra Mundial. El soldado Mizushima, cuya función es tocar el “saung” o arpa birmana en la banda de su regimiento, convertido en un aspirante a monje, se propone la tarea de enterrar a todos los soldados japoneses caídos en suelo birmano, antes de volver al Japón, para cerrar, de alguna manera, la herida abierta por la derrota. Pero muy poco, si algo, sabemos de Birmania, que ha pasado a llamarse Myanmar u, oficialmente, Unión de Myanmar.

En ese país de 50 millones de habitantes, donde conviven, a veces en armonía, muchas veces en discordia, desde hace milenios distintos grupos étnicos y lingüísticos, aterrizó hace casi cuatro años, nuestro compatriota, el Papa Francisco.

Pero, ¿qué es Myanmar?

Poco después que las tropas japonesas se rindieran ante los ingleses, que eran los ocupantes coloniales de Birmania, el Imperio Británico debió conceder la independencia.

En 1612, con la presencia de la Compañía Británica de las Indias Orientales -la empresa saqueadora de las riquezas del Extremo Oriente-, los británicos reemplazaron a los portugueses en el control comercial de la región, donde se mantuvieron bajo distintas formas hasta 1948. En el interín, separaron la antigua provincia de Arakán, en la costa occidental de Birmania y la unieron a su colonia de Bengala Oriental, fomentando el traslado de bengalíes musulmanes como trabajadores semiesclavos en la agricultura colonial de esa provincia. Aquí nace uno de los problemas que hoy se vive en una región del país.

Las distintas etnias birmanas, a diferencia de los bengalíes, han sido tradicionalmente budistas de la rama llamada Theravada, que concede una gran importancia a la vida monástica. Según algunas tradiciones budistas de Myanmar, ya en el siglo III a.c. el Gautama fue visitado por dos comerciantes de Okkala, el antiguo nombre de Rangún, la vieja capital donde aterrizó Francisco en su visita. Siguiendo las fuentes birmanas, en Myanmar hay más de 400.000 monjes y 75.000 monjas, 6.000 viharas (escuelas) e innumerables pagodas. Alrededor de 1.000 viharas sirven como instituciones educativas para la comunidad monástica. Algunos de los monasterios más grandes cuentan con más de 1.000 monjes que estudian las escrituras budistas y realizan prácticas de meditación. Más del 80 % de la población de Myanmar es budista.

En estos trasplantes poblacionales llevados a cabo por los británicos radica, como decíamos, uno de los principales conflictos étnicos que vive el país desde hace ya más de una década: el de la minoría Rohingja que habita, justamente, la antigua provincia de Arakán, hoy llamada Rakáin. Se trata de más de 600.000 personas descendientes de los bengalíes sunnitas traídos por los ingleses de la actual Bangladesh, la antigua Bengala Oriental, enfrentados con el gobierno central desde el inicio mismo de la vida independiente. Las tendencias separatistas son muy grandes en todo el país y las potencias occidentales, especialmente los EE.UU. se han montado sobre ellas para debilitar la constitución de la nación myanmariana. Detrás del enfrentamiento religioso -recuérdese que el budismo no es en sentido estricto una religión- se mueven los grandes intereses occidentales sobre un país rico en petróleo y gas y de una decisiva ubicación geográfica, con fronteras con China y el Sudeste Asiático.

El proceso independentista, que como dijimos se inicia en 1948, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, estuvo caracterizado por una retórica socialista y de emancipación nacional y, en la actualidad, las principales empresas son estatales, en un estado donde la presencia del ejército es decisiva desde hace décadas.

El golpe de Estado militar

Este es el país en el que el ejército, protagonista decisivo de la independencia del país y, en largos períodos titular del poder político, ha dado un golpe de Estado y ha detenido al presidente y a Aung San Suu Kyi, hija del líder de la Independencia y verdadero poder detrás del presidente. Los argumentos del golpe han sido un supuesto fraude electoral en las recientes elecciones que dieron un gran triunfo al partido de Suu Kyi.

El golpe se produce con el trasfondo de la persecusión que sufre la minoría rohingja, la política de China de la Ruta de la Seda y la construcción, con ayuda china, de un gran puerto sobre el mar Índico. Contrariamente a lo ocurrido con el golpe de Estado llevado a cabo contra Evo Morales en nuestra vecina Bolivia, que fue ocultado sistemáticamente por los gobiernos y los medios norteamericanos y europeos, el golpe en Myanmar ha tenido una enorme resonancia y repudio. Eso y no otra cosa nos lleva a pensar que deben existir poderosos intereses occidentales interesados también en todo este batifondo. No vamos, obviamente, a justificar la persecusión y segregación que sufre la minoría rohingja, peo tampoco podemos ignorar el uso que la CIA y los servicios ingleses y franceses han hecho tradicionalmente de estos conflictos, generados por el colonialismo, para dividir estados nacionales débiles y balcanizarlos para su propio interés.

China, que se ha convertido en la principal potencia de la región, no ha condenado al gobierno y ha expresado su deseo de que “las partes puedan resolver sus diferencias dentro del marco de la Constitución y la ley, salvaguardando la estabilidad política y social”. Lo que menos quiere Beijing es un conflicto racial

En su viaje a Myanmar Francisco convocó a la concordia y el entendimiento. Pareciera que la Guerra Fría ha sido reemplazada por el “Great Game” entre potencias que caracterizó el final del siglo XIX y el principio del siglo XX.

Buenos Aires, 2 de febrero de 2020

La Sputnik V y la Pfizer


Dice el amigo Bruno Sgarzini, desde Venezuela: “Pfizer y Estados Unidos llegan tarde con su vacuna porque su industria farmacéutica es para ganar dinero. El desarrollo de su conocimiento depende de la bolsa, no de la salud ni la reputación de EEUU. Para Rusia, la Sputnik V es un asunto geopolítico, de Estado, no de dinero”. 

Aunque parezca traído de los pelos, la diferencia en los criterios de distribución y venta internacional de la vacuna Sputnik V y la de Pfizer tiene que ver con el hecho de que, en 1917, ocurrió en el viejo Imperio Ruso una revolución obrera socialista. Pese a las deformaciones burocráticas que, por diversas razones que no vienen al caso, sufrió la gran Revolución de Octubre, la URSS nunca estableció con los países que componían el Pacto de Varsovia una relación de imperialismo económico, al modo como los países capitalistas impusieron con su periferia semicolonial.

La relación era brutal, muchas veces despótica, pero se basaba exclusivamente en una imposición política y, en el peor de los casos, militar, que es, al fin y al cabo, una forma de la política. "La guerra es la política por otros medios", explicó Clausevitz. No había ni exportación de capital, ni hegemonía del capital financiero. A punto tal que, cuando el centro político del sistema se desmorona, el conjunto del "imperio" soviético se desarmó como un castillo de naipes.

En la “restauración” del capitalismo en Rusia, después de la disolución de la URSS, el Estado ha jugado un papel central, limitando y hasta persiguiendo y haciendo desaparecer, en parte, a las mafias que intentaron convertirse en una especie de “lumpenburguesía” dominante. Y, así como durante la existencia de la URSS, la cuestión de la carrera espacial estaba determinada no por un afán de rentabilidad capitalista, la política exterior de Rusia se basa, como observa Sgarzini, en un afán de prestigio geopolítico, de relaciones políticas no basadas en el interés compuesto, ni en la sujeción económica de las economías de la periferia, ni en la tasa de ganancia de la empresa estatal.

De alguna manera, y sin idealizar, detrás de la política exterior de Rusia sobrevive la Insurrección de Petrogrado.

Buenos Aires, 2 de febrero de 2020