Han aparecido, en estos días, notorios gorilas neoliberales y hasta una vieja grabación del ministro de Interior de Menem, Carlos Vladimiro Corach, pretendiendo negar el carácter nacional y emancipador de la Batalla de Obligado y de la Guerra del Paraná. Para ello desempolvan, sin entender, los libros y artículos del anciano Juan Bautista Alberdi –el mejor Alberdi, el Alberdi enemigo de Mitre– y, algunos, incluso citan a Jorge Abelardo Ramos, para argumentar que la libre navegación de nuestros ríos por potencias extranjeras era una reivindicación federalista y que la férrea oposición de Rosas a las naves francesas e inglesas no fue otra cosa que la manifestación del interés porteño en mantener la administración y el provecho del puerto de Buenos Aires.
Esto ya lo vio Pablo de Tarso cuando escribió en su Segunda carta a los vecinos de Corinto: “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Siendo esto así, no es mucho que también sus ministros se disfracen de ministros de la justicia”.
Como dijo Jack, vayamos por partes. Efectivamente, Juan Manuel de Rosas expresaba el interés de los ganaderos bonaerenses y sus saladeros, en la época la única industria de exportación. Pero démosle paso a Jorge Abelardo Ramos:
“Los tres sectores de la economía argentina
¿Cuáles eran los sectores fundamentales del país cuando Rosas llegó al poder? Tenemos en primer lugar a las provincias mediterráneas: su debilidad económica era incontestable. En cuanto a las provincias litorales, su producción ganadera era similar a la de la pampa bonaerense; pero les faltaba el puerto y la aduana, y tendían en consecuencia, a una política de compromiso crónico con los ricos librecambistas porteños. No quedaba sino el frente de Buenos Aires, y dentro de él, sus dos fuerzas fundamentales, los ganaderos de la provincia y los comerciantes e importadores de la ciudad.
Rosas tomó el poder en nombre de los ganaderos y creó un equilibrio que, por inestable que fuese, duró casi veinte años. Para mantenerse en él debió doblegar la resistencia de la burguesía comercial porteña. Le permitió que ganara dinero, aunque le quitó toda participación política en los asuntos públicos. Subvencionó a los caudillos, los enfrentó entre sí, los corrompió, o los aniquiló en una paciente labor de décadas. Para su clase conservó el control de la Aduana, patrimonio de todos los argentinos. En esto último coincidía con los unitarios y la burguesía comercial porteña.
Al mismo tiempo, el sistema político de Rosas se veía obligado a defender en escala nacional al conjunto de la Confederación, frente a las amenazas y bloqueos organizados por las potencias europeas colonialistas, en alianza con la emigración unitaria. Las tentativas de Florencio Varela ante las cortes europeas para obtener el reconocimiento de un nuevo Estado que estaría formado por Entre Ríos y Corrientes, simbolizaron la sistemática política unitaria de balcanizar el viejo territorio argentino. A falta de una burguesía industrial con visión nacional de nuestros problemas, los ganaderos ocuparon ese lugar dominante y su jefe los defendió, primero a ellos, luego a su provincia y en último análisis al país. Rosas encarnó un nacionalismo defensivo, restringido, bonaerense, insuficiente sin duda, pero el único posible para la clase estanciera bonaerense.
No caeremos en la simpleza de explicar la política y la personalidad de Rosas apelando únicamente a sus fundamentos económicos de clase. En la vida política de Rosas, en sus actitudes de altivez o desprecio por las intrigas del capital extranjero y sus lacayos unitarios, se encierra parte del espíritu nacional, que los ganaderos del siglo pasado encarnaban en alto grado. Este «espíritu», del mismo modo que las «ideas», actúa como un factor derivado pero independiente en el proceso histórico del que es, en muchas ocasiones, agente activo y fundamental. Dicho «nacionalismo bonaerense» defensivo reconoce diversas causas: propiedad de los medios de producción, tradición española, vinculación estrecha a la pampa, relación con el extranjero en condición de socio menor, no de mero instrumento”.
Su ley de Aduanas de 1835 mereció el siguiente elogio nada menos que de Juan Álvarez, aquel anciano ministro de la Corte Suprema que las señoras de la Plaza San Martín, don Antonio Santamarina, Victorio Codovila y Spruille Braden querían elevar a presidente provisional en 1945:
“Rosas comprendió que no era posible limitar a los estancieros la protección oficial y en su mensaje de 1835 hizo público que la nueva Ley de Aduana tenía por objeto amparar la agricultura y la industria fabril, porque la clase media del país, por falta de capitales no podía dedicarse a la ganadería, en tanto que la concurrencia del producto extranjero le cerraba los restantes caminos.
Coinciden a esta política los aplausos de las provincias del interior cuyos gobiernos volvieron a confiar al de Buenos Aires, la dirección de la guerra y las relaciones exteriores de la Confederación, conservando para sí las aduanas mediterráneas, garantía del ultraproteccionismo local. Conservóse de tal modo un mercado interno para los vinos, los aguardientes, los tejidos y los cueros manufacturados por las fábricas criollas”.
Completa Ramos su visión sobre Rosas y su política:
“Los ganaderos de Buenos Aires eran el sector económicamente más fuerte del Río de la Plata, pero su fuente de ganancias se encontraba en el mercado exterior; su visión de los problemas nacionales no iba más allá del Arroyo del Medio. Por eso fue que su político más agudo dictó la Ley de Aduanas para neutralizar a las provincias interiores, pero le hubiera resultado inconcebible volcar los recursos aduaneros a fin de echar las bases de la era maquinista capaz de transformar al país”.
Es cierto que esa mirada centrada en la pampa húmeda, sus vacas y el puerto era discutida por las provincias, sobre todo del litoral. El ingreso del puerto era administrado por el gobernador de Buenos Aires e impedía que su nacionalización generase las condiciones para una organización nacional sin recelos provincianos ni mezquindad porteña. Pero también es cierto que esa contradicción, social, económica y política, entre el puerto y las provincias era la condición sobre la que se montaba el interés británico y su política de balcanización de la Confederación, para garantizar el libre ingreso de su quincallería.
Como testimoniaba el marino inglés Lauchlan B. Mackinnon en su La Escuadra Anglo-Francesa en el Río de la Plata 1846, un agente británico escribía al Foreign Office: “El reconocimiento del Paraguay; conjuntamente con el posible reconocimiento de Corrientes y Entre Ríos, y su erección en estados independientes aseguraría la navegación del Paraná y del Uruguay. Podría así evitarse la dificultad de insistir sobre la libre navegación que nosotros hemos rechazado en el caso del río San Lorenzo”.
El historiador norteamericano John Frank Cady, fallecido en 1996 y uno de los mayores especialistas en el estudio de las intervenciones inglesas y francesas en el sudeste asiático, y que publicara en 1929 su libro La intervención extranjera en el Río de lo Plata, afirma sobre el intento anglo francés de 1845: “la tentativa resultó un fracaso desde el punto de vista comercial, pues muchos de los barcos regresaron con sus cargamentos completos. La consecuencia más importante fue exaltar el patriotismo del pueblo argentino hasta un grado sin precedentes”.
Como después lo reconocería el Libertador José de San Martín, la batalla de la Vuelta de Obligado del 20 de noviembre de 1845 fue solo comparable a la campaña de la Independencia.
Que no vengan estos entregadores contemporáneos de nuestra soberanía nacional a montarse sobre los justos reclamos federalistas para intentar someternos al extranjero y, sobre todo, rebalcanizar nuestro territorio. Solo la patota unitaria de Montevideo, los hijos privilegiados de la burguesía comercial porteña, celebró la intervención extranjera. El conjunto del país criollo, el que aportó sus hijos a la campaña sanmartiniana, repudió y obligó a marcharse al invasor europeo.
Celebremos sin complejos este nuevo Día de la Soberanía para juntar fuerzas para la nueva lucha por esa misma soberanía que está frente a nosotros.
Buenos Aires, 20 de noviembre de 2024