Sería el año 1999 o 2000. Era antes del estallido popular del 2001. La política era somnífera. Gobernaba lánguidamente la Argentina un presidente artereosclerótico, con el mismo ministro de economía de los 10 años anteriores. La oposición era expresada por Eduardo Duhalde, gobernador de la Provincia de Buenos Aires y su economista Remes Lenicov. En el horizonte no se veía ninguna salida al triste y opaco escenario.
Un año antes, el amigo Néstor Gorojovsky había creado una lista de discusión por mail. Se llamaba Reconquista Popular. Para los millenials, las listas de discusión por mail ocupaban el lugar que hoy tienen los grupos de Whatsapp o las redes sociales. Alguien creaba una lista de discusión sobre un tema específico. La lista estaba alojada en un servidor de correo que gestionaba la distribución de mensajes. Había un administrador de la lista (o "moderador") que era el encargado de configurar la lista, añadir o eliminar suscriptores, y en algunos casos, aprobar los mensajes antes de que se distribuyeran a toda la lista. A través de este mecanismo se intercambiaba información o se enviaban reflexiones y puntos de vista que podían ser contestados por cualquier miembro de la lista. De esa manera se armaban muy interesante discusiones que no tenían el límite de palabras que hoy tienen las redes. Muchos artículos que publiqué en aquellos años tenían como origen las discusiones en la Lista Reconquista Popular, que tenía suscriptores en Argentina, en varias ciudades de América Latina y en Nueva York, Los Ángeles, Londres y Hong Kong. La lista fue un oasis en el medio de la sequedad intelectual y política de esos años.
En 1999 había asumido como presidente de la República de Venezuela Hugo Chávez Frías, quien en 1993, a poco de salir de la prisión por el intento de insurrección del año anterior, había visitado nuestro local en la calle Salta y Chile y nos había hablado durante una hora larga sobre su propuesta política latinoamericana. La marcha del gobierno de Chávez era permanente motivo de discusión en la lista.
Posiblemente en algún momento del 2001 se une a la lista una muchacha venezolana, en sus treinta y algo años. Decía ser hija de un profesor de economía de la Universidad Central de Venezuela, que había sido criada entre Caracas y Miami, ya que en la Cuarta República los profesores universitarios gozaban de un alto status. Había contado que se había ido a vivir a Barcelona, con su marido -un artista plástico- y que tenía una pequeña hija. Que había vuelto de visita a su país y que la aparición del chavismo la había entusiasmado tanto que habían abandonado su tranquila residencia catalana y se había vuelto a su patria. Dijo llamarse Carola Chávez, confesó no tener mucha, si alguna, experiencia política anterior, que por primera vez en su vida le había aparecido ese deseo de comprometerse y actuar y participar de eso que había puesto de pie a su gente y que producía una reacción alérgica a muchos de sus antiguos amigos y amigas.
Poco a poco, Carola comenzó a saber quién era o había sido Juan Domingo Perón, descubrió lo que había significado y aún significaba para el pueblo llano de la Argentina, se enteró de las cosas que había escrito un tipo para ella totalmente desconocido, Arturo Jauretche o Scalabrini Ortiz. Le hablamos de Jorge Abelardo Ramos y de Jorge Enea Spilimbergo y le hicimos conocer sus escritos. Aquella Carola tenía algo muy particular: un extraordinario, intuitivo y espontáneo modo de escribir y describir a su gente, a los que pertenecían a su mismo sector social, a esos que el Comandante Chávez, en un discurso público, caracterizó para siempre como “escuálidos”.
Con Carola Chávez tuvimos una corresponsalía directa del llamado “carmonazo”, el golpe de estado militar que desalojó por unos días al presidente Chávez de su cargo. Y de primera mano nos contaba sobre el retorno del comandante a Miraflores y, sobre todo, de las reacciones, expresiones e impresiones de los escuálidos.
Y nos contó que se había ido a vivir con su chamo artista y la chamita a la Isla Margarita, al estado llamado, con una alta dosis de clasicismo, Nueva Esparta. Sus escritos comenzaron a llegar a la prensa de Caracas, su nombre comenzó a ser conocido entre los sectores politizados, hasta que un día, para su infinita sorpresa, el mismísimo comandante la llamó para pedirle que fuese ella la que lo acompañase en su campaña electoral para contar todo lo que pasara, con esa chispa y esas “vainas” que ella usaba en sus publicaciones. Y Carola, que nunca había abandonado la cocina de su casa para hacer política, se encontró en el centro mismo del chavismo y con el prestigio de una especie de rockstar. Ahora, nos contaba, se codeaba con ministros que la saludaban con respeto y, algunos hasta con envidia.
Y ahí estaba Carola, la venezolana que sabía quién había sido Arturo Jauretche, que entendía que era el peronismo, cómo había interpretado la historia latinoamericana Jorge Abelardo Ramos y por qué Hugo Chávez Frías saluda marcialmente al busto de Juan Domingo Perón en el salón de los bustos presidenciales, cada vez que entraba a la Casa Rosada. Y, aunque parezca mentira, no eran muchos los chavistas que entendían ese gesto. Aún pesaba, y quizás aún pesa, en parte de la intelligentzia venezolana la vieja idea del carácter fascista del peronismo.
Han pasado los años. Lejos quedaron las listas de discusión por mail. Ya van 20 años desde aquella cumbre americana en Mar del Plata, cuando, entre la astucia de Néstor Kirchner y la torrencial palabra de Hugo Chávez, embarullaron a George W. Bush.
Y Carola sigue creciendo, junto con su amistad con la Argentina. Hoy puede exhibir el triunfo del chavismo en su Isla Margarita, en esa Nueva Esparta, de pelícanos y playas doradas, después de haber sido derrotado en 2021.
Cuando en estas tierras del sur vuelvan a flamear las banderas de Bolívar y San Martín, de Perón y de Chávez, la querida Carola nos volverá a visitar y nos volverá a regalar su sonrisa y su cariño.
29 de mayo de 2025.