29 de mayo de 2025

Carola Chávez

 Sería el año 1999 o 2000. Era antes del estallido popular del 2001. La política era somnífera. Gobernaba lánguidamente la Argentina un presidente artereosclerótico, con el mismo ministro de economía de los 10 años anteriores. La oposición era expresada por Eduardo Duhalde, gobernador de la Provincia de Buenos Aires y su economista Remes Lenicov. En el horizonte no se veía ninguna salida al triste y opaco escenario.

Un año antes, el amigo Néstor Gorojovsky había creado una lista de discusión por mail. Se llamaba Reconquista Popular. Para los millenials, las listas de discusión por mail ocupaban el lugar que hoy tienen los grupos de Whatsapp o las redes sociales. Alguien creaba una lista de discusión sobre un tema específico. La lista estaba alojada en un servidor de correo que gestionaba la distribución de mensajes. Había un administrador de la lista (o "moderador") que era el encargado de configurar la lista, añadir o eliminar suscriptores, y en algunos casos, aprobar los mensajes antes de que se distribuyeran a toda la lista. A través de este mecanismo se intercambiaba información o se enviaban reflexiones y puntos de vista que podían ser contestados por cualquier miembro de la lista. De esa manera se armaban muy interesante discusiones que no tenían el límite de palabras que hoy tienen las redes. Muchos artículos que publiqué en aquellos años tenían como origen las discusiones en la Lista Reconquista Popular, que tenía suscriptores en Argentina, en varias ciudades de América Latina y en Nueva York, Los Ángeles, Londres y Hong Kong. La lista fue un oasis en el medio de la sequedad intelectual y política de esos años.

En 1999 había asumido como presidente de la República de Venezuela Hugo Chávez Frías, quien en 1993, a poco de salir de la prisión por el intento de insurrección del año anterior, había visitado nuestro local en la calle Salta y Chile y nos había hablado durante una hora larga sobre su propuesta política latinoamericana. La marcha del gobierno de Chávez era permanente motivo de discusión en la lista.

Posiblemente en algún momento del 2001 se une a la lista una muchacha venezolana, en sus treinta y algo años. Decía ser hija de un profesor de economía de la Universidad Central de Venezuela, que había sido criada entre Caracas y Miami, ya que en la Cuarta República los profesores universitarios gozaban de un alto status. Había contado que se había ido a vivir a Barcelona, con su marido -un artista plástico- y que tenía una pequeña hija. Que había vuelto de visita a su país y que la aparición del chavismo la había entusiasmado tanto que habían abandonado su tranquila residencia catalana y se había vuelto a su patria. Dijo llamarse Carola Chávez, confesó no tener mucha, si alguna, experiencia política anterior, que por primera vez en su vida le había aparecido ese deseo de comprometerse y actuar y participar de eso que había puesto de pie a su gente y que producía una reacción alérgica a muchos de sus antiguos amigos y amigas.

Poco a poco, Carola comenzó a saber quién era o había sido Juan Domingo Perón, descubrió lo que había significado y aún significaba para el pueblo llano de la Argentina, se enteró de las cosas que había escrito un tipo para ella totalmente desconocido, Arturo Jauretche o Scalabrini Ortiz. Le hablamos de Jorge Abelardo Ramos y de Jorge Enea Spilimbergo y le hicimos conocer sus escritos. Aquella Carola tenía algo muy particular: un extraordinario, intuitivo y espontáneo modo de escribir y describir a su gente, a los que pertenecían a su mismo sector social, a esos que el Comandante Chávez, en un discurso público, caracterizó para siempre como “escuálidos”.

Con Carola Chávez tuvimos una corresponsalía directa del llamado “carmonazo”, el golpe de estado militar que desalojó por unos días al presidente Chávez de su cargo. Y de primera mano nos contaba sobre el retorno del comandante a Miraflores y, sobre todo, de las reacciones, expresiones e impresiones de los escuálidos.

Y nos contó que se había ido a vivir con su chamo artista y la chamita a la Isla Margarita, al estado llamado, con una alta dosis de clasicismo, Nueva Esparta. Sus escritos comenzaron a llegar a la prensa de Caracas, su nombre comenzó a ser conocido entre los sectores politizados, hasta que un día, para su infinita sorpresa, el mismísimo comandante la llamó para pedirle que fuese ella la que lo acompañase en su campaña electoral para contar todo lo que pasara, con esa chispa y esas “vainas” que ella usaba en sus publicaciones. Y Carola, que nunca había abandonado la cocina de su casa para hacer política, se encontró en el centro mismo del chavismo y con el prestigio de una especie de rockstar. Ahora, nos contaba, se codeaba con ministros que la saludaban con respeto y, algunos hasta con envidia.


Y ahí estaba Carola, la venezolana que sabía quién había sido Arturo Jauretche, que entendía que era el peronismo, cómo había interpretado la historia latinoamericana Jorge Abelardo Ramos y por qué Hugo Chávez Frías saluda marcialmente al busto de Juan Domingo Perón en el salón de los bustos presidenciales, cada vez que entraba a la Casa Rosada. Y, aunque parezca mentira, no eran muchos los chavistas que entendían ese gesto. Aún pesaba, y quizás aún pesa, en parte de la intelligentzia venezolana la vieja idea del carácter fascista del peronismo.

Han pasado los años. Lejos quedaron las listas de discusión por mail. Ya van 20 años desde aquella cumbre americana en Mar del Plata, cuando, entre la astucia de Néstor Kirchner y la torrencial palabra de Hugo Chávez, embarullaron a George W. Bush.

Y Carola sigue creciendo, junto con su amistad con la Argentina. Hoy puede exhibir el triunfo del chavismo en su Isla Margarita, en esa Nueva Esparta, de pelícanos y playas doradas, después de haber sido derrotado en 2021.

Cuando en estas tierras del sur vuelvan a flamear las banderas de Bolívar y San Martín, de Perón y de Chávez, la querida Carola nos volverá a visitar y nos volverá a regalar su sonrisa y su cariño.

29 de mayo de 2025.

17 de abril de 2025

Deng Tsiao Ping y Donald Trump

Así pues, el siglo XX marca el punto de inflexión entre el viejo capitalismo y el nuevo, entre la dominación del capital en general y la dominación del capital financiero.

El imperialismo, etapa superior del capitalismo, Lenin


En 1978, en una reunión plenaria del XI Congreso del Comité Central del Partido Comunista de China un completo desconocido para el gran público occidental se convertía en el político más poderoso de su país: Deng Xiao Ping. Tenía 77 años de edad y una vida dedicada a la lucha del Partido Comunista Chino, desde los 16 años, cuando se acercó a las células de la organización en Francia.

Casi treinta años habían pasado desde que Mao Tse Tung proclamara en Beijing el nacimiento de la República Popular China. A lo largo de esos años el Partido Comunista Chino había logrado ejercer su predominio en todo el dilatado territorio de su país, a excepción de la pequeña Ilha Formosa, como la bautizaron los portugueses, que se convirtió en la isla de Taiwan. La China de 1978 seguía siendo un país básicamente campesino, con bolsones de enorme pobreza y un par de núcleos de cierto desarrollo industrial. Varios intentos, bajo la conducción de Mao, fracasaron, aunque hay que dejar perfectamente en claro, que el proceso revolucionario había eliminado el latifundismo agrario, así cómo las clases vinculadas a la dominación imperialista.

La política llamada “El Gran Salto Adelante” y las llamadas “comunas populares” conformaron la principal propuesta tendiente a generar una alta productividad que sacaría al pueblo chino de su atraso precapitalista.

Se prohibió la agricultura intensiva, basados en la idea de la autosuficiencia comunal. Y se intentó una industrialización basada tanto en las comunas agrarias como con las industrias costeras. Una serie de contradicciones con la URSS, posterior al XXo Congreso del PC de la Unión Soviética, condujeron a una ruptura con Moscú. El Gran Salto Adelante terminó en un gigantesco fracaso económico, con una gran hambruna que produjo un número no determinado claramente de víctimas. Este fracaso fue continuado por lo que se conoció como “La Revolución Cultural”, una política de movilización de los cuadros partidarios contra una hipotética restauración del capitalismo, supuestamente conducida por altos cuadros de conducción del propio PCCh, entre ellos Deng Xiao Ping. El conflicto entre los dos países regidos por partidos comunistas le permitió a Mao un acercamiento con los EE.UU., quien veía a la URSS como su principal enemigo. Se inicia, entonces, lo que se hizo periodísticamente conocido como “Diplomacia del Ping Pong”. En 1971, nueve jugadores de tenis de mesa estadounidenses viajaron a China, siendo el primer grupo de deportistas estadounidenses en hacerlo desde 1949. En ese mismo año, la República Popular China reemplaza a la llamada República China, asentada en Taiwan, en las Naciones Unidas y ocupa su lugar en el Consejo de Seguridad. Al año siguiente, el presidente norteamericano Richard Nixon visita Beijing y se entrevista con el presidente Mao Tse Tung.

En 1976, con la muerte de Mao, y la destitución y encarcelamiento de lo que se conoció como la “Pandilla de los Cuatro”, un grupo de dirigentes partidarios que encabezaron “la Revolución Cultural” y la persecución de veteranos dirigentes comunistas, reapareció de su eclipse el anciano Deng Xiao Ping.

Su propuesta política se llamó “Reforma y Apertura”. Por un lado, introdujo ciertos mecanismos de mercado, sin contradecir con el carácter socialista de la política. Esto, más una mayor autonomía a las empresas del estado y facilitando la creación de empresas privadas, le permitió dinamizar la producción china. A su vez, Deng implementó, sobre la base de las excelentes relaciones con EE.UU. concretadas por Mao, la política de “puertas abiertas”, fomentando la inversión extranjera directa y la participación en el comercio internacional. Se crearon “Zonas Económicas Especiales (ZEE)” en la costa este de China, ofreciendo incentivos fiscales y regulatorios para atraer inversión y tecnología extranjera. Estas zonas se convirtieron en motores de crecimiento y centros de innovación.
La idea de Deng no era muy distinta a lo que en Rusia se conoció, en 1922, como Nueva Política Económica o NEP, impulsada por Lenin. Pero, esta vez, desplegada en un sistema internacional donde las empresas imperialistas, tanto norteamericanas como europeas, acudieron en masa, atraídas, en primer lugar por el precio de la mano de obra china. Así la producción china se incorporó masivamente al comercio internacional. La política de Deng no significó ni produjo una transición abrupta al capitalismo, sino que mantuvo el sistema socialista como base, con el control del Partido Comunista sobre el estado chino, e introdujo mecanismos de mercado para dinamizar la economía. Descentralizó la toma de decisiones económicas, otorgó mayor autonomía a las empresas estatales y permitió la creación y el crecimiento de empresas privadas. En el campo, permitió a los campesinos a arrendar tierras estatales, así como vender sus excedentes al mercado. Ello significó, rápidamente, un incremento en la producción agraria, alejando para siempre lo que había sido un flagelo durante dos siglos: la hambruna.

En concreto, la política iniciada por Deng Tsiao Ping, y que ha sido continuada hasta la actualidad, fue poner a la vieja China semicolonial y agraria en las condiciones productivas de un país capitalista industrial, capaz de generar las condiciones económicas para el ejercicio del socialismo y el control obrero sobre un país rico, pujante y en el que la clase trabajadora urbana, los técnicos, científicos y gerentes reemplazaron a los millones de campesinos pobres y analfabetos de 1949. Este y no otro es el sentido del famoso aforismo de Deng: “no importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones”. En su célebre texto “Construir un socialismo con peculiaridades chinas”, del 30 de junio de 1984, sostiene: “En las actuales circunstancias de atraso de nuestro país, ¿qué camino debemos tomar para desarrollar las fuerzas productivas y mejorar las condiciones de vida del pueblo? Este problema nos hace volver a la disyuntiva de persistir en el camino socialista o emprender el camino capitalista. Si se emprendiera el camino capitalista, podría enriquecerse un pequeño porcentaje de la población china, pero esto no resolvería en lo más mínimo el problema de asegurar una vida acomodada a más del 90 por ciento de la población. En cambio, ateniéndonos al socialismo y al principio de 'a cada uno según su trabajo', podremos evitar que se produzca una brecha demasiado grande entre ricos y pobres. Tampoco habrá polarización aun al cabo de 20 ó 30 años, cuando nuestras fuerzas productivas hayan crecido considerablemente”.

Esta es la historia inmediata del país con el que intenta enfrentarse Donald Trump. Esas políticas gestadas a partir de la década del '80 convirtieron a China en una gigantesca fábrica mundial, que inundó con sus manufacturas al mundo entero, incluido el mundo imperialista. Y como anticipaba Deng, los ingresos generados por esa fábrica se convirtieron en una prodigiosa modernización del país, de su infraestructura de comunicación, de sus rutas y puertos, y pasó de vender destornilladores baratos a vender avanzadísimos aparatos tecnológicos, celulares de última generación, microprocesadores y traer material recogido en la cara oculta de la Luna. Y, sobre todo, la enorme plusvalía de aquellos millones de trabajadores de bajos salarios se convirtió en una sociedad de bienestar extendida hasta los más profundos confines del enorme país. Por primera vez en doscientos años las tremendas hambrunas del siglo XIX han sido erradicadas del futuro del pueblo chino.

Las inversiones industriales yanquis en aquellos países de mano de obra barata produjo el efecto que ya en 1916 anunciaba Lenin en su “Imperialismo etapa superior del capitalismo”:

Si, debido a ello, dicha exportación (de capital, JFB) puede tender, hasta cierto punto, a ocasionar un estancamiento del desarrollo en los países exportadores, esto sólo puede producirse a través de una mayor extensión y profundización del desarrollo del capitalismo en todo el mundo.

No otra cosa ha ocurrido. La exportación de capital imperialista generó, en EE.UU., un lento e irrefrenable proceso de desindustrialización, paralelo al desarrollo capitalista de los países orientales, como India, Malasia, Indonesia y Vietnam. Estos países, otrora semicoloniales, con dirigencias y políticas nacionalistas han logrado, lentamente, salir del atraso, ser jugadores de primer orden en el comercio internacional, cuya moneda de intercambio es la de un país debilitado, más consumidor que productor y totalmente entregado al capital financiero.

Trump está intentando, con instrumentos arcaicos, reprimir el incontenible desarrollo económico, político y militar de la República Popular China. Implícitamente, esto significa reconocer la pérdida de la centralidad y hegemonía norteamericanas en la política internacional. Rompe con el primo dispendioso y vago, al que ha venido sosteniendo desde finales de la Segunda Guerra Mundial e intenta replegarse hacia adentro, al modo del viejo aislacionismo de Wilson, retornando a la nunca abandonada doctrina Monroe, de la que el aislacionismo forma parte.

Creemos que el intento no tendrá el éxito que se espera. En primer lugar, da la impresión de que esa política no tiene detrás una fuerte clase social que le dé sustento. Los grandes industriales yanquis no parecerían dispuestos a levantar sus fábricas en el mundo para volver a los EE.UU. Las empresas tecnológicas no están interesadas en el destino de la nación americana. En realidad, si Trump les regalara un estado donde establecerse, se independizarían de los EE.UU. y crearían un pequeño estado, casi virtual, de “nerds” e Inteligencia Artificial. El capital financiero, como sabemos, es el enemigo que Trump ha elegido no sin razón. Y los productores agrarios yanquis, alguna vez representados por el vicepresidente Wallace –y que fue una de las causas del enfrentamiento de EE.UU. con Perón, en 1945– , no es un sector social que esté en condiciones de impulsar esos objetivos. Para hacer “América grande de nuevo” tendría que hacerla socialista. Expropiar a los parásitos financieros, imponer desde el estado un plan de crecimiento y desarrollo, crear una banca estatal de inversión, disminuir el presupuesto militar e invertirlo en obras de infraestructura en el interior del país. Pero eso es imposible aún para Donald Trump. Son medidas socialistas que deben ser llevadas adelante por otra clase social que la burguesía yanqui, totalmente en manos del capital financiero. Ya no están en condiciones de aplicar el New Deal.

Pero, hasta ahora, Trump le dio un golpe al status quo que imperaba hasta ahora. Europa ya no será la misma. Rusia tampoco. Y dejó en evidencia la debilidad estructural de EE.UU debido a la hegemonía del capital financiero. Ya por eso se merece un lugar en la historia.

Buenos Aires, 17 de abril de 2025

El Barón de Rio Branco y el primer A.B.C.


La concepción diplomática conocida como A.B.C. es brasileña y concretamente de José María da Silva Paranhos Junior, el Barón de Río Branco, fundador de la política exterior del Brasil y creador del moderno Itamaraty. Dado el desconocimiento que en nuestro país impera sobre las cosas del Brasil, similar posiblemente al que en aquel país existe sobre nuestras cosas, se hace necesario, habida cuenta de la importancia y trascendencia del personaje, una breve reseña sobre el mismo.

Junto con Rui Barbosa, el inspirador de la constitución de la república de los plantadores, y con Joaquim Nabuco, el apóstol de la abolición de la esclavitud, el Barón de Río Branco integra el grupo de estadistas que introdujo al Brasil en el nuevo siglo. Liberal en lo económico y conservador y monárquico en lo político, pertenecía a una familia de linaje pero sin peculio, de la aristocracia imperial de Bahía. Su padre, el Vizconde de Rio Branco, a quien ya vimos en Montevideo al final de la guerra del Paraguay, llegó a ser, dentro de una larga carrera en la administración, jefe de gabinete durante cuatro años, el más largo y exitoso de la monarquía de Pedro II. Es este gabinete el que promulga, en 1871, la Ley de Vientre Libre, comienzo del fin de la ignominiosa esclavitud, que se había convertido ya en un factor de atraso económico. Según un biógrafo1, tanto el vizconde como el barón “vivieron siempre como servidores del Estado. Ninguno de ellos tenía relación directa con los grandes propietarios esclavistas”2. El vizconde era un veterano en la política del Río de la Plata, ya que integró, en distintos cargos hasta ser el jefe, la legación diplomática en Montevideo en varias oportunidades. La última de ellas fue poco antes del inicio de la Guerra de la Triple Alianza. Después de la guerra vuelve a Montevideo, esta vez acompañado de su hijo, quien se desempeñó como su secretario. La tarea del vizconde fue, entonces, negociar con sus aliados los resultados de aquella carnicería, labor en que ya los encontramos más arriba.

Una vez recibido de abogado y después de un breve y desilusionante paso por la Cámara, como diputado por el Matto Grosso, el joven Jose Maria da Silva Paranhos Junior abandona la política para pasar a la diplomacia, y obtiene del presidente del Consejo de Ministros, el marqués de Caxias, su nombramiento como cónsul general en Liverpool, en 1876. Nunca más actuará en el país, hasta que, en 1902, el presidente Rodríguez Alves lo nombra Ministro de Asuntos Extranjeros. Su actividad como diplomático y la resolución positiva, para el punto de vista brasileño, de resonantes conflictos le habían otorgado una enorme popularidad que conservó hasta su muerte. Hombre de una vasta cultura universal, era un profundo conocedor de su país. “Lo que del Brasil sabía era enorme, como que había leído todo cuanto se había escrito al respecto: historia, geografía, flora, fauna. Había recorrido bibliotecas enteras en Europa y América”, dice de él el diplomático argentino José María Cantilo3. Como todos los militares y políticos brasileños de su época, y hasta ya entrado el siglo XX, era un profundo admirador de Augusto Comte y su positivismo4, convicción a la que unía sin contradicciones su declarado monarquismo. En el retrato que, a su muerte, hace el relativamente crítico historiador pernambucano Manuel de Oliveira Lima, leemos: “Su personalidad dominante se destacaba de la colectividad para fundirse en la entidad abstracta a la que él, tan bien y tan eficazmente, sirvió toda la vida, al punto de, sin guerras, exclusivamente por los medios pacíficos de la negociación y el arbitraje, haber aumentado tan considerablemente la superficie nacional – lo que a poquísimos personajes históricos, a un resumidísimo número de privilegiados, le ha sido dado”5.

El prestigio y seguramente los éxitos que la política de Itamaraty ha obtenido a lo largo de los años se deben, sin duda, a la acción del Barón de Rio Branco. Su labor como canciller entre 1902 y 1912, se hizo bajo tres presidentes, Rodrigues Alves, Affonso Pena y Hermes de Fonseca. “Pero al mismo tiempo que declinaban sus fuerzas, comenzaba a desaparecer no sólo el mundo internacional del Barón, sino también el Brasil fuerte, próspero y prestigioso que le había permitido realizar, sin solución de continuidad, su obra diplomática. Las presidencias de Rodrigues Alves y Affonso Pena marcarán el punto más alto de la República Vieja”6. En medio de una crisis política y militar, que incluye el bombardeo a Bahía, murió a los 66 años el Barón de Rio Branco. No dejó testamento alguno, pues sus bienes eran escasos.

Dejando de lado la política territorial, que escapa a los propósitos de este trabajo7, la política exterior de Rio Branco tuvo dos ejes: la relación con los EE.UU. y el llamado A.B.C., la política de relaciones con Argentina y Chile8.

1 Manuel de Oliveira Lima, O Barão do Rio Branco, Editorial Instituto Nacional do Livro, Río de Janeiro.

2 “Desde el período monárquico, el reclutamiento de la burocracia civil y militar del Imperio se hizo mediante la selección de personas pertenecientes a familias venidas a menos”. Cardoso, Fernando Henrique, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes (Argentina y Brasil), pág. 113, Siglo XXI Editores S.A., 1976, México.

3 Cantilo, José María, Recuerdos de mi vida diplomática, Buenos Aires, 1935.

4 V. Ramos, Jorge Abelardo, op. cit., tomo 2, “El positivismo en América Latina”, pág. 70.

5 Oliveira Lima, Manuel, op. cit.

6 Ricupero, Rubens, op. cit., pág. 123.

7 “En una palabra: gracias a José María da Silva Paranhos, Brasil incorporará a su patrimonio, sin disparar un tiro ni generar irredentismos peligrosos, nada menos que 600.000 kilómetros cuadrados ¡dos veces la provincia de Buenos Aires! Con él, Brasil alcanzó las colosales dimensiones que hoy posee y dio pie al orgulloso dicho O Brasil sempre saiu vencedor. Habría que agregar que siempre tuvo a mano un Rio Branco”. Scenna, Miguel Angel, Argentina–Brasil, Cuatro Siglos de Rivalidad, Revista Todo es Historia, Nº 79, pág. 79 y ss., Buenos Aires, diciembre de 1973. Pese al absurdo título –Argentina no tiene cuatro siglos de historia– este ensayo presenta una muy completa exposición de los encuentros y desencuentros entre Brasil y las provincias del Plata.

8 “Ya construí el mapa del Brasil. Ahora mi programa es contribuir a la unión y la amistad entre los países sudamericanos”. Citado por Cárcano, Ramón J, Mis primeros ochenta años, Buenos Aires, 1943.

14 de marzo de 2025

El Salón Felipe Vallese de la CGT

 Puede haber sido en el año 1967, antes de la creación de la CGT de los Argentinos, que fue en marzo de 1968. Yo tenía veinte años y era un estudiante de derecho de la Universidad Católica Argentina. Ya no recuerdo por qué razón, asistí a una reunión en la CGT, en el salón Felipe Vallese. En ese momento, el movimiento obrero, bajo la dictadura del general de Remonta, Juan Carlos Onganía, sufría profundas escisiones. Los “participacionistas”, los “vandoristas”, las “62 Organizaciones de Pie junto a Perón”, el “Grupo de los 8” eran los principales agrupamientos en que estaban divididas las direcciones sindicales.

Como digo, concurrí no recuerdo a qué reunión en el salón Felipe Vallese. Y es día tuvo para ese pibe de Tandil, que era yo entonces, un efecto que aún golpea mi memoria. Fue la primera vez en mi vida en que presencié que hombres grandes, hechos y derechos, se dirigían a otros hombres diciéndoles, sin tutearse, “compañero”. Realmente, ese descubrimiento tuvo en mí un impacto espiritual, digo por no encontrar otro adjetivo, inolvidable.
Eso pensaba ayer cuando, una vez más, entré al salón Felipe Vallese al cierre del Primer Congreso Nacional “Papa Francisco” de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular. Estaba repleto de hombres y mujeres de lo que se han dado en llamar “movimientos sociales”, las organizaciones sindicales de quienes tienen un impreciso patrón o buscan, día a día, un nuevo patrón que le compre su fuerza de trabajo y le permita llevar algo a la casa, los millones de desocupados, desindicalizados, trabajadores y trabajadoras en negro, cocineras de comederos populares, socios y socias de cooperativas de servicios o de producción que la paulatina desindustrialización del país ha generado, desde 1976 hasta hoy.
Mi amigo, el diputado santafesino Eduardo Toniolli me había invitado y le acepté de inmediato.
Me senté y empecé a mirar a mi alrededor. Tuve la sensación de que conocía esos rostros, que esas pibas ya las había encontrado en otra asamblea, que aquel gordito con una camiseta de Boca había estado alguna vez conmigo en una reunión similar. Sentí, emocionado, que en los últimos 55 años había estado en miles de reuniones como esta, con cánticos similares, con abrazos de compañeros que viven distantes, con reclamos iguales y con la misma pasión militante por hacer del mundo un lugar un poco mejor. Como en una teofanía laica, de pronto tomé conciencia que buena parte de mi vida había transcurrido en asambleas, en congresos, en reuniones a veces pequeñas, a veces multitudinarias, cuyo único tema había sido preguntarse: ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo seguimos? ¿Qué programa nos damos?
Fue en ese estado que tomé esta foto del frente del Salón Felipe Vallese y escribí en las redes: “Siempre es un honor estar en el Salón Felipe Vallese de la CGT”.
Había un canto que primaba sobre todos los otros:
“Unidad de los trabajadores
y al que no le gusta
se jode, se jode”.

Que era inmediatamente seguido por otro, que todos voceaban:
“Unidad de las trabajadoras
y al que no le gusta
que se joda, que se joda”.

La tan llevada y traída cuestión de género en clave obrera se desplegaba en el Salón Felipe Vallese y era aplaudida y refrendada por el conjunto de la asamblea.
Tres o cuatro cosas me quedaron grabadas de la reunión.
Una, el respeto y el amor que el pueblo trabajador profesa por nuestro compatriota, el padre Jorge Bergoglio, el Papa Francisco de la Iglesia Católica. El congreso se realizó bajó su nombre y el acto se inició con un homenaje y el descubrimiento de un retrato de nuestro hombre en Roma. Hoy hay tres rostros en el salón Felipe Vallese: el de Perón, el de Evita y el de Francisco. Todos los oradores lo recordaron, lo citaron y le ofrecieron sus respetos.
Dos, la importantísima presencia de mujeres en las filas de la UTEP, a punto de que de los cinco oradores de la organización, tres eran mujeres. Y sus discursos, llenos de fervor militante, eran la voz de las miles de mujeres que diariamente dan de comer a los niños en las barriadas humildes, cosen en sus talleres cooperativos, cartonean junto a su pareja o a sus hijos, limpian empresas u oficinas con sus cooperativas de servicio. Y que, además, mantienen y organizan su hogar, muchas veces sin presencia masculina, cuidan a sus viejos y se encargan de los problemas del barrio, de los desagües, de las zanjas y, hasta de la seguridad.
Tres, la firmeza de Alejando Gramajo, a quien se lo conoce como El Peluca, y que ayer, el presentador de los oradores aclaró: “El Peluca bueno”. Dio un informe sobre el camino recorrido por la organización y expresó, varias veces, la voluntad de la UTEP de unir sus esfuerzos a los de la CGT, poniendo como eje político, justamente, la unidad de los trabajadores.
Cuatro, el sólido discurso de Octavio Argüello, quien representa a los camioneros en el secretariado de la CGT. Generando un clima de expectación, cerró sus palabras con una cita de Francisco: “El tiempo es superior al espacio”, dijo y agregó: “El tiempo ha llegado”.
Finalmente Héctor Daer cerró la asamblea, comprometiendo a la CGT a acompañar a los jubilados el próximo miércoles, dando todo el apoyo institucional a la jueza de la justicia penal de la Ciudad de Buenos Aires, Karina Andrade y, como broche de oro, con el llamado a un paro general de 24 horas, cuya fecha sera puesta por el Consejo Directivo de la CGT el próximo jueves, como ya es de conocimiento público.
Un cerrado aplauso recibió la propuesta. El Himno Nacional y la Marcha Peronista cerraron la reunión.
Me iba del Salón Felipe Vallese sintiendo realmente que era un honor estar en ese lugar y haber estado tantas veces en estas asambleas, reunido con esta gente, mis compatriotas de patria y de ideales.
Buenos Aires, 14 de marzo de 2025

2 de febrero de 2025

Clío es mujer y caprichosa


Ayer estuve en la movilización convocada para repudiar las declaraciones del presidente Milei en la reunión de Davos. Como se sabe, el “especialista en crecimiento con dinero o sin dinero” utilizó el plenario plutocrático de Suiza para emitir un discurso más propio de un tabernero ebrio, al que lo ha abandonado la esposa con el lavacopas y su hijo le ha dicho que es gay, que de un presidente de un país soberano.

Obviamente, hubo de inmediato en nuestro país dos sectores que se sintieron amenazados, agredidos y en peligro: por un lado, lo que se conoce como colectivo LGBT+ y, por el otro, a las mujeres. En efecto, la primera reacción que tuvo sobre el gobierno la deposición presidencial en Suiza fue la propuesta de quitar del código penal el agravante llamado femicidio o feminicidio.

La movilización fue convocada en una semana, bajo una genérica consigna de lucha contra el fascismo. Desde un primer momento entendimos que esa consigna era desacertada, imprecisa y muy discutible. Entendemos que la caracterización de fascista a las políticas del gobierno y a estas expresiones de claro corte segregacionista no son fascistas, como, en su momento, nos opusimos a la caracterización del gobierno de Pinochet en Chile o del Proceso cívico-militar en Argentina como fascistas. Hemos sostenido siempre que se trataba de gobiernos dictatoriales conservadores en lo político y liberales (o neoliberales, como se comenzó a decir) en lo económico, con gran hegemonía financiera, que se supeditaban a la política imperialista norteamericana.

Y exactamente eso es el gobierno de Milei. Carece de algunos elementos centrales del fascismo, tal como se lo conoció concretamente: nacionalismo expansivo, regimentación estatal de los sindicatos, intervencionismo estatal en la economía, etc.

Cuándo digo que la caracterización de fascista es errónea no lo hago por un mero afán académico. Lo hago porque esa caracterización del gobierno nos obligaría a buscar frentes y alianzas con el conjunto de fuerzas que se opongan al mismo, es decir con sectores liberales democráticos antinacionales, como la Coalición Cívica, la UCR, sectores del PRO, etc.


Nuestro objetivo es constituir un Gran Frente Nacional bajo un programa de reindustrialización, diversificación de las exportaciones, nacionalización de las finanzas y control estricto de las importaciones y exportaciones, integración plena a los BRICS y constitución de un bloque suramericano o latinoamericano, con independencia económica y soberanía nacional, y una consolidación del mercado interno con justicia social. Fortalecimiento y participación en el gobierno de las FF.AA. Integración sindical en la representación parlamentaria y en áreas de gobierno.

Preguntenle a los de la Coalición Cívica, la UCR o sectores del PRO si quieren sumarse a eso.

Por otra parte, el concepto de fascismo ha sido, en nuestro país, históricamente usado contra el peronismo. Tanto el socialista Américo Ghioldi, como el radical Arturo Mathov o el demócrata progresista Luciano Molinas o el contraalmirante Isaac Rojas, se llenaban la boca con el supuesto fascismo de Perón y los peronistas. De manera que esa caracterización fallaba por todos lados.

Pero también publicamos en nuestras redes:

– ¿Estoy de acuerdo con las consignas de la movilización del sábado?

– No.

– ¿Creo que hay que establecer un eje de lucha antifascista?

– Tampoco.

– ¿Estoy de acuerdo con el extremismo de género y su idiomE?

– Ni en pedo.

– ¿Voy a ir a la marcha el sábado?

– Como fierro y como un solo hombre.

Porque lo políticamente importante era aprovechar un estado de indignación de un amplio sector de la población para manifestar un repudio generalizado a toda la política antinacional, entreguista, antiobrera y hambreadora de la patota de Javier Milei, como cara política del establishment económico financiero de la Argentina.

Al llegar al Congreso tuve una fuerte emoción. Nuevamente el pueblo de la República se reunía en sus lugares históricos para defender sus derechos constitucionales y expresar su rechazo a las políticas de un gobierno plutocrático. Esa sensación de ser multitud, que me ha acompañado, desde las manifestaciones de repudio a Onganía, en la década del '60, toda la vida, me hizo recordar que así ha sido siempre. En los 60, en los 70, en los 80, en Malvinas y cada 24 de marzo, contra Menem y contra de la Rúa, defendiendo a nuestros gobiernos o repudiando a Macri, ha sido el pueblo argentino en la calle lo que determinado el futuro.

Y tal como habíamos pensado la movilización superó ampliamente el marco de las organizaciones convocantes y sus confusas consignas. En Buenos Aires, que es de donde puedo dar testimonio, cientos de miles de hombres y mujeres de la Ciudad y del conurbano expresaron su repudio al gobierno de Milei. Organizaciones LGBT, de mujeres, militantes de partidos políticos, columnas sindicales de UPCN -encabezada por su secretario general Andrés Rodríguez-, UOCRA, Asociación Bancaria, SiTraJu, APUBA, Municipales, más miles y miles de hombres y mujeres sin identificación de organización alguna, miles y miles de jóvenes de ambos sexos, se expusieron a los 38 grados de temperatura en la Avenida de Mayo y dejaron en claro su activa oposición al gobierno de Milei y su deriva autoritaria y conservadora. Hombres y mujeres de clase media y hombres y mujeres de los barrios populares, jubilados y jubiladas sin descuento en sus remedios, empleados públicos amenazados e indignados por los humillantes exámenes del todopoderoso Sturzenegger, y bancarios, enfermeras, maestras y maestros, trabajadores de la construcción -donde hay afiliados trans que, justamente, trabajan en la construcción- y hasta un grupo de hombres de mediana edad para arriba, con una camiseta verde donde podía leerse Cámara de Kiosqueros de CABA, el pueblo de la gran megalópolis del Plata salió a decirle a Calígula que la corte.

Volví a mi casa, orgulloso y satisfecho.

La computadora me informa que en la plaza de la residencial Villa Devoto, la Coya -en el sentido originario de la palabra- había organizado un acto de afiliación al antro LLA, donde había prometido su rutilante presencia. No apareció ni la Coya ni la gente que esperaban. 

En el Parque Lezama, un panelista con nombre de cómico había organizado un acto -obviamente divisionista- para no sé que objetivo supuestamente más importante. 150 iniciados aplaudían la tosca prosa del Hefesto porteño.

A poco de conectarme con el mundo de las redes -que es, de alguna manera, el ágora virtual- me encuentro con que han aparecido refinados especialistas que podríamos denominar “sommeliers de movilizaciones”. Se trata de algunos ejemplares, sedicentemente peronistas, convencidos de que todo esto no es más que una conspiración de Soros y algunos otros nombres de evocación mágica, cuyo programa mundial es que todos nos volvamos homosexuales y, si es posible, trans, y que su único objetivo es convencer a las mujeres que dejen de tener hijos y que no les planchen más las camisas a sus maridos.

Estos nuevos iluminados afirman que las manifestaciones del sábado 1o de febrero en todo el país solo han servido para consolidar al gobierno, impidiendo así su deterioro por razones económicas. Y que las consignas esgrimidas responden a una oscura conspiración de sombras que se menean.

Pamplinas. El gobierno de Milei, lo hemos dicho antes, es consecuencia de la crisis profunda en que se encuentra el histórico movimiento nacional argentino, el peronismo, sumado a una crisis económica que no pudimos o no supimos resolver y que ha empeorado y que el gobierno del establishment económico utiliza para disciplinar a los trabajadores argentinos. Es por eso, fundamentalmente, que no hemos podido convocar a una marcha opositora que repudie la actual política económica, el hambreamiento de los jubilados, el deterioro brutal del salario, la constante alza de precios en los artículos de primera necesidad y los permanente tarifazos. Tampoco lo hemos podido hacer en defensa de YPF, Aerolíneas Argentinas o el Banco Nación, empresas estatales cuya privatización desmantelaría el papel del estado en el progreso y desarrollo económico del país.

Y tampoco son ciertas las acusaciones de pusilanimidad y complicidad con el gobierno a la CGT y las organizaciones sindicales. En general, ellas provienen de sectores sociales no sindicalizados y que tienen una visión idealizada de cómo son y cómo funcionan los sindicatos. Si el movimiento obrero organizado de la Argentina no ha convocado a medidas de lucha más incisivas es, simplemente, porque conoce el estado de espíritu de su base. Los trabajadores, con muy pocas excepciones, hoy están más preocupados por la amenaza del despido que por la capacidad de compra de sus salarios. Los dirigentes gremiales saben que corren el riesgo de llamar a un paro general o medida similar y que sus bases no la cumplan, no por indisciplina o desacuerdo, sino porque la espada de Damocles del desempleo, sumado al cierre permanente de fuentes de ocupación, es más fuerte.

Clío es mujer y caprichosa. Por una rendija que no habíamos pensado, como suele ocurrir con el topo de la historia, el pueblo argentino dejó ayer bien en claro su repudio al despotismo de Milei. Somos nosotros, los políticos, los que creemos que tenemos algo que decir, quienes debemos canalizar esa fuerza hacia el fortalecimiento o, si quieren, reconstrucción de nuestro gran instrumento de lucha, el movimiento nacional.

Hoy, todos los que participamos o hubieran querido participar, en la movilización de ayer tenemos que estar orgullosos de que el pueblo argentino vive y triunfará.

2 de febrero de 2025


5 de enero de 2025

Nuevas músicas y nuevos poemas, cargados de historia


En 1970 yo tenía 23 años. Ya militaba desde hacía un par de año y había comenzado mi formación política. Había leído a Perón, Jauretche, Ramos, Hernández Arregui, Marx, Lenin y Trotsky, después de haber leído a Emmanuel Mounier, León Bloy, Henri de Lubac y Theillard de Chardin, ya que mi primer encuentro con la política y la cultura fue a través del catolicismo “postconciliar”, como se decía en aquella época.

Para ese yo de entonces, la Revolución del Parque, ocurrida en 1890, es decir ochenta años antes, tenía una lejanía y un arcaísmo inalcanzable. No existía, entonces, ni el auto, ni el avión, ni el teléfono -invento que, por otra parte, no era fácil de obtener en la Argentina de 1970-. El gran adelanto lo constituía el telégrafo, un artefacto que, para usarlo, había que conocer un nuevo alfabeto y traducir el mensaje al mismo. Para un muchachito de 23 años, 1890 era un mundo donde los hombres usaban bastón y polainas por simple coquetería, las mujeres usaban largas y amplias faldas, sus blusas tenían largas mangas que impedían ver sus brazos y las de clase alta se ponían grandes sombreros con adornos. Todos ellos movían en carruajes tirados por caballos que descargaban en las calles toneladas de bosta y hectolitros de orina por año. El imaginario de un jovencito de 23 años, en 1970, veía la Revolución del Parque tan solo como un hecho histórico al que sólo una sofisticada interpretación podía vincularlo a su presente de minifaldas, bikinis, vaqueros, viajes en avión, tocadiscos Winco, radio a transistores, Mayo Francés, amor libre, hoteles alojamiento.

El año 1947, año en que ese joven había nacido, con la nacionalización de los ferrocarriles, con la declaración de la Independencia Económica, era sentido como algo más cercano, no obstante lo cual era una fecha a la cual no estaba vinculado más que por su nacimiento. La música de 1947 le parecía arcaica y vetusta. Bing Crosby o Alberto Castillo, Antonio Tormo o Maurice Chevalier le podían gusta o no, pero definitivamente no era algo que le perteneciese. Palito Ortega o The Mammas and the Pappas, Los Gatos o The Rolling Stones eran sentidos como más cercanos y representativos. Ya se podía ir al centro sin necesidad de llevar saco y corbata. Los mocasines habían reemplazado los zapatos abotinados de su padre y se volvían a usar los pantalones oxford que habían tenido su cuarto de hora en los años '20, tan lejanos como los '90 del siglo pasado.

¿Y a qué viene este ejercicio de memoria?



Responde al intento de ponernos en la cabeza de un joven de 23 años, hoy, en enero de 2025. Ese joven tiene con el 17 de octubre de 1945 la misma distancia en años que aquel muchacho de 1970 con la Revolución del Parque. También para él aquellos hombres y aquellas mujeres son lejanas y arcaicas. No conocían el fax ni la computadora, escasamente podían imaginarse que el hombre pudiese llegar a la luna, nunca habían visto la televisión y la heladera recién comenzaba a ser un artefacto inevitable en los hogares. Los 80 años que pasaron entre 1945 y 2025 han sido de una impresionante aceleración tecnológica y científica, que ha permitido la transmisión instantánea de la información y la creación de las falsas noticias que embarullan la percepción de la realidad. Para un muchacho o muchacha de 23 años, la idea de que levantaron los puentes para que no llegaran los trabajadores a la ciudad le suena legendaria y, hasta romántica, pero, de alguna manera, irreal o mítica.

Ese argentino o argentina de 23 años nació en el 2002. Incluso las jornadas del 2001 ocurrieron en un tiempo anterior a su nacimiento. Carecen de la vivencia sensorial de la gente golpeando las puertas de los bancos o de los motociclistas enfrentando a la policía en Plaza de Mayo. Es algo heroico y épico pero que conoce tan solo por relatos. No se imagina un mundo donde no se pudiese pagar con una tarjeta o un QR, donde solo existía el efectivo. Es como para mí el 17 de Octubre de 1945. Y ni siquiera le parece propia la asunción presidencial de Néstor Kirchner y el período que ahí se inició. Hasta donde le alcanza su memoria personal la Argentina es un país donde cada dos años se vota y se eligen diputados, gobernadores y presidentes. La guerra de Vietnam, que impregnó nuestra juventud, ni siquiera es un tema, de la misma manera que la caída de Salvador Allende o la muerte del Che Guevara en la sierra boliviana.

Si no tenemos esto en cuenta, si no intentamos ponernos en la cabeza de quienes ya han comenzado a ser protagonistas de la historia política argentina, difícilmente encontraremos el lenguaje con el cual transmitir la herencia de luchas, de victorias y derrotas del pueblo argentino en el intento de construir un país soberano y justo, con una economía que sea capaz de satisfacer sus necesidades de trabajo, estudio y bienestar. No podremos, en suma, contar con los argentinos y argentinas dispuestos a continuar la lucha por nuestra liberación. El pasado determina y condiciona el presente, pero el futuro debemos construirlo mirando hacia adelante.

De ahí la necesidad de nuevas músicas y nuevos poemas, cargados de historia, que sean capaces de desplegar la generosidad y el arrojo de las nuevas generaciones.

5 de enero de 2025.