8 de abril de 2022

Una carta desde Estocolmo enviada hace 40 años

En un par de meses esta carta cumplirá 40 años. Se la escribí, desde Estocolmo, a Jorge Enea Spilimbergo. Muchas de las cosas que ahí se dicen siguen teniendo plena vigencia. O quizás aún más.
Jakobsberg, 17 de junio de 1982.

Estimado Spilimbergo:
Pese a que ayer mismo tuvimos una larga charla telefónica, quiero aprovechar este día libre para borronear algunas reflexiones sobre la reacción europea y socialdemócrata ante el enfrentamiento bélico entre Argentina y el Reino Unido.
A fines de mayo se realizó en Helsinki, Finlandia, una reunión de la dirección de la Internacional Socialista, cuyo principal y casi único orden del día fue el conflicto de las Malvinas.
La posición argentina y latinoamericana fue clara y brillantemente expuesta por el ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. Su exposición giró alrededor de los siguientes puntos: es cierto que Argentina ha usado la violencia para retomar las islas, pero no es menos cierto que la respuesta británica ha sido, por lo menos, exagerada. Esta respuesta bélica ha producido no sólo una grieta económica entre Europa y Latinoamérica, sino también política y militar. La flota inglesa es también la flota de la OTAN. Las sanciones del Mercado Común Europeo tienen un evidente carácter bélico y Latinoamérica está, quizás, obligada a adoptar medidas de represalia. Estamos al borde de un conflicto Norte-Sur, con mayor precisión Oeste-Sur, y si Argentina busca armamento en el Este, la Internacional Socialista está obligada a apoyarla
¿Cuál fue la unánime posición europea? Los partidos socialdemócratas y socialistas, muchos de ellos partidos de gobierno en sus respectivos países -Alemania Federal, Dinamarca, Francia, entre otros- se aferraron con dientes y uñas a argumentos puramente formales para desvalorizar la posición argentina y, de pasada, explicar – si no justificar- la respuesta inglesa.

En primer lugar, el carácter antidemocrático del gobierno argentino frente a la legitimidad constitucional de Margaret Thatcher. En segundo lugar, el no cumplimiento argentino de las resoluciones 502 y 505 del Consejo de Seguridad de la ONU. Y en tercer lugar, pero no por ello menos importante, el derecho de autodeterminación de los 1800 pobladores malvinenses. Caracterizaciones sobre la guerra, tales como “absurda”, “ridícula” o “ maniobra de distracción” fueron los juicios expuestos por los europeos, a la par que con pertinacia se negaban a analizar la base y el contenido mismo del conflicto, es decir, los derechos históricos y geográficos de Argentina sobre el archipiélago y el carácter colonial de la dominación británica. Todo esto en un discurso pacifista sobre los peligros que la “aventura” argentina significaba para la paz mundial y el balance de poder entre las superpotencias. El accionar de las Fuerzas Armadas argentinas fue caracterizado como “irresponsable agresión que inició el conflicto” y el representante sueco alertaba sobre el peligro que significaba “el ser indulgentes hacia el empleo de la violencia”.

Esta posición sueca puede ser punto de partida para un análisis más detallado, puesto que ha sido justamente el partido socialdemócrata sueco el que en su política internacional, con más indulgencia ha tratado el uso de la violencia terrorista en América Latina. Bastaría recordar al respecto, y sin ánimo de simplificar la cuestión, la recepción que Olof Palme le hizo en 1978 a uno de los “comandantes”montoneros, corresponsable de la caída de un gobierno constitucional y democrático y del más irresponsable, cruel y alucinante derramamiento de sangre que ha vivido la Argentina en lo que va del siglo. Pero no quiero, como digo, simplificar puesto que el problema es más complejo que esto.

Los partidos socialdemócratas y socialistas europeos han manifestado en otras oportunidades opiniones y actitudes de apoyo a los movimientos de liberación tercermundistas. Pienso, por ejemplo, en la posición del primer ministro austríaco Bruno Kreisky dando rango diplomático al representante de la OLP y denunciando el carácter genocida de la política israelí. O también, el plan de paz en El Salvador elaborado por Miterrand, el danés Ankerssen y el presidente mexicano Echeverría. O el apoyo a la revolución sandinista o al Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Bolivia. No es que pretenda idealizar este tipo de apoyo de parte del mundo satisfecho para con sus víctimas, pero sin duda que los nicaragüenses estiman y valoran la solidaridad política y económica que reciben de Europa. Y el abrazo de Arafat y Kreisky en Viena testimonia la importancia que los palestinos dan a la opinión austríaca.

¿Por qué entonces esta enemistosa actitud hacia la causa argentina? ¿A qué se debe el formalismo de esta posición, que antepone el carácter militar y dictatorial del gobierno argentino al contenido material evidentemente legítimo de nuestra reivindicación?

Creo que hay dos causas fundamentales de orden tanto político como, por así decir, psicológico.

En primer lugar, el conflicto de las Malvinas no es ni un conflicto interno de la Argentina,ni un conflicto entre dos países pobres o semipobres, como hubiera sido una guerra con Chile o como lo es la guerra entre Irán e Irak. Nuestra guerra ha sido y es un enfrentamiento armado entre un país del Sur, del Tercer Mundo y uno de los países más importantes de Occidente, tal como ha escrito el economista y pacifista noruego Johan Galtung, en un artículo que pasó absolutamente desapercibido en los medios bienpensantes en Escandinavia: “Esta guerra es un conflicto entre Norte y Sur y, además, el primero en su tipo”.

La matanza de El Salvador puede despertar sentimientos de compasión y solidaridad culposa. La represión en Chile o en Argentina puede conmover las conciencias satisfechas de Europa, a la vez que cumplen el papel de demostrar, como se dice en sueco “vad bra vi har det hemma”, o sea, “que bien que estamos en casa”. Nuestros, vistos con los ojos del capitalismo avanzado, eternos golpes de estado, guerras civiles, inflación, estancamiento económico, hambre, miseria existen como espejo que devuelve la imagen de un hombre blanco eficiente, respetuoso de las opiniones ajenas, democrático, acostumbrado a pedir la palabra antes de hablar, civilizado y, sobre todo, pacífico y justo.

La guerra entre Irak e Irán permite constatar la falta absoluta de sentido común que domina a los fanáticos líderes musulmanes, más preocupados por cuidar la virtud de sus numerosas mujeres que por dar de comer a los hambrientos mendigos de Teherán o Bagdad. Un eventual enfrentamiento armado entre Chile y Argentina hubiera producido un coro de horror ante los desvaríos napoleónicos de dos dictadores de tierras calientes. Pero ni en el primer caso ha habido, ni en el hipotético segundo caso hubiera habido, el menor esfuerzo en analizar y desentrañar el origen y las causas del conflicto. La compasión reemplaza el argumento racional y la colecta por las víctimas, el pensamiento crítico.

Pero en el caso de las Malvinas el problema es totalmente distinto. Un país del Sur, medianamente desarrollado -y esto tendrá su importancia al analizar la segunda causa- se enfrenta a Inglaterra, para exigir reivindicaciones territoriales de antigua data, que a su vez tienen una evidente consecuencia geopolítica sobre la discusión de la Antártida. Y entonces no hay ningún tipo de compasión. La consigna es dar una lección al insolente, poner un límite al desborde de los pueblos del sur, imponer la ley de la superioridad técnica y militar para terminar, de una vez pro todas, con la arrogancia de los subordinados. Para citar una vez más el artículo de Galtung: “En algún lado tiene que haber un límite. Hasta aquí, pero no más, todavía somos un imperio”.

La segunda causa de la reacción europea es el hecho del relativo desarrollo económico, social y cultural de la Argentina, comparado con el resto de los países atrasados. La visión que Europa tiene del mundo subdesarrollado, la imagen que se muestra en los medios de comunicación, en libros, escuelas y universidades es la que corresponde a países carente totalmente de estructura industrial, atados a formas primitivas de agricultura y sujetos a atavismos culturales que dificultan la puesta en marcha de sus fuerzas productivas. A los ojos europeos el atraso está simbolizado por un niño, negro, amarillo o cobrizo, que con ojos enormes y el estómago hinchado mira azorado la cámara del hombre blanco mientras sostiene en las manos un cuenco vacío. O, para dar un ejemplo que nos es más cercano, un coya que desde sus alturas sopla eternamente una monótona quena mientras dos esmirriadas cabritas muerden los ralos y ásperos pastos del altiplano. Y atrás de él, la sombra cruel y omnímoda del capataz, malvado hasta lo incomprensible. Ese es el mundo ideal para enviar misiones de ayuda. Los pobres del Tercer Mundo son la mercadería que los televidentes, los estudiantes de antropología y las almas buenas compran para calmar su conciencia y que las multinacionales industrializan para demostrar que al fin y al cabo no somos tan malvados cuando les damos un puesto de trabajo a todos estos desgraciados a los ojos de Dios.

En los cinco años que llevo en Suecia, la televisión jamás ha dado un programa en el que se viera la riqueza y la potencialidad cultural de nuestros escritores y artistas, jamás un programa en donde nuestros intelectuales -cualquiera de ellos, los que entienden o los que no entienden- pudieran dar aunque más no sea un reflejo del verdadero desarrollo de América Latina. Somos pura naturaleza. Nuestros bailes son sensuales, nuestras mujeres ardientes, nuestros hombres viriles y pasionales. Pero nuestro pensamiento, nuestra historia, puro devaneo y pretensión.

Y ante este cuadro ¿dónde poner a Argentina o a México o a Brasil? ¿Qué hacer con países que cuentan con una numerosa clase media de profesionales y técnicos y con un importante movimiento obrero con arraigadas y, por así decir, “europeas” tradiciones sindicales? Este tipo de países, cuyas economías no corresponden exactamente a los cánones elaborados por la Organización Mundial de la Salud o el Banco Mundial para definir el subdesarrollo, constituyen de alguna manera una amenaza para el predominio político y económico del mundo industrializado. Nuestro patriotismo, mucho más si es latinoamericano, rompe la imagen de resignación y miseria, y los verdaderos sentimientos de superioridad salen a la luz: si son tan orgullosos como para enfrentar a Inglaterra por unas islas peladas, entonces que se arreglen solos: los mendigos tienen que sacarse la gorra y decir por favor.

Argentina, por primera vez en el siglo XX, se ha enfrentado, armas en mano, con las verdaderas causas de sus males. Y lo ha hecho a través de un frente nacional de hecho, anteponiendo el interés patriótico a los graves y profundos problemas internos. Ha despertado la solidaridad y el apoyo de la Patria Grande. Ha encendido la mecha de posibles y futuros enfrentamientos entre el Norte y el sur. Y esto ha sido mucho más que lo que la beneficencia europea, autosatisfecha de su confort y sus perfectas instituciones, podía soportar.

La solidaridad sólo es posible entre iguales. La autoconciencia sobre nuestra dignidad y la voluntad de hacerla valer cuando sea necesario es el paso previo y necesario para hallar un verdadero diálogo Norte y sur, si es que ello aún es posible.
Spili, acá la corto. Si quiere publique estas reflexiones en el periódico.

Lo despido con un abrazo.

JFB

1 de abril de 2022

Algunas reflexiones a los 40 años de Malvinas


Los sucesos del 2 de abril de 1982, es decir la recuperación militar para la soberanía nacional de nuestras islas irredentas, dieron origen a una verdadera gesta nacional y popular, como se pudo observar de inmediato con la alborozada, entusiasta y espontánea adhesión del pueblo argentino a dicha recuperación. Este entusiasmo pudo verse en todas las plazas del país y principalmente en la de Mayo, ocupada, entre otros, por muchos de los hombres y mujeres que dos días atrás habían sido salvajemente apaleados por la policía del régimen. Incluso entre los exilados y perseguidos por la dictadura cívico militar, la noticia generó una respuesta de solidaridad y las embajadas argentinas -hasta entonces vistas con justificado recelo- comenzaron a llenarse de compatriotas que se ofrecían como voluntarios.

Quien esto escribe encabezó, en Estocolmo, una manifestación hasta las verjas de la Embajada Británica, donde se quemó una Unión Jack, símbolo ominoso de la ocupación colonial. Al día siguiente, un grupo de argentinos y suecos concurrimos a nuestra embajada para exigir se pusiera a nuestra disposición, como ciudadanos argentinos, los elementos necesarios para redactar y enviar comunicados de prensa en apoyo, justamente, a la gesta que se había iniciado ese día. Comenzamos a recorrer las redacciones de los medios de prensa para exponer nuestro punto de vista que era de repudio a la dictadura cívico-militar y de ratificación de la reconquista de nuestro territorio usurpado. Vale la pena mencionar que la atención con que hasta ese momento habían sido recibidas nuestras declaraciones en la prensa sueca desapareció como por encanto. Unos argentinos exiliados denunciando las tropelías de la dictadura proimperialista eran motivo de conmiseración y pena. Pero esos mismos hombres y mujeres reivindicando un acto de voluntad nacional contra una potencia imperialista ya no despertaban solidaridad ni simpatía.

Como pueden recordar todos los que vivían en el país en aquellos días, las canchas de fútbol fueron testigos de la adhesión popular a la recuperación de las islas y de la solidaridad con los oficiales y soldados que estaban en el frente de guerra. Y bajo ningún concepto, ninguna de esas expresiones confundía el apoyo a la recuperación de Malvinas con un apoyo a la dictadura militar. Por el contrario, todavía se recuerdan los cantos de las tribunas adhiriendo a la acción militar austral y repudiando a Galtieri y la dictadura.

El 2 de abril de 1982 se inició, guste o no, una gesta nacional y popular.

Entiendo de sobra -y es algo que muchos de nosotros venimos repitiendo desde hace 40 años- la dificultad que representa asumir la contradicción en la que incurrió el propio régimen militar al reconquistar Malvinas. Los caprichos de Clío han desconcertado muchas veces a espectadores y protagonistas.

No fue otro que el virrey del Imperio Otomano Mehmed Ali Pasha quien, en 1805, encabezó la independencia de Egipto convirtiéndose en el sultán Muhammed Alí e iniciando la creación de un estado nacional moderno. O, más cercano a nuestros días, no fue sino el extravagante play boy Norodom Sihanouk, coronado monarca de Camboya a los 19 años y heredero de una corona cómplice con la dominación francesa, quien encabezó, en 1953, la independencia de ese país del democrático protectorado colonialista.

Lo que me resulta casi imposible de entender es el silencio, olvido o sordina, acerca de que nuestros heroicos muertos durante la guerra de Malvinas fueron matados por balas inglesas, por cañones ingleses, por torpedos ingleses y no por las balas de una dictadura que, es cierto, había asolado al país -y continuó haciéndolo después de la derrota en la batalla austral- a sangre y a fuego. No es posible pensar, sin caer en el más profundo desprecio a esos héroes, que los 323 muertos por el ataque aleve y criminal al Crucero General Belgrano haya que atribuírselos a la dictadura.

Todos estos extravíos que cada 2 de abril abruman en la televisión y la prensa, sobre todo en esa franja de borrosos límites llamada progresismo, derivan de la dificultad para entender que esa guerra, más allá del sentido y las razones que quisiera haberle dado la cúpula militar, fue, y sigue siendo, de naturaleza intrínsecamente liberadora. Y fue eso, la naturaleza justa, legítima y anticolonial de la guerra, lo que generó el inmediato apoyo de los países latinoamericanos.

Panamá votó a favor de la Argentina en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El secretario general de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, hizo dudar sobre su imparcialidad, moviéndose a favor de la Argentina, mientras el gobierno de su país envió aviones y aviadores dispuestos a participar en la contienda aero-naval. Venezuela defendió a viva voz a la Argentina, mientras que su embajador en Buenos Aires se convertía en un vocero de la justicia de la causa y de la guerra.

Sólo la dictadura de Pinochet mantuvo su torva hostilidad hacia la Argentina, mientras sus FF.AA. daban información estratégica a la Task Force inglesa. Obviamente no era la admiración al sistema democrático y la soberanía popular o el horror ante las violaciones de los Derechos Humanos lo que guiaba la política del déspota trasandino. Era su lealtad a la OTAN y su sumisión a los EE.UU. y Gran Bretaña lo que dictaba su conducta.

Es muy probable que en el ánimo de la Junta Militar de entonces haya estado la ensoñación que se le atribuye. Pero es mucho más comprobable y demostrable que esa decisión abrió la caja de Pandora del espíritu patriótico de los argentinos y de Patria Grande de los suramericanos. Entre el 2 de abril de 1982 y el final de la Guerra de Malvinas, América Latina volvió a vivir el espíritu bolivariano y sanmartiniano de las luchas por la Independencia y comenzó la latinoamericanización de nuestro reclamo que hoy es ya política oficial de la UNASUR.

Una guerra legítima y un gobierno ilegítimo

Se ha afirmado, para negar la justicia de la Guerra de Malvinas que ella no fue no fue el resultado de las deliberaciones y necesidades de distintos sectores de una sociedad que deciden alzarse en armas contra el colonialismo del que son víctimas.

En primer lugar ninguna guerra de liberación es el resultado de ese manual de procedimientos. El hecho de que una guerra sea adoptada por un parlamento democráticamente elegido no incide sobre su naturaleza. La aprobación por parte del Congreso norteamericano del envío de tropas a Irak no modifica el carácter imperialista, injusto e ilegítimo de esa decisión. El hecho de que hayan sido los jefes del Frente Nacional de Liberación de Argelia, y no el pueblo argelino reunido en congreso, quien haya iniciado su guerra por la independencia no modifica en un ápice la naturaleza justa, legítima y popular de la misma. Lo contrario es formalismo democratista liberal, algo que contradice abiertamente el realismo de nuestro pensamiento nacional y popular.

Tampoco es cierto que la decisión del '82 haya sido una “aberración geopolítica absoluta”, como se ha llegado a decir. Los numerosos testimonios ingleses sobre lo cerca que Argentina estuvo de obtener un resultado favorable nos eximen de mayor explicación. Coincido también en esto con Jorge Abelardo Ramos cuando afirma: “Iniciar y consumar la recuperación de las Malvinas fue una victoria política y estratégica en sí misma (ya que rompió la inmovilidad de un siglo y medio) y la rendición de Puerto Argentino constituyó una derrota táctica, pero que no alteró el significado global de la guerra y su positivo valor histórico. Justamente la idea de que la guerra fue perdida es la que manipula el Servicio Secreto Británico y los 'partidos políticos de la rendición incondicional', que parasitan en la Argentina” (Prólogo al Informe de lord Franks, 1° de marzo de 1985).

La guerra y los derechos humanos

El otro punto que ha desvelado a los críticos de la breve recuperación de las islas y los combates que sobrevinieron es el relativo a la supuesta violación de los Derechos Humanos de la tropa por parte de nuestra oficialidad.

Argentina ha tenido el singular privilegio -común a muy pocos países del orbe- de no haber participado directamente en un conflicto bélico desde la infame Guerra de la Triple Alianza -de naturaleza simétricamente opuesta a la de Malvinas, por otra parte-. Esto le ha dado a nuestro pueblo una ingenua ignorancia sobre las condiciones en que se desarrolla una guerra. Pese a haberlo visto miles de veces en películas norteamericanas o europeas, la brutalidad, el desprecio por la vida propia o ajena, la crueldad disciplinaria, el inapelable verticalismo castrense, le resultan reconocibles y propios de esas películas, pero extraños y ajenos a nuestras tradiciones de convivencia. Pero la verdad es que así es la guerra. Un estado en el que, de alguna manera, se suspenden los derechos humanos y la obediencia y la disciplina son fundamentales para el cumplimiento del objetivo: matar más soldados enemigos que los que el enemigo mate en nuestras filas. No intento con esto negar el hecho de que, como en toda guerra y, más aún, en toda actividad humana, no se hayan cometido injusticias y arbitrariedades, pero plantear la Guerra de Malvinas -como lo hace la película “Iluminados por el Fuego” como una guerra entre oficiales y soldados … argentinos, es un notable y pernicioso dislate.

De los miles de veteranos de la guerra de Malvinas, son muy pocas la denuncias sobre este tipo de hechos a los que cierta retórica pretende llamarlos de lesa humanidad. ¿Hubo casos de injustos castigos? Seguramente sí, los hubo, como los ha habido y seguirá habiendo en cada oportunidad en que el furor de Marte gobierne la conducta de los humanos. El puñado de hombres que en 1964 se juntó en Orán, Salta, para iniciar una actividad guerrillera terminó fusilando a dos de sus miembros por supuestos actos de indisciplina y, por otra parte, fueron los únicos muertos que el grupo ocasionó. Bolívar no dudó en fusilar a quien posiblemente fuese su mejor hombre, el general Manuel Piar, y a todos sus compañeros. Las fuerzas militares destacadas en Malvinas no se dedicaron a estaquear soldaditos, como se ha llegado a afirmar, aunque lo hayan hecho. Prueba de ello son la cantidad de víctimas inglesas caídas en lucha cuerpo a cuerpo, el heroísmo de los oficiales de la aviación que salían a atacar a las naves inglesas sabiendo que las posibilidades de regreso eran mínimas y en donde caían tres pilotos de cada cinco que partían.

Esto fue lo que entendió Fidel Castro, y no los pocos casos de arbitrariedades, cuando sus ásperas barbas rozaron, en un abrazo, la delicada piel del canciller argentino Nicanor Costa Méndez. Me cuesta pensar que el viejo líder revolucionario estuviera confundido al respecto.

Estas reflexiones pretenden ser una contribución a evitar que, dentro de cien años, una nueva oleada de revisionismo histórico tenga que rescatar del olvido -como lo hemos hecho con la batalla de la Vuelta de Obligado- la valentía y astucia de los argentinos enfrentando con las armas, y en disparidad de condiciones, a los usurpadores de nuestro territorio patrio.

Buenos Aires, 1º de abril de 2022