De alguna manera, José de San Martín ha comenzado a ser conocido,
discutido y admirado -en la extensa amplitud de sus méritos- recién a partir
del sesquicentenario de su muerte, en Francia, ignorado y falseado por los
rioplatenses que después intentarán convertirlo en el santo que nunca fue.
En efecto, en aquel hoy lejano 17 de agosto de 2000 fueron escasos los
homenajes y recuerdos a su memoria. Su proeza suramericana, su firmeza estoica,
su enfrentamiento nunca perdonado con la venal burguesía comercial porteña
expresada por Rivadavia, su mirada continental y su destierro europeo no
resultaban temas de interés para un país que se debatía en la agonía
paralizante de la deuda externa, la desocupación y la pobreza.
Se necesitó el estallido oxigenante del 19 y 20 de diciembre de 2001,
se necesitó que el país profundo rompiese, con su mera presencia física, la red
de sofismas y mentiras que hasta ese momento encorsetaban la expresión de su
voluntad, para que la figura de aquel augusto guerrero y empecinado político
despertase con una nueva luz en la conciencia de nuestros paisanos.
En 1950, al cumplirse los cien años de su desaparición, el gobierno de Juan Domingo Perón declaró el Año Sanmartiniano y puso a su disposición todo el aparato comunicacional de su gobierno, el primero en incorporar esa actividad, hoy imprescindible, a la acción estatal. La imagen del Libertador se multiplicó en estampillas -cuando el correo postal era de uso cotidiano en todas las relaciones humanas-, en concursos literarios, en obras de teatro, en referencias retóricas, en publicaciones, en revistas y diarios. Los manuales de lectura infantiles se iniciaban con el retrato de San Martín envuelto en la bandera argentina, ese cuadro tan familia y que nadie a ciencia cierta puede afirmar quien es su autor. Julio Perceval dirigía en el Cerro de la Gloria, en Mendoza, El Canto de San Martín de Leopoldo Marechal, donde el elenco del Teatro Colón cantaba:
“CORO 1°
“Y era guerra de amor
la que traía el hombre
del Atlántico verde.
CORO 2°
¡Y era guerra de amor!”
Detrás
de todo ese despliegue no había solamente una intención hagiográfica. El
presidente Perón preparaba, además, el terreno espiritual para el lanzamiento
de lo que sería su más ambicioso proyecto estratégico: la actualización de los
ideales sanmartinianos de unidad continental en la propuesta de alianza
estratégica con el Brasil, proyecto que el propio Perón llamó “el Nuevo ABC”.
Era
imprescindible, en aquellos años, traer al presente la epopeya suramericana de
San Martín -y obviamente de Bolívar- para que una invitación al Brasil para
conformar una alianza estratégica destinada a unificar el subcontinente no
fuese considerada un delirio expansionista, como de hecho lo fue por parte de los
tradicionales sectores oligárquicos de los países involucrados, Brasil y Chile.
En el
nuevo siglo nuestro Libertador encontró nuevamente un terreno propicio para su
vieja concepción que no era otra que la Unidad y la Independencia. Habían
logrado, entre su acción y la de Simón Bolívar, asegurarnos la segunda, pero
las fuerzas centrífugas de los puertos y sus burguesías comerciales, ávidas de
la quincalla europea, habían hecho fracasar la primera. Doscientos años
después, Caracas, Buenos Aires y Quito, los mismos pueblos de los versos no
cantados de nuestro himno patrio, volvían por la tarea inconclusa.
Y
entonces don José de San Martín volvió a brillar con la luz que siempre había
merecido. Volvió a escribirse su biografía. Su nombre volvió a cabalgar, junto
con el caraqueño y el del oriental José Artigas, en la imaginación de nuestros
pueblos y sus gobernantes. Se hicieron nuevas películas. Su marcial exigencia, “Seamos
libres, lo demás no importa nada”, volvió a imponerse como imperativo moral
a las nuevas generaciones.
Mientras
quienes fueron sus enemigos políticos y atentaron contra su empresa se hundían
en el olvido y, muchas veces, en el desprecio populares, el correntino no ha
hecho otra cosa que agigantarse, hasta convertirse en el ideal de las nuevas
generaciones que se han incorporado a la política.
Aquel hombre fue descripto por Mary Graham, la
amante del aventurero inglés Cochrane, con los siguientes rasgos: “Es alto y
bien constituido, tiene una apuesta e inteligente prestancia pero sus ojos
oscuros y grandes tienen una expresión muy singular, quizás debiera decir
siniestra. Son oscuros y bellos, pero inquietos; nunca se fijan en un objeto
más de un momento, pero en ese momento expresan mil cosas. Su rostro es
verdaderamente hermoso, animado, inteligente; pero no abierto. Su modo de
expresarse, rápido, suele adolecer de oscuridad; sazona a veces su lenguaje con
dichos maliciosos y refranes. Tiene grande afluencia de palabras y facilidad
para discurrir sobre cualquier materia”. Curiosamente, es el retrato más
cercano y preciso que tenemos del General, pero como se aleja del retrato
piadoso y ñoño que nos ofreció Mitre, ha sido ocultado por la historia oficial.
Ojos siniestros, inquietos y que expresan mil cosas,
un rostro hermético, palabra fácil, pero oscura, maliciosa y abundosa en
refranes, capacidad para opinar sobre cualquier tema dan la idea de un hombre
astuto, que no confía a nadie todos sus pensamientos, seductor y calculador.
Dan la idea vulgar de un político, algo que la lavandina mitrista quiso sacar
de la memoria de nuestro héroe.
El renacer de los tiempos históricos, el nuevo
impulso continental de nuestros pueblos han desenterrado este José de San
Martín del mausoleo plástico con que recubrieron su acción y su pensamiento los
herederos de Rivadavia y el partido directorial. Su voluntad política adamantina
para independizar y unir a estas tierras es el legado sanmartiniano que hoy
resplandece.
Buenos Aires, 16 de agosto de
2015
Publicado en Infobae http://www.infobae.com/2015/08/17/1748840-san-martin-y-su-mausoleo-plastico
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