El
Juez Griesa y los trotkistas yanquis
Barry Sheppard |
Me
escribe desde Nueva York Barry Sheppard, veterano militante
trotskista, durante un tiempo secretario general del Socialist
Workers Party y autor de dos volúmenes que cuentan el auge, la declinación y el colapso de esta organización política
norteamericana. Su mail dice, traducido, lo siguiente:
“Griesa
fue el
juez en el juicio que el Socialist Workers Party inició contra
varias agencias policiales del gobierno de los EE.UU. En 1973.
Nuestro planteo fue que el gobierno había violado masivamente
nuestros derechos por medio de asaltos a nuestros locales, operando
para hacer echar de sus trabajos a nuestros afiliados, ecuchas y
grabaciones ilegales, espionaje, publicación de falsas acusaciones
en la prensa, etc. En 1986, Griesa tomó su decisión, esencialmente
sosteniendo nuestras acusaciones y dictando una sentencia contra el
gobierno. Una decisión favorable.
Nuestro
caso se produjo en las secuelas de la radicalización de “los 60”
y la revelación de los crímenes del gobierno contra los movimientos
negros, antibélicos y feministas y el caso Watergate que terminó
con la renuncia de Nixon.
De
modo que esta buena decisión de Griesa fue hecha en este contexto.
Ello no significa que en la continuación de su carrera no haya
tomado muchas malas decisiones, la última de ellas contra la
Argentina”.
La
gentil y solidaria nota de Sheppard fue en respuesta a un pedido de
información acerca de Griesa y su participación en este caso del
SWP.
La
comparación de estos dos casos, el de los trotskistas
norteamericanos y el de los fondos buitres, me lleva a las siguientes preguntas:
¿qué tienen en común ambos casos?; ¿por qué en un caso, el del
SWP, Griesa falla a favor del más débil y en el segundo, el
nuestro, del más poderoso?
John Locke |
Más
allá de las explicaciones políticas referidas al papel de los
jueces norteamericanos en salvaguarda del sagrado derecho a la
propiedad privada y al intangibilidad de los negocios particulares,
se me ocurre que en ambos casos subyace la idea liberal de origen
inglés (John Locke, Adam Smith) de la supremacía absoluta de los
derechos individuales frente a los del estado y los límites de éste
respecto a la autonomía de la sociedad civil. El liberalismo
político en su nacimiento se enfrenta al estado absolutista
monárquico, en quien ve el principal impedimento para el desarrollo
de la libertad y capacidad del individuo. Este punto de vista, que
enfrentó al despotismo monárquico de origen feudal, permitió, es
cierto, la aparición del estado republicano moderno.
El
liberalismo contemporáneo ha deshistorizado esta visión propia del
siglo XVIII, reivindicando “todo” interés individual o de la
sociedad civil frente a “todo” interés de “todo” estado.
Es,
en cierto sentido, una extensión al derecho político de la conocida
burla de Anatole France sobre la igualdad francesa: “En París
todos tienen derecho a dormir bajo los puentes”.
El
estado plutocrático norteamericano se excedió en sus atribuciones
al someter a persecución policial a los ciudadanos agrupados en el
SWP, en 1976, de la misma manera que el estado nacional y popular
argentino, en defensa de sus ciudadanos, se extendió en sus
atribuciones al negar el pago de sus acreencias a un grupo de
honestos comerciantes.
Esta
distorsionada visión de la realidad es la que encierran todas las
expresiones liberales y neoliberales contemporáneas. Es el atroz
pensamiento darwinista que subyace en los escritos de Ayn Rand, en
los extremistas bien comidos del Partido Liberal Libertario, en la
psicopatía de Domingo Cavallo o en el criminal maltusianismo del
Banco Europeo.
Pero
también es el mismo liberalismo que expresa Lilita Carrió y su
manipulación de Hannah Arendt, el formalismo de FAUNEN o la
altisonancia geronte de Pino Solanas.
Con
Anatole France, pero sin su ironía, todos ellos sostienen “todos
los ciudadanos del mundo tienen derecho a prestarle dinero a la
Argentina y cobrar sus acreencias”.
Buenos
Aires, 29 de junio de 2014
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