La industria argentina en Venezuela y el presidente Chávez como historiador colectivo
El programa Aló Presidente de este domingo es fuente de un par de reflexiones políticas.
Aquella Argentina de los talleres y las industrias
En primer lugar, para un argentino, como quien esto escribe, la presencia de una importante representación de empresarios y técnicos argentinos no puede pasar desapercibida. Pequeños y medianos empresarios de distintas provincias de Argentina, con el apoyo del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y su presidente Enrique Martínez y de la embajadora argentina en Caracas, Alicia Castro, han traído su conocimiento, su experiencia y su tecnología para contribuir al esfuerzo productivo puesto en marcha por la Revolución Bolivariana. En diversos puntos de Venezuela fueron inaugurados simultáneamente importantes emprendimientos industriales en alianza con organismos nacionales, estaduales y organizaciones sociales.
Era emocionante ver a estos, por lo común, adustos hombres de empresa, talleristas pequeños y medianos que constituyen el núcleo central de la sobrevivencia de la industria argentina durante el huracán antinacional de los últimos treinta años, conversando, frente a las cámaras, con el presidente Hugo Chávez, el feroz tirano populista que en Buenos Aires describen La Nación y Ámbito Financiero. Estos productores industriales argentinos, hombres de trabajo diario, cuya vivienda suele quedar al lado mismo o muy cerca de la fábrica, no manifestaban desconfianza al “socialismo del siglo XXI” que postula Chávez, no parecían temer a la “demagogia populista” que desalienta a la producción, como afirman los titulares de toda la prensa canalla del continente. Tampoco traslucían una especial sospecha hacia un gobierno que acaba de nacionalizar a otra empresa sedicentemente argentina, SIDOR, el gran monopolio siderúrgico de la familia ítalo-argentina Rocca.
Uno de ellos, un típico argentino de clase media, de asadito los domingos, con la gran mesa familiar de hijos, hijas, yernos y nueras, nietos y nietas, de fútbol con los amigos, de reunión semanal en el Rotary Club del pueblo, no sólo expresó ante las cámaras de Venezolana de Televisión la decisión de su empresa fabricante de motores industriales de sumarse al esfuerzo productivo de Venezuela, sino también manifestó la voluntad de incluir socialmente a sus trabajadores, de contribuir a su desarrollo personal y familiar. Había eco en las palabras del empresario argentino –lo supiera o no el amigo industrial- de aquella utopía peronista de la grandeza de la nación y el bienestar del pueblo. Sus palabras sonaban creíbles porque eso fue posible en la Argentina durante muchos años maravillosos, y hoy son posibles en el proyecto que lidera el presidente Chávez.
Esto es lo que los argentinos, lo que queda de aquella Argentina que fue orgullo y admiración del continente por su desarrollo industrial, su justicia social y su gran creatividad técnica y tecnológica, puede aportar no sólo a Venezuela sino al conjunto de Suramérica. Chávez lo sabe y no pierde oportunidad para explicárselo a sus conciudadanos. También -y afortunadamente, podemos agregar- lo saben la presidenta Cristina y su gran embajadora en esta tierra, la antigua y siempre bella dirigente sindical de las aeromozas, Alicia Castro. También lo sabe el imperialismo y es por eso que su principal objetivo es desarticular la alianza estratégica bolivariana y sanmartiniana que han sostenido los últimos dos presidentes argentinos, Néstor Kirchner y Cristina Fernández. En realidad y tal como lo afirmo Hugo Chávez, el abrazo de Guayaquil entre los dos Libertadores, que tuvo que ser una despedida por la traición de Buenos Aires a la causa suramericana, hoy es reencuentro inseparable en esta integración económica, política y empresarial de la que hemos sido testigos en el Aló Presidente de hoy.
Chávez y la génesis histórica de los venezolanos
La otra reflexión viene a cuento de uno de los últimos fragmentos del programa. A raíz de una sucesión de recuerdos personales, Hugo Chávez, en una admirable lección de historia viva y de conciencia histórica, desplegó ante sus oyentes la historia venezolana de la segunda mitad del siglo XIX, la que sobrevino, como dijo, “al fracaso del proyecto de Bolívar”.
Del recuerdo de un lejano ancestro, el soldado de Zamora Pedro Pérez Pérez, relató, al modo de Faulkner o de su discípulo García Márquez, ciento cincuenta años de soledad, de levantamientos a caballo, de caudillos regionales que con sesenta jinetes derrocaban presidentes galopando machete en mano desde la sabana barinesa hasta la lejana y ajena Caracas. Explicó, en un país en el que el gobierno de Rafael Caldera derogó la enseñanza de la historia en las escuelas, la naturaleza histórica y social del gobierno de Cipriano Castro con el que Venezuela entró al siglo XX. Recordó el bloqueo a que fue sometido el país por parte de las potencias europeas a raíz de la política nacional defensiva de Cipriano Castro. Fue ese bloqueo al que el ministro de Relaciones Exteriores argentino, Luis María Drago, repudió con la llamada doctrina Drago
[1].
Ofreció en pocas y precisas palabras el sentido de su derrocamiento y de la conspiración de Juan Vicente Gómez, coincidente con la aparición de los dos personajes que, como el Gog y Magog bíblicos, han caracterizado a la Venezuela del siglo XX: el petróleo y los Estados Unidos.
El escapulario que llevaba en su cuello, le permitió a Chávez ilustrar a sus compatriotas sobre un período heroico de las luchas civiles, para terminar con un final de película. El hijo de Pedro Pérez Pérez, derrotado y aprisionado por el tirano, al ser envenenado en prisión se arranca el escapulario y lo arroja contra la pared gritando: ¡“Maisanta, pudo más Gómez!
Con este prodigioso relato -“hijo de la sabana, de sus historias y sus misterios”, dijo Chávez- lo que hizo el presidente fue establecer en su persona, y en la de millones de sus compatriotas sin nombre, cuyos antepasados regaron el suelo llanero con su sangre humilde, el nexo, la vinculación histórica que su movimiento expresa y representa. Contra lo que la ciega y torpe oposición venezolana –tan torpe y tan ciega como la argentina- cree o simula creer, Chávez es en su política la expresión en las condiciones del siglo XXI de la larga marcha de nuestros pueblos hacia la autoconciencia, la independencia, la unidad y la justicia.
Por eso somos, todos nosotros, invencibles.
Caracas, 31 de agosto de 2008.
© (2008) Julio Fernández Baraibar
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[1] Luis María Drago (1859-1921). Ministro de Relaciones Exteriores de Julio Argentino Roca. Frente al bloqueo naval a Venezuela, impuesto por Gran Bretaña, Alemania e Italia a fines de 1902, por la moratoria unilateral de su deuda declarada por Cipriano Castro, presentó, en defensa de Venezuela, la llamada Doctrina Drago, que establece que ningún poder extranjero puede utilizar la fuerza contra una nación americana para cobrar una deuda. Se inspira en el pensamiento del diplomático y jurista uruguayo-argentino Carlos Calvo y es la respuesta suramericana a la Doctrina Monroe, sostenida por los EE.UU.