27 de octubre de 2015

El domingo 22 de noviembre votaremos a Scioli-Zannini

El domingo, como ha escrito Enrique Lacolla en su sitio web, se ha producido “un terremoto político: Una opinión pública voluble, la saturación mediática y un oscuro tramado de intrigas en el seno del FpV, han puesto en tela de juicio el futuro del modelo”.

No se puede negar la importancia del traspié que ha sufrido el proyecto de independencia nacional, justicia social e integración latinoamericana iniciado con la presidencia de Néstor Kirchner, en el 2003 y de cuyo fallecimiento hoy se cumplen cinco años. La provincia de Buenos Aires, la más rica y populosa del país, ha quedado en manos del partido que expresa los intereses del capital financiero, los grandes productores agrarios, el monopolio mediático, el ajuste y la devaluación del dólar. Buenos Aires se suma así a Mendoza, Córdoba y Santa Fe al bloque de provincia gobernadas por los partidos de la Argentina agroexportadora y dependiente, los partidos del endeudamiento externo, el achique del Estado, la exclusión social y el alineamiento automático con los EE.UU. Ello implica que la franja central del país que concentra la mayor parte del Producto Bruto Interno ha quedado en manos de la oposición.

A esto debe agregarse un resultado muy exiguo para nuestro candidato Daniel Scioli con una escasa diferencia a favor sobre el candidato del establishment económico Mauricio Macri.

El impacto de estos resultados, a los que debe sumarse triunfos como el del candidato Arroyo, en Mar del Plata -un confeso admirador de la dictadura, xenófobo y homofóbico declarado-,  han producido en los círculos militantes del Frente para la Victoria un juicio negativo sobre la conducta del electorado, sobre su supuesta desmemoria, su frivolidad política o la hegemonía de los peores sentimientos.

En el pueblo anidan siempre, cuando ganamos y cuando perdemos, los peores y los mejores sentimientos. Ellos se mezclan en el proceso electoral en el que las razones por las cuales se vota a una candidatura son siempre, desde la perspectiva individual, heterogéneas y confusas. Pero eso es políticamente irrelevante.

La política consiste, justamente, en conquistar la voluntad popular tal como ha sido generada por la historia, negociar con la realidad, y ganar elecciones. Cuando el resultado nos es adverso, la responsabilidad es siempre nuestra. Porque no gobernamos tan bien como para que sus resultados fuesen incontrovertibles, porque pecamos de soberbia o triunfalismo, porque ideologizamos el mensaje sin preocuparnos por los problemas cotidianos. El pecado de ideologismo ha estado permanentemente presente en nuestras filas, haciéndonos alejar, muchas veces, del sentir popular profundo. Creer que denunciar a algún candidato racista alcanza para destruirlo es un pecado típico de ideologismo. Si ganó Arroyo es porque nuestro candidato fue considerado peor por una importante mayoría popular. Mar del Plata es una plaza muy conservadora, como Bahía Blanca. Horrorizarse porque un candidato desprecia a los bolivianos -con todo lo perverso que tiene- no alcanza operatividad política alguna.

Las sociedades, en general, son conservadoras y no soportan durante mucho tiempo la controversia y la tensión políticas, menos cuando la situación favorable comienza a retroceder y aparecen turbulencias económicas. Hay que aceptar, por duro que sea, el mensaje de las urnas. Hacer recaer la culpa en el electorado es escupir al cielo. Es hacer algo parecido a lo que hace la derecha económica. Y, lo que es peor, no sirve para corregir nada.

De modo que toda reflexión política debe centrarse en revertir los errores, mezquindades, pruritos y desaciertos cometidos y las heridas -voluntarias o involuntarias- que han sangrado durante la jornada electoral, para convertir el exiguo triunfo del 25 de octubre en un contundente triunfo el próximo 22 de noviembre.

La fórmula presidencial Daniel Scioli-Carlos Zannini es, en estas condiciones, más que nunca la respuesta para mantener los logros nacionales y populares alcanzados durante estos doce esforzados años, en los cuales, no solo logramos sacar al país del infierno y el empobrecimiento material y espiritual en que lo dejó la dictadura del capital financiero, los organismos internacionales de crédito, la desindustrialización y el darwinismo social.

Está en la capacidad de energía estratégica y negociación táctica de nuestro candidato presidencial y del Frente para la Victoria restañar heridas y resentimientos, reunificar las fuerzas centrales y determinantes del movimiento nacional, ratificar y fortalecer el voto popular por un proyecto de desarrollo industrial y productivo, de inclusión social y de soberanía la clave del triunfo en la segunda vuelta. Una derrota en estas elecciones implicaría una derrota no solo de nuestro país, sino de la gran esperanza abierta en las históricas jornadas de la Cumbre de Mar del Plata en el 2005, pondría en graves dificultades a los gobiernos populares latinoamericanos, incluído al Brasil.

Pero también amenazaría, y esto no es ninguna exageración, la notable y solitaria campaña en contra de la globalización dictada por el capital financiero y la destrucción del medio ambiente para la vida humana en el planeta, llevada adelante por nuestro compatriota, el Papa Francisco. La historia ha hecho que nuestro país y nuestro continente sean la retaguardia y la base territorial de su prédica a favor del mundo periférico y los más pobres y desheredados de todos los pueblos. Un triunfo en su país de nacimiento de las políticas que Francisco combate a escala global va a debilitar, de una u otra manera, su inclaudicable prédica.

Scioli-Zannini es el único voto posible para todos aquellos compatriotas a los que la Argentina no es solo un dato en el pasaporte sino el único lugar posible para su realización personal y social.

No puede haber vacilaciones, mezquindades o pruritos ideológicos. Doscientos años de una historia repleta de sacrificios sin límite reclaman de nuestra generación poner punto final al ciclo de revoluciones y contrarrevoluciones que han puesto grilletes a nuestro futuro.

Scioli-Zannini es la fórmula del país económicamente independiente, socialmente justo y políticamente soberano.

Buenos Aires, 27 de octubre de 2015.

8 de octubre de 2015

El discurso de Perón en la Escuela Superior de Guerra

En un nuevo aniversario del nacimiento del General Juan Domingo Perón, publico aquí el capítulo de mi libro "Un Solo Impulso Americano, El Mercosur de Perón", como homenaje y actualización de uno de los más trascendentales legados de su singular genio político: la unidad suramericana. En este discurso, nuestro tres veces presidente y creador del más influyente movimiento político de este continente entrega a sus contemporáneos y a la posteridad la visión estratégica que el siglo XXI comenzó a hacer realidad, con todas las dificultades, marchas y contramarchas que la creación de un nuevo mundo impone a los hombres.

El discurso de Perón en la Escuela Superior de Guerra

El 11 de noviembre de 1953, el general Perón pronunció una conferencia en la Escuela Nacional de Guerra ante oficiales de alta graduación. La misma tuvo un carácter especialmente reservado, dado el tema sobre el cual hablaría el presidente y el clima que se vivía en ese momento, tal como ya tenemos contado. Fue posteriormente editada por el Ministerio de Defensa, con carátula de reservado y se tomaron especiales recaudos para entregar ejemplares a los oficiales participantes. “Un ejemplar del fascículo, probablemente merced a los buenos oficios de los servicios de informaciones de Estados Unidos, logró ser conocido por algunos políticos opositores emigrados en Montevideo y difundido en esa capital por medio de copias mimeográficas, como prueba del ‘imperialismo argentino’”[1]. Más adelante veremos con qué consecuencias.
Esta conferencia es a la vez la síntesis y el cuerpo doctrinario del pensamiento continental de Perón, que a lo largo de todos esos años había tratado de ir formulando, a la par que poniendo en práctica, con esa virtud que Methol Ferré atribuye a los “políticos intelectuales”.
Perón comienza formulando cuál es su visión histórica sobre la vida social humana[2]. “Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han dio, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos. Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones, y hay quien se aventura  ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes”. Nada más lejos del general Perón que un nacionalismo esencialista, abstracto e ideologizante. Los estados nacionales son para él, momentos de “la natural y fatal evolución de la humanidad” y su integración en unidades superiores no es lejana.
Después de exponer a la concurrencia su punto de vista acerca de lo que consideraba los dos problemas centrales con que se enfrentaba el mundo “superindustrializado y superpoblado”: el de la alimentación y el de las materias primas. “Es indudable que nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación, extractiva está la mayor reserva de materia prima del mundo”.
A partir de estas premisas expone lo que considera nuestro principal peligro: “nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimento ni de materia prima, pero que tienen un extraordinario poder, jueguen ese poder para despojarnos de los elementos que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades”.
Es a partir de estas consideraciones que Perón presenta el tema de la unidad latinoamericana. Después de una breve consideración histórica, el presidente argentino expone su preocupación: “Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el Continente”.
Desde los tiempos de Bolívar no se oía en América Latina la voz de un militar y jefe de Estado que con más convicción y firmeza comprometiese su paso por la historia con la tarea unificadora. Y agrega: ”Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados”. Este concepto se convertirá, a partir de esta fecha, en leit motiv dominante en la política y el pensamiento del general Perón. "Unidos o Dominados"  será la consigna con la que volverá en 1973 y la que presidirá toda su política internacional, tanto en el exilio como después del regreso al poder.
”En 1946, cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición”.
”No encontramos allí ningún plan de acción, como no existía tampoco en los ministerios militares ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones. Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regía sus decisiones o designios”.
”Vale decir, que nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros. (…) Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomasen los demás países. Nosotros no teníamos la iniciativa”.
Es esta descripción casi una definición del estado semicolonial de un país. Existe una independencia formal, una constitución, independencia de poder, ejército y hasta un lugar en las Naciones Unidas. Pero carece de política internacional propia. Pero inmediatamente, el general Perón trata de dar una explicación a esto: ”No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizá explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes, pero tienen que tener algún objetivo”.
Respecto a esta última consideración, Methol Ferré hace una interesante reflexión personal: ”Recuerdo que en mi juventud, cuando leí por primera vez el discurso, publicado enseguida por el diario ‘El Plata’ del doctor Juan Andrés Ramírez, bajo el título ‘El imperialismo argentino’ –así se formaban en mi país el clima contra Perón– lo que más me llamó la atención fue la insistencia de Perón en ubicar a la Argentina como ‘pequeño país’, cuando lo creíamos ‘grande’. Me dejaron asombrados tanto Perón como Juan Andrés Ramírez, por razones inversas”[3]. Perón quería, justamente, dejar establecido con esto su absoluta renuncia a cualquier política hegemónica, pues, como ya hemos visto, sabía que justamente éste era el argumento dado por quienes no reconocían la existencia del imperialismo norteamericano y alertaban sobre el imperialismo argentino.
”Por eso, bien claramente entendido, –continúa Perón– como lo he hecho en toda circunstancia para nosotros: primero la República Argentina, luego el Continente y después el mundo. (…) Vivimos solamente en una seguridad relativa, pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del Continente”.
Es necesario acudir nuevamente al punto de vista de Methol Ferré para dejar aclarado que ”en el contexto del discurso, cuando Perón se refiere a ‘parte del continente’ y a veces a ‘Continente’ significa casi siempre América del Sur”[4].
Sigue Perón: “La historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tienen en sí una completa, diremos, unidad económica”. Es la teoría clásica de la aparición del Estado nacional. La unidad económica es el antecedente y requisito necesarios para la aparición de los estados nacionales europeos. Justamente el retardo en la constitución del estado alemán estuvo dado por la dificultad en establecer esa unidad económica. Las barreras aduaneras entre los pequeños principados que constituían el viejo imperio fueron el impedimento central a la realización de la unidad alemana. El "Zollverein" – unión aduanera– primero, y la unidad política después, fueron las tareas que realizó el mariscal Bismarck y que le permitieron introducir a Alemania en el siglo XIX[5].
Y a continuación expone el general Perón el centro crítico de su propuesta: “La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. (…) Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina”.
“Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separado, o juntos, sino en pequeñas unidades”.
“Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos. Tampoco olvidé de trabajar a los gobiernos, y durante los seis años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el general Ibáñez”.
“Getulio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea, y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno. Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder lo mismo”.
Efectivamente, a comienzos de 1950 Perón recibió a João Goulart, enviado personal de Getulio Vargas, y hubo un fructífero intercambio de ideas sobres las posibilidades de iniciar una complementación económica entre los dos países. Fue justamente la visita de Goulart lo que usó la prensa brasileña como prueba de que estaba en marcha, desde mucho tiempo antes, un plan político conjunto entre Vargas y Perón. Se habló incluso de que el gobierno argentino había financiado la campaña electoral de Getulio[6]. Una cuestión que muy bien pudo ser cierta y debe ser mirada sin moralina alguna, ya que estaba en juego un plan político de gran alcance con vistas a la unidad de los países.
Lo cierto es que Perón respondió a Vargas con una carta que demuestra su satisfacción por los contactos iniciados: "Con mucho gusto he recibido la visita del señor João Goulart, con quien nos hemos puesto perfectamente de acuerdo. Quiero hacerle notar que de continuo ayudo a mucha gente que recurre solicitando distintas clases de favores, invocando la situación de ser amigos de usted. Deseo dejar expresa constancia de que trabajaré con ellos para lograr que se pongan incondicionalmente a sus órdenes y al que así no lo hiciere, le retiraré de inmediato toda clase de atenciones…”[7].
 “Estoy perfectamente de acuerdo en que la persona indicada por usted sirva de enlace entre usted y yo y me parece oportuno advertirle que es necesario ponernos a cubierto en cuanto se refiere a las muchas personas que le verán, arguyendo representación mía. Para evitarlo le hago llegar mi deseo de que solamente reconozca carácter de tal, a quien sea portador de carta mía autógrafa y de esa manera eliminaremos el peligro de los ‘comedidos’ que eligen el pretexto de servir a los demás para servirse a si mismo”.
Y no pierde la oportunidad de agregar: “Comparto plenamente la opinión acerca del brillante porvenir de nuestro Continente, si logramos unificar los esfuerzos de todos los países que lo formamos, en cuyo favor no habremos de omitir ningún sacrificio realizable. Tengo invariablemente confianza en el efectivismo de la fraternidad americana y hacia él estará dirigido nuestro mayor empeño”[8].
Pero volvamos al texto de la conferencia de 1953.
“Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieren prometido esto, para dar el hecho por cumplido, porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran sino lo que pudieran”. Y continúa Perón: “(…) sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: es Itamaraty, que constituye una organización supergubernamental. Itamaraty ha soñado desde la época de su emperador hasta nuestros días con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en Brasil. (…) Debe desmontarse todo el sistema de Itamaraty y deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que el Brasil entre a una, diremos,  unión verdadera con la Argentina”.
Una breve digresión. En carta fechada el 2 de setiembre de 1953, el embajador argentino en Río, doctor Juan Cooke, expone ante su ministro, Jerónimo Remorino algunas consideraciones sobre este tema: “Itamaraty siempre ha contemplado con recelo cualquier acto de nuestro país que signifique un acercamiento con las demás naciones del Continente. (…) La geopolítica de Itamaraty se basa en estimar como lesiva para los intereses del Brasil cualquier unión entre otras naciones del Hemisferio. (…) En consecuencia, la reacción ante la unidad económica argentino–chilena consistió en tratar de estrechar los vínculos de todo orden brasileño–peruanos. (…) Por fortuna, señor ministro, la articulación entre Lima y Río de Janeiro es tan artificial, y se ha edificado sobre cimientos tan relativos, que puede pronosticarse que, en su forma política actual, no ha de ser muy duradera”.
“(…) la política de Itamaraty obedece al planteo histórico –que ha heredado del reino de Portugal en sus luchas contra España por el predomino en América, de un encauzamiento en sentido de intentar y desear el debilitamiento argentino en el hemisferio, ante la estimación de que, a la larga, será el único enemigo con potencial suficiente en cualquier plano que podrá enfrentar a Brasil en Sudamérica. (…) Desde luego, cabe destacar que, mientras la formulación de la política exterior argentina está basada como las principales premisas de su gobierno, en la voluntad y tendencias populares, la conducción internacional de la posición brasileña depende completamente del pensamiento de una minoría que dirige Itamaraty y que se forma dentro de las concepciones del Barón de Río Branco, modificándolas muy levemente y sin seguir el compás de los acontecimientos modernos”[9]. La concepción de Perón no era una ocurrencia personal. Existía todo un sistema de cuadros políticos, militares y diplomáticos que, o bien habían colaborado en gestar ese pensamiento estratégico, o bien coincidían plenamente con sus postulados. El excelente informe del doctor Cooke, que acabamos de leer, lo testimonian. Nótese la coincidencia, incluso terminológica, con el discurso de Perón , en lo referido a Itamaraty.
A continuación de esta franca exposición de las dificultades que encuentra su proyecto Perón dice una frase reveladora: “Nosotros con ellos no tenemos ningún problema, como no sea es sueño de la hegemonía, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros; no tenemos ningún inconveniente”. De nuevo la hipérbole como recurso retórico para convencer. Y siempre el mismo mensaje: no importa de qué manera, en qué condiciones, lo que importa es la unidad. No tenemos que poner ninguna traba, tenemos que aceptar lo que sea, porque, en su concepción, lo peor es la atomización. “Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ése tampoco va a ser un inconveniente”, termina diciendo Perón.
“Cuando Vargas subió al gobierno me prometió a mí que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después: el mismo tratado. Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: Vamos a suprimir las fronteras si es preciso. Yo ‘agarraba’ cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente”. Nuevamente el mismo recurso. Y recordemos que estaba hablando ante altos jefes militares cuya misión, según la concepción de la patria pequeña, ha sido el cuidar nuestras fronteras. Pero quería dejar establecido para siempre la idea de que cuando se sabe el "qué", el "cómo" no importa.
Esta es, por así decir, la parte teórica o doctrinaria  de la conferencia. A continuación de ella, Perón cuenta a sus entorchados oyentes los detalles y las dificultades de las negociaciones que en ese sentido puso en marcha. Claro que en un pensamiento, como el de Perón, tan ligado a la práctica concreta, a la experiencia, toda situación particular lo lleva a una reflexión de orden general.
“Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación. Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola. Son puntos de vista, son distintas maneras de pensar”[10]. “El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno”.  Se refiere Perón al gabinete que Getulio formó al asumir su gobierno. Como ya vimos, Getulio intentó con ello aliviar a su gobierno de la presión opositora, cosa que no logró.
“Claro que él creyó que esto en seis meses le iba a dar la solución, pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes. Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo comprometerse frente a su parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea que implicaba ponerse los pantalones y jugarse una carta decisiva frente a la política internacional mundial; a su pueblo, a su parlamento y a los intereses que había que vencer”.
Narra a continuación el acuerdo con Ibáñez, que ya hemos visto y aclara: “Pero antes de hacerlo, como tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y dije: ‘Vea, usted tendrá que ir a Río con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos prometimos realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo le pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión’” (el subrayado es nuestro).
“El Embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile. Naturalmente ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación”'.
Después de relatar la firma de los acuerdos con el general Ibáñez del Campo, dice Perón: “Al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el Ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago; ‘que estaba en contra de los pactos regionales,  que esa era la destrucción de la unidad panamericana’ Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez. Al darle los buenos días, me preguntó ‘¿qué me dice de los amigos brasileños?’”.
Como ha dicho Methol Ferré, en la conferencia ya citada: “La preocupación básica es la alianza con Brasil, las dificultades que encuentra Vargas”[11].
Y concluye Perón: “Bien señores. Yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos los documentos para la Historia, porque yo no quiero pasar a la Historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido cretinos, no he sido yo solo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el ‘baile del cretinismo’”. De nuevo ese tono de ira, casi desesperado, ante las dificultades de la tarea que considera impostergable. Considera que toda su labor, su paso por la vida, depende de intentar, por todos los medios, realizar la unión sudamericana. Insisto, hay que retroceder hasta San Martín o Bolívar para encontrar un tono semejante. Pero vuelve a la finalidad de su mensaje: “Pero lo que yo no quería dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, es que todo la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión” (el subrayado es nuestro).  




[1] Perón, Juan Domingo, op.cit. pág. 71, nota al pie. El autor de esa nota es Jorge Abelardo Ramos, editor del libro de Perón, durante su gestión como embajador argentino en México.
[2] Todas las citas de esta famosa conferencia son tomadas del libro mencionado en la nota anterior.
[3] Methol Ferré, AlbertoPerón y la novedad de la alianza argentino–brasileña, Cuadernos de Marcha, diciembre de 1995, Montevideo. Curiosamente este texto es una conferencia dada por el pensador oriental en Buenos Aires, a miembros del partido Justicialista con motivo del cincuentenario del 17 de Octubre. La curiosidad radica en que ninguna editorial argentina, ni los propios organizadores de la misma, la hayan hecho conocer en su forma impresa.
[4] Ibídem.
[5] Conf. Hobswaun, Eric J., Las Revoluciones Burguesas.
[6] El plumífero Lacerda, en agosto de 1956, lanzó en “Tribuna de Imprensa”  la acusación de que el entonces vicepresidente João Goulart había recibido setenta mil dólares  del gobierno de Perón para financiar la campaña de Getulio en 1950. A ese respecto, el embajador argentino en Río en ese entonces, Felipe Espil, declaró al periodismo que: “Los documentos publicados no son oficiales, no fueron entregados por funcionarios del gobierno argentino y el simple hecho de aparecer papel timbrado de la vicepresidencia de la Nación Argentina, no otorga autenticidad a ningún documento”. Según Lacerda el pago se había hecho por Vicente Carlos Aloé, como parte de una transacción en el monopolio de importación de madera. Conf. recorte periodístico, La Razón, Buenos Aires, 18 de agosto de 1956.
[7] La propuesta política es obvia: Perón solamente ayudará a aquellos que ayuden a Getulio.
[8] La carta de Perón a Vargas aparece reproducida en Hirst, Mónica, op. cit., pág. 33.
[9] Cooke, Juan, Nota al Ministerio de Relaciones Exteriores, 2 de setiembre de 1953.
[10] Es esta afirmación de Perón un interesante punto de partida para analizar su concepción del poder y de la relación de fuerzas. Coincide con uno de sus famosos aforismos: “Puente de plata al enemigo que huye”. Pero primero hay que hacerlo huir.
[11] Methol Ferré, Alberto op. cit.

5 de octubre de 2015

Ha comenzado la ofensiva contra Francisco

La respuesta a la poderosa ofensiva del Papa Francisco contra el capital financiero, contra la destrucción de los hombres y mujeres y del medio ambiente capaz de sostener la vida -y la humana principalmente-, así como su reivindicación de los más pobres, los más explotados de los hombres y pueblos que viven en la periferia, no se ha demorado.
A menos de una semana de sus históricos y trascendentales discursos en Cuba, el Congreso norteamericano y las Naciones Unidas, la prensa del régimen imperialista y globalizador, ha puesto en el centro de la escena una pasajera expresión papal -referida a una denuncia no comprobada ante la justicia penal- y la cesantía de un alto clérigo del Vaticano por manifestar, no solo su homosexualidad, sino su cohabitación marital con otro hombre, para atacar e intentar desmerecer la figura y el accionar de Francisco.
En primer lugar, Francisco, nuestro compatriota Jorge Bergoglio, dio a conocer dos documentos en los que ha desarrollado la más aguda crítica a las consecuencias producidas en la humanidad por la hegemonía del capital financiero, esta agónica versión del capitalismo que amenaza la subsistencia de la vida en el planeta. Evangelii Gaudium y Laudato Si no son solo dos textos doctrinarios teológicos y pastorales -tema en el que somos declarada y concientemente ignaros- sino que, en mi modesta opinión constituyen los dos más importantes documentos políticos y sociales del siglo XXI, siglo hasta ahora escaso de grandes y universales propuestas transformadoras. El desafío ético social e individual que ambos textos proponen -aun cuando su sustentación filosófica se remonte a los orígenes mismos del pensamiento cristiano- son el más totalizador y provocativo cuestionamiento al rumbo que ha adquirido la humanidad bajo la hegemonía europea y norteamericana.
Valga como ejemplo de lo que digo estos dos estruendosos parágrafos tomados de su Carta Apostólica Evangelii Gaudium:
“No a una economía de la exclusión
53. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre.
Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».
54. En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema
económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.
No a la nueva idolatría del dinero
55. Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial que afecta a las finanzas y a la economía pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo.
56. Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta.”
Quien no vea la naturaleza revolucionaria y transformadora que estas palabras encierran y el impacto que ellas han tenido en el mundo contemporáneo y en aquellas conciencias conmovidas por las atrocidades que sufre el mundo periférico, del cual formamos parte, solo puede ser atribuido a una contumaz ceguera, a un interés personal con la realidad que se denuncia o, sencillamente, a una irremediable incomprensión de la lecto escritura, rayana con la imbecilidad.
En segundo lugar, el papel que ha jugado Francisco desde su asunción como obispo de Roma en la política internacional está en coincidencia con este conmovedor texto ético. El éxito diplomático en el restablecimiento de las relaciones entre nuestra hermana Cuba y los EE.UU., después de décadas de ruptura, el aval moral a los reclamos de nuestra hermana Bolivia por una salida al mar y el establecimiento de relaciones decorosas con Chile, el huracán social que significó su visita a Bolivia y Paraguay y, sobre todo, su memorable discurso ante los movimientos sociales del continente, han convertido a Francisco en un adalid de la lucha de la Patria Grande por su unidad y bienestar popular. El conjunto de los pueblos sumergidos y excluidos de nuestro continente vio en sus palabras, no aquel “opio” adormecedor y tranquilizador que una errónea lectura le ha atribuido a la religión, sino un llamado a la lucha política y social por sus derechos largamente conculcados, un reconocimiento del sentido transformador de sus organizaciones y un aliento a continuar con la tarea de cuestionar y cambiar los mecanismos de dominación.
En tercer lugar, la acción diplomática de este peculiar jefe de Estado, sin divisiones de tanques ni portaaviones, impidió un criminal bombardeo sobre el pueblo sirio y modificó el panorama y la relación de fuerzas en el Medio Oriente que, desde la desaparición de la Unión Soviética, se había convertido en escenario de la más brutal intervención imperialista norteamericana y europea.
Lo dicho, pese a su brevedad, alcanza para comprender el programa y la tarea emprendida por Bergoglio, así como la enemistad que ello le ha valido del establishment financiero internacional, de sus gobiernos, de sus empresarios, de sus políticos y funcionarios. La hostilidad manifestada por los representantes parlamentarios de esa utopía ultrarreaccionaria, criminal e irresponsable, llamada Tea Party, durante su exposición en el Capitolio, muestra a las claras el efecto que este bombardeo estratégico de orden moral ha producido en el núcleo del poder mundial.
Ahora bien, ninguna de las grandes religiones monoteístas aceptan la homosexualidad y todas ellas han creado a lo largo de los siglos un sistema normativo de la sexualidad humana, en el que la procreación ocupa un lugar central. La Iglesia Católica, como guardiana de la doctrina y la moral católicas, ha establecido a lo largo de varios siglos, un corpus doctrinario vinculado, entre otras cosas, al matrimonio y la sexualidad.
Para ella, todo acto sexual fuera del matrimonio -incluida la masturbación- constituye una violación a la ley de Dios. Sus clérigos -esto sí a diferencia de otras religiones monoteístas- hacen voto de castidad, es decir prometen solemne y voluntariamente un compromiso de no tener relaciones sexuales de ningún tipo, a partir de su consagración como sacerdotes.
Todo esto puede ser un interesante y hasta impostergable tema de discusión para los creyentes católicos, pero carece de trascendencia social. Las condiciones de explotación del mundo periférico, el agotamiento del medio ambiente necesario para la vida humana, no sufrirían la menor modificación por el hecho de que la Iglesia Católica aceptase las relaciones pre o extramatrimoniales, despecaminase la vida sexual, tanto sea heterosexual, como homosexual, o permitiese que contrayentes del mismo sexo fuesen consagrados en matrimonio religioso, cuya función litúrgica es sacralizar la continuidad de la especie humana.
Respecto a la castidad de los clérigos, es un tema ajeno a la política y solo preocupa socialmente en la medida en que la misma sea usada por los mismos como tapadera de graves conflictos psicológicos, tendencias perversas ocultas, soterradas o mal disimuladas. Y, en última instancia, es una cuestión que en sí misma solo puede interesar a aquellos que se consideran bajo la jurisdicción del derecho canónico.
Este tópico, el del celibato clerical, se ha convertido en los últimos cincuenta años en un verdadero problema para la iglesia. Por un lado, cada vez más sacerdotes terminan en pareja -pública o secreta- y existe un movimiento muy amplio de religiosos casados que exigen a sus autoridades un cambio en la materia. Por el otro, la jerarquía eclesiástica, en los más altos niveles, ha ocultado, soslayado o hasta excusado las numerosas y reiteradas violaciones al código penal realizada por clérigos en el mundo entero, lo que ha producido por un lado, un pernicioso escándalo, innumerables y millonarias sentencias penales y un flanco fácil de atacar políticamente-la hipocresía suele escandalizarse- por quienes sienten atacados sus intereses. Es sorprendente que haya sido en los EE.UU. y en el Reino Unido, donde con mayor cantidad y virulencia hayan aparecido las denuncias.
Francisco ha tomado este toro por las astas y ha iniciado una profunda depuración y sanción hacia la jerarquía que ha actuado como cómplice de estos delitos y ha llegado a denunciar la existencia de una “rosca” gay en el seno del Vaticano, que oculta, tolera o excusa la pedofilia y el acoso sexual a varones, menores o adultos.
Y ha sido justamente este aspecto no resuelto dentro de la iglesia el que está siendo usado para atacar, no la pedofilia o la hipocresía, sino la posición de enfrentamiento al régimen opresor de EE.UU. y Europa sobre el conjunto de la humanidad a través de esta versión financierizada del capitalismo.
Quienes no entiendan esto, quienes crean que el punto de vista de Francisco sobre el matrimonio homosexual -punto de vista con jurisdicción sólo sobre los católicos- es más importante o decisivo que su cuestionamiento al actual régimen político, social, militar y cultural que sufre la humanidad, se convierten en cómplices bienpensantes, ingenuos y bienintencionados -en el mejor de los casos- del sistema hipócrita y criminal que constituye la principal amenaza a la totalidad de la raza humana.

Buenos Aires, 5 de octubre de 2015

1 de octubre de 2015

La relación entre el ARSAT y la pobreza

La zoncera presuntamente bienintencionada y caritativa con que la oposición critica el lanzamiento de los ARSAT, según la cual nuestro país no podría abocarse a tales empresas ya que todavía tiene compatriotas en estado de pobreza, entre otras muchas cosas ignora que, justamente, el desarrollo tecnológico de punta constituye uno de los caminos para que el conjunto de la sociedad salga de la pobreza.
La sociedad sueca en 1600 era un mundo campesino, cubierto por la nieve, con tres meses de actividad agraria al año, en la que los pobres diseminados en el campo se morían literalmente de hambre. Una monarquía semibárbara, hegemonizada por una aristocracia castrense, se lanzó a la guerra de los Treinta Años, asolando la tierra tudesca (Deutchsland). Para ello, convirtió a las unidades productivas agrarias (el gård), ociosas durante el invierno, en fundiciones para los cañones y demás instrumentos bélicos, transformando durante unos meses, a los peones y campesinos en obreros siderúrgicos. Ese fue el origen del industrialismo sueco y de su peculiar capitalismo, que funda el primer banco central del mundo en 1668. 
Trescientos años después no había logrado superar la miseria y las hambrunas de su campesinado, lo que dio lugar a que el 25% de su población rural (un millón de súbditos) debieran emigrar, principalmente a los EE.UU. Pero, ese país pobre producía y exportaba ya hierro y acero, especializándose en maquinarias agrícolas -la empresa Alfa Laval es característica de esto- y estableciendo la enseñanza estatal obligatoria -fue el primer país europeo en hacerlo-. La especialización en la industria eléctrica, en la ingeniería mecánica y en el papel, a fines del siglo XIX produjo nuevamente un salto productivo.
Toda esa acumulación recién se convirtió en un beneficio para los sectores más débiles de la sociedad a partir de 1930, al ser el primer país que, bajo el gobierno del socialdemócrata Per Albin Hansson, aplica los criterios económicos planteados por Keynes, para convertirse, merced a su neutralismo, en la Suecia equitativa y distribucionista que se hizo famosa en el mundo entero después de la Segunda Guerra Mundial.
El dato histórico vale simplemente como ejemplo de que el desarrollo científico tecnológico es el único camino capaz de sacar a un país del estancamiento agrario y de la economía agroexportadora.