26 de noviembre de 2010

El despertar político de una nueva generación

Hacia un nuevo movimiento estudiantil con las banderas de Néstor y Cristina

Una agrupación estudiantil llamada Arturo Jauretche acaba de ganar las elecciones del Centro de Estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires. La noticia, que pasó desapercibida para los monopolios informativos, tiene una importante trascendencia: es la primera manifestación política de la masiva presencia juvenil en las exequias de Néstor Kirchner.

La juventud es, como se sabe, un estadio pasajero, algo que pasa con los años. Pero su manifestación en las clases sociales es muy distinta. El acceso al trabajo asalariado y en blanco de parte de nuevas generaciones obreras provoca, a la larga o a la corta, una renovación de las dirigencias sindicales y la aparición de lo que en la Argentina se ha dado en llamar “juventud sindical”. Este fenómeno se ha hecho evidente en el movimiento obrero organizado. Gremios como la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), que durante el período neoliberal desindustrializador vio disminuida la cantidad de afiliados, ha visto resurgir una nueva dirección como resultado del crecimiento producido en el sector a partir del 2003. La movilización popular del 24 de marzo pasado contó con la presencia masiva de una Juventud Sindical de la CGT.

En la clase media no asalariada la adhesión a políticas nacionales y populares no tiene un inmediato correlato, tal como ocurre con la clase trabajadora. En general, la caja de resonancia de los cambios político-culturales de la clase media ha sido el movimiento estudiantil, tanto en su versión universitaria como secundaria.

La lucha política por los centros de estudiantes y las Federaciones Universitarias regionales y la FUA ha sido el campo de batalla de las grandes luchas políticas de las juventudes de clase media. Homero Manzi, en su poema a la vieja Facultad de Derecho de la avenida Las Heras, escrito a los diecinueve años, menciona ese movimiento estudiantil que intenta conjugar cierta universalidad conceptual con la realidad americana y argentina de entonces.

Corazón que practica
la leyenda hipocrática de dormir a la izquierda,
hecho con las estrías de cien muchachos locos
que sueñan con la paz
y que hacen la simbiosis
—pampeanamente rara—
de Yrigoyen y Marx.

Por otra parte, fue en el campo estudiantil donde el movimiento nacional y popular argentino -tanto el radicalismo en vida de Yrigoyen, como el peronismo- más dificultades tuvo para influir política e ideológicamente. Distintas corrientes del socialismo y del comunismo cipayos se encargaron de convertir las banderas de la Reforma del 18 en instrumento contra los gobiernos que expresaban la voluntad popular.

Y en 1945 esas mismas corrientes, más un radicalismo ya alvearizado, lograron que los organismos de masas del movimiento estudiantil -los Centros de Estudiantes, las Federaciones Universitarias y la FUA- fuesen instrumento de la conspiración oligárquica antiperonista.

A partir de la década del '60 se produjo un proceso político cultural al que la Izquierda Nacional llamó de “nacionalización de las clases medias”. Los hijos o los hermanos menores de aquellos estudiantes gorilas de 1955 se acercaban al peronismo y, sobre todo, a la experiencia del movimiento sindical peronista. Ese notable fenómeno, que caracterizó las grandes victorias populares a partir del Cordobazo, puso punto final a la llamada Revolución Argentina y contribuyó, junto con la lucha de millones de trabajadores peronistas, al regreso de Perón y a los triunfos populares del año 1973.

En 1970, una alianza integrada por la Agrupación Universitaria Nacional (AUN) -expresión estudiantil de la Izquierda Nacional- y la llamada Franja Morada Nacional -un agrupamiento de sectores reformistas socialistas y anarquistas- triunfó en el Congreso de la FUA en Córdoba. La declaración política de ese Congreso reivindica, por primera vez en la FUA, la fecha del 17 de Octubre de 1945 como un jalón decisivo en la lucha por la liberación argentina.

El notable despertar político de amplios sectores juveniles de clase media que han visto en los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández la representación de sus intereses, postergados por años de neoliberalismo, tiene que convertirse en triunfos políticos que ratifiquen esta voluntad de lucha explicitada en los últimos meses.

Esa explosión juvenil debe consolidarse en un gran movimiento estudiantil -secundario y universitario- que en todo el país despliegue el discurso democrático, popular, nacional, modernizador y latinoamericano de la presidenta Cristina. Ese movimiento debe tener como objetivo principal reconquistar para la causa nacional y popular los centros de estudios, las Federaciones Universitarias y, sobre todo, las Universidades nacionales, en especial la de Buenos Aires.

Si todos las agrupaciones de simpatía kirchnerista que militan en las universidades llegan a los necesarios e inevitables acuerdos políticos, el movimiento estudiantil debe ser un apoyo autónomo y amplio al programa presidencial. No es posible que la FUBA y la FUA estén en manos cipayas, de ultraizquierda o liberales. No es posible que la Universidad de Buenos Aires siga siendo un enclave aislado del proceso general que vive la Nación, sobre todo cuando estamos en presencia del gobierno que más presupuesto ha dado a las universidades y a la investigación científico-tecnológica en los últimos cincuenta años.

Esa juventud dolorida y esperanzada que llenó las calles de Buenos Aires despidiendo a Néstor Kirchner, debe convertirse en una fuerza política capaz de llevar adelante una nueva Reforma Universitaria, que vuelva a poner a la Universidad al servicio de los intereses nacionales y populares. En suma, llamamos a un movimiento estudiantil que con el programa de Cristina y Néstor, con el programa de los trabajadores argentinos, revierta la hegemonía cipaya en el movimiento estudiantil. Ni más ni menos que lo que han hecho las chicas y chicos del Nacional Buenos Aires.

Si ello se logra, dotaremos al nuevo proyecto nacional de la fuerza y el conocimiento capaz de proyectarlo y garantizarlo en el tiempo.

Buenos Aires, 26 de noviembre de 2010

21 de noviembre de 2010


El Sol de Mayo volvió a brillar en las barrancas de Paraná

La sanción presidencial del 20 de noviembre como feriado nacional ha despertado algunos viejos dinosaurios, de distintas especies, que parecían dormidos bajo el manto de su completo aislamiento popular.
Por un lado, algunas voces roncas de jubilados militares y nostálgicos de la cachiporra y el aceite de ricino, califican como falaz la decisión presidencial, basados en una autista representación de la soberanía nacional y de la causa de Malvinas. Siempre fueron iguales. Perón los llamó “bostas de paloma” -porque ensucian pero no dan olor- y “piantavotos de Felipe II” -por su manía hispanista y su desprecio por el microscopio y la higiene-. No representan a nadie en su sano juicio y sería inútil extenderse más en ellos. Nunca entendieron la historia real y mucho menos al pueblo argentino. En realidad, sólo sirvieron de instrumento de las conspiraciones liberales oligárquicas y siempre fueron tirados al inodoro después de usados.

Por el otro lado, convocado por el diario de Mitre, la voz atiplada de Luis Alberto Romero, el gran gurú neomitrista de la Universidad Nacional de Buenos Aires, destila su cipayismo y su resentimiento.

Toda la indignación un poco sobreactuada de Romero, así como su sobreactuado desprecio por los revisionistas, se centra en negar la idea de que haya habido una política de la historia por parte de las clases dominantes de la Argentina. Considera Romero que esto es un invento paranoide de los “nacionalistas” -poniendo en la misma bolsa al general Camps y Jorge Abelardo Ramos- y oculta, de paso, la confesada tergiversación que Mitre utilizó para escribir una historia que eternizara el poder y dominio de su clase social, la burguesía comercial porteña y, posteriormente, la oligarquía terrateniente exportadora.

Cree descubrir la respuesta cuando menciona que José Luis Busaniche -un gran historiador liberal nacional- y Ernesto Palacio -otro gran historiador y político peronista- habían reivindicado la batalla de la Vuelta de Obligado. Pero lo que ni uno, ni otro pudieron hacer, y eso es justamente el valor que ha tenido la decisión presidencial, fuesumar definitivamente esa jornada a la de las grandes fiestas patrias, incorporar esa fecha a los libros de historia de la enseñanza primaria y secundaria y a la formación de los docentes, de manera tal que quede grabada en las generaciones futuras con la misma hondura que lo han sido las batallas de Suipacha, Chacabuco y Maipú. Ya no será más un comentario marginal, en el mejor de los casos, sino que en cada escuela se recordará ese heroico día y a sus bravos combatientes.

La presidenta, en su discurso en la inauguración del monumento conmemorativo, dio continuación a una batalla cultural que se inició públicamente con los festejos del Bicentenario en la Avenida 9 de Julio. Su propuesta de “despojar nuestras cabezas de las cadenas culturales que durante tanto tiempo nos han metido y que son más invisibles y dañinas que los cañonazos” ha abierto una nueva batalla en el lugar donde se dirime hoy la lucha por nuestra independencia y soberanía. La mente y la conciencia de los argentinos ha sido, durante años, el campo de Agramante en el que el pensamiento oligárquico, la resignación frente al imperialismo y una visión europeizante nos impidió pensarnos a nosotros mismos. Desde la tribuna, desde la cátedra universitaria – Luis Alberto Romero es prueba irrefutable de ello-, desde los medios de comunicación y desde los programas de enseñanza en las escuelas públicas y en los colegios militares, Mitre y sus herederos nos acostumbraron a pensarnos como europeos exiliados, nos desvincularon de nuestro pasado suramericano y nos hicieron creer que sólo podíamos resignarnos a ser socios menores y empobrecidos de las grandes potencias hegemónicas.

Esta celebración vibrante, patriótica y llena de futuro que acabamos de vivir en la vera del Paraná desafía desde la más alta magistratura esta visión de esclavos. Restablece la dignidad de nuestra historia, advierte sobre los múltiples aspectos de nuestra lucha por la independencia y aspira a crear una nueva generación de argentinos orgullosos y libres para consolidar una patria suramericana sin excluídos y en democracia.


Es, contra lo que el profesor Romero cree, el patriotismo argentino que se ha despertado para impedir restauraciones oligárquicas. Como nunca en décadas, en la Argentina ha vuelto a brillar el Sol de Mayo.

Buenos Aires, 21 de noviembre de 2010

7 de noviembre de 2010

Cristina, la Grande o ¡Grande, Cristina!


Ha pasado una semana desde el día en que un avión blanco, llevando el brillante ataúd de Néstor Kirchner, se perdía dentro de un cielo de nubes hospitalarias.

Nuestros adversarios tienen una gran debilidad, que debemos conocer para aprovecharla. Se creen sus propias mentiras. Sufren de ese defecto que caracteriza a mitómanos y estafadores: el convencerse de que lo que acaban de inventar, por compulsión o interés, es realidad, forma parte del mundo objetivo. Así fue como no sabían explicar, sino conspirativamente, los centenares de miles de argentinos que despidieron a Néstor Kirchner. Habían creído de verdad que el kirchnerismo carecía de apoyo popular, que languidecía en el poder, esperando que Cobos, Macri o Duhalde se encargaran de desalojarlo en las próximas elecciones.

Desorientados por sus propias mentiras, elucubraron que la presidenta Cristina quedaba debilitada con la pérdida no sólo de su compañero de toda la vida, sino del titiritero que, imaginaban, era la única razón de su poder. Embriagados en la melopea de sus divagaciones no percibieron que el primer y determinante signo de la autoridad y capacidad para ejercerla que manifestó Cristina fue la decisión de velar a su esposo en la Casa Rosada, en su ámbito, en lugar de hacerlo en un Palacio del Congreso deshonrado por la presencia ilegítima de un mediocre Iscariote. No iba a ser Cristina quien entregara el cuerpo de Néstor a la infamia de la deslealtad. Tampoco vieron ni comprendieron, sino en versión paranoide, la decisión de presentarlo a su pueblo con el cajón cerrado. Ni Magnetto, ni Vigil, ni Mitre, ni Fontevecchia tendrían una portada con la foto del luchador caído. Y el pueblo, por el que Kirchner había luchado, tendría el recuerdo de su rostro sonriente abrazado a su esposa.

Esas dos decisiones dejaron claro que Cristina gobernaba y decidía, que elegía el terreno y el momento. Luego, en el momento de retirar los restos de Kirchner para transportarlos a su tierra natal, la Presidente, ya no Cristina, la compañera, dio dos órdenes más. Cuando la fanfarria de Granaderos comenzaba la Marcha Fúnebre, que según el protocolo y la costumbre acompaña la póstuma procesión, Cristina dio la orden de que comenzaran con la Marcha de San Lorenzo, que inmediatamente comenzó a ser coreada por la multitud. Sería una popular marcha guerrera, la que recuerda el bautismo de fuego de nuestros legendarios Granaderos a Caballo, la que acompañaría al gran hombre, al peleador por la dignidad de nuestro pueblo y la recuperación de nuestros atributos de soberanía.

Por eso pudieron entretenerse en las tonterías acerca de si modificaría o no el rumbo, morigeraría o no la agresividad y zarandajas similares con las que se engañan a sí mismos.

Y el martes, después del emocionado y personal agradecimiento que Cristina, la compañera, le ofreciera al pueblo argentino que la acompañó en su dolor porque era dolor propio, Cristina, la presidenta, comenzó su discurso en la planta de Renault con un homenaje a los obreros y estudiantes que pusieron fin a la dictadura de Onganía e iniciaron el retorno de Perón, el 29 de mayo de 1969 en el Cordobazo. Y se permitió corregir, con delicadeza y un toque de ironía, al gobernador Schiaretti, desplegando un extraordinario discurso en el que expuso el rumbo que tendrá su trabajo como presidenta de los argentinos.

Lo bueno que tienen, como he dicho, es que se creen sus propias mentiras.

Ignoran entonces la voluntad, la firmeza, la claridad política y la solvencia intelectual de Cristina. Todas esas virtudes ya han comenzado a desplegarse. Y los mentirosos a inventar nuevas mentiras que les permita seguirse engañando.

Dios ciega a quien quiere perder.

Buenos Aires, 7 de noviembre de 2010.