27 de mayo de 2020

"Lo que quiere Lorenzetti es amenazar al gobierno"

26 de mayo de 2020

Una humilde mujer de Avellaneda y el discurso de hoy de Alberto Fernández


Mientras almorzaba un riquísimo mondongo a la española, hoy, a eso de la una de la tarde, veo por C5N -el canal que, pese a ser a veces un poco abrumador, es el único que se puede ver sin correr el riesgo de una úlcera en el duodeno-, a un movilero que entrevista a una joven señora con barbijo, en la cercanía del barrio Azul, en Avellaneda.
Se trata de una muchacha modesta, vestida de jeans, pullover y campera, el pelo teñido de rubio que extraña ya una visita a la peluquería -como le ocurre a todas las señoras que últimamente aparecen en la televisión- y un modo de hablar correcto y cuidadoso. Viene de pedir turno para que le hagan a ella y a su pequeña hija, que sufre una cardiopatía, un testeo de Covid 19 en el centro de emergencia armado en la salita de primeros auxilios.
Y esta mujer, humilde, que puede estar infectada del ubicuo coronavirus, puesto que concurrió al comedor popular que fue el centro del contagio en el barrio, con voz tranquila y firme, reconoce la necesidad de la cuarentena, le explica al movilero la importancia del aislamiento y las palabras del sábado del presidente Alberto Fernández.
La escena es conmovedora. En una barriada de casas bajas y humildes como fondo, con ambulancias y autos policiales, esta joven mujer, llena de responsabilidades por encima de sus propias fuerzas, no manifiesta angustia, ni siente coartada su libertad. Simplemente quiere que el Estado -el sindicato del pobre, parafraseando a Jauretche que llamó “sindicato del gaucho” a las montoneras federales- le asegure que ni ella ni su pequeño hijito enfermo estén contagiados, para poder seguir sosteniendo con su trabajo a la familia.
Una vaharada de indignación y emoción me sube de la boca del estómago. El solo recordar las escenas de anoche, en Tigre, donde privilegiados ociosos manifestaban su odio de clase, su inmisericorida, su miserable egoísmo de piojos resucitados, y, desde la casa de su country, con jardín al fondo, con espacio, con amplios ventanales y con un auto modelo 2019 en el garage, exigían, con altanería de dueños de esclavos, el derecho a romper la cuarentena, me encendían llameantes imágenes de despiadadas “jacqueries”, de cabezas rodando de una canasta sangrante al pie de una guillotina.
Y, de pronto, aparece el presidente de la República, Alberto Fernández, notoriamente cansado, el rostro demacrado, la mirada un tanto agotada, y con su voz suave -Alberto no tiene voz de orador de multitudes, tiene voz de seductor individual, vos de hablar casi al oído- comenzó a urdir un notable discurso. Ante los presentes -intendentes oficialistas y opositores de la provincia de Buenos Aires- Alberto desarrolló lo que es, de alguna manera, el valor más importante establecido por el peronismo en la conciencia política de los argentinos: la igualdad. O si se quiere, su más absoluta oposición a la vergonzosa, humillante y repudiable desigualdad que desde hace años se ha impuesto en nuestra patria.
Su metáfora de las dos realidades sociales separadas por una calle, su denuncia al capitalismo financierizado, su sincera indignación ante el escándalo de un sistema capaz de provocar semejante desigualdad y su argumentación de que la pandemia ha sacado a la luz esta oprobiosa situación se ubica en la mejor, más pura y prístina tradición política del peronismo y, me animo a decir, de los grandes jefes populares del Río de la Plata, empezando por el oriental José Artigas y su “naides es más que naides”. En ese discurso resuena Eva Perón y su tremendo e inconcluso: Con sangre o sin sangre la raza de los oligarcas explotadores del hombre morirá sin duda en este siglo…”. Y se hacen presentes los simples versos de nuestra marcha: “Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad”.
Alberto Fernández logró superar el agotador y un tanto monótono informe sobre la lucha contra la pandemia y las distintas medidas que el gobierno toma al respecto y propuso de manera explícita un programa político estratégico: la lucha por la igualdad. Sus palabras se inspiraron en lo mejor del peronismo y se pusieron en la misma frecuencia de onda del Papa Francisco y su Laudato Si, de la que recordó su quinto aniversario. Este discurso ha sido, en cierto sentido, el más importante en lo que va de estos meses de encierro, porque propone un desafío al futuro que compromete a la sociedad argentina en su conjunto.
No más un capitalismo financierizado, volvamos al viejo capitalismo productor de mercancías y hagamoslo respetando nuestro inmenso hogar, el planeta que acogió y permitió el desarrollo y crecimiento de los hombres y mujeres. Para un país que acaba de salir de un período presidencial en manos de los apóstoles de la desigualdad y el sálvese quien pueda, que lleva adelante una durísima negociación por una gigantesca deuda externa por un dinero que se esfumó en cuentas off shore y enfrenta una lucha para evitar que mueran argentinos y argentinas, la propuesta presidencial es un vibrante llamado a la acción política. Sindicatos, cámaras empresariales, partidos políticos, fuerzas armadas y de seguridad, iglesias y ciudadanos y ciudadanas han sido convocados hoy para esta Argentina post pandemia.
Buenos Aires, 26 de mayo de 2020.

22 de mayo de 2020

Galtieri, Alberto y el miserable Lombardi

Hoy el oscuro y reaccionario Hernán Lombardi, al ser preguntado sobre el alto porcentaje de adhesión con que cuenta Alberto Fernández en las encuestas, profirió un pensamiento que cito en su sentido, si no textualmente:
- El 2 de mayo de 1982 -se refería al 2 de abril de 1982, pero las fechas no son su fuerte ni el de su sector político- Galtieri también tenía un alto grado de reconocimiento. Y despues vino Alfonsín.
Un felino agreste, conductor de televisión, expresó hoy que eso era una irrespetuosidad comparar a Alberto con Galtieri.
Y, personalmente, creo que no lo fue. Por el contrario.
Por el contrario, porque Galtieri había puesto al país en guerra con su principal enemigo externo, el Reino Unido, para recuperar para la soberanía argentina un pedazo de tierra patria usurpado por los británicos. Y eso, como no podía ser de otra manera, concitó el más mayoritario apoyo popular. Ese general que hasta ese momento era un usurpador de la voluntad popular, llevaba adelante una histórica bandera de la voluntad popular: hacer realidad la enseñanza aprendida en la escuela primaria de que "Las Malvinas son argentinas".
Y Alfonsín ganó solo y exclusivamente porque Galtieri perdió esa guerra. Es decir, porque ganaron, en el mar austral, los enemigos históricos de la Argentina. Y esa derrota militar debía consolidarse políticamente.
Si Galtieri hubiera ganado la Guerra de Malvinas (Si cae —digo, es un decir— si cae España, para citar a Vallejo) el interés nacional hubiera alcanzado uno de sus objetivos históricos y Alfonsín hubiera sido en la historia tan solo aquel discípulo esquivo de Ricardo Balbín con una retórica menos envejecida y no mucho más.
Porque si Galtieri ganaba esa guerra (Si cae —digo, es un decir— si cae España) la naturaleza misma de su ilegítimo gobierno hubiera cambiado por completo y se hubiera convertido (Si cae —digo, es un decir— si cae España) en uno más de los hombres que, en América Latina, se subieron al caballo por la derecha y se bajaron por la izquierda.
Con esto quiero decir que si Alberto gana esta batalla contra la pandemia, si logra sacar a los argentinos de este infierno con un número limitado y controlado de muertos por el monárquico virus y su táctica y estrategia para defender el interés nacional -que en este caso se llama la vida de los argentinos- se demuestra como la correcta y triunfante, es casi imposible que le pase lo que le pasó a Galtieri, que perdió una guerra.
Lombardi, Alfonsín se convirtió en presidente por que afirmó, mientras nuestros militares enfrentaban a los ingleses, que la guerra era "el carro atmosférico de la dictadura".
Al ser derrotados, Alfonsín se convirtió en el mejor candidato de los vencedores para ser presidente de los derrotados.
Buenos Aires, 22 de mayo de 2020

9 de mayo de 2020

La extraña resignación de los suecos

Me dice un amigo sueco, respecto a la situación de la pandemia en su país:

"Suecia no ha cerrado tanto como Noruega. Cuando Noruega ahora abre, por ejemplo, escuelas, no está claro qué está sucediendo. En Suecia, tenemos una gran proporción de personas fallecidas en viviendas para ancianos, que están organizadas de manera diferente que en Noruega. Aquí, quienes viven en geriátricos son mas frecuentemente "multienfermos" que en Noruega. Y tenemos una mayor proporción de viviendas para personas mayores de gestión privada con menos densidad de personal que en Noruega. Por lo tanto, hay grandes diferencias".

O sea, mi amigo, un socialdemócrata activo, una persona llena de sentido común, capaz de protestar por injusticias que ocurren en cualquier parte del mundo, tiene tal confianza en el sistema que no cuestiona un ápice lo que es, a todas luces, una política errónea y de graves consecuencias. Esto es lo que me sorprende vivamente de lo que está ocurriendo en Suecia: la incapacidad de cuestionar una política estatal, pese a sus resultados notoriamente negativos, aún en comparación con sus vecinos.

Tengo otro ejemplo.

En este caso es una muy conocida autora de novelas policiales. Una mujer de mediana edad, culta, también capaz de ver y denunciar las injusticias en cualquier parte del mundo. A mi pregunta sobre si la comparación entre Suecia y Noruega que hizo el presidente Alberto Fernández es correcta me contesta:

"Imposible de decir si está bien o mal. Se puede tratar de otras cosas totalmente diferentes, como quienes han viajado o cómo el primer contagio entró al país".

Nunca he visto negación de lo evidente tan brutal.
Sencillamente están convencidos que el Estado Sueco no puede equivocarse.

La oposición ha quedado definitivamente dividida



Reflexionemos juntos.
¿Es importante la presencia de Rodríguez Larreta al lado del presidente de la República, Alberto Fernández y del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof?
En mi opinión, altamente politizada, es lo más importante de la jornada. Alberto Fernández, el presidente por el Frente de Todos cuya vicepresidenta es Cristina Fernández de Kirchner, logra sentar a su lado al administrador del principal distrito de la oposición, la histórica ciudad de Buenos Aires, la ciudad que ni siquiera Juan Domingo Perón logró ganar -ganó la elección a senador en 1973 un tal Fernando de la Rúa-. Sentado a su lado, descarga su crítica, contenida, pero filosa y clara, a la oposición que ha venido bombardeando desde los medios y las redes sociales la política contra la pandemia. Y ese jefe de gobierno habla durante largos minutos tomando como referencia de sus palabras las dichas por el presidente de la República.
Desde una mirada estrictamente política, de análisis del poder, hoy Alberto Fernández es el dirigente indiscutido del país, nadie con poder político lo discute ni discute su liderazgo nacional.
¿Esto da más poder a la gestión del intendente de la ciudad de
Buenos Aires, pomposamente llamado Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma? ¿Esto soslaya la pelea política en el seno del distrito de la Capital Federal? ¿Esto soslaya la crítica al carácter elitista de las políticas públicas del Jefe de Gobierno de la CABA? ¿Disminuye su responsabilidad en los brotes de la pandemia en geriáticos y en las pocas villas de la orgullosa ciudad-estado?
En mi humilde opinión, para nada.
Es responsabilidad de quienes llevan adelante la política opositora en la Ciudad convencer a la mayoría del electorado del desatino, despilfarro de recursos y cosmética política que el PRO lleva adelante desde hace años en el distrito. Es responsabilidad de los políticos porteños opositores de establecer un correcto eje de enfrentamiento con el oficialismo. No estoy seguro que el gobierno de Rodríguez Larreta no haya hecho políticas de mejoras en, por lo menos, algunas de las villas de la CABA. Y sí, es cierto, que esas políticas no lograron generar una corriente mayoritaria a favor del oficialismo en las últimas elecciones.
Pero la presencia, en la conferencia de prensa de hoy, de las autoridades de los dos distritos más castigados por la pandemia, implicó para el gobierno de Alberto Fernández un reconocimiento político que no se lograba en el país desde las jornadas del levantamiento carapintada, más allá del juicio que el levantamiento y la política alfonsinista nos merezca. En ese punto, todos saben mi opinión.
Pero, lograr una imagen de unidad nacional ante una amenaza como la de la pandemia y a la que debe sumarse la de la negociación de la deuda externa es un capital político que Alberto Fernández ha logrado acumular.
Ha logrado dividir al partido político de la plutocracia argentina al que derrotó hace cinco meses en una primera vuelta. Horacio Rodríguez Larreta y, posiblemente, el radicalismo son hoy la oposición democrática, negociadora, que acompaña el desafío nacional. Macri y su pandilla, el monopolio mediático y el gorilismo psiquiátrico han quedado expuestos como verdaderos lastres, irresponsables y demenciales.
Todavía está faltando un golpe de gracia a su poderío extra político, el que se basa en la injusta y enorme capacidad económica de, tan solo, doce mil ciudadanos. Esa oligarquía -dominio de pocos- es el único escollo de nuestra democracia y nuestra consolidación como sociedad industrial, moderna y dinámica.
Buenos Aires, 9 de mayo de 2020

7 de mayo de 2020

Decile a Abelardo que se venga a comer un bife a la UOM

Era el mes de septiembre de 1973. En la Argentina estábamos de elecciones para volver a poner a Juan Domingo Perón en la presidencia de la República después de 18 años de proscripción. De repente en Chile un furioso golpe de estado ametralla el palacio de La Moneda y el presidente Salvador Allende prefiere pegarse un balazo, antes de caer en manos de los verdugos del pueblo chileno.

El Frente de Izquierda Popular tenía, entonces, su local central en la esquina de Jujuy y Alsina, una casa de dos pisos de alto que aún está. Inmediatamente, al enterarnos de estas terribles noticias, un grupo de militantes, en ese momento todos teníamos 25 años, salimos con un altavoz portátil a la Plaza Once para armar un pequeño acto espontáneo con discursos que mezclaban la campaña electoral con los sucesos chilenos.

Los compañeros me piden que cierre el acto y comienzo mi discurso caracterizando lo que estaba ocurriendo en Santiago como una réplica de lo que había ocurrido en Buenos Aires en junio y septiembre de 1955, precisando la similitud parasitaria de las clases sociales que estaban detrás del crimen y en lo que eso había significado para el pueblo argentino.

De pronto veo que entre el numeroso corrillo de público que se había juntado espontáneamente-eran unas cuatrocientas o quinientas personas que pasaban rumbo a la estación de tren- estaba, ni más ni menos, que Lorenzo Miguel, el legendario secretario general de la UOM, el hombre que había sucedido a Augusto Timoteo Vandor después de su asesinato. Allí, rodeado de algunos colaboradores, a pie, estaba el principal dirigente del, en ese momento, poderoso gremio de los metalúrgicos.





El primer pensamiento, al verlo, fue preguntarme si había dicho durante mi discurso alguna invectiva contra la burocracia sindical, mientras seguía con mi improvisada agitación electoral. La conclusión fue que, hasta ese momento, no, pese a que la condena a la dirigencia sindical formaba parte de la retórica de ese momento de la campaña del FIP, "Vote a Perón desde la izquierda".

Me extendí otros minutos sobre el golpe chileno y las elecciones argentinas y el fin de la proscripción a Perón y al peronismo y un cerrado aplauso coronó mis palabras. Miré hacia el público y vi que Lorenzo Miguel aplaudía entusiasmado.

Me dirigí hacia él y le extendí la mano para saludarlo.

- Hola compañero Miguel, le dije, gracias por su atención.

- Le estaba diciendo a los muchachos, me dijo, que era así tal cual vos lo había dicho. El golpe en Chile es el mismo golpe que nos hicieron en el 55. Muy bien. Muy bien.

- Bueno, gracias, atiné a decir.

Con su mano derecha me dio una suave palmada en la mejilla, mientras me decía:

- Decíle a Abelardo que me llame, que se venga a comer un bife a la UOM. Chau, pibe.

Estás últimas palabras fueron textuales. Me llamaron la atención tres cosas: primero la confianza con Jorge Abelardo Ramos. Nadie le decía Abelardo. Dos, nombrar la UOM, no mi oficina, el local. La UOM, la institución de los trabajadores metalúrgicos. Tres, la precisión en el menú. No dijo que se venga a comer algo. Que se venga a comer un bife, una comida como la gente, lo que comemos los argentinos.

Hoy, en medio de la cuarentena y al despertar de una breve siesta, este recuerdo apareció en mi cabeza. Nunca lo había escrito.

Buenos Aires, 7 de mayo de 2020.