Mientras almorzaba
un riquísimo mondongo a la española, hoy, a eso de la una de la
tarde, veo por C5N -el canal que, pese a ser a veces un poco
abrumador, es el único que se puede ver sin correr el riesgo de una
úlcera en el duodeno-, a un movilero que entrevista a una joven
señora con barbijo, en la cercanía del barrio Azul, en Avellaneda.
Se trata de una
muchacha modesta, vestida de jeans, pullover y campera, el pelo
teñido de rubio que extraña ya una visita a la peluquería -como le
ocurre a todas las señoras que últimamente aparecen en la
televisión- y un modo de hablar correcto y cuidadoso. Viene de pedir
turno para que le hagan a ella y a su pequeña hija, que sufre una
cardiopatía, un testeo de Covid 19 en el centro de emergencia armado
en la salita de primeros auxilios.
Y esta mujer,
humilde, que puede estar infectada del ubicuo coronavirus, puesto que
concurrió al comedor popular que fue el centro del contagio en el
barrio, con voz tranquila y firme, reconoce la necesidad de la
cuarentena, le explica al movilero la importancia del aislamiento y
las palabras del sábado del presidente Alberto Fernández.
La escena es
conmovedora. En una barriada de casas bajas y humildes como fondo,
con ambulancias y autos policiales, esta joven mujer, llena de
responsabilidades por encima de sus propias fuerzas, no manifiesta
angustia, ni siente coartada su libertad. Simplemente quiere que el
Estado -el sindicato del pobre, parafraseando a Jauretche que llamó
“sindicato del gaucho” a las montoneras federales- le asegure que
ni ella ni su pequeño hijito enfermo estén contagiados, para poder
seguir sosteniendo con su trabajo a la familia.
Una vaharada de
indignación y emoción me sube de la boca del estómago. El solo
recordar las escenas de anoche, en Tigre, donde privilegiados ociosos
manifestaban su odio de clase, su inmisericorida, su miserable
egoísmo de piojos resucitados, y, desde la casa de su country, con
jardín al fondo, con espacio, con amplios ventanales y con un auto
modelo 2019 en el garage, exigían, con altanería de dueños de
esclavos, el derecho a romper la cuarentena, me encendían llameantes
imágenes de despiadadas “jacqueries”, de cabezas rodando de una
canasta sangrante al pie de una guillotina.
Y, de pronto,
aparece el presidente de la República, Alberto Fernández,
notoriamente cansado, el rostro demacrado, la mirada un tanto
agotada, y con su voz suave -Alberto no tiene voz de orador de
multitudes, tiene voz de seductor individual, vos de hablar casi al
oído- comenzó a urdir un notable discurso. Ante los presentes
-intendentes oficialistas y opositores de la provincia de Buenos
Aires- Alberto desarrolló lo que es, de alguna manera, el valor más
importante establecido por el peronismo en la conciencia política de
los argentinos: la igualdad. O si se quiere, su más absoluta
oposición a la vergonzosa, humillante y repudiable desigualdad que
desde hace años se ha impuesto en nuestra patria.
Su metáfora de
las dos realidades sociales separadas por una calle, su denuncia al
capitalismo financierizado, su sincera indignación ante el escándalo
de un sistema capaz de provocar semejante desigualdad y su
argumentación de que la pandemia ha sacado a la luz esta oprobiosa
situación se ubica en la mejor, más pura y prístina tradición
política del peronismo y, me animo a decir, de los grandes jefes
populares del Río de la Plata, empezando por el oriental José
Artigas y su “naides
es más que naides”.
En ese discurso resuena Eva Perón y su tremendo e inconcluso: “Con
sangre o sin sangre la raza de los oligarcas explotadores del hombre
morirá sin duda en este siglo…”.
Y se hacen presentes los simples versos de nuestra marcha: “Para
que reine en el pueblo el amor y la igualdad”.
Alberto
Fernández logró superar el agotador y un tanto monótono informe
sobre la lucha contra la pandemia y las distintas medidas que el
gobierno toma al respecto y propuso de manera explícita un programa
político estratégico: la lucha por la igualdad. Sus palabras se
inspiraron en lo mejor del peronismo y se pusieron en la misma
frecuencia de onda del Papa Francisco y su Laudato Si, de la que
recordó su quinto aniversario. Este discurso ha sido, en cierto
sentido, el más importante en lo que va de estos meses de encierro,
porque propone un desafío al futuro que compromete a la sociedad
argentina en su conjunto.
No
más un capitalismo financierizado, volvamos al viejo capitalismo
productor de mercancías y hagamoslo respetando nuestro inmenso
hogar, el planeta que acogió y permitió el desarrollo y crecimiento
de los hombres y mujeres. Para un país que acaba de salir de un
período presidencial en manos de los apóstoles de la desigualdad y
el sálvese quien pueda, que lleva adelante una durísima negociación
por una gigantesca deuda externa por un dinero que se esfumó en
cuentas off shore y enfrenta una lucha para evitar que mueran
argentinos y argentinas, la propuesta presidencial es un vibrante
llamado a la acción política. Sindicatos, cámaras empresariales,
partidos políticos, fuerzas armadas y de seguridad, iglesias y
ciudadanos y ciudadanas han sido convocados hoy para esta Argentina
post pandemia.
Buenos
Aires, 26 de mayo de 2020.
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