17 de diciembre de 2021

1942



1942 fue un año de agonía en la Argentina. En marzo de ese año había fallecido Marcelo Torcuato de Alvear, el radical galerita que había capitulado ante el régimen oligárquico de la Década Infame. En enero del año siguiente, moriría Agustín P. Justo. “Desaparecían así de la escena las dos figuras más funestas de la Década Infame: Justo y Alvear, la medalla y la contramedalla del sistema moribundo”, relata con magistral pluma Jorge Abelardo Ramos1.

En julio del mismo año muere, ciego e incapaz, Roberto Marcelino Ortiz, quien fuera ungido presidente por la Concordancia, la alianza de los radicales antipersonalistas con los conservadores, después de un escandaloso fraude. El presidente era, en reemplazo, el catamarqueño Ramón Antonio Castillo, un abogado y juez conservador de San Nicolás, que condenó al célebre gaucho Hormiga Negra por un crimen que no había cometido, y que tuvo sus lauros académicos llegando ser decano de la Facultad de Derecho de la UBA, la mayor incubadora de pensamiento antinacional del país.

La 2° Guerra Mundial se estaba desarrollando a pleno y aún no era seguro cual de los dos bandos saldría airoso. Todo el sistema dominante se sentía hermanado con los aliados y, sobre todo, con el Reino Unido y Francia, considerados entonces el non plus ultra político y cultural. Como también ha escrito, con vívidos colores, Jorge Abelardo Ramos:

Agentes británicos, radicales cadistas, stalinistas apátridas, diplomáticos del imperio, hipócritas amaestrados de la judicatura, las <<fuerzas vivas>> y la universidad colonial, desteñidos socialistas, intelectuales dóciles y profesionales del fraude dominaban con su estrépito venal a la Argentina de 1942. La democracia inglesa y las homilías de Roosevelt, la verba desafiante de Churchill en los Comunes y el genio militar de Stalin, los tres compases de la Quinta Sinfonía y la V de la Victoria, constituían la simbología de la República Oligárquica que marchaba hacia su ocaso”2.

La situación, brevemente descripta, encajaba como un guante en la célebre reflexión de Gramsci: El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

Mientras que en Europa y en el Pacífico se disputaba la hegemonía internacional para los próximos cien años y el viejo mundo colonial anglo-francés se disolvía ante la emergencia de dos nuevos jugadores -EE.UU. y la URSS-, la Argentina profunda sufría cambios estructurales, silenciosos, ocultados por los titulares de los grandes diarios, y el viejo régimen inglés se disolvía en la impotencia. Los instrumentos generados por el movimiento nacional y popular de 1916 habían comenzado a agotarse. El radicalismo, que con sus claroscuros había logrado incorporar a la política argentina a los restos de las viejas luchas federales y una vasta clase media de inmigrantes y primeros hijos argentinos que se constituyeron en su base social, ya había alcanzado sus límites dentro de la Argentina agroexportadora, dominada por los dueños de la tierra de la pampa húmeda y el sistema exportador-importador. Algo nuevo estaba reclamando la política, que, como la física, aborrece el vacío. Pero nadie, en 1942, podía describir o explicar qué era eso nuevo que no terminaba de nacer.

El otro día le comenté a un amigo que tenía la sensación de que estábamos viviendo un fin de un largo ciclo político, que estamos inmersos en un mundo con puntos de contacto con aquel del año 1942.

El mundo en una crisis de hegemonía

Por un lado, en la escena internacional se ha puesto nuevamente en discusión la hegemonía.

En la década del '40 del siglo pasado, el Reino Unido se retiraba como el gran imperio colonial que supo forjar entre el reinado de Isabel I y la independencia de la India, en 1947. Su poder en los mares había sido reemplazado por otra potencia talasocrática -que había sido su colonia-, su capacidad industrial era desplazada por la infinita capacidad de los Estados Unidos, cuya estructura económica salía indemne de la guerra, mientras Europa quedaba en manos del Plan Marshall. La Argentina, que a partir del golpe de estado oligárquico contra Hipólito Yrigoyen, en 1930, se había convertido en una especie de Sexto Dominio británico, con un banco central creado por la plutocracia inglesa, perdía su horizonte estratégico. Si los aliados ganaban la guerra, como era el deseo manifiesto del establishment argentino -no olvidar que siempre ha sido “democrático” y “antitotalitario”-, ya no sería la Union Jack quien dominaría los mercados internacionales, sino la más plebeya bandera de las estrellas y las barras, el símbolo nacional de ese país que producía el mismo trigo, el mismo maíz, la misma carne que nuestra pampa húmeda. Y, en palabras del ministro de Hacienda del fraudulento Agustín P. Justo, Federico Pinedo, “Nosotros somos pequeños satélites en la órbita de las grandes naciones mundiales”. Entonces, como hubiera dicho el Chapulín Colorado, de haber existido: “¿Quién podrá defenderme?”

Hoy estamos atravesando un enfrentamiento político, económico y, por ahora tangencialmente, militar entre una potencia declinante, como los EE.UU., y un grupo de países, encabezados por China, que han logrado generar el más extraordinario desarrollo económico, científico y social de los últimos cuarenta años. Pero que además ha ocupado el lugar del nicho que para nuestra economía agroexportadora tenía el Imperio Británico: son nuestros principales clientes. Y ello, sin convertirse en nuestro principal proveedor de importaciones industriales, ni estableciendo un vínculo orgánico con ninguna clase social predominante en el país, como sí lo hizo la Vieja Raposa, como llamaba León Felipe a Inglaterra. Dispersadas las nubes ideológicas que dificultaban la comprensión de la Guerra Fría, hoy los EE.UU -bajo la presidencia demócrata- en la OTAN son la cabeza de un ariete provocador que busca generar condiciones bélicas en Europa Oriental, fundamentalmente en la frontera rusa. Mientras que, en el Mar de la China, la flota norteamericana genera permanentes roces y provocaciones que tienen como objetivo forzar a China a alguna medida militar contra Taiwan, que es simplemente un protectorado yanqui.

Eso, por un lado, favorece la capacidad de la Argentina para resolver sus cuestiones intestinas, ya que ha sido siempre en los momentos de crisis de hegemonía cuando las fuerzas nacionales han encontrado espacio para desplegarse. Pero, por otro lado, el declinar norteamericano, su, por así decir, repliegue hace que se le vuelva estratégico su patio trasero. Esto es lo que generó el endurecimiento del gobierno de Trump hacia América Latina, a la par que relajaba las tensiones en Asia y Medio Oriente.

Esto en el plano de la política internacional.

La Argentina en una crisis de hegemonía

En el plano interno los argentinos nos encontramos también, a mi modo de ver, en un fin de ciclo largo.

¿Qué quiero decir con esto?

Por un lado, el espectáculo de la oposición es absolutamente novedoso. Aún cuando los medios siempre cumplieron un importante papel en la imposición de criterios políticos e ideológicos generados por los sectores dominantes, nunca como ahora esto había alcanzado el grado de cinismo, hipocresía, falsedad y desinformación que hoy produce. Aquel antiguo “dice La Nación, dice La Prensa”, que Arturo Jauretche incluyó en sus Zonceras, hoy es un bombardeo cotidiano de 24 horas sobre un público confundido, en crisis, aislado y profundamente ideologizado, aunque crea que es tan solo sentido común. La Unión Cívica Radical es un partido de alcance nacional que está presidido por un gobernador cuyo principal mérito es haber metido presa a una dirigente social, pobre, mestiza y mujer, que construyó un prodigioso sistema de bienestar para los hombres, mujeres y niños de los sectores invisibles de Jujuy. Gerardo Morales, el carcelero de Milagro Sala, es hoy el jefe del partido de Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen y Amadeo Sabattini, el partido de Hipólito Solari Yrigoyen, de Mario Amaya y de Sergio Karakachoff, asesinados por la dictadura cívico militar por defender a detenidos políticos y denunciar sus crímenes.

Los restos del naufragio de ese partido histórico hoy tomaron una decisión criminal. Junto con los agentes del capital financiero internacional, con los generadores de la más gigantesca deuda externa de la historia, que llevaron al país a un horrible desaguisado que significó desocupación, cierre de empresas, disminución del salario e inflación, dejaron al gobierno sin presupuesto para el año 2022 y en el medio de una difícilísima discusión con el Fondo Monetario Internacional, por una deuda que el gobierno no contrajo.

Una Corte Suprema de Justicia, con solo cuatro miembros, dos de los cuales fueron designados por decreto presidencial -aunque luego fueron nombrados por el Senado-, sin que se les cayese la cara de vergüenza, sancionaron la inconstitucionalidad de una ley dictada hace quince años, para reconstruir el corrupto sistema que el menemismo aplicó en la conformación y funcionamiento del Consejo de la Magistratura. Esta miserable Corte, cuestionada y con miembros seriamente sospechados, se erige en un suprapoder con el mero propósito de imponerse sobre el Poder Ejecutivo.

Y por último, un sistema de partiditos de izquierda, gritones y quilomberos que, al final del día, terminan votando con el capital financiero, el sistema exportador y los más ricos de la sociedad argentina en el Congreso de la Nación. Hijos putativos de Juan B. Justo y Nicolás Repetto, repetidores incansables de fórmulas ajenas a la realidad del país, esa izquierdita cipaya, que como bosta de paloma ensucia pero no da olor, completan el cuadro de la oposición al gobierno.

El oficialismo

Intuyo que el sistema instrumental político y económico que el movimiento nacional encontró en su despliegue a partir de aquel año 1942 está agonizando. Por un lado, la estructura de la sociedad argentina ya no es la de aquellos años. Ni siquiera es la de la década del '70 del siglo pasado. Los 7 años de la dictadura liberal cívico militar, los diez años de menemismo y la yapa del inepto pero destructivo gobierno de de la Rúa, y los cuatro años de macrismo han generado una dictadura del capital financiero, una desnacionalización completa del propio sistema financiero y un proceso de concentración monopólica, a los que los doce años de gobierno peronistas de Néstor y Cristina no pudieron terminar de desmontar y neutralizar. Los sectores altos y medios -y medios hasta niveles bastante bajos de los índices de ingreso- tienen un perfil de consumo que no condice con las reales condiciones económicas del país.

Para ponerlo en un solo ejemplo. Es casi increíble el nivel de fetichización que ha asumido el dólar en el espíritu de muchos de nuestros compatriotas. Es un bien importado más, es como un frasquito de Carolina Herrera o un paraguas de James Smith & Sons. Algo que se produce fuera de nuestras fronteras, con la única diferencia, con los ejemplos dados, que lo necesitamos para pagar la descomunal deuda que nos dejaron los anteriores inquilinos de la Casa Rosada, para los insumos que necesita nuestra producción y como reservas para mantener nuestro tipo de cambio. Es necesario, por lo tanto, evitar que se conviertan en alguna de las dos mercancías nombradas -o cualquier otra-, que, de hecho, no nos sirven para nada como comunidad humana, como sociedad.

En este país no se le prohibe a nadie que, por ejemplo, viva en Palermo Chico, si cuenta con el dinero suficiente para comprar allí una casa, pagar los impuestos y gravámenes correspondientes y las comisiones del caso. De la misma manera, tampoco se le niega a nadie su derecho a viajar al exterior si está en condiciones de adquirir esa mercancía llamada dólar -repito, el dólar en Argentina es una mercancía importada más- con los impuestos, recargos, gravámenes y comisiones que la legislación establece sobre la misma.

La Argentina necesita, imperiosamente, hacer crecer sus exportaciones, multiplicar sus rubros exportables, aprovechar todas las posibilidad de generar dólares que permitan sortear el eterno cuello de botella del sector externo, las crisis stop and go de la sustitución de importaciones. El crecimiento y desarrollo del mercado interno no puede ser más la única respuesta. Es necesario impulsar sectores de la actividad industrial y de servicios dirigidos a la exportación. El ejemplo del INVAP es, en ese sentido, paradigmático. El estado creó allí las condiciones para un desarrollo científico tecnológico que genera la producción de exportaciones de alto valor agregado.

Es obvio que todo esto debe ser acompañado por una política fiscal, de finanzas y aduanera que impida la fuga de capitales, el contrabando de commodities o los fraudes con las cartas de embarque.

La Argentina necesita imperiosamente ser reindustrializada, de modo de absorber paulatinamente tanto a los compatriotas desocupados, como a los que trabajan en negro y bajo distintas formas de explotación sin control por parte del estado y los sindicatos.

Estoy convencido que debemos recuperar con tasas “chinas” nuestra capacidad industrial y que, por lo tanto, debemos profundizar nuestra capacidad industrial exportadora. Vaca Muerta es el ejemplo. Tenemos la obligación histórica de generar, en el medio de esta desesperante crisis, las condiciones que permitan la explotación a pleno de las riquezas argentinas. Son ridículas y antinacionales las resistencias a la gran minería, a la ganadería porcina en criaderos, a la cría de salmones. La Patagonia no puede ser solamente un paisaje pintoresco o bello. Ahí hay condiciones para grandes explotaciones extractivas mineras, petroleras y gasíferas y sus correspondientes derivados industriales. Están los yacimientos de litio y la capacidad argentina de producir baterías que permitiría valor agregado a nuestra producción y a la de Bolivia.

Repito, lo dicho al principio de esta nota que se ha alargado por demás. Hay en el aire, para quien quiera percibirlo, algo como un final de ciclo largo, lo que implica el comienzo de otro. Obviamente no sabemos por donde saldrá nuevamente el topo. Pero en el seno del pueblo argentino algo está por nacer.

Buenos Aires, 17 de diciembre de 2022.



1La Factoria Pampeana, tomo IV de Revolución y Contrarrevolución en la Argentina. Jorge Abelardo Ramos. Edición del Senado de la Nación, Buenos Aires, 2006, pág. 296.

2Idem, pág. 294. 

6 de diciembre de 2021

La posguerra del Covid

Voy a dejar grabada para siempre mi opinión acá. El futuro dirá si me equivoqué.

Este momento, diciembre de 2021 en adelante, debe ser considerado por el pueblo argentino como un período de "posguerra". Estamos saliendo de un conflicto que, en cierto sentido, para la humanidad en su conjunto, ha sido similar al de una guerra que, por otra parte, en algunas regiones aún no ha terminado. Puedo agregar que, de alguna manera, ha sido peor que una guerra en lo que hace a la economía mundial o, si prefieren, occidental. Una guerra, como la 2° Guerra Mundial, por ejemplo, no paralizó la producción industrial. Por el contrario, siendo la guerra una monstruosa máquina consumidora y destructora, las industrias de los países en conflicto no cesaron de producir mercancías destinadas a la guerra, desde vehículos y armas hasta uniformes y caramañolas. Solo el bombardeo -llamado estratégico, por los teóricos de la guerra (ver Basil Liddell Hart)- de fábricas y centrales energéticas detuvo la producción para la guerra.

En este caso no fue así. El conjunto del sistema capitalista globalizado sintió la más poderosa caída de la producción de mercancías que se tenga memoria. Ninguna de las cíclicas y tradicionales crisis de sobreproducción puede compararse con lo que fue la industria mundial en los años 2020 y 2021. Los trabajadores dejaron de ir a su lugar de trabajo y esa ausencia, además de dejar en claro cuál es la clase social que verdaderamente produce la riqueza global, determinó el cese de toda generación de riqueza industrial.

Si esto ocurrió en sociedades industriales pujantes, como la alemana o la china, imaginemos lo que produjo en una sociedad como la Argentina, que había comenzado a sufrir el flagelo de la caída de la producción industrial, el cierre de empresas y la desocupación con los nefastos cuatro años del gobierno del capital financiero presidido por Mauricio Macri. Pero a eso debemos sumarle el inconcebible e irresponsable endeudamiento con el FMI que ha impuesto un corsé de hierro al desenvolvimiento futuro de nuestras capacidades productivas y al manejo independiente y soberano de nuestro propio desarrollo económico.

Si esta situación, con un empobrecimiento general de la sociedad en todos los niveles que no forman parte de la élite agro exportadora, financiera e industrial monopólica y concentrada, no es percibida como similar a una posguerra es, simplemente, porque los argentinos nunca vivimos una verdadera posguerra. La finalización de la 2° Guerra Mundial nos encontró con acreencias contra una de las potencias triunfantes y un mundo que requería de nuestra producción primaria. Eso le permitió a Perón, por un lado, nacionalizar los FF.CC. y, por el otro, poner en marcha un proceso de industrialización basado en el crecimiento del mercado interno.

No es el caso de esta posguerra. Entramos a esta posguerra con una piedra gigantesca colgada del cuello. La suma de la deuda externa al sector privado y al FMI superaba los 100 mil millones de dólares. El diario El País, de Madrid, informó en su edición del 20 de agosto de 2020:

“Argentina cerró con éxito la reestructuración de su deuda en dólares con acreedores privados. El 93,5% de los tenedores de bonos aceptaron la oferta gubernamental y el efecto de arrastre de las cláusulas de acción colectiva elevó el porcentaje al 99%. La práctica totalidad de una deuda de casi 68.000 millones de dólares será canjeada este mes por nuevos bonos, con menores intereses (del 7% al 3,07% anual en promedio) y vencimientos más largos. El país ahorrará gracias a ello unos 37.000 millones de dólares, según el ministro de Economía, Martín Guzmán”[1].

Esta medida no produjo el alborozo que merecía. Fue en medio de la pandemia, mientras la oposición se oponía cerrilmente a toda medida sanitaria, lanzaba a la calle a hordas de zombis paranoicos, antivacunas, terraplanistas, conspiranoicos de youtube y ancianos y ancianas embriagados con clonazepam y TN.

Quedó para negociar la inicua y gigantesca deuda con el FMI. El periodista Claudio Scaletta ha publicado hoy mismo una nota en El Destape Web donde afirma claramente:

“El FMI es la herramienta que tiene el Occidente desarrollado para imponer a los países endeudados no sólo los lineamientos principales de su política económica, sino también su política exterior y la distribución del ingreso entre el capital y el trabajo”[2].

Esto, hoy por hoy, es casi una obviedad. Es más, podríamos decir que esa fue la razón última de este endeudamiento suicida. Y esa fue la razón por la cual Néstor Kirchner, que contaba en el Banco Central con unos 27 mil millones de dólares de reserva, decidió quemar 9.810 millones de dólares para pagar la deuda con el FMI y lograr que durante casi diez años no pusiera sus zarpas en nuestro país.

Pero, la situación que hoy vivimos es completamente distinta. La cifra que debemos es seis veces mayor que la de entonces. Y nuestras reservas son apenas el doble que las de entonces (41 mil millones de dólares). Como todas las economías del mundo, la Argentina sufrió un enorme retroceso en su capacidad productiva, sobre todo en el sector industrial urbano, ante el repliegue de la fuerza laboral a su propia casa y la caída de toda la actividad comercial. El conjunto de la clase obrera (con CUIT, con CUIL o en negro) dejó de producir, cayeron las ventas, cesó (aún con paliativos) la cadena de pagos y el conjunto de nuestra economía se debilitó sustancialmente. Sobre el desastre que significaron los cuatro años de Macri, vino la devastación de la pandemia.

La Argentina no está en condiciones de revolear el poncho y generar un default al FMI. Eso solo produciría, en lo inmediato y por un largo tiempo, una brutal caída de todo el sistema financiero y productivo argentino, enviando a la pobreza a millones de compatriotas que se sumarían al ya alto 42% de pobres que hoy registra nuestra sociedad. No es económicamente viable ni políticamente posible. Cuando decimos que no es políticamente posible nos referimos a que las mayorías populares no nos acompañarían, porque no existe el liderazgo capaz de movilizar esas voluntades. La disolución del estado nacido de la Revolución de Octubre, la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, produjo una profunda crisis económica y, en cierto sentido, política en Cuba. La situación en aquellos años tenía, también, muchos de los rasgos de una posguerra. La respuesta de la conducción cubana fue el llamado “período especial” que tuve oportunidad de experimentar. El transporte público estaba destruido, la inmensa mayoría de la población carecía de dinero y los negocios carecían de productos para vender. Sin embargo, sobrevivía en Cuba un fuerte liderazgo político, reconocido y aceptado por la mayoría de la población, que fue capaz de conducir al conjunto social de la isla por el terriblemente difícil camino de la escasez, el racionamiento y la sensación de derrumbe. Es impensable que la sociedad argentina actual sea capaz de atravesar una situación similar.

De manera que, en mi opinión, la única salida es lo que ha venido haciendo el gobierno de Alberto Fernández, negociar el mejor acuerdo posible, el que nos permita seguir creciendo, aumentar las reservas, generar dólares capaces de responder a la demanda industrial de importaciones tendientes a nuevos niveles de productividad, en fin, un acuerdo que traiga en el menor plazo posible un nuevo bienestar a nuestro pueblo, mejores niveles salariales y mayor ocupación industrial y de servicios.

Personalmente estoy convencido de que no sirven para nada, más que para satisfacer una vocación agitacionista, los planteos acerca de judicializar la deuda con FMI -¿ante qué tribunal? es una de las preguntas- o propuestas similares a un gobierno que no es políticamente fuerte, en un contexto de debilidad regional.

Estamos en una situación de posguerra, pero la posguerra de un país que perdió esa guerra.

En 1945, Finlandia se encontraba en una situación angustiante. Ocupada por el Ejército Soviético, la URSS le exigía unos 570 millones de dólares de la época, como reparación de guerra, bajo la amenaza de incorporarla a la federación soviética, como hizo con los países bálticos como Estonia, Letonia y Lituania. En febrero de 1947 el presidente Juho Kusti Paasikivi firma con la URSS el Tratado de Paz de París, que significó la limitación del tamaño de las fuerzas armadas finlandesas, la cesión a la Unión Soviética del área de Petsamo en la costa del Ártico, el arrendamiento de la península de Porkkala, en Helsinki, a los soviéticos como base naval, durante 50 años y 300 millones de dólares en oro a cuenta de la reparación. Ese acuerdo significó para la clase trabajadora finlandesa la entrega de un porcentaje -del orden del 20 %- de su salario al pago de las obligaciones con los rusos. Ello le permitió a Finlandia su independencia política, no ser ocupada por el Ejército Rojo, mantener su sistema de república parlamentaria, si bien tuvo prohibido unirse a la OTAN. Por otra parte, le significó también ser la puerta de entrada de la Unión Soviética para la tecnología occidental y proveedora de la misma. Ese es el núcleo del desarrollo tecnológico industrial de Finlandia, un país básicamente campesino en 1945, donde miles de fineses debieron emigrar por años a Suecia en busca de mejores trabajos.

Con este ejemplo quiero tan solo describir cómo es y que ha ocurrido en una situación de posguerra. Los maravillosos documentos cinematográficos de Roberto Rosellini, “Roma, Ciudad Abierta” y “Alemania Año Cero” dejaron plasmados para siempre en el celuloide los terribles años posteriores a la caída de Berlín.

El gobierno, como también dice Claudio Scaletta en el artículo citado, ha continuado con la política económica que comenzó en 2019. Ello ha significado un crecimiento notable de la tasa de producción, ni bien los efectos de la pandemia tendieron a disiparse por, también hay que mencionarlo, la gran campaña de vacunación llevada adelante por el gobierno. Da la impresión que las cifras de la construcción, de la industria automotor y de la obra pública no tienen impacto en nuestra propia opinión pública. Como dice Scaletta:

La mayoría de los sectores clave de la economía comenzaron a reaccionar rápidamente gracias al estímulo de la demanda a través del Gasto, pero también de la oferta a través de las políticas industriales impulsadas desde las áreas de Producción. La industria fue el sector que más rápidamente se recuperó. Cuando crece la industria crece el empleo, especialmente los empleos formales. Es un hecho estilizado la existencia de una relación inversa entre desarrollo industrial y empleo informal”[3].

Y hay en el plan económico una importante faceta exportadora, no solo en relación a nuestra producción agraria, sino a todas las ramas de la actividad económica. Y no vemos aquí un intento de reprimarización de nuestra actividad económica. El peronismo nació, como decíamos más arriba, en un momento feliz de nuestra situación económica. La guerra había generado un casi automático proceso de sustitución de importaciones, que había robustecido la industria liviana nacional, y el país contaba con los recursos capaces de que el mero crecimiento del mercado interno era capaz de sostener y alentar ese crecimiento. Sinceramente, creemos, siempre hemos creído, que esa situación ya en 1955 estaba en crisis. Y hemos sostenido que el lanzamiento de Perón a políticas como la del Nuevo ABC, a efectos de generar un mercado interno ampliado por los países vecinos y, fundamentalmente por Brasil, tiene esas limitaciones como base material, más allá de los criterios estratégicos y doctrinarios de Juan Domingo Perón.

Estoy convencido que debemos recuperar con tasas “chinas” nuestra capacidad industrial y que, por lo tanto, debemos profundizar nuestra capacidad industrial exportadora. Vaca Muerta es el ejemplo. Tenemos la obligación histórica de generar, en el medio de esta desesperante crisis, las condiciones que permitan la explotación a pleno de las riquezas argentinas. Son ridículas y antinacionales las resistencias a la gran minería, a la ganadería porcina en criaderos, a la cría de salmones. La Patagonia no puede ser solamente un paisaje pintoresco o bello. Ahí hay condiciones para grandes explotaciones extractivas mineras, petroleras y gasíferas y sus correspondientes derivados industriales. Están los yacimientos de litio y la capacidad argentina de producir baterías que permitiría valor agregado a nuestra producción y a la de Bolivia.

Hay dificultades en el seno del pueblo que el gobierno, con fallas y aciertos trata de solucionar y paliar, pero es el conjunto del pueblo argentino el que puede ayudar a la reconstrucción del aparato productivo como lo hicieron los finlandeses. ¿Pueden estos argumentos pecar de stajanovismo? Puede ser, pero también el stajanovismo permitió que la Unión Soviética, debilitada por la guerra civil, generara las condiciones económicas e industriales que le permitieron expulsar de su territorio y vencer a la Alemania nazi. Un neostajanovismo latinizado y dulcificado, si quieren, pero es nuestra obligación poner en marcha todas las capacidades y recursos naturales que puedan ser exportados. Multiplicar la capacidad de exportación para general divisas que garanticen y sostengan el despegue industrial.

¿Es un programa duro y exigente? Si. Lo es. Como todo programa de posguerra.

Buenos Aires, 6 de diciembre de 2021.

 



[1]     https://elpais.com/economia/2020-08-31/argentina-logra-reestructurar-el-99-de-su-deuda-bajo-legislacion-extranjera.html

[2]    https://www.eldestapeweb.com/opinion/frente-de-todos/economia-fmi-y-post-pandemia-el-rumbo-despues-de-dos-anos-202112418420

[3]    Ibídem



21 de junio de 2021

A Elite do Atraso, de Jessé Souza

 

Estoy leyendo un libro impreso en Brasil. A Elite do Atraso se llama y tiene el subtítulo De la Esclavitud a Bolsonaro. Su autor es un académico, abogado, sociólogo y psicólogo, nacido en Natal, en el nordeste brasileño, Jessé Souza. Y que llegó a mis manos gracias a mi amigo Raphael Hellid, quien me lo envió gentilmente.

Desde hace años se me ha hecho casi una obligación intentar conocer todo lo posible sobre el Brasil. Creo que es lo que corresponde, tanto desde un punto de vista político como simplemente intelectual. Si he criticado que conozcamos más ampliamente a Bismarck que al Barón do Río Branco o que Pierre Bourdieu sea más citado que Darcy Ribeiro, es un deber intentar escudriñar y conocer cómo es esa sociedad -parecida en muchas cosas a la nuestra y diferente también en muchas cosas- y cuál ha sido la génesis que la produjo y le dio forma.

Y, a poco de comenzar con su lectura me he llevado una agradable sorpresa. El intento que realiza Jessé Souza -un erudito académico graduado en la Universidad de Heidelberg, en Alemania-, es muy similar en sus objetivos a la que realizara Arturo Jauretche en su El Medio Pelo en la Sociedad Argentina. Y muchas de las cosas que don Arturo decía en su idioma llano y su prosa oral, Jessé Souza las dice con ropaje universitario, pero con el mismo filo y la misma agudeza que aquel.

El trabajo de Souza parte de una certera crítica a los tres pilares del pensamiento sociológico brasileño: Gilberto Freyre, y sus dos libros principales Casa Grande e Senzala y, menos conocido por el público argentino, Sobrados e Mucambos; Sergio Buarque de Holanda y su Raíces do Brasil; Florestán Fernándes, autor de una profusa obra sociológica vinculada a la integración de los afrobrasileños. Los dos últimos han sido fundadores del Partido de los Trabajadores, con el que Jessé Souza también simpatiza.

Y, también, como Jauretche, las críticas de Souza se dirigen a la derecha y la izquierda de las tradiciones política e intelectuales del Brasil. Sobre dos puntos construye su crítica: la idea que en Brasil es conocida como “patrimonialismo” que sostiene una presunta herencia portuguesa que ha determinado una corrupción orgánica, estructural e intrínseca en los brasileños al hacerse cargo del Estado. Y por la otra al “populismo” definido simplemente como demagogia populachera que se basa en la incapacidad para votar de los sectores más explotados y sumergidos de la sociedad brasileña.

Sobre el “patrimonialismo” dice Souza: “El patrimonialismo apunta el dedo acusador apenas a las élites aparentes, ligadas al Estado, pero que en el fondo solo hacen el trabajo sucio de la verdadera elite del dinero, que manda en el mercado y permanece invisible”.

Sobre el “populismo” dice nuestro autor: “El populismo a su vez, se disfraza de lectura crítica de la manipulación de las masas, aparentemente en favor de una organización conciente de ellas, por ellas mismas, asumiendo el control del propio destino. El gran fraude aquí es esconder lo principal: que las masas luchan con las armas de los más frágiles, teniendo toda la organización institutcionalizada de la violencia simbólica y de la violencia física del Estado y del mercado contra ella. Esa es la fragilidad de sus líderes carismáticos también. Ellos tienen que caminar en la cuerda floja de los intereses contradictorios y de los inúmeros compromisos, ya que las asas pueden soñar apenas con una porción menor de la torta”.

Detrás de toda la medulosa crítica y la evolución sufrida por la clase media de su país, Souza nos deja ver siempre, como una sombra ominosa, el peso que la esclavitud -una de las más largas del continente- tuvo en la formación tanto de sus clases dominantes, esa Elite del Atraso, que desde el título del libro se convierte en el objeto de su condena, como de la clase media. El moralismo de la derecha y la izquierda, el surgimiento de las clases medias con la aparición del estado portugués trasladado al Brasil y el proceso de urbanización y desaparición del viejo patriarcalismo despótico y “sado-masoquista”, como lo define Souza, y su reemplazo por un liberalismo que aparece como “una reacción al Estado naciente y a su necesidad de imponer la ley para proteger a los más frágiles del simple abuso del poder, bajo la forma de la fuerza o el dinero”, son los tópicos centrales del libro.

Recuerden, si viajan a Brasil, cuando todo esto pase, compren el libro de Jessé Souza. Vale la pena y se lee fácilmente. El portugués es, al fin y al cabo, una especie de castellano un poco arcaico.

Buenos Aires, 21 de junio 2021.


18 de junio de 2021

Francisco y el anuncio de una nueva era



El Papa acaba de hacer un impactante discurso en la OIT, del que nuestro amigo Gabriel Fernández ha hecho un excelente comentario (aquí). La concepción filosófico-teológica que las palabras de Francisco encierran no son algo nuevo en la Iglesia Católica. En realidad, esas ideas han nutrido lo que se conoce como Doctrina Social de la Iglesia desde los tiempos de la Rerum Novarum de León XIII. La idea del derecho de propiedad como un derecho natural secundario, “que depende del derecho primario, que es la destinación universal de los bienes” está en el pensamiento católico desde Santo Tomás de Aquino (1224-1274), quien lo recibió de una tradición filosófica anterior, con autores como San Isidoro de Sevilla (fallecido en el año 636 DC), o sea, tienen ya 1400 años de existencia. Cosas parecidas, de una u otra manera, han expresado los Papas que ha conocido mi generación. Juan XXIII, Pablo VI, incluso Juan Pablo II han sostenido en sus encíclicas y pronunciamientos sociales afirmaciones similares, basadas, por supuesto, en la misma fuente. Santo Tomás de Aquino es, desde hace por lo menos dos siglos, la principal autoridad filosófico-teológica de El Vaticano. Por rutinaria que sea la enseñanza en los seminarios católicos, la abrumadora Suma Teológica del obeso pensador medieval es la bibliografía principal detrás de esos estudios.

¿Por qué suena tan terrible en boca de nuestro vecino de Flores?

¿Por qué han salido, como hormigas de un hormiguero pateado, una pequeña multitud de escribas y tinterillos con impostada voz de sacristía a escandalizarse por los conceptos de Francisco?

¿Qué dijo de nuevo o de raro o de herético?

Sin ser especialistas en materia religiosa, diremos que nada. Todo lo que ahí se dijo esta en las vastas bibliotecas de la mejor ortodoxia católica y romana.

No obstante, el efecto de sus palabras ha sido arrasador. Y creo que hay dos razones fundamentales para este impacto

En primer lugar, porque Francisco, el padre Jorge Bergoglio, viene de un país en el que el peronismo convirtió esos principios en política identitaria y de estado. Y su compromiso con eso principios no es sólo declarativo. Los ejerció en la medida de sus posibilidades en cada una de sus funciones jerárquicas eclesiásticas. Su simpatía por el peronismo, por el movimiento sindical argentino y su labor entre los más pobres y desheredados de su país lo acompañaron a su alta magistratura. Esa concepción social de la propiedad, esa preeminencia del destino universal de los bienes por sobre su apropiación privada, fue una política sostenida por millones de sus compatriotas y que, como digo, ha dado identidad al sobreviviente más antiguo de los movimientos de liberación que aparecieron después de la Segunda Guerra Mundial. Detrás de sus palabras, de su llamado a un mundo más justo, hay una experiencia histórica que lo sustenta y fortalece.

En segundo lugar, porque la independencia de Francisco, a diferencia de sus predecesores, del mundo imperialista es total y absoluta. Fuera de la dinámica de la Guerra Fría, que caracterizó a su antecesor Juan Pablo II, toda su prédica desde el Sillón de Pedro ha estado dirigida a denunciar los efectos que la hegemonía del capital financiero ha impuesto con mano de hierro sobre el mundo periférico, tanto desde un punto de vista geopolítico, como social. El mensaje del Papa impacta en el centro del poder financiero mundial y se dirige y llega, como nunca lo había hecho antes el Papado, a los pobres de la tierra. Los moviliza. Su concepción de la “humanidad de descarte”, su teología de la periferia, la alta politización que, concientemente, le ha dado a su actividad pastoral y su acción por un mundo multipolar ha convertido cada una de sus definiciones en apelaciones a la acción política transformadora. Ningún Papa, en la modernidad, había logrado esta respuesta.

Franz Mehring, el primer biógrafo de Carlos Marx, asesinado por la reacción alemana que sobrevino a la Revolución de 1919, sostiene en un trabajo sobre Gustavo Adolfo II de Suecia: “el catolicismo mantuvo su vieja y probada capacidad de adaptarse a las más diversas relaciones económicas, y también a generar el producto del pensamiento que el avance del desarrollo histórico necesitase”.

El catolicismo, que con Francisco se ha corrido de su centro europeo a las periferias del mundo, está, de alguna manera, anunciando el nuevo mundo que la humanidad puede construir si logra vencer a la hegemonía despótica y autocrática del capital financiero.

Eso es lo que las palabras de Francisco despiertan.

Buenos Aires, 18 de junio de 2021

30 de abril de 2021

De Borges a Andahazi o la traición a la generación del 80

Se ha hecho casi un lugar común comparar las figuras artísticas e intelectuales de la vieja oligarquía, que brillaron durante casi todo el siglo pasado, en los suplementos culturales de La Nación y en las Academias Nacionales, que ejercieron su papel de mandarines de la cultura oficial, con las figuras que hoy ocupan ese lugar de prestigio en la galería cultural del establishment hegemónico. Así se compara a Jorge Luis Borges, expresión arquetípica del refinamiento cultural de una clase social que aprendió a hablar en inglés y francés, antes que el español, con el autor de best sellers Federico Andahazi; a Ezequiel Martínez Estrada, el iracundo y plúmbeo hagiógrafo de Sarmiento, con el más modesto y remilgado observador de costumbres Juan José Sebrelli; al exquisito Alberto Girri, con sus claritos en el Plaza Hotel y su aficción a solteras y viudas de buen ver y mejor pasar, con el módico traductor del portugués Santiago Kovadlof; y a Francisco Petrone, el esquivo y adusto Corralero de El Hombre de la Esquina Rosada, con el atribulado ex humorista Alfredo Casero. Y es en estas comparaciones donde se hace evidente que entre aquellas figuras y estas figuritas se ha producido algo que es rápidamente definido como una decadencia o empobrecimiento.

En mi opinión creo que no se trata de una mera decadencia, de una especie de agotamiento de las fuerzas vitales de un sector social para expresar en el plano del arte y el pensamiento su visión del mundo. De alguna manera, lo que se llamó el decadentismo en la literatura francesa era la expresión del agotamiento del seudo imperio de Napoleón II, después de la guerra franco-prusiana y el estallido de la Comuna de París y la aparición de un nuevo horizonte que cuestionaba de raíz la sociedad burguesa establecida definitivamente con el primer Napoleón. Creo que este notorio descenso o pérdida de densidad cultural que exponen estas nuevas figuras tiene que ver con otro proceso social distinto al de la decadencia y agotamiento de un sector social dominante.

La vieja oligarquía agroexportadora, con eje en la propiedad de la tierra más rica del planeta (la pampa húmeda) intentó, y en buena parte lo logró, construir un país sobre el cual ejercer su hegemonía, su dominio de clase. Los hombres de la generación del 80, tanto mitristas como roquistas, tanto autonomistas como nacionales, se pensaban a sí mismos construyendo material y simbólicamente un país, un nuevo país. Asumían, es cierto, pautas muchas veces ajenas a la propia tradición argentina o rioplatense, pero también es cierto que lograban nacionalizar, apropiarse de muchas de esas tradiciones ajenas. Si las lecturas de los franceses los alejaban de su horizonte pampeano alienándolos muchas veces a escenarios lejanos, en veinte o treinta años se había logrado constituir una literatura propia, con autores y lectores propios. La particular relación con el Reino Unido, como semicolonia próspera, le permitía a la oligarquía pampeana esa construcción. Los intelectuales que expresaban, en el dominio de sus especialidades -la historia, la sociología, la literatura o las artes escénicas-, esa hegemonía, contribuían al sostenimiento de un proyecto de país, injusto, para pocos, centrado en el puerto y su hinterland -la pampa húmeda-, con tuberculosis, mal de chagas y anquilostomiasis como enfermedades endémicas, pero en condiciones de presentarse ante el mundo con una personalidad propia y distintiva. Esa clase social parasitaria y ociosa, dueña de interminables leguas de campo fértil y de millones de cabezas de ganado que se mantenían y crecían sin necesidad de trabajo humano, era claramente conciente de que necesitaba, para su dominio, para su hegemonía, de un país. Y de seres humanos sobre los cuales ejercer su dominio. Y abrió las puertas a la inmigración. Millones de europeos famélicos se agolparon en los hoteles de inmigrantes en El Retiro. Y construyó estructuras estatales, educación pública, servicio militar, a los efectos de dotar de un esqueleto material a esa construcción simbólica, la Argentina del Centenario. Es cierto que se hizo también necesario el estado de sitio para controlar los reclamos sociales y la rebelión popular, pero la idea de que “nace a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación” seguía guiando el impulso de esa clase dominante, cuyo poder, insisto, se asentaba en la propiedad de la tierra. Al fin y al cabo, fue ese esqueleto cultural el que nos grabó a fuego en nuestra conciencia que “Las Malvinas son Argentinas”

Pero esa clase social, esa oligarquía no existe más. En algún lugar lo he puesto en forma de verso:

En los tiempos del Peludo

se llamaban Anchorena,

Santamarina, Iraola,

Pereda, Casares, Paz

Cárcano y Álzaga Unzué.

Esos viejos apellidos

de hispánica resonancia

hoy han sido reemplazados

por ítalos patronímicos:

Roggio, Ratazzi y Macri,

Mastellone y Calcaterra,

Bulgheroni y Di Tella

y el commendatore Rocca.

¿Qué fue de aquellos señores,

gente de fraude y levita,

viajes a Francia con vaca,

revista Sur y Tagore?

Hoy se impone una camada

de gente bruta y muy rica

que creen que Miami es Niza,

mientras sigue la negrada

sirviendo a los italianos,

como ya sirvió a los dueños

de aquellas vacas preñadas.

Esta nueva oligarquía es muy distinta a aquella del Centenario no solo en sus apellidos, formas y gustos. Está asentada, principalmente, sobre el capital financiero generado por la agroexportación y el excedente del trabajo argentino. Por lo tanto, no necesita la construcción de un país y su consiguiente estado, que se convierte en una carga, en un gasto inútil. Hasta el mismo territorio le resulta innecesario, sino sirve a los efectos meramente extractivos. Recordemos la reflexión de su representante casi paradigmático, el ex presidente Mauricio Macri acerca de nuestras islas australes: Malvinas serían un fuerte déficit adicional para la Argentina”.Y fue el primer presidente posterior a 1983 que en su discurso de asunción no mencionó el reclamo por las Malvinas como política permanente e incólume de nuestro país.

Si la vieja clase terrateniente argentina era afrancesada en sus gustos y admiradora del Reino Unido esta nueva clase es simplemente globalizada. Vive y disfruta de los “no lugares” que ha definido Marc Augé. Necesita la destrucción de todo tipo de vinculación nacional, entre una población y su territorio. Ha convertido las ciudades -el burgo que dio origen a la burguesía- en barrios privados, en zonas fuera de la jurisdicción estatal, carente de historia, de pasado, pura especulación inmobiliaria. Su dominio social se basa en el debilitamiento sistemático de toda superestructura científica, intelectual, artística que sea capaz de consolidar un proyecto de estado nacional. Un tycoon financiero argentino, un “Nicky” Caputo, no tiene ningún punto de diferenciación con un Boris Berezovsky o Román Abramóvich, los dos oligarcas rusos postsoviéticos. Su espacio es el sistema financiero globalizado, sin territorio, sin antepasados, sin 25 de Mayo ni Guerra de la Independencia. Para esa clase social, Lucio V. Mansilla y sus experiencias en las tolderías y en los salones parisinos, José Hernández y su canto por un tipo de hombre que lentamente desaparecía de la historia para transformarse en otra cosa, o Borges y su imaginaria epopeya de matones suburbanos o, incluso, Victoria Ocampo y su colección de hombres y mujeres famosos de otras latitudes, no tienen lugar ni papel alguno en la conformación de un tipo de sociedad. Ellos remiten a un lugar en el mundo, a un atardecer único y distinto, a un afán de ser parte, aún simiescamente, de una secular tradición cultural, de un mundo de valores sobre lo bello y lo perdurable.

En realidad, creo que la mediocridad, la ramplonería, la ignorancia pretenciosa e infatuada de las expresiones intelectuales y artísticas de esta neooligarquía no representan una decadencia, sino una modificación sustancial del proyecto originario del 80. Aquellos hombres, con todo lo equivocados que pudieran estar -y muchos de ellos no lo estaban- pretendían salir de un mundo primitivo, en un país casi deshabitado, para entrar en el concierto de las naciones a las que consideraban civilizadas. Estos son payasos globalizados, sin referencia local, sin patria a la cual expresar: expresión misma de una clase social formada por patanes enriquecidos con el interés compuesto y los mercados a futuro.

Sus “artistas” e “intelectuales” son unidimensionales, puro presente, simples y sin profundidad. Son solo invitados, sin obra alguna, a un programa de televisión.

Buenos Aires, 3 de mayo de 2021.



2 de abril de 2021

Jorge Abelardo Ramos y la Gesta de Malvinas

La revista Tercera Posición, del Partido Justicialista de la ciudad de La Plata, me invitó a escribir, con motivo del 2 de Abril, una nota sobre el punto de vista de Jorge Abelardo Ramos sobre la Guerra de Malvinas y sus consecuencias políticas. Hoy salió publicado.

Iniciar y consumar la recuperación de las Malvinas fue una victoria política y estratégica en sí misma (ya que rompió la inmovilidad de un siglo y medio) y la rendición de Puerto Argentino constituyó una derrota táctica, pero que no alteró el significado global de la guerra y su positivo valor histórico. Justamente la idea de que la guerra fue perdida es la que manipula el Servicio Secreto Británico y los 'partidos políticos de la rendición incondicional', que parasitan en la Argentina” Jorge Abelardo Ramos (Prólogo al Informe de lord Franks, 1° de marzo de 1985).

Posiblemente la interpretación que Jorge Abelardo Ramos efectuara el 2 de abril y la firme actitud por él asumida en aquellas jornadas hayan sido uno de los factores que más contribuyeron para que la Reconquista de nuestro territorio usurpado y la breve guerra que sobrevino obtuviese en la conciencia pública argentina y en el movimiento nacional su justa trascendencia histórica. Vale la pena, quizás, a 39 años de aquellos días, recordar la osadía intelectual que significó esta interpretación.

El mundo de 1982 era un mundo cruzado, a lo largo y a lo ancho, por la tensión generada por lo que se llamó la Guerra Fría: el enfrentamiento político militar no cruento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Como se sabe era incruento en cuanto a las dos grandes potencias, pero tenía manifestaciones militares y cruentas en el mundo periférico, es decir, en el mundo que no estaba integrado ni por Estados Unidos, la URSS, Inglaterra o Europa.

América Latina estaba dominada, entonces, por dictaduras militares o por gobiernos que tenían un grado de relación política y económica muy importante con Estados Unidos. La Argentina estaba gobernada por los militares que habían dado el golpe de Estado en 1976. El Uruguay estaba bajo una dictadura militar que había comenzado antes de 1976 y terminaría varios años después que la nuestra. La Guerra de Malvinas fue una especie de rayo en una noche serena: inesperadamente un militar del Sur de voz ronca y altanera, hasta ese momento aliado estratégico de los EE.UU. en la lucha “contra el comunismo”, enfrentaba bélicamente a una de las grandes potencias militares y navales del mundo. Esto sorprendió de una manera impactante. Era algo que no se esperaba, que no entraba dentro de las previsiones y las posibilidades, puesto que ese gobierno estaba sumamente comprometido con las políticas imperialistas, militares y agresivas que los Estados Unidos llevaban adelante en América Latina, sobre todo en Centroamérica.

De modo tal que la idea misma de que ese gobierno enfrentase por, lo que algunos llamaban, unos peñascos pelados sobre el Atlántico Sur, al principal socio militar y económico de los Estados Unidos no entraba dentro de ninguna profecía. Y, sinceramente, lo que caracteriza a nuestros países es nuestra inesperabilidad. Si en algún momento los latinoamericanos hemos avanzado, hemos logrado espacios, es cuando hemos sido inesperados. Cuando nos esperan, perdemos.

En el medio de una opinión pública casi estupefacta, de una brutal propaganda inglesa y donde la mayoría de las corrientes políticas denunciaban el acto de la reconquista malvinense, Jorge Abelardo Ramos escribía en aquellas horas:

Se trata de los mismos sectores democráticos que a partir del 2 de abril se niegan a aceptar el carácter heroico de la gesta, se obstinan en pagar la deuda externa a la banca inglesa y tienden una cortina de humo sobre este grandioso acontecimiento del siglo XX. Han reemplazado todo análisis sobre el imperialismo invasor por una insustancial palabrería pacifista (impregnada hasta el tuétano dé anglofilia) dirigida a los comicios. Son los apóstoles vacíos de la democracia formal. Ayer reverenciaban a Roosevelt y a Churchill. Hoy lo hacen con Mitterrand, Felipe González y otros escandinavos. Todos ellos son representantes del colonialismo europeo, bloqueadores de la Argentina durante la guerra con Gran Bretaña. De este modo, la guerra de Malvinas, como lo afirma burlonamente la señora Thatcher, habría sido la lucha de la democracia inglesa contra la dictadura argentina. Quien esto escribe ha sufrido varios procesos y detenciones a manos de este régimen que agoniza. No tengo benevolencia hacia Galtieri ni hacia ninguno de sus colegas anteriores o posteriores. Pero comprendo muy bien a la partidocracia sucesora de Saturnino Rodríguez Peña (aquel que ayudó a escapar al general Beresford, cuando la primera invasión inglesa). No falta entre ellos quienes proponen el día 2 de abril como día de luto”1.

Ramos encontró en esas jornadas que todo su sistema interpretativo acerca del papel de las FF.AA. en nuestro movimiento de liberación se condensaba en un hecho que cambiaba radicalmente el tradicional sistema de alianzas, enfrentaba a las FF.AA., que hasta entonces venían cumpliendo un sangriento papel de gendarme de los intereses oligárquico-imperialistas, con el enemigo histórico de la Argentina -el Reino Unido- y abría el cauce a un torrente de sentimientos patrióticos latinoamericanos cuyo resultado era impredecible, pero que modificaba sustancialmente el escenario de la política argentina e internacional. Y se lanzó a una ciclópea campaña de esclarecimiento sobre la naturaleza patriótica de esa Reconquista y a intentar explotar a favor de los intereses populares el estallido que la recuperación de Malvinas y el enfrentamiento bélico con el Reino Unido habían generado. Mientras que los viejos partidos y no pocos dirigentes peronistas oscilaban entre el lagrimeo y la impotencia, Ramos dio al 2 de abril su verdadera significación: el país histórico que aún latía bajo la feroz represión oligárquica había vuelto por sus fueros y sus reivindicaciones más preciadas.

Supon comprender, mejor que nadie, el capricho con el que Clío, la musa de la historia, abría las compuertas del futuro y luchó hasta el final mismo de la Guerra e, incluso, mucho después, por un triunfo de los intereses argentinos que, entendía, se complementaban con las aspiraciones del conjunto de los pueblos al sur del Río Grande.

Sus argumentos, entonces altamente polémicos, constituyen hoy una parte sustancial de la indoblegable conciencia nacional sobre nuestra soberanía austral. Las Malvinas son argentinas y el “Colorado” Ramos reinvindicó, como pocos, nuestra obligación y nuestro derecho a defenderlas por todos los medios.

2 de abril de 2021

1https://abelardoramos.com.ar/malvinas-y-el-pacifismo-anglofilo/

7 de marzo de 2021

Con la conducción de Gildo Insfrán, los formoseños crearon una gran provincia

 

El auto, con cuatro ocupantes, se desplaza cuidadosamente por el camino de tierra que corre paralelo al impreciso cauce del río Pilcomayo. Es un mediodía diáfano, de un calor abrasador, como suele serlo en el oeste de Formosa, en esa tierra de montes de espinas, ganado guampudo y escasos hombres, hirsutos y curtidos. Conversan animadamente los viajeros, que han salido de Ingeniero Juárez para internarse hacia el norte buscando volver hacia la lejana costa del Paraguay. El tereré, que uno de ellos ceba, pasa de mano en mano, para matar el tiempo que se hace largo, en un camino en el que parecen ser los únicos viajeros.

De pronto, a lo lejos, ven una polvareda en la que se arremolina un grupo de jinetes en el medio del endeble camino. El conductor baja la velocidad. Al aproximarse, logran divisar entre el polvo, al que el sol da un brillo particular, siete u ocho gauchos con sus anchos sombreros de copa baja y plana, con los barbijos ajustados bajo el mentón, botas de caña alta, amplias bombachas que se ocultan detrás de los alados guardamontes de sus cabalgaduras. Los caballos caracolean en la espera mientras uno de los jinetes se despega del grupo dirigiéndose al automóvil.

El conductor detiene el vehículo a una distancia prudencial. El sol cae a plomo sobre toda la escena dotándola de una evanescente luminosidad.

Desde su caballo, el hombre que se ha acercado al automóvil pregunta:

- ¿El doctor Insfrán?

Su tono es enérgico y en su tonada no se escucha la influencia del guaraní, ese modo particular de pronunciar el castellano de los hombres y mujeres del río Paraguay, tan característico del este de la provincia.

Los ocupantes del coche se miran, no sin cierta preocupación. El mate del tereré queda detenido en las manos de uno de ellos, que lo deposita en el piso para dejarlas libres. Entre ellos viaja, por cierto, el recientemente electo gobernador de la provincia, el doctor Gildo Insfrán. Este, con resolución, se baja del auto.

- Buenas, amigo, yo soy a quien buscan, responde, mientras camina hacia el jinete.

Detrás de él, los otros jinetes observan silenciosos.

En rápido movimiento, el jinete se quita su sombrero, que cae hacia su espalda.

- Doctor, queremos que nos haga una escuela, acá, en esta zona donde vivimos. Nuestros hijos no tienen donde ir a educarse.

El gobernador mira a su alrededor. No se ve poblado alguno. El hirsuto monte chaqueño parece tan desierto e inhóspito como lo ha sido siempre.

- Acá, en el monte, y hace un vago semicírculo con su brazo libre, mientras con el otro tironea de la rienda.

Insfrán sonríe, mientras sigue con su vista el movimiento del brazo.

- ¿Por qué no?, responde, de inmediato. - Junten un grupo de alumnos y desde el gobierno le hacemos la escuela y le ponemos un maestro.

El jinete desmonta y se acerca al gobernador con la mano extendida. Insfrán responde extendiendo la suya y cierran el acuerdo con un apretón. Los acompañantes del gobernador también han bajado del automóvil e intercambian algunas palabras con el grupo de jinetes y su lenguaraz.

Insfrán saluda con un gesto a los otros paisanos y después de algunas palabras de ocasión todos vuelven a subir al auto.

El grupo de jinetes los despide con una mano en alto y tirando de las riendas se vuelven a internar en el monte. El auto se aleja en medio de un tierral y el silencio y la quietud vuelve a dominar el paisaje.

Un mes después llega un sobre a la oficina de Gildo Insfrán. En su interior hay una nota toscamente escrita fechada en el paraje de San Cayetano, acompañada de una lista de unos veinte nombres y apellidos. Son los niños que aspiran a tener una escuela, los hijos e hijas de esos y otros gauchos del monte del oeste formoseño que habían detenido el auto del gobernador.

A los pocos días, llegó un maestro a aquellos parajes y, un tiempo después, se inauguraba la escuela.

El hombre del monte vive en casas con tan solo dos paredes, las que sostienen el techo. Su vida es dura y su actividad está vinculada a la ganadería propia de la región, ganado vacuno criollo, guampudo y flaco, que constituye desde tiempo inmemorial el núcleo de la economía del oeste formoseño, estrechamente vinculado a la provincia de Salta, al llamado Chaco Salteño, con su antiguo centro comercial en Embarcación, en la época de mayor florecimiento del ferrocarril.

Alrededor de la escuela, que fue el resultado de aquella particular gestión personal de ese grupo de gauchos, hoy se ha desarrollado la pequeña localidad de San Cayetano.

Aquella escuela fue, de alguna manera, la paráfrasis de la integración de Formosa al país que, por poco, la rechazaba y dejaba al abandono.

Este relato, real, cuyos protagonistas pueden dar testimonio, es la necesaria introducción al tema que ha sido tema de discusión este fin de semana: la provincia de Formosa y su gobernador Gildo Insfrán. Permitanme hacer una breve historia de esta provincia sobre la que se ignora casi todo lo que es necesario saber.

Formosa, la Cenicienta del sistema federal argentino

En las primeras décadas del siglo XX, Formosa era un espacio vacío frente a un potencial enfrentamiento bélico con el Brasil. Era un vasto territorio cuya principal actividad eran la extracción forestal y la ganadería extensiva latifundista, que encajaban con el modelo agroexportador con el que la Argentina se había incorporado a la división mundial del trabajo.

El estado nacional estaba siempre lejano y su actividad se reducía a la presencia militar y a la administración de las nuevas tierras para entregarlas en concesión. Como también ocurrió en la Patagonia, las mejores tierras quedaron en manos de la misma oligarquía que dominaba el aparato del Estado.

Formosa se fue poblando desde dos vertientes, que son las dos identidades culturales y antropológicas que formaron su personalidad. Desde el oeste llegaba una población criolla, de origen salteño y santiagueño. Venían con sus arreos de ganado buscando las tierras aledañas al cauce del Bermejo. El oeste formoseño, cuya geografía se prolonga en el Chaco salteño se incorporó a la ganadería de monte, constituyendo una de sus principales actividades económicas. Música, modismos y tradiciones vincularon para siempre a esta región al Noroeste argentino.

La otra corriente, con particular presencia en el este del territorio, es la que llegaba tanto de Corrientes, como de la República del Paraguay. Ganaderos correntinos que ocuparon grandes extensiones de tierra, peones y trabajadores de los obrajes, oriundos del otro lado de la frontera, fueron poblando el este formoseño. En los intersticios de los grandes latifundios se instalaron, de hecho, pequeños campesinos dedicados a una agricultura casi de subsistencia. El este formoseño, por herencia y por ocupación territorial, conformó un importante núcleo de cultura guaranítica, con una permanente relación con el Paraguay.

En la década del 20 del siglo pasado se sumó al torrente humano de la región un importante contingente de familias rusas, ucranianas y polacas que llegaron de sus países de origen, previo paso por el Paraguay. La mayoría de ellos se instaló en la localidad de Santa Rosa, en el oeste del territorio, a cuatrocientos treinta kilómetros de la ciudad de Formosa, agregando otro elemento cultural a la amplia diversidad de los formoseños.

Pero hasta las últimas décadas del siglo XX, Formosa seguiría siendo conocida por la gran prensa y el poder político nacional como un problema vinculado a las llamadas “hipótesis de conflicto”. Este razonamiento defensivo y bélico -con la permanente amenaza de un ataque brasileño- hizo que todo plan de desarrollo, todo tipo de obras de infraestructura en Formosa, por elementales que fuesen, eran consideradas un gasto innecesario y sin justificación, pues, a la larga, estarían destinadas a ser destruídas o inutilizadas por el hipotético enemigo. Formosa era, en términos bélicos, tierra de nadie. Los caminos, los puentes, las escuelas, los hospitales o los talleres fabriles quedaron prohibidos durante décadas para los formoseños.

En la década del treinta apareció una nueva producción que durante años determinará la economía rural de Formosa. En Buenos Aires comienzan a abrirse las primeras empresas textiles y, con ello, el cultivo del algodón. Con el algodón viene una nueva oleada inmigratoria, fundamentalmente desde el Paraguay y las provincias más cercanas, que concurre a satisfacer la gran demanda de mano de obra que esta producción exige. En 1935 se instaló en Formosa la primera desmotadora de algodón.

No obstante, la ganadería siguió ocupando el primer lugar en la producción del territorio, ampliando su mercado con dos importantes puntos de salida: Pozo del Tigre, en el medio oeste, por ferrocarril, y Bouvier, como puerto sobre el río Paraguay.

Todo esto fue conformando una pequeña trama de complejidad urbana en ciertos puntos geográficos. Al amparo de los fortines, durante décadas, fluyó la inmigración y se extendieron los asentamientos en el territorio.

El Territorio Nacional de Formosa, cincuenta años después de su creación en 1884, había logrado convertirse en una nueva comunidad argentina, con sus propias experiencias y tradiciones, con una escasa presencia del Estado Nacional, que fue reemplazado por la voluntad y el tesón de sus pobladores.

En el este, bajo la influencia de algunos cauces hídricos, crecieron colonias minifundistas, en los intersticios de los grandes campos ganaderos. La traza del ferrocarril fundó una docena de poblaciones sobre el tendido de los rieles.

Por el oeste continuó la peregrinación que se había iniciado en 1850, antes de la fundación de la ciudad de Formosa. En los primeros decenios del siglo XX, el núcleo de la corriente salteño-santiagueña que se desplazara por las orillas del Bermejo se afianzó, con la impactante presencia del ferrocarril, en Pozo del Tigre. Aquellos puestos de pastoreo y pequeñas colonias asentadas en el sur del territorio nacional se desplazaron bajo la influencia del trasporte ferroviario y el telégrafo, fortaleciendo los antiguos campamentos de punta riel.

Inmediatamente después del triunfo electoral de Juan Domingo Perón, el 24 de febrero de 1946, es nombrado por primera vez un vecino como gobernador del Territorio Nacional de Formosa, don Rolando de Hertelendy. Este hecho, sumado a la profunda renovación política que significó la aparición del peronismo y su gigantesca tarea de integración social, generó en los formoseños un nuevo aliento hacia el logro de la autonomía federal, de la provincialización. El nuevo presidente conocía el territorio. En dos oportunidades, en la década del '20, por cuestiones fronterizas y en los '30, con motivo del enfrentamiento paraguayo-boliviano, el joven oficial del Ejército Juan Domingo Perón había recorrido la provincia, había cabalgado a lo largo del Pilcomayo y sabía, por su larga residencia en la Patagonia, de las críticas al centralismo de los gobernadores nombrados en Buenos Aires y los deseos de los pobladores de lograr su lugar entre el resto de las provincias de la República.

En 1951, el Congreso nacional declaró a los viejos territorios de La Pampa y el Chaco como nuevas provincias argentinas. El movimiento por la provincialización de Formosa adquirió, entonces, nuevos bríos y esperanzas. Dos años después, en julio de 1953, le tocó a Misiones ser un estado provincial y en ese mismo año, en octubre, el presidente Perón visitó oficialmente Formosa. Fue, posiblemente, el primer gran acto multitudinario realizado en la ciudad capital del territorio. El presidente, en su discurso, hizo gala de su conocimiento de la región poniendo de relieve las bellezas de su geografía y las bondades de sus hombres y mujeres.

En enero de 1955, viajó a la ciudad de Formosa el Subsecretario de Asuntos Políticos del Ministerio del Interior, el Teniente Coronel Martín Carlos Martínez, formoseño de nacimiento, y se reúne con el Gobernador del territorio y con distintas organizaciones representativas de la ciudadanía e informa sobre la decisión del gobierno nacional de Provincializar todos los territorios existentes.

Al mes siguiente, el 19 febrero de 1955, en el Cine Italia de la ciudad de Formosa se llevó a cabo una gran Asamblea Popular, de donde surgió una Comisión Pro-Provincialización, cuyo presidente fue el docente formoseño don Vicente Arcadio Salemi, quien se desempeñaba como concejal de la ciudad de Formosa. La Comisión Pro Provincialización recibió en marzo de 1955 una noticia que conmovió a los formoseños. Don Ramón Mariño y el Dr. Antenor Polo, que representaban a la comisión en la Capital Federal, informaron que la Presidencia de la República había concedido una audiencia con el presidente, General Juan Domingo Perón. La misma estaba citada para el 5 de abril, un mes después. En Formosa la perspectiva de una reunión con Perón generó una inmediata adhesión.

El viaje era largo y costoso. No se contaba con apoyo ni financiación oficial y la propuesta movilizó la solidaridad ciudadana. Un grupo salió de Formosa con la ayuda de los formoseños comprometidos con la provincialización. Otro grupo partió desde Resistencia, estos sí con apoyo del primer gobernador del Chaco, y primer gobernador obrero en la historia argentina, don Felipe Gallardo. A los viajeros se sumaron, en Buenos Aires, los residentes formoseños y a las ocho y veinte de la mañana la delegación se reunió con Perón. Quien llevaba la voz cantante era el presidente de la Comisión, el maestro Vicente Arcadio Salemi y expresó el deseo profundo de la comunidad que representaba en adquirir el rango de provincia y asumir la autonomía federal que la constitución reconoce a las provincias.

La recepción de Perón fue cálida y solidaria. Vale la pena recordar sus palabras de entonces:

Yo he vivido muchos años en los territorios, de manera que conozco también mucho los problemas y el sentir de esa gente. Por otra parte nuestra doctrina asegura por todos los medios y de todas las maneras que los gobiernos sean Gobiernos del Pueblo”.

Que expresen realmente su condición popular, haciendo únicamente lo que el pueblo quiere. Por esa razón, siendo los nuestros gobiernos populares, queremos que los gobiernos de los Territorios también estén en manos de sus habitantes, y por eso hemos propugnado por todos los medios la provincialización de los Territorios”.

Nadie va a trabajar mejor para la patria chica que el que en ella vive”.

Esto último era, para los formoseños, la razón profunda de su anhelo.

En mayo de 1955, el Poder Ejecutivo Nacional elevó al Congreso el Proyecto de Ley de Provincialización de varios territorios, entre ellos el de Formosa. En las sesiones del 1° y 2 de julio fue tratada por el Senado, quien aprueba la provincialización de Formosa.

El día 15 de junio de 1955 -un día antes del criminal bombardeo de la Plaza de Mayo por parte de la aviación de la Marina de Guerra, con su resultado de más de 300 muertos y casi un millar de heridos- el Senado aprobó, por ley N° 14.408, la provincialización. El 28 de junio el Poder Ejecutivo Nacional promulgó la ley y convirtió al viejo Territorio Nacional en la Provincia de Formosa.

La ley fue recibida por los formoseños con enorme júbilo. De inmediato se cambió la formación del gabinete, incorporando a los formoseños a la gestión, mientras comenzaron los preparativos para el llamado a una Convención Constituyente.

A los pocos meses, los sectores del privilegio oligárquico y el interés imperialista, que ya había bombardeado al propio pueblo en el mes de junio, descargaron su furor sobre el gobierno popular y derrocaron al general Juan Domingo Perón. Formosa se había convertido en provincia, pero sobre el conjunto del país había desaparecido la libertad y la democracia. Ya no era solo la nueva provincia que no podía elegir sus gobernantes, sino que todos los gobiernos provinciales habían sido usurpados por interventores militares.

Poco pudo aprovechar Formosa su transformación en provincia. La provincia durante el período de la proscripción peronista (1955-1973) no pudo sino seguir el derrotero político del país. Interventores federales, gobernadores elegidos con la proscripción del partido mayoritario, un gobernador electo impedido de asumir y nuevamente interventores federales. En esos 18 años de inestabilidad política, de grandes conflictos gremiales y de un declarado enfrentamiento entre los gobiernos militares y el conjunto de la población, Formosa fue creciendo lentamente. Su rango provincial permitió la aparición de nuevos y jóvenes dirigentes políticos, pese a las limitaciones democráticas que caracterizaron la época.

Muy pocos hitos vinculados al desarrollo y al progreso de la provincia pueden determinarse en esos años. La economía algodonera continuó siendo la principal actividad formoseña, con las consecuencias que el monocultivo genera. Alguna obra pública, como la pavimentación de la ruta 11 entre Formosa y Clorinda significó la vinculación por automóvil a las provincia mesopotámicas. Fue en aquellos años, la década del sesenta, cuando el río Pilcomayo, la frontera natural con el Paraguay, comenzó su proceso de colmatación (acumulación de sedimentos), también conocido como atarquinamiento. El Pilcomayo es el único cauce fluvial del mundo que ha sufrido una suerte de extinción a causa de este fenómeno. El río, hasta ese momento navegable, comenzó a perder su cauce y con ello se inició un proceso de modificación en la irrigación natural de la región.

Las elecciones de 1973

En 1973, con la vuelta al régimen constitucional fue elegida la fórmula del Partido Justicialista de Antenor Gauna-Ausberto Ortiz. Contrariamente a lo ocurrido en el país, en Formosa no pudo organizarse el FREJULI, la alianza del PJ con otros partidos menores como el MID, un sector de la Democracia Cristiana, el Partido Conservador Popular y otros. El PJ y el MID, que tenía un importante electorado en la provincia, fueron separados y hubo que ir a un ballotaje. En la segunda vuelta obtuvieron el 70,2% de los votos. El nuevo gobernador -el primero en ser elegido en plena vigencia de las garantías democráticas y constitucionales- era un respetado maestro rural, dirigente gremial y político del Partido Justicialista. La fórmula era el resultado de una particular conformación del peronismo formoseño.

Por el lado del gremialismo, los sindicatos estatales y judiciales tenían una amplia presencia, a la vez que los núcleos juveniles peronistas también tenían una importante representación. A ello debe sumarse la presencia del ULICAF, Unión de Ligas Campesinas Formoseñas, una organización de campesinos auspiciada, en aquel entonces, por la Iglesia Católica, en el marco del “Movimiento Rural Cristiano”. El obispo Pacífico Scozzina, primer titular del obispado de Formosa, fue su más importante impulsor.

Al poco tiempo de asumir, la provincia vivió una serie de tensiones políticas, originadas básicamente en la política agraria impulsada por las Ligas Agrarias y fues intervenida por el Poder Ejecutivo Nacional.

El gobierno de Antenor Gauna sancionó el decreto n° 408, por el que se disponía la revisión de todas las adjudicaciones en venta y/o permisos de ocupación a cualquier título, otorgadas sobre tierras fiscales rurales entre el 28 de junio de 1966 -golpe de estado del general Juan Carlos Onganía- y el 24 de marzo de 1973. La sanción del decreto había estado precedida de una serie de ocupaciones de tierras por parte de los campesinos organizados en el ULICAF, y en los fundamentos del mismo se mencionaba el “desorden existente en las entregas de tierras: despojos, litigios, injusticias y actitudes ilegales” y el “alarmante estado socio-económico de aproximadamente cinco mil familias campesinas abandonadas” mientras que “paradojalmente, extensas áreas de tierras permanecen incultas o irracionalmente explotadas”1. El decreto y la ley lograron bajar las tensiones existentes con la ULICAF, pero generaron, de inmediato, un conflicto muy serio con la Sociedad Rural de Formosa. Sus autoridades llegaron a entrevistarse con el presidente interino Raúl Lastiri, de visita en la provincia, a quien plantearon su oposición a la política del gobierno formoseño. Solicitaron, en una declaración que expresa el clima ideológico de la época, que la política de tierras fuese manejada “por técnicos y productores con profundo sentido nacional y popular y no por quienes embanderándose como tales responden a ideologías extrañas, ajenas a nuestros sentir de los argentinos”2.

A lo largo de esos meses del año 73, la situación política de la provincia vivió en una permanente crisis. Por un lado, el tema de las tierras y las propuestas de solución generaban tensiones con los sectores involucrados, mientras que por el otro, las diferencias políticas en el seno del propio gobierno generaron un enfrentamiento entre el Gobernador y el Poder Legislativo que terminó con la intervención federal de la provincia. El 17 de noviembre de ese año el Congreso Nacional sancionó la Ley de Intervención Federal a los tres poderes de la provincia.

¡Acá no se rinde nadie, carajo!”

El 5 de octubre de 1975, un grupo perteneciente a la organización Montoneros intentó tomar el Regimiento de Infantería de Monte 29, con asiento en la ciudad Capital. Durante el ataque murieron doce miembros del Ejército, diez de ellos soldados conscriptos, y nueve miembros del grupo atacante. Posteriormente, y como consecuencia de la represión y persecución de los atacantes, el Ejército mató a tres civiles que no estaban vinculados al al hecho. Entre los conscriptos caídos en el ataque se destacó el soldado Hermindo Luna, quien se negó a rendirse y fue muerto por el grupo armado. El hecho ha perdurado en la memoria de los formoseños. La violencia del intento de copamiento, la represión posterior, la persecución a distintos sectores políticos y gremiales, sin relación con el hecho, pero de posiciones políticas radicales, quebró la tranquilidad provinciana. El conjunto del pueblo formoseño tomó lo ocurrido como un ataque a la misma provincia, más allá de cualquier simpatía política. Manuel Rodríguez, veterano militante de las Ligas Agrarias, recuerda:

Nos pegó muy fuerte, muy fuerte. Yo vivo ahí, a una cuadra del Hospital, yo no entendía como pudo ser. Nos dolió mucho. El 5 de octubre es un acto al que yo no dejo de ir nunca, es el único acto al que no falto nunca. No entendíamos cómo pudo pasar. Es algo que nos pegó, nos impactó,. No entendíamos por qué tantas muertes. Como nosotros, en nuestro trabajo, andábamos por el interior, los conscriptos muertos en el ataque eran chicos del interior, que los conocíamos. Eran todos peronistas”3.

El acto al que se refiere Rodríguez es el del 5 de octubre. Todos los años, desde 2002, con la ley N° 1395, se conmemora el “Día del Soldado Formoseño”, con un acto en la plaza de armas del Regimiento, que es encabezado por el gobernador de la provincia y la superioridad militar, y la presencia de todos los sectores políticos y sociales.

Aquí en Formosa, los soldados muertos el cinco de octubre son tanto o más héroes que los de Malvinas. Cuando Gildo sale a decir 'Acá no se rinde nadie, carajo', repite la famosa frase del soldado Luna, cuando los montoneros entran y lo liquidan al sargento Saravia, que estaba intentando mandar un mensaje a la otra fuerza, y sale este soldado que, en realidad, estaba castigado”4.

De modo que, como consecuencia del desatino criminal de ese intento de copamiento, los formoseños tuvieron un anticipo de lo que después del 24 de marzo se desplegó con toda su furia en el resto del país.

La noche del golpe cívico-militar

El golpe de Estado cívico-militar del 24 de marzo de 1976 impuso sobre Formosa la misma ley del Terror estatal y de retiro por parte del Estado que se aplicó al conjunto del país. En octubre del año anterior, la provincia fue sacudida por un hecho cuya conmoción perdura hasta nuestros días.

Después de un breve interinato del coronel Reinaldo Alturria, fue nombrado “gobernador” el general Juan Carlos Colombo. Simultáneamente con el golpe, el Regimiento se convirtió en un Centro Clandestino de Detención, por donde pasaron cientos de ciudadanos formoseños, muchos de los cuales fueron asesinados o desparecidos. Los militares persiguieron con especial saña a los militantes y dirigentes de las Ligas Agrarias y organizaciones campesinas en general. Mientras retrocedía la producción algodonera, como resultado de la apertura de las importaciones, el sistema financiero público y privado entregaba créditos blandos a los productores que fueron a parar a la compra de vehículos y maquinarias inútiles por la caída de la actividad. Comenzó entonces un lento pero permanente éxodo de pobladores rurales a la ciudad de Formosa, que creció ostensiblemente, y que servía de estación intermedia rumbo a las grandes ciudades más al sur, Rosario y, finalmente, Buenos Aires.

Pero no solo la política y la economía preocupaban a los formoseños. La geografía comenzó entonces una lenta transformación que determinaría un cambio en el comportamiento del río Paraguay. En 1979 se produjo una creciente con un máximo de 8,32 metros en la zona del puerto con la consecuencia de importantes pérdidas económicas y miles de evacuados. Ese año marcó el inició de una período signado por la amenaza de la inundación. En 1982, 18.000 formoseños debieron ser evacuados de sus hogares, cuando la creciente batió un nuevo récord: 8,68 metros.

Para entonces, la dictadura cívico militar había comenzado su retirada. El gobernador militar fue reemplazado por un hombre de militancia en el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), el escribano Rodolfo Rhiner. Ante la proximidad del proceso electoral y con la idea de su participación en el mismo, Rhiner dejó lugar a Ezio José Massa, un empresario que fue el último gobernador bajo el régimen militar de facto.

El retorno del régimen constitucional volvió a llenar de esperanza el corazón de los formoseños quienes, a casi treinta años de su provincialización aún no habían logrado el pleno ejercicio de sus derechos y la puesta en marcha de sus capacidades.

La democracia sin escuelas ni hospitales

En 1983 se inicia en el país un período que, con altibajos, aún continúa. Ha sido el ciclo democrático más extenso que ha conocido el país desde la vigencia, en 1912, de la Ley Saenz Peña que dio inicio a la paulatina incorporación de las grandes masas a la vida política. En 1916 el voto secreto, universal y obligatorio para los varones dio el triunfo a don Hipólito Yrigoyen. El 30 de septiembre de 1930, catorce años después, un golpe militar lo derrocaba y se iniciaban dieciséis años de proscripción, primero, y fraude, después. Recién en febrero de 1946 el pueblo argentino podría votar en libertad y con garantías. Tan solo nueve años después, otro golpe cívico-militar derrocó al presidente Perón y dio inició a un largo período de dieciocho años, caracterizados por la alternancia de golpes militares y gobiernos civiles producto de la proscripción del peronismo.

La recuperación de la soberanía política del pueblo argentino y la plena vigencia de la Constitución Nacional en 1973 duró menos de tres años.

Los comicios de noviembre de 1983 inauguraron un período de vigencia del Estado de Derecho, de las garantías constitucionales y de elecciones democráticas y libres, que al año 2021 lleva treinta y ocho años.

Para Formosa significó también la anhelada y tantas veces postergada institucionali-zación provincial y la participación plena de los formoseños en la administración de su provincia. Fue un camino lento y lleno de dificultades que la voluntad, la tenacidad y la fuerza de trabajo del pueblo de la provincia pudo ir sorteando con dignidad e hidalguía.

Las urnas de ese año dieron el triunfo a la fórmula justicialista de Floro Bogado y Lisbel Andrés Rivira. Pero en el país había triunfado la fórmula de signo opuesto, la de la Unión Cívica Radical, con Raúl Alfonsín como presidente.

Entre los años 1983 y 1989, la provincia dependía de modo casi exclusivo de la coparticipación federal, la que permitía cubrir los salarios de los empleados públicos, policía y docentes y la pequeña parte restante se dirigía a la obra pública, es decir, vivienda, rutas y muy poco más. Mientras tanto, la falta de perspectivas económicas agudizaba la emigración de los habitantes del interior que comenzó a despoblar los pueblos y parajes rurales. Obviamente, esto significó el crecimiento desordenado y tumultuoso de la ciudad capital que, sumaba a su histórico déficit de infraestructura, empeorado por las periódicas inundaciones, los asentamientos, la falta de agua corriente, electricidad y servicios de desagües.

Así como en el orden nacional aumentó la deuda externa hasta alcanzar los 70.000 millones de dólares, las provincias -y Formosa no fue, entonces, ninguna excepción- se endeudaron y vegetaban en una economía de sobrevivencia.

En 1991 fueron reelectos como gobernador y vice de la provincia Vicente Joga y Gildo Insfrán. La vigencia del sistema democrático no modificó en mucho la situación estructural de la provincia de Formosa. Continuó su aislamiento del resto del país, que se negaba a considerarla un miembro más del federalismo argentino. El monocultivo del algodón en retirada, una producción ganadera con bajos precios y baja calidad, una actividad forestal meramente extractiva, con miserables regalías petroleras y una línea ferroviaria agonizante, una estructura caminera sin inversiones y una permanente crisis energética fueron los rasgos centrales de Formosa entre los años 1983 y 1995. Los pueblos del interior vivían al final del siglo pasado una situación aún peor que en la ciudad capital. Incomunicados entre sí, carentes de escuelas y centros de salud, sus habitantes no tenían acceso a las mínimas condiciones de bienestar: teléfono, transporte, educación, salud y trabajo. Para el país pampeano, centrado en Buenos Aires, la provincia era virtualmente inexistente.

Formosa no contaba aún con un proyecto, con una propuesta que pusiera de pie a sus hombres y mujeres y les permitiera el despliegue de sus poderosas energías, de su voluntad de trabajo, de su tesón y fortaleza. 1994 sería el año clave para su futuro.

Las elecciones de 1995 llevaron a la gobernación al doctor Gildo Insfrán, un veterinario nacido en la localidad de Laguna Blanca, a unos 180 kilómetros de la ciudad capital y a Floro Bogado -quien había sido el primer gobernador con el retorno de la democracia en 1983- como vice.

El gobierno nacional, ejercido por Carlos Menem, había dado un giro abiertamente liberal a su política y las privatizaciones de las grandes empresas públicas habían quitado al Estado las herramientas necesarias para una necesaria política de desarrollo nacional. Era la época en que el ministro de Economía, Domingo Cavallo, rigoreaba a los gobernadores provinciales con políticas de ajuste, de despido de empleados públicos, de achicamiento asfixiante del presupuesto nacional y un manejo discrecional de los aportes federales. Era necesario convocar al espíritu pionero y tenaz de los formoseños para poner a la provincia de pie e impulsar con los escasos recursos fiscales provinciales una transformación profunda de Formosa. La política lanzada desde Buenos Aires por el gobierno de Menem y su ministro Cavallo era la de que cada provincia se arreglase como pudiese.

Con una ignorancia culpable, injustificada en funcionarios de ese nivel, el ministro de Economía se desentendía de los pedidos y propuestas del gobierno provincial. A las permanentes solicitudes de pavimentación de la ruta 8, que atraviesa longitudinalmente la provincia, y que entonces era un tortuoso camino de tierra imposible de transitar en épocas de lluvia, Cavallo respondía con un criterio de un economicismo casi criminal: “no se justifica una inversión de semejante magnitud cuando no existe ninguna actividad económica que la haga necesaria”. El brutal liberalismo del ministro ignoraba culpablemente que, justamente, la pavimentación de esa ruta y la posibilidad de acceso a los mercados del resto del país, haría posible la actividad económica de la región, que el aislamiento de la provincia era una de las causas de su atraso productivo y económico y no a la inversa.

El gobernador Gildo Insfrán conocía profundamente la provincia y sus históricos reclamos. Conocía las necesidades de los hombres y mujeres del campo formoseño y estaba imbuido de un profundo convencimiento intelectual peronista. Convocó a sus coprovincianos y les propuso volver a los tiempos fundacionales y a los de la lucha por la provincialización. Los invitó a retomar el espíritu de los vencedores de escollos y dificultades que habían construido la provincia.

El PAIIPA, la respuesta a los pequeños productores agrarios

Carlos Menem había sido ratificado en su cargo y el país se deslizaba en la pendiente del uno a uno. En ese momento, en el año 1996, Formosa lanzó el PAIPPA, Programa de Acción Integral para el Pequeño Productor Agropecuario. Se trataba de un programa de asistencia para agricultores minifundistas, todos ellos, en ese momento, por debajo de la línea de pobreza. La propiedad de la tierra en la que habían estado trabajando desde siempre fue la primera de las condiciones que se necesitó asegurar. El PAIPPA es un programa de producción para autoconsumo, primero, y con posibilidades de mercado, más adelante, planificado para agricultores minifundistas. La primera etapa abarcó a unas 8.000 familias, con asistencia crediticia, técnica, cobertura alimentaria, de salud y vivienda en la chacra.

Con el PAIPPA, los pequeños productores agrarios de la provincia y la provincia toda vivieron una verdadera revolución social. El programa debía superar la tradicional estructura de la dádiva estatal para reemplazarla por verdaderas estrategias de promoción y crecimiento rural, que permitiese pasar de una economía de mera subsistencia del campesino a una economía de explotación rentable. Se propusieron, entonces, diversas metas:

  • La generación de formas asociativas destinadas, primeramente a la incorporación de tierras para la explotación agropecuaria.

  • El crecimiento de la producción.

  • La transformación del campesino de arrendatario a propietario de su tierra.

  • La explotación sustentable de la tierra, con la utilización de los avances científicos y tecnológicos que preserven el medio ambiente.

  • El mejoramiento sustancial de las condiciones de vida y seguridad social del sector de pequeños productores y sus familias.

  • El uso individual y cooperativo de la maquinaria agrícola.

  • Y, como síntesis de todo ello, el trazado de un nivel de vida por debajo del cual no se encuentre ninguna familia campesina.

Dardo Williams Caraballo nos dio su testimonio: El 'paiipero' es el minifundista que tiene 6 ó 7 hectáreas, que hacía algodón, que hacía banana. El PAIIPA contuvo el éxodo rural a la gran ciudad y evitó que tengamos grandes cordones de pobreza en la periferia. En la primera etapa del PAIIPA se les hizo una casa en el lugar a los pequeños productores, que es en gran medida la linea que llevaban las Ligas Agrarias en los años '60”5.

La docente y pedagoga Ana María del Riccio también participó en la experiencia del PAIIPA desde un principio y cuenta: “Yo integre los equipos, operativos, ya siendo Subsecretaria de Educación, en mi última época. Salía acompañando a los grupos operativos que hicieron los relevamientos de las tierras y acompañaba a entregar las cajas de complementos nutricional y hacer los relevamientos de las familias paiiperas que eran 6138. Era un relevamiento social y educativo y salíamos en equipos, hacíamos las recorridas en equipos. Nosotros hacíamos todas las actividades, no estábamos dividido por funciones, éramos un equipo político militante, que salía con un cronograma y cada equipo tenía que realizar todas las funciones”.

Culturalmente, para mí, el PAIPPA fue 'la macro visión cultural' de la gran causa de Formosa. El PAIPPA significó darle visibilidad a esa ruralidad olvidada, postergada, a cientos y miles de familias, generaciones de jóvenes, mujeres y familias que fueron desconocidos. Pero no solamente materialmente, no de lo tangible, sino de lo intangible, de lo simbólico, del mensaje, de respetar la voz, la presencia”6.

Históricamente, para la visión liberal, puramente economicista, teñida de ignorancia y desprecio, el campesino, el pequeño productor agropecuario había sido considerado como inviable. Desde esta perspectiva, su producción, su actividad productiva, que era su forma de vida y la base de su cultura, era considerada insignificante, no rentable e incapaz de una acumulación que permitiera su ampliación. Durante años, el campesinado formoseño y el tipo de explotación agraria que desarrollaba fueron considerados como irracionales, como casos sociales que solo ameritaban un socorro estatal en las situaciones de mayor urgencia. La perspectiva desde el Estado era que la aparición de alguna empresa, en general de otra provincia, se hiciera cargo de su actividad, le comprara el pequeño lote de tierra y convirtiera al campesino en peón de una unidad económica mayor. Desde el Estado se fomentaba este tipo de empresas con créditos y facilidades financieras e impositivas, considerándolos grandes o medianos productores agropecuarios. Pero el campesino no se considera a sí mismo como un empresario. El campo no es solo lo que con su trabajo le proporciona su alimento, sino que el campo es su lugar en el mundo, donde vive, donde cría a sus hijos, donde desarrolla sus capacidades humanas, materiales y espirituales, donde alimenta y construye su propia cultura. Para el alma campesina, la actividad económica, con todo lo importante que es y con todo el tiempo que le ocupa, sólo es una parte de su existencia, de una existencia que tiene su experiencia vital en el medio rural.

El Programa apuntaba, además, a detener la permanente migración de los hijos de los campesinos hacia la ciudad capital y hacia otras capitales del país. Carentes de una perspectiva de futuro, con algunas escuelas primarias en los pueblos más numerosos, sin escuela secundaria y, obviamente, sin alternativas educativas terciarias, los hijos de esos pequeños productores emigraban vaciando al campo de sus sectores más jóvenes, dejando, en muchos casos, a sus pequeños hijos en manos de sus abuelos, hasta que la ubicación en los centros urbanos les permitieran unirse a los padres emigrados.

Con el PAIPPA por primera vez, esos miles de campesinos que, en cierto modo, habían sido transparentes para las gestiones anteriores y, sobre todo, para los planificadores estatales, tuvieron entidad y consistencia. A partir de su implementación comenzó una vigorosa transformación de la vida campesina, lo que implicó un acelerado proceso de integración y acercamiento entre los productores, rompiendo el aislamiento y el individualismo que, hasta entonces, caracterizaba su actividad.

Uno de los resultados más innovadores de la implementación del PAIPPA, además de los aspectos sociales que llevó adelante, fue el de la eliminación del monocultivo formoseño. Como ya hemos visto, el algodón constituía su principal producción, pero a la vez significaba una economía agraria sin diversificación, una explotación predadora de los suelos y una total dependencia del mercado de dicho producto, expuesto permanentemente a los vaivenes de las políticas que se tomaban muy lejos de Laguna Blanca o del Riacho. Las políticas de defensa de la producción nacional, de la industria textil y de la indumentaria, favorecían con el precio del algodón a los productores. Las políticas liberales, de apertura de las importaciones, de cierre de las industrias nacionales, determinaba inmediatamente la caída de los precios y el empobrecimiento del campesino que quedaba sumido en una economía de subsistencia, fuera del mercado.

Pero esto fue solo el comienzo. Bajo un gobierno nacional que llevaba adelante una política liquidadora, de importación indiscriminada, de privatización del capital argentino acumulado durante décadas en las grandes empresas públicas, en Formosa se comenzaba a gestar un proyecto diferente para el cual todavía no había llegado la plenitud de su hora, el Proyecto Formoseño.

Los pueblos originarios, la tierra y la cultura

En la actualidad, la provincia de Formosa tiene 595.280 habitantes. Unos 40.000 de ese total está formado por ciudadanos pertenecientes a pueblos originarios, es decir el 7,5 % de la población total.

Según el último censo (2010), el departamento de mayor presencia aborigen es el de Ramón Lista, situado en el extremo noroeste de la provincia. Con una población de 13.754 habitantes, el 64,9 de ellos son originarios.

Le sigue el departamento Matacos, ubicado al sur de Ramón Lista, en el extremo occidental de la provincia. Con una población total de 14.375 habitantes, casi la mitad (49,5 %) pertenecen a pueblos originarios.

El departamento Bermejo, pegado a estos últimos hacia el este tiene una población de 14.046 habitantes de los cuales el 38,6 % son indígenas.

Y luego el departamento Patiño, más al este, con una población de 68.581 habitantes tiene una población originaria del 18,8 %.

Esta población originaria está, casi en su totalidad, distribuida en 192 comunidades indígenas. De esas comunidades, 116 pertenecen a la etnia wichí7, 50 a la etnia qom8 (toba) y 126 a la etnia pilagá9. La población wichi está concentrada en la zona más occidental, en el límite con la provincia de Salta, los pilagás se ubican en el centro de la provincia, mientras que la mayoría de las comunidades qom se ubican en el este provincial10.

En 1984 se sancionó la Ley Integral del Aborígen N° 426. Con esta ley, la Provincia de Formosa se puso a la cabeza en las políticas de estado respecto a los pueblos originarios y dio origen a todo un sistema legislativo, institucional y de representación política basado en la ampliación de derechos de esas minorías.

Fue a partir de la sanción de esta ley que Formosa creo el Instituto de Comunidades Aborígenes (ICA), el reconocimiento de la personería jurídica a las comunidades indígenas, la entrega de propiedad comunitaria de las tierras y, por último, la educación intercultural bilingüe 11.

A partir de la sanción de la Ley Integral del Aborigen, en 1985, el gobierno provincial comenzó la transferencia de 300.000 hectáreas de tierra bajo la forma de propiedad comunitaria, un hecho inédito y de profunda significación en materia política y jurídica en la respuesta estatal a la cuestión de los pueblos aborígenes. Por otra parte, la legislación se anticipó en casi 35 años al mensaje del Papa Francisco a los pueblo originarios en Puerto Maldonado, Perú, el 19 de enero de 2018:

Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias”12.

Hoy ya son más de 80 los títulos entregados a las comunidades, que incluyen a la casi totalidad de 192 las comunidades indígenas existentes. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que dichas comunidades se fragmentan en nuevos grupos comunitarios que, a su vez, reclaman nuevos títulos, tanto dentro de la antigua propiedad comunitaria como en nuevas tierras, lo que obliga a un permanente trabajo de regularización de títulos y tierras.

Es interesante destacar que el 99,5 % de los títulos fueron adjudicados en su carácter de propiedad comunitaria, mientras que sólo un 0,5 % prefirió prefirió titularizar su tierra individualmente, aún cuando mantienen todas las garantías que otorga la Ley 426 a la propiedad indígena13.

El siguiente es un cuadro que expresa de qué manera las tres etnias afincadas en la provincia se beneficiaron con la entrega de tierras provinciales14.

Por otra parte, la Ley creó el Instituto de Comunidades Aborígenes (ICA), como un organismo descentralizado del Poder Ejecutivo provincial, dependiente funcionalmente del Ministerio de la Comunidad y con la responsabilidad específica de aplicar la política indígena del Estado Provincial15.

El reconocimiento de las lenguas aborígenes y la educación pública

La Ley Integral del Aborigen fue la primera manifestación de una política de estado que, partiendo del reconocimiento de la realidad multicultural y plural del pueblo formoseño, incorporó a esas minorías a los beneficios del estado provincial y de los derechos y garantías que establece la Constitución Nacional. Pero no será sino a partir de la reforma de la Constitución Provincial de 1991 y, posteriormente la reforma de 200316 conforme a lo sostenido en sus artículos 92 y 93, que esta política se extendió hacia el área educativa, cultural e, inclusive, de salud.

Allí se sostiene:

Artículo 92.- LA PROVINCIA DE FORMOSA reconoce su realidad cultural conformada por vertientes nativas y diversas corrientes inmigratorias. Las variadas costumbres, lenguas, artes, tradiciones, folcklore y demás manifestaciones culturales que coexisten, merecen el respeto y el apoyo del Estado y de la sociedad en general. Esta pluralidad cultural marca la identidad del pueblo formoseño.

La educación bregará por afianzar:

Dicha identidad cultural.

La conciencia de pertenencia a Formosa en un marco nacional, latinoamericano y universal.

El compromiso para el desarrollo integral de la cultura”.

Y el artículo siguiente establece:

Artículo 93.- El Estado Provincial tiene la obligación según corresponda, de determinar, conducir, ejecutar, supervisar, concertar y apoyar la educación del pueblo en todas sus formas, contenidos y manifestaciones. A tal efecto, las leyes que se dicten y las políticas educativas que se fijen deberán contemplar:

(…)

Que la educación impartida por el Estado en las comunidades aborígenes se realicen en forma bilingüe e intercultural”.

La Ley 426 establecía ya una serie de artículos que pusieron en marcha una verdadera renovación en el tratamiento por parte del estado de sus ciudadanos aborígenes.

El Instituto, el Ministerio de Educación y el Consejo General de Educación, en coordinación, elaborarán :

a) Una enseñanza bilingüe (castellano - lenguas aborígenes).

b) Planes específicos reformulando los contenidos pedagógicos conforme con la cosmovisión e historia aborigen.

c) Campañas de alfabetización.

d) Un plan de aplicación del sistema de auxiliares docentes aborígenes en un ciclo primario.

e) Un sistema de becas estímulo para los aborígenes en condiciones de acceder al ciclo secundario y terciario, siendo Organismo de aplicación del Instituto.

f) Los planes necesarios para la formación de docentes aborígenes, los que remplazarán en los establecimientos especiales a los suplentes, interinos o ex titulares, debiendo el Ministerio de Educación organizar un sistema de traslado de los afectados para permitir a los futuros docentes aborígenes el inmediato ingreso a sus funciones.

g) Planes de estudios provinciales primarios y secundarios en las materias que se consideren pertinentes por las áreas específicas que contemplen temas encaminados a difundir el conocimiento de la cultura, cosmovisión e historia aborigen en todos los educandos de la provincia”.

Todas estas propuestas constituyeron lo que comenzó a denominarse Educación Intercultural Bilingüe (EIB). Dentro del enorme crecimiento que el área de la Educación Pública comenzó ha tener en la Provincia de Formosa a partir de 1995, la EIB tuvo un lugar principal. Sobre la base de proporcionar a las comunidades originarias el pleno acceso a la educación básica obligatoria, logró consolidarse una educación basada en la plena igualdad de oportunidades y tendiente a consolidar las identidades aborígenes, su cultura y su visión del mundo. Estas escuelas, diseminadas en todas las áreas con presencia de pueblos aborígenes, han incorporado la figura del Maestro Especial Modalidad Aborígen (MEMA), con formación en las áreas de Lengua Materna, Ciencias Naturales y Ciencias Sociales.

En el año 2013 funcionaban ya en la provincia 447 escuelas bajo el régimen de EIB, con alrededor de 20.000 alumnos. Estos niños son asistidos por más de 550 maestros indígenas y un total de 1980 docentes en las escuelas EIB. Estos números expresan un crecimiento de 361 % de unidades educativas EIB, con mayor incidencia (426%) en la enseñanza secundaria e inicial (295%). A esto debe agregarse la creación de 130 unidades educativas para educación de jóvenes y adultos.

A su vez, la matrícula de alumnos en la EIB se incrementó entre los años 2005 y 2013 un 47%, pasando de los 13.614 de aquel año a los 19.966 registrados en 2013. Otro aspecto a destacar es el crecimiento constante de la matrícula femenina en las escuelas secundarias de EIB. Hoy 1.730 inscriptas en la educación de esa modalidad son mujeres, lo que constituye casi la mitad del alumnado (46%)17.

Todo este notable progreso educativo e inclusivo ha dado, entre otros resultados exitosos, que la Universidad Nacional de Formosa cuente con más de ciento veinte estudiantes de distintas comunidades aborígenes, sin contar los que estudian en centros universitarios privados de Formosa y en las Universidades del Nordeste, en Chaco, y Corrientes. Con orgullo afirman que son más de cuarenta los profesionales provenientes de comunidades aborígenes que han egresado del nivel superior18.

La Identidad Aborígen y la Salud Pública

El otro aspecto que el estado formoseño tomó en cuenta para profundizar el proceso de inclusión de las minorías aborígenes y facilitar su incorporación a una ciudadanía plena fue el de la Salud Pública.

La Constitución de la Provincia establece en su artículo 80 que

El Estado reconoce a la salud como un proceso de equilibrio bio-psico-espiritual y social y no solamente la ausencia de afección o enfermedad; y un derecho humano fundamental, tanto de los individuos como de la comunidad, contemplando sus diferentes pautas culturales. Asumirá la estrategia de la atención primaria de la salud, comprensiva e integral, como núcleo fundamental del sistema salud, conforme con el espíritu de la justicia social”.

Como se ve, resuena en el texto el pensamiento y la acción del ministro de Salud de Juan Domingo Perón, el doctor Ramón Carrillo. Fueron él y sus discípulos quienes impusieron la idea de la salud como otra cosa distinta a la falta de enfermedad, concepto que pasó a formar parte del pensamiento peronista en materia de Salud Pública.

También aquí ha regido el principio de la interculturidad, y se le ha dado un papel principal en la atención primaria a las parteras tradicionales de las distintas comunidades indígenas y los llamados “agentes sanitarios”.

Las parteras tradicionales son, como es natural, comadronas conocidas por la comunidad y en la que sus integrantes depositan una gran confianza. Su participación en el sistema de salud ha permitido un mejor y más fácil acercamiento hacia las mujeres embarazadas y parturientas de los grupos aborígenes, que han sido históricamente remisas a acercarse al hospital o a los centros de salud. El conocimiento personal, la pertenencia de estas parteras a la misma tradición cultural ha logrado romper la barrera que impone la supuesta “civilización” a aquellos ciudadanos que no forman parte de sus presupuestos culturales.

¿Qué es el agente sanitario? Se trata de un funcionario en el área de salud que pertenece a alguna comunidad indígena. Su función es promover, proteger y recuperar la salud a través de visitas programadas, tanto en los puestos sanitarios como en los centros de salud de las comunidades. El agente sanitario tiene una función de divulgación y educación en diversos temas vinculados a la salud pública, como la potabilización del agua y su conservación, la higiene y la desinsectización de la vivienda y el control y aplicación de vacunas. También está capacitado para atenciones muy primarias de situaciones de emergencia como la deshidratación por diarreas, atención de cuadros febriles y algunas curaciones cutáneas así como el seguimiento de las indicaciones médicas a los pacientes pertenecientes a algunos de los grupos aborígenes. Los agentes sanitarios han elaborado además una cartografía del lugar de trabajo con las necesidades específicas y mantienen un diálogo permanente con los pobladores así como con los líderes comunitarios.

Si bien en un inicio todos los agentes sanitarios eran varones, lentamente han ido incorporándose mujeres, crecimiento que ha estado facilitado por el acceso de estas mujeres a la educación formal.

En la actualidad hay 156 agentes sanitarios, de los cuales 36 son mujeres y es un objetivo permanente la incorporación de estas mujeres dado que su trabajo es mucho más efectivo, sobre todo en las otras mujeres y sus niños.

Estas políticas inclusivas y de integración con los pueblos aborígenes formoseños han sido ejemplares. Se ha logrado disminuir la mortalidad infantil en las comunidades aborígenes de un 136 por mil en 1985 a un actual 19 por mil. Ha logrado erradicarse el sarampión y otras enfermedades inmunoprevenibles, que, lamentablemente, eran una presencia permanente en las comunidades. La extensión de la red de agua potable al oeste, hacia la zona de influencia wichí ha tenido también un gran impacto en la disminución de una de las principales causas de mortalidad infantil, las diarreas.

Un tema que merece mencionarse es la construcción de viviendas que respetan las pautas culturales de estos pueblos. Estas viviendas tienen el baño afuera -requisito esencial para su cultura- y poseen en su interior un fogón, en lugar de la habitual cocina a gas o querosen. Asimismo se han dispuesto para que la comunidad pueda tener un área de cultivo de quinta para su propio consumo19.

Todas estas políticas específicas determinadas por la interculturalidad deben sumarse a todo el complejo del sistema de salud pública formoseño que oportunamente consideraremos como parte del Proyecto Formoseño.

La cuestión de los pueblos originarios y su inclusión política y social es un tema complejo que rebalsa los límites de lo económico y social y se impregna de difíciles e inasibles contenidos culturales y antropológicos.

La antropóloga argentina de largo desempeño académico en el Brasil, Rita Segato, ha escrito:

Nacionalizar significó aquí (Argentina) moldearla en una especie de 'etnicidad ficticia' férreamente uniformizada. El sujeto nacional tuvo que moldearse en un perfil neutro, vaciado de toda particularidad. 'Civilización' fue aquí definida como 'neutralidad étnica', y 'barbarie' como su antagónico otro interior en constante retirada y pugna por retorno”20.

Romper ese paradigma de más de un siglo es el desafío de cualquier política de estado que se disponga a incluir a ese otro. Quebrar la ficción uniforme de esa etnicidad, hacerla concreta y particular para su reinclusión real en la sociedad debe ser el prisma desde el cual se analice y juzguen las políticas sobre los pueblos originarios. Formosa, al incluir a sus distintas etnias aborígenes en el marco de su Proyecto Formoseño, inició un camino que, lleno de escollos y dificultades, es novedoso y ejemplar.

Formosa, la de los techos azules


El viajero que, en el vuelo de Aerolíneas Argentinas, sobrevuela la ciudad de Formosa, antes del descenso, se pregunta qué serán esos techos azules que se destacan sobre el mosaico que forma la ciudad desde la altura.

Son algunas de las 1389 escuelas construídas desde el años 2003, cuando Néstor Kirchner, recién asumido como presidente, le dijo al gobernador Insfrán, en su visita a Formosa:

- Gildo, ahora podrás llevar adelante todos tus sueños.

De ese total de escuelas 15 de ellas fueron inauguradas durante el 2020, en plena pandemia. Esa gran infraestructura escolar fue clave en el control del coronavirus, porque permitió instalar centros de asistencia a la población.

También esos techos azules cubren la notable infraestructura hospitalaria y de atención primaria de la salud construida en todos estos años. Además del Hospital de Alta Complejidad Presidente Perón de la ciudad capital, cuyo funcionamiento ha permitido que los pacientes que hasta hace muy pocos años debían asistirse en el Chaco o Corrientes, puedan obtener la más alta atención médica en su propia provincia. Y este hospital no es sino la cúspide de una pirámide asistencial que implica la creación de Salas y Centros de atención primaria en cada localidad de la provincia, por pequeña que sea.

Formosa es la provincia con menos casos positivos y muertes por coronavirus del país, sólo 20 personas fallecieron desde el inicio de la pandemia. Pudo llevar adelante la más exitosa campaña de prevención al contagio.

Toda la penosa campaña de la que fuimos testigos el día viernes y sábado no fue, a nuestro entender, nada más que un ensayo de remoción de un dirigente político electo con altos porcentajes y un permanente apoyo por parte de su ciudadanía. La presencia del diputados por la Mossad, Waldo Wolff y de la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, más la detención de 40 agitadores sin domicilio en la provincia y pertenecientes a la banda de provocadores fascistas llamada Jóvenes Republicanos, ha hecho evidente para quien vea las cosas con mediana claridad, que todo eso fue una provocación. Por otra parte, debe quedar en claro que el intento de ocupar la casa de gobierno por parte de esos grupos no puede responderse más que con el empleo de la fuerza represiva del Estado. No hubo ni descontrol ni exceso represivo en Formosa. Hubo legítima defensa frentre a un intento de violencia destituyente por parte de un grupo muy minoritario que responde a una fracción política desacreditada y minoritaria en la provincia.

Gildo Insfrán ha gobernado ejemplarmente durante estos veintiseis años. Y es por ello que sus coprovincianos lo han vuelto a reelegir. Y la provincia de Formosa ha sido, durante cada uno de esos veintiseis años, un poco mejor que el año anterior, incluso con gobiernos nacionales hostiles, como lo fue el de Mauricio Macri.

Los peronistas tenemos la responsabilidad de defender a Formosa, a su gente y a su gobernador, de las intrigas con que una oposición sin votos intenta destituirlo, entre otras cosas porque eso mismo van a intentar hacer a nivel nacional y contra el presidente de la República.

Buenos Aires, 7 de marzo de 2021

1Diario La Mañana, Formosa, 11 de Julio de 1973. Mencionado en Alicia Servetto, El peronismo en el poder: la primera y fallida experiencia de gobierno en Formosa, 1973, página 18, nota 42.

2Diario La Mañana, Formosa, 5 de Septiembre de 1973. Mencionado en Alicia Servetto, El peronismo en el poder: la primera y fallida experiencia de gobierno en Formosa, 1973, página 18, nota 44.

3Manuel Rodríguez, ibídem.

4Testimonio de Dardo Williams Caraballo, grabación realizada por el autor. Caraballo ha sido uno de los principales impulsores de los juicios contra los responsables de graves violaciones de los derechos humanos durante la dictadura. Junto con las distintas organizaciones lograron llevar a juicio al ex general Colombo, primero y único gobernador condenado por crímenes de lesa humanidad. Colombo falleció cumpliendo su sentencia, en prisión domiciliaria.

5Dardo Williams Caraballo, ibídem

6Ana María del Riccio, ibídem

7 Wichís, wichis o matacos son los integrantes de una etnia indígena históricamente vinculada al imperio incaico, que habitan en el oeste de la provincia de Formosa y el este de la provincia de Salta. El nombre mataco es de origen quechua y así aparecen en las más antiguas crónicas de los conquistadores españoles. Al parecer el nombre mataco ya tenía un carácter peyorativo, haciendo alusión, al parecer, a un tipo de armadillo. Wichí significa, en la lengua de esta etnia, gente o pueblo.

8Qom es el nombre que se dan a sí mismos los integrantes de una etnia que habita la región chaqueña. Son también llamados tobas, palabra de origen guaraní con un significado peyorativo. Comenzaron a habitar la región chaqueña alrededor del siglo XVI.

9Los pilagás son un pueblo indígena del grupo de los guaicurúes que habita en el centro de la provincia de Formosa.

10Micaela Martínez, Nahuel Millenaar, Federico Muracciole, Política y Etnicidad. Estado, agentes globales y proyectos políticos, pág. 35. Formosa, 2015.

11Micaela Martínez, Nahuel Millenaar, Federico Muracciole, op. cit., pág. 36 y ss.

12https://www.aciprensa.com/noticias/texto-discurso-del-papa-francisco-a-los-pueblos-amazonicos-en-puerto-maldonado-98269

13Micaela Martínez, Nahuel Millenaar, Federico Muracciole, op. cit., pág. 40

14Ibidem.

15Ley 462 del año 1984. https://www.legislaturaformosa.gob.ar/?seccion=verley&nro=426

16Constitución de la Provincia de Formosa. https://argentina.justia.com/provinciales/formosa/constitucion-de-formosa/

17Micaela Martínez, Nahuel Millenaar, Federico Muracciole, op. cit., pág. 47 y ss.

18Ibidem, pág. 55

19Ibidem, pág. 55 y ss.

20Rita Segato, La Nación y sus otros, pág. 30, Prometeo Libros, 2007, Buenos Aires.