6 de diciembre de 2020

Los riesgos del nacionalismo de campanario

El conflicto con el Uruguay 
Los riesgos del nacionalismo de campanario 

Por Julio Fernández Baraibar 
 Patria y Pueblo, mayo de 2006
 
 El conflicto surgido sorpresivamente entre el Uruguay y nuestro país a raíz de la radicación de dos plantas de celulosa en las cercanías de la localidad de Fray Bentos y frente a la ciudad argentina de Gualeguaychú, parecería haber terminado con la decisión del presidente Kirchner de elevarlo a consideración de la Corte Internacional de La Haya, según lo prescripto por el Tratado del Río Uruguay, suscripto entre ambos países en 1974. Pero todo su desarrollo y el manejo que del mismo hizo la dirigencia argentina han dejado huellas muy profundas en la hermandad rioplatense y en el Mercosur. 

Más allá de la violación al Tratado del Río Uruguay formalizado por el presidente Jorge Batlle, que la conducción política argentina dejó pasar en su momento, aceptando la radicación de las plantas, el gobierno del doctor Kirchner, después de una indiferencia inicial, se dejó llevar por la agitación de los grupos ambientalistas y de un sector de la ciudadanía entrerriana que veía en las plantas la amenaza a sus negocios turísticos. Esto hizo que los cortes del puente internacional durante todo el verano –época crucial para la frágil economía uruguaya, muy dependiente del turismo de nuestro país-, se convirtieran de hecho en un gesto bélico apoyado o tolerado por la Gendarmería Nacional, que muchas veces actuó como colaboradora de los mismos. 

 El Uruguay es un país pequeño y de una economía completamente dependiente de su sector externo. En la década del ‘50 del siglo pasado se retiraron los grandes frigoríficos ingleses que constituían, junto con la exportación cárnica al Reino Unido, el principal salario del país. En ese momento hizo eclosión la crisis económica del Uruguay creado por Lord Ponsomby con las consecuencias políticas y sociales que se desarrollaron a lo largo de las décadas del 60 y el 70: la radicalización de las clases medias, el fenómeno Tupamaro, la ruptura del tradicional sistema constitucional uruguayo y la dictadura militar con sus secuelas de terrorismo de Estado y exilio político y económico. 

Cincuenta años después los EE.UU. han reemplazado a Inglaterra como principal cliente de la carne del Uruguay y compran la totalidad de su producción. Esto, que para los EE.UU. puede significar la provisión de algunas carnicerías en un par de supermercados de Nueva York, Chicago y Los Ángeles, para el Uruguay significa el 22% de sus exportaciones. En este marco de enorme fragilidad, desde hace ya diez o quince años, el Uruguay gestó y llevó adelante una política de forestación, cuya producción hoy se exporta bajo la forma de troncos a las plantas de celulosa de Europa. El ofrecimiento por parte de la empresa finlandesa Botnia de invertir un capital equivalente al 10 % del PBI del país y generar valor agregado a su exportación forestal fue algo que el Uruguay no estaba en condiciones de rechazar. 

Posteriormente la empresa española ENCE se suma al proyecto celulósico con una inversión levemente menor. Es obvio que, no obstante la posición asumida por el presidente Tabaré Vázquez durante la campaña electoral, de crítica a las llamadas “papeleras”, el gobierno del Frente Amplio debió asumir como hecho consumado estas inversiones, teniendo en cuenta, además, el trabajo y el valor agregado que generarían en el país. 

 Mucho es lo que se puede decir y escribir acerca de las condiciones en que las empresas imperialistas realizan sus inversiones en el mundo semicolonial y sobre las posibles consecuencias ambientales que este tipo de fábricas pueden causar en el río Uruguay y en la región. Las obsoletas papeleras argentinas, ubicadas sobre todo, en las márgenes del río Paraná son una prueba de ello. 

Pero la Argentina no debería haber llegado a los actos de hostilidad que se practicaron durante meses en los puentes de Colón y Gualeguaychú, que además de unir al Uruguay con el continente son ruta del Mercosur. La escalada argentina fue respondida por parte del gobierno frenteamplista por hostiles declaraciones tanto contra la Argentina como contra el Mercosur, que, por otra parte, no ha dado grandes oportunidades al pequeño país platino. La situación llegó a un punto que nunca debería haber alcanzado. Agresivas declaraciones de ministros argentinos y uruguayos, un viaje del presidente Vázquez a los EE.UU. con un notorio dejo de protesta antimercosuriana, un acto del presidente argentino que intentó convertir el tema en una causa nacional con la presencia de gobernadores e intendentes y una prometida reunión de gabinete uruguayo en la ciudad de Fray Bentos para el 25 de mayo, que la prudencia aconsejó anticipar en un día para no coincidir con la fecha patria argentina, y uruguaya, por otra parte. 

Hemos sostenido que el principal punto de la agenda política de nuestros países es el tema de la unidad continental. A él deben subsumirse todas las otras candentes y trascendentales cuestiones. El errático y agresivo camino planteado por el gobierno argentino en este caso no siguió este principio fundamental. El papel de Argentina debió ser el de ofrecer propuestas y soluciones al Uruguay, contribuir a su desarrollo e industrialización y plantear sus diferencias en un estilo más recoleto y diplomático, para que los posibles réditos electorales de un conflicto como éste no se convirtieran en el aparentemente único criterio. 

Ese tipo de nacionalismo de parroquia somete a cada uno de nuestros países a la hegemonía yanqui, mientras que la integración la enfrenta y resiste. Si no somos suramericanos seremos inevitablemente norteamericanos.

17 de noviembre de 2020

¡Salud a todos mis compañeros!

 

En el año 1967, gobernaba el país un oscuro general de remonta, de escasas luces intelectuales, que había prometido quedarse por veinte años y había hecho su entrada triunfal en la Sociedad Rural a bordo de una regia carroza recibido con la aclamación de los que entonces eran los dueños del país: los grandes invernadores de la provincia de Buenos Aires. Yo tenía 20 años y había comenzado a acercarme a los problemas sociales de la Argentina.
Ese año comencé a militar. Con un grupo de estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica Argentina habíamos creado una pequeña agrupación que tenía el críptico nombre de Acción Comunitaria de Extensión Social (ACES). Y todos los sábados íbamos a un barrio popular de González Catán, en el kilómetro 31 y medio de la ruta 8 a dar nuestra modestísima colaboración a los vecinos del Barrio San José-La Justina.

Desde ese año, he militado siempre. Lentamente, a partir de lecturas, de conversaciones, de conferencias, de discusiones, la militancia fue acercándose a lo político y el Cordobazo del 29 de mayo de 1969 marcó para siempre lo que sería mi vida: la política como herramienta de transformación, como instrumento revolucionario para crear una sociedad independiente y autónoma, más igualitaria, más justa.

Esa militancia me permitió conocer a miles de hombres y mujeres iguales que yo, militantes cuya pasión dominante era liberar a la Patria del yugo imperialista y del privilegio oligárquico. Me permitió conocer casi la totalidad de mi Argentina, sus capitales y sus pueblos miserables. Pude, gracias a la militancia, conocer el exilio y aprender otras lenguas, siempre empujado por el afán de que el reinado del hombre sobre la tierra no podía ser tan solo la riqueza de pocos y la pobreza y miseria de las grandes mayorías.

Tuve la suerte de conocer a hombres y mujeres geniales que me enseñaron “el misterio profundo de la cosa” como decía Julián Centeya. Pude descubrir, gracias a ellos y a la experiencia que adquiría cada día, que la clave y el núcleo de todas las cuestiones que desvelaban mi joven conciencia se sintetizaba en una exigencia: el retorno de Perón y el fin de esa proscripción que era una cárcel sin rejas para millones de argentinos trabajadores y sufridos.

Puedo contar a mis nietos que estuve en La Matanza esa tarde histórica del 17 de noviembre de 1972 tirando piedras, junto a Jorge Abelardo Ramos y otros entrañables compañeros, a la fuerza militar más grande que el país había conocido desde la Campaña del Desierto.

Y esa militancia me dio el privilegio, tiempo después, de estrechar varias veces la mano de ese hombre que había dado expresión, energía y esperanzas a millones que gracias a él habían vivido esperanzados.

Y nunca intenté ser otra cosa que un militante. Las películas, los libros, los poemas, las conferencias, los artículos periodísticos, la televisión y hasta los amores no tuvieron nunca otra explicación ni justificativo que esa febril pulsión de saber que vivo en un mundo injusto y que es mi deber sobre la tierra intentar cambiarlo.

Hoy, como todos los años en esta fecha, celebro el Día de la Militancia convencido de que solo ese desvelo justifica mis pocos aciertos y mis numerosos errores. Y la alegría de brindar con mis iguales, los militantes, por una Argentina justa, libre y soberana integrada en la Patria Grande que aún debemos construir.

Salud a todos mis compañeros.

Buenos Aires, 17 de noviembre de 2020

17 de octubre de 2020

El peronismo y la cultura

Ayer, a pedido de un amigo, escribí estas líneas que pongo a continuación. La jornada de hoy, 17 de Octubre de 2020, posiblemente las ilumine con una renovada luz.

Los enemigos del peronismo han querido, a lo largo de los últimos 75 años, adjudicar al peronismo el mote de incultura, de bárbaro, de algo perteneciente a etapas incivilizadas de la humanidad.

Sin embargo, nada es más falso, nada es más injusto y agraviante que esa calificación.

Cuando hablamos de cultura, cuando nos referimos a ella, no estamos mencionando tan solo las obras literarias, como la novela, la poesía o el ensayo filosófico, ni las obras pictoricas, la música o la danza, aunque también nos referimos a ellas.

Cuando decimos cultura queremos significar la acumulación de saber, de experiencia, de belleza, de reflexión colectiva y anónima de un pueblo a lo largo de su desarrollo en la historia. Cultura son también los saberes populares transmitidos de padres a hijos, la técnica exquisita de la tejedora de ponchos o del lutier de bombos, el conocimiento casi secreto de la mujer que sabe donde crece ese yuyito capaz de salvar al niño de alguna enfermedad estival.

Y el peronismo, nuestro gran movimiento nacional, es el que mejor ha expresado a lo largo de estos 75 años esta cultura, esta sedimientación de conocimientos, experiencias, reflexiones, artes y artesanías de nuestro pueblo.

Es curioso lo que ha ocurrido con la palabra “bárbaro” en nuestro debate político. Para los griegos, de donde viene la palabra, significaba “el que balbucea”, “el que no sabe hablar” y se la adjudicaban a todos los pueblos que no hablasen el griego o el latín de aquella época. Bárbaro era entonces un concepto despectivo para referirse al que no era griego, al extranjero, al desconocido.

El liberalismo argentino, ya desde Sarmiento, transformó la palabra en un insulto para referirse a los propios, a los hombres y mujeres del pueblo argentino que desconocían la cultura importada de Francia e Inglaterra que exhibían los círculos encumbrados del puerto de Buenos Aires, pero que llevaban sobre los hombros, en las manos y en las cabezas, siglos de su cultura propia, nacida aún antes de la llegada de los españoles.

Y el peronismo, desde aquel 17 de octubre de 1945, se encargó de desplegar y poner en valor esa cultura secular, exhibiendo a la vez el carácter extranjero y, entonces sí, bárbaro de esos grupos que balbuceaban verdaderamente el lenguaje del pueblo argentino, que no los entendía, que hablaba otro idioma.

Esa cultura argentina y americana que el peronismo encarnó entonces y continúa encarnando 75 años después, tan fresca como aquella tarde soleada de 1945, recogió toda la tradición de la patria desde aquella mañana de mayo. Por eso nuestro gran poeta peronista, Leopoldo Marechal, escribió sobre esa tarde fundadora:

De pronto alzó la frente y se hizo rayo
(¡era en Octubre y parecía Mayo!),

Y también asumió la epopeya sanmartiniana, y las luchas federales y el heroísmo en la Vuelta de Obligado, el exilio de los criollos que se adentraban en la actual Formosa, huyendo de nuestras guerras civiles, el grito de nuestros pueblos originarios para ser incluidos definitivamente en esa “Argentina grande con la que San Martín soñó”.

Y el peronismo hizo suyas las quejas amargas de Martín Fierro condenado a la exclusión y el olvido. Y toda su política económica, social y cultural fue una respuesta al gaucho Fierro cuando exclama:

Tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo,
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar.

El peronismo es, en este sentido, un movimiento cuyo motor espiritual es, justamente, la cultura profunda del pueblo argentino. Y sólo porque es así se puede explicar que una movilización masiva de cientos de miles de trabajadores ocurrida hace 75 años tenga la capacidad de convocar a hombres y mujeres nacidos muchos años después de esa jornada, que no vivieron esos días maravillosos, para actualizar el mandato cultural y político que brota del 17 de octubre.

La idea misma de que “reine en el pueblo el amor y la igualdad” es una consigna única entre los grandes movimientos populares que intentaron cambiar un estado de injusticia. El amor entre los argentinos, el amor entre los pueblos de Latinoamérica, y la igualdad que es el único amor posible entre hombres y mujeres libres. Esa cultura ha impregnado toda nuestra acción política.

La Comunidad Organizada que el peronismo presenta como su proyecto social no es otra cosa que el amor entre iguales, entre hombres y mujeres que no son solo iguales ante la ley, como reza el mandato liberal, sino que son iguales en sus condiciones de vida, en su potencialidad de desarrollo. Y hoy que se habla de meritocracia, esa cultura del amor y la igualdad es la condición previa para que los méritos y los atributos personales de todos y todas -al margen de la cuna en la que nació, del dinero del que dispuso, de las relaciones sociales con las que contó- puedan ser coronadas por el éxito, que nunca es individual, sino de la sociedad que permitió su realización.

Esta es la cultura del peronismo, nacida de lo profundo de la Patria y del pueblo. Esta es la cultura que han expresado, por un lado, tantos notables pensadores, filósofos, escritores y artistas de todas las ramas que han encontrado en nuestro movimiento el cauce para sus inquietudes.

Y lo más importante, esta es la cultura que ha expresado nuestro pueblo argentino, en las duras y en las maduras, aferrándonos, como lo hemos hecho en estos 75 años, a una de las Veinte Verdades: No existe para el peronismo más que una sola clase de personas: los que trabajan”.

Y esto, la reivindicación de quienes trabajan, ha sido el aporte que nuestro movimiento ha hecho a la cultura del pueblo argentino.

Buenos Aires, 16 de Octubre de 2020





28 de septiembre de 2020

Una breve reflexión sobre el resultado electoral del Uruguay



Un amigo me pregunta en este muro por qué celebro el triunfo del Frente Amplio uruguayo en Montevideo y Canelones ya que perdió 3 de 6 intendencias que tenía. Y agrega: “No se si hay mucho para festejar. El Frente retuvo 'lo que debía', por decirlo de alguna manera”. 

Hace poco menos de un año, ganaba las elecciones uruguayas Luis Lacalle Pou, del conservador-liberalizado Partido Nacional, por muy escasa diferencia en una segunda vuelta. Hace tan solo seis meses asumió la presidencia y, con los matices propios del Uruguay, se inscribió en la ola neoliberal, antipopulista que sacude a una parte de América Latina.

Sabemos que un nuevo gobierno, cualquiera sea su signo, tiene una enorme capacidad de arrastre durante los primeros tiempos de su ejercicio, más el tiempo de respiro que -aunque es una norma no escrita suele respetarse- la oposición le otorga al nuevo gobierno. En ese marco, con una prensa que en todo el continente ha desempolvado un macarthismo de hace cuarenta años, pese al deterioro sufrido por muchos años de ejercicio del poder y ciertas fragilidades políticas, el Frente Amplio triunfa holgadamente en los dos principales distritos del país y, sobre todo, en Montevideo donde, mal que le pese a la memoria de don José Artigas, se concentra el poder político del país.

En política no se puede decir que solo logró lo que "debía" lograr. Cuando se produce una ola contrarrevolucionaria como la que se ha desplegado en nuestro continente, es importante conocer cuál es el grado, la profundidad de ese retroceso. Y el resultado del domingo deja la muy alentadora sensación de que ese retroceso no ha sido profundo, que en ese país tan especial, tan cercano y tan distinto, que es el Uruguay, aún alienta un espíritu mayoritario de mayor justicia social, de mayor igualdad y de independencia frente al imperialismo.

No es poco. Que la intendenta de Montevideo sea del Frente Amplio, que sea, además la hija de Villanueva Cosse, tan querido y respetado en este lado del Plata, que convoque a la unidad opositora contra el gobierno de los ricos, es para alegrarse, para mantener vivas las esperanzas de que la llama de la integración y de la independencia están vivas en el corazón de nuestros pueblos.

Buenos Aires, 28 de septiembre de 2020.

31 de agosto de 2020

Comenzar hoy con un proyecto de país para después de la pandemia


El discurso de hoy, 31 de agosto de 2020, del presidente de la República, Alberto Fernández, ha dado inicio una nueva etapa de su gobierno, al salir exitosamente del peligroso desfiladero de la difícil negociación con los acreedores privados, a los que inconsultamente se entregó el nefasto gobierno de Mauricio Macri.  

Lo veníamos diciendo desde hace ya unas semanas e intentábamos traer tranquilidad y esperanza a muchos compañeros y compañeras, intranquilos y, en algunos casos, hasta decepcionados de la prudencia y modestia que, aparentemente, predominaba en la acción presidencial. Toda la preocupación gubernamental estaba cifrada en esa negociación que llevaba adelante un hasta ese momento desconocido ministro de Economía, al que los ladridos de la prensa opositora había comparado con un pequeño equipo de fútbol de Villa Soldatti, nacido, por otra parte, a la luz de los históricos Campeonatos Evita del primer gobierno peronista. Lo único que sabíamos de ese ministro, Martín Guzmán, quien pese a su juventud exhibía un hablar pausado, meditado, de tonos medios, sin inflexiones altisonantes, un tanto monótono y aburrido, era su brillante carrera en EE.UU y la difusa idea de que había sido recomendado del Papa Francisco.

Dijimos a lo largo de estos meses que Alberto necesitaba un sólido frente interno para sentarse a negociar con el más aquilatado conjunto de truhanes y filibusteros del capital financiero. Necesitaba presentarse como un presidente que representa al conjunto del país, de sus instituciones y estados federales que lo conforman. El país ya estaba en default -como hoy se encargó de repetir el presidente- y no podía, en esas condiciones, revolear el poncho como un remedo de Soledad Pastorutti y confrontar abiertamente con los tentáculos del capital financiero instalados en el establishmente económico argentino. Para seguir con las comparaciones, se necesitaba paciencia y saliva, como en el procaz dicho popular.

El poder económico y mediático del país comprendió de inmediato la situación y desde un primer momento intentó boicotear todo tipo de acuerdo que favoreciese a la Argentina, con la miserable idea que, si así ocurría, consolidaría el poder político del Frente de Todos. Sobre ese país en crisis económica y en default de hecho, con todo el sector pyme industrial desmantelado, con una concentración económica cuyo objetivo es fugar dinero del país, se agregó, a los pocos meses de gobierno, la más profunda y destructiva crisis generada por la universalización sin fronteras de una pavorosa pandemia que encontraba al país con sus estructuras sanitarias debilitadas y, en muchos casos, destruidas.

Se trataba, por un lado, de negociar con las aves carroñeras del capital financiero, por un lado, y de instalar camas, respiradores y estructuras sanitarias de todo tipo para enfrentar el huracán letal del Covid 19. La cuarentena inicial sirvió para cubrir esas necesidades, pero obligó al gobierno a sostener, con subsidios estatales, a los millones de compatriotas que, repentinamente, había quedado sin ingresos. Nueve millones de argentinos y argentinas recibieron durante estos meses un subsidio, modesto, pero suficiente para no dejarlos desprotegidos en medio del vendaval. Pero además, ayudó, también por la vía del subsidio, a miles de empresas -grandes, medianas y pequeñas- a pagar los salarios que la caída de la actividad económica les dificultaría hacerlo. Vale la pena mencionar en este punto que incluso las empresas pertenecientes al cartel mediático que, desde la prensa escrita, radiofónica y televisiva, continuaba hostilizando y provocando al gobierno, llegando incluso a hablar de golpe de estado.

En esa tormenta, la situación política, económica y social más compleja que gobierno alguno haya tenido desde 1880, Alberto Fernández avanzó, muchas veces un paso y debió retroceder dos. También frente a la pandemia tenía que presentar un frente interno unido. A su vez, la política de trabar clinch -para usar una imagen del mundo del boxeo- con los gobernantes de la oposición debilitaba a la misma y la dividía entre los opositores con responsabilidades de gestión y los voceros de la desobediencia civil, del republicanismo trucho y de la libertad de contagiar, sin responsabilidad política alguna. Y obtuvo nuevos éxitos políticos cuando, incluso, el gobierno central acudió en apoyo de la provincia de Jujuy gobernada por el radical Gerardo Morales, quien resultó ser mejor carcelero que enfermero, para mencionar dos servidores públicos.

Hoy Alberto Fernández y su equipo de gobierno informó que esa tarea estaba concluída. Que el 93,7% de los acreedores privados habían entrado en el acuerdo, lo que, por mecanismos del mismo acuerdo, comprometía al 99% de los mismos. ¿Qué quiere decir esto? Que no habrá espacio para que fondos buitres, compradores de bonos deuda defaulteada a bajo precio, puedan acudir a los tribunales norteamericanos para exigir el pago de la totalidad de lo adeudado en esos bonos. La pesadilla del siniestro juez Griesa que vivimos durante el gobierno de Cristina ya no desvelará al ministro de Economía. Y no me extiendo en las condiciones del acuerdo, que ya fue descripto por el ministro Guzmán, con su habitual serenidad.

A su vez, el gobierno ha iniciado las conversaciones con el FMI para un acuerdo sobre los 45 mill millones de dólares que la banda de forajidos que ocupó el estado durante cuatro años pidió prestados en jornadas memorables donde la mendacidad se abrazó canallescamente con la avaricia. Y, más allá de la recomendación que le hizo el Papa Francisco sobre la titular del Fondo, la búlgara Kristalina Georgieva y su conocimiento y experiencia de la pobreza -tal como lo contó el propio presidente en una entrevista televisiva-, sonaron fuertes las palabras presidenciales de que no habría, de ninguna manera, un acuerdo que significase un empeoramiento de las condiciones de los más pobres y castigados de la sociedad argentina. Sino que, por el contrario, el acuerdo debería servir para facilitar el trabajo, el desarrollo de las fuerzas productivas y la generación de las condiciones que permitan que nunca más -otro nunca más en nuestra política- caigamos en el laberinto del Minotauro que devora a quienes en él se extravían.

Y, por fin, después de cerrar esta etapa, el presidente mostró a los argentinos y argentinas un programa estratégico, un proyecto de reconstruir una Argentina más justa, con menos desigualdades que permitan el despliegue a pleno de sus potencialidades económicas y humanas. Dio dos datos que permiten entrever ese horizonte.

Por un lado, la puesta en órbita del nuevo satélite SAOCOM 1B, construído totalmente en nuestro país con la participación central de la Comisión Nacional Espacial (CONAE) junto con la empresa INVAP, contratista principal del proyecto, la firma pública VENG, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y el Laboratorio GEMA de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), entre otras 80 empresas de tecnología e instituciones del sistema científico tecnológico del país. Ratificó con ello la política científico-tecnológica iniciada ya en los 90, continuada por los gobiernos de Néstor y Cristina y que, miserablemente, el gobierno del PRO había desfinanciado. Pero además, puso en valor y recordó a los argentinos las posibilidades que nuestro país posee, frente a la desmoralizante campaña de la prensa monopólica y de sus lenguaraces que pretenden convertir la falta de cloacas -es decir la injusta distribución de la infraestructura estatal, motivada, entre otras cosas, en la evasión impositiva y en la fuga de capitales- en impedimento ontológico para nuestro despliegue científico. Vale la pena mencionar que EE.UU. -el país que más satélites tiene en el espacio y, posiblemente, la economía más rica del planeta, tiene un 20 % de gente sin cloacas y una incontable cantidad de “homeless” y familias que viven en casas rodantes, para no mencionar los barrios “slump” de las grandes ciudades.

Vale la pena repetirlo: la Argentina no es el país de mierda que Clarín, La Nación, TN y sus voceros a sueldo pretenden que creamos. Hay 194 países reconocidos en las Naciones Unidas. Argentina está en el 12° lugar, en cantidad de satélites puestos en el espacio, con sus 14 unidades.


Y el otro punto que tocó Alberto Fernández en su discurso de hoy fue también un proyecto estratégico: la Hidrovía, la creación de una empresa estatal, entre la nación y los estados provinciales costeros al río Paraguay y al río Paraná. Desde Formosa, y ahí estaba Gildo Insfrán, seguramente disfrutando el momento, hasta el Río de la Plata, se extenderá una vía fluvial que será el transporte natural, eficiente y barato para toda la producción del NEA y parte del NOA. Y el Estado nacional y las provincias serán las que manejarán esa gigantesca cuenca, sus puertos y el tránsito de naves.

El presidente Alberto Fernández presentó un proyecto estratégico. “Federalizar la industrialización” dijo con exactitud. Romper el histórico desequilibrio económico entre el interior y sus regiones y el país portuario, crear un país distinto al que hemos heredado con más de 100 años de desbalance, injusta radicación de inversiones, injusta distribución del trabajo y de las posibilidades de desarrollo, fueron las propuestas lanzadas por el presidente, mientras en el Congreso se discute una reforma al pútrido sistema judicial penal y una contribución especial y por única vez a la Riqueza, mientras se prepara una reforma impositiva.

Hoy Alberto Fernández, superada la cuestión de la deuda, propuso un proyecto de país para después de la pandemia y a comenzar hoy.

Buenos Aires, 31 de agosto de 2020