17 de febrero de 2023

La detención de Perón y el testimonio del embajador del Brasil

Hoy me encontré con un viejo y querido amigo y, obviamente, estuvimos varias horas hablando de la actualidad política, de las grandes perspectivas qu e se le presentan a la región y a la Argentina y de la paradoja que significaría que las fuerzas nacionales no pudieran volver a ganar las próximas elecciones, cuando, como es de esperar, hasta el pipistrilo del actual presidente del Uruguay y el “menemizado” partido Blanco van a perder las elecciones en manos del Frente Amplio que tiene dos buenos candidatos presidenciales: la intendenta de Montevideo y el intendente de Canelones.

En un momento de la conversación mi amigo me recordó, a propósito de la “proscripción” de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el siguiente texto de mi libro “Un Solo Impulso Americano. El Mercosur de Perón”, que aquí transcribo levemente abreviado. Creo que su lectura pone algo de luz en la hora actual.

Un gaúcho más peronista que brasileño

En su edición del 21 de mayo de 1945 –Getulio Vargas aún rige los destinos de su país y falta casi medio año para la inflexión del 17 de octubre– aparece en el periódico “El Diario” de Buenos Aires una nota, consignando la llegada del nuevo embajador del palacio Catete en Argentina. Su nombre es João Batista Luzardo.

Posiblemente, ningún embajador de un país latinoamericano manifestó nunca un aprecio tan grande y una coincidencia de intereses tan sustancial con el país anfitrión como Lusardo. Formaba parte de la antigua guardia riograndense con que Getulio había volteado a la República Vieja, integrada entre otros por Oswald Aranha y João Neves da Fontoura. Había nacido, justamente, en Uruguayana, en el lugar que, del otro lado del río, había visto el levantamiento cívico militar de Paso de los Libres contra Justo en 1933. Fue recibido con gran deferencia por el General Farrell, a la sazón Presidente del gobierno provisional.

Dos días después de su arribo al país le pide al Ministro Consejero de su embajada, Maximiano Figueiredo, que solicite una entrevista con el Coronel Perón, entonces vicepresidente de la República y Secretario de Trabajo, en realidad el hombre fuerte de la presidencia Farrell. Figueiredo, hombre de cancillerías y protocolos, manifestó dificultades de procedimiento para llevar a cabo el encargo, probablemente porque el interés de su embajador debió parecerle extemporáneo. Pero Luzardo insistió ya que tenía expresas instrucciones de Getulio en ese sentido. Finalmente la audiencia fue concedida para el día siguiente en el Ministerio de Guerra.

El Embajador, acompañado de dos agregados militares, llegó al Ministerio a las 11 de la mañana.

A poco tiempo de su llegada, el embajador era un nombre conocido para la prensa, que, con beneplácito de él mismo, había castellanizado su nombre. Don Juan Bautista Luzardo fue el trato que siempre recibió en la Argentina. Esto dará origen a innumerables ataque a su persona acusándolo de ser “un extranjero, un argentino infiltrado en la política y la diplomacia brasileña al servicio del país vecino”. Varias veces, en su dilatada carrera política fue instado a exhibir su partida de nacimiento e, incluso, el "Juan Bautista", dicho o escrito en español, fue usado como indicativo de que Brasil no tenía un embajador junto a Perón, sino un hombre rendido enteramente a las motivaciones, ideas y planes del presidente argentino.

En esa entrevista, el coronel le reveló su admiración por la legislación laboral de Vargas, quien había creado el Ministerio de Trabajo, algo que, hasta entonces, no existía en América Latina. Luzardo le narró a Perón las circunstancias de la creación y destacó el papel cumplido por Lindolfo Collor. Perón le solicita, entonces, toda la legislación de protección al trabajo que el Embajador le pudiera proveer a efectos de estudiar su implementación en la Argentina. Es esta conversación la que da origen a la visita del eximio laboralista brasileño, el doctor Rego Monteiro, que durante un mes dicta cátedra de derecho laboral en Buenos Aires.

La amistad forjada en este primer encuentro alcanzaría niveles nunca vistos en la historia de las relaciones de un presidente argentino con un diplomático extranjero. De acuerdo a lo que cuenta el propio Luzardo, Perón solía solicitar su consejo sin considerar, en apariencia, que su nacionalidad fuera un obstáculo. Como ejemplo de ello, afirma que, tiempo después, Perón le confesó que tenía dificultades en nombrar embajadores en el Palacio de la Moneda y en el Catete. En respuesta a ello, el riograndense sugirió: “Pero el señor cuenta aquí con dos hombres de primer orden, que serán bien recibidos en Río y en Santiago y que sabrán honrar a la República Argentina. –¿Y quiénes son ellos? –Juan Cooke y Jerónimo Remorino”. Perón aceptó la propuesta y así fue como el padre de John William Cooke fue embajador en el Brasil. En tono de chanza, éste afirmaba a quien quisiese oírlo que él era, antes que nada, “embajador de Juan Bautista Luzardo”. Remorino sería también nombrado embajador en Santiago, pero, de inmediato, es designado titular del Palacio San Martín, convirtiéndose en canciller del gobierno peronista.

Luzardo y la detención del coronel Perón

En sus recuerdos sobre esos primeros meses de gestión, el embajador de Brasil hace mención a una serie de sucesos que revisten un gran interés histórico y ponen una nueva luz en los hechos que desembocaron en el 17 de Octubre.

El anuncio del coronel Perón, el 5 de octubre, anunciando que “renunciaría” a sus cargos y abandonaría la Secretaría de Trabajo, volviendo a su residencia de la calle Piedras, tomó al embajador por sorpresa. “Cierta mañana fue a conversar conmigo a la Embajada un hombre muy amigo de Perón y de Eva y que me conocía. Era el periodista Caffaro Rossi. Hablamos largamente y me transmitió su convicción de que Perón sería encarcelado por el gobierno. Caffaro, de acuerdo con el Almirante Tessaire, venía a sondearme para ver si yo estaría dispuesto a entrevistarme con Perón, para conversar con él. Su residencia estaba tan vigilada que el coronel, de ninguna manera podría llegarse hasta la Embajada. Me dijeron que ellos, el Almirante Tessaire y Caffaro, habían examinado el problema y llegado a la conclusión de que el hombre capaz de evitar la prisión de Perón, brindándole la posibilidad de irse al extranjero y el asilo político era yo. Querían que yo fuera…”. ­

“Vea que cosa seria: El embajador de Brasil llamado a intervenir en esas cuestiones… Perón seguramente tendría trazados sus planes, pensaba yo. (...) Sabía que lo que aquellos amigos me pedían podía resultarme muy caro, pero no tenía opción. Mandé a decir que iría, que me esperasen a los ocho de la noche”.

“Era el día 11 de octubre de 1945. Llegada la hora, tomé el revólver, la bandera de Brasil y entré en el automóvil de la embajada, al lado de Caffaro. No discutiría el asunto con el personal diplomático brasileño. Pensarían mucho en las alternativas, durante doce horas, y pesarían los pros y los contras. No quería implicar a nadie. Si mi gesto no resultaba nada tendrían que lamentar mis compañeros de representación. En ese instante renunciaría a mi puesto y me atendría a las consecuencias. (…)”.

“El almirante Tessaire me esperaba en la puerta. Ordenó que mi auto fuese estacionado dos cuadras más adelante. Subimos al tercer piso donde tendría el encuentro con Perón. Tessaire me repetía los argumentos de Caffaro y yo le aseguraba que creía que Perón tenía planes en marcha… Minutos después apareció el Coronel Juan Domingo Perón. Me abrazó con gran emoción y les dijo a Tessaire y Caffaro: –En medio de estas desgracias, son actos así los que elevan el alma de la gente. Y, volviéndose hacía mí, exclamó: ‘Embajador, yo confío, yo sé que estoy interpretando el alma de mi pueblo y nada temo. Yo comprendo ese gesto de mis amigos, procurando ayudarme, porque creen que yo deseo exiliarme. Ellos han sido generosos y valientes, en un grado que es difícil valorar en su totalidad. Naturalmente ellos quieren salvarme de la prisión… Pero Embajador, yo insisto en ir preso para liberar a mi pueblo, la Argentina precisa que yo vaya preso para liberarse’” (en negrita en el original).

“Luzardo conmovido le dice: –Coronel Perón, yo lo comprendo. Sus amigos me invitaron. Yo no tenía en absoluto la intención de entrometerme. Pero ellos me lo pidieron con una cierta insistencia, para hacerle una visita en esta hora sumamente delicada para la Argentina y para usted. No olvide las consecuencias que podría tener mi presencia aquí. Vine hasta aquí para darle un abrazo de total solidaridad y preguntarle si le podría ser útil en algo ¡Cuente conmigo! Pero comprendo su gesto, si el señor tiene la convicción de que es necesario ir preso para liberar a la Argentina, entonces que la prisión llegue inmediatamente”.

“Perón abrazó al diplomático brasileño y dijo en voz alta: –¡Esto es! ¡Esto es! ¡Estos son los hombres que yo necesito! Espere un momento, embajador”.

“Cuando yo dije aquello –observa Luzardo– él se sensibilizó, me dio un nuevo abrazo y me pidió permiso para retirarse durante un minuto. Fue adentro y vino del brazo con Eva, que vestía un ‘pegnoir’ azul. El coronel Perón me presento a la señora, de porte altivo, diciendo: –Eva, es este un gran amigo de la Argentina, el embajador Luzardo. Le acabo de decir algo que quiero que todos Uds. entiendan. Si, para liberar a mi país, tengo que ir preso, que venga entonces la prisión”.

“El diplomático brasileño se inclinó y besó las manos de Eva Duarte (se inicio en aquel momento una amistad que sólo terminaría con la muerte de la segunda mujer de Perón). Lusardo le dice: –Si puedo ser útil en algo…”

“Dirigiéndose a Perón, Eva dice: –Juan, ¿me permites decirle unas palabras al Embajador? No esperó el asentimiento del coronel y comenzó a hablar con el visitante:

"Señor Embajador, Argentina está pasando por su crisis más grave desde la Independencia. La presión de algunos generales obligó al general Farrell a poner a mi marido en la calle, quitándole todos los cargos. Ahora bien, lo importante es que el pueblo está con Perón y que es indispensable que él vaya preso para que la Nación se rebele como un solo hombre e indique quién debe ser el gran conductor. Yo me opongo totalmente a que él marche al exilio, como quieren algunos amigos, entre los que se encuentran los que están allí afuera. Nuestra posición es una: quedarnos firmes, porque cuando más rápido venga la prisión, más deprisa se hará la liberación de nuestra querida Patria”.

“Luzardo escuchaba, admirado por el tino político de aquella mujer, en tanto Eva concluyó: –Embajador, yo no tengo palabras para agradecerle este gesto suyo, desprendido y heroico, tan raro en la historia de los hombres”.

“Perón intervino entonces en la conversación: –¡Embajador, es necesario que le aclare que me siento mucho más orgulloso de oír esta decisión de mi mujer que si ella hubiese aprobado como solución el exilio!”.

“Batista Lusardo responde: ‘Mi misión está cumplida. Me siento tranquilo porque cumplí mi deber. Tengo la certeza y también la esperanza de que la Argentina, como dicen ambos, alcance en breve tiempo su libertad’”.

Este relato testimonial del embajador Luzardo agrega un nuevo e interesante elemento a la interpretación que se ha hecho del estado de ánimo y de los planes de Perón en esas jornadas previas al 17 de Octubre y, sobre todo, durante su detención en Martín García. Historiadores antiperonistas como Felix Luna1, han insistido que Perón se encontraba totalmente desmoralizado y que las movilizaciones obreras del 17 de octubre fueron un elemento inesperado, producto fundamentalmente de la actividad agitativa de Eva Duarte. Basan este punto de vista, que intenta descalificar política y moralmente a Perón, en una famosa carta del coronel a Evita, desde su prisión en la isla, donde considera que la lucha está perdida e invita a su esposa a irse a vivir a la Patagonia cuando todo esto hubiera terminado. Por su parte, Fermín Chávez2 ha sostenido que esta carta fue escrita, en realidad, pensando más que en su destinataria, Evita, en los servicios de inteligencia del Ejército que controlaban la correspondencia del detenido. La intención era, entonces, hacer creer a los mandos del Ejército que lo tenían preso que estaba desmoralizado y sin ánimo de continuar el combate. Este testimonio de Lusardo aporta datos de mucho peso a esta última tesis y revela que si bien la incontenible movilización obrera y popular del 17 de Octubre creó al Perón que luego entraría a la historia, Perón contaba con la fuerza de la multitud a la que había dado voz y dignidad. La firmeza de esa muchacha que, despojada de todo sentimentalismo, expresa a su interlocutor brasileño “es indispensable que él vaya preso para que la Nación se rebele como un solo hombre e indique quién debe ser el gran conductor”, y la confesión del coronel, llena de viril sentimiento, “ me siento mucho más orgulloso de oír esta decisión de mi mujer que si ella hubiese aprobado como solución el exilio”, descubre uno de los núcleos de hierro de la revolución del 45. No había en esa pareja y en ese momento el menor lugar para retroceder a la suave tibieza de una casita en la Patagonia. La historia les ofrecía una oportunidad y con ellos a los oprimidos de la Argentina. Sólo cabía jugarse el resto.


Hasta aquí lo escrito en aquel libro, hace ya 24 años. El diálogo de Perón con el embajador Luzardo pone en evidencia que Perón sabía que era necesario que fuera injusta y arbitrariamente preso por un sector de las FF.AA. comprometido con la vieja oligarquía y la embajada de los EE.UU. y estaba dispuesto a ese sacrificio. Renunciaba a toda salida personal que evitase esa
circunstancial derrota en aras de un triunfo estratégico del pueblo argentino.


1 Luna, Felix, El 45, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1975. Una hermosa tarde de sol, vídeo documental con motivo del cincuentenario del 17 de Octubre de 1945, dirigido por Jorge Coscia, Editorial Blakman, Buenos Aires, 1995. Felix Luna reitera en este documental los puntos de vista expresados en su libro.

2 Coscia, Jorge, Una hermosa tarde de sol, Editorial Blakman, Buenos Aires, 1995. Testimonio de Fermín Chávez. El autor participó en la producción y el asesoramiento político y periodístico de este vídeo.



11 de diciembre de 2022

La Victoria Alada


Esta obra de arte fue tomada en la esquina de Rodríguez y Pinto, la del antiguo Banco Comercial, en Tandil. Es el centro comercial de la ciudad, una esquina en diagonal con la Plaza Independencia, a media cuadra del Club Hípico, por Pinto, y de la vieja confitería Rex y el Cine Cervantes, por Rodríguez.



Nací en Tandil, viví allí hasta los 18 años y si es cierto que "la infancia es la verdadera patria del hombre", como afirmó Rilke, esa esquina constituye un punto nodal de mi infancia. Aquella patria infantil era una sociedad muy conservadora, con diez familias propietarias de campos y negocios, y con una clase trabajadora que fue creciendo durante los años 50 y 60 y parte de los 70, hasta el mazazo brutal del 76. Ni la Universidad del Centro con todo su desarrollo y presencia pudo modificar la naturaleza conservadora y reaccionaria de la sociedad tandilense. La destrucción de su base industrial fortaleció el peso del sector agrario y financiero y la explotación rentística de su paisaje hizo el resto: una ciudad gobernada desde hace décadas por un anciano radical cuyo apellido condensa su gobierno: Lunghi, largo. Negociando con el gobierno provincial y con la base electoral, Lunghi logró sobrevivir estos largos años.

 Y el peronismo, al perder su base proletaria no ha encontrado la fuerza suficiente para derrotar el poderoso bloque de propietarios ausentistas, millonarios trasplantados y rentistas en busca de tranquilidad. Como lo expresó Rimbaud, al hablar de su pueblito natal:

A la plaza tallada en céspedes mezquinos
donde todo es correcto, los árboles y las flores,
los burgueses asmáticos que el calor estrangula,
los jueves por la tarde, llevan sus cotilleos


Pero esta foto, esta extraordinaria instantánea, rompe la paz provinciana, la tranquilidad sepulcral del paraíso geriátrico en que se ha convertido Tandil.


Ese cielo anuncia borrascas, esa bandera anuncia rebeliones, esos jóvenes alzados, en toda la polisemia de la idea, anuncian, desean, imponen un futuro iluminado por esa bandera desplegada en alas sobre el Banco Comercial. Una Argentina simbólicamente triunfante, esperanzada y joven.

14 de noviembre de 2022

Mi primo uruguayo


Las noches de invierno en Estocolmo son largas, muy largas. Comienzan a eso de las tres de la tarde y se prolongan hasta las ocho u ocho y media de la mañana siguiente. Después de cuatro o cinco inviernos la epífisis, ese granito de arroz incrustado en el medio del cerebro, ese tercer ojo que imaginan los místicos, se acostumbra. Bah, más o menos se acostumbra. Según algunos estudios, los índices de suicidio en aquellos países aumenta en primavera y verano al disminuir las horas nocturnas, que es cuando, al parecer, trabaja esa minúscula glándula donde René Descartes imaginó que residía el alma. Y como una cosa lleva a la otra, el pobre francés murió de frío -o envenenado- en el Palacio de Drottningholm, junto a Cristina Wasa, la reina de la noche nórdica.

Bueno, son largas, decía. Y en una de esas noches, comenzada a la hora de la siesta, en el primer año de estar en Estocolmo, se me ocurrió averiguar cuántos Fernández había en la guía de teléfono de la ciudad, que incluye las localidades vecinas que conforman el Gran Estocolmo. Es una manía que tenemos los que llevamos ese patronímico. Eran, en total, no más de veinte. Nada en comparación a las páginas y páginas con ese nombre de la guía porteña de entonces.

¿Y Baraibar?, se me ocurrió pensar. ¿Habrá alguno? Baraibar es una apellido vasco navarro, originado en una aldea del mismo nombre en el valle de Lecumberri. Todos los Baraibar del mundo venimos de ahí. Y, según he averiguado, significa en éuzkera algo como “monte bajo, achaparrado”. Busqué afanoso en la guía editada por Televerket, la empresa estatal de teléfonos, y, ¡sorpresa! había un Baraibar, que además tenía como nombre Julio. En Estocolmo, cerca del Polo Norte, a 12.553 kilómetros de mi Buenos Aires querido, había encontrado un homónimo.

De inmediato lo llamé.

Tanto mi madre, como mi tía Zulema, que vivía con nosotros, hablaban de que teníamos parientes en el Uruguay. Recordaban que de niños, en los años 20, su padre Pedro Baraibar les contaba, en el medio del campo, en el Territorio Nacional de La Pampa, que había viajado al Río de la Plata con un hermano que se había quedado en Montevideo. También recordaban que tenían un primo, Miguel Baraibar, uruguayo, que había viajado un par de veces a la Argentina a saludar a los parientes. En aquellos años de mi infancia viajar a Uruguay era tan extraño y lejano como hoy viajar a Nepal. La familia uruguaya era tan solo un tema de conversación en la cocina.

Un día, curiosamente el día en que yo cumplía quince años y mi papá me había regalado un Wincofon, llegó a Tandil ese legendario Miguel Baraibar, que era el que mantenía los lazos entre las dos familias de cada lado del Mar Dulce.

Todo eso pensaba mientras discaba el número de Julio Baraibar.

Me respondió una voz masculina en español.

- ¿Hablo con Julio Baraibar?, pregunté.

- Sí, ¿quién habla?, escuché.

- Bueno, dije, no lo vas a creer, pero aquí también habla Julio Baraibar.

Le conté brevemente quien era y de dónde venía. Y para intentar dar verosimilitud a mis palabras, mencioné al hombre clave, Miguel Baraibar.

- Claro, me respondió. El tío Miguel, como no lo voy a conocer.

Así que por primera vez en mi vida, en Suecia, conocí a alguien apellidado Baraibar que resultaba ser mi primo y que había vivido 31 años -esa era más o menos nuestra edad, entonces- a tan solo 213 kilómetros de distancia.

Nos hicimos amigos con Julio Baraibar. Vivía en Kungsängen, cerca de Jakobsberg, donde vivíamos nosotros. Pero además trabajaba como chófer de ómnibus en Jakobsberg, de manera que nos encontrábamos habitualmente en la cafetería del Konsum de Jakan.

Julio había sido militante tupamaro con altas responsabilidades políticas y organizativas. Cuando el golpe militar en el Uruguay, se exiló, junto con muchos otros uruguayos, en el Chile de Salvador Allende. Con el golpe de Pinochet, tuvo un significativo papel en salvarle la vida a cientos de uruguayos que estaban en el Estadio Nacional y que, gracias a la gestión del embajador sueco, pudieron salir del país.

Había pasado por México, de donde era su esposa de entonces. Y lo recuerdo como un típico uruguayo, decidor de chistes de boliches. Solía, como conté, sentarse en la cafetería del supermercado de la Cooperativa Obrera y cuando veía una chica linda, saludaba con la cabeza, mientras decía:

- Buenas carnes, buenas carnes, en lugar del correspondiente saludo.

Cuando recuperamos la democracia en ambos lados del Plata, nos volvimos y dejamos de vernos. Fue un fiel amigo y colaborador de Pepe Mujica, quien le confió delicadas misiones.

Julio Baraibar se murió ayer, a los 77 años de edad.

Mi homenaje emocionado a un militante político, leal y coherente al extremo con sus ideales y sueños.

Mi recuerdo al amigo que supe tener en el frío invierno de Septentrión.

Mis condolencias a sus hijos, familiares y amigos.

14 de noviembre de 2022.


 

1 de agosto de 2022

El abrazo de los Libertadores vuelve a unir a los suramericanos




Entre los días 25, 26 y 27 de julio se llevó a cabo, en Caracas, un simposio latinoamericano en celebración del Bicentenario del Encuentro de Guayaquil entre José de San Martín y Simón Bolívar. Es de destacar que el día 24 de julio se celebró también el natalicio del Libertador Bolívar con un importante acto en el Salón Elíptico del Palacio de la Asamblea Nacional, en el que hicieron uso de la palabra el poeta e historiador, Gustavo Pereyra, y el Ministro del Poder Popular para la Defensa, el general Vladimiro Padrino López.

El simposio fe convocado por el Centro de Estudios Simón Bolívar, organismo adscrito al Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de Gobierno y tuvo lugar en el Fuerte Tiuna, la guarnición militar de Caracas, en el teatro de las Academias Militares, y el público estuvo formado por la Red de Historia, Memoria y Patrimonio (una organización de profesores y maestros de historia de todo el país) y por cadetes de las tres escuelas militares: Ejército, Aviación y Marina.

El simposio contó con la participación de historiadores de México, Panamá, Costa Rica, Cuba, Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia y Argentina. Mi participación en el mismo fue en representación del Instituto Independencia. El simposio culminó en un gran acto, también en Fuerte Tiuna, en el Teatro de los Estados Mayores, un espléndido salón para unas 3000 personas, en el que participaron el presidente Nicolás Maduro, buena parte de su gabinete y el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Bolivarianas, así como el gobernador del estado de Miranda, Héctor Rodríguez, un joven de 40 años, formado junto al Comandante Hugo Chávez y que representa a la nueva generación chavista.

A continuación mi discurso en el Simposio del Bicentenario del Encuentro de Guayaquil, pronunciado el 27 de julio a la mañana.

El abrazo de los Libertadores vuelve a unir a los suramericanos

Gracias, muchísimas gracias a todos, a quienes están aquí presentes, a quienes han organizado este magnífico simposio, este encuentro maravilloso, que no solo ha tenido lugar en este espléndido teatro, sino que ha continuado en el hotel, en las mesas, en las conversaciones. Hemos logrado, en estas jornadas, conocer a viejos amigos que aún no conocíamos. Y quiero agradecer particularmente al Centro de Estudios Simón Bolívar por esta gentil y generosa invitación.

Como han dicho muchos que me han antecedido en el uso de la palabra, uno venía con una cosa ya preparada para decir y “la vida, esas cosas, quien sabe lo qué”, como dice un viejo tango, han hecho que cambiemos un poco nuestro itinerario, para no repetir, justamente, aquellas cosas que se han dicho, se han reiterado y se han consolidado en estas reuniones. El compañero Sergio Guerra, de Cuba, así como la magnífica exposición de Sergio Rodríguez Gelfenstein, dieron los elementos necesarios, históricos, de fuentes, bibliográficos, para comprender claramente la naturaleza de la reunión y lo que ocurrió en Guayaquil en aquellas dos jornadas. Y se refirieron ambos al tratamiento que la historia de corte liberal ha tenido sobre esta reunión y, sobre todo, sobre la figura de Simón Bolívar. En nuestro caso, en el caso de la Argentina, yo quería describir brevemente cuáles eran no sólo las corrientes políticas que nutrieron esta visión liberal de la historia argentina, sino los intereses económicos, los sectores sociales que se expresaban a través de ello.

Desde el 25 de mayo de 1810, que es cuando se produce nuestro primer grito de libertad y creamos un gobierno provisorio autónomo y distinto al del virrey enviado por España, aparecen en el seno de la Revolución dos claras tendencias, que no difieren tanto en su concepción política general, sino que difieren por los intereses que representan. Hay un sector de la burguesía comercial portuaria de Buenos Aires -no se olviden que nos llaman porteños por el puerto-, esa burguesía comercial porteña nació, en primer lugar, como contrabandista estafando a la corona y tratando de establecer vínculos directos con los comerciantes ingleses, y, en segundo lugar, nació despreocupada del conjunto del hinterland territorial que rodeaba al puerto y que se extendía desde el Río de la Plata hasta el Alto Perú. Ese gigantesco territorio le era absolutamente indiferente. No le interesaba. Imagínense, entonces, si le podía interesar la integración de ese Alto Perú, de Chile, de Perú, de la Gran Colombia en una sola nación. Solo le interesaba proteger los intereses de esa barrosa y pequeña Singapur, que consideraban el núcleo mismo de su riqueza y de su situación de privilegio.

Es esa burguesía comercial porteña, cuya expresión característica en los primeros veinte años de la Revolución fue Bernardino Rivadavia -un hombre con el estilo y hasta la vestimenta del siglo XVIII, casado con la hija de uno de los últimos virreyes, el virrey Joaquín del Pino-, que conspiró permanentemente contra el deseo y la voluntad de San Martín de independizar estos territorios e integrarse a una gran nación latinoamericana. Bernardino Rivadavia obliga a San Martín a irse de la ciudad de Buenos Aires y lo manda al Ejército del Norte, en Tucumán y Salta, donde San Martín toma conciencia de que no es por ese lado el camino para llegar a Lima y dar la batalla contra el virreinato del Perú. Es en esa fracasada, si quieren, conducción del Ejército del Norte, donde San Martín elucubra la idea de llegar a Chile, en primer lugar, cruzando los Andes, y, desde ahí, por vía marítima, intentar el abordaje del Perú. Pero de toda esta empresa gigantesca que San Martín propone a Buenos Aires, Buenos Aires se la concede miserablemente. Lo financia a cuentagotas, le niega apoyo en hombres, armas y, sobre todo, dinero, a punto tal que gran parte del Ejército de los Andes, creado en lo que nosotros llamamos las provincias de Cuyo -Mendoza, San Juan y San Luis, sobre la cordillera de los Andes-, se logra con la expropiación que realiza José de San Martín de las joyas de las señoras patricias de esas provincias, a la que la historia liberal disfrazó como una generosa donación de sus joyas para sostener el Ejército de los Andes. No fue una generosa entrega de sus joyas y sus riquezas, sino que fue una expropiación formal del gobernador militar de Cuyo lo que obligó a esas familias a entregar parte de sus riquezas para la financiación del Ejército libertador.

Este San Martín que, como ustedes ven por lo que se ha dicho en este recinto y por lo que acabo de contar, tenía que ser de alguna manera disfrazado, diluído, puesto en lavandina por la historiografía liberal, porque el mero relato de estos acontecimientos ponía a nuestro principal héroe patrio como un revolucionario.

Y esa es la tarea que realiza quien, quizás, sea el genio maligno más importante de la historia política argentina, que es Bartolomé Mitre.

Bartolomé Mitre era un miserable al que solamente le interesaba la ciudad de Buenos Aires, ese pequeño sector de viejos contrabandistas, enriquecidos con el comercio con Inglaterra, que consideraba a lo que llamamos el interior del país, a las provincias históricas, como un mero mercado consumidor de los productos que esta burguesía importaba vía el puerto de Buenos Aires, en unas condiciones tales que los ingresos de ese puerto de Buenos Aires que era la boca de entrada y salida de todos los productos de todo el país, era un monopolio de la burguesía comercial porteña. Y todas nuestras guerras civiles del siglo XIX tenían como fundamento y objetivo sacarle a la burguesía comercial porteña el monopolio de la renta aduanera, para poder distribuirla en el conjunto del país. Mitre asoló a las provincias del interior, asesinó a gobernadores y caudillos gauchos de las provincias de Catamarca, La Rioja, Córdoba, Tucumán, Salta, y estableció lo que algunos historiadores, como Jorge Abelardo Ramos, han llamado la dictadura mitrista.

Ese hombre que, sin duda, algún talento tenía, aunque al servicio de fuerzas muy nocivas al país y a América Latina, ese hombre escribió la vida oficial de José de San Martín. Y José de San Martín se convirtió en la pluma de Mitre en una especie de tonto, bueno, desinteresado, que no le gustaba la política porque era algo falaz y sucio, y que se vio arrasado por la verborragia, el impulso, el entusiasmo y cierto despotismo de un tipo que venía del Caribe y al que, básicamente, le gustaba bailar. Esa es la visión que durante más de cincuenta años se impuso en las escuelas y universidades de la Argentina sobre San Martín, sobre Bolívar y, obviamente, sobre el encuentro de ambos en Guayaquil.

Esa burguesía comercial porteña no ha desaparecido. Su continuidad directa son los intereses financieros radicados en la ciudad de Buenos Aires, las grandes empresas imperialistas, los grandes exportadores de nuestras “commodities” agrarias, que constituyen la base social de lo que fue el gobierno de Mauricio Macri. Mauricio Macri y su pandilla no son sino una continuidad política, filosófica y social de Bartolomé Mitre. (Aplausos)

De modo tal que las ideas de integración latinoamericana que surgieron y se conversaron en Guayaquil fueron veladas para varias generaciones argentinas. A partir de la batalla de Ayacucho comienza a desdibujarse esa idea de que integramos un proyecto de una gran nación, como tan lindo reza el himno nacional venezolano, comienza a diluirse, se pierde el sentido de esa comunidad de intereses y valores que es Suramérica. Y esto a punto tal que los intelectuales que redescubren esta comunidad que somos nosotros, como Rufino Blanco Fombona o Manuel Ugarte, no lo hacen en América Latina, lo hacen en París. En París, donde van a estudiar y a conocer, se dan cuenta que no hay diferencias entre un venezolano y un argentino, que no hay diferencias entre un argentino, un chileno o un mexicano, y sobre el fin del siglo XIX aparece esta corriente de pensamiento latinoamericanista que intenta volver a aquellos principios y propuestas formulados en Guayaquil.

Pero yo quiero traer aquí, así como el compañero Maldonado trajo a la reunión, la figura y la acción de Lázaro Cárdenas, o el compañero Cenén trajo la figura y la actividad del general Torrijos, yo quiero traer a esta asamblea la figura, la personalidad y la obra del general Juan Domingo Perón.

A mitad del siglo XX, en 1951, Perón formula por primera vez, en cierto sentido, en la historia de las relaciones latinoamericanas, una especie de propuesta clave para ver de qué manera se pueden generar fuerzas centrípetas que armen y consoliden alguna forma de integración continental. Dice Perón, básicamente, en aquel famoso discurso ante el Estado Mayor del Ejército, en noviembre de 1951: los dos países de mayor territorio, de mayor población, de mayores niveles de producción e industrialización -decía Perón- son Argentina y Brasil. Pero ¿qué pasaba? Brasil había estado ajeno a todas esas conversaciones suramericanistas del siglo XIX. Brasil era una especie de país europeo implantado en nuestro continente. Había un emperador europeo, cuyos intereses estaban vinculados a la relación de fuerzas entre las potencias europeas, no de América Latina. Entonces, no había contactos entre las fuerzas independentistas y unificadoras del mundo hispanohablante con el gigante lusoparlante. Perón dice: si la Argentina -en ese momento nos va bien, estamos creciendo, tenemos industrias, fabricamos aviones- y Brasil establecen una alianza estratégica, generan un polo de atracción, un polo de fuerzas capaz de atraer al conjunto de los países de la región y establecer esa integración suramericana por la que, en ese momento, claramente, comienza a bregar. Y llama a ese proyecto El Nuevo ABC, Argentina, Brasil, Chile. 

Obviamente, las respuestas de las oligarquías, tanto brasileña como chilena, fue caracterizar el proyecto y la propuesta de Perón como “imperialista”. A punto tal que en un viaje histórico que realiza Perón a Santiago de Chile -en aquella época no viajaban como ahora que se conocen, toman el té, charlan, se preguntan por los hijos, cómo está la familia, etc. Se veían en el mejor de los casos una vez en todo el mandato- para encontrarse con el presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo a quien le ha propuesto su proyecto. Una periodista, en una conferencia de prensa, le pregunta a Perón, bastante desfachatadamente: ¿Es cierto, presidente, que la Argentina quiere anexar Chile? (En aquellos años la palabra anexión estaba vinculada a la palabra alemana “anchlaus”, remitiendo a la anexión que Hitler había hecho de Austria en 1938). Y Perón, también con ese desparpajo que lo caracterizaba, le dice: “No, señorita, si Chile quiere anexar Argentina yo firmo igual. Yo quiero la integración de nuestros países y la creación de una gran nación continental”. (Aplausos)

Ese proyecto fracasa porque Perón cae, Getulio Vargas, a quien también quiero mencionar claramente como una de las grandes figuras de nuestra historia política continental del siglo XX, también es derrocado y se suicida. Getulio Vargas tiene un final a toda orquesta, un final de ópera. Ese proyecto fracasa. Las oligarquías vuelven nuevamente a ocupar el centro del poder político en cada uno de sus países y no pasa más nada.

Pero fíjense ustedes esto. Cuando Hugo Chávez plantea lo que yo creo que es una de las grandes y más osadas propuestas, cuando propone a los venezolanos ¡dejen de mirar hacia el norte! Estoy hablando de una Venezuela, que ustedes conocen mucho mejor que yo y no tengo necesidad de explicar, con gente que tenía departamento en Miami. “Dejen de mirar al Norte, den vuelta la cabeza y miren hacia el Sur y vean el gigantesco territorio que hay a 'nuestras espaldas'” y lanza su gran proyecto bolivariano. 

Pero, ¿qué pasa? 

Todos los países hispanohablantes saben quién es Bolívar. Pero Brasil no sabe quién es Bolívar. El pueblo brasileño no tiene la menor idea de quién es Bolívar. No forma parte de su enseñanza escolar, no forma parte de su tradición histórica.

Entonces ¿qué hace Chávez?

Con esa desfachatez que lo caracterizaba y que lo hermana, en ese aspecto, a Juan Domingo Perón, pone un par de millones de dólares en la Scola do Samba Santa Isabel, para que en el Carnaval de Río de Janeiro, ponga una gigantesca estatua de papier maché de Simón Bolívar, a efectos de que el conjunto del pueblo brasileño conozca a este hombre, a su proyecto, a su política y a su gigantesca figura. (Aplausos)

Es de una osadía extraordinaria. Es decir, a ninguna agencia de publicidad se le hubiera ocurrido una cosa así. Y lo mete a Bolívar en la realidad brasileña doscientos años después, realidad con la que nunca tuvo nada que ver, más que su amistad y colaboración con Abreu de Lima, uno de los guerreros del Ejército Libertador.

Esto, creo yo, es una de las grandes actualizaciones del legado de Guayaquil.

Hoy, creo yo, y en los primeros quince años del siglo XXI los latinoamericanos avanzamos en nuestra integración, avanzamos en nuestro recíproco conocimiento, en saber cómo éramos, en saber cómo son nuestras tradiciones, nuestros modos de hablar, nuestras palabras propias del habla de cada región y avanzamos en el proyecto de integración latinoamericana, entre los años 2000 y 2015, muchísimo más de lo que se pudo haber hecho desde los mismos tiempos de la reunión de Guayaquil. Los años que van del 2000 al 2015 son los años del relanzamiento del proyecto sanmartiniano y bolivariano, en donde Chávez, Correa, Pepe Mujica, Lula en el Brasil, Evo Morales en Bolivia, Néstor y Cristina en Argentina, hasta Santos en Colombia -me acuerdo de verlo a Santos, junto con Piñera, en nuestro Bicentenario del 25 de Mayo del 2010, abrazado con Chávez y con Evo Morales- hemos avanzado muchísimo más que lo que pudimos hacer durante todo el siglo XIX y el XX.

El contexto mundial hoy, en el cual nos estamos debatiendo, es el más propicio para relanzar, reformular y sostener nuestro proyecto de integración. Es más. Si no logramos integrarnos como un gran conjunto de naciones federadas o con la forma constitucional que se nos ocurra, desaparecemos como protagonistas de la historia. Ninguno de nosotros es lo suficientemente fuerte y grande como para poder jugar un papel principal. ¡Solo unidos podemos los latinoamericanos jugar en las grandes ligas! (Aplausos)

Hay una crisis, a nivel mundial, de la hegemonía del capital financiero. El mundo unipolar, como resultado de la caída de la Unión Soviética, está llegando a su fin. Es evidente y coinciden todos los analistas, los propios y los impropios, todos, que después de esta situación bélica en Europa el mundo va a ser otro, los protagonistas de la política internacional van a ser otros y la hegemonía monopólica del imperialismo norteamericano va a llegar a su fin y el conjunto de los pueblos , como llama Francisco, de los pueblos periféricos van a poder ser protagonistas de su propia historia.

Nunca, nunca en todos estos años, hemos tenido los latinoamericanos una mejor oportunidad para unificarnos definitivamente. La era del neocolonialismo imperial capitalista ha comenzado su fin. Hemos comenzado a vivir la era de los grandes espacios continentales.

Este es el legado del abrazo fraterno de San Martín y Bolívar.

Este es el legado de Perón, de Getulio Vargas, de Haya de la Torre y de Fidel Castro.

Este, compañeras y compañeros, es el legado del Comandante Eterno, Hugo Chávez Frías, que convenció al país de los grandes carros de los años '60 a dejar de mirar hacia el Norte, dar vuelta los ojos y encontrarse con este enorme continente al que vamos a unificar.

Muchas gracias.

(Aplausos) 

23 de mayo de 2022

Julio Fernàndez Baraibar en diàlogo con Gerardo Yomal y Hugo Presman

Julio Fernàndez Baraibar en diàlogo con Gerardo Yomal y Hugo Presman: Fernàndez Baraibar expone su punto de vista acerca del necesario apoyo al gobierno de Alberto Fernández. Sostuvo: 'La principal tarea del gobierno y del Frente de Todos es fortalecer al gobierno y ganar las elecciones del año que viene. Hay que impedir por todos los medios que el macrismo destruya para siempre la Argentina que hemos conocido'.

8 de abril de 2022

Una carta desde Estocolmo enviada hace 40 años

En un par de meses esta carta cumplirá 40 años. Se la escribí, desde Estocolmo, a Jorge Enea Spilimbergo. Muchas de las cosas que ahí se dicen siguen teniendo plena vigencia. O quizás aún más.
Jakobsberg, 17 de junio de 1982.

Estimado Spilimbergo:
Pese a que ayer mismo tuvimos una larga charla telefónica, quiero aprovechar este día libre para borronear algunas reflexiones sobre la reacción europea y socialdemócrata ante el enfrentamiento bélico entre Argentina y el Reino Unido.
A fines de mayo se realizó en Helsinki, Finlandia, una reunión de la dirección de la Internacional Socialista, cuyo principal y casi único orden del día fue el conflicto de las Malvinas.
La posición argentina y latinoamericana fue clara y brillantemente expuesta por el ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. Su exposición giró alrededor de los siguientes puntos: es cierto que Argentina ha usado la violencia para retomar las islas, pero no es menos cierto que la respuesta británica ha sido, por lo menos, exagerada. Esta respuesta bélica ha producido no sólo una grieta económica entre Europa y Latinoamérica, sino también política y militar. La flota inglesa es también la flota de la OTAN. Las sanciones del Mercado Común Europeo tienen un evidente carácter bélico y Latinoamérica está, quizás, obligada a adoptar medidas de represalia. Estamos al borde de un conflicto Norte-Sur, con mayor precisión Oeste-Sur, y si Argentina busca armamento en el Este, la Internacional Socialista está obligada a apoyarla
¿Cuál fue la unánime posición europea? Los partidos socialdemócratas y socialistas, muchos de ellos partidos de gobierno en sus respectivos países -Alemania Federal, Dinamarca, Francia, entre otros- se aferraron con dientes y uñas a argumentos puramente formales para desvalorizar la posición argentina y, de pasada, explicar – si no justificar- la respuesta inglesa.

En primer lugar, el carácter antidemocrático del gobierno argentino frente a la legitimidad constitucional de Margaret Thatcher. En segundo lugar, el no cumplimiento argentino de las resoluciones 502 y 505 del Consejo de Seguridad de la ONU. Y en tercer lugar, pero no por ello menos importante, el derecho de autodeterminación de los 1800 pobladores malvinenses. Caracterizaciones sobre la guerra, tales como “absurda”, “ridícula” o “ maniobra de distracción” fueron los juicios expuestos por los europeos, a la par que con pertinacia se negaban a analizar la base y el contenido mismo del conflicto, es decir, los derechos históricos y geográficos de Argentina sobre el archipiélago y el carácter colonial de la dominación británica. Todo esto en un discurso pacifista sobre los peligros que la “aventura” argentina significaba para la paz mundial y el balance de poder entre las superpotencias. El accionar de las Fuerzas Armadas argentinas fue caracterizado como “irresponsable agresión que inició el conflicto” y el representante sueco alertaba sobre el peligro que significaba “el ser indulgentes hacia el empleo de la violencia”.

Esta posición sueca puede ser punto de partida para un análisis más detallado, puesto que ha sido justamente el partido socialdemócrata sueco el que en su política internacional, con más indulgencia ha tratado el uso de la violencia terrorista en América Latina. Bastaría recordar al respecto, y sin ánimo de simplificar la cuestión, la recepción que Olof Palme le hizo en 1978 a uno de los “comandantes”montoneros, corresponsable de la caída de un gobierno constitucional y democrático y del más irresponsable, cruel y alucinante derramamiento de sangre que ha vivido la Argentina en lo que va del siglo. Pero no quiero, como digo, simplificar puesto que el problema es más complejo que esto.

Los partidos socialdemócratas y socialistas europeos han manifestado en otras oportunidades opiniones y actitudes de apoyo a los movimientos de liberación tercermundistas. Pienso, por ejemplo, en la posición del primer ministro austríaco Bruno Kreisky dando rango diplomático al representante de la OLP y denunciando el carácter genocida de la política israelí. O también, el plan de paz en El Salvador elaborado por Miterrand, el danés Ankerssen y el presidente mexicano Echeverría. O el apoyo a la revolución sandinista o al Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Bolivia. No es que pretenda idealizar este tipo de apoyo de parte del mundo satisfecho para con sus víctimas, pero sin duda que los nicaragüenses estiman y valoran la solidaridad política y económica que reciben de Europa. Y el abrazo de Arafat y Kreisky en Viena testimonia la importancia que los palestinos dan a la opinión austríaca.

¿Por qué entonces esta enemistosa actitud hacia la causa argentina? ¿A qué se debe el formalismo de esta posición, que antepone el carácter militar y dictatorial del gobierno argentino al contenido material evidentemente legítimo de nuestra reivindicación?

Creo que hay dos causas fundamentales de orden tanto político como, por así decir, psicológico.

En primer lugar, el conflicto de las Malvinas no es ni un conflicto interno de la Argentina,ni un conflicto entre dos países pobres o semipobres, como hubiera sido una guerra con Chile o como lo es la guerra entre Irán e Irak. Nuestra guerra ha sido y es un enfrentamiento armado entre un país del Sur, del Tercer Mundo y uno de los países más importantes de Occidente, tal como ha escrito el economista y pacifista noruego Johan Galtung, en un artículo que pasó absolutamente desapercibido en los medios bienpensantes en Escandinavia: “Esta guerra es un conflicto entre Norte y Sur y, además, el primero en su tipo”.

La matanza de El Salvador puede despertar sentimientos de compasión y solidaridad culposa. La represión en Chile o en Argentina puede conmover las conciencias satisfechas de Europa, a la vez que cumplen el papel de demostrar, como se dice en sueco “vad bra vi har det hemma”, o sea, “que bien que estamos en casa”. Nuestros, vistos con los ojos del capitalismo avanzado, eternos golpes de estado, guerras civiles, inflación, estancamiento económico, hambre, miseria existen como espejo que devuelve la imagen de un hombre blanco eficiente, respetuoso de las opiniones ajenas, democrático, acostumbrado a pedir la palabra antes de hablar, civilizado y, sobre todo, pacífico y justo.

La guerra entre Irak e Irán permite constatar la falta absoluta de sentido común que domina a los fanáticos líderes musulmanes, más preocupados por cuidar la virtud de sus numerosas mujeres que por dar de comer a los hambrientos mendigos de Teherán o Bagdad. Un eventual enfrentamiento armado entre Chile y Argentina hubiera producido un coro de horror ante los desvaríos napoleónicos de dos dictadores de tierras calientes. Pero ni en el primer caso ha habido, ni en el hipotético segundo caso hubiera habido, el menor esfuerzo en analizar y desentrañar el origen y las causas del conflicto. La compasión reemplaza el argumento racional y la colecta por las víctimas, el pensamiento crítico.

Pero en el caso de las Malvinas el problema es totalmente distinto. Un país del Sur, medianamente desarrollado -y esto tendrá su importancia al analizar la segunda causa- se enfrenta a Inglaterra, para exigir reivindicaciones territoriales de antigua data, que a su vez tienen una evidente consecuencia geopolítica sobre la discusión de la Antártida. Y entonces no hay ningún tipo de compasión. La consigna es dar una lección al insolente, poner un límite al desborde de los pueblos del sur, imponer la ley de la superioridad técnica y militar para terminar, de una vez pro todas, con la arrogancia de los subordinados. Para citar una vez más el artículo de Galtung: “En algún lado tiene que haber un límite. Hasta aquí, pero no más, todavía somos un imperio”.

La segunda causa de la reacción europea es el hecho del relativo desarrollo económico, social y cultural de la Argentina, comparado con el resto de los países atrasados. La visión que Europa tiene del mundo subdesarrollado, la imagen que se muestra en los medios de comunicación, en libros, escuelas y universidades es la que corresponde a países carente totalmente de estructura industrial, atados a formas primitivas de agricultura y sujetos a atavismos culturales que dificultan la puesta en marcha de sus fuerzas productivas. A los ojos europeos el atraso está simbolizado por un niño, negro, amarillo o cobrizo, que con ojos enormes y el estómago hinchado mira azorado la cámara del hombre blanco mientras sostiene en las manos un cuenco vacío. O, para dar un ejemplo que nos es más cercano, un coya que desde sus alturas sopla eternamente una monótona quena mientras dos esmirriadas cabritas muerden los ralos y ásperos pastos del altiplano. Y atrás de él, la sombra cruel y omnímoda del capataz, malvado hasta lo incomprensible. Ese es el mundo ideal para enviar misiones de ayuda. Los pobres del Tercer Mundo son la mercadería que los televidentes, los estudiantes de antropología y las almas buenas compran para calmar su conciencia y que las multinacionales industrializan para demostrar que al fin y al cabo no somos tan malvados cuando les damos un puesto de trabajo a todos estos desgraciados a los ojos de Dios.

En los cinco años que llevo en Suecia, la televisión jamás ha dado un programa en el que se viera la riqueza y la potencialidad cultural de nuestros escritores y artistas, jamás un programa en donde nuestros intelectuales -cualquiera de ellos, los que entienden o los que no entienden- pudieran dar aunque más no sea un reflejo del verdadero desarrollo de América Latina. Somos pura naturaleza. Nuestros bailes son sensuales, nuestras mujeres ardientes, nuestros hombres viriles y pasionales. Pero nuestro pensamiento, nuestra historia, puro devaneo y pretensión.

Y ante este cuadro ¿dónde poner a Argentina o a México o a Brasil? ¿Qué hacer con países que cuentan con una numerosa clase media de profesionales y técnicos y con un importante movimiento obrero con arraigadas y, por así decir, “europeas” tradiciones sindicales? Este tipo de países, cuyas economías no corresponden exactamente a los cánones elaborados por la Organización Mundial de la Salud o el Banco Mundial para definir el subdesarrollo, constituyen de alguna manera una amenaza para el predominio político y económico del mundo industrializado. Nuestro patriotismo, mucho más si es latinoamericano, rompe la imagen de resignación y miseria, y los verdaderos sentimientos de superioridad salen a la luz: si son tan orgullosos como para enfrentar a Inglaterra por unas islas peladas, entonces que se arreglen solos: los mendigos tienen que sacarse la gorra y decir por favor.

Argentina, por primera vez en el siglo XX, se ha enfrentado, armas en mano, con las verdaderas causas de sus males. Y lo ha hecho a través de un frente nacional de hecho, anteponiendo el interés patriótico a los graves y profundos problemas internos. Ha despertado la solidaridad y el apoyo de la Patria Grande. Ha encendido la mecha de posibles y futuros enfrentamientos entre el Norte y el sur. Y esto ha sido mucho más que lo que la beneficencia europea, autosatisfecha de su confort y sus perfectas instituciones, podía soportar.

La solidaridad sólo es posible entre iguales. La autoconciencia sobre nuestra dignidad y la voluntad de hacerla valer cuando sea necesario es el paso previo y necesario para hallar un verdadero diálogo Norte y sur, si es que ello aún es posible.
Spili, acá la corto. Si quiere publique estas reflexiones en el periódico.

Lo despido con un abrazo.

JFB