22 de marzo de 2016

Una fantasía ante los sucesos argentinos y brasileños

El año 1954 empezó muy mal para el presidente Getulio Vargas. La presión parlamentaria de la oposición le obligó a pedirle la renuncia al joven ministro Joaõ Goulart. Su ex canciller João Neves da Fontoura -que ya lo había dejado en la estacada, uniéndose a la revolución “constitucionalista” de los cafetaleros paulistas, en 1932-, había comenzado una injuriosa campaña en la prensa, denunciando que el presidente estaba preparando un pacto secreto con Perón, contra los EE.UU. y con el propósito de imponer un estado “sindicalista”.
El antiguo militante comunista, convertido en un feroz anticomunista pronorteamericano, Carlos Lacerda desde su cloaca periodística Correio da Impressa, y con la protección de la Fuerza Aérea, abrumaba a sus lectores con permanentes denuncias de corrupción hacia el presidente y todo su entorno. En su diario se publicó la denuncia formulada por Neves de Fontoura acerca de que su renuncia fue para repeler” un emisario de Perón a Vargas, que había venido directamente a entenderse con Getulio, pasando por encima de su ministerio.
El millonario Francisco Assis de Chateaubriand, “Cható”, era dueño de "Diários Associados", entonces el mayor conglomerado de medios de comunicación en América Latina, que llegó a tener más de cien periódicos, revistas y agencias telegráficas, más emisoras de radio y de televisión. Con una fortuna hecha sobre la base del chantaje, Cható había sintetizado de esta manera la inserción internacional de su país: Delante de los EE.UU. Brasil se encuentra “en la condición de una mulata 'sestrosa' (sensual, cautivante y deseable) que debe aceptar la voluntad de su 'gigoló'”. Su cadena inundaba con calumnias sobre el gobierno que le había ayudado a forjar su fortuna y hasta secuestrar, con una ley a su medida, a una hija de manos de su madre. Mientras que desde su curil de senador denunciaba el “imperialismo argentino” y afirmaba:“El Uruguay es una provincia brasileña. Ya, por lo demás, aconseje a los uruguayos que retornaran a la comunidad brasileña, en una de las veces que estuve allí. Tengo con este país el complejo de Electra. Soy imperialista nato y creo que debemos cambiar el nombre de República de los Estados Unidos del Brasil por el de Imperio del Brasil y volver a ser impetuosos ‘imperiales’ del tiempo de la guerra de los Farrapos”.
Los rivales de Vargas eran, como lo habían sido siempre, los dueños de la "hacienda y la tienda" los hacendados del café, los importadores y exportadores y los productores nacionales de alimentos. Aunque el sector había ido perdiendo peso político, tenía una gran incidencia como grupo de presión. En términos económicos se habían favorecido por el alza de los precios del café en 1949 y al estallar la guerra de Corea. La presión se ejercía principalmente por medio de las Asociaciones Comerciales. Estas Asociaciones estaban organizadas en el país desde muy antigua data y eran adversarias decididas de la industrialización, porque ella, en último análisis, les quitaría el lugar de intermediarios de las fuentes externas de abastecimiento, a la vez que las medidas de proteccionismo volvían más difíciles y costosos los negocios de importación.
Los partidos opositores habían logrado encontrar apoyo en sectores de la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas y, en medio de ese ambiente de creciente tensión y enfrentamiento, en el mes de agosto un pistolero disparó sobre el jefe político de la oposición golpista, Carlos Lacerda, en Copacabana. El periodista salió levemente herido pero fue muerto el mayor de Aeronáutica Rubens Florentino Vaz que integraba su grupo de guardaespaldas. El asesinato provocó una onda de repudio que fue asumida pasionalmente por la Fuerza Aérea, la que constituyó una comisión investigadora. Esta llegó a la conclusión que el pistolero había actuado a las ordenes de Gregorio, un gaúcho analfabeto que, desde hacía treinta años, servía a las órdenes de Getulio1.
La crisis política ya estaba en la calle. Aparec un llamamiento de un grupo de oficiales de las FF.AA. pidiendo la renuncia del presidente, mientras en las oficinas de los grandes exportadores e importadores, en los directorios de los bancos y en las redacciones de Chateaubriand y de Marinho se celebraba ya la caída del presidente Vargas.
En la madrugada del 24 de agosto, Getulio convocó a una reunión de gabinete. Allí comprobó que, a excepción de Tancredo Neves, todos sus ministros estaban a favor de la dimisión. El presidente insist en su firme postura de no renunciar y prouso un pedido de licencia, mientras agregaba: “Si vienen a deponerme, encontrarán mi cadáver”. La ofensiva y la traición no cedieron. El ministro de Guerra, en nombre de las FF.AA., le exig la renuncia.
Ante lo inevitable de la situación y al ver que todos los caminos de la negociación estaban cerrados, Getulio se retiró a su cuarto. Es un cuarto amplio, espacioso. El mobiliario es una gran cama, un escritorio y un sillón. Se desvistió lentamente. Se puso un pijamas a rayas, como solía usarse. Se acercó al escritorio y escribió de puño y letra una carta de solo cinco carillas. La firmó con letra segura y pulso estable.
Del escritorio sacó el revolver que allí guardaba. Se sentó en la cama. Llevó el caño del arma a la altura del corazón. Suspiró hondamente. Seguramente pasó por su cabeza la inmensidad de su país, los años transcurridos desde aquel levantamiento de 1930 y los prodigiosos cambios que habían ocurrido. Generaciones de brasileños, bandeirantes ambiciosos, esclavos hacinados en el sensala, indígenas de lo profundo de la prodigiosa foresta, la cópula brutal del fazendeiro y la bella africana, el amor libre e igualitario de negros, blancos e indios de los quilombos de Zumbí, la crueldad de los cangaceiros y el misticismo del Conselheiro, una infinita escola de zamba pasó por los ojos del gaúcho, taciturno y astuto. Volvió a suspirar y apretó el gatillo.
Su carta, que sería su testamento político, quedó como una acusación permanente a los mezquinos intereses que exigían su renuncia. Con su muerte, se anticipaba a la puñalada trapera del golpe, y exponía ante el pueblo brasileño la miseria de la conspiración. Su trágico sacrificio le dio a la democracia de su país diez años más de sobrevida y un mensaje perenme de responsabilidad política.
Al año siguiente, las mismas fuerzas sociales, los mismos intereses latifundistas, exportadores y bancarios, con el mismo despliegue de moralina hipócrita, con el mismo subterfugio republicano obligaban a Juan Domingo Perón a refugiarse en una embarcación paraguaya. Mas de 1000 muertos, ciudadanos desarmados e indefensos, e infinidad de heridos era el saldo que dejaba la infamia oligárquica. Vinieron para arrasar con los diez años peronistas, pero, sobre todo, con la intención de borrar de la memoria popular esa experiencia.
En el camarote de la humilde embarcación militar paraguaya, el general que se negó a derramar sangre entre hermanos, vio también, seguramente, pasar, en esas noches, el país que había encontrado y el país que dejaba. La fábrica de aviones, los astilleros, la marina mercante que nos beneficiaba en los fletes de la exportación, las miles de fábricas que a las seis de la mañana tragaban a millones de oscuros trabajadores, que una década atrás, cuidaban una majadita de ovejas en las provincias norteñas, esas multitudes eufóricas gritando a coro su nombre que tan bien se prestaba a las rimas, el agradecimiento de esos ancianos y ancianas que habían encontrado un poco de dignidad en el ocaso de sus vidas y el amor religioso que le profesaban a la pobre Eva en su joven agonía, debían aparecer proyectadas en las frías y metálicas paredes, en esas largas noches en vela. Y debió surgir en su memoria, con seguridad, el abrazo que nunca fue posible con el gaúcho de San Borja, esa entrevista que, aquí y allá, habían impedido los que, allá, lo llevaron al suicidio y acá, lo empujaban a un destierro que, sabía, sería largo.
Quizás, si hubiésemos podido abrazarnos, si hubiésemos podido sentarnos a conversar de esa alianza que yo me había imaginado, si nuestra incipiente industria pesada podía sumarse a esa Corporación do Vale do Rio Douce que le arrancó a los yanquis con astucia y firmeza, si sumábamos esfuerzos para fortalecer nuestra fábrica de aviones en Córdoba, si podíamos mandar a su país nuestras heladeras Siam, con alguna inversión que ellos pudieran hacer para permitir el esfuerzo, nada de esto hubiera pasado, quiero creer que le pasó por la cabeza al General solo, derrotado y en vela.
El triunfo electoral de Macri y la intentona destituyente contra Dilma y Lula, la complicidad del sistema judicial y de los monopolios mediáticos me hicieron reflexionar sobre estos hechos históricos. De aquellos días de 1954 y 1955 y de estas jornadas más cercanas en el tiempo queda un dato esencial e insoslayable: Argentina y Brasil son los dos países en cuyo destino se juega y se cifra el destino del continente. Quien no lo vea, será un ciego o un cómplice de nuestro sometimiento.

Buenos Aires, 22 de marzo de 2016


1 Ver Un solo impulso americano - El Mercosur de Perón, Julio Fernández Baraibar, Fondo Editorial Simón Rodríguez, Buenos Aires, 2004.

9 de marzo de 2016

La alternancia, según Aldo Ferrer

El 18 de diciembre, una semana después de asumido el nuevo gobierno liberal, publiqué en este blog:

“Como se ve, las diferencias no son tan solo entre un partido que favorece más a los ricos y otro que favorece más a los pobres. Imaginemos que hubiera un partido que sostiene el establecimiento de la esclavitud y la economía de plantación y otro que sostiene su abolición para poder desarrollar la mano de obra libre necesaria para un proceso industrial. Sería imposible pensar que esos partidos podrían alternar en el gobierno y que cada cuatro u ocho años se estableciese la esclavitud, para, en el siguiente recambio, abolirla.


Exactamente eso es lo que ocurre en la Argentina desde 1945. El período más largo en el que hemos podido gobernar ha sido este. Nunca pudimos, hasta ahora, superar los 12 años, si, un poco arbitrariamente, no incluimos el período que va de 1943 a 1945. Y como estamos viendo, no nos reemplaza un gobierno que intenta desde una perspectiva más conservadora, o más empresarial, o más dialoguista, o más, inclusive, pronorteamericana, corregir los errores, desvíos, incorrecciones y desajustes que se pudieron cometer. No. Nos reemplaza un gobierno que pretende restaurar la esclavitud, es decir, destruir toda la estructura defensiva, de carácter capitalista, autónoma y sobre la base del mercado interno y la integración latinoamericana, considerada como una potencial ampliación del mercado interno. Nos reemplaza un gobierno cuyo objetivo es no dejar rastro alguno de estos doce años en la estructura del estado y, de ser posible, en la memoria de nuestro pueblo”.


Aldo Ferrer publicó lo que creo ha sido su artículo póstumo en Le Monde Diplomatique de marzo de 2016 con el título “El regreso del neoliberalismo”.


En él podemos leer:


“En las economías industriales avanzadas también se registra la alternancia, que a veces incluye cambios de rumbo radicales. Por ejemplo, el que tuvo lugar, hacia 1980, entre los modelos keynesiano y neoliberal a partir de los triunfos electorales de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thtcher en Gran Bretaña. En esas economías la alternancia afecta principalmente la distribución del ingreso y el nivel de actividad. La estructura productiva diversificada y compleja, el papel esencial de la ciencia y la tecnología y la posición en el mercado mundial no se ven esencialmente comprometidos. En Argentina, en cambio, se pone en juego la totalidad del modelo de desarrollo e inserción internacional, la distribución de la riqueza y el ingreso y los equilibrios macroeconómicos.


En nuestro país, la alternancia refleja la dificultad para construir un proyecto de desarrollo hegemónico viable y de largo plazo” (la negrita es nuestra).


Con distintas palabras, con un estilo más sosegado y académico el maestro que se acaba de ir coincidía en el análisis.



En 1963, Ferrer escribió “La Economía Argentina” -libro que en nuestras lecturas juveniles alternaba con “La Historia de la Revolución Rusa “ de León Trotsky y “La hora de los pueblos” de Perón, para intentar dar una síntesis espiritual de aquellos años-. Uno de los aportes centrales que allí formula, en curiosa coincidencia con la Izquierda Nacional, es que la clase propietaria del suelo en nuestro país no respondía a los incentivos económicos para el aumento de su productividad, es decir no actuaba como una burguesía, sino como una clase rentista. Desde aquellos lejanos días celebro estos acuerdos tácitos, que dividen el campo nacional del antinacional.

Buenos Aires, 9 de marzo de 2016


8 de marzo de 2016

Hoy nuestra densidad nacional es menos densa


Este pequeño gigante que nos acaba de dejar parecía gozar de la benéfica maldición de Gilgamesh, el héroe sumerio: la inmortalidad. Aldo Ferrer, de él nada menos se trata, atravesó varias generaciones de argentinos que lo conocieron por una sola cosa: su pasión por construir una Argentina industrial, justa, independiente y soberana. Crear un país con “densidad nacional”, como él llamaba a ese elemento indefinible, impreciso e imprescindible que otorga grandeza y voluntad de ser.

Aldo Ferrer nació en 1927 y perteneció, años más, años menos, a la generación de Antonio Cafiero, de Leonidas Lamborghini, del brasileño Helio Jaguaribe, su amigo dilecto y de Gabriel García Márquez. Este hombre de pequeña estatura y espíritu ciclópeo atravesó el siglo XX y tuvo el gusto de entrar en el XXI con esas banderas en alto que no arrió ni en los momentos más oscuros y siniestros.

Fue el arquetipo de un economista nacional, de un político que puso su conocimiento técnico y sus intuiciones políticas al servicio del fortalecimiento industrial de la Patria. El siglo XX lo encontró en sus años jóvenes enfrentado, desde su militancia radical, al peronismo de los años 40. La historia es arbitraria y muchas veces y por algunos momentos separa y enfrenta a hombres y mujeres por cuestiones secundarias. Pero su perseverancia y la claridad de sus objetivos acercaron a Ferrer, pasados los años de la exasperación, a sus viejos enemigos peronistas, en el descubrimiento de que los objetivos finales eran mucho más comunes que lo que la ofuscación juvenil había permitido entender.

Si hay una figura política argentina que logró crecer en su brillo, prestigio y admiración, a través de los años, esa figura fue don Aldo. Siempre lejos del sectarismo partisano, siempre abierto a las nuevas generaciones y sus inquietudes, fue el primer historiador sistemático de nuestra economía. Su texto “La Economía Argentina”, de 1963, fue y sigue siendo la puerta introductoria para el abordaje histórico de la economía argentina y su periodización, así como al análisis de las dificultades que plantea el despegue hacia una economía industrial.

Fue ministro de Obras Públicas, primero, y de Economía, después, en el gobierno militar de Levingston. Incluso en esas condiciones Ferrer dio la batalla por la industria nacional y su desarrollo. La Ley de Compre Nacional, por la cual el Estado debía favorecer a los productores argentinos en sus compras, fue uno de sus logros, que perduró en el tiempo, más allá del momento inconstitucional en que fue dictada. Fue en esa época en que Jorge Abelardo Ramos, que disponía de una gracia y puntería especiales para poner sobrenombres a las personas públicas, lo llamó “Stolypin”. A los no versados en la historia de la Revolución Rusa les cuento que Piotr Arkádievich Stolypin fue un primer ministro del Zar Nicolás II, entre 1906 y 1911, cuya política respondía, por un lado, al más profundo respeto a la corona de los Romanoff y, por el otro, a la modernización capitalista del extenso país. Lenin había escrito que de haber continuado la política de Stolypin la Revolución Rusa se hubiera postergado varios decenios. La presencia del industrialista nacionalista en el gobierno de la Revolución Argentina le recordaba a aquella figura. Muchos, muchos años después, ya fallecido el autor del chiste, le pude contar a don Aldo acerca de ese sobrenombre. Su carcajada me expresó que había entendido el matiz entre positivo e irónico que el mismo tenía, a la par de festejar la ocurrencia de Abelardo.

Su obra doctrinaria y académica lo convirtió en un referente de la economía latinoamericana y de todo proceso político de integración. Desde la CEPAL en Santiago de Chile, desde San Pablo o Caracas, Aldo Ferrer intentó machaconamente, tozudamente, explicar una y otra vez los mecanismos económicos de nuestra industrialización y, sobre todo, las trabas que nuestra herencia agro o minero exportadora ponían a la misma. Explicó como nadie y a miles y miles de economistas y políticos, civiles y militares, el papel que una política monetaria jugaba en ese proceso y los peligros de un dólar barato, para todo intento de sustitución de importaciones.

Enemigo declarado y militante del endeudamiento externo planteó una y otra vez, en cuanta oportunidad se le presentaba, la necesidad de vivir con lo nuestro, de extraer de nuestra capacidad productiva los recursos necesarios para el despegue, estabilidad y consolidación de una economía industrial. Enfrentado abiertamente con el liberalismo monetarista, no ahorraba epítetos y desprecio hacia los corifeos locales que llenan los estudios televisivos y la paciencia de sus compatriotas.
Pero además este hombre de corta estatura, de cuidada y no afectada elegancia, con un modo de hablar que recordaba ciertos giros y prosodias de la Argentina de los años '50, era un extraordinario, consuetudinario y leal tanguero, un bailarín de tango de asistencia perfecta, bienvenido por una concurrencia de hombres y mujeres que conocían su fama e importancia y que lo recibían como un milonguero más, entrador y debute. El salón Argentina lo veía llegar todos los martes a media tarde para dar unas vueltas por las pistas con señoras y señoritas que esperaban ser invitadas por un cabezazo de don Aldo.

En sus últimos años recibió y apoyó con entusiasmo el período iniciado con Néstor Kirchner en 2003. Dio consejos y recomendaciones, puso su esfuerzo y saber al servicio de la Patria, como lo había hecho toda su vida. Fue embajador de Cristina Fernández de Kirchner -por quien tenía un especial afecto, casi paternal- en París y se puso al hombro, pasados los 80 años, la dirección del periódico especializado BAE, Buenos Aires Económico, donde sus artículos iluminaban a ministros, funcionarios y políticos.

Aldo Ferrer, en esas picardías que pone Clío a su quehacer, muere el día en que el Congreso de la Nación inicia la discusión de la ley que prohibe abrir o mejorar la oferta en el proceso de canje de bonos en cesación de pagos, llamada Ley Cerrojo. Hasta el último aliento de una vida rica y ejemplar Aldo Ferrer luchó por el desendeudamiento nacional, contra los fondos buitres y contra toda atadura contractual a nuestro desarrollo autónomo y soberano. 

Un mes antes de cumplir los 89 años, don Aldo pegó el portazo. Nos dejó, entre una herencia que nuestros hijos y nietos sabrán aprovechar, las siguientes líneas, tomadas de La Economía Argentina en el Siglo XXI:

En estos primeros años del siglo XXI el país ha resurgido porque fortaleció su densidad nacional en todos los frentes: la inclusión social, la impronta nacional de los liderazgos, la fortaleza institucional y el pensamiento crítico. La posibilidad de navegar a buen puerto en las turbulentas aguas del siglo XXI depende de la consolidación definitiva de la densidad nacional. Si lo logramos, nuestras perspectivas son promisorias, porque el país cuenta con los recursos humanos y materiales necesarios para concretar un gran proyecto de desarrollo nacional”.

Dios dirá - “que está siempre callado”, dice Miguel Hernández- si somos capaces de recoger su optimismo histórico, su confianza en nuestras propias fuerzas y su alegría de combate, en estos días en que las oscuras alas del interés compuesto vuelven a amenazar a nuestra gente.

Don Aldo Ferrer dio de sí todo lo que tenía para darnos. Solo puede haber agradecimiento en su despedida.

Buenos Aires, 8 de marzo de 2016