28 de agosto de 2011

El proyecto artiguista viaja en tren

Algo grande, algo profundo está pasando en nuestros pueblos y en nuestros países.
El presidente del Uruguay visita nuestra provincia del Chaco, se reúne con el gobernador Capitanich y ambos realizan un homenaje al caudillo oriental Jose Gervasio Artigas. El escritor y humorista Luis Landriscina, presente en el acto, se declara “artiguista” y saluda “al general de los pobres, los mestizos y humildes”.

¿Qué sentido tienen estas palabras? ¿No serán, al fin y al cabo, un simple acto protocolar, adecuado para honrar al país del visitante?

No lo creo.

La provincia del Chaco, convertida en tal por el primer gobierno del general Perón, fue, junto con Formosa, uno de los últimos territorios sobre los que, a fines del siglo XIX, se asentó la soberanía del estado argentino. No pertenecían de hecho a las Provincias Unidas del Río de la Plata y la mayoría de su población era indígena. Los criollos que los habitaban era exilados de las guerras civiles, hombres que, como Martín Fierro, huían de las levas y las matanzas mitristas en las provincias del norte y encontraban, entre los llamados salvajes, la paz o el sosiego que no les daban los llamados civilizados. Lejos habían quedado, entonces, las luchas de Artigas y su hijo Andresito Guaycurarú, peleando simultáneamente contra españoles, portugueses y porteños. Era sólo un recuerdo aquel hombre enterrado en San Isidro Labrador de Curuguaty y que había influido durante diez años en un territorio que se extendía desde Misiones al Plata y desde Montevideo hasta Córdoba.

Ninguno de los que, en Resistencia, recordaron a Artigas lo mencionó como un prócer uruguayo, porque nada hubo más lejos de su pensamiento que el pequeño país creado por la intriga británica, los comerciantes montevideanos y la inquina porteña. “Yo ya no tengo patria”, dicen que exclamó al enterarse de la independencia lograda por el Uruguay. Alberto Methol Ferré se reía como un fauno cada vez que pasaba con algún visitante por la enorme estatua de la plaza Independencia de Montevideo. “Mire lo que dice”, invitaba a su acompañante. “Nada más que Artigas. No supieron qué más ponerle, No podían inscribir en el mármol algo así como Padre de la República Oriental del Uruguay, porque hubiera sido un atentado a su memoria. Tampoco podían poner caudillo federal de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que es lo que fue. Así que decidieron no poner más que su apellido. Debe ser el único caso en el mundo, donde una estatua no dice qué fue en vida el homenajeado”, decía Methol, entre irónicas carcajadas.

Y en esta idea de Artigas nos educamos los hombres y mujeres de mi generación. Nos habían hecho creer que era uruguayo, que se enfrentaba al gobierno de Buenos Aires porque quería abrirse de las Provincias Unidas. Que había enviado a sus representantes a la Asamblea del Año XIII con levantiscas indicaciones, inaceptables para los “argentinos”, que eran el resto de los integrantes de ese congreso. Nos enteramos de muy grandes que Mariano Moreno, en su Plan Revolucionario –cuya existencia también ignorábamos- había aconsejado acercarse al capitán de la milicia rural de la Banda Oriental. Y a fuerza de buscar en las bibliotecas supimos de su vida entre los charrúas, de su lucha por la tierra para todos los orientales y de su extraordinaria influencia sobre los caudillos federales de ambas bandas del Uruguay. De grandes, en suma, nos enteramos que Artigas no había sido uruguayo, sino, como lo expresara Lavalleja en su manifiesto, “argentino oriental”.

Y es esto lo que se ha comenzado a reconocer oficialmente en la Argentina. Desde la Cátedra de los Libertadores, de la Secretaría de Cultura de la Nación, Ernesto Jauretche comenzó a desarrollar una serie de homenajes, encuentros y debates sobre don José Artigas –las Jornadas Artiguistas- que ha recorrido las provincias que supieron de su influencia. Y es por eso que cada vez que el presidente uruguayo Pepe Mujica nos visita, los argentinos le hablamos con cariño y admiración del gran oriental. Esa es la razón por la cual uno se define como artiguista.

Y no es sólo en las palabras o en los homenajes. Mañana lunes 29 de agosto de 2011, un tren cruzará el río Uruguay, para que el año que viene, en el bicentenario del Éxodo del Pueblo Oriental, se una Buenos Aires con Paso de los Toros, en el centro de la tierra uruguaya. Y se llama Tren de los Pueblos Libres, de los que fue Protector José Gervasio Artigas.

Algo grande, algo profundo está pasando en nuestros pueblos y en nuestros países. Estamos volviendo, en las condiciones y con las posibilidades del siglo XXI, a aquel proyecto originario de hace doscientos años. En paz y en prosperidad estamos haciendo lo que antes la guerra y la pobreza hicieron imposible: la unión de los pueblos libres.

Buenos Aires, 28 de agosto de 2011

25 de agosto de 2011


Retorno y presencia de Jorge Abelardo Ramos

No hay nada más poderoso que una idea cuyo tiempo ha llegado.

Víctor Hugo

América Latina no es un conjunto de naciones: es una nación deshecha.

Felipe Herrera

En la década del 50 del siglo pasado, Jorge Abelardo Ramos, un joven trotskista de treinta años, publicó un libro titulado “América Latina, un país”. Desde el título, se lanzaba una notoria provocación y se introducía en el debate político de la época. En efecto, para el pensamiento impartido en las universidades, escuelas, academias y diarios de la época ese título movía, en el mejor de los casos, a un displicente gesto de conmiseración ante la ignorancia, torpeza o ligereza intelectual del autor. La idea misma de que nuestro continente fuese un sólo país sólo podía ser el resultado del razonamiento de un orate. Era evidente de toda evidencia que América Latina no era ni podía ser un país. Así como Europa estaba constituida por más de dos decenas de países, con lenguas, religiones, tradiciones culturales, mitologías, gobiernos y ejércitos distintos, nuestro continente también estaba formado por una veintena de países y las relaciones diplomáticas entre ellos eran de la misma naturaleza que las que cada uno de ellos podía tener con Austria o Finlandia.

En sus artículos publicados en el diario Democracia, el presidente Perón, bajo el seudónimo de Descartes, venía planteando la idea de los estados continentales, que luego se plasmaría en el llamado Nuevo ABC. En aquellos años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial, pensar que la Argentina propusiese algún tipo de unión estratégica con alguno de sus vecinos sólo podía ser entendido como una forma de expansionismo o anexionismo. La prensa trasandina, en 1952, interpretaba que detrás de la visita del presidente argentino a su par chileno, Carlos Ibáñez del Campo, subyacía la idea de anexar a su país. De “imperialismo argentino” calificó, por su parte, el magnate de la prensa brasileña Assís de Chateaubriand la propuesta de Perón, en 1953.

León Trotsky, el bolchevique perseguido por Stalin, había escrito en 1934, tres años antes de que la Revolución Mejicana, bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas le diese asilo: “Los países de Sud y Centro América no pueden librarse del atraso y del sometimiento si no es uniendo a todos sus Estados en una poderosa federación. Esa grandiosa tarea histórica no puede acometerla la atrasada burguesía latinoamericana, representación completamente prostituída del imperialismo, sino el joven proletariado latinoamericano, señalado como fuerza dirigente de las masas oprimidas. Por eso, la consigna de lucha contra las violencias e intrigas del capital financiero internacional y contra la obra nefasta de la camarillas de agentes locales, es: ‘Los Estados Socialistas de Centro y Sud América”. De esta visión del revolucionario ruso, iluminada aún por las llamaradas proletarias de Octubre de 1917, Jorge Abelardo Ramos comenzó a desentrañar, hacia el pasado y hacia el futuro, la naturaleza histórica de América Latina. La audaz propuesta de Perón atrajo su atención y, a partir de esos años su mayor preocupación política e intelectual fue desarrollar un sistema de ideas que fundamentase y diese consistencia operativa a la constitución de lo que comenzó a llamar la Nación Latinoamericana.

Ni Perón ni, mucho menos, Ramos fueron escuchados por sus contemporáneos en este punto central. La época había logrado hacer surgir la idea. Pero esta no había logrado encarnarse en las grandes masas, no había logrado convertirse en fuerza material, por radiante que apareciese a la inteligencia de algunos pocos hombres y mujeres. Se necesitaría medio siglo y dolorosas experiencias políticas y sociales para que la idea, lentamente, se convirtiese en un incontenible movimiento de pueblos y estados.

Jorge Abelardo Ramos, cuyos libros lograron convertirse en una especie de best sellers políticos, durante los años '60 y parte de los '70, falleció en 1994. Pocas voces salimos en ese momento al rescate de su ideario, de su pensamiento y de sus obras.

Pero, como el Cid Campeador que logra la victoria después de su muerte, Ramos, sus libros y sus ideas se han convertido en centro y fuente de los apasionantes debates que hoy vive la sociedad argentina. Desde la agudeza y sensibilidad de algún columnista de La Nación, para descubrir el instrumento ideológico hostil a su hegemonía cultural, hasta las nuevas publicaciones oficialistas, como Tiempo Argentino o Miradas al Sur, han descubierto en Ramos la inspiración de muchas de las ideas y propuestas que son impulsadas desde la presidencia de la Nación, sobre todo en materia de diplomacia latinoamericana. El propio ministro de Economía y candidato a vicepresidente, Amado Boudou ha recurrido al conocido aforismo forjado por Ramos para referirse a su punto de vista sobre la Unasur. “Somos argentinos, porque fracasamos en ser latinoamericanos”, declaró el ministro. Casi no pasa semana sin que su nombre o alguna cita suya aparezca en los diarios. Hasta Cristina Fernández de Kirchner comentó, en varias oportunidades, haber votado a Perón, en 1973, con la boleta del Frente de Izquierda Popular. “De rebelde”, habría dicho la presidenta.

La idea, la grandiosa idea de la Nación Latinoamericana ha, por fin, encontrado su cauce en el mundo real. Desde la península de Paraguaná, en el Caribe, hasta la península antártica, en el Pasaje de Drake, es la extensión de ese nuevo protagonista. Ala idea sanmartiniana y bolivariana, que imaginaba Ramos, le ha llegado su tiempo.

Buenos Aires, 25 de agosto de 2011

16 de agosto de 2011

La Corriente Causa Popular

saluda el triunfo de Cristina

Si los candidatos presidenciales de la oposición se embriagan con el festejo de los estrepitosos fracasos kirchneristas en la Capital, Santa Fe y Córdoba, es muy probable que dentro de apenas 20 días se despierten con la resaca implacable de una derrota propia. (Martín Rodríguez Yebra, La Nación, 26 de Julio de 2011)

Los 10.363.319 votos logrados por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner son el testimonio irrefutable del apoyo obtenido por las políticas iniciadas en el año 2003. El pueblo se ha manifestado, con un grado de participación que los monopolios mediáticos habían puesto en duda, por la continuidad y profundización de esas políticas y ha habilitado el camino para la reelección de Cristina.

En la jornada de ayer, el voto popular pasó a retiro a las figuras más preclaras del nefasto neoliberalismo de los noventa y a muchos neoliberales trasvestidos. Sólo bastó que la televisión mostrara el comando electoral del duhaldismo para ver cuántos responsables de la liquidación de nuestra economía industrial y de la desocupación consecuente han sido sepultados por el torrente de votos a Cristina. Desde el propio Eduardo Duhalde hasta el galante Martín Redrado, desde el opaco Eduardo Amadeo hasta el locuaz Alberto Fernández, deberán, después de esta primaria, refugiarse en la tibieza de las pantuflas, en los juegos con los nietos o, quien lo prefiera, en la pantalla de supuestos romances mediáticos. Pero la actividad política como expresión de los deseos populares les ha sido vedada por la expresión de esos mismos deseos.


La íntegra señora Graciela Ocaña ha terminado sus días en la política en la poco honrosa compañía de Francisco de Narváez y Javier González Fraga, mientras Pino Solanas se aleja cansinamente hacia la inexorable entropía y la digna profesora impulsada por él a una imposible candidatura presidencial queda fuera de las elecciones.

El "cordobesismo" de José Manuel de la Sota quedó reducido a un 4 o 5 % del electorado cordobés y el socialismo santafesino no pudo ganar el primer puesto ni siquiera en su provincia.
El PRO, el sector más conservador y explícitamente liberal de la política argentina, carece de candidato presidencial, mientras su jefe Mauricio Macri saluda a la presidenta vestido en bermudas desde un crucero en el Mediterráneo.

La otrora altiva Mesa de Enlace -el grupo de empresarios rurales encabezado por la Sociedad Rural- ha desaparecido de la escena y sus miembros son incapaces de ganar ni siquiera en el barrio donde viven.

Por su parte, la infantería del periodísmo mercenario, encabezada por Grondona, Morales Solá, Nelson Castro y congéneres, luego de haber inflado a sus candidatos brindándoles toda su logística de combate en los titulares de los diarios y los zócalos televisivos, al ver el resultado electoral, los declara ineptos y perimidos, sometiéndolos a una segunda muerte. Vale simplemente recordarles que “cuando uno se arrastra como gusano, no tiene derecho a quejarse cuando lo pisan”.

Este es el cuadro que, a grandes rasgos, ha determinado el resultado electoral de ayer. Despejadas las dudas, disueltas las operaciones provocativas de la prensa monopólica, los argentinos marchamos hacia las elecciones de octubre con la seguridad de contar con una candidata presidencial que cuenta hoy con más del 50 % del electorado y que, generosa y patrióticamente, ha llamado a los argentinos a estrechar filas , frente a los nubarrones que oscurecen el panorama económico internacional.

La Corriente Causa Popular saluda con alegría y entusiasmo este gran triunfo. Por primera vez el proyecto nacional y popular logrará gobernar por más de diez años.

Buenos Aires, 16 de agosto de 2011


MESA NACIONAL de la
CORRIENTE CAUSA POPULAR

Luis Gargiulo (Necochea), Julio Fernández Baraibar (Cap. Fed.), Eduardo Fossati (Cap. Fed.), Juan Osorio (GBA), Cacho Lezcano (GBA), Marta Gorsky (Gral. Roca), Eduardo Gonzalez (Córdoba), Ismael Daona (Tucumán), Tuti Pereira (Santiago del Estero), Ricardo Franchini (Córdoba), Liliana Chourrout (GBA), Oscar Alvarado (Azul); Ricardo Vallejos (Cap. Fed.), Elio Salcedo (San Juan), Alfredo Cafferata (Mendoza), Rolando Mermet (Cap. Fed.) y Horacio Cesarini (GBA).

Agrupación Arturo Jauretche - Jujuy


13 de agosto de 2011


La Unasur rescata la creación del chileno Felipe Herrera

La reunión de ministros de Economía del Unasur, realizada en Buenos Aires el 12 de agosto de 2011, silenciada torpemente por los grandes monopolios informativos, ha sido uno de los jalones más importantes en la consolidación de nuestro gran bloque continental.
Ante el pavoroso desarrollo de la crisis general del sistema imperialista basado en el capitalismo financiero, nuestra región ha respondido como nunca antes en nuestra historia pudo hacerlo.

La crisis del año 1929 sacudió todas nuestras economías sin control alguno, generó una ola de desocupación y empobrecimiento que aún hoy recuerdan los más ancianos y dio inicio a una dolorosa y espontánea migración hacia las grandes ciudades de millones de hombres y mujeres que habían perdido toda esperanza en sus pagos natales.

Por primera vez esta crisis, que eclipsa en poder destructor a la de aquellos años, encuentra a nuestro continente en un exitoso proceso de integración y unificación política y económica. La idea del blindaje de Suramérica, para evitar que la producción industrial excedente y los capitales especulativos se vuelquen a nuestros mercados nacionales, complicando el lento camino de recuperación iniciado en la última década, tuvo una respuesta unánime. Tanto Argentina, Brasil y Venezuela, como Colombia, Perú y Ecuador han acordado medidas, con el resto de los países de la región, que impidan la contaminación de nuestras economías y el resguardo de las mejorías alcanzadas por nuestros pueblos.


En ese marco es que se ha discutido el replanteamiento del papel que debe jugar el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), al considerar que, más allá de la creación, en un plazo más mediato del Banco del Sur -dificultado por los complejos trámites políticos y administrativos- la región debe tomar en sus manos aquel instituto que creara, en 1960, el insigne chileno Felipe Herrera.

Vale la pena recordar quien fue este gran patriota latinoamericano.

El abogado y economista Felipe Herrera nació en Valparaíso en 1922, fue militante del Partido Socialista, primero, y del Partido Socialista Popular, posteriormente. En 1953 fue nombrado ministro de Hacienda por el presidente Carlos Ibáñez del Campo, en el mismo año en que Perón, desde Buenos Aires lanza su proyecto del Nuevo ABC. El joven ministro se convirtió en un admirador de la propuesta integradora del presidente argentino, a punto de que Alberto Methol Ferré lo considera el principal discípulo y continuador del ideario continental de Perón. Puede decirse, sin exagerar, que a partir de 1955, fue el chileno Felipe Herrera quien desde los libros, la acción política y diplomática continuó esos proyectos disueltos con la caída de Perón ese año y el suicidio del brasileño Getulio Vargas en el año 1954, en el momento en que el imperialismo norteamericano se despliega en el continente. En sus memorias, escribe Herrera: “Hasta ese momento (finales de los años cincuenta) la política norteamericana frente a América Latina estaba fundada en tres objetivos globales y permanentes: prevenir cualquier alineamiento de algún país del hemisferio con una potencia rival; asegurar la presencia económica de los Estados Unidos en América Latina, y procurar el establecimiento de regímenes estables en Latinoamérica, lo que en muchos países se tradujo en la instalación de prolongadas dictaduras”.


El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) fue el resultado de los ingentes trabajos de Felipe Herrera en la búsqueda de la integración de nuestra región. Fue creado originalmente con la finalidad de financiar las grandes obras de infraestructura que nuestro continente reclamaba para la modernización de sus economías primarias y el intercambio en el seno de la región. Detrás de su construcción estaba el convencimiento de Herrera en las posibilidades de la Nación Latinoamericana. Decía en su discurso “Integración económica y reintegración política”, pronunciado en Salvador de Bahía, en agosto de 1962: “No es una entidad ficticia la nación latinoamericana. Subyace en la raíz de nuestros Estados modernos, persiste como fuerza vital y realidad profunda. Sobre su singular material indígena, diverso en sus formas y maneras pero similar en su esencia, lleva el sello de tres siglos de dominación ibera. Experiencia, instituciones, cultura e influencias afines la formaron desde México hasta el Estrecho de Magallanes. Así, unitaria en su espíritu y en su fuerza, se levantó para su independencia”.


La presión norteamericana y la deserción de gran parte de las burguesías latinoamericana a la causa de la independencia económica del continente fueron convirtiendo a la creación del doctor Felipe Herrera en un instrumento del imperialismo norteamericano. Las sucesivas direcciones, posteriores a las del fundador, resistieron, en el mejor de los casos, los designios yanquis, convirtiéndose en voceros de intereses que no eran respetados en las decisiones financieras de la entidad.
Que la reunión de ministros de Economía de la Unasur hayan decidido rescatar esta institución hace evidente que la prédica de Felipe Herrera, colaborador del gobierno de Salvador Allende derrocado en 1973, no fue en vano. El ministro brasileño Guido Mantegna ha declarado: “El BID ha otorgado un financiamiento importante hacia América Latina, pero fue desvirtuado a lo largo del tiempo, y no es controlado por los países latinoamericanos. Debería ser el Fondo Monetario de los países latinoamericanos”.

No era otro el pensamiento y el deseo del chileno Felipe Herrera. A quince años de su muerte América del Sur se está reencontrando con este precursor, al que el predominio del Consenso de Washington sepultó en un injusto olvido.


Con la asunción de nuestros destinos, comenzamos también a asumir nuestro gran pasado y sus héroes.

Buenos Aires, 13 de agosto de 2011