25 de agosto de 2011

Retorno y presencia de Jorge Abelardo Ramos


Retorno y presencia de Jorge Abelardo Ramos

No hay nada más poderoso que una idea cuyo tiempo ha llegado.

Víctor Hugo

América Latina no es un conjunto de naciones: es una nación deshecha.

Felipe Herrera

En la década del 50 del siglo pasado, Jorge Abelardo Ramos, un joven trotskista de treinta años, publicó un libro titulado “América Latina, un país”. Desde el título, se lanzaba una notoria provocación y se introducía en el debate político de la época. En efecto, para el pensamiento impartido en las universidades, escuelas, academias y diarios de la época ese título movía, en el mejor de los casos, a un displicente gesto de conmiseración ante la ignorancia, torpeza o ligereza intelectual del autor. La idea misma de que nuestro continente fuese un sólo país sólo podía ser el resultado del razonamiento de un orate. Era evidente de toda evidencia que América Latina no era ni podía ser un país. Así como Europa estaba constituida por más de dos decenas de países, con lenguas, religiones, tradiciones culturales, mitologías, gobiernos y ejércitos distintos, nuestro continente también estaba formado por una veintena de países y las relaciones diplomáticas entre ellos eran de la misma naturaleza que las que cada uno de ellos podía tener con Austria o Finlandia.

En sus artículos publicados en el diario Democracia, el presidente Perón, bajo el seudónimo de Descartes, venía planteando la idea de los estados continentales, que luego se plasmaría en el llamado Nuevo ABC. En aquellos años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial, pensar que la Argentina propusiese algún tipo de unión estratégica con alguno de sus vecinos sólo podía ser entendido como una forma de expansionismo o anexionismo. La prensa trasandina, en 1952, interpretaba que detrás de la visita del presidente argentino a su par chileno, Carlos Ibáñez del Campo, subyacía la idea de anexar a su país. De “imperialismo argentino” calificó, por su parte, el magnate de la prensa brasileña Assís de Chateaubriand la propuesta de Perón, en 1953.

León Trotsky, el bolchevique perseguido por Stalin, había escrito en 1934, tres años antes de que la Revolución Mejicana, bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas le diese asilo: “Los países de Sud y Centro América no pueden librarse del atraso y del sometimiento si no es uniendo a todos sus Estados en una poderosa federación. Esa grandiosa tarea histórica no puede acometerla la atrasada burguesía latinoamericana, representación completamente prostituída del imperialismo, sino el joven proletariado latinoamericano, señalado como fuerza dirigente de las masas oprimidas. Por eso, la consigna de lucha contra las violencias e intrigas del capital financiero internacional y contra la obra nefasta de la camarillas de agentes locales, es: ‘Los Estados Socialistas de Centro y Sud América”. De esta visión del revolucionario ruso, iluminada aún por las llamaradas proletarias de Octubre de 1917, Jorge Abelardo Ramos comenzó a desentrañar, hacia el pasado y hacia el futuro, la naturaleza histórica de América Latina. La audaz propuesta de Perón atrajo su atención y, a partir de esos años su mayor preocupación política e intelectual fue desarrollar un sistema de ideas que fundamentase y diese consistencia operativa a la constitución de lo que comenzó a llamar la Nación Latinoamericana.

Ni Perón ni, mucho menos, Ramos fueron escuchados por sus contemporáneos en este punto central. La época había logrado hacer surgir la idea. Pero esta no había logrado encarnarse en las grandes masas, no había logrado convertirse en fuerza material, por radiante que apareciese a la inteligencia de algunos pocos hombres y mujeres. Se necesitaría medio siglo y dolorosas experiencias políticas y sociales para que la idea, lentamente, se convirtiese en un incontenible movimiento de pueblos y estados.

Jorge Abelardo Ramos, cuyos libros lograron convertirse en una especie de best sellers políticos, durante los años '60 y parte de los '70, falleció en 1994. Pocas voces salimos en ese momento al rescate de su ideario, de su pensamiento y de sus obras.

Pero, como el Cid Campeador que logra la victoria después de su muerte, Ramos, sus libros y sus ideas se han convertido en centro y fuente de los apasionantes debates que hoy vive la sociedad argentina. Desde la agudeza y sensibilidad de algún columnista de La Nación, para descubrir el instrumento ideológico hostil a su hegemonía cultural, hasta las nuevas publicaciones oficialistas, como Tiempo Argentino o Miradas al Sur, han descubierto en Ramos la inspiración de muchas de las ideas y propuestas que son impulsadas desde la presidencia de la Nación, sobre todo en materia de diplomacia latinoamericana. El propio ministro de Economía y candidato a vicepresidente, Amado Boudou ha recurrido al conocido aforismo forjado por Ramos para referirse a su punto de vista sobre la Unasur. “Somos argentinos, porque fracasamos en ser latinoamericanos”, declaró el ministro. Casi no pasa semana sin que su nombre o alguna cita suya aparezca en los diarios. Hasta Cristina Fernández de Kirchner comentó, en varias oportunidades, haber votado a Perón, en 1973, con la boleta del Frente de Izquierda Popular. “De rebelde”, habría dicho la presidenta.

La idea, la grandiosa idea de la Nación Latinoamericana ha, por fin, encontrado su cauce en el mundo real. Desde la península de Paraguaná, en el Caribe, hasta la península antártica, en el Pasaje de Drake, es la extensión de ese nuevo protagonista. Ala idea sanmartiniana y bolivariana, que imaginaba Ramos, le ha llegado su tiempo.

Buenos Aires, 25 de agosto de 2011

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