17 de diciembre de 2021

1942



1942 fue un año de agonía en la Argentina. En marzo de ese año había fallecido Marcelo Torcuato de Alvear, el radical galerita que había capitulado ante el régimen oligárquico de la Década Infame. En enero del año siguiente, moriría Agustín P. Justo. “Desaparecían así de la escena las dos figuras más funestas de la Década Infame: Justo y Alvear, la medalla y la contramedalla del sistema moribundo”, relata con magistral pluma Jorge Abelardo Ramos1.

En julio del mismo año muere, ciego e incapaz, Roberto Marcelino Ortiz, quien fuera ungido presidente por la Concordancia, la alianza de los radicales antipersonalistas con los conservadores, después de un escandaloso fraude. El presidente era, en reemplazo, el catamarqueño Ramón Antonio Castillo, un abogado y juez conservador de San Nicolás, que condenó al célebre gaucho Hormiga Negra por un crimen que no había cometido, y que tuvo sus lauros académicos llegando ser decano de la Facultad de Derecho de la UBA, la mayor incubadora de pensamiento antinacional del país.

La 2° Guerra Mundial se estaba desarrollando a pleno y aún no era seguro cual de los dos bandos saldría airoso. Todo el sistema dominante se sentía hermanado con los aliados y, sobre todo, con el Reino Unido y Francia, considerados entonces el non plus ultra político y cultural. Como también ha escrito, con vívidos colores, Jorge Abelardo Ramos:

Agentes británicos, radicales cadistas, stalinistas apátridas, diplomáticos del imperio, hipócritas amaestrados de la judicatura, las <<fuerzas vivas>> y la universidad colonial, desteñidos socialistas, intelectuales dóciles y profesionales del fraude dominaban con su estrépito venal a la Argentina de 1942. La democracia inglesa y las homilías de Roosevelt, la verba desafiante de Churchill en los Comunes y el genio militar de Stalin, los tres compases de la Quinta Sinfonía y la V de la Victoria, constituían la simbología de la República Oligárquica que marchaba hacia su ocaso”2.

La situación, brevemente descripta, encajaba como un guante en la célebre reflexión de Gramsci: El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

Mientras que en Europa y en el Pacífico se disputaba la hegemonía internacional para los próximos cien años y el viejo mundo colonial anglo-francés se disolvía ante la emergencia de dos nuevos jugadores -EE.UU. y la URSS-, la Argentina profunda sufría cambios estructurales, silenciosos, ocultados por los titulares de los grandes diarios, y el viejo régimen inglés se disolvía en la impotencia. Los instrumentos generados por el movimiento nacional y popular de 1916 habían comenzado a agotarse. El radicalismo, que con sus claroscuros había logrado incorporar a la política argentina a los restos de las viejas luchas federales y una vasta clase media de inmigrantes y primeros hijos argentinos que se constituyeron en su base social, ya había alcanzado sus límites dentro de la Argentina agroexportadora, dominada por los dueños de la tierra de la pampa húmeda y el sistema exportador-importador. Algo nuevo estaba reclamando la política, que, como la física, aborrece el vacío. Pero nadie, en 1942, podía describir o explicar qué era eso nuevo que no terminaba de nacer.

El otro día le comenté a un amigo que tenía la sensación de que estábamos viviendo un fin de un largo ciclo político, que estamos inmersos en un mundo con puntos de contacto con aquel del año 1942.

El mundo en una crisis de hegemonía

Por un lado, en la escena internacional se ha puesto nuevamente en discusión la hegemonía.

En la década del '40 del siglo pasado, el Reino Unido se retiraba como el gran imperio colonial que supo forjar entre el reinado de Isabel I y la independencia de la India, en 1947. Su poder en los mares había sido reemplazado por otra potencia talasocrática -que había sido su colonia-, su capacidad industrial era desplazada por la infinita capacidad de los Estados Unidos, cuya estructura económica salía indemne de la guerra, mientras Europa quedaba en manos del Plan Marshall. La Argentina, que a partir del golpe de estado oligárquico contra Hipólito Yrigoyen, en 1930, se había convertido en una especie de Sexto Dominio británico, con un banco central creado por la plutocracia inglesa, perdía su horizonte estratégico. Si los aliados ganaban la guerra, como era el deseo manifiesto del establishment argentino -no olvidar que siempre ha sido “democrático” y “antitotalitario”-, ya no sería la Union Jack quien dominaría los mercados internacionales, sino la más plebeya bandera de las estrellas y las barras, el símbolo nacional de ese país que producía el mismo trigo, el mismo maíz, la misma carne que nuestra pampa húmeda. Y, en palabras del ministro de Hacienda del fraudulento Agustín P. Justo, Federico Pinedo, “Nosotros somos pequeños satélites en la órbita de las grandes naciones mundiales”. Entonces, como hubiera dicho el Chapulín Colorado, de haber existido: “¿Quién podrá defenderme?”

Hoy estamos atravesando un enfrentamiento político, económico y, por ahora tangencialmente, militar entre una potencia declinante, como los EE.UU., y un grupo de países, encabezados por China, que han logrado generar el más extraordinario desarrollo económico, científico y social de los últimos cuarenta años. Pero que además ha ocupado el lugar del nicho que para nuestra economía agroexportadora tenía el Imperio Británico: son nuestros principales clientes. Y ello, sin convertirse en nuestro principal proveedor de importaciones industriales, ni estableciendo un vínculo orgánico con ninguna clase social predominante en el país, como sí lo hizo la Vieja Raposa, como llamaba León Felipe a Inglaterra. Dispersadas las nubes ideológicas que dificultaban la comprensión de la Guerra Fría, hoy los EE.UU -bajo la presidencia demócrata- en la OTAN son la cabeza de un ariete provocador que busca generar condiciones bélicas en Europa Oriental, fundamentalmente en la frontera rusa. Mientras que, en el Mar de la China, la flota norteamericana genera permanentes roces y provocaciones que tienen como objetivo forzar a China a alguna medida militar contra Taiwan, que es simplemente un protectorado yanqui.

Eso, por un lado, favorece la capacidad de la Argentina para resolver sus cuestiones intestinas, ya que ha sido siempre en los momentos de crisis de hegemonía cuando las fuerzas nacionales han encontrado espacio para desplegarse. Pero, por otro lado, el declinar norteamericano, su, por así decir, repliegue hace que se le vuelva estratégico su patio trasero. Esto es lo que generó el endurecimiento del gobierno de Trump hacia América Latina, a la par que relajaba las tensiones en Asia y Medio Oriente.

Esto en el plano de la política internacional.

La Argentina en una crisis de hegemonía

En el plano interno los argentinos nos encontramos también, a mi modo de ver, en un fin de ciclo largo.

¿Qué quiero decir con esto?

Por un lado, el espectáculo de la oposición es absolutamente novedoso. Aún cuando los medios siempre cumplieron un importante papel en la imposición de criterios políticos e ideológicos generados por los sectores dominantes, nunca como ahora esto había alcanzado el grado de cinismo, hipocresía, falsedad y desinformación que hoy produce. Aquel antiguo “dice La Nación, dice La Prensa”, que Arturo Jauretche incluyó en sus Zonceras, hoy es un bombardeo cotidiano de 24 horas sobre un público confundido, en crisis, aislado y profundamente ideologizado, aunque crea que es tan solo sentido común. La Unión Cívica Radical es un partido de alcance nacional que está presidido por un gobernador cuyo principal mérito es haber metido presa a una dirigente social, pobre, mestiza y mujer, que construyó un prodigioso sistema de bienestar para los hombres, mujeres y niños de los sectores invisibles de Jujuy. Gerardo Morales, el carcelero de Milagro Sala, es hoy el jefe del partido de Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen y Amadeo Sabattini, el partido de Hipólito Solari Yrigoyen, de Mario Amaya y de Sergio Karakachoff, asesinados por la dictadura cívico militar por defender a detenidos políticos y denunciar sus crímenes.

Los restos del naufragio de ese partido histórico hoy tomaron una decisión criminal. Junto con los agentes del capital financiero internacional, con los generadores de la más gigantesca deuda externa de la historia, que llevaron al país a un horrible desaguisado que significó desocupación, cierre de empresas, disminución del salario e inflación, dejaron al gobierno sin presupuesto para el año 2022 y en el medio de una difícilísima discusión con el Fondo Monetario Internacional, por una deuda que el gobierno no contrajo.

Una Corte Suprema de Justicia, con solo cuatro miembros, dos de los cuales fueron designados por decreto presidencial -aunque luego fueron nombrados por el Senado-, sin que se les cayese la cara de vergüenza, sancionaron la inconstitucionalidad de una ley dictada hace quince años, para reconstruir el corrupto sistema que el menemismo aplicó en la conformación y funcionamiento del Consejo de la Magistratura. Esta miserable Corte, cuestionada y con miembros seriamente sospechados, se erige en un suprapoder con el mero propósito de imponerse sobre el Poder Ejecutivo.

Y por último, un sistema de partiditos de izquierda, gritones y quilomberos que, al final del día, terminan votando con el capital financiero, el sistema exportador y los más ricos de la sociedad argentina en el Congreso de la Nación. Hijos putativos de Juan B. Justo y Nicolás Repetto, repetidores incansables de fórmulas ajenas a la realidad del país, esa izquierdita cipaya, que como bosta de paloma ensucia pero no da olor, completan el cuadro de la oposición al gobierno.

El oficialismo

Intuyo que el sistema instrumental político y económico que el movimiento nacional encontró en su despliegue a partir de aquel año 1942 está agonizando. Por un lado, la estructura de la sociedad argentina ya no es la de aquellos años. Ni siquiera es la de la década del '70 del siglo pasado. Los 7 años de la dictadura liberal cívico militar, los diez años de menemismo y la yapa del inepto pero destructivo gobierno de de la Rúa, y los cuatro años de macrismo han generado una dictadura del capital financiero, una desnacionalización completa del propio sistema financiero y un proceso de concentración monopólica, a los que los doce años de gobierno peronistas de Néstor y Cristina no pudieron terminar de desmontar y neutralizar. Los sectores altos y medios -y medios hasta niveles bastante bajos de los índices de ingreso- tienen un perfil de consumo que no condice con las reales condiciones económicas del país.

Para ponerlo en un solo ejemplo. Es casi increíble el nivel de fetichización que ha asumido el dólar en el espíritu de muchos de nuestros compatriotas. Es un bien importado más, es como un frasquito de Carolina Herrera o un paraguas de James Smith & Sons. Algo que se produce fuera de nuestras fronteras, con la única diferencia, con los ejemplos dados, que lo necesitamos para pagar la descomunal deuda que nos dejaron los anteriores inquilinos de la Casa Rosada, para los insumos que necesita nuestra producción y como reservas para mantener nuestro tipo de cambio. Es necesario, por lo tanto, evitar que se conviertan en alguna de las dos mercancías nombradas -o cualquier otra-, que, de hecho, no nos sirven para nada como comunidad humana, como sociedad.

En este país no se le prohibe a nadie que, por ejemplo, viva en Palermo Chico, si cuenta con el dinero suficiente para comprar allí una casa, pagar los impuestos y gravámenes correspondientes y las comisiones del caso. De la misma manera, tampoco se le niega a nadie su derecho a viajar al exterior si está en condiciones de adquirir esa mercancía llamada dólar -repito, el dólar en Argentina es una mercancía importada más- con los impuestos, recargos, gravámenes y comisiones que la legislación establece sobre la misma.

La Argentina necesita, imperiosamente, hacer crecer sus exportaciones, multiplicar sus rubros exportables, aprovechar todas las posibilidad de generar dólares que permitan sortear el eterno cuello de botella del sector externo, las crisis stop and go de la sustitución de importaciones. El crecimiento y desarrollo del mercado interno no puede ser más la única respuesta. Es necesario impulsar sectores de la actividad industrial y de servicios dirigidos a la exportación. El ejemplo del INVAP es, en ese sentido, paradigmático. El estado creó allí las condiciones para un desarrollo científico tecnológico que genera la producción de exportaciones de alto valor agregado.

Es obvio que todo esto debe ser acompañado por una política fiscal, de finanzas y aduanera que impida la fuga de capitales, el contrabando de commodities o los fraudes con las cartas de embarque.

La Argentina necesita imperiosamente ser reindustrializada, de modo de absorber paulatinamente tanto a los compatriotas desocupados, como a los que trabajan en negro y bajo distintas formas de explotación sin control por parte del estado y los sindicatos.

Estoy convencido que debemos recuperar con tasas “chinas” nuestra capacidad industrial y que, por lo tanto, debemos profundizar nuestra capacidad industrial exportadora. Vaca Muerta es el ejemplo. Tenemos la obligación histórica de generar, en el medio de esta desesperante crisis, las condiciones que permitan la explotación a pleno de las riquezas argentinas. Son ridículas y antinacionales las resistencias a la gran minería, a la ganadería porcina en criaderos, a la cría de salmones. La Patagonia no puede ser solamente un paisaje pintoresco o bello. Ahí hay condiciones para grandes explotaciones extractivas mineras, petroleras y gasíferas y sus correspondientes derivados industriales. Están los yacimientos de litio y la capacidad argentina de producir baterías que permitiría valor agregado a nuestra producción y a la de Bolivia.

Repito, lo dicho al principio de esta nota que se ha alargado por demás. Hay en el aire, para quien quiera percibirlo, algo como un final de ciclo largo, lo que implica el comienzo de otro. Obviamente no sabemos por donde saldrá nuevamente el topo. Pero en el seno del pueblo argentino algo está por nacer.

Buenos Aires, 17 de diciembre de 2022.



1La Factoria Pampeana, tomo IV de Revolución y Contrarrevolución en la Argentina. Jorge Abelardo Ramos. Edición del Senado de la Nación, Buenos Aires, 2006, pág. 296.

2Idem, pág. 294. 

6 de diciembre de 2021

La posguerra del Covid

Voy a dejar grabada para siempre mi opinión acá. El futuro dirá si me equivoqué.

Este momento, diciembre de 2021 en adelante, debe ser considerado por el pueblo argentino como un período de "posguerra". Estamos saliendo de un conflicto que, en cierto sentido, para la humanidad en su conjunto, ha sido similar al de una guerra que, por otra parte, en algunas regiones aún no ha terminado. Puedo agregar que, de alguna manera, ha sido peor que una guerra en lo que hace a la economía mundial o, si prefieren, occidental. Una guerra, como la 2° Guerra Mundial, por ejemplo, no paralizó la producción industrial. Por el contrario, siendo la guerra una monstruosa máquina consumidora y destructora, las industrias de los países en conflicto no cesaron de producir mercancías destinadas a la guerra, desde vehículos y armas hasta uniformes y caramañolas. Solo el bombardeo -llamado estratégico, por los teóricos de la guerra (ver Basil Liddell Hart)- de fábricas y centrales energéticas detuvo la producción para la guerra.

En este caso no fue así. El conjunto del sistema capitalista globalizado sintió la más poderosa caída de la producción de mercancías que se tenga memoria. Ninguna de las cíclicas y tradicionales crisis de sobreproducción puede compararse con lo que fue la industria mundial en los años 2020 y 2021. Los trabajadores dejaron de ir a su lugar de trabajo y esa ausencia, además de dejar en claro cuál es la clase social que verdaderamente produce la riqueza global, determinó el cese de toda generación de riqueza industrial.

Si esto ocurrió en sociedades industriales pujantes, como la alemana o la china, imaginemos lo que produjo en una sociedad como la Argentina, que había comenzado a sufrir el flagelo de la caída de la producción industrial, el cierre de empresas y la desocupación con los nefastos cuatro años del gobierno del capital financiero presidido por Mauricio Macri. Pero a eso debemos sumarle el inconcebible e irresponsable endeudamiento con el FMI que ha impuesto un corsé de hierro al desenvolvimiento futuro de nuestras capacidades productivas y al manejo independiente y soberano de nuestro propio desarrollo económico.

Si esta situación, con un empobrecimiento general de la sociedad en todos los niveles que no forman parte de la élite agro exportadora, financiera e industrial monopólica y concentrada, no es percibida como similar a una posguerra es, simplemente, porque los argentinos nunca vivimos una verdadera posguerra. La finalización de la 2° Guerra Mundial nos encontró con acreencias contra una de las potencias triunfantes y un mundo que requería de nuestra producción primaria. Eso le permitió a Perón, por un lado, nacionalizar los FF.CC. y, por el otro, poner en marcha un proceso de industrialización basado en el crecimiento del mercado interno.

No es el caso de esta posguerra. Entramos a esta posguerra con una piedra gigantesca colgada del cuello. La suma de la deuda externa al sector privado y al FMI superaba los 100 mil millones de dólares. El diario El País, de Madrid, informó en su edición del 20 de agosto de 2020:

“Argentina cerró con éxito la reestructuración de su deuda en dólares con acreedores privados. El 93,5% de los tenedores de bonos aceptaron la oferta gubernamental y el efecto de arrastre de las cláusulas de acción colectiva elevó el porcentaje al 99%. La práctica totalidad de una deuda de casi 68.000 millones de dólares será canjeada este mes por nuevos bonos, con menores intereses (del 7% al 3,07% anual en promedio) y vencimientos más largos. El país ahorrará gracias a ello unos 37.000 millones de dólares, según el ministro de Economía, Martín Guzmán”[1].

Esta medida no produjo el alborozo que merecía. Fue en medio de la pandemia, mientras la oposición se oponía cerrilmente a toda medida sanitaria, lanzaba a la calle a hordas de zombis paranoicos, antivacunas, terraplanistas, conspiranoicos de youtube y ancianos y ancianas embriagados con clonazepam y TN.

Quedó para negociar la inicua y gigantesca deuda con el FMI. El periodista Claudio Scaletta ha publicado hoy mismo una nota en El Destape Web donde afirma claramente:

“El FMI es la herramienta que tiene el Occidente desarrollado para imponer a los países endeudados no sólo los lineamientos principales de su política económica, sino también su política exterior y la distribución del ingreso entre el capital y el trabajo”[2].

Esto, hoy por hoy, es casi una obviedad. Es más, podríamos decir que esa fue la razón última de este endeudamiento suicida. Y esa fue la razón por la cual Néstor Kirchner, que contaba en el Banco Central con unos 27 mil millones de dólares de reserva, decidió quemar 9.810 millones de dólares para pagar la deuda con el FMI y lograr que durante casi diez años no pusiera sus zarpas en nuestro país.

Pero, la situación que hoy vivimos es completamente distinta. La cifra que debemos es seis veces mayor que la de entonces. Y nuestras reservas son apenas el doble que las de entonces (41 mil millones de dólares). Como todas las economías del mundo, la Argentina sufrió un enorme retroceso en su capacidad productiva, sobre todo en el sector industrial urbano, ante el repliegue de la fuerza laboral a su propia casa y la caída de toda la actividad comercial. El conjunto de la clase obrera (con CUIT, con CUIL o en negro) dejó de producir, cayeron las ventas, cesó (aún con paliativos) la cadena de pagos y el conjunto de nuestra economía se debilitó sustancialmente. Sobre el desastre que significaron los cuatro años de Macri, vino la devastación de la pandemia.

La Argentina no está en condiciones de revolear el poncho y generar un default al FMI. Eso solo produciría, en lo inmediato y por un largo tiempo, una brutal caída de todo el sistema financiero y productivo argentino, enviando a la pobreza a millones de compatriotas que se sumarían al ya alto 42% de pobres que hoy registra nuestra sociedad. No es económicamente viable ni políticamente posible. Cuando decimos que no es políticamente posible nos referimos a que las mayorías populares no nos acompañarían, porque no existe el liderazgo capaz de movilizar esas voluntades. La disolución del estado nacido de la Revolución de Octubre, la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, produjo una profunda crisis económica y, en cierto sentido, política en Cuba. La situación en aquellos años tenía, también, muchos de los rasgos de una posguerra. La respuesta de la conducción cubana fue el llamado “período especial” que tuve oportunidad de experimentar. El transporte público estaba destruido, la inmensa mayoría de la población carecía de dinero y los negocios carecían de productos para vender. Sin embargo, sobrevivía en Cuba un fuerte liderazgo político, reconocido y aceptado por la mayoría de la población, que fue capaz de conducir al conjunto social de la isla por el terriblemente difícil camino de la escasez, el racionamiento y la sensación de derrumbe. Es impensable que la sociedad argentina actual sea capaz de atravesar una situación similar.

De manera que, en mi opinión, la única salida es lo que ha venido haciendo el gobierno de Alberto Fernández, negociar el mejor acuerdo posible, el que nos permita seguir creciendo, aumentar las reservas, generar dólares capaces de responder a la demanda industrial de importaciones tendientes a nuevos niveles de productividad, en fin, un acuerdo que traiga en el menor plazo posible un nuevo bienestar a nuestro pueblo, mejores niveles salariales y mayor ocupación industrial y de servicios.

Personalmente estoy convencido de que no sirven para nada, más que para satisfacer una vocación agitacionista, los planteos acerca de judicializar la deuda con FMI -¿ante qué tribunal? es una de las preguntas- o propuestas similares a un gobierno que no es políticamente fuerte, en un contexto de debilidad regional.

Estamos en una situación de posguerra, pero la posguerra de un país que perdió esa guerra.

En 1945, Finlandia se encontraba en una situación angustiante. Ocupada por el Ejército Soviético, la URSS le exigía unos 570 millones de dólares de la época, como reparación de guerra, bajo la amenaza de incorporarla a la federación soviética, como hizo con los países bálticos como Estonia, Letonia y Lituania. En febrero de 1947 el presidente Juho Kusti Paasikivi firma con la URSS el Tratado de Paz de París, que significó la limitación del tamaño de las fuerzas armadas finlandesas, la cesión a la Unión Soviética del área de Petsamo en la costa del Ártico, el arrendamiento de la península de Porkkala, en Helsinki, a los soviéticos como base naval, durante 50 años y 300 millones de dólares en oro a cuenta de la reparación. Ese acuerdo significó para la clase trabajadora finlandesa la entrega de un porcentaje -del orden del 20 %- de su salario al pago de las obligaciones con los rusos. Ello le permitió a Finlandia su independencia política, no ser ocupada por el Ejército Rojo, mantener su sistema de república parlamentaria, si bien tuvo prohibido unirse a la OTAN. Por otra parte, le significó también ser la puerta de entrada de la Unión Soviética para la tecnología occidental y proveedora de la misma. Ese es el núcleo del desarrollo tecnológico industrial de Finlandia, un país básicamente campesino en 1945, donde miles de fineses debieron emigrar por años a Suecia en busca de mejores trabajos.

Con este ejemplo quiero tan solo describir cómo es y que ha ocurrido en una situación de posguerra. Los maravillosos documentos cinematográficos de Roberto Rosellini, “Roma, Ciudad Abierta” y “Alemania Año Cero” dejaron plasmados para siempre en el celuloide los terribles años posteriores a la caída de Berlín.

El gobierno, como también dice Claudio Scaletta en el artículo citado, ha continuado con la política económica que comenzó en 2019. Ello ha significado un crecimiento notable de la tasa de producción, ni bien los efectos de la pandemia tendieron a disiparse por, también hay que mencionarlo, la gran campaña de vacunación llevada adelante por el gobierno. Da la impresión que las cifras de la construcción, de la industria automotor y de la obra pública no tienen impacto en nuestra propia opinión pública. Como dice Scaletta:

La mayoría de los sectores clave de la economía comenzaron a reaccionar rápidamente gracias al estímulo de la demanda a través del Gasto, pero también de la oferta a través de las políticas industriales impulsadas desde las áreas de Producción. La industria fue el sector que más rápidamente se recuperó. Cuando crece la industria crece el empleo, especialmente los empleos formales. Es un hecho estilizado la existencia de una relación inversa entre desarrollo industrial y empleo informal”[3].

Y hay en el plan económico una importante faceta exportadora, no solo en relación a nuestra producción agraria, sino a todas las ramas de la actividad económica. Y no vemos aquí un intento de reprimarización de nuestra actividad económica. El peronismo nació, como decíamos más arriba, en un momento feliz de nuestra situación económica. La guerra había generado un casi automático proceso de sustitución de importaciones, que había robustecido la industria liviana nacional, y el país contaba con los recursos capaces de que el mero crecimiento del mercado interno era capaz de sostener y alentar ese crecimiento. Sinceramente, creemos, siempre hemos creído, que esa situación ya en 1955 estaba en crisis. Y hemos sostenido que el lanzamiento de Perón a políticas como la del Nuevo ABC, a efectos de generar un mercado interno ampliado por los países vecinos y, fundamentalmente por Brasil, tiene esas limitaciones como base material, más allá de los criterios estratégicos y doctrinarios de Juan Domingo Perón.

Estoy convencido que debemos recuperar con tasas “chinas” nuestra capacidad industrial y que, por lo tanto, debemos profundizar nuestra capacidad industrial exportadora. Vaca Muerta es el ejemplo. Tenemos la obligación histórica de generar, en el medio de esta desesperante crisis, las condiciones que permitan la explotación a pleno de las riquezas argentinas. Son ridículas y antinacionales las resistencias a la gran minería, a la ganadería porcina en criaderos, a la cría de salmones. La Patagonia no puede ser solamente un paisaje pintoresco o bello. Ahí hay condiciones para grandes explotaciones extractivas mineras, petroleras y gasíferas y sus correspondientes derivados industriales. Están los yacimientos de litio y la capacidad argentina de producir baterías que permitiría valor agregado a nuestra producción y a la de Bolivia.

Hay dificultades en el seno del pueblo que el gobierno, con fallas y aciertos trata de solucionar y paliar, pero es el conjunto del pueblo argentino el que puede ayudar a la reconstrucción del aparato productivo como lo hicieron los finlandeses. ¿Pueden estos argumentos pecar de stajanovismo? Puede ser, pero también el stajanovismo permitió que la Unión Soviética, debilitada por la guerra civil, generara las condiciones económicas e industriales que le permitieron expulsar de su territorio y vencer a la Alemania nazi. Un neostajanovismo latinizado y dulcificado, si quieren, pero es nuestra obligación poner en marcha todas las capacidades y recursos naturales que puedan ser exportados. Multiplicar la capacidad de exportación para general divisas que garanticen y sostengan el despegue industrial.

¿Es un programa duro y exigente? Si. Lo es. Como todo programa de posguerra.

Buenos Aires, 6 de diciembre de 2021.

 



[1]     https://elpais.com/economia/2020-08-31/argentina-logra-reestructurar-el-99-de-su-deuda-bajo-legislacion-extranjera.html

[2]    https://www.eldestapeweb.com/opinion/frente-de-todos/economia-fmi-y-post-pandemia-el-rumbo-despues-de-dos-anos-202112418420

[3]    Ibídem