1 de agosto de 2022

El abrazo de los Libertadores vuelve a unir a los suramericanos




Entre los días 25, 26 y 27 de julio se llevó a cabo, en Caracas, un simposio latinoamericano en celebración del Bicentenario del Encuentro de Guayaquil entre José de San Martín y Simón Bolívar. Es de destacar que el día 24 de julio se celebró también el natalicio del Libertador Bolívar con un importante acto en el Salón Elíptico del Palacio de la Asamblea Nacional, en el que hicieron uso de la palabra el poeta e historiador, Gustavo Pereyra, y el Ministro del Poder Popular para la Defensa, el general Vladimiro Padrino López.

El simposio fe convocado por el Centro de Estudios Simón Bolívar, organismo adscrito al Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de Gobierno y tuvo lugar en el Fuerte Tiuna, la guarnición militar de Caracas, en el teatro de las Academias Militares, y el público estuvo formado por la Red de Historia, Memoria y Patrimonio (una organización de profesores y maestros de historia de todo el país) y por cadetes de las tres escuelas militares: Ejército, Aviación y Marina.

El simposio contó con la participación de historiadores de México, Panamá, Costa Rica, Cuba, Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia y Argentina. Mi participación en el mismo fue en representación del Instituto Independencia. El simposio culminó en un gran acto, también en Fuerte Tiuna, en el Teatro de los Estados Mayores, un espléndido salón para unas 3000 personas, en el que participaron el presidente Nicolás Maduro, buena parte de su gabinete y el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Bolivarianas, así como el gobernador del estado de Miranda, Héctor Rodríguez, un joven de 40 años, formado junto al Comandante Hugo Chávez y que representa a la nueva generación chavista.

A continuación mi discurso en el Simposio del Bicentenario del Encuentro de Guayaquil, pronunciado el 27 de julio a la mañana.

El abrazo de los Libertadores vuelve a unir a los suramericanos

Gracias, muchísimas gracias a todos, a quienes están aquí presentes, a quienes han organizado este magnífico simposio, este encuentro maravilloso, que no solo ha tenido lugar en este espléndido teatro, sino que ha continuado en el hotel, en las mesas, en las conversaciones. Hemos logrado, en estas jornadas, conocer a viejos amigos que aún no conocíamos. Y quiero agradecer particularmente al Centro de Estudios Simón Bolívar por esta gentil y generosa invitación.

Como han dicho muchos que me han antecedido en el uso de la palabra, uno venía con una cosa ya preparada para decir y “la vida, esas cosas, quien sabe lo qué”, como dice un viejo tango, han hecho que cambiemos un poco nuestro itinerario, para no repetir, justamente, aquellas cosas que se han dicho, se han reiterado y se han consolidado en estas reuniones. El compañero Sergio Guerra, de Cuba, así como la magnífica exposición de Sergio Rodríguez Gelfenstein, dieron los elementos necesarios, históricos, de fuentes, bibliográficos, para comprender claramente la naturaleza de la reunión y lo que ocurrió en Guayaquil en aquellas dos jornadas. Y se refirieron ambos al tratamiento que la historia de corte liberal ha tenido sobre esta reunión y, sobre todo, sobre la figura de Simón Bolívar. En nuestro caso, en el caso de la Argentina, yo quería describir brevemente cuáles eran no sólo las corrientes políticas que nutrieron esta visión liberal de la historia argentina, sino los intereses económicos, los sectores sociales que se expresaban a través de ello.

Desde el 25 de mayo de 1810, que es cuando se produce nuestro primer grito de libertad y creamos un gobierno provisorio autónomo y distinto al del virrey enviado por España, aparecen en el seno de la Revolución dos claras tendencias, que no difieren tanto en su concepción política general, sino que difieren por los intereses que representan. Hay un sector de la burguesía comercial portuaria de Buenos Aires -no se olviden que nos llaman porteños por el puerto-, esa burguesía comercial porteña nació, en primer lugar, como contrabandista estafando a la corona y tratando de establecer vínculos directos con los comerciantes ingleses, y, en segundo lugar, nació despreocupada del conjunto del hinterland territorial que rodeaba al puerto y que se extendía desde el Río de la Plata hasta el Alto Perú. Ese gigantesco territorio le era absolutamente indiferente. No le interesaba. Imagínense, entonces, si le podía interesar la integración de ese Alto Perú, de Chile, de Perú, de la Gran Colombia en una sola nación. Solo le interesaba proteger los intereses de esa barrosa y pequeña Singapur, que consideraban el núcleo mismo de su riqueza y de su situación de privilegio.

Es esa burguesía comercial porteña, cuya expresión característica en los primeros veinte años de la Revolución fue Bernardino Rivadavia -un hombre con el estilo y hasta la vestimenta del siglo XVIII, casado con la hija de uno de los últimos virreyes, el virrey Joaquín del Pino-, que conspiró permanentemente contra el deseo y la voluntad de San Martín de independizar estos territorios e integrarse a una gran nación latinoamericana. Bernardino Rivadavia obliga a San Martín a irse de la ciudad de Buenos Aires y lo manda al Ejército del Norte, en Tucumán y Salta, donde San Martín toma conciencia de que no es por ese lado el camino para llegar a Lima y dar la batalla contra el virreinato del Perú. Es en esa fracasada, si quieren, conducción del Ejército del Norte, donde San Martín elucubra la idea de llegar a Chile, en primer lugar, cruzando los Andes, y, desde ahí, por vía marítima, intentar el abordaje del Perú. Pero de toda esta empresa gigantesca que San Martín propone a Buenos Aires, Buenos Aires se la concede miserablemente. Lo financia a cuentagotas, le niega apoyo en hombres, armas y, sobre todo, dinero, a punto tal que gran parte del Ejército de los Andes, creado en lo que nosotros llamamos las provincias de Cuyo -Mendoza, San Juan y San Luis, sobre la cordillera de los Andes-, se logra con la expropiación que realiza José de San Martín de las joyas de las señoras patricias de esas provincias, a la que la historia liberal disfrazó como una generosa donación de sus joyas para sostener el Ejército de los Andes. No fue una generosa entrega de sus joyas y sus riquezas, sino que fue una expropiación formal del gobernador militar de Cuyo lo que obligó a esas familias a entregar parte de sus riquezas para la financiación del Ejército libertador.

Este San Martín que, como ustedes ven por lo que se ha dicho en este recinto y por lo que acabo de contar, tenía que ser de alguna manera disfrazado, diluído, puesto en lavandina por la historiografía liberal, porque el mero relato de estos acontecimientos ponía a nuestro principal héroe patrio como un revolucionario.

Y esa es la tarea que realiza quien, quizás, sea el genio maligno más importante de la historia política argentina, que es Bartolomé Mitre.

Bartolomé Mitre era un miserable al que solamente le interesaba la ciudad de Buenos Aires, ese pequeño sector de viejos contrabandistas, enriquecidos con el comercio con Inglaterra, que consideraba a lo que llamamos el interior del país, a las provincias históricas, como un mero mercado consumidor de los productos que esta burguesía importaba vía el puerto de Buenos Aires, en unas condiciones tales que los ingresos de ese puerto de Buenos Aires que era la boca de entrada y salida de todos los productos de todo el país, era un monopolio de la burguesía comercial porteña. Y todas nuestras guerras civiles del siglo XIX tenían como fundamento y objetivo sacarle a la burguesía comercial porteña el monopolio de la renta aduanera, para poder distribuirla en el conjunto del país. Mitre asoló a las provincias del interior, asesinó a gobernadores y caudillos gauchos de las provincias de Catamarca, La Rioja, Córdoba, Tucumán, Salta, y estableció lo que algunos historiadores, como Jorge Abelardo Ramos, han llamado la dictadura mitrista.

Ese hombre que, sin duda, algún talento tenía, aunque al servicio de fuerzas muy nocivas al país y a América Latina, ese hombre escribió la vida oficial de José de San Martín. Y José de San Martín se convirtió en la pluma de Mitre en una especie de tonto, bueno, desinteresado, que no le gustaba la política porque era algo falaz y sucio, y que se vio arrasado por la verborragia, el impulso, el entusiasmo y cierto despotismo de un tipo que venía del Caribe y al que, básicamente, le gustaba bailar. Esa es la visión que durante más de cincuenta años se impuso en las escuelas y universidades de la Argentina sobre San Martín, sobre Bolívar y, obviamente, sobre el encuentro de ambos en Guayaquil.

Esa burguesía comercial porteña no ha desaparecido. Su continuidad directa son los intereses financieros radicados en la ciudad de Buenos Aires, las grandes empresas imperialistas, los grandes exportadores de nuestras “commodities” agrarias, que constituyen la base social de lo que fue el gobierno de Mauricio Macri. Mauricio Macri y su pandilla no son sino una continuidad política, filosófica y social de Bartolomé Mitre. (Aplausos)

De modo tal que las ideas de integración latinoamericana que surgieron y se conversaron en Guayaquil fueron veladas para varias generaciones argentinas. A partir de la batalla de Ayacucho comienza a desdibujarse esa idea de que integramos un proyecto de una gran nación, como tan lindo reza el himno nacional venezolano, comienza a diluirse, se pierde el sentido de esa comunidad de intereses y valores que es Suramérica. Y esto a punto tal que los intelectuales que redescubren esta comunidad que somos nosotros, como Rufino Blanco Fombona o Manuel Ugarte, no lo hacen en América Latina, lo hacen en París. En París, donde van a estudiar y a conocer, se dan cuenta que no hay diferencias entre un venezolano y un argentino, que no hay diferencias entre un argentino, un chileno o un mexicano, y sobre el fin del siglo XIX aparece esta corriente de pensamiento latinoamericanista que intenta volver a aquellos principios y propuestas formulados en Guayaquil.

Pero yo quiero traer aquí, así como el compañero Maldonado trajo a la reunión, la figura y la acción de Lázaro Cárdenas, o el compañero Cenén trajo la figura y la actividad del general Torrijos, yo quiero traer a esta asamblea la figura, la personalidad y la obra del general Juan Domingo Perón.

A mitad del siglo XX, en 1951, Perón formula por primera vez, en cierto sentido, en la historia de las relaciones latinoamericanas, una especie de propuesta clave para ver de qué manera se pueden generar fuerzas centrípetas que armen y consoliden alguna forma de integración continental. Dice Perón, básicamente, en aquel famoso discurso ante el Estado Mayor del Ejército, en noviembre de 1951: los dos países de mayor territorio, de mayor población, de mayores niveles de producción e industrialización -decía Perón- son Argentina y Brasil. Pero ¿qué pasaba? Brasil había estado ajeno a todas esas conversaciones suramericanistas del siglo XIX. Brasil era una especie de país europeo implantado en nuestro continente. Había un emperador europeo, cuyos intereses estaban vinculados a la relación de fuerzas entre las potencias europeas, no de América Latina. Entonces, no había contactos entre las fuerzas independentistas y unificadoras del mundo hispanohablante con el gigante lusoparlante. Perón dice: si la Argentina -en ese momento nos va bien, estamos creciendo, tenemos industrias, fabricamos aviones- y Brasil establecen una alianza estratégica, generan un polo de atracción, un polo de fuerzas capaz de atraer al conjunto de los países de la región y establecer esa integración suramericana por la que, en ese momento, claramente, comienza a bregar. Y llama a ese proyecto El Nuevo ABC, Argentina, Brasil, Chile. 

Obviamente, las respuestas de las oligarquías, tanto brasileña como chilena, fue caracterizar el proyecto y la propuesta de Perón como “imperialista”. A punto tal que en un viaje histórico que realiza Perón a Santiago de Chile -en aquella época no viajaban como ahora que se conocen, toman el té, charlan, se preguntan por los hijos, cómo está la familia, etc. Se veían en el mejor de los casos una vez en todo el mandato- para encontrarse con el presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo a quien le ha propuesto su proyecto. Una periodista, en una conferencia de prensa, le pregunta a Perón, bastante desfachatadamente: ¿Es cierto, presidente, que la Argentina quiere anexar Chile? (En aquellos años la palabra anexión estaba vinculada a la palabra alemana “anchlaus”, remitiendo a la anexión que Hitler había hecho de Austria en 1938). Y Perón, también con ese desparpajo que lo caracterizaba, le dice: “No, señorita, si Chile quiere anexar Argentina yo firmo igual. Yo quiero la integración de nuestros países y la creación de una gran nación continental”. (Aplausos)

Ese proyecto fracasa porque Perón cae, Getulio Vargas, a quien también quiero mencionar claramente como una de las grandes figuras de nuestra historia política continental del siglo XX, también es derrocado y se suicida. Getulio Vargas tiene un final a toda orquesta, un final de ópera. Ese proyecto fracasa. Las oligarquías vuelven nuevamente a ocupar el centro del poder político en cada uno de sus países y no pasa más nada.

Pero fíjense ustedes esto. Cuando Hugo Chávez plantea lo que yo creo que es una de las grandes y más osadas propuestas, cuando propone a los venezolanos ¡dejen de mirar hacia el norte! Estoy hablando de una Venezuela, que ustedes conocen mucho mejor que yo y no tengo necesidad de explicar, con gente que tenía departamento en Miami. “Dejen de mirar al Norte, den vuelta la cabeza y miren hacia el Sur y vean el gigantesco territorio que hay a 'nuestras espaldas'” y lanza su gran proyecto bolivariano. 

Pero, ¿qué pasa? 

Todos los países hispanohablantes saben quién es Bolívar. Pero Brasil no sabe quién es Bolívar. El pueblo brasileño no tiene la menor idea de quién es Bolívar. No forma parte de su enseñanza escolar, no forma parte de su tradición histórica.

Entonces ¿qué hace Chávez?

Con esa desfachatez que lo caracterizaba y que lo hermana, en ese aspecto, a Juan Domingo Perón, pone un par de millones de dólares en la Scola do Samba Santa Isabel, para que en el Carnaval de Río de Janeiro, ponga una gigantesca estatua de papier maché de Simón Bolívar, a efectos de que el conjunto del pueblo brasileño conozca a este hombre, a su proyecto, a su política y a su gigantesca figura. (Aplausos)

Es de una osadía extraordinaria. Es decir, a ninguna agencia de publicidad se le hubiera ocurrido una cosa así. Y lo mete a Bolívar en la realidad brasileña doscientos años después, realidad con la que nunca tuvo nada que ver, más que su amistad y colaboración con Abreu de Lima, uno de los guerreros del Ejército Libertador.

Esto, creo yo, es una de las grandes actualizaciones del legado de Guayaquil.

Hoy, creo yo, y en los primeros quince años del siglo XXI los latinoamericanos avanzamos en nuestra integración, avanzamos en nuestro recíproco conocimiento, en saber cómo éramos, en saber cómo son nuestras tradiciones, nuestros modos de hablar, nuestras palabras propias del habla de cada región y avanzamos en el proyecto de integración latinoamericana, entre los años 2000 y 2015, muchísimo más de lo que se pudo haber hecho desde los mismos tiempos de la reunión de Guayaquil. Los años que van del 2000 al 2015 son los años del relanzamiento del proyecto sanmartiniano y bolivariano, en donde Chávez, Correa, Pepe Mujica, Lula en el Brasil, Evo Morales en Bolivia, Néstor y Cristina en Argentina, hasta Santos en Colombia -me acuerdo de verlo a Santos, junto con Piñera, en nuestro Bicentenario del 25 de Mayo del 2010, abrazado con Chávez y con Evo Morales- hemos avanzado muchísimo más que lo que pudimos hacer durante todo el siglo XIX y el XX.

El contexto mundial hoy, en el cual nos estamos debatiendo, es el más propicio para relanzar, reformular y sostener nuestro proyecto de integración. Es más. Si no logramos integrarnos como un gran conjunto de naciones federadas o con la forma constitucional que se nos ocurra, desaparecemos como protagonistas de la historia. Ninguno de nosotros es lo suficientemente fuerte y grande como para poder jugar un papel principal. ¡Solo unidos podemos los latinoamericanos jugar en las grandes ligas! (Aplausos)

Hay una crisis, a nivel mundial, de la hegemonía del capital financiero. El mundo unipolar, como resultado de la caída de la Unión Soviética, está llegando a su fin. Es evidente y coinciden todos los analistas, los propios y los impropios, todos, que después de esta situación bélica en Europa el mundo va a ser otro, los protagonistas de la política internacional van a ser otros y la hegemonía monopólica del imperialismo norteamericano va a llegar a su fin y el conjunto de los pueblos , como llama Francisco, de los pueblos periféricos van a poder ser protagonistas de su propia historia.

Nunca, nunca en todos estos años, hemos tenido los latinoamericanos una mejor oportunidad para unificarnos definitivamente. La era del neocolonialismo imperial capitalista ha comenzado su fin. Hemos comenzado a vivir la era de los grandes espacios continentales.

Este es el legado del abrazo fraterno de San Martín y Bolívar.

Este es el legado de Perón, de Getulio Vargas, de Haya de la Torre y de Fidel Castro.

Este, compañeras y compañeros, es el legado del Comandante Eterno, Hugo Chávez Frías, que convenció al país de los grandes carros de los años '60 a dejar de mirar hacia el Norte, dar vuelta los ojos y encontrarse con este enorme continente al que vamos a unificar.

Muchas gracias.

(Aplausos)