28 de mayo de 2010














Fue un 17 de Octubre cultural

El viernes 21 de mayo comenzó como de costumbre, en Buenos Aires.

Mayor cantidad de autos, importantes atascamientos de tránsito que la televisión comercial no se cansaba de adjudicar a las tareas de preparación de unos festejos que, en la voz de los locutores, sonaban a desmesurados, faraónicos, inútiles. Un infatuado escriba, con pretensiones de Zaratustra, escribe en un pasquín opositor: “En varios sentidos, las muchedumbres porteñas miran de reojo y con fastidio el desparramo en una ciudad colapsada por preparativos de gruesa teatralidad. Se nos informa que estamos de fiesta” (Pepe Eliaschev, Perfil, 22/05/10).

Ese mismo viernes, a las ocho de la noche, la ciudad era ya otra. Como si hubieran estado esperando el discurso presidencial con el que se inauguró el Paseo del Bicentenario, miles y miles de hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos comenzaron a volcarse a la 9 de Julio. Llegaban con banderitas argentinas o portando orgullosos sus escarapelas. En el correr de media hora, Buenos Aires comenzó a ser una ciudad ocupada por el propio pueblo de la República, haciendo replegar el malhumor de los protestones taxistas, desalojando el fastidio de “los apisonadores de adoquines”, alentado por la mala gramática de los movileros.

Y a partir de ese viernes a la noche, la tantas veces ajena Buenos Aires, la capital fenicia donde “la Cobardía suele atar a los hombres junto al río moroso” se transformó, durante cuatro días inolvidables en el rostro oscuro y diverso de esta Patria tantas veces negada. Si en 1820 las tropas de López y Ramírez ocuparon durante unos días la Plaza de Mayo, con sus caballadas y sus lanzas; si el 17 de octubre de 1945 el pueblo argentino condensado en sus columnas obreras impuso su decisión política y cambió la historia del país durante cincuenta años, durante estos días tres o cuatro millones de argentinos de todas las provincias, de todos los orígenes, de todas las tonadas y de todas las vertientes de nuestra gran fragua cultural llenaron el centro de Buenos Aires que volvió a ser la Capital Federal impuesta a la oligarquía porteña por las tropas provincianas -los cuicos- conducidos por el tucumano Julio Argentino Roca.

Como con exactitud política, histórica y sociológica lo expresara el Secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia: “Estamos en presencia de un 17 de Octubre cultural”.

El pueblo argentino profundo estaba esperando, contra todas las premoniciones derrotistas, contra el desánimo inoculado por los medios de comunicación venales, contra la prosa despreciativa de Eliaschev, Sarlo o Lanata, contra la amoralidad disfrazada de pasatiempo de una televisión “tinellizada”. Y cuando Cristina puso a su disposición la facilidad de unas calles dedicadas exclusivamente a la celebración patria, a la fiesta colectiva de saberse un “nosotros”, el pueblo -no la gente- salió a ocuparlas para expresar con su presencia festiva el orgullo de una historia de doscientos años, la conciencia de estar celebrando una historia que nuevamente lo tiene como protagonista exclusivo y excluyente, como se evidencia al comparar la patética reapertura del Teatro Colón.

Nuestro gran teatro de ópera fue construído por el gobierno nacional, con fondos de todo el país, para solaz de los porteños y, en especial, de sus sectores oligárquicos. La Constitución regiminosa de 1994 lo convirtió en propiedad exclusiva de la ciudad y Macri y su pandilla de irresponsables “chicos bien” lo adoptaron como escenario de su desprecio al pueblo, no sólo del resto del país, sino de la propia ciudad. Ni Lugano, ni Barracas, ni las villas estuvieron en esa apertura. Tan sólo 2.700 estólidos figurones, ancianas actrices en decadencia y millonarios ignorantes fueron quienes acompañaron la mentada noche de gala, mientras dos millones de argentinos pata al suelo celebrábamos en el Paseo del Bicentenario.

La Revolución de Mayo, ese primer intento de formar con todos los americanos una nueva nación, vuelve a estar en buenas manos. Leopoldo Marechal, a quien hemos citado a lo largo de estas líneas, escribió en soneto memorable “era Octubre y parecía Mayo”. A sesenta cinco años de escritas podemos afirmar que, durante estos días, Mayo parecía Octubre en Buenos Aires. Como entonces el pueblo profundo de la Patria salió a cambiar con su presencia el rumbo de la historia.

Grandes y victoriosas jornadas tenemos por delante.