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19 de junio de 2012

Hacia una nueva suma de los factores reales de poder

Sobre la reforma constitucional



El fundador del partido socialista alemán, Ferdinando Lasalle, pronunció en 1862 una famosa conferencia conocida bajo el nombre “Qué es una Constitución”. Decía Lasalle: “He aquí pues, señores, lo que es en esencia la Constitución de un país: la suma de los factores reales de poder que rigen en ese país”. Con esto, se oponía a cierto idealismo constitucionalista, que creía (y cree) suficiente dejar impreso en el texto de la Carta Magna los derechos por los cuales luchaba para convertirlos en efectivos. Lasalle sostenía con esto que ninguno de esos derechos allí promulgados iba a ser eficazmente ejercido si no existía, previamente, una modificación sustancial de las condiciones reales de poder.
En su conferencia propone a sus oyente la hipótesis de que se quemase por completo el Archivo del reino de Prusia y se destruyesen la Constitución y todas las leyes del país. Ante esa supuesta inexistencia de leyes ¿alguien podía, entonces, declarar la República? Y respondía Lasalle. “El rey les diría, lisa y llanamente: Podrán estar destruidas las leyes, pero la realidad es que el Ejército me obedece, que obedece mis órdenes; la realidad es que los comandantes de los arsenales y los cuarteles sacan a la calle los cañones cuando yo lo mando, y apoyado en este poder efectivo, en los cañones y las bayonetas, no toleraré que me asignéis más posición ni otras prerrogativas que las que yo quiera. Como ven ustedes, señores, un rey a quien obedecen el Ejército y los cañones ... es un fragmento de Constitución”. Y enumera la conducta en tal caso de los distintos actores sociales: la nobleza, la gran burguesía, los banqueros, la conciencia colectiva y la cultura general, la pequeña burguesía e, incluso, la clase trabajadora, sobre la que hace la siguiente pregunta: ¿Se le iba a ocurrir a alguien, entonces, retrotraer a los trabajadores a las condiciones de siervos de la gleba de la Edad Media? “No, señores, esta vez no prosperaría, aunque para sacarla adelante se aliasen el rey, la nobleza y toda la gran burguesía. Sería inútil. Pues, llegadas las cosas a ese extremo, ustedes dirían: nos dejaremos matar antes que tolerarlo. Los obreros se echarían corriendo a la calle, sin necesidad de que sus patronos les cerrasen las fábricas, la pequeña burguesía correría en masa a solidarizarse con ellos, y la resistencia de ese bloque sería invencible, pues en ciertos casos extremos y desesperados, también ustedes, señores, todos ustedes juntos, son un fragmento de Constitución”.
Estos son los factores reales de poder a los que se refiere Lasalle, quien termina su idea afirmando: “Se toman estos factores reales de poder, se extienden en una hoja de papel, se les da expresión escrita, y a partir de este momento, incorporados a un papel, ya no son simples factores reales de poder sino que se han erigido en derecho, en instituciones jurídicas, y quien atente contra ellos atenta contra la ley, y es castigado”.
Nuestras constituciones
Nuestra primera constitución, en 1819, pretendió ser impuesta a la fuerza al conjunto del país. Se trataba de una constitución unitaria, una Constitución que dejaba sin definir el sistema de gobierno, que se podía aplicar tanto a una república como a una monarquía. Los factores reales de poder, los caudillos de las provincias del interior, no la aceptan y es derogada como resultado de la batalla de Cepeda, al año siguiente. Lo mismo pasa en 1826, con la constitución rivadaviana, que es derogada poco después al querer imponer los criterios con que la burguesía porteña defendía sus privilegios sobre el interior del país, que se resistía, incluso con las armas, a esta hegemonía del puerto.
Juan Manuel de Rosas, con su política de alianzas con los caudillos del interior, logra mantener un estado de conflicto no beligerante sobre la base de que la renta del puerto no la toca nadie más que los vecinos de Buenos Aires. Es necesario el derrocamiento de Rosas por medio de una guerra civil, con intervención extranjera, para que, en 1853, se dicte esta Constitución que, de alguna manera, exceptuando un ínterin de no más de 6 años, nos ha regido desde entonces.
Hubo la necesidad de modificar por medio de la guerra las relaciones objetivas de poder para lograr imponer una Constitución que fue un acta de rendición de los vencidos en Caseros ante sus vencedores. Pero nuevamente otro factor real de poder, los beneficiarios del monopolio del puerto de Buenos Aires hacen rancho aparte, la ciudad-puerto se separa y el poder ejecutivo de la República debe trasladarse a la ciudad de Paraná.
La incorporación de la ciudad de Buenos Aires a la Confederación en 1860, bajo el gobierno de Mitre, realizada sobre la derrota nacional de Pavón, se hace a condición de que los derechos de exportación no fueran considerados como rentas nacionales, sino como rentas de la ciudad-puerto. Todo lo que pagaban los productores del país para salir por el puerto de Buenos Aires era propiedad de Buenos Aires.
Las guerras civiles, que habían empantanado al país, con sus consecuencias económicas y humanas sólo finalizan cuando, en 1880, las tropas del Ejército Nacional, acaudilladas por Julio Argentino Roca, tropas a las que los porteños llamaron cuicos (lombriz en quechua, un insulto dirigido a los mestizos e indios del Alto Perú), ocupan militarmente la ciudad de Buenos Aires y libran la batalla de los Corrales, donde mueren 3.500 personas. Sólo un hecho militar pudo terminar con el monopolio porteño sobre el puerto de Buenos Aires y nuevamente se modifica la relación de fuerzas a favor de los sectores del interior, que son expresados, en ese momento, por Roca.
La Constitución de 1949
La primera Constitución Argentina que fue el resultado de una modificación de las relaciones de poder a favor de los sectores nacionales y populares fue la Constitución de 1949. Este texto constitucional que incorporó el sistema moderno, y casi pionero en ese momento, del derecho social y de la propiedad inalienable del subsuelo, fue un producto de la poderosa movilización obrera y popular del 17 de octubre de 1945. Sin ese cambio de las relaciones de fuerza la Constitución del 49 no hubiera sido posible.
Fue necesario un golpe de estado, cuyos resultados aún perduran en la historia nacional, en 1955, para que, de manera ilegítima e ilegal, un decreto militar derogase una Constitución aprobada por una Asamblea Constitucional. Todas las reformas posteriores dependieron de un decreto militar que derogó una Constitución legítimamente aprobada que fue sepultada en el olvido y el silencio.
Frente al palacio del Congreso se construyeron, hace unos años, unas artísticas verjas de hierro forjado a las que se adornó con una breve síntesis de la historia constitucional argentina. Invito a los lectores a leer lo que allí dice. La Constitución Nacional de 1949 brilla por su ausencia. El parlamento argentino borró de dicho homenaje a la única constitución de nuestra historia que fue producto de unas relaciones de fuerza a favor de los sectores nacionales y populares.
La constitución de 1994
Desde 1976, el neoliberalismo se impuso a sangre y a fuego en el país y logró transformar radicalmente las condiciones estructurales creadas entre 1945 y 1955. Básicamente, se logró desindustrializar el país. Con ello se diezmó a la clase obrera, que era orgullo de América Latina, convirtiéndola en un ejército de desocupados que todavía no hemos podido reincorporar plenamente al trabajo asalariado.
Es de destacar, por otra parte, que la Asamblea Constituyente de 1994 no tomó como uno de sus antecedentes la Constitución del 49, pese a que la minoría de esta asamblea estaba formada por representantes del partido que había aprobado aquella constitución, el partido Justicialista.
La constitución del 94 surge entre gallos y medianoche, de una conversación personal entre el presidente Carlos Menem y el expresidente Raúl Alfonsín, y estatuye las nuevas relaciones reales de poder de la Argentina desindustrializada, desnacionalizada y endeudada. Entregó los recursos naturales del subsuelo a las provincias y con ello desarticuló al estado nacional, posibilitando las condiciones para la entrega y desguace de empresas como YPF o YCF. Mientras en 1949 se había establecido la propiedad inalienable e imprescriptible del estado sobre las riquezas del subsuelo, en 1994 se entrega a las provincias la capacidad de negociar con las grandes multinacionales extractivas. Como dijera la señora Presidenta de la Nación: sin las espaldas suficientes para enfrentar a estos enormes poderes económicos.
A su vez la creación de la llamada Ciudad Autónoma de Bs.As. implicó retrotraer al país a los días anteriores a 1880. Convirtió al gobierno de la Nación en huésped del gobierno de la ciudad, el lugar donde el gobierno nacional reside, pero no gobierna. Recuérdese que el intendente de la ciudad le prohibió a la presidenta de la Nación la realización de Tecnópólis en la Capital Federal. La solución que habían encontrado a fines del siglo XIX, en la que el gobierno nacional nombraba un jefe de gobierno, un intendente de la ciudad de Bs.As. y los vecinos de Buenos Aires elegían un Concejo Deliberante para tratar los específicos de la ciudad, no estaba del todo mal. Al darle carácter autónomo, lograron enquistar nuevamente en Buenos Aires a las fuerzas políticas más reaccionarias del país.
La suma de los factores reales de poder que rigen en la Argentina no son los mismos que en 1994. Desde el año 2003 han cambiado las relaciones de fuerza entre los distintos sectores sociales. La deuda externa dejó de ser el cáncer que debilitaba nuestro sistema productivo. La desocupación ya no es el estado endémico en que vivió gran parte de nuestra población durante los gobiernos neoliberales. El poder del imperialismo dentro de nuestras fronteras no es el mismo que en los '90. La nacionalización de empresas estratégicas, como Aerolíneas Argentinas e YPF y la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central han fortalecido el poder nacional sobre nuestra economía. El derecho laboral ha vuelto a funcionar del modo en que fue pensado. La ampliación de derechos civiles y sociales ha dejado de ser un mero consejo constitucional para convertirse en políticas de Estado. El Mercosur, la Unasur, la CELAC y la propia política latinoamericana no es sólo un aspecto de la política internacional. Es política nacional ampliada.
Es necesario cristalizar en una constitución esta nueva suma de factores reales. Siguiendo al mismo Lasalle podemos afirmar: “Allí donde la Constitución escrita no corresponde a la real, estalla inevitablemente un conflicto que no hay manera de eludir y en el que a la larga, tarde o temprano, la Constitución escrita, la hoja de papel, tiene necesariamente que sucumbir ante el empuje de la Constitución real, de las verdaderas fuerzas vigentes en el país”.
Podemos agregar que, además, consolida lo que se ha obtenido y estatuye un nuevo piso, más alto, que dificulte o impida las restauraciones cíclicas que ha sufrido nuestra historia política. Si ello implica ampliar las posibilidades de reelección presidencial es, también, una buena posibilidad para discutirlo.
Buenos Aires, 19 de junio de 2012


16 de junio de 2012

 Entrevista en Radio Uno, Mendoza, por Miguel García Urbani

1 de junio de 2012


Los seis primeros meses de 2012

La oligarquía se prepara para las legislativas del año que viene

En los seis primeros meses del 2012, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha sufrido una virulenta ofensiva política de las fuerzas sociales y económicas que se sintieron profundamente amenazadas por el resultado electoral del mes de octubre del año pasado.
Una mayoría del 54,11 % en primera vuelta y una diferencia de 38 puntos con el segundo candidato más votado representa, en efecto, una legitimidad y un apoyo popular capaz de poner en riesgo la hegemonía política y económica de las tradicionales minorías privilegiadas en la Argentina, esos sectores a los que la tradición política nacional y popular ha bautizado para siempre como “la oligarquía”. Y pasadas las celebraciones del Nuevo Año, esa oligarquía, a través de sus medios de comunicación, comenzó un pertinaz ataque a la presidenta, a través de atacar a cada uno de los hombres en los que Cristina se ha apoyado.
A las ya reiterativas críticas y ataques al Secretario de Comercio, Guillermo Moreno, se sumó una andanada mediático-judicial contra el vicepresidente Amado Boudou, basada en las vagas y confusas acusaciones de una mujer despechada. No ha pasado día sin que los diarios monopólicos y sus medios asociados, no publiquen todo tipo de acusaciones calumniosas contra el vicepresidente, quien, es preciso recordar, fue quien llevó adelante la nacionalización de las AFJP, devolviendo al Estado argentino el manejo de la principal fuente de ahorro nacional y terminando con un negocio en el que el propio monopolio mediático estaba envuelto.
En dos oportunidades, la última recientemente, las cuevas financieras de esa oposición minoritaria e irresponsable lanzaron una absurda especulación sobre el dólar, llevándolo a precios inicuos para inducir una devaluación, generar zozobras en una población muy sensible, por las experiencias pasadas, a la evolución de esta moneda y favorecer la inflación. La solidez macroeconómica de la Argentina desbarató la maniobra. Pero el intentó le permitió a esta oposición salvaje, escasamente representada por los partidos opositores, un conato de cacerolazo aristocrático y escuálido a lo largo de la avenida Santa Fe, en la ciudad de Buenos Aires. Ni Caballito se sumó al bochinche oligárquico.

Callao y Santa Fe, el epicentro del cacerolazo gorila. Se observan los rostros macilentos por el hambre y la misertia
La necesaria reforma impositiva en la provincia de Buenos Aires permitió también que la Mesa de Enlace -desmantelada durante los últimos meses- se pintase nuevamente la cara. Para nuestra clase terrateniente el impuesto es como la sal sobre una babosa, algo que atenta contra su misma existencia. Incapaces de una sola mejora en sus tierras y responsables de una irresponsable y empobrecedora explotación del recurso, el precio de sus propiedades aumentó geométricamente desde 2003, merced a las políticas gubernamentales. Convencidos que su holgazanería constituye un monumento al trabajo nacional, estos grupos minoritarios, ausentistas, residentes en su gran mayoría en la Capital Federal y su zona norte, y grandes acumuladores de dólares que por todos los medios intentan sacar del país, son el núcleo duro de la oposición al gobierno. Su odio, entrevisto en algunos reportajes televisivos o en algunas notas de La Nación, solo puede ser comparado al que manifestaron contra Perón y el peronismo en el siglo pasado, que terminó en los criminales golpes de Estado de 1955 y 1976.
Este lock out con el que pretenden seguir evadiendo sus impuestos ha carecido de los apoyos que tuvo el del 2008. Es que, justamente, el 54,11 % de los votos hace tan solo ocho meses es, todavía, una base política muy sólida. Y ese sustento popular ha sido fortalecido por el gobierno de Cristina con algunas medidas que han sido decisivas. La renacionalización de YPF ha sido entendida por el conjunto del país real y profundo como una ratificación del rumbo que se decidió tomar en 2003 y como una prueba de la contundencia del gobierno para enfrentar las grandes encrucijadas. Hoy no acompañan a los holgazanes agrarios los distintos sectores medios que en el 2008 se sintieron seducidos por sus camperas de gamuza y sus 4x4.
Todos estos ataques tienen una sola finalidad. Incapacitados como están los partidos opositores para unificar su enfrentamiento con el gobierno, el núcleo duro oligárquico y la corporación mediática intentan debilitar a Cristina y a los posibles candidatos del gobierno para las elecciones legislativas del año que viene. La presidenta debe evitar el cimbronazo del 2009 y, por el contrario, debe buscar un resonante triunfo que le permita una mayoría parlamentaria capaz de aprobar una convocatoria a una constituyente que reforme la carta magna. Y la cláusula de la reelección no es el tema excluyente, ni siquiera el principal. Lo sustancial para la consolidación del proyecto de país que se viene desarrollando desde 2003 es la derogación de los peores y más concesivos artículos de la constitución aprobada en 1994 con el contubernio de Alfonsín y Menem. Su sanción correspondió a la cristalización del proyecto neoliberal, del encuadramiento al Consenso de Washington, del desguace del Estado Nacional, del desmantelamiento de la soberanía nacional sobre nuestros recursos naturales, a la vez que creó la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la que el gobierno nacional ha vuelto a ser huésped de un poder enemigo.
Revisar estos cimientos constitucionales a la luz de la nueva Argentina que emergió de los incendios de diciembre de 2001 es una de las tareas que permitirán evitar o dificultar los retrocesos, consolidar lo alcanzado y profundizar sus alcances.
Los enemigos de esta Argentina le temen al 2013 y toda su actividad apunta a aquella fecha. Cristina sabe y demuestra que gobernando con mano firme garantiza la continuidad de su proyecto nacional y popular.
Buenos Aires, 1° de junio de 2012

12 de enero de 2012

Piñera, Pinochet y la Patria Grande

¿Por qué el presidente Sebastián Piñera dio marcha atrás con la decisión de cambiar el modo de designar a la dictadura de Pinochet?












De todos los países suramericanos posiblemente sea Chile donde con mayor fuerza se instaló el nacionalismo de campanario, de patria chica, que sobrevino a la derrota política de los Libertadores. Bernardo de O'Higgins, el compañero de San Martín en la guerra de la Independencia, ya había sido derrotado en 1823 y casi obligado a abandonar Chile. La burguesía comercial representada por el impertérrito comerciante Diego Portales, un hombre a quien sólo le interesaba el orden para llenar sus bolsillos, logró derrocar con sus intrigas al Director Supremo. Con ello, Chile perdió al último de sus políticos y militares que coincidían en el programa continental de San Martín y Bolívar. La Guerra Civil de 1829-30 lograría que el partido conservador de Diego Portales se impusiera en toda la línea.

El Portalismo

Este partido, el portalismo, es el que impuso sobre la sociedad chilena, dominada por una oligarquía terrateniente vasco-castellana, la idea de su singularidad, su aislamiento del conjunto del continente, su convicción de ser la última esperanza blanca rodeada de enemigos desesperanzadamente oscuros y mestizos. Su integración al mercado mundial y su especial relación con el Reino Unido consolidaron esta ideología conservadora, que llevó a Chile a enfrentarse con la Confederación Peruano-Boliviana del Mariscal Santa Cruz, con quien colaboraba el general O'Higgins, -en guerra en la que Chile contó con el apoyo del gobernador porteño don Juan Manuel de Rosas-, en 1836, y nuevamente con Perú y Bolivia, en la Guerra del Pacífico de 1879, cuyos resultados pesan todavía en la política regional. Uno de ellos, quizás el más grave, es la carencia de salida al mar por parte de Bolivia, perdida por la ocupación chilena en este conflicto.

Esta ideología portalina nunca fue seriamente cuestionada en Chile. Ni siquiera los partidos de la Unidad Popular ni su breve gobierno fueron capaces de mover la losa que más de cien años de predominio oligárquico habían impuesto sobre la cabeza de sus contemporáneos. También la izquierda chilena cargó con el peso de Diego Portales. Con un latinoamericanismo más retórico que concreto, el pensamiento continentalista fue marginal dentro del partido Socialista y, por supuesto, inexistente en el partido Comunista, más preocupado por la unidad del COMECON que de América Latina. Ese pensamiento, que corresponde a lo que en la Argentina se puede considerar como mitrismo y sarmientismo junto, ha sido muy poco cuestionado en Chile. Todavía influencia sobre amplios sectores populares y constituye la base ideológica de su proverbial desconfianza hacia los argentinos, hacia el peronismo y su actitud de fortaleza sitiada por pueblos hostiles. Figuras como la de Felipe Herrera, el ya fallecido creador del BID, o la del profesor Pedro Godoy y su Centro de Estudios Chilenos (CEDECH) son todavía minoritarias, aunque crecientes, en la cultura política del país trasandino.

Alberto Methol Ferré solía decir, entre irónico y descriptivo, que Chile era una isla y que los del continente debíamos esperar a que los isleños se subiesen a sus canoas y viniesen a ver qué había en tierra firme. Quería decir con ello que la integración de Chile al conjunto suramericano sería una tarea lenta y determinada más por el propio interés de los chilenos que por nuestras invocaciones a la Patria Grande.

La Constitución de Pinochet

Por otra parte el proceso por el cual Chile volvió a la normalidad constitucional fue muy diferente al de la Argentina, aunque paradójicamente el origen haya sido el mismo. En efecto, en Argentina la Guerra de Malvinas aceleró la salida de escena de la dictadura cívico militar instaurada en 1976. La misma dejó de ser funcional, a partir del 2 de abril de 1982, a los intereses imperialistas que la habían sostenido. En el momento en que el imperialismo le suelta la mano a la dictadura, la misma cae en medio de un profundo desprestigio político y social. Tuvo que huir desorganizadamente de la escena y los sectores militares y civiles vinculados directamente a ella no tuvieron posibilidad de influir en el desarrollo de los acontecimientos.

Pero la decisión de Galtieri de recuperar el territorio nacional usurpado por el Reino Unido tuvo como resultado no deseado el hecho de que EE.UU. comenzara a desconfiar de la eficacia de los regímenes militares y a pensar en diversas salidas que permitieran retornar a los regímenes constitucionales. Así empieza Pinochet y su dictadura a perder apoyo externo. La Guerra de Malvinas, en la que había colaborado de diversas maneras con el ocupante extracontinental en contra de su vecino, arrastró también a su dictadura. Pero, a diferencia de Argentina, lo hizo sin perder arraigo y popularidad en amplios sectores de la población, no sólo en la tradicional oligarquía. Las fuerzas armadas pinochetistas, formadas y constituidas en la más pura tradición portalina -antiargentina y antiperuana-, y los sectores sociales vinculados a ella lograron condicionar la salida constitucional, después de haber conseguido, en un plebiscito, reformar la Carta Magna. Y, si bien el plebiscito de 1989 produjo su primera y gran derrota electoral, Pinochet siguió siendo el hombre fuerte del régimen en retirada y durante los siguientes nueve años, Comandante en Jefe del Ejército hasta el año 1998, cuando pasó a retiro.

Los gobiernos de la Coalición Cívica cargaron sobre sus espaldas el peso de una transición rigurosamente controlada y la decisión propia de no tocar en un ápice el sistema económico y social impuesto por la dictadura pinochetista. Estas limitaciones de afuera y de adentro determinaron su enorme fracaso y su derrota electoral en las últimas elecciones chilenas.

El triunfo de la “derecha”

Dichos comicios pusieron en la presidencia de Chile a un empresario, un hombre de negocios al frente de una coalición de dirigentes explícitamente pinochetistas, economistas y políticos neoliberales y conservadores de todo pelaje, es decir de ideologistas reaccionarios de todo tipo. Sebastián Piñera, un hombre práctico, acostumbrado a dar órdenes, debía asumir, trece años después del pase a retiro de Pinochet, un gobierno de “derecha” o “momio”, en condiciones de insertar a su país en una región, con la que tiene muchas relaciones económicas, pero caracterizada por un importante grupo de gobiernos de signo contrario al suyo. Fue notorio, desde un primer momento, que Piñera no quería desentonar en el conjunto suramericano. Su participación en las celebraciones del Bicentenario en Buenos Aires fue un signo evidente de esto. Su familiaridad y hasta camaradería con el resto de los presidentes presentes -sobre todo con Hugo Chávez y Evo Morales-, su acercamiento a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner -notoriamente correspondido por ésta-, eran muestras evidentes de que el businessman Piñera ansiaba desprenderse el rígido corsé que la tradición portalina le imponía. Y esto, para el desarrollo de la integración continental era y es un enorme paso adelante, de ahí que la presidenta argentina correspondiera con elogios y menciones a los esfuerzos del chileno. Los temas de política interna, las cuestiones que dividían a los chilenos en dos bandos enfrentados en las calles, en las manifestaciones estudiantiles y populares, quedaban completamente afuera de toda conversación, como corresponde, justamente, a un proceso tan delicado como es el de la consolidación de la Patria Grande.

Por otra parte es evidente que este acercamiento ha tenido resultados notables. Chile, bajo el gobierno de Piñera, se ha sumado al bloqueo contra las naves con la falsa bandera de Malvinas, decretada por la última cumbre del Mercosur. Chile se va acercando al gran continente.

Y, además, este año Sebastián Piñera es presidente pro témpore de la Unasur, hecho que comprometía aún más a su gobierno y a su país en la suerte del continente.

Todo este largo prólogo que el lector ha debido fatigosamente recorrer son los antecedentes necesarios para lo que viene a continuación.

En ese momento, como resultado del empecinamiento neocons de no ceder a los reclamos por una educación universal y gratuita, llega al ministerio del área uno de esos dirigentes provenientes del viejo pinochetismo recalcitrante. Este no tiene mejor ocurrencia que sancionar una resolución por la cual, los libros escolares deberán llamar a la dictadura de Pinochet con el eufemismo suavizante de “régimen militar”. Obviamente la mayoría antipinochetista de la sociedad chilena puso el grito en el cielo. La decisión significaba un profundo retroceso en el camino de la afirmación democrática de Chile y un intento de ocultar a las nuevas generaciones la naturaleza violenta, ilegítima y despótica de esos años. La decisión tuvo, naturalmente, repercusión periodística y política en todo el continente y Piñera decidió anularla y dejar las cosas como estaban.

¿Fue la presión de la sociedad chilena la que logró esta marcha atrás? Por supuesto, sin ella no hubiera ocurrido. Pero en mi opinión, esa presión popular fue capaz de modificar la resolución inicial por el simple y definitivo hecho de que Chile se encuentra, también y con su propio ritmo, inmerso inexorablemente en el proceso de integración continental. El reclamo y las luchas populares no han logrado aún imponer en Chile un sistema educativo público más justo y democrático. Las razones económicas que da el gobierno no alcanzan para ocultar el profundo anclaje ideológico, privatista, comercial, que tiene la defensa del actual sistema. Y ahí ningún país de la Unasur tiene derecho a entrometerse. Pero Sebastián Piñera, presidente pro témpore de Unasur, vio que esa posición de no llamar dictadura a una dictadura casi paradigmática no la iba a poder sostener ante la mayoría de los presidentes suramericanos. Escuchó la voz áspera y cuartelera de Hugo Chávez riéndose del eufemismo. Supuso el tono admonitorio y didáctico de Cristina ironizando sobre ello. Se imaginó a Rafael Correa y su perfecta dicción de bachiller preguntando qué tenía que hacer un régimen militar dictatorial para ser llamado dictadura. Vio que en las pausas de las reuniones, con simpatía y sin maldad, los presidentes suramericanos lo iban a convertir en objeto de chanzas o comentarios sarcásticos. ¿Y todo para qué? ¿Para salvar la reputación de un militar ya fallecido, cuya honestidad está en duda? ¿Para limpiarle la cara a un período que ya no puede volver y que dio todo lo que podía dar?

Eso es cosa de ideólogos, debe haber pensado el empresario Piñera. Es cosa de fundamentalistas que no piensan ni en la política ni en los negocios. Y eso no le conviene a mi gobierno. Ni a mi país, concluyó.

Y, es mi aventurada hipótesis, por primera vez, la Patria Grande influyó en una decisión de política interna en el esquivo Chile que quizás ha comenzado a repatriar el ideario de O'Higgins.

Buenos Aires, 12 de enero de 2012

Miembro de número del Instituto de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego y miembro de la Mesa Nacional de la Corriente Causa Popular.

2 de noviembre de 2011

La tierra del yacaré


Pese a que Tierra del Fuego es la última región del país que se convirtió en provincia, Formosa, la provincia que se creó a partir de "la vuelta fermosa" del río Paraguay, ha sido hasta no hace mucho algo como la hermana entenada de nuestro federalismo.

Fue tierra altiva de tobas montaraces a los que no pudieron someter los españoles. Fue también tierra paraguaya trabajada y poblada por hombres y mujeres que venían de la otra orilla del río común. Fue tierra de refugio para criollos escapados de nuestros conflictos civiles y escenario de la terrible guerra que mitristas argentinos, esclavistas brasileños y colorados uruguayos le hicieron al país heroico que construyeron guaraníes y criollos dignos y justos.

El teniente coronel Luis Jorge Fontana, el patagónico que integró estas tierras al territorio nacional, que clasificó sus especies y conoció y describió a sus hombres del monte, ese militar estudioso, emprendedor y positivista -como correspondía a su época- fundó la villa de Formosa en 1879. Se adentró en la región y, con el apoyo del estado central que recién comenzaba a organizarse, se inició la historia argentina de toda esa región. En estos días acaba de estrenarse en Buenos Aires una película sobre este gran argentino, que contribuyó como pocos a garantizar nuestra extensión territorial, en una época en donde todavía regía la zoncera sarmientina de que “el mal que aqueja al país es su extensión”.
Sin la riqueza algodonera del Chaco, a cuya administración había pertenecido, sin la llanura hirsuta y ganadera de La Pampa, sin el petróleo de Chubut -también fundada por Fontana-, Formosa era hasta no hace mucho un diamante escondido en la profundidad del manto terrestre argentino. Viejas familias criollas anteriores a la llegada de Fontana, una gran población aborigen olvidada por años, paraguayos afincados desde hace tiempo y algunos pocos europeos, dedicados casi todos ellos a las actividades agrarias, conforman la población de esa provincia, laboriosa y tenaz como pocas.
No conocía Formosa. No había tenido la oportunidad de visitarla, pese a muchos formoseños queridos. La política, que es, la mayoría de las veces, la razón de mis viajes, no me había llevado a aquella tierra verde. Y por fin pude conocerla a fines de septiembre de este año, acompañando a Jorge Coscia, quien presentaba su libro La Encrucijada del Bicentenario.

Tenía una idea general, basada en anticuerpos muy sensibles al gorilismo progresista y de izquierda, de que las cosas que se escribían en la prensa porteña, las que se decían en la radio o se comunicaban en la televisión sobre las maldades congénitas de sus gobernantes debían ser, por lo menos, una exageración. Me fui convencido de que las enormidades proferidas por algunas figuras públicas de nuestro propio campo, como la diputada (mandato por cumplirse) Silvia Vázquez o el ex funcionario Claudio Morgado, tenían mucho de ignorancia y otro tanto de mala fe antiperonista. Formosa superó aquellas prevenciones.

Contrariamente a otras provincias de la región, la soja no es un cultivo principal en Formosa. La ingeniería genética aplicada a la ganadería ha convertido a la provincia en ganadera y engorda con sus pasturas razas como Aberdeen Angus y Heresford que antes estaban circunscriptas a la pampa húmeda. Contra todas las tonterías ambientalistas forjadas en círculos citadinos, Formosa cuida su ecología, su flora y su fauna. La cría del yacaré, cuya deliciosa carne ya se exporta, así como la del ñandú -otro manjar formoseño-, ha logrado aumentar la existencia de ejemplares en estado salvaje.

Después del olvido en que la provincia se encontró bajo los distintos gobiernos posteriores a su provincialización, dictada por el general Juan Domingo Perón unos meses antes de su derrocamiento, la labor llevada adelante por el gobernador formoseño Gildo Insfrán y su equipo debe ser una de las más progresistas y pujantes de todo el interior argentino.
Con la inestimable ayuda del gobierno nacional, y con recursos propios, la obra pública es, en Formosa, casi inmensurable. Más de 600 escuelas, primarias, secundarias y técnicas, en toda la provincia; permanente construcción de viviendas que ha logrado erradicar las villas y los barrios marginales; hospitales de alta complejidad; un hospital odontológico; centros polideportivos en todas las ciudades y pueblos de la provincia; respeto permanente, tanto en lo económico como en lo cultural, a su población aborigen; todo ello desmiente de manera incontrastable la calumniosa campaña desplegada no se sabe bien con que finalidad, por sectores capitalinos y ONGs financiadas desde el exterior.

Formosa era, hasta principios de este siglo, la provincia más pobre, en el medio de la crisis de un sistema que sumió al país en una horrible desesperanza. Hoy, con la modestia de sus condiciones materiales, con una economía que recién ha comenzado a dar significativos pasos hacia la industrialización de sus producciones, Formosa es una sociedad justa y equitativa.

Equidad es la palabra que más suena en la política formoseña, incluso por encima de igualdad. La igualdad es una virtud pública que propone la igualdad jurídica y material de todos los ciudadanos. La equidad es un valor anterior a la igualdad. Propone, como decía Jauretche, “emparejemos y larguemos”. Es función del estado imponer equidad en la sociedad, sobre todo económicamente, para plantear desde ahí, desde ese nuevo nivel, el respeto y la promoción de la igualdad ciudadana.

La presidenta Cristina obtuvo un 78,16 % de los votos en la provincia de Formosa. El gobernador Gildo Insfrán obtuvo el 75,58 %. Las razones de estos resultados no son otros que el extraordinario mejoramiento de las condiciones de vida de todos los formoseños, durante estos ocho años.

Para dar un sólo ejemplo de la pelea que ha debido dar la provincia mencionamos el siguiente caso. Durante años la provincia había reclamado ante el gobierno nacional y los organismos internacionales de crédito fondos y préstamos para la pavimentación de la carretera 81, que recorre todo el largo de la provincia, une la capital con Salta y permite la integración de toda la región con la ruta nacional 11, la ruta Juan de Garay, que llega hasta el puerto de Rosario. Durante años la respuesta que las autoridades provinciales recibían a ese pedido era que la inversión no se justificaba por el bajo grado de desarrollo económico de la región. Uno de los tópicos insistentemente argumentados por el gobernador Gildo Insfrán fue, justamente, que la pavimentación de esa ruta era la condición determinante para un desarrollo y consiguiente inversión en la provincia.

En el 2008, en el año de la insolencia sojera, Cristina completó la pavimentación de la ruta. Y, como lo sospechaba el gobernador, la integración de su provincia al conjunto del sistema económico nacional fue la causa, y no la consecuencia, del florecimiento que hoy vive Formosa.

El pueblo formoseño se ha encontrado, por fin, con la necesaria solidaridad del resto del país, que es la base del pacto federal. No ha logrado, aún, vencer la tonta resistencia basada en falsos relatos, en prejuicios y oscuros complejos de culpa de algunos comunicadores. Pero estos ocho años han hecho realidad lo que los formoseños soñaban cuando el territorio nacional se convirtió en provincia, hace nada menos que 57 años.

Buenos Aires, 2 de noviembre de 2011

28 de mayo de 2010

Fue un 17 de Octubre cultural













Fue un 17 de Octubre cultural

El viernes 21 de mayo comenzó como de costumbre, en Buenos Aires.

Mayor cantidad de autos, importantes atascamientos de tránsito que la televisión comercial no se cansaba de adjudicar a las tareas de preparación de unos festejos que, en la voz de los locutores, sonaban a desmesurados, faraónicos, inútiles. Un infatuado escriba, con pretensiones de Zaratustra, escribe en un pasquín opositor: “En varios sentidos, las muchedumbres porteñas miran de reojo y con fastidio el desparramo en una ciudad colapsada por preparativos de gruesa teatralidad. Se nos informa que estamos de fiesta” (Pepe Eliaschev, Perfil, 22/05/10).

Ese mismo viernes, a las ocho de la noche, la ciudad era ya otra. Como si hubieran estado esperando el discurso presidencial con el que se inauguró el Paseo del Bicentenario, miles y miles de hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos comenzaron a volcarse a la 9 de Julio. Llegaban con banderitas argentinas o portando orgullosos sus escarapelas. En el correr de media hora, Buenos Aires comenzó a ser una ciudad ocupada por el propio pueblo de la República, haciendo replegar el malhumor de los protestones taxistas, desalojando el fastidio de “los apisonadores de adoquines”, alentado por la mala gramática de los movileros.

Y a partir de ese viernes a la noche, la tantas veces ajena Buenos Aires, la capital fenicia donde “la Cobardía suele atar a los hombres junto al río moroso” se transformó, durante cuatro días inolvidables en el rostro oscuro y diverso de esta Patria tantas veces negada. Si en 1820 las tropas de López y Ramírez ocuparon durante unos días la Plaza de Mayo, con sus caballadas y sus lanzas; si el 17 de octubre de 1945 el pueblo argentino condensado en sus columnas obreras impuso su decisión política y cambió la historia del país durante cincuenta años, durante estos días tres o cuatro millones de argentinos de todas las provincias, de todos los orígenes, de todas las tonadas y de todas las vertientes de nuestra gran fragua cultural llenaron el centro de Buenos Aires que volvió a ser la Capital Federal impuesta a la oligarquía porteña por las tropas provincianas -los cuicos- conducidos por el tucumano Julio Argentino Roca.

Como con exactitud política, histórica y sociológica lo expresara el Secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia: “Estamos en presencia de un 17 de Octubre cultural”.

El pueblo argentino profundo estaba esperando, contra todas las premoniciones derrotistas, contra el desánimo inoculado por los medios de comunicación venales, contra la prosa despreciativa de Eliaschev, Sarlo o Lanata, contra la amoralidad disfrazada de pasatiempo de una televisión “tinellizada”. Y cuando Cristina puso a su disposición la facilidad de unas calles dedicadas exclusivamente a la celebración patria, a la fiesta colectiva de saberse un “nosotros”, el pueblo -no la gente- salió a ocuparlas para expresar con su presencia festiva el orgullo de una historia de doscientos años, la conciencia de estar celebrando una historia que nuevamente lo tiene como protagonista exclusivo y excluyente, como se evidencia al comparar la patética reapertura del Teatro Colón.

Nuestro gran teatro de ópera fue construído por el gobierno nacional, con fondos de todo el país, para solaz de los porteños y, en especial, de sus sectores oligárquicos. La Constitución regiminosa de 1994 lo convirtió en propiedad exclusiva de la ciudad y Macri y su pandilla de irresponsables “chicos bien” lo adoptaron como escenario de su desprecio al pueblo, no sólo del resto del país, sino de la propia ciudad. Ni Lugano, ni Barracas, ni las villas estuvieron en esa apertura. Tan sólo 2.700 estólidos figurones, ancianas actrices en decadencia y millonarios ignorantes fueron quienes acompañaron la mentada noche de gala, mientras dos millones de argentinos pata al suelo celebrábamos en el Paseo del Bicentenario.

La Revolución de Mayo, ese primer intento de formar con todos los americanos una nueva nación, vuelve a estar en buenas manos. Leopoldo Marechal, a quien hemos citado a lo largo de estas líneas, escribió en soneto memorable “era Octubre y parecía Mayo”. A sesenta cinco años de escritas podemos afirmar que, durante estos días, Mayo parecía Octubre en Buenos Aires. Como entonces el pueblo profundo de la Patria salió a cambiar con su presencia el rumbo de la historia.

Grandes y victoriosas jornadas tenemos por delante.

4 de abril de 2010







Cristina en Perú y en Bolivia
En la senda del Nuevo ABC de Perón

En la década del 50, el general Juan Domingo Perón estableció las bases de la primera política de integración latinoamericana, realista y posible. Afirmaba el presidente argentino, en su memorable discurso del 11 de noviembre de 1953, ante los oficiales del Estado Mayor del Ejército:

“La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. (…) Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina”.

“Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separado, o juntos, sino en pequeñas unidades”
(América Latina en el año 2000: unidos o dominados, pág. 71, Ediciones de la Patria Grande, Casa Argentina de Cultura, México, 1990).

Este proyecto que se llamó el Nuevo ABC –aludiendo al que fuera el primer ABC pensado por el canciller brasileño Barón do Rio Branco- tenía dos componentes inescindibles.

Por un lado, el Nuevo ABC significó el planteamiento crudo y descarnado de una alianza estratégica con el Brasil, lo que constituía una revolución copernicana en el paradigma tradicional no sólo de nuestra cancillería y nuestras Fuerzas Armadas, sino también en la concepción tradicional del radicalismo de cuño yrigoyenista y del nacionalismo popular argentino. Sí para aquellos, la idea de establecer una unión con el Brasil era visto como una ofensa a las pequeñas soberanías parroquiales de nuestros fragmentados países, para estos Brasil era todavía el verdugo del pueblo paraguayo, el aliado del mitrismo antifederal, el predador de la heroica Paysandú, a la que cantara Gabino Ezeiza. Para la visión continentalista de Juan Domingo Perón, por el contrario, era la conclusión necesaria y evidente del peso geográfico, político, económico, demográfico y cultural de los dos países. Brasil y Argentina eran las dos columnas sobre las que se levantaría firme la arquitectura integradora.

Por el otro lado, la alianza con Chile, Paraguay y Bolivia significaba, en esta arquitectura, el contrapeso necesario para evitar la tentación hegemónica que podía brotar en Brasil, por obra de su tamaño y su potencialidad productiva. Así, Argentina encabezaba la voluntad integradora de los países hispanohablantes, convocando a sus vecinos más cercanos. Si el Uruguay no estuvo en la invitación fue tan sólo por la abierta orientación antiperonista del gobierno colorado de entonces –Luis Batlle-. No obstante y para hacer evidente la coyuntural ausencia del Uruguay en aquella propuesta, es necesario mencionar la invitación que el recientemente electo presidente Perón le formulara al doctor Luis Alberto de Herrera, respondiendo a su saludo: “Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sudamérica”. Conocedor de los mecanismos objetivos del poder y de los Estados, Perón se adelantaba a cualquier posibilidad hegemónica, tanto de un Brasil que volviese a sus orígenes imperiales, como a una Argentina porteña que intentase –como en el siglo XIX- reemplazar al virrey español.

El recientemente fallecido pensador uruguayo Alberto Methol Ferré expresaba en las últimas conversaciones con amigos y discípulos su preocupación porque la Argentina no parecía haber entendido esa expresa indicación de Perón. Desde su atalaya montevideana, no veía Methol Ferré, en la cancillería argentina una clara decisión y una firme voluntad de convocar a todos los países hispanohablantes, sobre todo a los del Pacífico. “Una integración entre desiguales termina en hegemonía”, advierte desde su último libro. Y agrega a continuación: “Se trata de llevar una delicada política que evite una hegemonía brasileña, porque una hegemonía traería la destrucción de América del Sur y de América Latina como posibilidad” (Los Estados Continentales y el Mercosur, Ediciones Instituto Superior Arturo Jauretche, Buenos Aires, 2009).

Perú y Bolivia, el arco del Pacífico

Los recientes viajes de la presidente Cristina Fernández de Kirchner a Lima y a La Paz y lo expresado en sus discursos y declaraciones, se inscriben en lo mejor de aquella política propuesta por el general Perón y cierran el círculo iniciado con el Mercosur y el acercamiento a la República Bolivariana de Venezuela.
Los argentinos debíamos al Perú un desagravio. Alguna vez, la miserable aldea, barrosa y maloliente, del Plata, había sido parte del extenso virreinato con sede en Lima. El Perú fue liberado del yugo español por el hijo de las Misiones Occidentales, José de San Martín. Por el Perú había peleado el joven argentino Roque Sáenz Peña, antes de ser presidente de nuestro país. Había sido el Perú el primero en alistarse en nuestra guerra anticolonial contra el ocupante de Las Malvinas. Emocionados recibimos los argentinos las demostraciones de lealtad continental y de afecto fraternal cuando salieron pilotos y aviones de los hangares peruanos para sumarse a la lucha en los cielos australes. Y mil veces agradecidos estuvimos ante los esfuerzos del peruano Pérez de Cuellar, secretario general de las Naciones Unidas, para evitar el choque de las armas colonialistas con los defensores argentinos.

Solamente la depravada inmoralidad de un gobernante venal y sin patria pudo ensuciar estos siglos de hermandad, al venderle armas al Ecuador, enfrentado ocasionalmente en una guerra insensata con el Perú. Solamente un espíritu corrompido por la avaricia pudo en un sólo acto traicionar a dos pueblos hermanos y enturbiar un afecto sin mancha entre tres pueblos suramericanos. Esa ignominia, ese delito –cuyo encubrimiento hizo volar, en nuestro propio país, una ciudad por los aires- interrumpió de hecho, durante todos estos años, nuestra relación con el Perú. Poco podíamos conversar sobre política suramericana con el Perú, si no tomábamos el toro por las astas y pedíamos humildemente perdón. ¿Por qué iban a confiar los peruanos en un país que prometiendo garantizar la paz entre Perú y Ecuador le vendió armas a uno de los beligerantes? Hasta ese lugar de abyección llevó Menem la herencia política de Perón.

Cristina hizo lo único que podía hacer para que la voz de la Argentina volviera a tener valor en el Perú. Fue y pidió disculpas. Y con ello no sólo reparó la afrenta cometida por el miserable, sino que cumplimentó el aspecto que le faltaba a su gran política latinoamericana, restablecer el diálogo con hispanohablantes, abrirse a uno de los principales países del Pacífico y cerrar el círculo de la bioceanidad continental. No es de poca significación que el viaje y la reparación se hayan realizado en el año del bicentenario de los primeros gritos independentistas del continente.

Pero no se limitó a ello. Al homenajear, en su discurso, a Víctor Raúl Haya de la Torre y recordar el parentesco de su ideario con el del General Perón, Cristina expuso la génesis de su propio pensamiento y visión acerca del proceso de integración latinoamericano. Haya de la Torre y Perón conforman los más importantes antecedentes en el siglo XX de la política integradora que hoy viven nuestros pueblos. Mencionarlo, por otra parte, frente al presidente Alan García, era ponerlo frente al espejo de la historia de su propio partido.

El viaje inmediato a Bolivia completa el movimiento que planteara Perón y que nos reclamaba Methol Ferré en imborrables conversaciones. Bolivia ha iniciado un nuevo proceso institucional, intentando que la república cobije y sea expresión de todas las vertientes que conforman su ciudadanía. Es, por otra parte, un país que requiere del apoyo sincero y fraterno de sus vecinos para consolidar su sistema democrático y su nueva constitución. El homenaje brindado a la nueva Generala del Ejército Argentino, Juana Azurduy de Padilla, evoca necesariamente nuestro pasado común, del que debemos recordar, en este año en que se cumplen doscientos años de nuestro primer gobierno patrio, que su presidente, Don Cornelio Saavedra, era hijo de aquellas tierras altas.

Ya no es tan sólo Venezuela nuestra amiga suramericana, con todo lo importante que ha sido y es. Estas visitas de Cristina a Perú y Bolivia deben ser interpretadas en el sentido integrador que le ajudicaba Perón. Estamos dispuestos a una gran y estrecha alianza con el Brasil. Sin ella, ni Brasil ni Argentina tendrán cabida en el mundo que se está conformando. Pero para que ello no se frustre en un intento hegemónico, Argentina invita a todos los hispanohablantes del continente para realizar el sueño de Bolívar junto al gigante que habla portugués.

Buenos Aires, 4 de abril de 2010

1 de marzo de 2010

Enrique Oliva, el viejo guerrero del 45


Enrique Oliva, el viejo guerrero del 45

Ya han pasado sesenta y cinco años. Los protagonistas del 17 de octubre de 1945 han comenzado a galopar en las praderas de Manitú o donde quiera que se vayan los guerreros de aquella jornada histórica. Hoy le tocó partir a Enrique Oliva, un gigante nacido a la historia argentina aquella tarde de sol.

Enrique Oliva fue peronista desde el día en que los trabajadores ocuparon la Plaza de Mayo y entregó su enorme inteligencia, su indoblegable voluntad y cada hora de su vida a la causa de la liberación argentina y la unidad de la Patria Grande.

Cuando la reacción oligárquica, la misma que hoy intenta maniatar y, de ser posible, voltear al gobierno de Cristina Kirchner, con la complicidad de sedicentes peronistas, Enrique Oliva no dudó. Siguió a Perón en la soledad de su exilio, en la debilidad del caudillo alejado de su pueblo, y no hubo dudas en su nacionalismo popular acerca de quien representaba la aspiración histórica del pueblo y los trabajadores argentinos. Desde Madrid y al lado del caudillo popular proscripto y en el ostracismo, Enrique Oliva fue un militante fiel y honrado de Perón, tal como lo eran los millones de argentinos tan proscriptos como el jefe expatriado.

Fue testigo y actor de los últimos sesenta y cinco años de política argentina, a la que le dedicó todo su luminoso cerebro y su patriotismo sin fisuras.

Cuando lo consideró necesario a los elevados fines de la causa nacional y popular, Enrique Oliva se convirtió en François Lepot, un periodista de Clarín, estacionado en París, desde donde iluminaba, con información fidedigna, a los argentinos sobre un mundo que se hacía ancho y lejano bajo la implacable censura de Videla y Martínez de Hoz. Su ejercicio de la profesión hizo evidente que es posible ser periodista y patriota, que no es necesario sacrificarse al becerro de oro que ofrecen los grandes monopolios mediáticos para comprar las conciencias. Si Enrique Oliva pudo hacerlo, todos podemos.

Patriota como era, su nacionalismo popular –la razón profunda de lo que es el arcano de la política argentina: la sobrevivencia del peronismo- le permitió comprender las razones históricas de la gesta de Malvinas. Desde su lugar privilegiado escribió informaciones y análisis que sólo contribuyeron a consolidar la doctrina nacional sobre esta causa, la más trascendental de los argentinos.

Imbuido de un fuerte espíritu testimonial, convirtió su labor periodística en una obligación de cubrir, para y en nombre del conjunto de los argentinos, los escenarios centrales de cada momento: la invasión soviética a Afganistán, el Pakistán de Zia Ul Haq o la India de Indira Gandhi. Sus reportajes –que deberían ser de estudio obligatorio en las escuelas de periodismo-, sus informes sobre los países en cuestión estaban atravesados por su patriotismo argentino y suramericano, para analizar con ojos propios la realidad lejana.

Ya en la Argentina dedicó sus últimos años a las causas fundamentales: la cuestión de Malvinas, la unidad latinoamericana, la reivindicación de la Batalla de la Vuelta de Obligado.

Fue siempre y por sobre todo un militante. Es decir tuvo, hasta el triste día de su partida, lúcido y rebelde, la energía y la voluntad de un joven veinteañero. Seguramente, ese era su pacto misterioso que le permitió irse prometiendo su artículo sobre el petróleo en Malvinas para mañana.

Afortunadamente, Enrique, las nuevas generaciones te conocieron y admiraron tu fervoroso espíritu argentino, esa especie de “punk” irreductible que, cuando muchos prefieren las pantuflas y el sofá, te permitía estar presente, bajo la lluvia, en un acto a don Juan Manuel, a los caídos en Malvinas o a los asesinados el 16 de junio de 1955 por la Marina de Guerra.

Hoy te hemos acompañado hasta tu descanso final. Nos encontramos viejos y nuevos militantes y hablamos de proyectos y propuestas para seguir el combate. No te lloramos porque sabíamos que no era eso lo que querías de nosotros. Te recordamos llenos del humor y el respeto que se les debe a los grandes guerreros.

Enrique Oliva, hay una nueva generación que, con hidalguía y valor, se hará merecedora de tu memoria, la memoria de los jóvenes del 17 de octubre de 1945.

1º de Marzo de 2010.

19 de enero de 2010


Carta abierta a los periodistas

del Grupo Clarín





Buenos Aires, 19 de enero de 2010

A todos los periodistas del

Grupo Clarín

Estimados colegas:

Los que abajo firmamos somos periodistas y comunicadores de todo el país, algunos conocidos por el gran público, otros simplemente por los colegas y algunos completamente desconocidos, pero todos orgullosos de esta profesión que elegimos llenos de optimismo.

El motivo de esta carta es apelar a la reflexión y la conciencia de todos ustedes que, a sabiendas o no, colaboran con sus artículos, sus escritos, sus columnas y sus comentarios con la furiosa e irracional campaña de debilitamiento, desprestigio y derrocamiento de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, lanzada por el directorio del grupo y su CEO, el señor Héctor Magneto.

Sabemos, porque ha tomado estado público, que todos ustedes son sometidos diariamente a un proceso de adoctrinamiento y presiones, para que la actividad intelectual por la cual han sido contratados, sirva de manera exclusiva - cualquiera sea la sección o especialidad periodística en la que desarrollen su labor- a la finalidad arriba descripta. Para ello, denigran por todos los medios la acción de gobierno; calumnian, insultan y descalifican a la señora presidenta, al ex presidente Néstor Kirchner y a los funcionarios y políticos del oficialismo e, incluso, a cualquier simpatizante del mismo; ocultan de manera sistemática los aciertos, las obras de gobierno y las intervenciones presidenciales; generan un clima de zozobra, angustia y miedo en la sociedad; esconden los signos de recuperación económica, para generar desesperanza y crispación; agigantan y repiten hasta el cansancio las malas noticias, las desgracias, los crímenes y delitos, para dejar la sensación y el efecto de sentido de que todo ello es culpa del gobierno y la presidenta. Estas son, entre otras del mismo tenor, las tareas a las que están, suponemos, obligados a realizar. Como todos ustedes saben, todo lo aquí enumerado atenta tanto contra los principios éticos que rigen nuestra profesión, como contra los más elementales conceptos de lo que es el periodismo y la comunicación.

Creemos que, de una manera u otra, deben reaccionar frente a esto. ¿Pretenden ustedes pasar a la historia como los oficiales y soldados que, cumpliendo órdenes, lograron el desprestigio y la destitución de una presidente constitucional argentina, votada por el 45 % de la ciudadanía? ¿Están dispuestos a aceptar que sus hijos, el día de mañana, lean en los libros de historia que ustedes, sus padres, fueron la fuerza de choque, el grupo de tareas que pretendió llevarse puesta a una presidenta? ¿Con qué cara los mirarán cuando ellos pregunten, después de la escuela, qué hicieron cuando un grupo de millonarios monopólicos intentó con mentiras y manipulaciones destituir a un gobierno democrático y popular?

No tendrán posibilidad de recurrir a la Obediencia Debida y explicar a sus hijos que sólo seguían órdenes, porque este mismo gobierno contra el que sus patrones los lanzan, derogó esa falacia y mandó a prisión a quienes la argumentaron.

Sabemos que entre ustedes hay algunos –pocos- que han elegido un camino sin retorno, que les han hecho creer que eran ligeros para que corran, y hoy son verdaderos y concientes oficiales del Estado Mayor golpista, antidemocrático y monopólico. Pero no todos son Nelson Castro, Marcelo Bonelli, Ricardo Kirchbaum o Morales Solá, cuyos siderales honorarios los convierten en sicarios, cómplices y gustosos de la infamia.

Entre ustedes hay muchos, la mayoría, que están avergonzados del papel que el odio y el revanchismo políticos les están haciendo jugar, a cambio de un sueldo, imprescindible –es cierto-, pero que no alcanza para comprar la dignidad y la honra, colegas periodistas.

Los abajo firmantes los instamos a rebelarse contra esta perversa maniobra. Protesten, resistan y, si es necesario, denuncien a sus patrones destituyentes. Una profesión que tiene a Mariano Moreno como paradigma no puede ser mancillada por un plato de sopa.


Comisión Directiva de Faro de la Comunicación

Hugo Barcia, Presidente, Gustavo Granero, Vicepresidente

Vocales: Julio Fernández Baraibar, Mariana Baranchuk, Mario Paulela, Santiago Plaza, Javier González


Estimado colega, si quiere firmar esta carta envíe su adhesión a farodelacomunicacion@gmail.com


De ser posible y lograr los fondos necesarios, la publicaremos bajo la forma de solicitada.