En esta página publico los artículos escritos por mí en los últimos años, sobre política argentina, política latinoamericana y política internacional, que considero más interesantes y de actualidad. Visite mi blog con temas periodísticos y literarios http://jfernandezbaraibar.blogspot.com
19 de junio de 2012
Hacia una nueva suma de los factores reales de poder
1 de junio de 2012
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Callao y Santa Fe, el epicentro del cacerolazo gorila. Se observan los rostros macilentos por el hambre y la misertia |
12 de enero de 2012
Piñera, Pinochet y la Patria Grande
¿Por qué el presidente Sebastián Piñera dio marcha atrás con la decisión de cambiar el modo de designar a la dictadura de Pinochet?
De todos los países suramericanos posiblemente sea Chile donde con mayor fuerza se instaló el nacionalismo de campanario, de patria chica, que sobrevino a la derrota política de los Libertadores. Bernardo de O'Higgins, el compañero de San Martín en la guerra de la Independencia, ya había sido derrotado en 1823 y casi obligado a abandonar Chile. La burguesía comercial representada por el impertérrito comerciante Diego Portales, un hombre a quien sólo le interesaba el orden para llenar sus bolsillos, logró derrocar con sus intrigas al Director Supremo. Con ello, Chile perdió al último de sus políticos y militares que coincidían en el programa continental de San Martín y Bolívar. La Guerra Civil de 1829-30 lograría que el partido conservador de Diego Portales se impusiera en toda la línea.
El Portalismo
Este partido, el portalismo, es el que impuso sobre la sociedad chilena, dominada por una oligarquía terrateniente vasco-castellana, la idea de su singularidad, su aislamiento del conjunto del continente, su convicción de ser la última esperanza blanca rodeada de enemigos desesperanzadamente oscuros y mestizos. Su integración al mercado mundial y su especial relación con el Reino Unido consolidaron esta ideología conservadora, que llevó a Chile a enfrentarse con la Confederación Peruano-Boliviana del Mariscal Santa Cruz, con quien colaboraba el general O'Higgins, -en guerra en la que Chile contó con el apoyo del gobernador porteño don Juan Manuel de Rosas-, en 1836, y nuevamente con Perú y Bolivia, en la Guerra del Pacífico de 1879, cuyos resultados pesan todavía en la política regional. Uno de ellos, quizás el más grave, es la carencia de salida al mar por parte de Bolivia, perdida por la ocupación chilena en este conflicto.
Esta ideología portalina nunca fue seriamente cuestionada en Chile. Ni siquiera los partidos de la Unidad Popular ni su breve gobierno fueron capaces de mover la losa que más de cien años de predominio oligárquico habían impuesto sobre la cabeza de sus contemporáneos. También la izquierda chilena cargó con el peso de Diego Portales. Con un latinoamericanismo más retórico que concreto, el pensamiento continentalista fue marginal dentro del partido Socialista y, por supuesto, inexistente en el partido Comunista, más preocupado por la unidad del COMECON que de América Latina. Ese pensamiento, que corresponde a lo que en la Argentina se puede considerar como mitrismo y sarmientismo junto, ha sido muy poco cuestionado en Chile. Todavía influencia sobre amplios sectores populares y constituye la base ideológica de su proverbial desconfianza hacia los argentinos, hacia el peronismo y su actitud de fortaleza sitiada por pueblos hostiles. Figuras como la de Felipe Herrera, el ya fallecido creador del BID, o la del profesor Pedro Godoy y su Centro de Estudios Chilenos (CEDECH) son todavía minoritarias, aunque crecientes, en la cultura política del país trasandino.
Alberto Methol Ferré solía decir, entre irónico y descriptivo, que Chile era una isla y que los del continente debíamos esperar a que los isleños se subiesen a sus canoas y viniesen a ver qué había en tierra firme. Quería decir con ello que la integración de Chile al conjunto suramericano sería una tarea lenta y determinada más por el propio interés de los chilenos que por nuestras invocaciones a la Patria Grande.
La Constitución de Pinochet
Por otra parte el proceso por el cual Chile volvió a la normalidad constitucional fue muy diferente al de la Argentina, aunque paradójicamente el origen haya sido el mismo. En efecto, en Argentina la Guerra de Malvinas aceleró la salida de escena de la dictadura cívico militar instaurada en 1976. La misma dejó de ser funcional, a partir del 2 de abril de 1982, a los intereses imperialistas que la habían sostenido. En el momento en que el imperialismo le suelta la mano a la dictadura, la misma cae en medio de un profundo desprestigio político y social. Tuvo que huir desorganizadamente de la escena y los sectores militares y civiles vinculados directamente a ella no tuvieron posibilidad de influir en el desarrollo de los acontecimientos.
Pero la decisión de Galtieri de recuperar el territorio nacional usurpado por el Reino Unido tuvo como resultado no deseado el hecho de que EE.UU. comenzara a desconfiar de la eficacia de los regímenes militares y a pensar en diversas salidas que permitieran retornar a los regímenes constitucionales. Así empieza Pinochet y su dictadura a perder apoyo externo. La Guerra de Malvinas, en la que había colaborado de diversas maneras con el ocupante extracontinental en contra de su vecino, arrastró también a su dictadura. Pero, a diferencia de Argentina, lo hizo sin perder arraigo y popularidad en amplios sectores de la población, no sólo en la tradicional oligarquía. Las fuerzas armadas pinochetistas, formadas y constituidas en la más pura tradición portalina -antiargentina y antiperuana-, y los sectores sociales vinculados a ella lograron condicionar la salida constitucional, después de haber conseguido, en un plebiscito, reformar la Carta Magna. Y, si bien el plebiscito de 1989 produjo su primera y gran derrota electoral, Pinochet siguió siendo el hombre fuerte del régimen en retirada y durante los siguientes nueve años, Comandante en Jefe del Ejército hasta el año 1998, cuando pasó a retiro.
Los gobiernos de la Coalición Cívica cargaron sobre sus espaldas el peso de una transición rigurosamente controlada y la decisión propia de no tocar en un ápice el sistema económico y social impuesto por la dictadura pinochetista. Estas limitaciones de afuera y de adentro determinaron su enorme fracaso y su derrota electoral en las últimas elecciones chilenas.
El triunfo de la “derecha”
Dichos comicios pusieron en la presidencia de Chile a un empresario, un hombre de negocios al frente de una coalición de dirigentes explícitamente pinochetistas, economistas y políticos neoliberales y conservadores de todo pelaje, es decir de ideologistas reaccionarios de todo tipo. Sebastián Piñera, un hombre práctico, acostumbrado a dar órdenes, debía asumir, trece años después del pase a retiro de Pinochet, un gobierno de “derecha” o “momio”, en condiciones de insertar a su país en una región, con la que tiene muchas relaciones económicas, pero caracterizada por un importante grupo de gobiernos de signo contrario al suyo. Fue notorio, desde un primer momento, que Piñera no quería desentonar en el conjunto suramericano. Su participación en las celebraciones del Bicentenario en Buenos Aires fue un signo evidente de esto. Su familiaridad y hasta camaradería con el resto de los presidentes presentes -sobre todo con Hugo Chávez y Evo Morales-, su acercamiento a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner -notoriamente correspondido por ésta-, eran muestras evidentes de que el businessman Piñera ansiaba desprenderse el rígido corsé que la tradición portalina le imponía. Y esto, para el desarrollo de la integración continental era y es un enorme paso adelante, de ahí que la presidenta argentina correspondiera con elogios y menciones a los esfuerzos del chileno. Los temas de política interna, las cuestiones que dividían a los chilenos en dos bandos enfrentados en las calles, en las manifestaciones estudiantiles y populares, quedaban completamente afuera de toda conversación, como corresponde, justamente, a un proceso tan delicado como es el de la consolidación de la Patria Grande.
Por otra parte es evidente que este acercamiento ha tenido resultados notables. Chile, bajo el gobierno de Piñera, se ha sumado al bloqueo contra las naves con la falsa bandera de Malvinas, decretada por la última cumbre del Mercosur. Chile se va acercando al gran continente.
Y, además, este año Sebastián Piñera es presidente pro témpore de la Unasur, hecho que comprometía aún más a su gobierno y a su país en la suerte del continente.
Todo este largo prólogo que el lector ha debido fatigosamente recorrer son los antecedentes necesarios para lo que viene a continuación.
En ese momento, como resultado del empecinamiento neocons de no ceder a los reclamos por una educación universal y gratuita, llega al ministerio del área uno de esos dirigentes provenientes del viejo pinochetismo recalcitrante. Este no tiene mejor ocurrencia que sancionar una resolución por la cual, los libros escolares deberán llamar a la dictadura de Pinochet con el eufemismo suavizante de “régimen militar”. Obviamente la mayoría antipinochetista de la sociedad chilena puso el grito en el cielo. La decisión significaba un profundo retroceso en el camino de la afirmación democrática de Chile y un intento de ocultar a las nuevas generaciones la naturaleza violenta, ilegítima y despótica de esos años. La decisión tuvo, naturalmente, repercusión periodística y política en todo el continente y Piñera decidió anularla y dejar las cosas como estaban.
¿Fue la presión de la sociedad chilena la que logró esta marcha atrás? Por supuesto, sin ella no hubiera ocurrido. Pero en mi opinión, esa presión popular fue capaz de modificar la resolución inicial por el simple y definitivo hecho de que Chile se encuentra, también y con su propio ritmo, inmerso inexorablemente en el proceso de integración continental. El reclamo y las luchas populares no han logrado aún imponer en Chile un sistema educativo público más justo y democrático. Las razones económicas que da el gobierno no alcanzan para ocultar el profundo anclaje ideológico, privatista, comercial, que tiene la defensa del actual sistema. Y ahí ningún país de la Unasur tiene derecho a entrometerse. Pero Sebastián Piñera, presidente pro témpore de Unasur, vio que esa posición de no llamar dictadura a una dictadura casi paradigmática no la iba a poder sostener ante la mayoría de los presidentes suramericanos. Escuchó la voz áspera y cuartelera de Hugo Chávez riéndose del eufemismo. Supuso el tono admonitorio y didáctico de Cristina ironizando sobre ello. Se imaginó a Rafael Correa y su perfecta dicción de bachiller preguntando qué tenía que hacer un régimen militar dictatorial para ser llamado dictadura. Vio que en las pausas de las reuniones, con simpatía y sin maldad, los presidentes suramericanos lo iban a convertir en objeto de chanzas o comentarios sarcásticos. ¿Y todo para qué? ¿Para salvar la reputación de un militar ya fallecido, cuya honestidad está en duda? ¿Para limpiarle la cara a un período que ya no puede volver y que dio todo lo que podía dar?
Eso es cosa de ideólogos, debe haber pensado el empresario Piñera. Es cosa de fundamentalistas que no piensan ni en la política ni en los negocios. Y eso no le conviene a mi gobierno. Ni a mi país, concluyó.
Y, es mi aventurada hipótesis, por primera vez, la Patria Grande influyó en una decisión de política interna en el esquivo Chile que quizás ha comenzado a repatriar el ideario de O'Higgins.
Buenos Aires, 12 de enero de 2012
Miembro de número del Instituto de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego y miembro de la Mesa Nacional de la Corriente Causa Popular.
2 de noviembre de 2011
La tierra del yacaré
El teniente coronel Luis Jorge Fontana, el patagónico que integró estas tierras al territorio nacional, que clasificó sus especies y conoció y describió a sus hombres del monte, ese militar estudioso, emprendedor y positivista -como correspondía a su época- fundó la villa de Formosa en 1879. Se adentró en la región y, con el apoyo del estado central que recién comenzaba a organizarse, se inició la historia argentina de toda esa región. En estos días acaba de estrenarse en Buenos Aires una película sobre este gran argentino, que contribuyó como pocos a garantizar nuestra extensión territorial, en una época en donde todavía regía la zoncera sarmientina de que “el mal que aqueja al país es su extensión”.
28 de mayo de 2010
Fue un 17 de Octubre cultural
Fue un 17 de Octubre cultural
El viernes 21 de mayo comenzó como de costumbre, en Buenos Aires.
Mayor cantidad de autos, importantes atascamientos de tránsito que la televisión comercial no se cansaba de adjudicar a las tareas de preparación de unos festejos que, en la voz de los locutores, sonaban a desmesurados, faraónicos, inútiles. Un infatuado escriba, con pretensiones de Zaratustra, escribe en un pasquín opositor: “En varios sentidos, las muchedumbres porteñas miran de reojo y con fastidio el desparramo en una ciudad colapsada por preparativos de gruesa teatralidad. Se nos informa que estamos de fiesta” (Pepe Eliaschev, Perfil, 22/05/10).
Ese mismo viernes, a las ocho de la noche, la ciudad era ya otra. Como si hubieran estado esperando el discurso presidencial con el que se inauguró el Paseo del Bicentenario, miles y miles de hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos comenzaron a volcarse a la 9 de Julio. Llegaban con banderitas argentinas o portando orgullosos sus escarapelas. En el correr de media hora, Buenos Aires comenzó a ser una ciudad ocupada por el propio pueblo de la República, haciendo replegar el malhumor de los protestones taxistas, desalojando el fastidio de “los apisonadores de adoquines”, alentado por la mala gramática de los movileros.
Y a partir de ese viernes a la noche, la tantas veces ajena Buenos Aires, la capital fenicia donde “la Cobardía suele atar a los hombres junto al río moroso” se transformó, durante cuatro días inolvidables en el rostro oscuro y diverso de esta Patria tantas veces negada. Si en 1820 las tropas de López y Ramírez ocuparon durante unos días la Plaza de Mayo, con sus caballadas y sus lanzas; si el 17 de octubre de 1945 el pueblo argentino condensado en sus columnas obreras impuso su decisión política y cambió la historia del país durante cincuenta años, durante estos días tres o cuatro millones de argentinos de todas las provincias, de todos los orígenes, de todas las tonadas y de todas las vertientes de nuestra gran fragua cultural llenaron el centro de Buenos Aires que volvió a ser la Capital Federal impuesta a la oligarquía porteña por las tropas provincianas -los cuicos- conducidos por el tucumano Julio Argentino Roca.
Como con exactitud política, histórica y sociológica lo expresara el Secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia: “Estamos en presencia de un 17 de Octubre cultural”.
El pueblo argentino profundo estaba esperando, contra todas las premoniciones derrotistas, contra el desánimo inoculado por los medios de comunicación venales, contra la prosa despreciativa de Eliaschev, Sarlo o Lanata, contra la amoralidad disfrazada de pasatiempo de una televisión “tinellizada”. Y cuando Cristina puso a su disposición la facilidad de unas calles dedicadas exclusivamente a la celebración patria, a la fiesta colectiva de saberse un “nosotros”, el pueblo -no la gente- salió a ocuparlas para expresar con su presencia festiva el orgullo de una historia de doscientos años, la conciencia de estar celebrando una historia que nuevamente lo tiene como protagonista exclusivo y excluyente, como se evidencia al comparar la patética reapertura del Teatro Colón.
Nuestro gran teatro de ópera fue construído por el gobierno nacional, con fondos de todo el país, para solaz de los porteños y, en especial, de sus sectores oligárquicos. La Constitución regiminosa de 1994 lo convirtió en propiedad exclusiva de la ciudad y Macri y su pandilla de irresponsables “chicos bien” lo adoptaron como escenario de su desprecio al pueblo, no sólo del resto del país, sino de la propia ciudad. Ni Lugano, ni Barracas, ni las villas estuvieron en esa apertura. Tan sólo 2.700 estólidos figurones, ancianas actrices en decadencia y millonarios ignorantes fueron quienes acompañaron la mentada noche de gala, mientras dos millones de argentinos pata al suelo celebrábamos en el Paseo del Bicentenario.
La Revolución de Mayo, ese primer intento de formar con todos los americanos una nueva nación, vuelve a estar en buenas manos. Leopoldo Marechal, a quien hemos citado a lo largo de estas líneas, escribió en soneto memorable “era Octubre y parecía Mayo”. A sesenta cinco años de escritas podemos afirmar que, durante estos días, Mayo parecía Octubre en Buenos Aires. Como entonces el pueblo profundo de la Patria salió a cambiar con su presencia el rumbo de la historia.
Grandes y victoriosas jornadas tenemos por delante.
4 de abril de 2010

En la senda del Nuevo ABC de Perón
En la década del 50, el general Juan Domingo Perón estableció las bases de la primera política de integración latinoamericana, realista y posible. Afirmaba el presidente argentino, en su memorable discurso del 11 de noviembre de 1953, ante los oficiales del Estado Mayor del Ejército:
“Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separado, o juntos, sino en pequeñas unidades” (América Latina en el año 2000: unidos o dominados, pág. 71, Ediciones de la Patria Grande, Casa Argentina de Cultura, México, 1990).
Este proyecto que se llamó el Nuevo ABC –aludiendo al que fuera el primer ABC pensado por el canciller brasileño Barón do Rio Branco- tenía dos componentes inescindibles.
Por el otro lado, la alianza con Chile, Paraguay y Bolivia significaba, en esta arquitectura, el contrapeso necesario para evitar la tentación hegemónica que podía brotar en Brasil, por obra de su tamaño y su potencialidad productiva. Así, Argentina encabezaba la voluntad integradora de los países hispanohablantes, convocando a sus vecinos más cercanos. Si el Uruguay no estuvo en la invitación fue tan sólo por la abierta orientación antiperonista del gobierno colorado de entonces –Luis Batlle-. No obstante y para hacer evidente la coyuntural ausencia del Uruguay en aquella propuesta, es necesario mencionar la invitación que el recientemente electo presidente Perón le formulara al doctor Luis Alberto de Herrera, respondiendo a su saludo: “Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sudamérica”. Conocedor de los mecanismos objetivos del poder y de los Estados, Perón se adelantaba a cualquier posibilidad hegemónica, tanto de un Brasil que volviese a sus orígenes imperiales, como a una Argentina porteña que intentase –como en el siglo XIX- reemplazar al virrey español.
Pero no se limitó a ello. Al homenajear, en su discurso, a Víctor Raúl Haya de la Torre y recordar el parentesco de su ideario con el del General Perón, Cristina expuso la génesis de su propio pensamiento y visión acerca del proceso de integración latinoamericano. Haya de la Torre y Perón conforman los más importantes antecedentes en el siglo XX de la política integradora que hoy viven nuestros pueblos. Mencionarlo, por otra parte, frente al presidente Alan García, era ponerlo frente al espejo de la historia de su propio partido.
El viaje inmediato a Bolivia completa el movimiento que planteara Perón y que nos reclamaba Methol Ferré en imborrables conversaciones. Bolivia ha iniciado un nuevo proceso institucional, intentando que la república cobije y sea expresión de todas las vertientes que conforman su ciudadanía. Es, por otra parte, un país que requiere del apoyo sincero y fraterno de sus vecinos para consolidar su sistema democrático y su nueva constitución. El homenaje brindado a la nueva Generala del Ejército Argentino, Juana Azurduy de Padilla, evoca necesariamente nuestro pasado común, del que debemos recordar, en este año en que se cumplen doscientos años de nuestro primer gobierno patrio, que su presidente, Don Cornelio Saavedra, era hijo de aquellas tierras altas.
Ya no es tan sólo Venezuela nuestra amiga suramericana, con todo lo importante que ha sido y es. Estas visitas de Cristina a Perú y Bolivia deben ser interpretadas en el sentido integrador que le ajudicaba Perón. Estamos dispuestos a una gran y estrecha alianza con el Brasil. Sin ella, ni Brasil ni Argentina tendrán cabida en el mundo que se está conformando. Pero para que ello no se frustre en un intento hegemónico, Argentina invita a todos los hispanohablantes del continente para realizar el sueño de Bolívar junto al gigante que habla portugués.
Buenos Aires, 4 de abril de 2010
1 de marzo de 2010
Enrique Oliva, el viejo guerrero del 45

Enrique Oliva, el viejo guerrero del 45
Ya han pasado sesenta y cinco años. Los protagonistas del 17 de octubre de 1945 han comenzado a galopar en las praderas de Manitú o donde quiera que se vayan los guerreros de aquella jornada histórica. Hoy le tocó partir a Enrique Oliva, un gigante nacido a la historia argentina aquella tarde de sol.
Enrique Oliva fue peronista desde el día en que los trabajadores ocuparon
Cuando la reacción oligárquica, la misma que hoy intenta maniatar y, de ser posible, voltear al gobierno de Cristina Kirchner, con la complicidad de sedicentes peronistas, Enrique Oliva no dudó. Siguió a Perón en la soledad de su exilio, en la debilidad del caudillo alejado de su pueblo, y no hubo dudas en su nacionalismo popular acerca de quien representaba la aspiración histórica del pueblo y los trabajadores argentinos. Desde Madrid y al lado del caudillo popular proscripto y en el ostracismo, Enrique Oliva fue un militante fiel y honrado de Perón, tal como lo eran los millones de argentinos tan proscriptos como el jefe expatriado.
Fue testigo y actor de los últimos sesenta y cinco años de política argentina, a la que le dedicó todo su luminoso cerebro y su patriotismo sin fisuras.
Cuando lo consideró necesario a los elevados fines de la causa nacional y popular, Enrique Oliva se convirtió en François Lepot, un periodista de Clarín, estacionado en París, desde donde iluminaba, con información fidedigna, a los argentinos sobre un mundo que se hacía ancho y lejano bajo la implacable censura de Videla y Martínez de Hoz. Su ejercicio de la profesión hizo evidente que es posible ser periodista y patriota, que no es necesario sacrificarse al becerro de oro que ofrecen los grandes monopolios mediáticos para comprar las conciencias. Si Enrique Oliva pudo hacerlo, todos podemos.
Patriota como era, su nacionalismo popular –la razón profunda de lo que es el arcano de la política argentina: la sobrevivencia del peronismo- le permitió comprender las razones históricas de la gesta de Malvinas. Desde su lugar privilegiado escribió informaciones y análisis que sólo contribuyeron a consolidar la doctrina nacional sobre esta causa, la más trascendental de los argentinos.
Imbuido de un fuerte espíritu testimonial, convirtió su labor periodística en una obligación de cubrir, para y en nombre del conjunto de los argentinos, los escenarios centrales de cada momento: la invasión soviética a Afganistán, el Pakistán de Zia Ul Haq o
Ya en
Fue siempre y por sobre todo un militante. Es decir tuvo, hasta el triste día de su partida, lúcido y rebelde, la energía y la voluntad de un joven veinteañero. Seguramente, ese era su pacto misterioso que le permitió irse prometiendo su artículo sobre el petróleo en Malvinas para mañana.
Afortunadamente, Enrique, las nuevas generaciones te conocieron y admiraron tu fervoroso espíritu argentino, esa especie de “punk” irreductible que, cuando muchos prefieren las pantuflas y el sofá, te permitía estar presente, bajo la lluvia, en un acto a don Juan Manuel, a los caídos en Malvinas o a los asesinados el 16 de junio de 1955 por
Hoy te hemos acompañado hasta tu descanso final. Nos encontramos viejos y nuevos militantes y hablamos de proyectos y propuestas para seguir el combate. No te lloramos porque sabíamos que no era eso lo que querías de nosotros. Te recordamos llenos del humor y el respeto que se les debe a los grandes guerreros.
Enrique Oliva, hay una nueva generación que, con hidalguía y valor, se hará merecedora de tu memoria, la memoria de los jóvenes del 17 de octubre de 1945.
1º de Marzo de 2010.
19 de enero de 2010

Carta abierta a los periodistas
del Grupo Clarín
Buenos Aires, 19 de enero de 2010
A todos los periodistas del
Grupo Clarín
Estimados colegas:
Los que abajo firmamos somos periodistas y comunicadores de todo el país, algunos conocidos por el gran público, otros simplemente por los colegas y algunos completamente desconocidos, pero todos orgullosos de esta profesión que elegimos llenos de optimismo.
El motivo de esta carta es apelar a la reflexión y la conciencia de todos ustedes que, a sabiendas o no, colaboran con sus artículos, sus escritos, sus columnas y sus comentarios con la furiosa e irracional campaña de debilitamiento, desprestigio y derrocamiento de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, lanzada por el directorio del grupo y su CEO, el señor Héctor Magneto.
Sabemos, porque ha tomado estado público, que todos ustedes son sometidos diariamente a un proceso de adoctrinamiento y presiones, para que la actividad intelectual por la cual han sido contratados, sirva de manera exclusiva - cualquiera sea la sección o especialidad periodística en la que desarrollen su labor- a la finalidad arriba descripta. Para ello, denigran por todos los medios la acción de gobierno; calumnian, insultan y descalifican a la señora presidenta, al ex presidente Néstor Kirchner y a los funcionarios y políticos del oficialismo e, incluso, a cualquier simpatizante del mismo; ocultan de manera sistemática los aciertos, las obras de gobierno y las intervenciones presidenciales; generan un clima de zozobra, angustia y miedo en la sociedad; esconden los signos de recuperación económica, para generar desesperanza y crispación; agigantan y repiten hasta el cansancio las malas noticias, las desgracias, los crímenes y delitos, para dejar la sensación y el efecto de sentido de que todo ello es culpa del gobierno y la presidenta. Estas son, entre otras del mismo tenor, las tareas a las que están, suponemos, obligados a realizar. Como todos ustedes saben, todo lo aquí enumerado atenta tanto contra los principios éticos que rigen nuestra profesión, como contra los más elementales conceptos de lo que es el periodismo y la comunicación.
Creemos que, de una manera u otra, deben reaccionar frente a esto. ¿Pretenden ustedes pasar a la historia como los oficiales y soldados que, cumpliendo órdenes, lograron el desprestigio y la destitución de una presidente constitucional argentina, votada por el 45 % de la ciudadanía? ¿Están dispuestos a aceptar que sus hijos, el día de mañana, lean en los libros de historia que ustedes, sus padres, fueron la fuerza de choque, el grupo de tareas que pretendió llevarse puesta a una presidenta? ¿Con qué cara los mirarán cuando ellos pregunten, después de la escuela, qué hicieron cuando un grupo de millonarios monopólicos intentó con mentiras y manipulaciones destituir a un gobierno democrático y popular?
No tendrán posibilidad de recurrir a la Obediencia Debida y explicar a sus hijos que sólo seguían órdenes, porque este mismo gobierno contra el que sus patrones los lanzan, derogó esa falacia y mandó a prisión a quienes la argumentaron.
Sabemos que entre ustedes hay algunos –pocos- que han elegido un camino sin retorno, que les han hecho creer que eran ligeros para que corran, y hoy son verdaderos y concientes oficiales del Estado Mayor golpista, antidemocrático y monopólico. Pero no todos son Nelson Castro, Marcelo Bonelli, Ricardo Kirchbaum o Morales Solá, cuyos siderales honorarios los convierten en sicarios, cómplices y gustosos de la infamia.
Entre ustedes hay muchos, la mayoría, que están avergonzados del papel que el odio y el revanchismo políticos les están haciendo jugar, a cambio de un sueldo, imprescindible –es cierto-, pero que no alcanza para comprar la dignidad y la honra, colegas periodistas.
Los abajo firmantes los instamos a rebelarse contra esta perversa maniobra. Protesten, resistan y, si es necesario, denuncien a sus patrones destituyentes. Una profesión que tiene a Mariano Moreno como paradigma no puede ser mancillada por un plato de sopa.
Comisión Directiva de Faro de la Comunicación
Hugo Barcia, Presidente, Gustavo Granero, Vicepresidente
Vocales: Julio Fernández Baraibar, Mariana Baranchuk, Mario Paulela, Santiago Plaza, Javier González
Estimado colega, si quiere firmar esta carta envíe su adhesión a farodelacomunicacion@gmail.com
De ser posible y lograr los fondos necesarios, la publicaremos bajo la forma de solicitada.