14 de septiembre de 2006

Chile y Argentina se abrazan en la Patria Grande

Para la columna de opinión de Crónica

Contra toda la maquinaria de prensa y desprestigio que movilizan los intereses políticos imperialistas, opuestos al proceso de unificación e integración que hoy vive nuestro continente, la política latinoamericana del presidente Néstor Kirchner obtuvo hoy un resonante triunfo en Mendoza.

El encuentro entre la presidente de Chile, Michele Bachelet, y su par argentino, logró el restablecimiento de un gran proyecto integrador inaugurado en 1910 y que, desde el año 1984, había dejado de funcionar definitivamente, el Tren Trasandino.

Las relaciones con Chile, en el marco de la actual política suramericana, tienen, para la Argentina –y para el Mercosur, por otra parte- una importancia trascendental. No sólo por compartir ambos países la más extensa de las fronteras, que ha significado permanentes conflictos a lo largo de ciento cincuenta años, sino porque la política exterior chilena y su clase dirigente han mantenido, desde los tiempos del ministro Diego Portales, en la tercera década del siglo XIX, una gran resistencia a toda política integracionista, así como una insular desconfianza hacia sus vecinos.

La nacionalización de los hidrocarburos llevada a cabo por el gobierno de Evo Morales en Bolivia y el consecuente aumento del precio del gas que la Argentina importa de aquel país trajo aparejada una complicación en las relaciones de nuestro país con Chile. Como se sabe, la intención de los actuales gobernantes bolivianos ha sido utilizar la necesidad que de sus recursos energéticos tiene el país trasandino como instrumento de presión diplomática para arrancar de Santiago su ansiada salida al mar, perdida como consecuencia de la Guerra del Pacífico a fines del siglo XIX. La decisión del presidente Néstor Kirchner de reconocer el necesario aumento del precio del gas boliviano –como expresión de la soberanía de Bolivia sobre sus recursos- y de trasladar ese aumento exclusivamente a las exportaciones de gas a Chile, crearon una situación de tensión entre ambas cancillerías, que fue aprovechada periodísticamente por los sectores que pretenden hacer naufragar el actual proceso de integración regional y volver a la política de las grandes multinacionales que caracterizó a los años ’80.

La firma del acuerdo que pone en marcha el relanzamiento del Tren Trasandino, con una licitación internacional para obras del orden de los 200 millones de dólares, ha puesto fin a estas maniobras. La presidente Bachelet manifestó la voluntad integracionista de su gobierno y recordó la acción común de San Martín y O’Higgins en esa misma provincia de Mendoza. Y el presidente Kirchner, en un cuidado discurso, recordó el sentido que había tenido en 1910 la inauguración de esta vía férrea, presentó su cierre como una derrota de la integración y destacó la importancia que su reapertura tiene en esta nueva etapa de la Unión Suramericana.
Mal que le pese a los interesados críticos, Chile y Argentina se abrazan también en la Patria Grande.

Buenos Aires, 12 de septiembre de 2006.



6 de septiembre de 2006

El Legado de Jorge Abelardo Ramos

El Legado de Jorge Abelardo Ramos 
Conferencia realizada el 21 de julio de 2006, en el marco del Taller para el Pensamiento Nacional, organizado por el sitio www.pensamientonacional.com.ar, en el Sindicato de Encargados de Edificios de Renta y Propiedad Horizontal (SUTERH).
Este 21 de julio, por obra del azar –por obra de ese hilo misterioso con el que teje Clío- nos encontramos haciendo una reflexión sobre el legado de Jorge Abelardo Ramos, justo en el atardecer de lo que puede haber sido el día más importante de los últimos diez años para los latinoamericanos. De alguna manera podríamos decir, sin falsear la verdad, que en la Cumbre de Presidentes del Mercosur, celebrada hoy en Córdoba, con la presencia del Comandante Hugo Chávez, de Evo Morales, la presencia fundamental del presidente Kirchner, sosteniendo contra los ataques más calumniosos y viles la alianza estratégica con Venezuela, con el discurso magistral de Lula, al hacerse cargo de la nueva presidencia pro tempore del Mercosur donde plantea una nueva estrategia brasileña en la política de la integración latinoamericana, con la presencia, por fin, de Fidel Castro, y la firma de los acuerdos que ponen en jaque el bloqueo económico a Cuba, todo esto parecería ser el legado vivo y concreto del pensamiento y la acción política de Ramos. 
Jorge Abelardo Ramos, la persona que posiblemente más haya influido en mi vida después de mi padre y de mi madre –habida cuenta que lo que influyeron mi padre y mi madre no contaba de mi parte con la racionalidad con la que contaba la influencia de Abelardo Ramos- era un individuo, como recordarán los que lo conocieron, de una extraordinaria y singular personalidad. Pese a su aspecto poco criollo –ese pelo ígneo que le hizo ganar el inevitable sobrenombre de "El Colorado", ese aspecto de Groucho Marx a quien a veces gustaba imitar, sus pecas- era, curiosamente, descendiente de criollos por el lado paterno: su abuelo había sido un hombre de a caballo, un payador ácrata de fines del siglo XIX que, en esos caminos del canto y de la militancia libertaria conoce y se enamora de una institutriz alemana en una estancia de la provincia de Buenos Aires. 
Y de ese matrimonio entre un payador gaucho anarquista y una institutriz alemana nace Nicolás, el padre –también anarquista- de Jorge Abelardo Ramos quien se casa con doña Rosa, una muchacha de la clase media, judía, porteña, hija de socialistas y adscripta ella misma a las ideas del socialismo. 
 Recuerdo un reportaje que le hiciera al “Colorado” Ramos –posiblemente en el año ’70- la revista “Panorama”, y quien era en ese entonces periodista de esa revista, el cura Ferreiros. Ferreiros era un cura que ejercía su sacerdocio –quiero decir que no estaba reducido al estado laical, ni mucho menos- y que escribió un libro llamado “La Cuba de Castro vista por un católico”, luego de un viaje que hizo en la década del ’60 a Cuba. Era un hombre vinculado a la Democracia Cristiana; un hombre que siempre permaneció vinculado oficialmente a la Iglesia; compañero y amigo de Norberto Habbeger, quien luego termina en Montoneros y fue muerto en aquel suicida intento al que llamaron “la contraofensiva”. Y para que se recuerde quién fue Ferreiros: en una ocasión –siendo Juan Carlos Onganía presidente- Juan García Elorrio -fundador de la revista “Cristianismo y Revolución”- increpó a viva voz a Monseñor Caggiano, a la salida de la Catedral. Quien enfrenta a García Elorrio, interponiéndose entre él y el cardenal primado, fue el cura Ferreiros. 
 Tuve oportunidad de presenciar ese reportaje a Ramos, en el que Ramos recordó una situación que me ha acompañado siempre en la memoria: cómo eran los 1º de Mayo en su casa, cómo celebraba el 1º de Mayo una familia integrada por un padre anarquista y una madre socialista. Contaba Ramos que la celebración del Primero de Mayo –que en esa familia tenía una importancia muy grande, casi similar a la que en nuestros hogares puede tener la Navidad o el Año Nuevo- comenzaba la noche anterior –que es la noche de Valpurgis, por otra parte- en una reunión en el Centro Libertario. Contaba Ramos que estaban todos esos hombres y mujeres sentados en círculo en una mesa, con sus trajes negros y sus sombreros orión. Y había discursos sobre la redención del proletariado, sobre la destrucción del Estado y la desaparición de las cadenas de opresión sobre la humanidad. Se turnaban los oradores hasta que, de pronto, otro -que tomaba la palabra-, en lugar de dar un discurso, recitaba un poema también libertario, quizás de Alberto Ghiraldo, hablando de los mártires y de los héroes de la lucha obrera. Eso terminaba cerca de la medianoche, cuando todos se volvían a la casa. Al día siguiente –el 1º de mayo propiamente dicho- iba al Parque Japonés con su madre, dado que el parque había sido alquilado, justamente para celebrar el Día de los Trabajadores, por el Partido Socialista para el uso de sus afiliados. 
 Con esto quiero decir que Ramos era un hombre criado en éste ambiente peculiar, del cual él tenía una gran memoria. Pesaba sobre su pensamiento todo este pasado de un abuelo y un padre anarquistas y su madre socialista. Jorge Abelardo Ramos tenía, además, un don admirable que era el de la narración. Contó una vez del miedo que le dio, siendo un niño de 4 o 5 años, cuando vivían en Flores. En ese entonces su padre iba y venía. No era una presencia muy permanente en la casa, incluso tenía residencia también en Montevideo. Tocan a la puerta, contaba Jorge, y va él –de niñito- y se encuentra con un gigantón –para él- totalmente vestido de negro, con una luenga barba y con un cuchillo de plata en la mano que le dice algo incomprensible en iddish, y él sale corriendo. Era un carnicero kosher que venía a ofrecer sus servicios a la casa de doña Rosa. 
Ese don para contar sus historias las volvían inolvidables, porque él las convertía casi en un hecho artístico. En este marco, la figura literaria que más influye en ése muchacho de 16 o 17 años –anarquista- es una persona también muy extraña y poco conocida que es Rafael Barret. 
 Rafael Barret es un hombre que tuvo una vida corta y fugaz: vivió 34 años. También producto de un connubio extraño entre una aristócrata Álvarez de Toledo, española, y un inglés, un tal Barret Clark. Nace Rafael en la provincia de Santander, en España. No se sabe bien, pero parece que realizó sus primeros estudios en Inglaterra y luego vuelve a Madrid. En 1902, cuando él tiene 25 años, agarra a trompadas –literalmente, en la vía pública, en el centro de Madrid y a la vista de todo el mundo- al Duque de Arión, lo que le provoca un ostracismo social inmenso. Pero ¿cuál había sido la razón de este ataque? que luego fuera comentado por Ramiro de Maeztu en uno de sus artículos periodísticos, ya que este Rafael Barret era uno de los integrantes de la jeunesse dorée madrileña. 
El motivo fue que Barret había retado a duelo a un abogado por un cierto asunto. Y un tribunal de honor presidido por el Duque de Arión –a pedido del abogado, que le daba miedo batirse a duelo- declaró que Barret era un notorio pederasta y que, por lo tanto, no estaba en condiciones de defender su honor. Y lo salva al abogado de una muerte segura. Esto le provoca a Barret tal indignación que –como se acostumbraba a hacer en aquélla época, cosa que hoy suena ridículo- va a un médico a hacerse los análisis oficiales para que quede asentado que él no es ningún pederasta –cuando uno sabe que lo más difícil de probar es un hecho negativo- y así lo agarra a trompadas al Duque de Arión, que era el presidente del tribunal de honor que había decretado su pederastia. 
Todo este incidente provoca su aislamiento social que recién termina con la aparición de un artículo en la prensa madrileña –en uno de los diarios de mayor circulación de la época- en donde se publica “ayer falleció el señor Rafael Barret”. Lo declaran muerto. El tipo ve que toda la situación en España está cerrada para él, y se viene para Buenos Aires. Un joven de veinticinco o veintiséis años, solo, que hasta ese momento sólo había escrito sobre matemática, porque era un destacado matemático. Funda –según dicen- la Sociedad Matemática Argentina junto a Julio Rey Pastor y escribe en algunos diarios y revistas españolas y en el Caras y Caretas. 
Pero a los pocos meses de estar en Buenos Aires decide irse como corresponsal a cubrir una revolución liberal que se había lanzado en el Paraguay y decide afincarse en ese país. Queda atrapado por el Paraguay. Se adscribe a estos revolucionarios liberales y comienza su evolución hacia el anarquismo militante. Pero, curiosamente, no a partir de los mártires de Chicago ni de Sacco y Vanzetti sino de la situación de los trabajadores yerbateros, de la situación en que se encontraban los indígenas en el Paraguay. Era un hombre de una formación nieztcheana -muy de moda en ésa época- y se transforma en un anarquista libertario, militante. Funda un diario, el “Germinal”, donde empieza a escribir con una enorme ironía y sarcasmo, rasgos que veremos luego en Jorge Abelardo Ramos. Sus artículos le provocan la persecución política en el Paraguay, tiene que entrar y salir, se va a Montevideo. En Montevideo influye notoriamente en Rodó, en Vaz, en Zum Felde, en los intelectuales más destacados del Montevideo finisecular o de principio de siglo. 
Barret se vincula a la generación del ’98, y su presencia funciona como una especie de fermento o de levadura en la que germina esta renovación ideológica que se produce en ambas márgenes del Río de la Plata. 
Enferma de tuberculosis muy gravemente, viaja a Francia tratando de encontrar una cura para su mal, pero muere a los 34 años de edad. Éste es el tipo que más influye en el joven Ramos y que le hace ver el conflicto social, junto con la lectura de los clásicos, del príncipe Kropotkin, de Gorki y de la literatura realista y naturalista rusa. Pero Barret también lo introduce en el tema del Paraguay, de la guerra del Paraguay y de sus consecuencias. Es a través de Rafael Barret donde la preocupación por la infame guerra de la Triple Alianza entra en el espíritu de Jorge Abelardo Ramos. 
En ese anarquismo inicial tuvo como compañero de militancia, de luchas y de alguna huelga estudiantil a otro gran amigo nuestro: Luis Alberto Murray, de quien Ramos era compañero de escuela. De alguna manera, Luis Alberto nunca abandonó sus ideas anárquicas y logró congeniarlas con su catolicismo, su peronismo, su admiración por León Trotsky y el whisky. 
Pero Ramos comienza lentamente a alejarse del anarquismo de su hogar –si uno cometiera ejercicio ilegal de la psicología, diría que significa un alejamiento del padre- y comienza a acercarse –siendo muy joven- a los grupúsculos trotskistas que, en Buenos Aires, comenzaban a surgir merced a la acción y la billetera de Liborio Justo, hijo del presidente de la República, Agustín P. Justo. 
Liborio Justo fue una especie de proto punk, de hippie, de rebelde, hasta el último día de su vida, un peleador, enemigo de todo el mundo, que a los dieciocho años increpa con gritos destemplados al presidente Franklin Delano Roosevelt en la Cámara de Diputados, en una visita oficial que hiciera el presidente norteamericano a la Argentina y a su padre, nada menos que el General Agustín P. Justo. Liborio hace una denuncia a los gritos desde los palcos del Congreso –adonde había llegado justamente en su carácter de hijo del presidente de la República-. 
El indoblegable hijo del presidente fraudulento adscribe a los escritos de León Trotsky, quien ya ha sido expulsado de la Unión Soviética y se había convertido en el solitario denunciador de la dictadura burocrática que se ha instalado en el Kremlin sobre los restos exánimes de la Revolución de Octubre. Realiza un viaje a Nueva York, del cual hay una interesante colección de fotografías, tomadas por Liborio, sobre las consecuencias que la crisis del treinta impuso a los trabajadores norteamericanos. Y vuelve a Buenos Aires con el objetivo de impulsar y dar forma política a las ideas del trotskismo en la Argentina. 
Alrededor de él y de su dinero –y de la capacidad que tenía de hacer publicaciones, de pagar pequeños periódicos- se empiezan a armar grupos vinculados al ideario trotskista, que tienen una prodigiosa capacidad cariocinética, logrando aumentar el número de grupos sin aumentar el número de personas involucradas en la totalidad del movimiento. 
¿Qué significa –para ser breve- el trotskismo en esas condiciones? El prestigio que tenía en los años ’30 la Revolución Rusa tuvo –en la generación de hombres como Abelardo Ramos- una importancia iniciática, fundacional. Yo pertenezco a una generación que se inicia a la vida política –y esto es algo que el Comandante Hugo Chávez lo recordó ayer- con dos hechos: el Cordobazo, por un lado, y, por el otro, la guerra de Vietnam, una guerra de liberación victoriosa. La generación de Jorge Abelardo Ramos se inicia con los resplandores del Octubre ruso. En 1930 este movimiento prodigioso había sido absolutamente dominado, copado y cerrado por el sistema burocrático encabezado por Stalin y en el cual toda la generación de revolucionarios que había participado de manera directa en los Diez Días que Conmovieron al Mundo –como dice John Reed- habían sido eliminados por la policía secreta de Stalin, o estaban sepultados en mazmorras de las que nadie sabía el paradero. El partido de Lenin se había convertido en una organización burocrática piramidal, en la que ya no se discutía, sino que se escuchaban las revelaciones prodigiosas del gran timonel que era José Djugashvilli –Stalin-, donde todo debate había desaparecido por completo. Esto -que tenía por lo menos un principio de justificación en las condiciones de asedio, de sitio imperialista en que se encontraba la reciente Revolución Rusa- es imitado meticulosamente por todos los partidos comunistas del mundo, que no estaban sitiados por ningún cerco imperialista. Y entonces se aplicaron exactamente los mismos criterios policíacos que se aplicaban en la Unión Soviética. 
El pensamiento crítico del marxismo que había iluminado a las generaciones de Lenin y de Trotsky había sido convertido en un catecismo del Padre Astete, sin discusión alguna, de una estolidez intelectual repugnante para cualquier persona de veinte años que quisiera cambiar el mundo y que tuviera respeto por la inteligencia humana. A eso se le sumaba, en la Argentina, la adscripción más rígida y absoluta a los lineamientos heredados del Partido Socialista y del liberalismo local. A lo que hay que agregarle el altísimo componente extranjero –inmigrante- que tenían las primeras organizaciones de trabajadores y de militantes, tanto socialistas como comunistas. 
El Secretario General del Partido Comunista, en ese entonces y por largos años, era un individuo que hablaba cocoliche, el ínclito Vittorio Codovilla. 
En ese momento, el trotskismo aparece como una posibilidad intelectual de reflexionar –sobre todo a partir de los escritos de Trotsky posteriores a su exilio de Rusia, las reflexiones que él hace sobre la revolución traicionada, sobre los grandes mariscales de la derrota, sobre los procesos de burocratización, etcétera- que había –más allá de la estolidez staliniana- un mundo de ideas que todavía podía florecer. Todo esto en medio de una presión enorme, porque –repito- el mismo método de represión policíaca que usaban en la Unión Soviética, lo usaba el Partido Comunista contra aquellos que disintieran con la línea oficial establecida por Moscú, apelando, directamente, a la delación policial, a la calumnia, a la descalificación y a considerar a los trotskistas, no militantes políticos con los que se tiene disidencia, sino lunáticos, dementes, orates o provocadores policiales. 
Este era el ambiente del momento, un ambiente cerrado, enrarecido, de una gran presión psicológica, de delirio. Pero un mundo que se derrumba es un taller de forja –decía don Hipólito Yrigoyen- y en este magma -con tantos elementos de locura, de neurosis- surgen algunos elementos que habrán de ser decisivos. En primer lugar, una correcta, aunque genérica y abstracta percepción de los movimientos nacionales. Los artículos de Trotsky desde México, el reportaje que le hace el dirigente sindical argentino Mateo Fossa, algunas reflexiones de Trotsky sobre Getulio Vargas, empiezan a darles a estos jóvenes posibilidades de formular un análisis distinto, un juicio distinto, donde lo que prevalece es la idea central -planteada por Lenin en su momento- según la cual el mundo se divide en países imperialistas y países dominados por el imperialismo. Y que no se pueden usar los parámetros de los países imperialistas para analizar y dar la lucha política en los países sometidos por el imperialismo. 
Esto, que parece una obviedad, era una revolución copernicana. Y lo que dice Trotsky, en algún artículo, es que entre una democracia que invade a un país feudal dirigido por un jefe despótico, el deber del revolucionario es defender al país del jefe despótico feudal contra los demócratas que lo invaden. Y después veremos qué hacemos con el jefe despótico, antidemocrático y feudal. Pero es el deber del revolucionario porque la razón de la humanidad está con el país oprimido y no con la democracia imperialista. 
Esto los impacta, y de este magma surge –al aparecer Perón en 1945- el pequeño –pequeñísimo- grupo que interpreta de una manera radicalmente distinta el nuevo fenómeno nacido el 17 de octubre y que confronta con la totalidad de las explicaciones que se daban en la Argentina sobre el peronismo. Grupo que ve, principalmente, tres cosas: Primero, que éste es un país semicolonial, o sea un país dependiente, oprimido por el imperialismo. Tenemos que pensar de una manera distinta a como se piensa allá. Segundo, que ésos que salieron a la calle, eran los obreros. No eran murgas de lúmpenes desclasados, sino que eran “los” obreros. Y tercero, que van detrás de un jefe que no es un dirigente obrero socialista formado en la Tercera Internacional. Entonces ese grupo se dice “bueno, vamos a tratar de explicar esto. Vamos a tratar de darle una racionalidad, porque todo lo que es real es racional, todo lo que existe puede ser explicado”
Estos grupos contaron con un hombre que jugó un papel fundamental en la articulación, el trabajo político y en la reflexión, como fue Aurelio Narvaja. Aurelio Narvaja –a quien no conocí personalmente, pero que pude haberlo hecho, dado que fuimos contemporáneos- era un joven abogado santafesino -vinculado originariamente al Movimiento Reformista, de la reforma del ’18- que comienza a reflexionar sobre la naturaleza históricamente progresista del peronismo y sobre el carácter de clase del 17 de octubre. Este grupo se llamó “Frente Obrero”. 
Pero, paralelamente a “Frente Obrero”, el joven Jorge Abelardo Ramos –que se había peleado a puñetazos con Liborio Justo y con Raurich a propósito del 17 de Octubre- empieza a editar la revista “Octubre”. Y ésta es la publicación en la que Ramos comienza a elaborar su reflexión política y su pensamiento político. Ya independiente –aunque coincidente- con los trabajos del grupo de Aurelio Narvaja. 
Creo que la primera cuestión a la que hay que referirse, si se habla del legado de Jorge Abelardo Ramos, es el aporte ineludible que éste hace a la comprensión del gran movimiento nacional argentino. Este aporte a la explicación de cómo y por qué los trabajadores se encolumnan detrás de un coronel y desarrollan juntos un gran movimiento cuyas tareas no son el socialismo, ni la socialización de los medios de producción, sino la creación de medios de producción: la creación de un capitalismo autárquico e independiente. O sea, de trabajadores que ayudan y colaboran a que hayan patrones que les expropien plusvalía para que ellos puedan ser trabajadores. 
Esta explicación es un aporte que él ha dado, no a lo largo de un libro –como “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”- sino a lo largo de miles de artículos, de notas periodísticas, de reportajes, de conferencias. Jorge Abelardo Ramos es, en este punto, inestimable. 
A los veintisiete, veintiocho años –en 1949, ya en pleno gobierno peronista- publica un libro: “América Latina: un país”. Un libro que, en realidad, tiene un título y su contenido es otro. Es muy extraño lo de este libro. Porque en realidad el libro habla muy poco de América Latina. Habla mucho de Argentina y de la historia argentina. Pero es un libro que tiene una particularidad extraordinaria. Con la capacidad de síntesis casi publicitaria que caracterizaba la pluma y el ingenio de Jorge Abelardo Ramos, plantear, en 1949, que América Latina es “un país”, era como intentar convencer al Instituto Nacional de Meteorología que llueve de abajo para arriba, que nos parece que llueve de arriba para abajo, pero que, en realidad, llueve de abajo para arriba. Era una tarea imposible porque la propuesta era absoluta, radical y totalmente novedosa. Acá nadie podía pensar que eso se podía decir o siquiera pensar, que se podría llegar a entrever que América Latina se podía llegar a constituir en un solo país. Y mucho menos imaginarse que lo había sido. Esto es lo más subyugante y lleno de posibilidades que tiene el libro “América Latina: Un país”, que es un libro inicial. Es el libro de un joven que tiene 28 años, que tiene muchos errores, muchos desaciertos, muchas imperfecciones pero que establece dos cosas. Como dice Methol Ferré, en una excelente nota introductoria que hizo para la edición de algunos libros de Abelardo Ramos en Uruguay, “América Latina: Un país” era, en realidad, dos libros. Uno, “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” y, otro, “Historia de la Nación Latinoamericana”. En este pequeño librito de 250 páginas estaban comprimidos estos otros dos libros fundamentales. La madurez política le permitió irlos reescribiendo. 
Pero, en 1949, “América Latina: Un país” plantea el eje central de su legado intelectual y político. Poco después publica –siempre durante el gobierno peronista- otra cosa que tuvo el efecto de una enema de vidrio molido –si se me permite la escatológica comparación- que es “Crisis y resurrección de la literatura argentina”, un libro del ’54. Y digo que tuvo estos efectos porque se la agarra descarnada, brutal y provocativamente con dos vestales de la cultura oficial argentina: Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada. 
Es obvio que “Crisis y resurrección de la literatura argentina” no es una obra de crítica literaria. Es una obra política. De crítica a la cultura política oficial del país. No está destinada a discutir las cualidades literarias de Borges y de Martínez Estrada, sino que está destinada a discutir y criticar el peso que las concepciones de Borges y de Martínez Estrada tienen sobre el conjunto de la sociedad. Y establece otro ángulo de su crítica a la realidad argentina: el plano de la lucha cultural. Establece un principio básico para un país semicolonial que es que la lucha por la liberación se da en la cabeza de los oprimidos de ese país. Y que para alcanzar el nivel político capaz de cambiar las condiciones es necesario realizar una profunda crítica intelectual y política a las bases espirituales del pensamiento de esa sociedad. Este es el aporte de esta obra –que es un folleto, un opúsculo, no es una obra de envergadura, por lo menos en cuanto a su extensión- pero que asesta un golpe en el nudo gordiano de la dominación política de la oligarquía y del imperialismo en la Argentina, que es el modo de pensar. 
Caído el gobierno peronista, Ramos publica –en 1957- “Revolución y contrarrevolución en la Argentina” que es una versión ampliada y corregida de esa historia argentina que había presentado en “América Latina: Un país”. Esta historia es corregida en dos puntos esenciales que Ramos descubre posteriormente a la publicación de su libro inicial. Uno de ellos lo cuenta Methol Ferré en ese artículo del que les hablaba y es el papel de José Gervasio Artigas, el papel articulador que Artigas jugó en la nación rioplatense. Descubrimiento que Ramos obtiene en sus viajes a Montevideo y en su amistad, justamente, con Methol Ferré. Fue Methol Ferré, fue Vivian Frías, fueron ese gran historiador y extraordinario expositor que fue Washington Reyes Abadíe y el periodista Roberto Ares Pons quienes lo introducen en la justa apreciación del papel jugado por Artigas hasta su eclipse en la fronda paraguaya. Y estos intelectuales eran los editores responsables, en aquella época, de esa revista “Nexo”, que jugó un papel trascendente en el proceso de autoconciencia histórica de los rioplatenses. Su nombre, “Nexo”, apelaba al papel que el “estado tapón” creado por el Reino Unido, debería jugar en el proceso de integración suramericano: de vínculo geopolítico entre la Argentina y Brasil. 
Los primeros capítulos del primer tomo de “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”, que lleva el título de “Las Masas y las Lanzas”, es una magistral interpretación de los momentos iniciales de las Provincias Unidas del Río de la Plata y del papel jugado por el mejor exponente del federalismo, el oriental José Artigas. La exposición del Protector de los Pueblos como un caudillo rioplatense cuyo programa político consistía en mantener la unidad del antiguo Virreinato y no como el creador del minúsculo estado del Uruguay tuvo también un efecto devastador en la concepción histórica vigente, tanto de cuño liberal mitrista, como de origen nacionalista oligárquico. 
En la visión de Ramos, Artigas es el primero y más grande de los federales y su política se entronca con el proceso de modernización iniciado por los Borbones y los grandes políticos y pensadores fisiócratas españoles, que tuvo en las Cortes de Cádiz su más alta expresión transformadora. 
El otro aspecto esencial que actualiza Ramos en este libro es el de la significación del papel jugado por Julio Argentino Roca, su representación social y el sentido de la federalización de la ciudad y el puerto de Buenos Aires. 
Contra el izquierdismo abstracto, el antiliberalismo de cuño clerical y la mistificación mitrista, Jorge Abelardo Ramos funda una interpretación, basada en el paradigma marxista, que emparenta a Roca y al roquismo con los movimientos populares que lograron la Independencia Americana, que resistieron la hegemonía de la burguesía del puerto de Buenos Aires y que, con los soldados de un incipiente Ejército nacional, aplastaron el secesionismo porteño. Con el brillo característico de su pluma, emparentada con lo mejor de la literatura política argentina –Moreno, Castelli, Monteagudo, De Angelis y hasta Sarmiento y Alberdi- “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina” describe de manera singular el período que se inicia bajo la hegemonía personal del General Julio Argentino Roca en 1870, después de la guerra del Paraguay, y que culminó en 1910 con su segunda presidencia. “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina” es un libro magistral al que dos o tres veces al año vuelvo para leer algo, a buscar alguna cosa; porque es una especie de sistema, de “clave” para poder comprender políticamente diferentes momentos históricos que son muy complejos y que están mal explicados. 
Es un libro al que se le pueden agregar capítulos sobre temas que ocurrieron después de la época en que el libro termina; pero es muy difícil que se le puedan agregar capítulos a los períodos sobre los que el libro trata. Con este libro, decía, Ramos establece de manera definitiva la genealogía política del pueblo argentino y de su clase trabajadora. Y, por lo tanto, vislumbra, tira pautas, imagina cuál puede ser el desarrollo posible de ese pueblo argentino y de esa clase trabajadora. Éste, creo, es el aporte central de “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”, libro que –en su momento- fue un libro de consumo masivo, un libro que fue devorado por, por lo menos, una generación de argentinos. 
Ramos desarrolla, además, una relación muy íntima y comprometida con dos países, además de la Argentina: con el Uruguay, con el que lo unían casi lazos de sangre, ya que su padre terminó viviendo en el Uruguay, y él mismo se casó con una uruguaya, Fabriciana Carvallo, una joven intelectual, izquierdista y montevideana, madre de sus dos hijos mayores. Fue tan rica la relación que Ramos establece con el Uruguay que Methol Ferré sostiene –en ese mismo artículo- que Ramos fue a Vivian Trías lo que Juan B. Justo fue a Emilio Frugoni. Juan B. Justo fue el precursor de la constitución del pensamiento central del socialismo uruguayo a través de Emilio Frugoni -su principal dirigente- y, según Ferré, Ramos fue el que consolidó y dio forma al pensamiento político de Vivian Trías, que llegó a constituir una corriente de la Izquierda Nacional dentro del Partido Socialista uruguayo. 
Y con el otro país con el que desarrolla un compromiso de preocupación intelectual y política es con Bolivia. Es cierto que, para el trotskismo, Bolivia siempre fue un tema. La característica de la historia boliviana del siglo XX, el desarrollo de la industria minera entre otros factores, hicieron que –curiosamente- el trotskismo tuviera en Bolivia un desarrollo obrero muy importante. Fue el trotskismo el que organizó los sindicatos mineros, y tuvo un gran éxito político no sólo entre los trabajadores mineros, sino también en el campesinado. Para los jóvenes trotskistas de aquella época –estoy hablando de los años 40- el viaje a Bolivia era un viaje iniciático. La mina “Siglo XX”, la mina Catavi, bajar al socavón, todo eso era un viaje iniciático para esa generación. El establecimiento de una serie de conexiones políticas entre Ramos y varios intelectuales y políticos bolivianos dio origen a su relación con Sergio Almaraz Paz y posteriormente con quien, posiblemente, sea el discípulo más afamado y exitoso de Jorge Abelardo Ramos –por lo menos por ahora- que es el actual Ministro de Hidrocarburos del gobierno de Evo Morales, Andrés Solís Rada. Un hombre formado personalmente por Sergio Almaraz Paz, por Jorge Abelardo Ramos y por otro trotskista que se refugió en Bolivia -país al cual le prestó importantísimos y patrióticos servicios- que fue Adolfo Perelman. 
Adolfo, y su hermano Ángel, eran dos jóvenes trotskistas que participaron directamente en la fundación de la Unión Obrera Metalúrgica, a punto tal que Ángel terminó sus días como funcionario de la UOM, especialista en paritarias. Según decían, era el hombre que mejor conocía la lista de actividades fabriles que tenían que ser cubiertas por las discusiones paritarias. 
Adolfo se va a vivir a La Paz y es uno de los hombres que participa activamente en la creación del primer horno de estaño que se hace en Bolivia –la COMIBOL-, fundado a principios de la década del ’70 bajo el gobierno del presidente Ovando Candia, caído ya René Barrientos. Sobre estos dos países Jorge Abelardo Ramos tenía un punto de vista muy claro, conocía en profundidad esas dos sociedades e influyó en el debate político interno de estos dos países. La polémica que mantuvo en los años ’70 con Guillermo Lora, el secretario general del POR -el Partido Obrero Revolucionario boliviano- trotskista, una especie de Altamira avant la lettre- es histórica, y ha tenido una trascendencia política en el debate interno boliviano muy grande. 
Hasta 1968 no publica nada de magnitud. En ese año logra publicar la otra parte de “América Latina: Un país”, esa parte que solamente estaba encerrada, criptografiada en el título. Y nos da otro libro que ha sido y sigue siendo iluminador que es “Historia de la Nación Latinoamericana”. Esta obra es –desde su sistema interpretativo- una obra única en el continente y con una trascendencia sobre el sistema de ideas latinoamericano que es fundamental. En esta obra Ramos desarrolla eso que "se cifra en el nombre" –como decía uno-, eso que estaba en aquél título de “América Latina: Un país”, y muestra de qué manera el futuro de nuestra unidad latinoamericana está signado por el inicio de nuestra vida independiente. 
Y más aún. Aún antes de nuestra vida independiente, las condiciones impuestas por la corona española sobre el nuevo mundo determinaban que esto debía ser una sola y gran Nación. A partir de esto analiza de qué manera ese proyecto originario que expresaban Artigas, Bolívar y San Martín fue agonizando, fue deteriorándose; qué intereses concurrieron para que el proyecto se fragmentase, para que esas grandes visiones continentales que caracterizan la prosa de Bolívar terminaran en pequeñas e impotentes repúblicas dotadas de todos los elementos formales que constituyen el estado burgués, pero ninguno de sus elementos constitutivos materiales. Que actúan como estados burgueses, pero que no tienen la base material para ser verdaderos Estados burgueses y, por lo tanto, se convierten en correa de transmisión de las políticas imperiales. 
Este libro desglosa, en sus grandes líneas, la fragmentación y la balcanización sudamericana y aporta otro elemento que es fundamental: da una lucha implacable contra dos terribles plagas que azotaron nuestro continente, con efectos tan perniciosos como las que azotaron Egipto: el cubanismo y la lucha armada. 
La revolución cubana, su novedad, su inesperada resolución fue –para la generación anterior a la mía- el gran elemento nutriente. Y se convirtió, de una revolución viva, concreta, hecha por hombres y mujeres con enormes sacrificios, en un país que está a un tiro de piedra de los Estados Unidos, en una abstracción metafísica, en una especie de libro de Jorge Bucay, en la que se encontraban las respuestas a todos los males del género humano. Y esta respuesta estaba dada por la aparición de un nuevo protagonista, el campesinado, y un nuevo demiurgo, el guerrillero. El guerrillero que introduce en los campesinos la idea del levantamiento socialista y que, a través de su sacrificio, –heroico y desinteresado- logra redimir al conjunto del género humano. Ésta es la ideología latente en este cubanismo que caracterizó a los años ’60 y que terminó en el terrible proceso de las luchas armadas, en el movimiento guerrillero en los distintos países de América Latina, inclusive en el nuestro. 
Jorge Abelardo Ramos, en la “Historia de la Nación Latinoamericana”, da un debate profundo, ideológico, político, argumental, usando todo tipo de instrumentos intelectuales, para intentar explicar y aclarar a las nuevas generaciones que, por ese lado, iban a un matadero sangriento. Uno podría decir que, lamentablemente, tuvo razón. Methol Ferré –a quien cito en esto porque posiblemente sea la persona que más cerca estuvo de ese lejano y a veces frío corazón de Jorge Abelardo Ramos; fue su mejor amigo y, posiblemente, después de la muerte de Alfredo Terzaga, su único amigo- nunca se cansa de decir -cada vez que uno hace esos viajes a la Meca de Montevideo para charlar con él- que el Colorado cumplió una tarea que la posteridad le va a reconocer: que salvó a miles y miles de jóvenes de ese inicuo martirio. Y creo que esa lucha, los elementos intelectuales de esa lucha y de esa discusión están dados en la “Historia de la Nación Latinoamericana”. 
Y por último, la última gran batalla que dio Jorge Abelardo Ramos quizás haya sido la que libró durante la guerra de Malvinas. También ahí cumplió su papel –ése para el que tenía tanta capacidad- en el análisis y difusión propagandística de las características nacionales y legítimas de la guerra. Posiblemente, uno de sus más destacados méritos como político haya sido su gran capacidad propagandística. 
Hay historiadores que intentan minimizar la importancia de Jorge Abelardo Ramos en la elaboración y creación de estas ideas que he estado enumerando. Estos críticos, para, disminuir la importancia de Ramos en su propio pensamiento y, hasta, en su propia vida, sostienen que, en realidad, esas ideas son de Aurelio Narvaja, y que lo único que hizo Ramos fue repetir lo que había escuchado del pensador y político santafesino. 
Este punto de vista es de una mezquindad ilimitada, de la cual Aurelio Narvaja fue y es absolutamente inocente. Más allá de las reflexiones de Aurelio Narvaja, y del aporte que estas reflexiones hayan tenido en la elaboración del pensamiento básico de Jorge Abelardo Ramos, es evidente que estas ideas son conocidas urbi et orbi por la prodigiosa capacidad literaria, propagandística y agitativa del Colorado Ramos para hacerlas conocer y trascender el pequeño cenáculo de iluminados trotsquistas en cuyo seno contribuyó a forjarlas. Fue la lucha pública y personal que llevó adelante Ramos, contra todas las fuerzas de la reacción, de derecha a izquierda, la razón por la cual esas ideas salieron de la catacumba a la luz: por su lucha, y por la capacidad que tuvo de nuclear a cientos, a miles de compatriotas, provenientes de distintas extracciones políticas, alrededor de él, vinculados a él, y que tenían, como base general de pensamiento todas estas ideas, estas ideas por las que algunos críticos pretenden restarle mérito. 
En esto Ramos era un político extraordinario, era un tipo que tenía una enorme capacidad mediática -por lo menos en los términos en que los medios se manejaban en la época en que él vivió, por supuesto que hoy todo es distinto-. Pero digamos que su capacidad mediática solamente es comparable a la de Arturo Jauretche. Disponía de una admirable capacidad para penetrar el muro de aislamiento e indiferencia con que el régimen lo proscribía, una enorme creatividad para elaborar síntesis extraordinarias –especie de epigramas- que cerraban toda discusión posible. Como cuando le dice a Galtieri: “Muy bien, General. Hemos echado al inglés. Sería bueno que ahora echemos al Alemán”
Esta capacidad para encontrar el chiste, la réplica, el retruécano, la síntesis, esta capacidad de decir la última palabra y de dar a la vez la sensación de que no cabe otra más, era uno de sus grandes atributos como político. 
Y, a la vez, su prodigiosa oratoria. Ramos fue uno de los oradores más extraordinarios que he escuchado. La presentación que hacía de la historia y de la política daba la sensación, a sus oyentes, de estar viendo una superproducción de cine: uno veía pasar esos ejércitos de desarrapados criollos que iban a combatir a atildados oficiales españoles, veía cabalgar a las montoneras federales, flameando el rojo pabellón empolvado por mil batallas, veía a los inmigrantes, con el miserable atadito de sus pertenencias, llegando al puerto de Buenos Aires. Veía desfilar ante sus ojos todo lo que su enorme capacidad retórica explicaba, dejando impregnado para siempre en el cerebro de sus escuchas estas imágenes que él dibujaba verbalmente, para que, justamente, se convirtieran en el dato constitutivo de esta nueva manera de ver la Argentina y América Latina. 
¿Qué ha quedado de todo esto? 
Bueno, modestamente, hemos quedado quien les habla y una legión de compañeros y amigos en todo el país. Pero sospecho que algo más debería haber quedado. Sintetizaría el legado de Jorge Abelardo Ramos en éste 2006, a doce años de su desaparición física, en los siguientes puntos: 
La interpretación de los movimientos nacionales y su relación con el desarrollo de las sociedades semicoloniales. No me refiero únicamente al peronismo, sino a los movimientos nacionales en general. Su crítica, por lo tanto, al sistema de los partidos tradicionales. Su interpretación de la naturaleza de los movimientos nacionales, latinoamericanos y del Tercer Mundo. Su análisis sobre el papel del caudillo como sintetizador de los distintos elementos que componen al movimiento nacional. Estos recursos, estas herramientas intelectuales que él ha aportado, siguen teniendo la misma vigencia que tenían el día en que uno –hace cuarenta y cinco años- abrió por primera vez las páginas no refiladas de “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”. 
Otro elemento que Ramos aporta, y cuya vigencia es tan actual como la del que acabo de describir, es su interpretación del papel de los ejércitos en el mundo semicolonial. El papel bifronte de las clases medias, de las cuales los ejércitos no son sino una parte, tanto en la revolución, como en las contrarrevoluciones; esas clases medias, colonizadas ideológica y mentalmente por el imperialismo y las oligarquías, a su vez, constituyen una de las fuerzas sociales fundamentales para la convergencia en el gran movimiento nacional liberador. La crítica que Ramos hace al progresismo abstracto y a su falso democratismo tiene su eje en el papel desorientador de las aspiraciones de estas clases medias, como artilugio intelectual que los lleva a un camino sin salida, y con el que evitan enfrentar la verdadera solución. 
Y, por último –pero no con menos vigencia, ya que tal vez hoy brilla con su máximo esplendor-, su concepción admirable de la unidad latinoamericana tal y como hoy se está estructurando. Hoy al mediodía miraba la transmisión televisiva de la Cumbre de Presidentes del Mercosur en Córdoba mientras hablaba por teléfono con un amigo. Cuando estaba hablando Hugo Chávez, le hice un chiste a mi amigo. Le digo: 
“Esto no existe. Esto es un producto de la cabeza del Colorado, este hombre no existe. No puede ser verdad tanta belleza: que haya, como clamaba Ramos en cada uno de sus textos, un militar, hijo de las clases medias pobres, de un país semicolonial, que plantea la unidad latinoamericana sobre la base de la unificación de los pueblos. Esto es un producto de los libros del Colorado, y lo que ocurre es como en la película ‘Matrix’, donde pasan cosas que no pasan”. 
Verdaderamente, ahora más que nunca, el proceso de unidad latinoamericana ha avanzado por los carriles que la interpretación que sobre ella hiciera Jorge Abelardo Ramos ofrecía a nuestra lectura. 
La vigencia de los movimientos nacionales, es decir, de esos grandes frentes nacionales antiimperialistas, integrados por vastos sectores sociales de las sociedades semicoloniales, conducidos generalmente por un caudillo, con las características que tenía en el siglo XIX Bonaparte, en el siglo XX Perón y en el XXI Chávez; la vigencia del proyecto de la unidad latinoamericana, creando un arco de países hispanoparlantes capaces de establecer un equilibrio con el gigante lusitano, son los elementos que el pensamiento, la obra, la acción política de Jorge Abelardo Ramos nos han legado hasta nuestros días, y que tienen una vigencia y una utilidad política incomparable.
Muchas gracias.