27 de noviembre de 2018

Soplar la Ceniza 48. La reunión del G20 en Buenos Aires

Soplar la Ceniza 47. El hallazgo del ARA San Juan

13 de noviembre de 2018

La integración suramericana en tiempos difíciles


La entrada en el siglo XXI introdujo definitivamente en la experiencia y el pensamiento doctrinario del peronismo el objetivo estratégico que planteara el general Juan Domingo Perón en la década del '50, con el lanzamiento del “Nuevo ABC” y que, posteriormente, en los '60 sintetizara en la consigna “El siglo XXI nos encontrara unidos o dominados”.


Efectivamente, fue a partir del año 2000, con la paulatina aparición de gobiernos de claro origen popular y definida vocación integradora, que el peronismo, desde el gobierno, se planteó estratégicamente el objetivo de la Patria Grande, de la integración suramericana, en su política de gobierno.
El último antecedente había sido el breve tercer gobierno peronista, entre 1973 y 1974, cuando en condiciones difíciles internacionales, el general Perón desplegó su política latinoamericana. Hasta el encuentro con el dictador Augusto Pinochet, en el aeropuerto de Mendoza, estuvo dictado por su concepción estratégica de integración continental. La visita del presidente panameño Omar Torrijos, la venta de automóviles a la Cuba bloqueada por el imperialismo norteamericano y el dramático viaje al Paraguay -que de alguna manera signó su posterior fallecimiento- fueron los momentos más altos de esa política.
Hay que reconocer que Néstor Kirchner tuvo cierta reticencia, en el principio de su gobierno, a comprometerse con la política latinoamericana. Su ausencia a la reunión de Cusco, Perú, el 7, 8 y 9 de diciembre de 2004, donde se creó la Comunidad Sudamericana de Naciones, argumentando razones de salud, hizo evidente que el tema no estaba en el centro de sus preocupacion que, por cierto, eran muy acuciantes en el plano interno. Hay coincidencia, en testigos y testimonios, en que fue la gestión personal del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, y las facilidades financieras que le ofreciera al país las razones que comenzaron a comprometer a Kirchner en la cuestión nacional latinoamericana. Este compromiso se hizo evidente y operativo en la IV Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, el 4 y 5 de noviembre de 2005, un año después. Vale la pena recordar que dicha Cumbre puso fin al intento norteamericano del ALCA, que hubiera significado la capitulación completa del continente frente a los intereses económicos norteamericanos. El presidente norteamericano George W. Bush y el presidente mexicano Vicente Fox, cabezas de la ofensiva imperialista, fueron los grandes derrotados en dicha reunión. La acción conjunto de Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva, más algunos presidentes centroamericanos como Leonel Fernández de la República Dominicana, terminaron sepultando al ALCA.
A partir de esas históricas jornadas -que, dicho sea de paso, han dejado la sangre en el ojo del imperialismo yanqui y son posiblemente la razón última del odio al llamado “kirchnerismo” expresado por el establishment local y norteamericano- el compromiso, tanto de Néstor, como, posteriormente, de Cristina con la política latinoamericana fue creciente.
No es el objetivo de este artículo hacer un análisis exhaustivo de esa política, pero la creación de la UNASUR y la CELAC, la pérdida de peso específico de la OEA y la incorporación al Mercosur de Venezuela, así como la creación de la Comisión de Defensa de la UNASUR fueron algunos de los puntos más importantes de todo ese período.
A partir de la asunción de Mauricio Macri a la presidencia y en consonancia con su errática, pero coherentemente claudicante, política internacional la cuestión latinoamericana desapareció, no solo de los titulares periodísticos, sino, lo que es mucho más grave, de la agenda política de la oposición. Lo ocurrido en Ecuador, con la capitulación de Lenin Moreno, y en Brasil, con el golpe contra Dilma, la prisión de Lula y el triunfo electoral de Bolsonaro, más las enormes dificultades políticas y económicas por las que atraviesa Venezuela parece que han quitado actualidad a la unidad latinoamericana. No existe en el Justicialismo una comisión de asuntos latinoamericanos, han dejado de aparecer artículos, reflexiones o propuestas en el sentido de la integración y, en el mejor de los casos, lo que aparece es una especie de solidaridad ideológica con los derrotados y el sistema de pensamiento académico progresista de la región. Pero no ha existido ninguna política explícita de replanteo de la cuestión, sobre cómo debe seguir una política de Patria Grande en tiempos de repliegue contrarrevolucionario.
Y eso, estimo, es un error. Evo Morales sigue gobernando exitosamente Bolivia, el único país de la región que ha visto crecer su PBI en los últimos años y vive una pujanza económica y una estabilidad política que parece pasar desapercibida entre nosotros.
De la misma manera, parecería que se ha vuelto vergonzoso preocuparse por el destino de Venezuela y el asedio económico y las provocaciones políticas y militares que dificultan la marcha de su economía, mientras el gobierno de Maduro permanece sólido y estable, enfrentando las permanentes amenazas imperialistas y de una oposición que solo quiere la intervención extranjera.
Creo que es necesario reabrir el debate sobre la necesaria integración continental, sin la cual todo esfuerzo que hagamos aisladamente será en vano. No se ha sabido entender, por ejemplo y en mi humilde opinión, la naturaleza corrosiva de la campaña continental contra la “corrupción” de empresas como Odebrecht o, incluso, Techint, detrás de la cual se movía la mano de las grandes corporaciones norteamericanas dispuestas a aplastar cualquier competencia de las burguesías latinoamericanas, cuya debilidad política e ideológica es innegable, pero cuyos intereses forman parte del gran frente nacional continental.
Es evidente que el gobierno de Macri no tiene la menor idea acerca de estos temas y su visión es la de un capital financiero desterritorializado para el cual los estados nacionales son meros escenarios de su saqueo. Pero el movimiento nacional tampoco ha mostrado una política capaz de comprender y actuar sobre una realidad adversa, en cierto sentido, pero donde la opinión y la acción del peronismo sigue siendo respetada y hasta esperanzadora.
Siempre hemos insistido que la integración continental no puede ser planteada en términos puramente ideológicos, que una integración basada solo en la coincidencia de algunos gobiernos, por importantes que sean, solo puede durar lo que esos gobiernos duren. Frente a un cambio en la situación política de cualquiera de nuestros países, los pujos integradores se dispersan y esterilizan. Fijémosnos lo difícil que le resulta al Reino Unido, después de un plebiscito en el cual la ciudadanía le pide salir de la Unión Europea, cumplimentar ese mandato. Nuestra integración y, obviamente, nuestras políticas integradoras tienen que abocarse a tareas estructurales, económicas, de infraestructura, científicas, técnicas, militares e institucionales que hagan, si no imposible, muy difícil quebrar ese gran acuerdo estratégico, fundador de un nuevo agente en la política internacional.
Solo a modo de ejemplo, hoy Bolivia está clamando por un acuerdo con la Argentina para la extracción e industrialización del litio. Saben los hermanos bolivianos que sin la asociación con nuestro país, los logros que se puedan sacar de tan estratégica reserva serán pocos y difíciles. Ha habido reiteradas señales del gobierno de Evo Morales. Y, sinceramente, ha sido muy modesta la respuesta de nuestra parte, no sólo de Macri, de quien nada podemos esperar, sino de nuestro propio campo.
La bandera de la Patria Grande no es un saludo a la bandera los días de escarapela. Es junto con la Independencia Económica, la Soberanía Política y la Justicia Social, el programa histórico del peronismo.
Buenos Aires 13 de noviembre de 2018

Publicada en la Revista Movimiento

4 de noviembre de 2018

¿Qué pasará con la Argentina después de la reunión del G20?


El viernes pasado -2 de noviembre, Día de los Muertos-, después de algunas entrevistas personales y conversaciones telefónicas, escribí en las redes algunos posteos que, si bien escuetos y bastante poco explícitos, traducían el clima que mis amigos y conocidos de ambientes políticos y empresariales reflejaban.
El primero, en Facebook, afirmaba: En realidad, este gobierno está nada más que para garantizar la reunión del G20. Una vez realizada, que Dios te ayude”.
El segundo, en Twitter, decía:

Con esa información había comenzado una de las conversaciones. El detonante de este estado de ánimo era el papelón cometido por el presidente de la República con su inconsulta y fracasada propuesta, hecha conocer por las redes sociales, de que la final de la Copa Libertadores, en el estadio Monumental de River Plate, se jugase con público del equipo visitante. El primero en reacciónar con estupefacción y profundo desagrado fue, obviamente, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. La eventualidad de hacerse cargo de un enfrentamiento entre barras bravas, con consecuencias impredecibles, ante la impotencia de su Policía Metropolitana, fue un golpe demasiado fuerte. No había sido consultado, ni siquiera avisado de antemano, y el presidente de la Nación, de su propio partido, le entregaba un presente griego en las vísperas de la reunión del G20. Una llamada telefónica a los dirigentes de los clubes puso fin, unas horas después, al ex abrupto de Mauricio Macri. Eran las autoridades de los clubes involucrados quienes se encargaban de hacer evidente el dislate, salvando así el pellejo del Jefe de Gobierno porteño, al evitar una discusión pública con su presidente. Pero lo que no se pudo evitar fue la conclusión política a la que se llegó: la autoridad presidencial ya no regía en la Ciudad Autónoma, un distrito en el que la alianza Cambiemos ganó hace menos de un año por el 50% de los votos.
A eso se le suma el distanciamiento notorio que ha establecido la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, con el gobierno nacional, como consecuencia del gigantesco peso que el ajuste decretado por el FMI hace recaer sobre su distrito. Al parecer -y una visita a Roma estaría atrás de esta decisión- la gobernadora, con la ayuda de su Jefe de Gabinete Federico Salvai y su esposa, la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, solo se dedica a intentar paliar los efectos del desastre económico en los sectores social y económicamente más vulnerables de su distrito. Y nada más. Ninguna orden o sugerencia emanada de Olivos o del Palacio de Hacienda de la Nación preocupa a la vecina de la Base Aérea de Morón. Decidida a no ser arrollada por la tempestad que amenaza ese gigantesco páramo en que se ha convertido el conurbano porteño, la ayuda social es su única preocupación.
Sin respuesta en la Ciudad de Buenos Aires, ni en la Provincia de Buenos Aires, la situción del presidente de la República permite preguntarse en qué parte del país gobierna verdaderamente Mauricio Macri.
El tema, casi excluyente, de esas conversaciones del Día de los Muertos, era algo que también publiqué en otro tweet:

Las sociedades, conciente o inconcientemente, no se suicidan, se resisten a desaparecer. No son un pequeño islote en el medio del océano al que un maremoto devora en una oleada voraz e instantánea. Pero la economía, el motor de toda sociedad humana, en nuestro país ha dejado de funcionar. El diario Página 12, en su sección Cash, publica, este domingo 4 de noviembre, un iluminado artículo del periodista económico Claudio Scaletta. Allí podemos leer:
Según muestran los indicadores privados y los encuestadores, la confianza de los consumidores se encuentra en sus mínimos históricos y la paciencia social declina rápidamente junto con la imagen del gobierno. En la segunda mitad del año, la economía pasó del freno a, directamente, una etapa de destrucción de riqueza. Mientras cae el Producto y se deteriora aceleradamente el empleo, con una desocupación que ya llega a los dos dígitos, con cierres de empresas y despidos cotidianos, las verdaderas fuentes de la inflación permanecen intactas.
Es decir, la economía argentina ha dejado de funcionar. Y de esto han tomado conciencia tanto importantes sectores empresariales, que confiaban hasta no hace poco en el gobierno que habían votado, como economistas de formación liberal que descubren que la impericia, la improvisación, la ignorancia y la ausencia total de reflexión patriótica está tirando por el desagüe al agua y y al chico que se pretendía bañar.
Es en este punto donde se rompen todas las fronteras políticas e ideológicas. En el seno del Partido Justicialista funciona, desde hace varios meses, una Mesa Económica del Justicialismo. En ella se reúnen semanalmente técnicos y políticos vinculados a la economía y que expresan todas las distintas opiniones que conviven en el amplio espacio peronista. Desde Roberto Feletti hasta Guillermo Nielsen, pasando por Guillermo Moreno -que funciona como responsable de la Mesa- cada uno de sus integrantes, a su vez, conversa con distintos sectores políticos no peronistas y con especialistas económicos definidos como liberales y vinculados al mundo de las grandes empresas. Y en esos corrillos y mesas de discusión ya comienzan a pensarse alternativas. Esto es lo que expresa Scaletta, en su artículo ya citado:
Mientras tanto el dato nuevo es que se abre un frente inesperado por el oficialismo: la perplejidad al interior de las clases dominantes. Los empresarios advierten que sólo le va bien a un núcleo muy pequeño: el sector financiero, unas pocas exportadoras y las energéticas amigas del gobierno (o propiedad a través de terceros). En el resto de la economía reina la paz de los cementerios. El modelo fracasó rotundamente”.
Con una desconfianza profunda por parte del FMI -el que se quema con leche, cuando ve una vaca llora-, con unas finanzas públicas atadas al suicidio financiero de las Leliq, cuya deuda pasó de 432 mil millones en octubre a 584 mil millones de pesos a principios de este mes, aumentando en un 35%, con una parálisis total de la economía real y un muy poco comprometido apoyo internacional, el gobierno da la impresión de existir solo para garantizar la realización de la reunión del G20. Lo que ocurra después que se retiren los visitantes presidenciales es objeto de intensa preocupación.
La idea de un gobierno de muy amplia coalición, involucrando a todos los sectores políticos y económicos, excluídos los representantes más conspicuos del actual régimen -financiero, exportador y energético- comienza a ser pronunciada en círculos que, hasta no hace mucho, celebraban con globos amarillos. Incluso, los más osados elucubran la posibilidad de usar al juez Bonadío para que haga con Mauricio Macri lo que no ha podido hacer con Cristina Fernández de Kirchner. Las denuncias, ratificadas en sede judicial, de Hugo Alconada Mon sobre los pedidos de dinero en negro del actual presidente a las más grandes empresas del país para solventar su campaña electoral, dan base a estos, por ahora, devaneos primaverales.
Buenos Aires, 4 de noviembre de 2018