El
viernes pasado -2 de noviembre, Día de los Muertos-, después de
algunas entrevistas personales y conversaciones telefónicas, escribí
en las redes algunos posteos que, si bien escuetos y bastante poco
explícitos, traducían el clima que mis amigos y conocidos de
ambientes políticos y empresariales reflejaban.
El
primero, en Facebook, afirmaba: “En realidad, este
gobierno está nada más que para garantizar la reunión del G20. Una
vez realizada, que Dios te ayude”.
El
segundo, en Twitter, decía:
Con
esa información había comenzado una de las conversaciones. El
detonante de este estado de ánimo era el papelón cometido por el
presidente de la República con su inconsulta y fracasada propuesta,
hecha conocer por las redes sociales, de que la final de la Copa
Libertadores, en el estadio Monumental de River Plate, se jugase con
público del equipo visitante. El primero en reacciónar con
estupefacción y profundo desagrado fue, obviamente, el Jefe de
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. La
eventualidad de hacerse cargo de un enfrentamiento entre barras
bravas, con consecuencias impredecibles, ante la impotencia de su
Policía Metropolitana, fue un golpe demasiado fuerte. No había sido
consultado, ni siquiera avisado de antemano, y el presidente de la
Nación, de su propio partido, le entregaba un presente griego en las
vísperas de la reunión del G20. Una llamada telefónica a los
dirigentes de los clubes puso fin, unas horas después, al ex abrupto
de Mauricio Macri. Eran las autoridades de los clubes involucrados
quienes se encargaban de hacer evidente el dislate, salvando así el
pellejo del Jefe de Gobierno porteño, al evitar una discusión
pública con su presidente. Pero lo que no se pudo evitar fue la
conclusión política a la que se llegó: la autoridad presidencial
ya no regía en la Ciudad Autónoma, un distrito en el que la alianza
Cambiemos ganó hace menos de un año por el 50% de los votos.
A
eso se le suma el distanciamiento notorio que ha establecido la
gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal,
con el gobierno nacional, como consecuencia del gigantesco peso que
el ajuste decretado por el FMI hace recaer sobre su distrito. Al
parecer -y una visita a Roma estaría atrás de esta decisión- la
gobernadora, con la ayuda de su Jefe de Gabinete Federico Salvai y
su esposa, la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, solo
se dedica a intentar paliar los efectos del desastre económico en
los sectores social y económicamente más vulnerables de su
distrito. Y nada más. Ninguna orden o sugerencia emanada de Olivos o
del Palacio de Hacienda de la Nación preocupa a la vecina de la Base
Aérea de Morón. Decidida a no ser arrollada por la tempestad que
amenaza ese gigantesco páramo en que se ha convertido el conurbano
porteño, la ayuda social es su única preocupación.
Sin
respuesta en la Ciudad de Buenos Aires, ni en la Provincia de Buenos
Aires, la situción del presidente de la República permite
preguntarse en qué parte del país gobierna verdaderamente Mauricio
Macri.
El
tema, casi excluyente, de esas conversaciones del Día de los
Muertos, era algo que también publiqué en otro tweet:
Las
sociedades, conciente o inconcientemente, no se suicidan, se resisten
a desaparecer. No son un pequeño islote en el medio del océano al
que un maremoto devora en una oleada voraz e instantánea. Pero la
economía, el motor de toda sociedad humana, en nuestro país ha
dejado de funcionar. El diario Página 12, en su sección Cash,
publica, este domingo 4 de noviembre, un iluminado artículo del
periodista económico Claudio Scaletta. Allí podemos leer:
“Según
muestran los indicadores privados y los encuestadores, la confianza
de los consumidores se encuentra en sus mínimos históricos y la
paciencia social declina rápidamente junto con la imagen del
gobierno. En la segunda mitad del año, la economía pasó del freno
a, directamente, una etapa de destrucción de riqueza. Mientras cae
el Producto y se deteriora aceleradamente el empleo, con una
desocupación que ya llega a los dos dígitos, con cierres de
empresas y despidos cotidianos, las verdaderas fuentes de la
inflación permanecen intactas.
Es
decir, la economía argentina ha dejado de funcionar. Y de esto han
tomado conciencia tanto importantes sectores empresariales, que
confiaban hasta no hace poco en el gobierno que habían votado, como
economistas de formación liberal que descubren que la impericia, la
improvisación, la ignorancia y la ausencia total de reflexión
patriótica está tirando por el desagüe al agua y y al chico que se
pretendía bañar.
Es
en este punto donde se rompen todas las fronteras políticas e
ideológicas. En el seno del Partido Justicialista funciona, desde
hace varios meses, una Mesa Económica del Justicialismo. En ella se
reúnen semanalmente técnicos y políticos vinculados a la economía
y que expresan todas las distintas opiniones que conviven en el
amplio espacio peronista. Desde Roberto Feletti hasta Guillermo
Nielsen, pasando por Guillermo Moreno -que funciona como responsable
de la Mesa- cada uno de sus integrantes, a su vez, conversa con
distintos sectores políticos no peronistas y con especialistas
económicos definidos como liberales y vinculados al mundo de las
grandes empresas. Y en esos corrillos y mesas de discusión ya
comienzan a pensarse alternativas. Esto es lo que expresa Scaletta,
en su artículo ya citado:
“Mientras
tanto el dato nuevo es que se abre un frente inesperado por el
oficialismo: la perplejidad al interior de las clases dominantes. Los
empresarios advierten que sólo le va bien a un núcleo muy pequeño:
el sector financiero, unas pocas exportadoras y las energéticas
amigas del gobierno (o propiedad a través de terceros). En el resto
de la economía reina la paz de los cementerios. El modelo fracasó
rotundamente”.
Con
una desconfianza profunda por parte del FMI -el que se quema con
leche, cuando ve una vaca llora-, con unas finanzas públicas atadas
al suicidio financiero de las Leliq, cuya deuda pasó de 432
mil millones en octubre a 584 mil millones de pesos a principios de
este mes, aumentando en un 35%, con una parálisis total de la
economía real y un muy poco comprometido apoyo internacional, el
gobierno da la impresión de existir solo para garantizar la
realización de la reunión del G20. Lo que ocurra después que se
retiren los visitantes presidenciales es objeto de intensa
preocupación.
La
idea de un gobierno de muy amplia coalición, involucrando a todos
los sectores políticos y económicos, excluídos los representantes
más conspicuos del actual régimen -financiero, exportador y
energético- comienza a ser pronunciada en círculos que, hasta no
hace mucho, celebraban con globos amarillos. Incluso, los más osados
elucubran la posibilidad de usar al juez Bonadío para que haga con
Mauricio Macri lo que no ha podido hacer con Cristina Fernández de
Kirchner. Las denuncias, ratificadas en sede judicial, de Hugo
Alconada Mon sobre los pedidos de dinero en negro del actual
presidente a las más grandes empresas del país para solventar su
campaña electoral, dan base a estos, por ahora, devaneos
primaverales.
Buenos
Aires, 4 de noviembre de 2018
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