1 de diciembre de 2019

Ni una roja primavera, ni un negro invierno



Hay, me parece, una zonza discusión en el aire. Se refiere a si lo que se está viviendo en Suramérica es o no una primavera.
Digo zonza, porque en la Argentina la expresión “primavera”, en términos políticos, remite al breve período que se vivió entre las elecciones de Marzo de 1973 y las elecciones de Julio del mismo año. La expresión, de clara naturaleza gorila, quería dar a entender que el triunfo de Juan Domingo Perón, después de 18 años de proscripción y exilio, ponía punto final a un momento de plena participación de las masas, de plenitud de derecho cívicos y sociales.
Después el periodismo comercial, siempre rápido para poner superficiales caracterizaciones, habló de la primavera rusa, la primavera china hasta llegar a la primavera árabe.
No existe el ciclo natural de las estaciones en la política, siempre impredecible, siempre procelosa, siempre influída por múltiples determinaciones y donde los procesos solo pueden ser determinados por su resolución final y, en última instancia, por su capacidad para imponer la voluntad y el interés de las grandes masas por sobre el interés de los sectores dominantes nacionales y extranjeros.
Suramérica, sin duda, está viviendo una riquísima experiencia en la que inmensas multitudes, muchas veces silenciosas, muchas veces silenciadas, han salido a las calles a defender un gobierno derrocado por un golpe oligárquico, como en Bolivia, o a enfrentar a un sistema de alternancia de muchas décadas en los que, al parecer, se podía discutir de todo menos del proyecto de autonomía nacional y poder popular, como en Chile y Colombia. O como en Perú, donde estalla una crisis de representatividad política, con un notorio desprestigio de los partidos, con el jefe de aprismo histórico suicidado ante la evidencia de su corrupción, un presidente preso por el mismo motivo, junto con la jefa de la oposición. Y en este último caso, aparece un presidente casi casual, que logra posicionarse por encima de esa irrepresentativa clase política y puede triunfar en las próximas elecciones, con resultados aún impredecibles sobre toda la relación de fuerzas en la región.
También estamos en presencia de la crisis casi insalvable del estado oligárquico ecuatoriano, la pugna por las organizaciones indígenas por incorporarse al reparto y el intento de construir un estado nacional por encima de los acuerdos de las oligarquías regionales, donde el dólar es la moneda oficial, como en Ecuador, todo ello en el marco de poderosas movilizaciones que se opusieron al eterno y conocido plan de ajuste dictado por el Fondo Monetario Internacional.
En todos estos movimientos hay dos elementos comunes: por un lado el protagonismo de las grandes masas, que dan la impresión de haber decidido salir a las calles para no volver a sus casas si algo no cambia. Y por el otro, la presencia de oligarquías a las que la crisis obliga a radicalizarse y usar todos los mecanismos represivos del Estado para intentar aplastar las rebeldías y levantamientos.
Es una situación que está en desarrollo, una especie de “work in process” heroico y sangriento, al que solo podemos ver con atención y compromiso, sin crear falsas expectativas de victoria, ni profetizar irreversibles derrotas.
Los pueblos están en la calle. Si logran transformar esa fuerza huracanada en nuevas conducciones políticas, en programas emancipadores y en un nuevo nivel de nuestra independencia, soberanía y autonomía, podremos decir que hemos vivido y alentado, no una primavera, sino el nacimiento de una nueva América Latina.

Buenos Aires, 30 de noviembre de 2019

29 de noviembre de 2019

Entrevista a Lisandro Sabanés. Primera Parte. Noticias 3.0

22 de noviembre de 2019

Soplar la Ceniza 59. Fidel Castro

Entrevista a Agustina Sánchez. Primera Parte. Noticias 3.0



Tema: El Litio y la política de Evo Morales para la explotación de ese recurso.

30 de octubre de 2019

No será fácil, pero será glorioso



Se ha iniciado otro período nacional. La fuerzas profundas del pueblo argentino, su clase trabajadora, los hombres y mujeres de las periferias, como le gusta decir al padre Jorge Bergoglio de Flores, lograron unificar su expresión política y derrotaron al primer gobierno argentino que es la expresión directa y sin mediaciones del gran capital financiero, los sectores agro- y extractivo-exportadores y el capital imperialista radicado en el país.
Macri se convirtió, gracias a la voluntad de los sectores más profundos de la Argentina, en el único presidente que no pudo ser reelecto, después de la sanción de la Constitución de 1994. Sus dolorosos cuatro años de gobierno alcanzaron para que la mayoría de los argentinos tomasen clara conciencia de cuál era el país, la estructura económica y social que la banda de niños millonarios nos proponía: desocupación, desindustrialización, primarización de nuestra economía y sometimiento a los manejos del capital financiero privado y público, a través del FMI.
Por primera vez en la historia argentina, desde 1810, ha gobernado de manera directa -no a través de representantes políticos, como era en los años de la República Oligárquica- el sistema empresarial y financiero subordinado a los lineamientos de Wall Street, la renta agraria y minera y los bancos y financieras. Y quienes han sido desalojados del manejo de la cosa pública, a través de elecciones, han sido los hombres y mujeres que han ocupado el poder político del estado y ocupan el poder económico de la burguesía transnacional subordinada a los intereses financieros.
Ha sido una victoria extraordinaria, si se piensa que en el mes de junio las fuerzas nacionales carecían de un claro rumbo político electoral. La decisión de Cristina Fernández de Kirchner fue una decisión táctica -dirigida a ganar las elecciones- y estratégica- dirigida a cambiar el eje y la forma de enfrentamiento con el bloque dominante-. Alberto Fernández cambió, por así decir, el eje de enfrentamiento. De una política de confrontación, con un fuerte componente ideológico, se pasó a una política de reconstrucción nacional, que implica necesariamente una reconciliación.
La Argentina vive desde hace décadas una situación de equilibrio hegemónico cada vez más insostenbible. Creo haber dicho antes que nuestra situación es como si el partido antiesclavista y el partido esclavista se sucedieran, con distinta frecuencia, en el poder. La esclavitud y el antiesclavismo no son dos puntos de vistas que puedan convivir. Son dos modos de producción, son dos organizaciones sociales antitéticas, son dos visiones de la humanidad irreconciliables.Y, de una manera u otra, eso es lo que ha venido ocurriendo a lo largo de los últimos 60 años en nuestro país. Por eso es imposible la alternancia, vista como el non plus ultra de la democracia por el partido esclavista.
Macri se lanzó a una campaña furibunda en favor del partido de la esclavitud.
Este partido no basaba su relato en la misma esclavitud, sino en las virtudes tradicionales republicanas, en la honestidad de los propietarios de esclavos, en su prescindencia de la función pública para hacer su fortuna, en la supuesta armonía de una sociedad en la que cada cual ocupaba el lugar que merecía, el amo en la casa señorial y el esclavo en la barraca. Y el mensaje, al parecer, llegó a los destinatarios, a los dueños de esclavos, que en la Argentina son los dueños de la renta agraria, de la singular feracidad de nuestro suelo, que es patrimonio del conjunto de la Argentina, aunque esté en manos de una casta privilegiada y monopólica.
Y para esa multitud de chacareros, odontólogos, médicos, abogados, dueños de estaciones de servicio, mecánicos propietarios de restaurantes y farmacéuticos, que viven privilegiadamente de la renta agraria, el peronismo en su versión del siglo XXI es la encarnación de su propio infierno. Sueñan con un país en el que sólo ellos -lo que implicaría una limpieza étnica- puedan disfrutar de la productividad de la tierra.
Bueno, nuevamente esa cuestión ha sido cuestionada en las urnas.
Por eso fue el conurbano bonaerense, el lugar donde se concentra el más grande poder popular de la Argentina y las provincias del NOA, NEA y patagónicas las que le dieron el triunfo a Alberto. Contra la opinión que parece caracterizar a los derrotados en las urnas, estas son las provincias que apuestan al futuro y la modernidad de la Argentina. Los sectores agroexportadores, dominantes en las provincias donde Alberto no logró la mayoría, son la Argentina pequeña, en territorio y en población. Le sobran 20 millones de argentinos y más de la mitad de nuestra superficie. Su proyecto es el de un enclave agro y extractivo exportador con una población sometida a condiciones de esclavitud y sobrevivencia material.
A eso le ganamos el domingo pasado. Los peronistas y el Frente de Todos volveremos a gobernar la Argentina. No va a ser fácil. Pero será glorioso.
Buenos Aires, 30 de Octubre de 2019

26 de octubre de 2019

Los más humillados serán la medida de nuestra política

Seguramente a partir del lunes nuestros amigos cineastas no van a volver a filmar al día siguiente. Tampoco serán reincorporados los miles de trabajadores que quedaron cesantes, ni tendrán inmediata vivienda quienes viven con sus padres o han sido estafados con el UVA.

Pero si, desde el lunes, los que viven en las calles de nuestro país, con sus hijos pequeños, los niños que comen pan y mate cocido cuatro veces al día, los que pasan hambre no sienten que están viviendo una situación nueva y esperanzadora habremos fracasado.

Nuestra principal, obsesiva preocupación debe ser darle lugar y alimento a los desplazados, a los que se cayeron completamente de la mesa común. 

Lo demás puede esperar.

Buenos Aires 26 de octubre de 2019

¡Viva Chile, mierda!


Amigos y amigas, hoy, 25 de octubre, ha finalizado el ciclo contrarrevolucionario iniciado el 11 de septiembre de 1973, con el criminal golpe militar y el sacrificio de Salvador Allende. La vida me ha permitido vivir aquellas dolorosas jornadas y esta maravillosa tarde de sol.

Salud y un abrazo a mis queridos amigos chilenos.
Patricia Valenzuela SandovalPedro Godoy P, José Cárcamo, Laura Rubio, los antiguos compañeros cuyos nombres se me han escapado y están esparcidos por el mundo. Mi querido amigo Nazar, que conocí en Estocolmo y quedó en Septentrión, Antonella Dolci, su mujer de entonces, Daniela, su hija. El admirado, dulce y sensible Enrique Sepúlveda, el médico trotskista que atendió a Soledad. Tantos queridos amigos que vienen en tropel esta noche.


La noche ha quedado atrás. Chile ya no volverá a ser el de antes. El fantasma aborrecible del verdugo Pinochet ya no volará amenazante sobre el sueño de los chilenos.
Pocas veces he tenido en los últimos 46 años tantas ganas de gritar como esta noche:


¡Viva Chile, mierda!


26 de octubre de 2019

23 de octubre de 2019

Un fantasma recorre América Latina


Hace tan sólo cuatro años, de pronto, el cielo suramericano se oscureció. El fantasma del neoliberalismo comenzaba su macabro recorrido por nuestro continente.
Después de haber entrado al siglo XXI con un tropel de gobiernos populares que, en el año 2005 se dieron cita en Mar del Plata para dejar pagando a los EE.UU. y al insignificante presidente de entonces, George W. Bush -de quien ya nadie se acuerda-, hace tan solo cuatro años comenzaron a sucederse, de una u otra manera, una serie de gobiernos que parecían echar por la borda la fuerza acumulada durante ese primer quincenio del nuevo siglo. Con Macri convertido en presidente por elecciones libres, con Correa exilado por un presidente que había sido su propio vicepresidente, con Dilma destituída y Lula prisionero, esta parte del mundo parecía sufrir una bajamar contrarrevolu-cionaria, uno de esos oscuros momentos en donde las fuerzas del imperialismo y las oligarquías regionales vuelven por sus arbitrarios fueros y un largo y amargo ciclo de reacción se cierne sobre nuestros pueblos y países.
El fin de la unipolaridad
El momento era extraño. Contra lo que la prensa en general, tanto la regiminosa como la supuestamente alternativa, sostenían, el mundo imperialista, el llamado mundo central, no vivía exactamente una ola de reacción. En primer lugar, el afianzamiento de nuevos centros de poder a escala global y el fin de lo que se llamó la “unipolaridad” -el período que se inicia con la implosión de la URSS y el surgimiento de los EE.UU. como única potencia global- comenzaban a generar una nueva relación de fuerzas en la política internacional.
El afianzamiento de Rusia, después de la debacle del poder soviético, la aparición de China como potencia económica industrial y tecnológica y sus obvias consecuencias en el plano militar, el triunfo de Donald Trump en los EE.UU., derrotando el proyecto del capital financiero a escala planetaria expresado en la candidatura de Hillary Clinton, y el consecuente giro productivista y reindustrializador de la política económica norteamerican no condecían con la aparición de estos gobiernos oligárquicos, antiindustrialistas, agro- y minero-exportadores, determinados por el capital financiero, en el Cono Sur.
Obviamente, los EE.UU. no dejaron de ser una potencia imperialista. Pero quizás no tanto en el sentido en que lo definió Lenin en su famoso ensayo, sino en el más antiguo y anterior al propio capitalismo, que subyace en la idea del “backyard” o patio trasero: si me voy a enfrentar con otro continente será mejor que el mío lo tenga ordenado. Lo primero que hizo Trump fue destruir esos engendros creados por los demócratas como el Acuerdo del Pacífico, el Nafta y el Transpacífico. Chile, Perú, Colombia y México quedaron desnudos y a los gritos. Mientras tanto, puso en acción mecanismos proteccionistas de su economía y, sobre todo, de su producción interna y las grandes corporaciones norteamericanas volvieron a abrir sus fábricas en los EE.UU. Obviamente, ni a Trump ni a nadie que de verdad pretenda jugar un papel de liderazgo en la política internacional le puede importar que gobiernos miserables como el de Macri hagan todo lo contrario y abran su país no sólo a las importaciones sino al capital financiero bajo la forma de un veloz y parasitario endeudamiento. Los tontos están ahí para ser aprovechados.
Pero, insisto, ni los pueblos y los intereses nacionales latinoamericanos habían sufrido una profunda derrota, ni el mundo estaba atravesando un período de profunda reacción política.
México se pone de pie
El primer síntoma de lo que en realidad ocurría lo produjo México, el viejo y noble México de Emiliano Zapata y Pancho Villa, el México de Lázaro Cárdenas y la nacionalización del petróleo, el mismo México de la insurrección pacífica de Chiapas. Andrés Manuel López Obrador, AMLO, le puso fin a la hegemonía popular del pútrido Partido Revolucionario Institucional -el nombre era desde el principio un oxímoron-, desplazó al viejo partido de los terratenientes y abrió, por primera vez en décadas, una nueva perspectiva popular y latinoamericana a ese gran país, imprescindible en cualquier proyecto autonómico.
Y contra lo que la vulgaridad de la prensa adocenada, de derecha y de izquierda, del continente pensó, el nuevo presidente mexicano logró entenderse con el arbitrario presidente de su gigantesco vecino -nunca olvidar a Rubén Darío- en algo tan difícil, viscoso y sensible como la cuestión de las migraciones.
La cuestión central es que México, el pueblo profundo mexicano, se reencausó en sus mejores tradiciones y, como no podía ser de otra manera, mientras negociaba con la más grande potencia militar de Occidente sobre los migrantes de Guatemala y Honduras, se plantaba firme contra cualquier posibilidad intervencionista en la Venezuela de Chávez y Maduro. Y esta postura le dio pie, nada menos que a Uruguay, al pequeño Uruguay, al algodón entre dos cristales, a levantar su voz y recoger en ella la mejor tradición de Andrés Lamas y de Luis Alberto de Herrera. Su voto en la OEA, junto con México, y su retiro del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) han convertido a Tabaré Vázquez, en el ocaso de su gobierno, en un vocero de las ideas que Tucho Methol Ferré desarrolló y expresó en su obra.
La Argentina de “todos unidos triunfaremos”
Y a lo largo de cuatro pesados, dolorosos años, los argentinos, que habíamos quedado un poco desorientados con la derrota del 2015, enfrentados entre nosotros, con más argumentos que votos, fuimos reconstruyendo la expresión política de esa unidad profunda del pueblo ante el enemigo común. Y aquí es necesario puntualizar claramente el decisivo papel que jugó el movimiento obrero, el gremialismo, en esta resistencia y enfrentamiento con el régimen predador del macrismo. Contra lo que una opinión desinformada o mezquina pretende, el movimiento sindical argentino, el más poderoso de América Latina y, por lo tanto, el más complejo y difícil de encasillar, ha sido durante estos cuatro años el generador permanente de crítica, enfrentamiento y movilización popular contra el intento de restauración oligárquica, imperialista y financiera que llevó adelante el macrismo.
De alguna manera, el resultado de las PASO argentinas, que pegó de lleno en la soberbia y el blindaje del gobierno de Macri, modificó la atmósfera política de Suramérica. El pueblo argentino sintió que había derrotado simbólicamente al gobierno de los CEOs, el FMI y la dictadura mediática. Se hizo evidente que la política de unidad del peronismo y la decisión de Cristina de ofrecer la candidatura a Alberto Fernández habían generado una nueva relación de fuerzas, favorecida, obviamente, por la profunda crisis y retroceso producidos por la pandilla saqueadora en el gobierno.
Como en un efecto dominó, todo el andamiaje del neoliberalismo instalado en el continente en los últimos años comenzó a crujir.
Perú y la irrepresentatividad política
Perú, primero, se enfrentó a una fuerte crisis de representación política, en la que un vicepresidente convertido en presidente -resultado del juicio político por corrupción llevado adelante contra el presidente electo- se enfrentó al Parlamento, hegemonizado por el partido del expresidente Fujimori y su hija, también presa por corrupción. }
El cierre del Congreso por el presidente Vizcarra puso provisorio fin al conflicto. Pero detrás de la naturaleza político institucional del enfrentamiento, lo que subyace es, también, la política económica del neoliberalismo que condena al país a un destino agro-, minero- y pesquero-exportador, es decir a un productor de materias primas y acumulación financiera que lo priva de futuro y lo deja en manos de exportadores y bancos.
La traición de Lenin
De inmediato estalló la marmicoc generada en Ecuador con el pase del ex vicepresidente de Rafael Correa, elegido como su sucesor, al campo del neoliberalismo y de las tradicionales roscas oligárquicas regionales. El único país dolarizado de Suramérica, que durante 10 años intentó la creación de un estado nacional por encima e independiente de la transacción entre esas oligarquías regionales, que depende absoluta y casi exclusivamente de su producción petrolera, sin, obviamente, poder determinar su política monetaria, volvía a caer en manos de esa misma rosca, con el agregado de la tecnocracia “modernizadora” liberal de izquierda y las ongs yanquis y europeas.
La aplicación de una de las primeras medidas del libreto del FMI, la quita de los subsidios sobre el combustible, encendió la mecha y el Ecuador del presidente Lenin Moreno, notorio hijo de padres izquierdistas y de conducta inversa a su epónimo, estalló en un levantamiento cívico, con la participación activa de las comunidades indígenas. Estas últimas le pusieron a la rebelión un matiz especial, ya que, desde los distintos lugares que habitan, en general en zonas no urbanas, se lanzaron a las rutas de todo el país para converger en Quito y las principales ciudades.
El libreto del FMI y las políticas neoliberales del capital financiero habían provocado el estallido del país desde donde Atahualpa resistió a su hermano Huáscar.
El conflicto puso al presidente al borde de la renuncia, aunque, a último momento, las negociaciones con la dirigencia indígena, expresada en la CONAIE, le dieron una vida más a Moreno, quien aceptó derogar la quita del subsidio a los combustibles. Quedan por delante la reforma laboral y la reforma impositiva, los otros dos puntos de la receta del Fondo.
Si bien, el presidente Lenin Moreno se ha lanzado a una cacería sobre el correísmo y sus dirigentes, con el argumento del terrorismo, la situación sigue siendo muy lábil y el acuerdo logrado con la dirigencia indígena camina sobre el filo de la ruptura.
Hasta que Chile se hartó
Y, todavía en curso, Chile, el ejemplo arquetípico del neoliberalismo en la región y en el mundo, el país sin sindicatos ni derechos laborales, el paraíso del emprendedorismo, voló por los aires. Un aumento del boleto del subterráneo provocó la más importante, masiva y firme rebelión popular vivida por ese país desde los tiempos de Salvador Allende.
Por un lado, se abrieron las compuertas que estuvieron cerradas durante 46 años en Chile. El neoliberalismo, el bipartidismo neoliberal y la falsa alternancia acumularon explosivas contradicciones en el seno de la sociedad chilena. Y da toda la impresión que el pueblo, sin una conducción política clara, se dio mecanismos, a lo largo de esos años, de resistencia y sobrevivencia que, de pronto, se pusieron en acción.
Por otro lado, Chile es uno de los ejemplos más claros en nuestro continente de una dictadura de clase. Y la dictadura acudió a la más brutal represión, de un grado que en la Argentina es desconocido. Chile es una sociedad muy estamental, muy clasista, donde no rige el principio de la igualdad que caracteriza, pese a todo, a la sociedad argentina, gracias al peronismo.
Vivir en Chile es desagradable para un argentino. El nivel de clasismo, de invisibilidad de los pobres que tiene ese país es desconocido para nosotros. Pero lo que llama la atención es que, con todo ese despliegue represivo, la rebeldía popular no se acalló.
O hay un feroz baño de sangre, similar a las jornadas del 73, o se produce una modificación muy importante en la relación de fuerzas en Chile.
Mientras monigotes reaccionarios como Patricia Bullrich y Miguel Angel Pichetto, este último en su papel de candidato a Bolsonaro llegado el caso, hablaban por los medios sobre conspiraciones venezolanas y cubanas, sobre un plan del comunismo internacional y antigüedades por el estilo tomadas del mercado vintage de la CIA, el presidente Piñera, mendazmente, pero obligado por la contundencia de la insubordinación popular, salió a pedir “perdón” y proponer, 46 años tarde, algunos paños fríos sobre la brutalidad deshumanizadora de la política económica de von Misses, von Hayek, Milton Friedman y la voraz burguesía comercial y financiera chilena.
Y Argentina tiene elecciones
En este maravilloso contexto de alzamientos populares, de rebeldía contra el destino de ilotas, de ciudadanos de segunda clase, de humanoides periféricos y carentes de educación, salud, trabajo y vivienda, se darán las elecciones más importantes de este largo período democrático y constitucional argentino. Nuestro pueblo tendrá este domingo la posibilidad de asestar una gran victoria táctica, que puede convertirse en estratégica, al enemigo histórico de nuestra patria: la complicidad entre el sistema agro- y extractivo-exportador, el capital financiero apátrida y el interés imperialista en la región.
Si la mayoría electoral que obtenga el Frente de Todos logra convertirse en el transcurso de la acción del nuevo gobierno en un instrumento social de transformación hacia un país industrial, autárquico e integrador del conjunto de la Patria Grande, estos cuatro miserables años quedarán en el olvido con el infame baldón del Cuatrenio Negro.
El ominoso fantasma del neoliberalismo y su secuela de hambre, empobrecimiento, envilecimiento y marginalidad habrá sido espantado para siempre de la patria de San Martín, de Artigas y de Bolívar.
Bueno Aires, 23 de octubre de 2019

13 de octubre de 2019

Un puñado de uruguayos y Pepe Mujica se me habían metido en los ojos




Cada comarca en la tierra, tiene un rasgo prominente” escribe el unitario Luis Lorenzo Domínguez al comenzar su poema El Ombú. Y hay algo en esta parte del planeta que se extiende a ambos márgenes del río “de sueñera y de barro” que de alguna manera es una experiencia única, en estos comienzos del siglo XXI. Este fin de semana tuve oportunidad de vivir esa experiencia única, intransferible, hipnótica y mágica que es ver y escuchar a Pepe Mujica.
Fue el viernes, en el magnífico auditorio art decó de la Unión Ferroviaria en San Cristobal, sobre la avenida Independencia, en cuya entrada, como en los viejos templos griegos, puede leerse este ingenuo apotegma de un optimismo heredado del viejo socialismo juanbejustista: “Lento o impetuoso el progreso histórico es continuo”.
Ya lo escribí en otro lado: siempre me emociona venir a un local del movimiento obrero. Estos auditorios, estos teatros, estos edificios en perfecto estado de conservación, son únicos en el continente. No existe en América Latina algo similar y hay que ir a Europa para encontrarlo.
El público es casi en su totalidad uruguayo. Hay muchos termos en el brazo, se escucha esa prosodia que alarga levemente las vocales tónicas y que produce esa imperceptible diferencia entre el habla de uno y otro lado del Plata. Y están todos esperando al Pepe, como lo llaman con un toque de ternura en la voz.
Llega Mujica y se acomoda en el escenario frente a frente con otro uruguayo paradigmático que es Víctor Hugo Morales. La función, a lo largo de la noche, de Víctor Hugo será la de disparar algunas preguntas que pongan en marcha la capacidad reflexiva, la creatividad paremiológica de sintetizar en una expresión que está destinada a convertirse en un lugar común un argumento complejo, que son las características de la personalísma oratoria “del Pepe”.
Mujica habla oscuro, mezcla reflexiones existenciales, con aspiraciones utópicas y un vocabulario que a los argentinos, y creo que ha muchos uruguayos también, nos resulta agradablemente arcaico, como la sombra o el recuerdo de un mundo bucólico, que posiblemente nunca haya existido. Mezcla, como no he visto hacerlo a ningún político argentino vivo, reflexiones sobre la historia política del Uruguay y sus protagonistas -José Batlle, “el viejo” Herrera-, con apelaciones al jacobinismo de la Revolución Francesa, y menciones permanente a José Artigas, de quien hace una notable descripción política. “Fue el mejor de los federales, porque quería un país del tamaño del virreinato y, a su modo, un jacobino, porque quería tierra para sus paisanos”, dice Pepe de Don José. Uno, desde la platea, siente que, en algún punto, aquel remoto y recién descubierto patriotismo del jefe de los orientales está íntimamente conectado con este anciano de 85 años que rechazó ser nuevamente candidato a presidente de su país porque sabía que de serlo ganaría y “tengo las cañerías muy tapadas” como explicó en metáfora de fontanero.
Obviamente no hay precisión ni en las cifras y, muchas veces, tampoco en algunos conceptos políticos, pero nadie le da importancia, porque lo que ese hombre pequeño, que pasó doce años preso en condiciones demenciales, esta diciendo no es un informe técnico, ni siquiera un programa de gobierno. Pepe Mujica habla como Séneca o como Tácito. Se dirige a la conciencia moral de cada uno de los hombre y mujeres que lo estamos escuchando. Menciona a Epaminondas, a Solón, a Espartaco, hay algo de aquellos hombres del siglo XIX en su retórica. Algo de la aspiración universalista Carlos Calvo o de Andrés Lamas, que tan cercanos a la Argentina estuvieron, algo del apego clasicista de José Enrique Rodó respira este hombre que de a ratos parece hablar para si mismo, como quien piensa en voz alta.
Habla del candidato presidencial del Frente Amplio, Daniel Martínez, y se refiere a su formación como ingeniero. Intenta vincular ese dato a una impronta de desarrollo tecnológico a la altura del siglo XXI y sintetiza: “Es un hombre que, en su formación y pensamiento, está determinado por el metro y la plomada”. El anacronismo es tan brutal, tan obvio y desmedido, que no puedo evitar reírme. Del algoritmo a la plomada y del 5G al metro hay una distancia tan gigantesca que la metáfora se convierte casi en una “boutade”. A mi lado, una joven uruguaya que ha escuchado mi risa me dice: “Medio que se quedó en el metro y la plomada”.
Pero nada de eso tiene la menor importancia. Escuchar a Pepe Mujica es un acto místico.
Es un Yoda uruguayo, vestido con sencillez espartana, que quiere transmitir a las nuevas generaciones no tanto un programa político, un modelo de país o de sociedad, sino una aspiración insaciable de justicia, de que “naides es más que naides”, de insobornable lucha por la igualdad y contra el privilegio. Ese anciano que habla como si fuera un profeta del Viejo Testamento sabe que tiene detrás de si un país chiquito al que quisiera más cerca del vecino que siempre lo recibe con los brazos abiertos. Sabe también que su vecino, por grande y bastante desaprensivo, tiende a soslayarlo y fue capaz, con quien quizás fuese el mejor presidente del período, hacerle un horrible boycott por unas miserables pasteras en las que podría haber sido hasta socio.
En un momento, Víctor Hugo le dice:
- Ayer fui al cine a ver El Joker.
Y comienza a hablar sobre la violencia y las consecuencias que la violencia tiene sobre los individuos y hace una exposición un poco larga sobre un tema en el que, notoriamente, Pepe muy poco tenía para decir.
Pepe toma el micrófono, respira hondo, se queda en silencio unos segundo que parecen eternos, busca qué decir, hasta que, por fin, responde:
- Los presidentes no miran películas.
Pero el final del encuentro fue, posiblemente, el número fuerte de la noche.
Pepe pidió a todos los presentes, incluido Víctor Hugo, que lo acompañasen a cantar el tema de Rubén Lena, “A Don José”. Como si estuvieran en una misa cantada por monjes benedictinos, uruguayos y uruguayas, grandes y chicos, se pusieron a cantar ese maravilloso homenaje a la gesta gaucha de Artigas, a sus grandes divisas políticas y los pueblos orientales que lo acompañaron en la epopeya, con un fervor, con una emoción que, uno, porteño sensiblero, al fin y al cabo, no pudo evitar que las lágrimas le nublaran la vista.
Un puñado de uruguayos y Pepe Mujica se me habían metido en los ojos.
Buenos Aires, 13 de octubre de 2019

11 de octubre de 2019

Militando contra la autodenigración


El insignificante y vulgar político cordobés, Luis Juez, hizo conocer, en unas declaraciones, su miserable visión del país y de sus compatriotas. Prefiero ahorrarme la cita de sus prostibularios conceptos, porque su sola mención ensucia. Pero sus expresiones no son distintas a las que tradicionalmente el pensamiento oligárquico ha pretendido imponer sobre nuestra conciencia. 
Ya Jauretche lo había visto y condenado como una de las formas de aherrojar ideológicamente nuestro sometimiento. Pero, bueno, Luis Juez es, al fin y al cabo, una pequeña expresión política de ese partido de la autohumillación. Nuestro origen español, una inmigración de segunda clase en el siglo XIX y de tercera clase en el siglo XX y XXI, el lastre de los pueblos originarios, la indolencia natural del criollo, todos esos estúpidos mitos autodenigratorios han vuelto a resurgir con la aparición de esta banda de chetos italianos mezclados con primos empobrecidos de la vieja oligarquía porteña.

Lo que resulta, muchas veces, más doloroso es que, con otra retórica, con otro barniz expresivo, el mismo sentimiento se manifiesta en sectores en que, por sus definiciones políticas o sus expectativas, estas expresiones resultan inesperadas. He leído en estos días una estúpida definición autodevaluatoria que pretende hacer aparecer al pueblo argentino como sumiso y obediente a los dictados del gobierno, frente a la aparente altivez, rebeldía y fuerza combativa de los ecuatorianos, los chalecos amarillos franceses o los “hooligans” ingleses.
No voy a entrar en consideraciones más extensas sobre algo que es evidente y conspicuo, pero vale la pena mencionar que el pueblo argentino, el movimiento obrero organizado en sus distintas manifestaciones y el siempre calumniado peronismo lograron aplastar en unas elecciones internas abiertas a la más importante coalición oligárquico-imperialista y a la mayor concentración política del capital financiero nacional e internacional legitimadas por dos elecciones generales, en tan solo cuatro años y hoy se aproxima a coronar su victoria dentro de quince días, en lo que posiblemente, si no hay fraude ni maniobras fraudulentas, sea un apabullante triunfo de veinte puntos arriba.
Eso se logró con la notable capacidad de movilización de los sindicatos obreros, pero también de su exquisita astucia, de su sabia prudencia, de su capacidad para golpear en el momento oportuno.
Vamos a derrotar a esta cáfila de saqueadores sin que le cueste la vida a ninguno de nuestros compañeros y compañeras. En la calle y quirúrgicamente este siempre calumniado pueblo argentino
está demostrando no solo su fortaleza, sino la fina madera en que ha sido tallado.
Repitiendo para nuestros compatriotas lo que escribió uno, que ha sabido cantar cosas lindas:
Así que, de momento, nada de adiós muchachos,
me duermo en los entierros de mi generación;
cada noche me invento, todavía me emborracho;
tan joven y tan viejo, like a Rolling Stone.


Buenos Aires, 10 de octubre de 2019

28 de julio de 2019

Algunas claves para una política exterior nacional y digna


Durante estos cuatro años de gobierno macrista, la política exterior argentina ha sufrido una enorme degradación y un curso errático. Desde una adscripción irresponsable y desinformada a la candidatura de Hillary Clinton y un desatinado intento de despegarse de las inversiones chinas, tanto financieras, como en infraestructura, la cancillería argentina ha intentado seguir oportunistamente, es decir sin una directriz política de principio, los giros, las marchas y contramarchas del departamento de Estado norteamericano. 
La gestión de la primera canciller, Susana Malcorra, una desconocida que ni domicilio tenía en la Argentina, estuvo signada simplemente por su aspiración a ser elegida como Secretaria General de las Naciones Unidas. Fracasado este ascenso en la carrera personal de la señora Malcorra, el ignoto y pequeño embajador Jorge Faurie se puso a disposición del presidente de la República para llevar adelante, con obediencia debida, los dictados que brotaran de sus concepciones estratégicas.
Estas concepciones estratégicas presidenciales fueron básicamente:
  • Asumir el liberalismo mercantilista, el antiproteccionismo y la hegemonía del capital financiero como principios ideológicos de nuestra política exterior.
  • Adscribir acríticamente a las posiciones internacionales y, sobre todo, latinoamericanas del presidente norteamericano Donald Trump, sin encontrar por ello una reciprocidad en la política comercial. La no complementareidad de ambas economías y su carácter competitivo hacen imposible eesta reciprocidad. Los limones en el mercado norteamericano o nuestra carne o cualquier otro producto primario de origen agrario constituyen una irrealizable utopía
  • Claudicar ante el Reino Unido permitiendole una explotación económica del Atlántico Sur sin limitaciones de ningún tipo.
  • Lanzar una política de acuerdos de libre comercio, junto con Brasil, con los dos grandes bloques económicos continentales de Occidente, UE y EE.UU. Esta política en los hechos disuelve y vuelve sin sentido el Mercosur, que ha sido el eje de la política internacional y, sobre todo, suramericana de la Argentina en los últimos treinta años.
  • Asumir una política zigzagueante, sin claridad ni objetivos precisos frente a quien ha sido uno de los principales clientes de nuestra producción primaria y que ha iniciado y continúa ofreciendo inversiones en infraestuctura de comunicación y energética: China.
Todo esto ha significado que ninguno de los papeles protagónicos que la Argentina tuvo en los últimos años -sede de la reunión del G20, presidencia pro tempore del Mercosur- pudo ser capitalizado política o económicamente. Más allá de los apretones de manos, de las fotos, las cenas y los titulares en la prensa oficialista, la Argentina salió tan indefensa, débil y sin objetivos en el contexto internacional.
Lo único que logró el gobierno de Mauricio Macri, como resultado de su seguidismo norteamericano, fue que el FMI concediera, contra todo criterio técnico, el más gigantesco préstamo otorgado nunca a un país y el sometimiento por un plazo impredecible a las tensiones económicas, políticas, sociales e internacionales que ello implica.
A partir de este sintético panorama creo, como un modesto aporte al próximo gobierno de Alberto Fernández algunos breves criterios acerca de cuál sería la política exterior que la Argentina deberá asumir después del 10 de diciembre. También es mi opinión que estos criterios deben ser prudente y sencillamente expuestos durante la campaña electoral. Es tan imprescindible que los argentinos sepan qué es lo que vamos a hacer con la producción y el salario, como con nuestra inserción y papel en el mundo.
Estos criterios son:
  1. No formamos parte de ningún espacio ideológico en nuestra política internacional. Ha sido un principio permanente de la política internacional del movimiento nacional soslayar todo tipo de ideologismo. Tanto durante las presidencias de Hipólito Yrigoyen, como durante las presidencias de Juan Domingo Perón, Néstor Kirchner y Cristina Fernández nuestra política exterior no adhirió a ningún criterio ideológico particular. Ni el neoliberalismo financiero, ni el proteccionismo económico, ni ninguna otra concepción económica o política determinó el accionar nacional en la escena internacional. Por el contrario:
  2. Nuestras relaciones con los demás países y, en especial, con las principales potencias tienen que estar regidas por el interés nacional. Nuestra soberanía nacional, el desarrollo de nuestras fuerzas productivas, tanto en la actividad agraria como en la industrial, la inserción de nuestros productos en el mercado mundial, la garantia de los principios de respeto a la autodeterminación de los pueblos y la paz mundial deben ser los principios que guíen nuestra vinculación con el resto del mundo y nuestra definición de amigos o enemigos.
De todo ello se derivan los siguientes criterios:
  1. El interés nacional argentino encuentra en el Mercosur su principal base de sustentación para actuar en un mundo de grandes espacios continentales. De ahí la necesidad de su fortalecimiento, por encima de toda cuestión ideológica. Es necesario ratificar la política de integración continental, aún en las difíciles circunstancias que atraviesa nuestro continente o, quizás, a causa de esas mismas dificultades. Creo que es necesario reabrir el debate sobre la necesaria integración continental, sin la cual todo esfuerzo que hagamos aisladamente será en vano. Es evidente que el gobierno de Macri no tiene la menor idea acerca de estos temas y su visión es la de un capital financiero desterritorializado para el cual los estados nacionales son meros escenarios de su saqueo. Hemos insistido, más arriba, que la integración continental no puede ser planteada en términos puramente ideológicos, que una integración basada solo en la coincidencia de algunos gobiernos, por importantes que sean, solo puede durar lo que esos gobiernos duren. Fijémosnos lo difícil que le resulta al Reino Unido, después de un plebiscito en el cual la ciudadanía le pide salir de la Unión Europea, cumplimentar ese mandato. Nuestra integración y, obviamente, nuestras políticas integradoras tienen que abocarse a tareas estructurales, económicas, de infraestructura, científicas, técnicas, militares e institucionales que hagan, si no imposible, muy difícil quebrar ese gran acuerdo estratégico, fundador de un nuevo agente en la política internacional.
    Solo a modo de ejemplo, hoy Bolivia está clamando por un acuerdo con la Argentina para la extracción e industrialización del litio. Saben los hermanos bolivianos que sin la asociación con nuestro país, los logros que se puedan sacar de tan estratégica reserva serán pocos y difíciles.
  2. Nuestra política internacional se basa en el respeto a nuestra soberanía nacional y a la de los otros estados; en nuestro interés permanente en sostener el bienestar de los argentinos, su trabajo y el desarrollo de la Argentina como país industrial.
  3. Nuestra política comercial estará dirigida también en ese sentido. De ahí que se intentará poner la mayor cantidad de trabajo agregado a nuestras exportaciones de origen agrario.Estos dos puntos son centrales y definitorios. En las difíciles circunstancias en que deberemos hacernos cargo del gobierno, el interés nacional y el bienestar de los argentinos y argentinas deben constituirse en el núcleo innegociable de nuestra política exterior. Solo reafirmando esos principios, como lo ha hecho, por otra parte, Alberto Fernández al referirse a la relación con el FMI, la Argentina puede recuperar dignidad nacional y firmeza para enfrentar su desafío.
  4. La soberanía de Malvinas, el respeto y la memoria de quienes allí murieron en defensa de nuestra soberanía, es un principio permanente e inmodificable de la política exterior argentina. Poco hay que agregar a esto. Malvinas vive en el corazón de cada uno de los hombres y mujeres de esta tierra y es, además, bandera de integración continental.
  5. La construcción de la América Latina como un espacio de integración política y económica de nuestros países, de paz e inclusión social forma parte de los principios pétreos de nuestra política exterior. Cuando un irresponsable seguidismo a los intereses norteamericanos pone al continente al borde de una guerra en la que además se nos pretende involucrar, la Argentina debe ratificar su histórica posición y volver a desplegar en las condiciones del siglo XXI la doctrina que lleva el nombre del insigne argentino ministro de Relaciones Exteriores del general Julio Argentino Roca, Luis Drago y el anti monroísmo de Roque Sáenz Peña. Que este gobierno haya mencionado como un recurso diplomático el TIAR, un tratado que murió cuando EE.UU. aceptó la presencia de fuerzas nucleares británicas en el Atlántico Suramericano en 1982, es la medida de la indignidad de una política internacional que es correlato exacto de la indignidad de su política interna.
Buenos Aires, 28 de julio de 2019