23 de julio de 2015

La voltereta de Macri

Analizando la voltereta que está intentando pegar el PRO y su candidato Mauricio Macri me vino al recuerdo una vieja discusión que se daba en los finales de los años 60 y principios de los 70. 


El tema, entonces, era el de la democracia en un estado socialista y en la posibilidad de una oposición y de un régimen de partidos. El régimen de partido único y la prohibición de fracciones internas en el partido Comunista Ruso, impuesta por Lenin durante los terribles años de la guerra civil y el asedio imperialista al naciente estado obrero, se había convertido, a la muerte de aquel, en una terrible dictadura en la que toda oposición era brutal y criminalmente reprimida. 50 años después de Octubre de 1917 ese régimen era una caricatura de aquella hipotética democracia obrera y campesina y la izquierda no stalinista de todo el mundo, y en especial de los países semicoloniales, se preguntaban si era posible la convivencia de un régimen de propiedad estatal de los medios de producción, de gestión obrera y popular de la economía con un sistema de partidos que disputaran periódicamente el acceso al gobierno y a la gestión política del estado. Recuerdo haber leído entonces algunos textos que intentaban explicar que ello era posible si el conjunto de esos partidos aceptaban el modelo socialista imperante, reconocían la ventaja de la economía planificada sobre la economía de mercado y dentro de ella discutían y disputaban por una mejor administración pública, por una mayor eficiencia o una más profunda democratización del sistema político y económico, de los derechos y garantías, de los derechos de las minorías, etc. 

Así como la revolución burguesa, una vez consolidada en países como Inglaterra, Francia o los EE.UU, dio origen a diversos partidos, más conservadores unos o más radicales otros, pero que aceptaban el régimen democrático y republicano y no intentaban volver al Ancien Regime o restaurar la esclavitud, la revolución obrera socialista, una vez afirmada y considerada por el conjunto social como el único régimen posible y asegurada la imposibilidad de una restauración capitalista, podía dar lugar a diversos partidos o expresiones políticas que asumiesen una multiplicidad de puntos de vista, opiniones, tradiciones y valores que convivían armónicamente en el conjunto social. Seguramente en algún lugar de mi biblioteca deben estar esos textos y esos debates, pero es tarde y no viene al caso resucitarlos. 

Trasladando aquella, hoy lejana, discusión a nuestro continente y más precisamente a nuestro país y, sobre todo, a nuestros días, algo parecido, con un matiz mucho menos radical, pareció surgir en el debate público. 

La gran crítica que la oposición a los gobiernos peronistas kirchneristas ha generado -junto con una pertinaz irritación y violencia verbal- es su negativa, desde el principio y en su totalidad, a reconocer y aceptar la vigencia de una política autocentrada e independiente de industrialización del país, bajo criterios de justicia social, inclusión y democratización económica. Cuando repudiamos la actitud opositora de no reconocer una sola de las medidas adoptadas en estos doce años, de ignorar los notables avances -aún cuando parciales- logrados en diversos campos como el del aumento del pleno empleo, la vigencia de las convenciones colectivas de trabajo, la asistencia de los sectores más postergados a través de la AUH y demás políticas sociales, el control estatal de sectores claves como YPF, Aerolíneas, ferrocarriles, inversión científica y tecnológica, la creación de nuevas universidades, el proyecto de integración política, económica, social y cultural con el resto de los países latinoamericanos y, en especial, suramericanos, etc., estamos, en realidad, proponiendo la aparición de una oposición que asuma este proyecto como un nuevo estadio de desarrollo de nuestra sociedad y, a partir del mismo, intente mejorarlo, introducirle nuevas perspectivas o puntos de vista, que podrán ser más conservadores o más radicales, pero que reconocen la vigencia a largo plazo de un nuevo paradigma político social. 

Por el contrario, la oposición al gobierno se ha caracterizado por un permanente intento de restaurar -bajo distintos ropajes y maneras- el paradigma neoliberal, la hegemonía del capital financiero, el reendeudamiento de nuestra economía, la sumisión a los controles y criterios de los organismos multinacionales de crédito y a los dictados políticos y económicos de los EE.UU y de la UE. 

Una manifestación del triunfo de nuestro proyecto y de la creación de una nueva Argentina en un nuevo esquema continental sería, justamente, la aparición de partidos y tendencias que, sin cuestionar esas bases, discutan y luchen electoralmente por recambios políticos administrativos, expresando cada uno de ellos la riqueza de tradiciones políticas y culturales de una democracia multicolor. 

Lo que hemos visto en estos días, con la voltereta que intenta dar el PRO sobre sus puntos de vista y opiniones, reconociendo y aceptando algunos de nuestros principales logros que, a su vez, son pilares de las políticas de estado llevadas adelante durante estos años, es, en cierta manera, un intento tardío e insincero de establecer una oposición del tipo que describimos más arriba. Alguien, bastante sagaz y con una mirada política profunda, descubrió que el proyecto era victorioso. Que, por ahora, el pueblo argentino no estaba dispuesto a cuestionar las políticas de estado de los doce años kirchneristas y que cualquier política restauradora sufriría una apabullante derrota.

Esto, por falaz y manipuladora que sea la intención de quienes la proponen, significa un paso enorme, de una magnitud que la Argentina nunca conoció anteriormente. Los opositores a Yrigoyen en 1930 y a Perón en 1955 y 1976, no es necesario extenderse mucho al respecto, fueron frenéticamente restauradores. Su intención explícita fue volver a las condiciones del país agroexportador, para pocos habitantes, convertidos en consumidores de artículos importados, sin industria nacional ni valor agregado en las exportaciones. Hasta hace muy pocos días, el discurso homogéneo de la oposición política y mediática fue ese. Había que borrar de la experiencia histórica, como un monstruoso error, estos doce años. Había que volver a entrar en la espiral de la deuda y someterse a los requerimientos del FMI y los acreedores externos, convertido hoy en los repudiados buitres encabezados por Paul Singer. Había que volver a reducir el papel del estado para que la copa rebalsada jamás llegase a las sedientas bocas de las grandes mayorías. El control estatal de las empresas estratégicas -como YPF o Aerolíneas- debía desaparecer y de alguna manera el capital financiero debía volver a hacerse cargo de las jubilaciones de nuestros asalariados.

La voltereta que está intentando Mauricio Macri ha provocado una autómática asociación con la ocurrencia de Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”. Pero, lo que para él es peor, puede dejarlo en Pampa y la vía. El lugar que hasta ahora ha ocupado Macri en la política está determinado por las opiniones explícitas e implícitas que él y su partido sostienen. Modificar, repentinamente y a un mes de las PASO, aunque más no sea sus opiniones explícitas lo deja sin nicho ecológico, que deberá ser rápidamente llenado por algún otro, sin que esa modificación sea capaz de conmover al electorado que viene sosteniendo al gobierno. Ni la corporación mediática, ni la SRA, ni la embajada yanqui quieren un candidato que diga que va a actuar con los fondos buitres como Kicillof, aunque sea mentira, porque se pone en duda una cuestión de principios. Sostener que Kicillof tiene razón es hacer propaganda a Cristina y al FpV. Macri, por este camino, puede llegar a quedarse sin financiación privada, tal como le pasó a Massa,con su paulatino eclipse y definitivo ocaso. ¿Cómo qué Massa? El marido de Malena Galmarini. 

Aunque bajo las condiciones antes descriptas las declaraciones de Mauricio Macri constituyen un hito en la historia política argentina. 

Más allá de la imposible credibilidad en sus palabras -intenta una canción de la que no conoce ni la letra ni la música- es un hecho histórico que estos doce años han impactado profundamente en la conciencia política argentina a punto de que quien quiera aspirar a la presidencia de la República en las próximas elecciones no tiene más remedio que partir aceptando este nuevo paradigma que inició Néstor Kirchner, cuando afirmó no dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada, y que Cristina ha convertido en un nuevo punto de partida al futuro. 

No es poca cosa.

20 de julio de 2015

Una noche de sorpresas y cambios inesperados

La política, como la vida, tiene sorpresas, encrucijadas, emboscadas y repentinos cambios que influyen sobre el porvenir. Hoy la política argentina vivió uno de esos cambios. Y el mapa político de cara a las próximas elecciones nacionales es distinto al de ayer o al de hoy a la mañana.

Tristeza não tem fim

La primera vuelta electoral para elegir jefe de gobierno en la Capital Federal -sigámosla llamando así que es un mejor nombre, es de todos, es federal, es orgullo de los argentinos- tuvo una distribución de votos más o menos así: un 46% para el candidato oficialista del PRO, el compinche y “consigliero” del actual jefe de gobierno y candidato a presidente de la República Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta; un 26% a favor de su socio en la alianza electoral por la presidencia y candidato de Elisa Carrió, Sanz y Stolbizer -todos a la sombra del gran titiritero el Coti Nosiglia-, Martín Lousteau; el candidato del Frente para la Victoria, Mariano Recalde, 22 % y un 6% repartido en las dos alternativas llamadas de izquierda.
La cifra obtenida por el PRO era muy alta. Solo 4 puntos le faltaban para la mayoría absoluta. Un triunfo del candidato macrista en la Capital Federal, donde el jefe del partido habían gobernado durante ocho años, era el empujón necesario para consolidar su carrera a la presidencia como el mejor y más exitoso candidato de la oposición antikirchnerista. El resultado final de las elecciones en Santa Fe, con la milimétrica derrota del artista de varieté Miguel del Sel y su pésimo resultado en las elecciones legislativas en dicha provincia, habían dejado al PRO fuera de juego en la tierra de Carlos Reuteman -el eternamente relegado candidato presidencial conservador y punto de contacto con el viejo menemismo hoy en desbande-. De manera que demostrar un poderoso caudal electoral en la Capital Federal constituía para el macrismo una pieza esencial en su arquitectura táctica, en rumbo a octubre.
Quince días antes del comicio el ex candidato del FpV, Mariano Recalde, anunció, en conferencia de prensa, que su fuerza no se manifestaría por ninguna de las dos opciones del balotaje, por considerarlas dos caras de la misma política y del mismo proyecto. Pero tampoco, públicamente, llamó a los votantes del FpV a no votar o votar en blanco. La declaración fue, a mi entender, correcta puesto que no correspondía el apoyo público a un candidato y a una fuerza que se declaraba profundamente opositora a la presidenta de la República y a las políticas desarrolladas en sus mandatos. Tampoco correspondía, como se verá, llamar a votar en blanco, puesto que el resultado de ese voto en blanco dejaría expuesta la capacidad de conducción del FpV sobre sus electores. No obstante, y pese a no ser sostenido públicamente, circuló entre distintos grupos militantes del FpV de Capital, la orden o sugerencia de votar en blanco. Circulaba un argumento acerca de no permitir el crecimiento de Lousteau, habida cuenta que el PRO ya estaba virtualmente derrotado en las elecciones nacionales y algunas otras consideraciones tacticistas de diferente importancia y criterio.
La constitución de la Capital Federal establece que para la obtención de la mayoría absoluta no se computan los votos en blanco o nulos. Al ciudadano y a la ciudadana de nuestro país, cualquiera sea su filiación política -a excepción del pequeño y recalcitrante grupito de nostálgicos de la dictadura militar- no les gusta votar en blanco. Ha costado mucho el derecho a votar para no utilizarlo positivamente. Y al votante peronista kirchnerista mucho menos. El voto en blanco está asociado, en su memoria histórica, a las duras épocas de la proscripción del general Perón, de la prohibición de cantar la Marcha Peronista y la dura persecución policial. Votar en blanco mientras están vigentes las más amplias libertades públicas y la plena vigencia del sistema constitucional es considerado una especie de dilapidación de un instrumento útil en tiempos duros de restricción de los derechos democráticos.
Y esta suma de causales provocó una sorpresa inesperada, por lo menos para Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, el PRO y el núcleo duro de la oposición, la corporación mediática y su CEO, Héctor Magnetto.
El candidato Martín Lousteau estuvo a un paso de derrotar al candidato del PRO, quien sólo logró crecer su caudal electoral en 28.180 votos, mientras que Lousteau lograba arrastrar tras su candidatura nada menos que 341.500 ciudadanos que no lo habían votado en la primera vuelta. La inmensa mayoría de quienes no votaron ni a Larreta ni a Lousteau en la primera vuelta, consideraron oportuno volcar su apoyo a este último, como modo de expresar su disconformidad con la gestión macrista. Esta gestión, como se sabe pese al cerco informativo, se ha caracterizado por irregularidades tipificadas en el Código Penal, desde el espionaje por el cual está procesado el jefe de gobierno y candidato presidencial hasta la represión en el Hospital Borda, en el Indoamericano y la muerte de diez bomberos en el incendio intencional de la empresa Iron Mountain y de dos niños en otro incendio en un taller clandestino que trabajaba para la firma de la esposa de Mauricio Macri.
A todo esto, el PRO, y los encuestadores contratados por esta fuerza política, aseguraban un triunfo por una cifra mayor a los 10 puntos. El voto en blanco jugaba a favor del PRO, ya que al no ser considerado en la totalidad de los votos, aumentaba el porcentaje de quien iba adelante. Si todos los ciudadano que no habían votado ni a Rodríguez Larreta ni a Lousteau, en la primera vuelta, hubiesen votado en blanco o anulado su voto, el porcentaje del primero hubiera pasado de 46 a 64 %, mientras que el de Lousteau hubiese aumentado de 26 a 36, con lo que la diferencia hubiera sido de 28 puntos.
Un sólido triunfo del PRO en su ciudad consagraba a Macri como el candidato indiscutible de la oposición y lo proyectaba a las PASO presidenciales de Cambiemos -la alianza PRO, UCR, ARI y otros- como el preferido frente a Sanz o a la señora Elisa Carrió -quien ya tiene preparado su velorio, según informó a la prensa-.
Este resultado además consolidaría el esponsoreo del que goza el intendente porteño de parte de la corporación mediática, quien ha ocultado todos sus enormes desaguisados y delitos y ha intentado presentarlo -con éxito discutible- como un hombre capaz e inteligente.
La miserable diferencia de 2,28 puntos a favor de Rodríguez Larreta, su incapacidad en atraer más votantes, terminó con todas estas expectativas. El electorado porteño -tantas veces injuriado- desbarató todas estas expectativas. Macri es candidato de un partido comunal que a duras penas ha logrado mantener su mayoría y carece de representatividad territorial en el resto del país. Esto ha significado un golpe mortal a su candidatura presidencial. Ya no es, ni mucho menos, un “primus inter pares”, un solvente administrador que de taquito obtiene una continuidad en el gobierno para su colaborador inmediato. Sus posibilidades de ganar en las PASO de Cambiemos -su alianza electoral- han quedado seriamente afectadas.
Su discurso en el bunker del PRO fue un reconocimiento explícito a las ventajas y beneficios del programa llevado adelante por el kirchnerismo en estos doce años. Se plegó y ratificó cada uno de sus logros: Aerolíneas, la AUH, YPF. Y, lo que es más significativo, cada una de estas afirmaciones era recibida con un abucheo por parte de sus seguidores. Uno de los objetivos tácticos centrales, generar desorientación en el enemigo, se había logrado. El periodista Roberto Navarro, de C5N, comentaba, casi al mismo momento, que el publicista ecuatoriano Durán Barba, responsable de la campaña electoral de Macri, consideraba inevitable la victoria de Daniel Scioli y que había aconsejado abandonar toda referencia al cambio, para manifestar un discurso lo más cercano posible al del oficialismo nacional.
De la misma manera ocurrió con la deferencia con que Macri ha sido permanentemente tratado por Clarín, Canal 13, TN y sus plumíferos. En la noche misma del menguado triunfo, TN tituló “Macri ya no baila; el ridículo tambaleo de Mauri”. En un par de horas Magnetto le había soltado la mano. De ahora en más tendrá que arreglarse como pueda, sin contar con la protección y el silencio del monopolio mediático. Sus entuertos, sus trapisondas, sus crímenes iran saliendo a la luz cuando sea necesario.
Por otra parte, es evidente, como muy bien lo puntualizó en un twitter el siempre inteligente Mario Paulela, “Vamos a presenciar cambios dramáticos en la táctica de Clarín en estos días. Pero dramáticos, eh”. Por de pronto, unas horas después del cierre del comicio, era suspendido el programa de Lanata y en TN no era Mauricio Macri quien conversaba con los periodistas, sino el candidato presidencial del FpV, Daniel Scioli.
La alianza integrada por la UCR y Elisa Carrió ha experimentado la sensación de un nuevo impulso que durará lo que la complicidad mediática disponga. No son ellos los articuladores de su estrategia electoral, sino que son simples marionetas del establishment, que ha encontrado en Clarín y La Nación un notable titiritero y el verdadero jefe de campaña.
Lousteau, por su parte, sin una fuerte organización partidaria y sin un destino electoral inmediato, pasará rápidamente al olvido, hasta el momento en que vuelva a ser necesario, si lo llegase a ser.
También, con toda seguridad, tanto Massa -cuyo nombre ha empezado también a entrar en un oscuro cono amnésico- como De la Sota -cuyas aspiraciones a trascender su ámbito provincial han sido siempre burladas- deben refregarse las manos pensando que la victoria pírrica de Larreta les allana el camino al apoyo del establishment y al ansiado premio presidencial.
Los votos de quienes votaron al FpV en la primera vuelta porteña lograron esta maravillosa sorpresa a “pura intuición de pensamiento”, como hubiera dicho don Hipólito Yrigoyen. Y demostraron que quizás lo erróneo de nuestro dificil resultado electoral en la Capital Federal no radique en los votantes sino en las respuestas y ofertas electorales que hemos ofrecido durante todos estos años. Por lo pronto, los dirigentes que consideraron que la táctica acertada era votar en blanco y así lo bajaron a la militancia, tendrán que reconocer que, por lo menos, no fueron obedecidos.

Buenos Aires, 20 de julio de 2015

13 de julio de 2015

Francisco y las ideologías

El concepto ideología se introduce en el pensamiento moderno de la mano de Antoine Destutt, marqués de Tracy. Era un aristócrata parisino, que adhirió a las ideas de la Enciclopedia, la Ilustración y participó activamente en la Revolución Francesa.

A principios del siglo XIX, será la cabeza de los llamados “Idéologues”, un movimiento intelectual que intentaba establecer las condiciones de todo el conocimiento humano y, a partir de ello, reorganizar la sociedad. Fue autor de cuatro volúmenes, titulado “Éléments d’Idéologie”, a los que consideró “un tratado completo sobre el origen de todos nuestros conocimientos”.

En 1795, la llamada Convención del Termidor, ya caído el régimen jacobino, había creado el Instituto Nacional, nuevo organismo destinado a reemplazar las academias del antiguo régimen y pensado como centro irradial de las concepciones pedagógicas de educación obligatoria y gratuita, con que la nueva etapa revolucionaria intentaba institucionalizar la Francia burguesa. Antonio Destutt de Tracy y de los “Ideólogos” se constituyeron en el eje de la llamada Segunda Clase de Moral y Ciencias Políticas, una rama de la nueva institución. Desde allí intentaron influir con su empirismo gnoseológico y su liberalismo político. Estos puntos de vista entraron en contradicción con la conducción de Napoleón, quien, en 1803, disolvió la Deuxième Classe.

Vale la pena exponer aquí el juicio que Bonaparte tenía sobre los “Ideólogos”: “Es a la ideología, a esta metafísica oscura, que, mirando sutilmente las causas primeras, quiere sobre estas bases, fundar la legislación de los pueblos, en lugar de adecuar las leyes al conocimiento del corazón humano y las lecciones de la historia, que debemos atribuir todas las desgracias que ha demostrado nuestra hermosa Francia. Estos errores debieron, y de hecho han traído el régimen de hombres sanguinarios”.

Fue este pensamiento de la Francia girondina el que influyó, en aquellos años, sobre algunos españoles como el ex sacerdote Juan Antonio Llorente. Este teólogo y jurista, nacido en La Rioja, España, se convierte, siendo muy joven en un exitoso cortesano que llega a ser Comisario del Santo Oficio y Secretario de la Inquisición. Con la abdicación de Carlos IV se vincula al partido de los “afrancesados” y propone a Bonaparte una reforma general de la iglesia española y de disolución de las órdenes monacales, lo que le valió el mote de “regalista”. Escribió una “Historia de la Inquisición Española”.

Es este Juan Antonio Llorente quien influyó en las ideas de Bernardino Rivadavia, el jefe de nuestros “ideólogos”, durante los primeros 20 años de nuestra Revolución. Nuestros “ideólogos” importaron de Europa, especialmente de Francia e Inglaterra, un sistema de ideas y valores, creados y producidos por el desarrollo histórico social de esas sociedades. Asumidos como paradigma de la humanidad, deshistorizados y universalizados, el cruce del Atlántico tuvo en ellos el supuesto efecto de Coriolis. Si en aquellas sociedades permitieron y fueron resultado del movimiento de la historia y expresión de nuevas clases y concepciones de la política y la economía, su adopción a macha martillo, contra la voluntad y los intereses de los pueblos que pretendía representar, significó un extraordinario proceso de alienación, desmantelamiento cultural y dependencia económica y política.

El Iluminismo, el liberalismo, el socialismo, el marxismo y hasta el nacionalismo, al ser considerados como puros productos ideológicos, mercancías espirituales compradas por nuestros puertos, como construcciones ideológicas “llave en mano”, solo sirvieron para aherrojar la libre creatividad de nuestros pueblos; fueron un lecho de Procusto en donde lo que no entraba se recortaba y lo que faltaba se estiraba. Ese fue el aspecto gnoseológico de nuestras guerras civiles del siglo XIX: el exterminio de aquello que no entraba, que sobraba en la cama que nos tendieron las burguesías portuarias, los grandes terratenientes exportadores y el imperio británico, con su doctrinarismo importado, su civilización extranjera y su ideología aplanadora.

La palabra “ideología” a partir de su aparición en la ciencia política adquirió diversos significados, asumiendo una particular relevancia en el pensamiento de Carlos Marx, donde adquiere una doble significación. Por un lado, la falsa conciencia, la falsa explicación de la realidad, determinada por el modo de producción y el sistema de ideas, mitos y representaciones subjetivas que el mismo genera en el pensamiento de los hombres. Ideológico quiere decir, en este sentido, falso, erróneo, prejuicioso, donde no existe una correcta relación entre el sujeto y el objeto del conocimiento.

Por el otro, en otras partes, se remite a la más común significación de sistema de ideas, valores y convicciones que conforman un pensamiento político determinado.

Este concepto, que hasta los años 30 o 40 del siglo pasado, tenía un sentido peyorativo, aludiendo a una visión donde el concepto o la doctrina antecede a la realidad, fue adquiriendo posteriormente un sentido elogioso, intentando expresar algo vinculado a las convicciones y los principios. Así tener una ideología se convirtió en algo superior a quien no se preocupa por las cuestiones sociales o políticas y, por lo tanto, carece de ella.

Por lo tanto, ¿a qué se refiere el Papa Francisco cuando sostiene, en su discurso de Asunción: “Las ideologías terminan mal, no tienen en cuenta al pueblo. Fíjense lo que ocurrió con las ideologías del siglo pasado, terminaron siempre en dictaduras”(...) “Las ideologías no sirven. No asumen al pueblo”?

Hay dos grandes movimientos políticos y sociales del siglo XX que han sido considerados como “ideológicos”: el nazismo y el comunismo. ¿Es justa esa caracterización? En mi opinión, lo es, ya que en ambos es más determinante el aspecto doctrinario apriorístico de las visiones de la realidad que cada uno de ellos expresa, que las respuestas realistas y concretas que una política democráticamente gestada intenta dar a la realidad en un momento determinado. Mientras en el nazismo, las ideas de pureza racial, supremacía germana, idealismo lingüístico y función señorial alemana eran previas y determinaban todas las respuestas políticas ante la realidad, en el comunismo ese papel lo cumplían las ideas de clase, de despliegue de un programa determinado por la condición de clase, de transformación utópica de la sociedad a partir de una determinada y excluyente visión del mundo.

En ambos desarrollos se trató más de conformar la sociedad a los parámetros que el esquema ideológico determinaba que a la inversa, es decir, generar las respuestas conceptuales a partir de las necesidades de transformación social que cada pueblo reclamaba. Solo a través de una fría y sistemática dictadura pudieron ambas concepciones ideológicas sostenerse. El pueblo, como sujeto creativo y vivo de la historia, estuvo fuera de ambos proyectos.

Esos dos experimentos fracasaron de una manera estruendosa. Si el fracaso del primero fue el resultado de una espantosa carnicería en la Segunda Guerra Mundial, el fracaso del segundo -el comunismo soviético de raíz stalinista- fue el resultado de un estado de no guerra -la llamada Guerra Fría-, en la que quedó como triunfador el bando en mejores condiciones de adaptación y plasticidad en su intención estratégica de dominar el mundo. La implosión del bloque soviético y su desaparición como alternativa política en el escenario mundial implicó el fracaso de un sistema en el que la ideología -la visión doctrinaria de la realidad- se imponía sobre el realismo popular.

A su vez, en nuestro continente, esa Guerra Fría significó la sumisión de los esfuerzos liberadores de toda una generación a uno de los bandos de la misma. Si la Cuba de Fidel Castro ha logrado atravesar toda la tormenta de la segunda mitad del siglo XX y ha entrado en el siglo XXI para sentar en la mesa de negociación a la principal potencia militar de la historia de la humanidad, no ha sido por su adscripción a una visión doctrinaria, sino por un indoblegable patriotismo de su pueblo sostenido con una espartana decisión de defender su isla. Los años '60 y principios de los '70 vivieron de manera dramática esta ideologización de nuestra lucha por la liberación. Más allá del heroísmo personal de tantos latinoamericanos muertos en desigual combate, la elevación a principio doctrinario (ideológico) de un mero dispositivo táctico, como es la “lucha armada” fue el resultado de esa ideologización, esa generalización abstracta de una experiencia concreta que, si fue victoriosa en un caso, significó una dolorosa -pero previsible- derrota en el resto de las situaciones concretas.

Creo que a eso se está refiriendo Francisco en su discurso de Asunción. Lo que hace es poner, como lo han hecho nuestros grandes pensadores nacionales y populares, al pueblo en el centro de la escena como protagonista real y concreto, no ideal y abstracto, de toda actividad política transformadora. En palabras de nuestro gran intelectual decimonónico, recuperado de todo ideologismo, Juan Bautista Alberdi: “(…) sólo el pueblo es legítimo revolucionario; lo que el pueblo no pide, no es necesario”.

Lo que el jefe espiritual del catolicismo propone es lisa y llanamente ese sana, abierta y desprejuiciada concepción de la democracia que, orgullosamente, llamamos populismo. Y que se ha convertido en la más poderosa arma de transformación con que cuenta este nuevo mundo del siglo XXI.

Buenos Aires, 13 de julio de 2015






12 de julio de 2015

La Recuperación de la Conciencia Nacional

Este es el texto de mi ponencia en el V° Encuentro Nacional de Revisionismo Histórico, que se realizó el 11 de julio de este año, en la ciudad de Nogoyá, Provincia de Entre Ríos. El encuentro se realizó en homenaje al historiador y pensador nacional Fermín Chávez, nacido en esta ciudad, en la cual descansan sus restos. A 27 kilómetros de Nogoyá hay una capilla dedicada a Nuestra Señora del Rosario. En su jardín, bajo la sombra de una hermosa tipa, descansa para siempre el inolvidable amigo y compañero Fermín Chávez.


Fermín Chávez publicó este pequeño y jugoso libro, La Recuperación de la Conciencia Nacional, en 1983.
Eran momentos en que los argentinos nos enfrentábamos a un nuevo período constitucional. La dictadura cívico militar procesista, como consecuencia de dos fuerzas distintas pero coincidentes habían puesto en retirada la hasta entonces omnipotente dictadura.
Esas fuerzas contradictorias, pero coincidentes en la coyuntura, eran la derrota militar en el combate de Malvinas y la consecuente imposición de condiciones por parte de la gran potencia victoriosa, por un lado, y la presión popular, harta del criminal despotismo de la dictadura y desilusionada con una derrota de la que culpaba a la perversa conducción de los altos mandos, mientras aplaudía el heroísmo de quienes habían combatido en las islas, por el otro.
El establishment político y cultural de la Argentina semicolonial había comenzado a socavar la conciencia nacional y patriótica desplegada durante los días del combate con su efectiva campaña de desmalvinización, que sobrevive y continúa como un nuevo capítulo de la historia oficial, de la historia escrita por los vencedores.
En el horizonte, entonces, estaba un proceso electoral que finalizaría con el triunfo del doctor Raúl Alfonsín, convertido ya durante la Guerra, en el principal y público desmalvinizador, el hombre que había acuñado un año después del 2 de Abril la derrotista y proinglesa definición: “La ocupación de Malvinas fue el carro atmosférico de la dictadura”.
En ese contexto político, de apertura por un lado y de tergiversación por el otro, Fermín Chávez consideró necesario escribir un libro -un opúsculo casi- sobre el particular sistema de pensamiento, sus fuentes, orígenes y vertientes a lo largo de nuestra breve historia, que caracteriza lo que el autor llama “pensar periférico”.
En primer lugar, detengámonos en este adjetivo "periférico".
Fermín Chávez se remonta a Fray Antonio de Guevara, el franciscano cantábrico, cortesano de Carlos V, que en su célebre “Plática que hizo un villano de las riberas del Danubio a los senadores de Roma” se pone en el lugar de la periferia de entonces, una situación en la que el villano del Danubio podría reemplazarse por un indio del Orinoco o de Potosí. Y el rústico le dice a su emperador:
“En las palabras grosseras que digo y en las vestiduras monstruosas que traygo podréys bien adevinar que soy un muy rústico villano, pero con todo esso no dexo de conocer quién es en lo que tiene justo y quién es en lo que possee tyrano; porque los rústicos de mi professión, aunque no sabemos dezir lo que queremos por buen estilo, no por esso dexamos de conocer quál se ha de aprovar por bueno y quál se ha de condenar por malo.
Reo es a los dioses y muy infame entre los hombres el hombre que tiene tan caninos los desseos de su coraçón y tan sueltas las riendas de sus obras, que la miseria agena le parezca riqueza y la riqueza propria le parezca pobreza. Ni me da más que sea griego, que sea bárbaro, que sea romano; que esté absente, que esté presente; digo y afirmo que es y será maldito de los dioses y aborrecido de los hombres el que sin más consideración quiere trocar la fama con la infamia, la justicia con la injusticia, la rectitud con la tiranía, la verdad por la mentira, lo cierto por lo dudoso, teniendo aborrecimiento de lo suyo proprio y estando sospirando por lo que es ajeno.
Vosotros, los romanos, en vuestras vanderas traéys por mote estas palabras: «Romanorum est debellare superbos et parcere subiectis». (propio de los romanos proteger a los dóciles y abatir a los soberbios) Por cierto que dixérades mejor: «Romanorum est expoliare innocentes et inquietare quietos»; porque vosotros los romanos no soys sino mollidores de gentes quietas y robadores de sudores ajenos".
Cosa muy parecida podemos decirle hoy los latinoamericanos y los africanos y los griegos y hasta los españoles e irlandeses a esa nueva Roma cuyas legiones están formadas por el interés compuesto y la pirámide de Ponzi y cuyo senado se integra con banqueros y tecnócratas “robadores de sudores ajenos”, como dice el vasco Antonio de Guevara.
Periférica es la posición de América Latina, periféricos son los millones de pobres, desposeídos, “de palabras grosseras” y “vestiduras monstruossas”, para volver a usar la retórica de aquel franciscano renacentista que nos propone Fermín. Y la palabra periferia ha vuelto a tomar una especial significación, 30 años después de publicado este libro, cuando un seguro lector de Fermín la convirtió en lema o “motto” de su papado, el vecino de Flores, el padre Jorge Bergoglio.
Será un libro, entonces, dirigido a recorrer el camino intelectual que desde estas tierras logró forjar un punto de vista universal situado -como han dicho los amigos de la Filosofía Latinoamericana- o, como dijera don Arturo Jauretche, “lo universal visto por nosotros”.
Su libro se inicia con una serie de citas, cuyos autores solo se dan a conocer al final del libro, y que recoge un amplio muestrario de reflexiones de autores de muy diversa tradición filosófica, argentinos casi todos, a excepción de Johan Gottfried Herder, el prerromántico alemán, inspirador del “Sturm und Drang”, la revuelta del espíritu creador contra la utopía racionalista del “Aufklärung” o Iluminismo. Este pensador, en cuyas aguas abrevó el nacionalismo cultural alemán, con su rescate de la tradición popular, de la poesía, la música y los mitos forjados por el “Volksgeist” o “Espíritu del Pueblo”, inspira, en cierto sentido, toda la reflexión de Chávez, quien, a lo largo del libro se encarga de rescatar justamente esto último, el Espíritu del Pueblo, por encima del frío racionalismo iluminista al que identifica, en nuestra historia, con los rivadavianos, los unitarios, los mitristas y los liberales oligárquicos de 1880 en adelante. Sorprende, entonces, y revela el fino peine con que Chávez escarba en nuestra historia de las ideas, encontrar en estas citas algunas de Juan Bautista Alberdi, a quien se ha confundido a veces con un adocenado liberal. Voy a mencionar estas citas del tucumano porque iluminan con claridad meridiana el eje filosófico de su pensamiento:
“Continuar la vida principiada en Mayo, no es hacer lo que hacen Francia o los Estados Unidos, sino lo que nos manda la doble ley de nuestra edad y nuestro suelo”. El suelo es para Fermín -y lo era para Herder- la voz histórica del pueblo, el llamado de su espíritu.
La otra: “El Sr. Rosas, considerado filosóficamente, no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias. Es un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo”. Otra vez el pueblo en el centro de su reflexión.
Y por último: “(…) sólo el pueblo es legítimo revolucionario; lo que el pueblo no pide, no es necesario”. Lo que no pedía el pueblo demostrará Fermín a lo largo del libro, ha sido el programa histórico de los unitarios y liberales a lo largo de toda nuestra historia, y, si leemos la prensa diaria con esta clave, lo siguen haciendo en la actualidad.
Comienza el libro, como hemos dicho, planteando una Epistemología para la Periferia. Dice Fermín: “Desentrañar las ideologías de los sistemas centrales, en cuanto ellas representa fuerzas e instrumentos de dominación, es una de las tareas primordiales de los trabajadores de la cultura en las regiones de la periferia”. Para ello plantea y propone la construcción -y reconstrucción, agrega- de una nueva ciencia del pensar, esa nueva epistemología. Si la “episteme”, en los griegos, se enfrentaba a la “doxa” como un conocimiento no reflexivo, esta nueva “episteme” se enfrenta a un conocimiento considerado como indiscutible, solo a condición de deshistorizar su origen e imposición, solo si se hace abstracción del procedimiento de exportación del centro a la periferia, como modo ideológico de dominación y aceptación de la hegemonía europea y, en particular, inglesa, si lo analizamos desde una perspectiva económica. No otra cosa es lo que Jauretche, Ramos y otros han denominado “colonización ideológica”.
Chávez lo explica con claridad. Antropológicamente el esclavo, en cierta manera ignora su propia condición. No tiene conciencia de ella. El poder ha modelado en él la esclavitud como una segunda naturaleza. Su situación se le aparece como un estado natural que el propio sistema esclavista impone sobre él. En nuestro caso, para lograr la aceptación de la dominación como un estado natural, el sistema hegemónico debe ocupar todo el espacio cultural, debe plantear “holísticamente” su modelo de global rígido, sin fisuras, para que el objeto original, nuestra conciencia colectiva, desaparezca por completo.
Dice textualmente Fermín Chávez, describiendo este proceso que se impuso después de casi doscientos años de desmantelamiento: “Precisa que la conciencia propia, del colonizado, entre en eclipse, luego de cuestionarla como una aberración, una escoria, una rémora del pasado irracional y ‘bárbaro’”.
A partir de este descubrimiento, que es un dispositivo político y antropológico, de desprogramación y reprogramación, como diríamos treinta años después, Chávez expondrá la génesis de un pensamiento, de una visión del mundo que tienda a restaurar, en su actualización histórica, aquella cultura que fue borrada como mera expresión de atraso, primitivismo e ignorancia.
En esto consiste su libro: construir -o reconstruir- el sujeto y el objeto del conocimiento, de la acción epistemológica.
El eje de su deconstrucción cultural e ideológica, en el sentido más cercano a lo propuesto por Derrida, es demoler el sistema racionalista deshistorizante que caracterizó al iluminismo tardío que conformó el pensamiento de las burguesías comerciales de nuestros puertos, que a fines del siglo XIX se definían como liberales. Dice Fermín: “El núcleo del pensamiento colonial en la vida argentina está constituido por el Aufklärung, ahistórico y vaciado de los contenidos no racionales del hombre argentino, que impuso un corte tajante con el pasado hispánico y católico, y un reemplazo cultural que, a la postre, concluiría siendo una utopía”.
La puerta de entrada habría sido el propio Bernardino Rivadavia y su vinculación con los afrancesados españoles, identificados e influidos por el pensamiento de Juan Antonio Llorente, un discípulo del francés Destutt de Tracy y tributarios ambos de su concepción de la Ideología como ciencias general de las ideas.
Este sistema de pensamiento, importado y ajeno a la génesis particular del pensamiento popular hispanoamericano es considerado por Fermín como la base del gran proyecto de transculturación o desulturización llevado adelante por el sector más conservador y elitista de las burguesías comerciales implicadas en la Revolución de Mayo. Sobre esta base “ideológica”, en el sentido de falsa conciencia, de conciencia universal y abstracta, se introdujeron, entonces, las bases necesarias para una destructiva incorporación de Nuestra América a las necesidades económicas de la naciente expansión colonial del Reino Unido.
A esta génesis, opone Fermín la sobrevivencia, bajo distintas formas y con distinta intensidad e influencia, de un pensamiento que, bajo formas de un aparente tradicionalismo, expresaban la conciencia y las necesidades históricas de los pueblos hispanoamericanos.
Retoma, entonces, el papel jugado por los jesuitas y su notable construcción utópica en las Misiones, que defendieron a los pueblos indígenas de la voracidad mercantilista y esclavista de los bandeirantes portugueses -todavía hoy considerados con respeto heroico por la historia oficial del Brasil, lo que nos plantea la necesidad de proponer un revisionismo histórico a escala continental-.
Y también rescata, en esta génesis, una de las más importantes contribuciones de nuestra cultura a la cultura universal que fue el Barroco Americano y su poderoso y creativo sincretismo que americanizó e hizo propio, como hizo propio al idioma castellano, un producto europeo. Barroco americano que ha adquirido una reaparición en la trascendental visita de Francisco a nuestras tierras. El maravilloso altar construido con frutos americanos en el Paraguay, donde este sábado dará misa nuestro compatriota alude y replica ese estilo que dio forma al pensar y al sentir latinoamericano.
Desde estos orígenes, el ex seminarista Fermín Chávez establece una genealogía ideológica o filosófica en la que los pensadores de raigambre católica, en su gran mayoría, sin que falten aquellos hombres que desde otras perspectivas del pensamiento, supieron recuperar el eje de un pensar nacional, situado, no simiesco o repetitivo.
El núcleo es, para Chávez, historizar toda reflexión filosófica y respetar todo el conocimiento que surge del pueblo y de su experiencia histórica.
Todo el siglo XIX y el XX, hasta el 17 de octubre de 1945, se ven representados en estas páginas que constituyen algo así como una enciclopedia, palabra que seguramente no le hubiera gustado a Fermín por su origen iluminista, del pensamiento argentino de la resistencia nacional y antioligárquica.
Nos queda a las generaciones presentes y venideras continuar esta labor, ya no desde la clandestinidad o el olvido, sino desde la recuperación nacional que estamos viviendo los argentinos y los suramericanos, desde hace ya 12 años.
Cita en su libro Fermín, un poema de un viejo soldado jordanista, aparecido en los tiempos de la reforma universitaria, don José María Piedrabuena, que dice:
“La nueva generación
para nada nos precisa;
somos como la ceniza
cuando se limpia el fogón”.
No es ya, afortunadamente, nuestra situación. Fermín y los hombres de su generación y las anteriores están hoy iluminando la cabeza de estos miles de jóvenes que han ingresado a la arena política para quedarse y para recuperar y actualizar en la acción política esa Epistemología de la Periferia que nos proponía este inmenso entrerriano hace más de treinta años.