13 de octubre de 2019

Un puñado de uruguayos y Pepe Mujica se me habían metido en los ojos




Cada comarca en la tierra, tiene un rasgo prominente” escribe el unitario Luis Lorenzo Domínguez al comenzar su poema El Ombú. Y hay algo en esta parte del planeta que se extiende a ambos márgenes del río “de sueñera y de barro” que de alguna manera es una experiencia única, en estos comienzos del siglo XXI. Este fin de semana tuve oportunidad de vivir esa experiencia única, intransferible, hipnótica y mágica que es ver y escuchar a Pepe Mujica.
Fue el viernes, en el magnífico auditorio art decó de la Unión Ferroviaria en San Cristobal, sobre la avenida Independencia, en cuya entrada, como en los viejos templos griegos, puede leerse este ingenuo apotegma de un optimismo heredado del viejo socialismo juanbejustista: “Lento o impetuoso el progreso histórico es continuo”.
Ya lo escribí en otro lado: siempre me emociona venir a un local del movimiento obrero. Estos auditorios, estos teatros, estos edificios en perfecto estado de conservación, son únicos en el continente. No existe en América Latina algo similar y hay que ir a Europa para encontrarlo.
El público es casi en su totalidad uruguayo. Hay muchos termos en el brazo, se escucha esa prosodia que alarga levemente las vocales tónicas y que produce esa imperceptible diferencia entre el habla de uno y otro lado del Plata. Y están todos esperando al Pepe, como lo llaman con un toque de ternura en la voz.
Llega Mujica y se acomoda en el escenario frente a frente con otro uruguayo paradigmático que es Víctor Hugo Morales. La función, a lo largo de la noche, de Víctor Hugo será la de disparar algunas preguntas que pongan en marcha la capacidad reflexiva, la creatividad paremiológica de sintetizar en una expresión que está destinada a convertirse en un lugar común un argumento complejo, que son las características de la personalísma oratoria “del Pepe”.
Mujica habla oscuro, mezcla reflexiones existenciales, con aspiraciones utópicas y un vocabulario que a los argentinos, y creo que ha muchos uruguayos también, nos resulta agradablemente arcaico, como la sombra o el recuerdo de un mundo bucólico, que posiblemente nunca haya existido. Mezcla, como no he visto hacerlo a ningún político argentino vivo, reflexiones sobre la historia política del Uruguay y sus protagonistas -José Batlle, “el viejo” Herrera-, con apelaciones al jacobinismo de la Revolución Francesa, y menciones permanente a José Artigas, de quien hace una notable descripción política. “Fue el mejor de los federales, porque quería un país del tamaño del virreinato y, a su modo, un jacobino, porque quería tierra para sus paisanos”, dice Pepe de Don José. Uno, desde la platea, siente que, en algún punto, aquel remoto y recién descubierto patriotismo del jefe de los orientales está íntimamente conectado con este anciano de 85 años que rechazó ser nuevamente candidato a presidente de su país porque sabía que de serlo ganaría y “tengo las cañerías muy tapadas” como explicó en metáfora de fontanero.
Obviamente no hay precisión ni en las cifras y, muchas veces, tampoco en algunos conceptos políticos, pero nadie le da importancia, porque lo que ese hombre pequeño, que pasó doce años preso en condiciones demenciales, esta diciendo no es un informe técnico, ni siquiera un programa de gobierno. Pepe Mujica habla como Séneca o como Tácito. Se dirige a la conciencia moral de cada uno de los hombre y mujeres que lo estamos escuchando. Menciona a Epaminondas, a Solón, a Espartaco, hay algo de aquellos hombres del siglo XIX en su retórica. Algo de la aspiración universalista Carlos Calvo o de Andrés Lamas, que tan cercanos a la Argentina estuvieron, algo del apego clasicista de José Enrique Rodó respira este hombre que de a ratos parece hablar para si mismo, como quien piensa en voz alta.
Habla del candidato presidencial del Frente Amplio, Daniel Martínez, y se refiere a su formación como ingeniero. Intenta vincular ese dato a una impronta de desarrollo tecnológico a la altura del siglo XXI y sintetiza: “Es un hombre que, en su formación y pensamiento, está determinado por el metro y la plomada”. El anacronismo es tan brutal, tan obvio y desmedido, que no puedo evitar reírme. Del algoritmo a la plomada y del 5G al metro hay una distancia tan gigantesca que la metáfora se convierte casi en una “boutade”. A mi lado, una joven uruguaya que ha escuchado mi risa me dice: “Medio que se quedó en el metro y la plomada”.
Pero nada de eso tiene la menor importancia. Escuchar a Pepe Mujica es un acto místico.
Es un Yoda uruguayo, vestido con sencillez espartana, que quiere transmitir a las nuevas generaciones no tanto un programa político, un modelo de país o de sociedad, sino una aspiración insaciable de justicia, de que “naides es más que naides”, de insobornable lucha por la igualdad y contra el privilegio. Ese anciano que habla como si fuera un profeta del Viejo Testamento sabe que tiene detrás de si un país chiquito al que quisiera más cerca del vecino que siempre lo recibe con los brazos abiertos. Sabe también que su vecino, por grande y bastante desaprensivo, tiende a soslayarlo y fue capaz, con quien quizás fuese el mejor presidente del período, hacerle un horrible boycott por unas miserables pasteras en las que podría haber sido hasta socio.
En un momento, Víctor Hugo le dice:
- Ayer fui al cine a ver El Joker.
Y comienza a hablar sobre la violencia y las consecuencias que la violencia tiene sobre los individuos y hace una exposición un poco larga sobre un tema en el que, notoriamente, Pepe muy poco tenía para decir.
Pepe toma el micrófono, respira hondo, se queda en silencio unos segundo que parecen eternos, busca qué decir, hasta que, por fin, responde:
- Los presidentes no miran películas.
Pero el final del encuentro fue, posiblemente, el número fuerte de la noche.
Pepe pidió a todos los presentes, incluido Víctor Hugo, que lo acompañasen a cantar el tema de Rubén Lena, “A Don José”. Como si estuvieran en una misa cantada por monjes benedictinos, uruguayos y uruguayas, grandes y chicos, se pusieron a cantar ese maravilloso homenaje a la gesta gaucha de Artigas, a sus grandes divisas políticas y los pueblos orientales que lo acompañaron en la epopeya, con un fervor, con una emoción que, uno, porteño sensiblero, al fin y al cabo, no pudo evitar que las lágrimas le nublaran la vista.
Un puñado de uruguayos y Pepe Mujica se me habían metido en los ojos.
Buenos Aires, 13 de octubre de 2019

3 comentarios:

Unknown dijo...

Definicion de Uruguayos,Ni mejor Ni peor que NADIE, símplemente URUGUAYO , PERSONA TREMENDAMENTE ORGULLOSO DE HABER NACIDO EN UN PAISITO DE CORAZÓN GIGANTE, SOLIDARIO Y GENTE DE MATE Y MANO EXTENDIDA, AMO MI PAIS Y LO MEJOR ESTA MUY CERCA, POR EL CUARTO GOBIERNO ABRAZO

elavionnegro dijo...

A partir de la militancia política, y la historia de encuentros y no tanto, empecé a meterme más en la cultura y sobre todo la música del Uruguay. Admiro profundamente al Sabalero (José Carbajal), un tipo de una sensibilidad increíble. Sus canciones donde evoca la niñez en Juan Lacaze, me remontan a la mía de este lado del majestuoso Río de La Plata.

Anónimo dijo...

Julio: si logro hacerme entender, tengo reparos enormes com Mujica, me parece un viejo chanta, necesito que alguien me explique cuál es su valía porque yo solo no puedo.