“Cada comarca
en la tierra, tiene un rasgo prominente” escribe el unitario
Luis Lorenzo Domínguez al comenzar su poema El Ombú. Y hay algo en
esta parte del planeta que se extiende a ambos márgenes del río “de
sueñera y de barro” que de alguna manera es una experiencia
única, en estos comienzos del siglo XXI. Este fin de semana tuve
oportunidad de vivir esa experiencia única, intransferible,
hipnótica y mágica que es ver y escuchar a Pepe Mujica.
Fue el viernes, en
el magnífico auditorio art decó de la Unión Ferroviaria en San
Cristobal, sobre la avenida Independencia, en cuya entrada, como en
los viejos templos griegos, puede leerse este ingenuo apotegma de un
optimismo heredado del viejo socialismo juanbejustista: “Lento o
impetuoso el progreso histórico es continuo”.
Ya lo escribí en
otro lado:
siempre
me emociona venir a un local del movimiento obrero. Estos auditorios,
estos teatros, estos edificios en perfecto estado de conservación,
son únicos en el continente. No existe en América Latina algo
similar y hay que ir a Europa para encontrarlo.
El
público es casi en su totalidad uruguayo. Hay muchos termos en el
brazo, se escucha esa prosodia que alarga levemente las vocales
tónicas y que produce esa imperceptible diferencia entre el habla de
uno y otro lado del Plata. Y están todos esperando al Pepe, como lo
llaman con un toque de ternura en la voz.
Llega
Mujica y se acomoda en el escenario frente a frente con otro uruguayo
paradigmático que es Víctor Hugo Morales. La función, a lo largo
de la noche, de Víctor Hugo será la de disparar algunas preguntas
que pongan en marcha la capacidad reflexiva, la creatividad
paremiológica de sintetizar en una expresión que está destinada a
convertirse en un lugar común un argumento complejo, que son las
características de la personalísma oratoria “del Pepe”.
Mujica
habla oscuro, mezcla reflexiones existenciales, con aspiraciones
utópicas y un vocabulario que a los argentinos, y creo que ha muchos
uruguayos también, nos resulta agradablemente arcaico, como la
sombra o el recuerdo de un mundo bucólico, que posiblemente nunca
haya existido. Mezcla, como no he visto hacerlo a ningún político
argentino vivo, reflexiones sobre la historia política del Uruguay y
sus protagonistas -José Batlle, “el viejo” Herrera-, con
apelaciones al jacobinismo de la Revolución Francesa, y menciones
permanente a José Artigas, de quien hace una notable descripción
política. “Fue el mejor de los federales, porque quería un país
del tamaño del virreinato y, a su modo, un jacobino, porque quería
tierra para sus paisanos”, dice Pepe de Don José. Uno, desde la
platea, siente que, en algún punto, aquel remoto y recién
descubierto patriotismo del jefe de los orientales está íntimamente
conectado con este anciano de 85 años que rechazó ser nuevamente
candidato a presidente de su país porque sabía que de serlo ganaría
y “tengo las cañerías muy tapadas” como explicó en metáfora
de fontanero.
Obviamente
no hay precisión ni en las cifras y, muchas veces, tampoco en
algunos conceptos políticos, pero nadie le da importancia, porque lo
que ese hombre pequeño, que pasó doce años preso en condiciones
demenciales, esta diciendo no es un informe técnico, ni siquiera un
programa de gobierno. Pepe Mujica habla como Séneca o como Tácito.
Se dirige a la conciencia moral de cada uno de los hombre y mujeres
que lo estamos escuchando. Menciona a Epaminondas, a Solón, a
Espartaco, hay algo de aquellos hombres del siglo XIX en su retórica.
Algo de la aspiración universalista Carlos Calvo o de Andrés Lamas,
que tan cercanos a la Argentina estuvieron, algo del apego clasicista
de José Enrique Rodó respira este hombre que de a ratos parece
hablar para si mismo, como quien piensa en voz alta.
Habla
del candidato presidencial del Frente Amplio, Daniel Martínez, y se
refiere a su formación como ingeniero. Intenta vincular ese dato a
una impronta de desarrollo tecnológico a la altura del siglo XXI y
sintetiza: “Es un hombre que, en su formación y pensamiento, está
determinado por el metro y la plomada”. El anacronismo es tan
brutal, tan obvio y desmedido, que no puedo evitar reírme. Del
algoritmo a la plomada y del 5G al metro hay una distancia tan
gigantesca que la metáfora se convierte casi en una “boutade”.
A
mi lado, una joven uruguaya que ha escuchado mi risa me dice: “Medio
que se quedó en el metro y la plomada”.
Pero
nada de eso tiene la menor importancia. Escuchar a Pepe Mujica es un
acto místico.
Es
un Yoda uruguayo, vestido con sencillez espartana, que quiere
transmitir a las nuevas generaciones no tanto un programa político,
un modelo de país o de sociedad, sino una aspiración insaciable de
justicia, de que “naides es más que naides”, de insobornable
lucha por la igualdad y contra el privilegio. Ese anciano que habla
como si fuera un profeta del Viejo Testamento sabe que tiene detrás
de si un país chiquito al que quisiera más cerca del vecino que
siempre lo recibe con los brazos abiertos. Sabe también que su
vecino, por grande y bastante desaprensivo, tiende a soslayarlo y fue
capaz, con quien quizás fuese el mejor presidente del período,
hacerle un horrible boycott por unas miserables pasteras en las que
podría haber sido hasta socio.
En
un momento, Víctor Hugo le dice:
-
Ayer fui al cine a ver El Joker.
Y
comienza a hablar sobre la violencia y las consecuencias que la
violencia tiene sobre los individuos y hace una exposición un poco
larga sobre un tema en el que, notoriamente, Pepe muy poco tenía
para decir.
Pepe
toma el micrófono, respira hondo, se queda en silencio unos segundo
que parecen eternos, busca qué decir, hasta que, por fin, responde:
-
Los presidentes no miran películas.
Pero
el final del encuentro fue, posiblemente, el número fuerte de la
noche.
Pepe
pidió a todos los presentes, incluido Víctor Hugo, que lo
acompañasen a cantar el tema de Rubén Lena, “A Don José”. Como
si estuvieran en una misa cantada por monjes benedictinos, uruguayos
y uruguayas, grandes y chicos, se pusieron a cantar ese maravilloso
homenaje a la gesta gaucha de Artigas, a sus grandes divisas
políticas y los pueblos orientales que lo acompañaron en la
epopeya, con un fervor, con una emoción que, uno, porteño
sensiblero, al fin y al cabo, no pudo evitar que las lágrimas le
nublaran la vista.
Un
puñado de uruguayos y Pepe Mujica se me habían metido en los ojos.
Buenos
Aires, 13 de octubre de 2019
3 comentarios:
Definicion de Uruguayos,Ni mejor Ni peor que NADIE, símplemente URUGUAYO , PERSONA TREMENDAMENTE ORGULLOSO DE HABER NACIDO EN UN PAISITO DE CORAZÓN GIGANTE, SOLIDARIO Y GENTE DE MATE Y MANO EXTENDIDA, AMO MI PAIS Y LO MEJOR ESTA MUY CERCA, POR EL CUARTO GOBIERNO ABRAZO
A partir de la militancia política, y la historia de encuentros y no tanto, empecé a meterme más en la cultura y sobre todo la música del Uruguay. Admiro profundamente al Sabalero (José Carbajal), un tipo de una sensibilidad increíble. Sus canciones donde evoca la niñez en Juan Lacaze, me remontan a la mía de este lado del majestuoso Río de La Plata.
Julio: si logro hacerme entender, tengo reparos enormes com Mujica, me parece un viejo chanta, necesito que alguien me explique cuál es su valía porque yo solo no puedo.
Publicar un comentario